2. Alquimista (Segunda Parte)


-¿Ya leíste el libro? - le preguntó Rhinedottir al príncipe después de las clases, él dio un paso atrás con recelo, cuidando bien lo que pensaba decir.

-Avancé bastante, aunque no lo he terminado - dijo vagamente mirando hacia los lados, pensando que quería volver a casa con su padre.

-¿Que tanto? - insistió ella, Kaeya la miraba directo a los ojos, atento a cualquier cosa que le pareciera sospechosa.

-Leí la historia de los Alberich...

-¿Llegaste al árbol genealógico?

-Aún no... - mintió el pequeño desviando la mirada un momento, la alquimista sonrió satisfecha con ver que su rostro no mentía.

-Bueno, cuando llegues entenderás algunas cosas - comentó ella, el príncipe dio otro paso atrás con desconfianza - ¿Que te pareció la historia de los Alberich?

-Muy triste... muchos murieron asesinados - dijo Kaeya, Rhinedottir dejó salir una risa en voz baja.

-Se nota que no has leído libros de historia, es normal que muchos miembros de la monarquía tuvieran destinos como esos. La guerra nunca es limpia, algunos mueren en batalla, otros por conspiraciones, y otros ni siquiera mueren, sufren un destino peor, como ser raptados por ejemplo - decía la alquimista, Kaeya agachó la cabeza con tristeza.

-¿Por qué?

-"¿Por qué?"

-¿Por qué algunos son raptados? - preguntó el príncipe, Rhinedottir sonrió cínicamente.

-El rapto sirve para muchas cosas, hace setecientos años un emperador de Liyue secuestró a una princesa de Inazuma y la obligó a ser su consorte para detener los conflictos con las islas. Y sin ir más lejos, Silke Alberich fue secuestrada para obtener algo a cambio por su rescate, pero al no conseguir nada, su captor la asesinó cruelmente, y era solo una niña.

-Es horrible... - murmuró Kaeya, ella lo miró analizando si el niño le ocultaba algo como tanto sospechaba.

-Depende del punto de vista. El secuestro puede ser una buena herramienta para conseguir un cambio, tal vez el pueblo de Liyue no podía contra la represión de Inazuma y optaron por forzar un matrimonio para calmar los ánimos, tal vez el secuestrador de Silke si quería conseguir algo más que simple dinero, y tal vez, Barbatos y Morax el Rex Lapis raptaron al hijo de Surya Alberich para cuidar a sus naciones de una segunda enemistad - pronunció ella, Kaeya se miró los pies, tocándose el brazo con ansiedad.

-Desde el punto de vista de Inazuma y Khaenri'ah, sigue siendo horrible - reafirmó el, haciendo que la alquimista se arrodillara para verlo a la cara de forma inquietante.

-Tienes razón, es horrible si la persona secuestrada es golpeada, torturada o violada, pero, no lo es tanto si esas cosas no ocurren ¿Estás de acuerdo? - cuestionó Rhinedottir tomándole los brazos, el príncipe se sobresaltó, era la primera vez que escuchaba la palabra "violada", no sabía que significaba, pero debía ser horrible.

-¿Que es...?

-¿Violar? Es cuando alguien fuerza a otro a tener un coito, en contra de su voluntad - le explicó ella, Kaeya seguía confundido.

-¿Que es coito?

-¿No te lo han explicado aún? Creí que Crepus era un padre más responsable - comentó ella, y el niño resopló con enfado - el coito es en teoría "un acto reproductivo", en el mundo animal, los machos copulan con las hembras, esto quiere decir que unen sus aparatos reproductores, ya sabes, eso que tienes ahí - dijo apuntando a una distancia prudente los genitales del niño, que los cubrió con vergüenza aunque estuviera vestido - esto se da entre machos y hembras porque la hembra puede embarazarse y formar un bebé en su útero, en el caso de aves, reptiles, anfibios y peces en vez de bebés, tienen huevos.

-Creo que entiendo un poco...

-Sin embargo, el humano no tiene un coito solo para tener bebés - le explicó ella, Kaeya ladeó la cabeza confuso - el humano también consigue placer.

-¿Cómo?

-En vez de reproducirse, los humanos tienen sexo porque el roce del coito produce placer - siguió Rhinedottir, "sexo" era otra palabra nueva en el vocabulario del príncipe, y por alguna razón se estaba sintiendo incómodo con ese tema - la violación es cuando una de las personas obliga a la otra a llevar a cabo este acto, por tanto no le da placer, sino dolor.

-Entiendo... - murmuró Kaeya tocando su brazo, ya quería irse a casa con su padre y con Diluc, pero Rhinedottir lo mantendría allí el tiempo que fuera necesario para tocar un tema en específico.

-Por eso, algunas personas no se llevan mal con su secuestrador si no son dañadas de esas formas, visto así no parece tan malo ¿No? - cuestionó la alquimista, el príncipe siguió dudando al respecto, algo dentro de sí le decía que no era justificable en ningún caso.

-Pero, cuando una persona secuestra a otra, la separa de su familia ¿Verdad? - le preguntó mirándola a los ojos, ella sonrió, le gustaba cuando ese niño cuestionaba lo que le decían.

-Sólo temporalmente - contestó ella, mas Kaeya se preguntó cuánto tiempo podía durar un secuestro.

-Creo que ya debo volver con mi padre - dijo él, Rhinedottir lo miró sería, molesta porque la charla no estaba llevando a ningún lado.

-¿Que pensarías de Crepus Ragnvindr si él fuera un secuestrador? - preguntó la alquimista, el príncipe arrugó las cejas, era la primera vez que ella lo veía así de enojado.

-Mi padre no es un secuestrador.

-¿No? Bueno, eso no era de mi conocimiento - insinuó Rhinedottir, Kaeya se tensó cada vez más enfadado - ¿Pero qué pensarías de él si lo fuera?

-No lo sé, porque eso nunca pasará, mi padre es el mejor hombre del mundo.

-Tal vez deberías preguntarle por tu madre, por su nombre, como y donde la conoció, puede que te sorprendas - sugirió ella, el príncipe sintió un nudo en el estómago, el nombre "Zenya" aparecía nuevamente en su mente con insistencia, y tenía mucho miedo de preguntar sobre eso - no necesitas saber su respuesta, solo mira fijamente su rostro, la forma en la que te responda, y analiza si te parece creíble.

Kaeya no se despidió de ella, en vez de eso se quedó callado un momento y luego dio la vuelta para empezar a correr, Rhinedottir lo observaba huir con una expresión de decepción y desprecio, entendiendo que sería más difícil lograr que el príncipe de Khaenri'ah aceptase la verdad, no esperaba que fuera tan necio. Entonces apareció junto a ella su pequeño aprendiz vistiendo ropajes que ocultaban su apariencia, y jaló un poco las ropas de su maestra a modo de pedir que se agachase para decirle algo al oído; ella lo escuchó y asintió con aprobación, luego le dijo que siguiera la misma rutina todas las mañanas, pero que nunca dejarse que nadie en el palacio lo descubriera.

Al llegar a la residencia temporal, Kaeya entró cerrando rápidamente la puerta y apoyando su parte trasera en ella, como si no quisiera que nadie entrase para encontrarlo; Crepus y Adelinde salieron a su encuentro, la criada lo saludó amablemente, su padre en cambio fue caminando rápido hacia él, paranoico por la idea de que pudieran haberle hecho daño otra vez. El señor Ragnvindr se puso delante de su pequeño y le preguntó si se encontraba bien, el príncipe lo miró desganado y melancólico, y le dijo que no había pasado nada malo ese día; a pesar de que estaba siendo sincero, Crepus siguió mostrándose preocupado por la voz apagada de su hijo.

Entonces le tomó la mano y lo llevó al comedor para almorzar juntos, Diluc ya estaba allí, comiendo en silencio con tan pocas energías como el príncipe; al verlos llegar se sintió más irritado, otra vez su padre estaba siendo más atento con Kaeya, acariciando su pequeña mano con el pulgar, mientras él tomaba los cubiertos con la otra. El triste rostro del príncipe de Khaenri'ah parecía tener más peso para Crepus que el rostro de resentimiento y rabia en su hijo biológico, Diluc se ensombrecía más y más observándolo acariciar la espalda de Kaeya con una ternura que le parecía excesiva.

El príncipe no tenía mucho apetito desde hacía algunos días, le costaba comer más de 5 cucharadas, como si su estómago se cerrase a recibir el alimento, su cuerpo también se sentía agobiado y adolorido sin haber recibido golpes, era demasiado incómodo para él, estar todo el tiempo soportando la tristeza y la presión de no tener que llorar frente a las demás personas. De pronto Diluc se levantó bruscamente de la mesa y quiso irse a su habitación, pero Crepus alzó la voz y le ordenó quedarse a compartir tiempo con ellos; a regañadientes su hijo biológico volvió a su sitio y se quedó mirando fijamente a Kaeya de manera amenazante.

-¿Cómo te fue en la academia Diluc? - preguntó su padre para romper el hielo, Diluc seguía viendo a Kaeya enrabiado, y este agachó la cabeza con ganas de llorar.

-Como siempre - respondió Diluc insípidamente, el príncipe levantó un poco la vista para obsérvalo, su hermano empezaba a darle miedo, no estaba seguro de lo que había hecho para molestarle, pero tenía una presencia que lo intimidaba demasiado.

-Me imagino que eso significa que estuviste estupendo - dijo el señor Ragnvindr sonriendo, su hijo biológico lo observó con un fastidio que fue fácil de notar para Crepus - sé que estás enojado porque no he ido a verte entrenar, lo siento mucho hijo, es por el trabajo, y porque... a veces surgen emergencias.

-Llevo invitándote desde que llegamos aquí... - murmuró Diluc, Kaeya estaba mudo, sin tocar la comida de su plato, por lo que su padre tuvo que tomar su cuchara para incentivarlo a alimentarse.

-Vamos amor, come un poco - le pidió, pero el príncipe apartó la cabeza sin ánimos de abrir la boca; Diluc gruñó bajo muy irritado.

-No tengo hambre... - susurró Kaeya con tristeza, el señor Ragnvindr tomó su mano y lo miró con ternura y compasión.

-Por favor, tienes que hacer el esfuerzo, necesitas nutrirte - decía Crepus, el príncipe cerró los ojos y abrió la boca, masticando su comida sin energías; Diluc solo podía pensar que se comportaba así para llamar la atención de su padre.

-¿Ya puedo irme? - preguntó su hermanastro sin esconder su molestia, el señor Ragnvindr se fijó en él y se rascó la cabeza nervioso y avergonzado de sí mismo.

-Diluc, mañana iremos juntos a dejar a Kaeya en la academia de Bellas Artes, y luego te acompañaré el resto de la mañana en tus entrenamientos ¿Te agrada esa idea? - sugirió Crepus, Diluc levantó la cabeza con interés, estar juntos toda la mañana era más de lo que le había pedido a su padre.

-¿Me prometes que estarás todo el día conmigo? - preguntó Diluc, su padre sonrió y asintió, por primera vez en el almuerzo Diluc sonrió - ¡Muchas gracias!

-Cuando termine el día, iremos juntos a buscar a tu hermano, mañana me tomaré el día libre para estar con ambos - prometió el señor Ragnvindr, Kaeya sonrió inseguramente, y luego volvió a agachar la cabeza desanimado, por su parte Diluc corrió a abrazar a su padre y este respondió besándole la mejilla dulcemente.

-Te quiero papá - dijo Diluc con alegría, ese Diluc lindo y gentil que Kaeya quería tanto estaba de vuelta otra vez, pero por alguna razón, el estado anímico del príncipe no le permitía sentirse bien por más de 10 segundos.

-Te amo hijo - contestó Crepus besando todavía más a su pequeño.

-Tu barba me hace cosquillas - pronunció Diluc riendo cuando su padre le besó la quijada; Adelinde se acercó a la mesa y notó que el plato de Kaeya estaba prácticamente igual a cuando salió de la cocina, así que decidió sentarse a su lado para darle de comer.

-Vamos pequeño, di "A" - dijo Adelinde, el príncipe volvió a cerrar los ojos y abrió la boca forzándose a comer, apenas tenía fuerza en la mandíbula para masticar, y entonces tocó su panza, muy incómodo y sintiendo un extraño vacío doloroso en la boca del estómago.

-Ya no puedo más... - le dijo Kaeya, su padre y Diluc lo miraron, el primero con preocupación, el segundo con incredulidad.

-¿Te duele el estómago? Podría cocinarte algo más ligero - sugirió ella, pero el príncipe negó con la cabeza resistiendo el llanto, ni siquiera él mismo entendía porque no se sentía bien.

-¿Pasa algo bebé? - preguntó Crepus tocándole la mejilla con un nudillo, Kaeya se encogió abrazando su estómago, las venas de sus brazos dolían tanto como su pecho y su cabeza, no había motivos para sentirse así en esos momentos, pero no tenía el control de lo que pasaba por su corazón.

-Ya no me cabe más comida - se excusó el niño, el señor Ragnvindr estiró su brazo y atrajo al príncipe hacia él tomándolo de la cintura, luego sentó a sus hijos cada uno en una pierna, y los abrazó dulcemente al mismo tiempo.

-Tranquilo, está bien, si te da hambre avísanos y prepararemos algo - sugirió Crepus, Kaeya miró hacia abajo, tenía miedo de decirle como se sentía, aunque no hubiera razón para temerle a su amado padre; Diluc no lo hacía más fácil, pues volvió a mirarlo mal en el momento en que el señor Ragnvindr los sostuvo a ambos, actuaba como si el príncipe sobrara en esa situación.

-Papá... - dijo Kaeya inseguro, encogiéndose mientras él y Diluc se miraban fijamente, desde que llegaron a Mondstadt todo se había vuelto mucho más incómodo.

-¿Pasa algo amor? - preguntó Crepus besando las frentes de sus bebés con suma ternura; el príncipe pensó en Rhinedottir, en lo que ella le propuso preguntarle a su padre.

-¿Vas a decir algo? - increpó Diluc luego de que Kaeya no respondiera, era muy difícil sacar el tema, quería preguntarle a su padre cómo conoció a su mamá, cómo se enamoraron, que fue lo que ocurrió, cuál era el nombre de su madre, o quien era él mismo; pero le daba mucho miedo saber la respuesta, Crepus lo amaba y lo demostraba día a día, esa era la única realidad que quería saber.

-No... - pronunció el príncipe intimidado por su hermanastro, apegándose más al señor Ragnvindr para que lo protegiera.

A la mañana siguiente Crepus y Diluc acompañaron a Kaeya a la academia de Bellas Artes, Diluc apresuraba a su padre para que fueran de una vez a la escuela militar, el señor Ragnvindr le pidió paciencia mientras abrazaba y besaba al príncipe antes de irse, después de unos segundos de despedida fue el mismo Kaeya quien se alejó para ya no hacer enfadar más a su hermano. Diluc tomó la mano de su padre y se lo llevó corriendo de vuelta al carruaje, así emprendieron el rumbo a la academia, y entraron juntos hacia el campo de entrenamiento, además de Crepus otros padres también acompañaban a sus hijos en sus actividades, gran parte de esos niños eran hijos de militares, que se unían a ellos durante las peleas de esgrima para medir sus avances.

Diluc quería aprovechar para hacer lo mismo con su padre, algunos de sus compañeros no le creían cuando les decía que Crepus si sabía pelear tan bien como un soldado de verdad, por lo que le pidió al señor Ragnvindr que se preparara con su propia espada para tener una lucha de entrenamiento juntos. Durante casi toda la mañana Crepus participó junto a su hijo en los combates, pero también estaba presente para asistirlo cuando se cansara, para limpiarle el sudor, curar los rasmillones de sus caídas mientras hacía ejercicios de calentamiento, y darle de beber agua.

No podía negar que se estaba divirtiendo, de vez en cuando no estaba de más volver a familiarizarse con la lucha, para no oxidarse ni perder sus recuerdos de cómo se debía usar un arma; Diluc se sentía muy feliz de tenerlo ahí junto a él, por fin había recuperado en parte su atención y dedicación, sin verse opacado por el príncipe. A veces Diluc se cuestionaba que tenía de interesante Kaeya además de su belleza, pues sus dibujos no eran lo suficientemente bonitos, la mayoría eran repetitivos, solo practicas aburridas, y todavía no aprendía a tocar una melodía completa, no tenía nada que presumir y aun así quería impresionar a los adultos y a los jóvenes.

Al pensar en una explicación para que su padre le prestara más atención a Kaeya, Diluc concluyó que se debía a sus "problemas" con el rey, siempre estaba corriendo peligro, y empezaba a creer que fingía varias de esas situaciones para que los adultos se compadecieran de él, y de esa manera conseguir más beneficios de ellos. Aunque no descartaba la posibilidad de que le dieran más mimos y cuidados por su aspecto físico, cualquier persona, hasta el mismo Diluc querría abrazar y besar al príncipe por su lindo ojo y su aspecto frágil y dulce, acompañado de su encanto al hablar y su sonrisa.

Cuando ya estaba por finalizar la clase de esgrima, Diluc miró a su padre sonriendo a la distancia, Crepus aplaudía orgulloso, eso era lo que quería lograr su hijo biológico, impresionarlo para que se enorgulleciera de sus logros; sin embargo también vio llegar a una persona que venía corriendo, no lo conocía, pero vestía como un guardia común, que le dijo algo al oído al señor Ragnvindr, borrando toda expresión de tranquilidad en su mirada. Crepus miró a Diluc asustado y le hizo una seña para indicarle que tenía que salir de allí por una emergencia, pero que lo esperara allí sin moverse; Diluc dejó de sonreír cuando lo vio alejarse corriendo desesperado hacia la salida, no le había dicho su razón para irse de ese modo, pero su instinto le decía que Kaeya era el responsable.

Kaeya retrocedía mirando fijamente al rey, quien instalado en el frontis de la academia de Bellas Artes hacia música con una lira de madera, acompañado de Alatus y su flauta; sus compañeros a diferencia de él se acercaban al rey Barbatos muy emocionados, Venti danzaba sonriéndole a los niños pequeños, algunos se atrevieron a abrazarlo, y este detuvo un momento la música para acariciar sus cabezas y abrazarlos también, recibiendo una avalancha de niños que también querían un abrazo. Kaeya desde su rincón veía a través de la fachada de Venti, hastiado por la cantidad de mocosos que interrumpieron su melodía; otros niños se acercaron a Alatus para hablarle amistosamente, pero el príncipe de Liyue se movió para evitarlos y esconderse detrás del monarca por la ansiedad de recibir tanta atención.

Entonces Alatus giró la cabeza y descubrió al príncipe de Khaenri'ah apegado a la pared, su actitud de repente cambió y se le quedó viendo amenazante, esperando órdenes para atacarlo; el estómago de Kaeya se retorció, deseaba huir para no volver a ser golpeado por el príncipe de Liyue, entonces echó un vistazo, y vio que Rhinedottir cargaba a una bebé un poco más atrás de ellos, obstruyendo quizá sin saberlo la única salida que tenía Kaeya. Unos estudiantes de cursos superiores salieron y se encontraron con ese espectáculo, a ellos Venti no les sonreía paternalmente, había algo más en su sonrisa y sus ojos aguamarina, algo seductor y atrayente; esos estudiantes se sonrojaron y hablaron entre ellos sobre lo bello que era el rey, el príncipe de Khaenri'ah los escuchaba con impotencia, nunca había escuchado a nadie más que a su padre y a Rhinedottir hablando mal del rey, todos los demás lo adoraban.

De pronto a una estudiante se le ocurrió la idea de bosquejar al soberano en su libreta, Barbatos adoró esa propuesta, y sugirió que todos los niños se colocaran por detrás sonriendo, para que los estudiantes de artes que se sintieran capaces también dibujaran una multitud a sus espaldas. Luego se agachó flexionando las rodillas y tomó a Alatus de la cintura para abrazarlo, el joven príncipe se ruborizó, mirando al rey con una completa devoción y cariño; luego Venti dijo que todavía tenía un brazo libre y que podía escoger a un niño para abrazarlo también, los pequeños a su espalda se emocionaron creyendo que alguno sería escogido, pero Barbatos apuntó directamente a Kaeya y le dijo "ven amiguito, no seas tímido".

El príncipe de Khaenri'ah observó aterrado esa situación, escuchando a sus compañeros incentivándolo a acercarse, como si fuera un honor estar junto a ese monstruo, incluso los niños más grandes lo alentaban a ir con el monarca, creyendo que se apartaba sólo por timidez. Por toda esa presión, Kaeya cedió y caminó con suma desconfianza hacia Venti, instalándose a su lado mientras este lo agarraba de la cintura, arrimándolo hacia él con insistencia.

Los adolescentes comenzaron a bosquejar rápidamente con carboncillo en sus libretas, Venti sonreía satisfecho, dando una suave caricia en la cintura de Alatus que lo hizo sentirse incluso más encantado de lo que ya estaba; Barbatos se imaginaba la apariencia del príncipe de Liyue unos 8 años en el futuro, tenía lo mejor de Morax y quien quiera que fuera su progenitora, en conjunto con un cuerpo esbelto y joven que sería todo un deleite si tan solo no estuviese prohibido. También sentía la carne de Kaeya con una actitud diferente, a Alatus lo acariciaba, pero al príncipe de Khaenri'ah le enterraba las garras debajo de la costilla, peligrosamente cerca del pecho.

Se saboreaba con perversión al fantasear con un Kaeya 5 años mayor, solo debía dejarlo crecer un poco más, y podría dejar de molestarlo y propinarle golpes para hacer cosas aún más interesantes con él, como morder hasta hacer sangrar su piel morena, y jalar su azulado, lacio y suave cabello. El príncipe se veía muy incómodo y angustiado, los jóvenes que los retrataban le pedían que pusiera una mejor cara, pero él estaba a punto de llorar con miedo y dolor, soportando a duras penas las uñas de Barbatos clavándose en sus costillas, ejerciendo una fuerza tan grande que los dedos le vibraban mientras presionaba la piel de Kaeya.

Llegó a un punto en el que el príncipe ya no pudo soportar más, y exclamó de dolor apartándose del rey como pudo, los adolescentes lo miraron raro, y sus compañeros le preguntaron que había pasado; la desesperación lo hizo apuntar a Venti acusándolo de haberle clavado sus uñas, el monarca levantó las manos riendo nervioso y adorable, diciendo que si había apretado un poco fue sin intención, porque a veces era muy efusivo estando feliz. Kaeya insistió en decir que lo hizo a propósito para lastimarlo, y entonces Barbatos hipócritamente se hizo el ofendido, fingiendo un rostro de tristeza para que los demás creyeran en él, y no en el príncipe; para calmar los ánimos, los compañeros de Kaeya trataron de convencerlo de que el rey no había hecho eso con intención.

Pero el príncipe de Khaenri'ah se tocó la cabeza frustrado, y le gritó a los demás que Venti no era una buena persona, que le pegaba y que él había sido quien le arrancó el ojo; hubo un largo silencio entre los presentes, los más grandes juzgaban a Kaeya con la mirada y cuchicheaban entre ellos diciendo que era un completo mentiroso. Barbatos seguía actuando ante "su público", diciéndole al príncipe que no se podía bromear con cosas tan serias como esas; los amigos de Kaeya se le quedaron viendo con desconfianza y decepción, eso fue lo más doloroso de todo.

El ojo de Kaeya se llenó de lágrimas mientras sus compañeros y los adolescentes lo observaban en silencio, nadie allí parecía querer darle su apoyo, es más, parecía como si toda su reputación se hubiese ido por el caño en tan solo un segundo, nadie más confiaría en él, todos le dirían que era un embustero, y se quedaría solo por culpa de Venti. Por eso dio la vuelta llorando desconsoladamente, quería esconderse dentro de la academia para que no lo juzgaran por llorar como lo estaba haciendo, sentía que todo lo que quería lograr ya no servía de nada, porque el rey siempre estaría allí para destruirlo.

La multitud que se quedó en el frontis comenzó a hablar, intrigados por la forma de actuar de ese pequeño, algunos decían que lo que afirmaba no era posible y que solo inventaba cosas para llamar la atención, otros se preocuparon por su estado emocional, como si algún tipo de problema en su casa lo hiciera tener esos "escapes de la realidad". Los adolescentes corrigieron la expresión de Kaeya en sus dibujos para mostrarlo feliz junto al rey, pero solo una de ellos, que había estado más alejada cerca de un pilar, mantuvo su boceto intacto.

En el dibujo Lisa retrató a un niño angustiado y aterrado junto a un adulto, y unas garras que comprimían sus costillas, la niña había dibujado cada pliegue formado en la mano del rey con suma fidelidad, plasmando como su rostro mostraba un cariño que no se correspondía con la postura de sus dedos. La muchacha dio la vuelta y siguió a Kaeya, lo encontró sentado al fondo de su salón de clases, abrazando sus rodillas mientras lloraba desconsoladamente, actuaba diferente a cuando lo conoció, ahora si parecía un niño pequeño e indefenso.

-¿Kaeya? - le llamó arrodillándose frente a él; Kaeya levantó suavemente su cabeza, lloraba sin parar, gimoteando y haciendo pucheros como el niño vulnerable que era.

-No... - susurró antes de volver a ocultar la mirada, totalmente avergonzado de ser visto por ella; Lisa se sentó a su lado y extendió sus brazos para acarrearlo hacia sus muslos, guiándolo para que se sentase sobre sus piernas para abrazarlo con ternura.

-Llora si lo necesitas, no tienes nada que temer - dijo la chica, confortando al príncipe - vi lo que pasó.

-¿Tu... también le crees...? - preguntó Kaeya, luego se encogió comprimiendo el estómago para reprimir sus ganas de gritar y retorcerse, el dolor emocional era más insoportable que el dolor físico, incluso más fuerte que cuando perdió su ojo.

-No, no le creo - respondió ella abrazándolo más fuerte, el príncipe se cubrió la cara con las dos manos y chilló desesperado, solo cuando se calmó Lisa pudo proseguir - yo creo en ti.

-Lisa... - susurró Kaeya sollozando y recostando su cabeza en el pecho de la muchacha - eres perfecta...

-Kaeya ¿Por qué el rey te hace eso? ¿Acaso tu padre y él han tenido altercados? - le preguntó, Kaeya agachó la cabeza confundido.

-No lo sé... pero, el rey ha dicho que quiere matar a mi papá... - reveló el príncipe, todavía creyendo que Barbatos se refería a Crepus cuando lo amenazó con matar a su padre.

-Ya veo... entonces si debe ser un problema entre ellos, que tú estás pagando injustamente - comentó la chica, Kaeya secó sus lágrimas con los nudillos, Lisa tomó su pañuelo y le limpio la cara y la nariz.

-No quiero que el rey mate a mi papá... - murmuró el pequeño llorando otra vez, Lisa lo abrazó y arrulló amorosamente por unos minutos, meciéndolo como si fuera un bebé.

-No creo que eso ocurra... - dijo ella solo para tranquilizarlo, en ese momento ambos escucharon a alguien corriendo por el pasillo, gritando un nombre a todo pulmón.

-¡¡Kaeya!! - gritó Crepus una vez más, el pequeño enderezó la espalda, ansioso por ver a su amado padre.

-¡¡Papá!! - gritó de vuelta con todas sus fuerzas, el señor Ragnvindr siguió su voz hasta entrar corriendo al salón, hallándolo en la parte trasera en los brazos de otra niña.

-Kaeya... ¿Estás bien? ¿Te hizo daño? - preguntó Crepus acercándose rápidamente a su hijo para tomarlo en sus brazos.

-Papá... él volvió a arañarme... nadie me creyó cuando... - le explicaba el pequeño afligido, su padre lo abrazó y besó su frente, casi llorando de rabia.

-Mi bebé... - susurró el señor Ragnvindr - se acabó, mañana mismo acabaré con este problema, ese monstruo no puede solo venir cuando se le dé la gana para hacerte daño. Nadie se mete con mis pequeños.

-¿Y qué piensa hacer? - cuestionó Lisa levantándose, Crepus apenas caía en cuenta de su presencia, al ingresar solo estaba enfocado en tomar a su bebé.

-Desafiaré abiertamente al rey, arreglaremos nuestras diferencias de esa forma, ya no lo dejaré hacer lo que quiera con mi hijo, por mi honor.

-Es un suicidio - comentó ella cruzada de brazos.

-Debo hacerlo.

-No lo digo solo por los centenares de caballeros que estarían dispuestos a luchar en su nombre para derrotarlo a usted. Una sola flecha bastaría para liquidarlo, y usted lo sabe - decía Lisa tratando de hacerlo entrar en razón, pero Crepus seguía firme.

-No si el duelo es con espadas.

-¿En cuántas batallas militares ha participado, señor Ragnvindr? - preguntó la muchacha, Crepus se sorprendió por esa pregunta.

-No he participado en la guerra, mis únicas batallas han sido uno a uno - reconoció el señor Ragnvindr, la chica suspiró decepcionada.

-El rey ha participado activamente de varias batallas, no solo sabe usar el arco, también sabe salir vivo de los combates con más de un espadachín a campo abierto. Si nos ponemos a pensar estratégicamente, usted tiene las de perder - le dijo ella, Crepus frunció el ceño ofendido.

-Eso ya lo veremos, no perderé, por mis hijos juro que no perderé.

-Usted tiene muchísimo más que perder si lo desafía a un duelo, solo piénselo, si usted muere ¿Quién cuidará a sus niños del rey?

-¿Que sugiere usted entonces? ¿Qué me cruce de brazos sin hacer nada? - le preguntó el señor Ragnvindr con molestia, Kaeya lo abrazaba sollozando, y escuchando la conversación entre él y Lisa con impotencia.

-Mire a Kaeya por favor ¿Realmente cree que se sentiría mejor si usted pelea con el rey? - cuestionó la muchacha, Crepus miró a su pequeño, y este negó con la cabeza para decirle que no se sentiría nada bien si algo le pasaba a su padre.

-Kaeya...

-Papá... no pelees con él, no quiero que te mate, no quiero... - le decía el príncipe llorando otra vez, el señor Ragnvindr lo abrazó y besó protectoramente, era peor para su angelito estar en ascuas, preocupado por su vida.

-¿Entonces qué hago? ¿Qué puedo hacer para que deje en paz a mi hijo?

-Déjeme eso a mí y a mi familia, se nos dan mejor las soluciones diplomáticas.

-¿Esta segura que eso puede funcionar?

-Es mejor que arriesgar su vida. Pediré una audiencia con el rey, probablemente me dejen tener una con él después de este fin de semana.

-No sé cómo pagárselo...

-No tiene que hacerlo. Ambos queremos que Kaeya esté bien, sin tener que pagar por los errores de alguien más - insinuó la chica con algo de rencor, Crepus comprendió que Lisa pensaba que era su culpa que su pequeño recibiera esos maltratos, pero si concordó con ella en el hecho de que Kaeya si pagaba por los "errores" de su padre biológico y de los espías de Khaenri'ah que querían sacarlo de Mondstadt.

Alatus, Ganyu y Barbatos iban dentro del carruaje real, Venti lucía satisfecho con haberse lucido ese día frente a los jóvenes estudiantes de Mondstadt, con la intención de volver más atractiva su imagen ante ellos y despertarles la curiosidad, un chico ya había intentado establecer un contacto más estrecho con él, eso le pareció lo más productivo de su visita; también le gustó mucho haberse divertido con el príncipe Alberich, romperlo era tan sencillo como simplemente acercarse un poco, era realmente un deleite ejercer su poder sobre él. Mientras fantaseaba con la versión futura de Kaeya y lo que quería hacerle, comenzó a toser sin control por unos minutos, esos ataques de tos eran cada vez más frecuentes y ya empezaban a preocuparle, ese mismo día tendría que llamar a un médico para ser examinado.

Rhinedottir no estaba dentro de la carroza, se había separado del grupo para "recrearse", acompañando a su pequeño aprendiz, ocultos en los rincones de las calles mientras revisaban sitios donde colocar algunas "sorpresas" que usarían el día del Ludi Harpastum, que ya estaba próximo a ocurrir. Ambos se movieron cerca de la residencia temporal de los Ragnvindr, y vieron llegar a Crepus y a sus hijos, Diluc tenía una actitud sombría, observando fijamente a su padre cargar en sus brazos a Kaeya como si este estuviera herido, cuando en realidad no tenía ni una sola magulladura visible.

El príncipe evitó la mirada de su hermanastro, y se encontró con la figura de la alquimista, acechándolo desde las sombras junto al niño que jamás mostraba el rostro; Kaeya sintió miedo, no de ella, pero si del motivo por el que se había acercado a él, intentaba negar sus conjeturas, pero Rhinedottir estaba allí para recordarle que aún tenía que hacer preguntas, hasta llegar a la verdad que no quería saber. Abrazó con más fuerzas a Crepus cuando entraron al hotel, su padre lo arrulló y lo llevó a su cuarto, el niño no tenía muchos ánimos, no duraba mucho tiempo caminando por cuenta propia, y eso le preocupaba al señor Ragnvindr, que empezaba a creer que su bebé estaba pescando algún tipo de enfermedad.

Diluc seguía furioso con Kaeya y con su padre, de nada le servía haber pasado más tiempo con él si el príncipe seguía acaparando su atención con esas "emergencias", cada vez lo despreciaba más. Padre e hijo comieron juntos en el almuerzo, a ratos Crepus miraba hacia atrás pensando en Kaeya, que seguro estaba durmiendo sin una pizca de apetito, comentó entonces que lo tenía preocupado, que parecía muy enfermo y que llamaría a un médico para que chequeara su estado; en ese momento Diluc tuvo el pensamiento más cruel que había tenido, deseó que esa enfermedad fuese realmente grave, mas hasta el mismo se detuvo a reflexionar porqué estaba pensando de esa forma tan poco honorable.

El príncipe se levantó para observar desde la ventana a Rhinedottir, que parecía estar esperándolo para que hablaran de lo que tenían pendiente; Kaeya volteó a ver la estantería, el libro seguía ahí, mezclado entre tantos otros, y se sintió acorralado tanto por la alquimista como por esa "novela" con la vida de los Alberich resumida en sus páginas. No quería mirar más a ninguno de los dos, no quería tomar una decisión ni saber nada que lo hiciera sentir peor; por impulso se asomó por su puerta y llamó a Crepus, que llegó corriendo a verlo.

Kaeya tomó la mano de su padre y lo guió a su cama, el señor Ragnvindr se recostó de lado, y su pequeño gateó para acurrucarse en su pecho; no pronunció palabra alguna, pues lo único que deseaba era ser abrazado por él mientras trataba conciliar el sueño, era lo único que necesitaba en el mundo. Crepus lo acarició hasta que el niño se quedó dormido, entonces pudo apartarse y volver a sus quehaceres, entre los que se encontraba ir a buscar a un médico; no tardó ni una hora en traer uno que examinó a Kaeya sin encontrar ninguna señal de una enfermedad, pero que hizo énfasis en que debía cuidarlo de cerca porque sus síntomas apuntaban a un problema emocional y no físico.

Era la primera vez que el señor Ragnvindr oía que alguien podía enfermarse por una gran tristeza, sin embargo al pensar en ello no le pareció nada ilógico que su niño estuviera pasando por eso, todo por culpa del rey y su afán de atormentarlo. Kaeya despertó un momento cuando el doctor aún seguía allí, ambos se saludaron, el pequeño seguía sin sentir hambre aunque llevase varias horas sin comer, ese síntoma de su problema era lo que temía el médico, porque sería lo que podría acarrearle enfermedades a corto plazo.

Adelinde logró persuadir al príncipe para que se alimentara, en su próximo reporte para el rey tendría que hablarle del estado de Kaeya, pues se reuniría con él al día siguiente durante el atardecer para decir sus observaciones sobre ese angelito. Luego de comer un poco, forzándose a ignorar la sensación de permanente inapetencia y fatiga, el príncipe volvió a dormir, pensando con miedo en el día de mañana, el último de la semana escolar, hundido en la preocupación de que le dirían sus compañeros sobre su acusación hacia el rey.

Al otro día nadie le dijo nada al respecto, pero si se sentía más solo; su impotencia y dolor se reflejaban sin que pudiera disimularlo, durante todas sus clases solo quería salir corriendo de allí para poder gritar y llorar, ya que aunque todo estuviera en silencio, seguía imaginando que lo observaban y hablaban de él a sus espaldas, como si lo tachasen de mentiroso y malvado a él, y no a Barbatos. Al finalizar la última clase, Kaeya se fue corriendo, por suerte no encontró a Rhinedottir esperándolo afuera, así que marchó rumbo a la residencia temporal, solo para encontrarse a Diluc y a Jean, peleando amistosamente con sus espadas en el frontis del hotel.

Jean supo que debían parar, porque luchar frente a Kaeya le podría traer problemas, un año atrás habían descubierto que los castigos contra el príncipe también se aplicaban cuando ellos peleaban cerca de su campo visual, sin que necesariamente Kaeya buscase verlos. Diluc refunfuñó con molestia por esa decisión de su amiga, y cuestionó el porqué tenían que parar solo por él, que bastaba con que el príncipe se alejara por cuenta propia; Jean se cruzó de brazos y le respondió que estando juntos, debían jugar a juegos normales para incluir a Kaeya, ninguno de esos comentarios estaba agradando al príncipe, por lo que les dijo que prefería ir adentro para leer.

Su hermanastro pareció alegrarse por eso, pero Jean colocó las manos en su cintura y le dijo con firmeza a Diluc que guardase su espada, y a Kaeya que no se apartara por la mala actitud de Diluc, porque lo justo era que todos se divirtieran por igual. No podían desobedecerla, así que ambos obedecieron incomodos con la presencia del otro; la niña corrió a tomar un balón para jugar a las atrapadas, eso no contaba entre las prohibiciones por no ser intrínsecamente un arma, pero los caballeros que los vigilaban en el viñedo a veces se cuestionaban si debían dejar que Kaeya lo usara, porque con él podía lastimar a alguien o romper un objeto accidentalmente.

Jean y Diluc conseguían corretear y atrapar la pelota como siempre lo hacían, pero Kaeya se cansaba con mayor facilidad, haciendo el máximo esfuerzo por permanecer de pie; sus débiles brazos no lograban tomar el balón en el aire, dejándolo dar botes a varios metros, siendo Diluc quien debía ir a por ellos. Diluc nuevamente se enfadó con Kaeya por su evidente falta de energía y motivación para estar allí con ellos, creyendo que a propósito les demostraba su desdén, como si quisiera enseñarles lo poco que le interesaba pasar tiempo con ellos.

Como ya se estaba molestando demasiado, esa parte oscura de sí mismo, la que odiaba al príncipe, le dijo que debían hacer algo para despertarlo, para que comenzara a tener mejores reflejos, ya que por su desgano arruinaba la experiencia del juego; entonces Diluc tomó la pelota en el aire y la lanzó apuntando directamente a la cara de Kaeya, atinando dolorosamente debajo de su parche. El príncipe cayó de rodillas chillando de dolor, se tocó el golpe, pero al sentir que el ojo de vidrio que tenía en su cuenca cubierta se desencajó un poco, tuvo que subir rápidamente las manos para acoplarlo en su sitio.

-¡¡Diluc!! ¡¿Por qué hiciste eso?! - lo regañó Jean, el príncipe miró con desprecio a su hermano mientras terminaba de acomodar su parche.

-¡No lo hice con intención! - respondió él, ocultando la satisfacción de haber descargado su rabia por primera vez - no la lancé a su cara, lo que pasa es que es demasiado lento.

-¿Cuál es tu problema? - preguntó Kaeya poniéndose de pie con el balón en su mano.

-No tengo ningún problema, es tu culpa porque no tienes buenos reflejos.

-Si me dejaran entrenar como tú, tal vez si tendría buenos reflejos.

-Esas son excusas, antes de venir aquí si podías esquivar - replicó Diluc, Kaeya apretó sus labios, mirando el suelo con impotencia, porque tenía razón, antes de comenzar con su vida escolar, no sentía esa debilidad, esa lentitud en sus movimientos, la falta de apetito y de sueño; quizá si se estaba enfermando gravemente.

-No sé qué me pasa... juro que hago todo lo que puedo - susurró aguantando los crecientes deseos de llorar y esconderse, su amiga se compadeció inmediatamente y se acercó para tomarle las manos.

-Lo sabemos, no te preocupes Kaeya. Si este juego te cansa mucho, podemos jugar a algo que a ti te guste - sugirió Jean, Diluc se quejó hastiado de que todo el mundo tratara a Kaeya como una delicada flor.

-No me metan a mí en sus juegos aburridos ¿Porque qué cosa puede jugar si no es capaz de moverse rápido?

-Tiene razón Jean, creo que lo mejor es que me vaya a mi habitación...

-Pero Kaeya... - dijo la niña entristecida, el príncipe sobó su rostro una vez más y comenzó a caminar hacia la entrada del hotel, Jean volteó a ver a Diluc, y notó la pequeña sonrisa de gusto que tenía en el rostro, eso la enfureció - ¡¿Que pasa contigo?!

-¿Qué? ¿Que hice? - cuestionó Diluc con molestia, Kaeya se detuvo para ver porque estaban discutiendo otra vez.

-¿Por qué sonríes? ¿Lo querías alejar desde el principio? - le preguntó Jean, el príncipe se giró en seco.

-Que importa eso, déjalo ir, que se quede con sus instrumentos y sus pinturas, eso le gusta más que jugar con nosotros - respondió Diluc, Kaeya venía hacia él, enfurecido.

-Diluc ¿Por qué estas actuando así? Llevas días enojado conmigo sin razón ¿Por qué? ¿Qué fue lo que te hice? - pronunció Kaeya rompiendo en llanto a medida que hablaba.

-¿Ya vas a llorar? Siempre estás llorando frente a mi padre, no puedes conseguirlo todo de esa forma - lo increpó Diluc, el príncipe se paró delante de él, envalentonado por la rabia.

-¡Te hice una pregunta! ¡Respóndeme! - le exigió, Jean dio un paso atrás, nunca había visto tan enojado a Kaeya.

-¡Estoy molesto porque eres un falso! - replicó Diluc tomándole con fuerza un brazo, el príncipe chillo de dolor, por alguna razón le había dolido más de lo normal, y su reacción hizo que Diluc rodara los ojos - ¿Lo ves? Apenas te toqué y estás llorando como si te hubiera pegado.

-Pero si duele - dijo Kaeya con el brazo aprisionado en el puño de su hermanastro.

-Y ahora le vas a decir a mi padre que te pegué - Diluc pareció afirmar aquello con total certeza, el príncipe se retorció, ese apretón le dolía, pero él era consciente de que Diluc podría apretarlo con mayor fuerza, que no era su culpa que le estuviera doliendo, que era culpa suya y de su débil cuerpo.

-No le diré... - susurró Kaeya afligido.

-¡Diluc suéltalo! - ordenó Jean, Diluc soltó el brazo del príncipe, observándolo con esa mirada aterradora que lo hacía querer esconderse cuando estaban en la misma habitación del hotel.

-Lo haces a propósito, ahora Jean también está en mi contra... - murmuró Diluc sombrío.

-¿También...?

-Mi padre... - susurró, Kaeya retrocedió asustado.

-Papá también te quiere Diluc...

-Tu ni siquiera eres su hijo... - dijo en voz alta, el príncipe se sobresaltó indignado.

-¡No es cierto!

-No eres un Ragnvindr.

-¡No es verdad! Tal vez no seamos hijos de la misma mamá, ¡Pero si somos hermanos de padre! - decía Kaeya negando las palabras de su hermanastro.

-¡No eres un Ragnvindr! ¡Eres adoptado!

-Te dije... que soy tu medio hermano, papá me dijo que conoció a mi mamá ¡Él nunca miente! - le gritó Kaeya muy cerca de la cara.

-Eres adoptado, yo lo recuerdo bien - reafirmó Diluc, el ojo de Kaeya se llenó de lágrimas de ira - yo nunca te pedí, yo no quería un hermano ¡Tu solo estorbas!

En ese momento el príncipe estampó contra la cara de Diluc la pelota que tenía en la mano, a esa corta distancia el golpe dolió tanto como el que Diluc le había dado, pero, en vez de llorar, su hermanastro se le quedó viendo fijamente en silencio, respirando furioso mientras parecía estar preparándose para atacar como una bestia. Kaeya fue consciente del peligro cuando ya era demasiado tarde, y recibió de lleno un fuerte puñetazo de Diluc, que no contuvo su fuerza, lanzándolo al suelo por el impacto; el príncipe se giró para levantarse, pero su hermanastro se lanzó sin compasión sobre él, propinándole más golpes.

Jean corrió, jalando las ropas y el cabello de Diluc para separarlo de Kaeya, pero Diluc estaba tan lleno de odio que no le interesaron sus órdenes y sus intentos por detenerlo, solo quería moler a golpes el lindo rostro del príncipe. La rabia fue más poderosa para Kaeya que su debilidad corporal, y para defenderse mordió y lanzó arañazos contra la cara de Diluc, ambos gritaban y se revolcaban agrediéndose como podían, Kaeya principalmente con sus uñas, Diluc con puñetazos y retorciéndole las extremidades, reduciéndolo en varias oportunidades de las formas más violentas que le habían enseñado en la academia militar.

Asustada por la pelea que era incapaz de detener, Jean corrió hacia el interior del hotel, alertando desde la puerta del cuarto a Crepus y Adelinde para que la ayudaran a separarlos; el señor Ragnvindr y la criada corrieron hacia el exterior, Kaeya seguía resistiendo la golpiza de su hermanastro, mordiendo y lanzando arañazos sin parar cuando Diluc lo reducía por momentos. Crepus agarró a su hijo biológico por la espalda para alejarlo del príncipe, y Adelinde arrastró como pudo a Kaeya, ambos quedaron sentados en los adoquines, la mujer revisaba el ensangrentado rostro del niño mientras este lloraba enrabiado; por su parte Diluc se movía tratando de zafarse para ir otra vez al ataque.

-¡¡¡Diluc!!! - le gritó su padre con autoridad, su hijo se quedó quieto y lo miró atemorizado - ¡¡¿En que estabas pensando?!!

-¡Él empezó! - respondió su hijo para excusarse, Kaeya abrazaba a Adelinde llorando a mares - ¡No le creas, él me golpeó con el balón!

-Tú también lo golpeaste con el balón - comentó Jean cruzada de brazos.

-¡Eso fue un accidente!

-¿Por qué?... ¿Por qué tiene que pasarme esto a mí?... - gimoteaba el príncipe entre los brazos de la criada, agarrándose la cara con las uñas.

-Ven pequeño, vamos adentro, te curaré esas heridas - le dijo Adelinde abrazándolo y besándolo, luego le ayudó a levantarse y caminaron hacia el interior del hotel, el llanto de Kaeya hacía eco en todo el lugar.

-Diluc, no vuelvas a hacer eso - le ordenó Crepus, su hijo se engrifó.

-¡Él también me hizo daño! - dijo apuntando los rasguños en su cara - ¡Tu solo lo defiendes a él!

-Los dos estuvieron muy mal, no tienen que pelear - agregó el señor Ragnvindr, mas se arrodilló delante de Diluc y lo tomó de los hombros - pero tu estás en una academia militar, tu sabes usar armas, sabes dar golpes, tienes mejor resistencia, eres mucho más fuerte que tu hermano. Kaeya no puede hacer lo que tú haces, no sabe defenderse porque no lo dejan aprender a hacerlo, es por eso que no fue una pelea en condiciones justas.

-¡Tú eres el injusto! - replicó Diluc llorando, Jean estaba en silencio, ahora sentía lástima por Diluc - ¡Tú lo defiendes más a él! ¡Pasas más tiempo con él! ¡Lo quieres más a él! ¡Yo soy tu verdadero hijo! - decía el niño soltando toda su frustración en forma de llanto.

-¿Tu sabes que Kaeya es adoptado?

-Sí...

-¿Desde cuándo?

-Tú lo trajiste al viñedo hace años... yo me acuerdo de todo.

-Diluc, yo amo a Kaeya de la misma forma que te amo a ti - le explicó Crepus sujetando delicadamente sus hombros mientras lo miraba a los ojos - tu eres mi hijo, y Kaeya también lo es, no importa que no comparta nuestra misma sangre, yo los he criado a ambos como mis amados hijos, y eso no va a cambiar, no dejaré de amarte nunca, ni a ti ni a él.

-Pero Kaeya es el enemigo - dijo Diluc entre molesto y asustado, su padre se le quedó viendo desconcertado - ¡Kaeya es de los malos!

-¿Quién te dijo eso, Diluc? - pregunto el señor Ragnvindr seriamente, su hijo titubeó.

-En la clase teórica nos contaron que la zarina de Snezhnaya y el padre de Kaeya han estado en guerra con Mondstadt y Liyue por 11 años, mis compañeros dijeron que familiares suyos han muerto por su culpa y... - decía Diluc antes de que su padre lo interrumpiera abruptamente.

-No me refería a eso ¿Quién te dijo el origen de Kaeya? - volvió a preguntar Crepus, Diluc hizo silencio con temor - Barbatos...

-¡Eso no importa! - replicó Diluc nervioso, queriendo evitar que su padre tuviera roces con el rey - no importa quién me lo dijo, lo que importa es que Kaeya es...

-No Diluc, si importa. El hecho de que el padre biológico de Kaeya sea enemigo de Mondstadt, no significa que Kaeya también lo sea, Kaeya es nuestra familia, no se volverá en tu contra por arte de magia - pronunció el señor Ragnvindr mirando fijamente a su hijo - Barbatos te contó eso para ponerte en contra de tu hermano, no por otra cosa.

-El rey...

-¿Qué fue lo que te dijo?

-Que tenía que secuestrar a Kaeya para asegurar la vida de la gente de Mondstadt.

-¿Y eso es excusa para hacerle daño?

-¡Solo lo castiga si no sigue las reglas!

-Diluc... ¿Tu lastimarías a tu hermano si quisiera entrenar contigo? - preguntó Crepus sin dejar de sostener la mirada, a su hijo se le dificultaba mantenerla por el nerviosismo y la vergüenza.

-Si lo tiene prohibido... - murmuró dubitativo, y su padre no lo dejó terminar antes de hacer otra pregunta.

-¿Lo lastimarías por leer libros de historia? - preguntó el señor Ragnvindr, Diluc agachó la mirada avergonzado y entristecido.

-Tendría que hacerlo si...

-¿Lo lastimarías si alguien de Khaenri'ah tratara de llevárselo?

-Yo... si me lo ordenan... yo tendría... - decía Diluc titubeando, Crepus estaba muy decepcionado.

-Ve a tu cuarto por favor - ordenó su padre, Diluc sollozó, pensaba que Crepus estaba siendo injusto con él, pero también se avergonzaba de sí mismo por haber hecho y dicho cosas que él no aprobaba; así que sin decir nada el niño corrió adentro del hotel, iba llorando y sollozando al igual que el príncipe de Khaenri'ah, que se encontraba en la cocina siendo curado por Adelinde.

Por la tarde adelinde fue rumbo al palacio del rey Barbatos para darle su reporte sobre la vida del pequeño príncipe de Khaenri'ah, sin ser consciente todavía de las intenciones del monarca con ese pequeño; tendría que decirle la verdad, que el niño resultó herido después de una pelea con el hijo de Crepus Ragnvindr, ella no estaba segura de sí el hecho de no haber evitado que Kaeya saliera lastimado iba a traerle consecuencias, pues el rey era muy ambiguo con sus sentimientos por ese niño, tal vez era su rehén, pero si le había pedido que le contara todo de él, quizá sentía algo de afecto hacia su persona. Tampoco le resultaría extraño que el soberano de Mondstadt apreciara al príncipe de Khaenri'ah, el niño se dejaba querer con su actitud tan encantadora, y ahora que era más inseguro y solitario, más que cambiar su percepción, la hacía querer protegerlo y mimarlo para devolverle su sonrisa.

Venti se encontraba en su oficina personal, había un joven de unos 16 años sentado en una silla, siendo rodeado lentamente por el rey; el muchacho tomaba sus manos con nerviosismo, algo le decía que estaba haciendo algo incorrecto, pero al mismo tiempo esperaba con ansias que Barbatos actuara como se lo esperaba, era emocionantemente peligroso, eso es lo que creía su mentalidad aun no lo suficiente madura. El monarca masajeó los hombros del adolescente, este cerró los ojos, respirando profundamente para controlarse; Venti le besó la cabeza mientras lo abrazaba por la espalda, preguntando con voz suave si quería otro beso.

El joven no dudó en decir que si quería un beso más, a lo que el rey le preguntó en qué lugar deseaba ese beso, y el muchacho reflexionó un momento antes de responder que quería uno en los labios; Venti caminó para arrodillarse delante de él, echando la cabeza hacia atrás para verlo a la cara, dejándolo esperar para incrementar su impaciencia. Aquel adolescente ya no podía más con el calor infernal que lo envolvía, él y muchos de sus compañeros fantaseaban con tener al rey Barbatos, pues lucía tan joven, atractivo e inalcanzable que era imposible no hacerlo.

Venti cayó de espaldas al piso cuando el adolescente se abalanzó sobre él, besándolo como una fiera en busca de sangre, demostrándole al monarca que no se equivocaba al pensar que esa era la mejor etapa de la vida, cuando los jóvenes estaban llenos de energía y curiosidad por experimentar con aquello que tanto placer le daba. Se dejó llevar, lo dejó tocar cuanto quisiera, lo dejó meter las manos sin ni un solo limite, porque quería saber a qué estaba dispuesta su nueva presa, y no se sentía para nada decepcionando.

Se detuvieron cuando un empleado tocó la puerta para anunciarle desde afuera al rey que ya estaba allí la mujer con la cual tenía una reunión, Barbatos respondió resignado que le diera unos minutos antes de que la dejara entrar, y tocó suavemente las mejillas del joven para hacerle jurar que lo que había pasado solo debía quedar entre ellos, para que nadie más le pidiera hacer algo como eso como si fuera alguien "fácil". El muchacho pareció entender, y llevando el dedo índice a sus labios juró que guardaría el secreto; Venti le besó el cuello antes de despedirse, ese adolescente tembló de gusto, su rey era lo más hermoso y sensual que habían visto él y sus amigos, más de alguno admitió alguna vez que sus primeras "autoexploraciones" fueron dedicadas a él.

Rápidamente Barbatos sacó al joven de la oficina, pidiéndole que saliera por la parte de atrás del palacio, el criado guió al muchacho hasta ese sitio en absoluta complicidad con el monarca, y este se arregló para quedar presentable ante Adelinde, que ya estaba llegando a su oficina. La recibió abriéndole la puerta como un caballero y la invitó a sentarse en la misma silla donde había estado el adolescente, ella se acomodó el delantal y esperó a que el rey fuera a su cubículo para comenzar a contarle lo acontecido en casa de los Ragnvindr.

-¿Cómo ha estado su trabajo? - preguntó el monarca juntando las manos mientras sonreía ladino e interesado, Adelinde automáticamente sonrió en mayor confianza con él.

-El joven Kaeya es un encanto, me ayuda cuando puede, aunque ciertamente le interesa más leer, dibujar y practicar con sus instrumentos, pero eso es normal en un niño - dijo ella recordando con ternura al pequeño príncipe, Venti levantó una ceja e hizo una mueca cínica y envidiosa.

-¿Ah sí?

-Es tan dulce y conversador, cuando sea mayor será todo un galante - decía ella, Barbatos mantuvo la fachada para esconder la perversidad de su imagen mental de un Kaeya crecido.

-No lo pongo en duda ¿Hay alguna otra novedad? ¿Los Ragnvindr volverán al viñedo o se quedarán en Mondstadt?

-Partiremos por la madrugada rumbo al viñedo... Y la verdad es que si hay algo más, creo que los ánimos del viaje no serán los mejores...

-¿Por qué lo dice?

-Hoy el joven Diluc y el príncipe tuvieron una pelea - reveló ella, Barbatos la observó con mayor interés.

-¿Discutieron por algo?

-Estaban jugando y creo que hubo un malentendido que hizo que terminaran peleándose a golpes - le contó Adelinde, la expresión de Venti se tornó seria de repente.

-¿El príncipe Alberich golpeó a Diluc Ragnvindr? - preguntó el rey más sombrío que hacía unos segundos.

-Bueno, más o menos, el joven Diluc tiene algunos rasguños en la cara, pero quien salió peor parado fue Kaeya, está lleno de hematomas en el cuerpo y la cara, y sus dientes sangraron mucho, creo que perdió algunos - le explicó la mujer sintiendo una compasión que era inexistente en Barbatos - el pobre niño no ha estado bien últimamente, esto no le fue de ayuda...

-¿Diluc tiene rasguños en el rostro? - le preguntó Venti ignorando lo que le decía Adelinde.

-Sí, un par de arañazos... Ese niño tiene una naturaleza más violenta que la del príncipe, supongo que lo único que pudo hacer este para defenderse fue usar sus uñas - dijo Adelinde, Barbatos permanecía callado - el pequeño Kaeya se ha sentido muy desanimado últimamente, casi no come, no sonríe, y en general no tiene muchas energías, creo que está enfermando...

-Ya veo... ¿Dice usted que partirán mañana por la madrugada?

-Sí, yo también iré para conocer la residencia del señor Ragnvindr.

-Entiendo, ojala disfrute esa visita señorita Adelinde, dentro de lo que cabe - comentó el soberano, ella no comprendió a que se refería con ese "dentro de lo que cabe".

-Muchas gracias su majestad.

Por la madrugada Crepus le pidió a sus hijos que no dijeran palabra alguna respecto a su pelea, y que ya no volvieran a repetirla o les impondría un castigo más estricto, ambos asintieron con resignación, Diluc miró de reojo a Kaeya con odio, y este le pagó con la misma moneda, su lindo rostro tenia parches de gaza, manchas de sangre que no salieron después de lavarse la cara a medias por el dolor, y marcas moradas y verdosas debido a los golpes; el de Diluc solo tenía unas cuantas líneas rojizas, como si se hubiera peleado con un gato y Kaeya con un león. La familia subió al carruaje en silencio, Adelinde ya estaba sentada adentro, el príncipe se instaló a su lado y le pidió permiso para recostarse en sus piernas, ella gustosa aceptó y lo acarició suavemente mientras dormía para hacer más corto el viaje.

Kaeya no se dio cuenta de cuando ya era la hora de la merienda, el cochero se detuvo un momento para que juntos comieran algo antes de proseguir, pero el príncipe solo abrió el ojo unos segundos antes de volver a dormirse, Adelinde lo tomó suavemente entre sus brazos y le llevó al pastizal donde estaban sentados los demás. El señor Ragnvindr quiso despertar a Kaeya para darle de comer, pero el pequeño se quejó un poco y volvió a dormirse profundamente; Diluc se sintió extrañado, no comprendía como es que no tenía hambre en ningún momento del día, en el fondo eso si le preocupaba un poco.

Crepus insistió con despertar a su hijo, Kaeya hizo un berrinche, sin embargo se vio forzado a sentarse y abrir la boca para ser alimentado, entonces su hermanastro volvió a molestarse con él por su comportamiento y por ser tan mimado como para que otros adultos le dieran de comer sin hacer el más mínimo esfuerzo por sí mismo. El viaje continuó, el príncipe ya estaba despierto, y tanto él como Diluc se miraban fijamente sin hablar, Diluc todavía quería golpearlo, y Kaeya estaba alerta por si tenía que defenderse y morderlo o rasguñarlo una vez más.

Cuando se acercaron al viñedo, vieron a Ernest correr hacia ellos moviendo los brazos y gritando algo que no pudieron escuchar por el ruido de los cascos del caballo; el empleado siguió haciendo señas y gritó a todo pulmón que dieran la vuelta, pero fue muy tarde cuando de entre los arboles apareció media docena de corceles guiados por caballeros de Favonious, que los escoltaron hacia el interior de los dominios del señor Ragnvindr, quien abrió con temor los ojos al verse acorralado con sus pequeños. Kaeya y Diluc no fueron conscientes de lo que estaba ocurriendo afuera de la carroza, solo Crepus y el cochero sabían la gravedad del asunto, y ya no podían virar para evitarlo; estaban atrapados.

Al llegar al frontis de la mansión no tuvieron más alternativa que bajar del carruaje, encontrándose al rey parado en el centro, esperándolos con más de 20 soldados formando una barrera para mantener a raya a los criados de la mansión Ragnvindr que amenazaban con atacar al rey usando sus herramientas de trabajo. El príncipe comenzó a temblar de pánico y corrió para esconderse detrás de su padre, Crepus desenvainó su espada con una mano mientras usaba la otra para tocar la cabecita de su pequeño para darle calma, aunque él mismo no estuviese nada calmado.

-¡¿Qué es lo que quieres aquí?! - increpó el señor Ragnvindr al monarca, Adelinde dio un paso atrás, confundida y asustada por el peligroso ambiente formado.

-Será rápido maestro Crepus, solo debe prestármelo unos minutos - le dijo el rey apuntando con su dedo a Kaeya, a quien le costaba respirar por el terror.

-¡¡Fuera de mi propiedad!! - ordenó Crepus, los empleados levantaron sus herramientas gritando "fuera" con ira, Barbatos seguía serio, pasando a mirar a Kaeya como reprochándole algo.

-Nadie quiere un derramamiento de sangre innecesario ¿Verdad? Lo único que tiene que hacer es entregarme al niño.

-¡Eso nunca! - gruñó Crepus, los ánimos entre los caballeros y los criados se tensaron, los dos bandos se miraban preparados para recibir órdenes de atacar; Diluc tragó saliva, y Adelinde se puso muy tensa.

-¿Que está ocurriendo? Su majestad ¿Por qué está aquí? ¿Por qué quiere...? - preguntaba la mujer, Venti le sonrió maliciosamente.

-Muchas gracias por haberme mantenido informado de lo acontecido con el príncipe, sin usted no me habría enterado de su grave falta - comentó Barbatos, haciendo que el señor Ragnvindr y sus demás trabajadores la miraran con desconcierto.

-¿Grave falta?... - cuestionó Adelinde atemorizada de como la observaban los demás.

-Nuestro pequeño príncipe hizo algo terrible ayer, y necesita ser castigado por ello - pronunció Venti disimulando su sonrisa, Kaeya palideció y su estómago se retorció hasta doler.

-¡¿Qué significa esto?! - gritó Crepus furioso y ocultando más a su pequeño hijo detrás de sus piernas.

-Lo que oyó, Kaeya cometió una de las faltas más graves ayer - dijo Barbatos apuntando a Diluc - enséñame tu rostro, joven Ragnvindr - le ordenó el soberano a Diluc, que dejó de estar apartado en shock para mostrar los rasguños en su cara; el príncipe sentía que ya no era capaz de respirar - ¿Ve lo que hizo?

-No... no te atrevas... ¡No vas a castigar a Kaeya por eso! ¡Yo soy su padre, y soy yo quien debe imponerles sanciones a mis hijos!

-Oh... ¿Lo es? - cuestionó Barbatos, Diluc miró sus pies pensando por un momento que tal vez si era responsabilidad del rey castigar a Kaeya si su padre en realidad no era el de Kaeya; sin embargo en el fondo estaba completamente seguro de que algo andaba muy mal.

-¡Tendrás que pasar por sobre mi cadáver! - exclamó Crepus en guardia, entonces los empleados del viñedo empezaron a atacar a los caballeros que los retenían, los gritos e insultos aterrorizaron al príncipe, pudo ver como un soldado hirió el pecho de Tunner con un tajo horizontal, mientras otros de sus amigos directamente recibían puñaladas que trataban de amortiguar con sus brazos.

-¡¡Basta!! ¡¡Basta!! - gritaba Kaeya cubriéndose los oídos mientras lloraba desgarradoramente; Diluc saltó dentro de la carroza y rápidamente sacó su espada, listo para ir a defender a los criados.

-¡¡Diluc!! - lo llamó Crepus, Diluc se detuvo antes de que pudiera llegar hacia los caballeros de Favonius para matarlos, el señor Ragnvindr miró a Barbatos con odio y miedo - ¡Detén esto!

-Usted elige, o me da a ese niño sabiendo con certeza que se lo devolveré vivo, o ellos se mueren - dijo Venti mirando como los empleados resistían; Diluc estaba dividido entre odiar al rey por meterse con los suyos, o darle la razón en que todo se solucionaría si su padre entregaba a Kaeya.

-¡No puedes hacer esto! - gritó Crepus para luego empezar a correr hacia el monarca, listo para atacar - ¡Pelea como un hombre! - le dijo levantando su espada; los reflejos del señor Ragnvindr fueron más lentos que dos de las flechas del rey, una le rozó el cuello, del cual rodaron gotas de su sangue hasta mancharle la camisa, otra se enterró en su muslo izquierdo, cosa que lo hizo caer de rodillas.

-¡¡Papá!! - gritaron Diluc y Kaeya al mismo tiempo, el príncipe abrazó a Crepus, su llanto hizo estremecer a Adelinde, que al reaccionar corrió para tomar el brazo de Diluc antes de que este atacase al rey.

-¡Joven Diluc, por favor, no siga! - le pidió la criada histérica y aterrada; Kaeya observó el caos a su alrededor con las palpitaciones de su corazón volviéndose más lentas, Venti tenía otra flecha preparada en caso de que su padre insistiera; ya no podía soportar la idea de que sus amigos resultaran heridos, y mucho menos podría soportar que se cumpliera su peor pesadilla, la de ver como el rey asesinaba a su padre como había prometido.

-¡¡Deténganse por favor!! - gritó Kaeya con todas sus fuerzas al ponerse de pie, los adultos a su alrededor dejaron de atacarse mutuamente al escucharlo, como si tuviese el mismo estatus que Venti; entonces el príncipe agachó la mirada y caminó lentamente hacia el monarca.

-¿Que está...? - murmuró Diluc mirando como Barbatos extendía su mano, y Kaeya la tomaba con resignación, dejándose guiar hacia el interior de la mansión como ganado yendo al matadero - ¡¿Qué haces Kaeya?! ¡No vayas!

-¿Lo ve maestro Crepus? Hasta él mismo lo comprende - comentó Venti mirando a Crepus, que horrorizado observaba a su bebé en las garras del monstruo una vez más; la pierna del señor Ragnvindr sangraba y se desgarraba con cada movimiento brusco, pero su voluntad lo hizo levantarse y remover la flecha de un solo tirón.

-¡¡No lo toques!! - rugió Crepus erguido y corriendo hacia el rey sin importarle su pierna herida, entonces un caballero corrió hacia él para golpearle la nuca con el mango de su espada, teniendo que darle un segundo golpe para dejarlo inconsciente.

-Kaeya... - susurró Diluc viendo con impotencia como el príncipe lloraba, siguiendo por voluntad propia a Barbatos mientras lo arrastraba apretando con fuerza su pequeña mano; los demás empleados se quedaron quietos igual de impotentes, los más sanos recostaron a los heridos para atender sus heridas, y Diluc se quedó de pie observando como Eroch y otro caballero de Favonius se metían junto al rey, cerrando las puertas de su propio hogar para encerrar a Kaeya.

El príncipe fue guiado a la oficina de su padre, Venti sonreía victorioso, preparando en su mente el castigo más "suave" que podía imaginar para ponerle freno a la osadía de Kaeya al haber intentado defenderse; tenía que acabar con todo lo que el príncipe de Khaenri'ah pudiera usar como un arma en contra de la gente de Mondstadt, eso también incluía sus uñas. Entonces preparó una silla para el niño y lo invitó a sentarse, Kaeya tenía una mirada de odio y miedo fija en el rostro del monarca, se encontraba en estado de alerta y temblando, sabiendo que una vez más, él lo rompería.

Barbatos se agachó delante de él y colocó las palmas en sus propias mejillas, explicándole con voz tierna que había hecho algo muy grave al atacar a un niño de Mondstadt, que era peligroso para los demás y que por eso debía ponerle freno a sus agresiones como lo hacían las personas que domesticaban leones en Sumeru y Natlan. Kaeya protestó diciéndole que Diluc le había pegado mucho más fuerte y que tenía que protegerse de algún modo, a lo que el rey respondió diciéndole que ese era precisamente el problema, que se defendió.

El niño sollozó, pero ninguno de los presentes se compadeció de él, solo Venti intentó "calmarlo" diciéndole que lo que le harían a continuación no lo mataría, que tenía pensado cortarle uno a uno los dedos para que no volviera a lastimar a Diluc o a otros niños, pero que luego de reflexionarlo, le parecía demasiado cruel, porque al fin y al cabo, Kaeya necesitaría sus dedos más adelante. Sus palabras hicieron hiperventilar con pánico al príncipe, Barbatos le aseguraba que sería un castigo mínimo, que simplemente le limaría las uñas para quitarles el filo; no sonaba tan horrible si lo decía de esa forma, pero luego el monarca hizo una seña para que el inspector Eroch y su ayudante sujetaran a Kaeya, Eroch sostenía el torso y la cabeza, y el caballero mantenía extendido el brazo del niño.

El corazón de Kaeya se aceleró por el terror, no podía entender porque necesitaban sujetarlo ¿Que iba a pasarle? ¿Y por qué tenían que forzarlo a estirar todos sus dedos? Lo comprendió todo cuando el rey sacó de su bolsillo una grande y áspera lima para pezuñas de caballo, con relieves tan marcados y desproporcionados para su pequeño tamaño, que sudó frio queriendo llamar a gritos a su papá.

Todos afuera de la mansión se quedaron helados al oír los desgarradores y agónicos gritos del príncipe, Elzer y los demás sabían diferenciar los gritos de Kaeya, y entendían que no lo hacía con miedo, no lo hacía pidiendo auxilio, gritaba por dolor en estado puro, con la voz rota y chillando como si lo estuvieran matando. Diluc tenía los ojos y la boca abiertos, mirando en dirección a la puerta mientras estaba arrodillado junto a su padre, quien seguía inconsciente; las manos del niño temblaban, se había negado por mucho tiempo a ver que el príncipe no era realmente un rehén privilegiado, que el rey lo lastimaba no porque fuese su deber, sino por el simple hecho de que lo disfrutaba.

Por eso se levantó y quiso correr hacia el interior, quería salvarlo, quitarle todo ese suplicio y darle un fuerte abrazo para tranquilizarlo; los soldados interpusieron sus sables en medio del camino, él deseaba enfrentarlos, porque lo desesperaba escuchar a Kaeya gritando sin parar, era una tortura. Adelinde corrió a abrazarlo para protegerle de esos caballeros, y cubrió los oídos del niño con sus dos manos; Diluc pensaba que estaba siendo fuerte, sin darse cuenta de que desde hacía unos minutos su llanto empezó a oírse junto al de Kaeya.

El pequeño se escondió en el pecho de Adelinde llorando y diciendo el nombre del príncipe, como enloquecido por la tristeza y la culpa, porque creía firmemente que todo eso fue provocado por él; porque él atacó a Kaeya con el balón, él lo hizo enojar, él respondió con más violencia y lo golpeó hasta no dejarle más opción que defenderse. Por eso el rey estaba allí para castigar al príncipe, Diluc pensaba que todo era su culpa, y por esa razón no podía dejar de gimotear como si tuviera menos de 9 años.

De pronto los gritos de dolor cesaron para dar paso al desesperado llanto de Kaeya, la tortura había finalizado, pero todos sabían que el príncipe no salió sano y salvo de esa situación, que debía estar en el suelo, retorciéndose y soportándolo todo como podía sin desmayarse. Crepus despertó de golpe y trató de levantarse para volver a la carga, pero al observar a su alrededor y descubrir que todos los que apreciaba estaban llorando desconsolados, supo que ya era muy tarde para salvar a su bebé.

Entonces el rey y sus dos acompañantes salieron por la puerta principal, dos de ellos serios, Venti sonriendo de gusto, tenía salpicaduras de sangre en las manos que no se daba la molestia de disimular. Cuando él y sus hombres comenzaron a retirarse, los criados en mejores condiciones corrieron hacia el interior de la mansión para socorrer al príncipe; Diluc miró a Adelinde, ella no dejaba de llorar con histeria, sintiéndose tan culpable como Diluc por lo que había pasado, mientras el rey dejaba atrás a todos sin dirigirle la palabra al señor Ragnvindr.

-¡¡Barbatos!! - le gritó Crepus, levantándose con su espada empuñada, el monarca dejó de avanzar y sonrió todavía más satisfecho.

-¿No va a ir para ver cómo está? - preguntó Venti levantando sus manos para enseñar la sangre de Kaeya, el señor Ragnvindr se enfureció.

-¡No huyas! ¡Ten honor por una maldita vez y enfréntame! - exclamó Crepus, Barbatos se giró a verlo, burlándose con la mirada de su patética amenaza.

-¿Usted pondrá las condiciones acaso? Déjeme adivinar ¿Va a pedirme que luchemos con espadas? ¿Siguiendo los códigos de honor? - pronunciaba aguantando la risa, el señor Ragnvindr no podía odiarlo más.

-Es lo que corresponde. Te metiste otra vez con mi hijo, atente a las consecuencias - dijo Crepus, luego Venti cambió su expresión de un segundo a otro, mostrándose severo con el señor Ragnvindr.

-No es su hijo - pronunció el monarca.

-¡Es mi hijo!

-No lo es, te lo entregué para no tener que encargarme yo mismo de sus berrinches, pero tú y yo sabemos la verdad, sabemos que el padre de este niño es Surya Alberich - le espetó el rey, Diluc los escuchaba secando sus lágrimas y las de Adelinde.

-¡Es mi hijo! ¡Yo lo crié, le he dado todo, lo he amado tanto como a mi propio Diluc! ¡Es mío, y no tienes derecho a hacerle daño a mis bebés! - le gritaba el señor Ragnvindr acercándose con furia y la pierna sangrando al moverla como si no tuviese una herida.

-Creo que fue un error dártelo, no tienes claros los limites - pronunció Barbatos apuntando una flecha al centro de la frente de Crepus, Diluc se irguió para correr hacia ellos.

-¡¡No por favor!! - exclamó el niño avanzando velozmente hacia su padre, el señor Ragnvindr pudo ver por un momento la repugnante sonrisa maquiavélica del monarca mirando de reojo a Diluc, como insinuándole a Crepus que en cualquier segundo podría cambiar la dirección de su flecha y dispararle a su hijo; fue entonces que decidió bajar la espada resignado, llorando sin hacer ruido ante la cara de aprobación de Venti.

-¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué debo hacer para que dejes en paz a mis hijos? Estoy dispuesto a todo, pero por favor, déjalos en paz... - le dijo el señor Ragnvindr cayendo de rodillas.

-Todo esto es evitable, maestro Crepus. El príncipe Alberich solo debe cumplir las reglas, y nada malo ocurrirá.

-¡¿Cuándo dijiste que estaba prohibido que Kaeya y yo peleáramos?! - lo increpó Diluc con fiereza, el rey giró lenta y tensamente la cabeza para mirarlo.

-Está prohibido que el príncipe lastime a cualquier persona de Mondstadt, sobre todo si es un niño de Mondstadt.

-¡Es injusto! - exclamó Adelinde, esta vez llorando con rabia - ¡¿Cómo puede ser tan hipócrita?! ¡Es usted quien le ha hecho daño a un niño!

-Tú me ayudaste en ello - comentó el rey, la mujer se cubrió la cara con las dos manos, negando con la cabeza mientras sollozaba.

-Yo no quería... - susurró ella afligida - ¿Cómo podía haber imaginado que...?

-¿Imaginar qué?

-Que usted... es el demonio...

-No llore sobre la leche derramada, si yo fuera usted mediría mis palabras, a partir de hoy tendrá que conseguir otro trabajo, y le sugeriría controlar lo que piensa decirle a los demás - amenazó Barbatos, la mujer sintió miedo, pero a pesar de que lloraba por esa posibilidad, aun así levantó la cabeza aceptando su probable destino.

-No me importa lo que me pase, yo nunca más volveré a creer en usted.

-Si así lo quiere... mucha suerte - comentó el rey, Crepus miró con lástima a la criada.

-No la dejaré a tu merced - murmuró el señor Ragnvindr, Venti se le quedó viendo fríamente.

-¿Sigues sin entenderlo? No sabes cuándo cerrar la boca y obedecer.

-No me quedaré de brazos cruzados.

-Maestro Crepus, mire a su hijo - le indicó Barbatos - eso es lo que debería importarle más, su seguridad. Ayer puede que el príncipe solo haya arañado a su hijo ¿Pero que sería capaz de hacer si tuviera un arma de verdad?

-Kaeya no es peligroso, metete eso en la cabeza, Kaeya no lastimaría a ninguna persona con la intención de hacerlo. No puedes comparar una pelea de niños con ser un peligro público.

-Y si el príncipe se enterara de la verdad ¿Cree usted que seguiría siendo el mismo niño que usted crió? - cuestionó Venti, Crepus evitó su mirada, dudando por esa pregunta - es más, si el príncipe supiera que usted lo ha mantenido todos estos años alejado de su verdadero padre ¿Cómo cree que reaccionaria? Él lo odiaría...

-Kaeya... Tal vez se sienta decepcionado, pero yo sé que él jamás me atacaría a mí ni a nadie, lo sé...

-¿Quieres que lo comprobemos ahora mismo?

-¡No! - exclamó el señor Ragnvindr asustado, a Barbatos le hacía mucha gracia.

-Usted puede hacer dos cosas ahora, seguir desafiándome, u obedecer. Dependiendo de lo que escoja, yo podría decidir entre castigar al príncipe solo cuando sea necesario, contarle la verdad - pronunciaba mientras se estiraba para decirle algo al oído - llevarme para siempre a ese niño, o dejar huérfano al pequeño Diluc, decida bien.

-Por favor, no te lleves a Kaeya, te lo suplico...

-Ya sabes que hacer... - susurró antes de darle la espalda para irse.

Cuando Venti desapareció, Crepus, Diluc y Adelinde decidieron ir velozmente hacia el interior de la mansión, ella se les adelantó, todavía escuchaba los gritos desesperados de Kaeya, y eso solo la hacía sentir más culpable de todo lo ocurrido; los trabajadores de la mansión sujetaban a Kaeya pidiéndole que se calmara, pero el niño gritaba de dolor, atemorizado mientras lloraba y pataleaba, retorciéndose cuando ellos intentaban limpiar sus dedos. De pronto Kaeya se soltó y cayó al suelo tratando de huir, Adelinde fue hasta él y se arrodilló implorando su perdón, la mujer lloraba destruida al igual que todos en ese lugar, y Diluc junto a su padre eran testigos de las horrorosas heridas que el príncipe no dejaba que los adultos tocaran.

Todos y cada uno de sus dedos estaban ensangrentados, lo que quedaba de sus uñas solo abarcaba la lúnula, y algunas estaban partidas, el resto de la carne donde alguna vez el niño tuvo uñas estaba molido y completamente rojo, sus dedos se amorataron, degradándose a un tono más rojizo al llegar a los nudillos. El señor Ragnvindr soportó las crecientes ganas de llorar para ir hacia su pequeño, al cual le tocó las mejillas pidiendo que lo mirara; Kaeya observó a Crepus, pero no dejó de chillar más bajo cuando este le explicaba que debía quedarse quieto para que lo curaran, aunque doliera.

Diluc temblaba mirando las heridas de su hermanastro, Adelinde se levantó débilmente del suelo y caminó junto a él para tomarle la mano, ambos debían salir de allí para no estorbar a los demás mientras sujetaban una vez más al príncipe para remover sus uñas con pinzas y navajas, y así poder desinfectar y vendar. Incluso fuera de esa habitación, Diluc seguía escuchando a Kaeya llorar a gritos pidiendo que lo dejaran en paz, pues el hecho de ser curado era tan doloroso como la misma tortura.

Horas más tarde Adelinde sostenía un té con las manos temblorosas, Diluc no tocaba la comida de su plato, por primera vez comprendía cuando Kaeya no quería comer nada, y soltó un par de lágrimas al pensar en todos los prejuicios que tuvo con respecto a él, creyendo que solo quería llamar la atención, que todo lo que hacía era premeditado para molestarlo; ahora entendía que el príncipe no estaba bien desde que llegaron a Mondstadt. Crepus estaba sentado junto a Elzer en otra habitación, llorando con las manos en la cara mientras se preguntaba qué podía hacer por su bebé para que fuera más feliz, Elzer cabizbajo le sugirió una peligrosa idea: devolverlo a Khaenri'ah.

Diluc iba caminando por el pasillo para ir a ver a su hermanastro, cuando escuchó a su padre dar un rotundo "no" a la propuesta de Elzer, alegando que intentar devolverlo a Khaenri'ah era un suicidio, que si él era ejecutado por traición, tanto Kaeya como Diluc quedarían completamente desprotegidos. Si bien Elzer consideró razonable esa respuesta, se quedó mirando al señor Ragnvindr presionándolo para que dijese la verdadera razón por la que no devolvería al príncipe; Crepus se avergonzó de sí mismo, sincerándose al decir que además del peligro, lo que en verdad quería su corazón era tener para siempre a Kaeya junto a él, e hizo énfasis al decirle el porqué: porque Kaeya era, y siempre sería, su hijo.

Elzer agachó la mirada, en el fondo pensaba contradecir a su amigo, pues si en verdad amara con tanto fervor al príncipe, lo sacaría de Mondstadt para alejarlo de Barbatos y devolverlo a su propio padre, quien seguramente también pasaba penurias pensando en su hijo, él también debía amarlo tanto cómo lo amaba el señor Ragnvindr. Diluc se sintió incómodo y triste al oír esa conversación, su padre realmente veía a Kaeya como un hijo, cosa que él no podía lograr, jamás aceptó el príncipe como su hermano, solo lo veía como un amigo, uno incluso atractivo para él, y le daba miedo imaginar un escenario en el que Crepus se enterara de que tenía ese tipo de pensamientos.

Lentamente dio la vuelta para seguir su camino hasta el cuarto de Kaeya, ya no lo escuchaba llorar ni gritar, eso era un gran alivio, o eso pensaba, hasta que abrió la puerta y lo vio tendido en su cama, sollozando una y otra vez con los ojos cerrados, y una toalla humedecida con agua fría en la frente, para aliviar la fiebre que le dio, tanto por la infección en sus heridas como por su llanto incontrolable. Diluc cerró la puerta, preguntandose si debía acercarse a él, no estaba en buen estado todavía, ya que aún no llegaba el médico que lo atendería, pues antes de siquiera ordenárselo, el cochero había ido otra vez a Mondstadt para conseguir un doctor para el niño.

-Kaeya... - susurró Diluc, su hermanastro movía la cabeza hacia los lados, errático y desesperanzado, sus manos estaban envueltas en vendas ensangrentadas, a Diluc le recordaron aquella vez que el príncipe perdió su ojo.

-Vete... - dijo Kaeya sin abrir el ojo, moviendo más la cabeza, estaba a punto de chillar - ¡Déjame solo!

-Por favor, no te enojes - le pidió Diluc asustado, el príncipe chilló más mientras se retorcía.

-Déjame solo, no quiero verte, no quiero ver a nadie - decía Kaeya sollozando, Diluc lloró silenciosamente.

-Solo quería saber si estás bien...

-No... no... - el príncipe quiso agarrar las sabanas mientras se retorcía, pero sus dedos dolían tanto que no podía moverlos - ya no...

-¿Quieres que llame a papá?

-No quiero ver a nadie... quiero morirme - dijo Kaeya, Diluc se estremeció - ya no quiero estar aquí, odio todo aquí...

-Perdóname, por favor, perdóname - le rogó Diluc corriendo hacia el para hundir la cara en el estómago del príncipe, cubierto en sabanas - es mi culpa, yo te pegué, si no te hubiera pegado...

-Adelinde... ella se lo dijo, ella también me odia...

-No Kaeya, ella no te odia, ella no sabía que el rey te iba a hacer esto... No es su culpa...

-Tú me odias también... igual que el rey...

-¡No Kaeya, yo no te odio! ¡Por favor no digas eso! - exclamó Diluc levantando la cabeza - mírame por favor... yo no te odio, yo... te amo... - le susurró tocándole las mejillas, acercando sus pequeños labios a los de Kaeya para besarlo; el príncipe estaba demasiado inestable como para procesar eso.

-Rhinnedottir también me odia... ese niño me odia... mis compañeros ahora también me odian... el único que me ama es papá...

-¿Quién es Rhinnedottir? - preguntó Diluc disimulando el haberlo besado, se sonrojó y por un momento había creído que Kaeya diría algo al respecto, pero al parecer ni siquiera se dio cuenta.

-Yo también odio a todo el mundo...

-No digas eso, tú no eres así...

-Si lo soy... Barbatos dice que soy peligroso, Rhinnedottir dice que... - murmuraba Kaeya recordando la manera en que esa mujer hablaba de los Alberich, si seguía hablando de eso, estaría aceptando lo que no quería aceptar - soy de lo peor... soy un mentiroso, le hago daño a los demás, manipulo a los demás... por eso me pasó esto, no he sido bueno...

-Kaeya... no sigas... - le pidió Diluc acariciándole las mejillas con sus pulgares - tu eres bueno, eres lindo, eres listo, no llores más por favor...

-Leí un libro prohibido, te arañé la cara, le dije a todos que el rey me sacó un ojo. He sido malo por no seguir las reglas, soy malo contigo, con Adelinde, con todo el mundo, hice llorar a papá... merezco... - decía el príncipe revolcándose y agitando la cabeza, perdiendo el control por el dolor; Diluc se abalanzó sobre él para abrazarlo y besarle la frente y las mejillas.

-Todo va a estar bien, yo te cuidaré, ya no volveré a hacerte daño, te protegeré del rey por siempre - pronunció Diluc abrazándolo, poco a poco Kaeya dejó de moverse y abrió su ojo, sus corneas estaban rojas e irritadas, y sus parpados hinchados por haber llorado tanto; entonces el príncipe colocó sus adormilados brazos en la espalda de su hermano, derramando lagrimas sobre su hombro.

-¿Lo prometes? - le preguntó el príncipe, una parte de él odió a Diluc por haberlo golpeado, pero predominaba siempre esa parte que lo adoraba tanto como adoraba a su padre.

-Lo prometo, voy a protegerte Kaeya... porque te... - susurraba Diluc queriendo volver a besarlo como hacía unos minutos, pero el príncipe lo abrazó más, escondiendo el rostro, no tocaba su espalda con las manos, pero si con sus brazos.

-Diluc... ¿Tú conociste a tu mamá?

-No ¿Por qué preguntas?

-¿No te duele eso?

-Nunca lo había pensado, como tengo a papá, no pienso en ella - confesó Diluc, su hermanastro agachó la mirada con tristeza, porque no entendía como no podía extrañarla.

-¿Conociste a mi mamá?

-No, no la conocí - le respondió evitando mirarlo a la cara, ya era consciente de que si Kaeya se enteraba de la verdad, odiaría a su padre por mentirle, así que no iba a decir nada respecto a su origen.

-Yo quiero ir con mi mamá... ¿Esta mal que quiera ir a verla?... - se preguntó el príncipe mirando el techo, Diluc le besó la nariz y trató de tomarle las manos, Kaeya se quejó un poco al sentir el roce de los dedos de su hermano, por lo que Diluc los retiró para no molestarlo.

-Por ahora... quédate conmigo... 


Nota final: la tercera parte de este capitulo cerrará este arco y le pondrá fin al periodo de la infancia de Kaeya, luego habrá un salto temporal hasta su adolescencia, pero será mucho más breve.

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