2. Alquimista (Primera Parte)


Una joven llamada Adelinde iba rumbo a la residencia temporal de Crepus Ragnvindr en el centro de Mondstadt, era un día cubierto por nubes grises que amenazaban con lluvia, todos los niños de la ciudad tenían indicado por sus padres ir a la escuela y luego resguardarse inmediatamente en sus hogares por el resto de la tarde. Los pequeños creían que sólo se trataba de una precaución por la lluvia, pero solo los adultos sabían que ocurriría algo que no era apto para un público infantil; muy pocos eran los morbosos que estaban reunidos en la plaza principal, aguardando sin alzar la voz un duelo de espadas que se realizaría allí.

Por la ciudad rondaban rumores acerca de que Crepus Ragnvindr había desafiado a un profesor el primer día de clases de uno de sus hijos por una nimiedad, otros decían que ya tenía problemas con ese maestro mucho tiempo antes, que le había tirado varios dientes; y otros pocos tocaban el punto de que ese docente había sido descubierto intentando hacerle daño a uno de los hijos de Crepus. Sea cual fuese la versión principal, el señor Ragnvindr no quería prestar atención a esos asuntos menores, porque estaba completamente focalizado en preparar su espada y hacer ejercicios antes del duelo, siendo asistido por Seamus Pegg, que se encargaba de darle ánimos para no flaquear ni sucumbir al nerviosismo; Hassel por otro lado temblaba desde su posición, mirando a su alrededor con desespero para encontrar una forma de huir, mas si lo hacía, corría el riesgo de ser ejecutado de otra forma por el crimen del cual lo acusaban, si ganaba el duelo al menos tendría la opción de huir de Mondstadt para siempre.

Adelinde había sido contratada por Crepus para cuidar de Diluc y Kaeya esa tarde, además, no le venía nada mal tener a una ama de llaves en la residencia temporal, para mantener el lugar en orden y poder encargarse de sus negocios tranquilamente. Sin embargo, mientras iba por la calle la muchacha fue interceptada por la carroza del rey Barbatos, quien bajó para saludarla; ella reverenció al monarca sumamente sorprendida de que él decidiera mostrarse ante su presencia, para Adelinde era todo un honor.

Venti le preguntó si era la mujer de la limpieza contratada por el maestro Crepus, ella respondió que sí, por lo que Barbatos sonrió satisfecho y la invitó amablemente a su carroza para acortar camino; Adelinde no se sentía digna de negar la invitación de un rey, así que amablemente aceptó subir a su lado, aunque le pareciese extraña aquella situación. Ya estando dentro del carruaje, notó que Venti iba acompañado de Alatus, que sostenía a su hermanita dulcemente mientras esta jugueteaba poniéndole las manos en la cara; el soberano le preguntó si sabía quién era el hijo adoptivo de Crepus, ella respondió que no, por lo que el rey no tuvo reparos en sonreír y decir que pensaba revelarle algo que "era un asunto gubernamental".

Adelinde estaba intrigada con esa frase, y por eso comenzó a hacer preguntas por sí misma para que el rey poco a poco llegase al meollo del asunto; Venti suavizó lo mejor que pudo la parte en la que hablaba del secuestro del príncipe de Khaenri'ah, y enfatizó más el hecho de que el señor Ragnvindr era el encargado de cuidar de él; la mujer quedó sorprendida, y expresó su preocupación por tener al hijo de un rey tan indolente como el de Khaenri'ah, creía que eso traería más problemas que beneficios. Barbatos no estaba de acuerdo, para él Kaeya era una pieza clave, que no podía salir de Mondstadt para resguardar su seguridad de forma perpetua, ella pareció entenderlo, así que él prosiguió, pidiéndole un favor que según expresó, era su deber cumplir, como ciudadana de Mondstadt.

Adelinde se sintió muy nerviosa, era un honor que el rey le confiara un secreto tan grande como aquel, pero le daba miedo que, al no seguir al pie de la letra sus indicaciones, cayeran fuertes represalias en su contra; Venti era conocido por su carácter relajado y amigable, pero seguía siendo un rey, con el poder suficiente para cortarle la cabeza sin que nadie se opusiera. No tuvo de otra más que aceptar su petición antes de que siquiera le explicase de que se trataba, eso a Barbatos le agradaba, parecía una mujer con sentido común que no divulgaría información sin pensar en las consecuencias, por eso le sonrió y le dijo que su petición era tan simple como vigilar al pequeño príncipe en secreto, y decirle lo que ocurriera en la familia Ragnvindr.

Al finalizar las clases, Kaeya salió de su salón evitando a sus compañeros que querían acercarse curiosos por los rumores de que su papá había peleado con un maestro, el príncipe solo respondió una vez que su padre solo lo defendió de un hombre que quería lastimarlo, por suerte otros profesores acudían a apoyarlo cuando se daban cuenta de que sus amigos lo estaban interrogando sobre un asunto tan delicado. Kaeya no se detuvo por los pasillos salvo cuando pasó por fuera de la biblioteca de la academia, era tan grande como la que tenían en la mansión Ragnvindr, pero sus libros no tenían ilustraciones como los de su padre adoptivo; quiso probar suerte poniendo un pie dentro de esa habitación, no obstante, se dio cuenta de que había alguien apoyado en las paredes junto a la puerta, un caballero de Favonius que vigilaba discretamente la entrada.

El príncipe dio un paso atrás con desconcierto, entonces se dio la vuelta para salir rápidamente de la escuela; en cuanto bajó la escalinata delantera comenzó a correr por las calles adoquinadas, porque deseaba comprobar algo que su cabeza le advertía. Al llegar a una pequeña biblioteca ubicada a algunas cuadras de la academia, se dio cuenta de que también había un soldado custodiando la entrada; sintió que su pecho se apretaba cuando entendió que no importaba que sitio de Mondstadt pisara, siempre habría alguien para vigilar que cumpliera las reglas.

Salió corriendo para llegar al hotel donde se hospedaban, si se detenía los habitantes de Mondstadt se darían cuenta de lo mucho que le afectaba una simple regla de no leer ciertos libros, tal vez si le explicaba a alguien porque le dolía, creerían que era una exageración y que había mejores motivos para estar triste. Siempre tenía miedo de que nadie comprendiera sus sentimientos, y que siguieran amando tanto al rey sin importar cuánto daño pudiese hacerle; en esos momentos sentía como si todos en Mondstadt estuvieran riéndose de él.

Entonces, por ir corriendo sin mirar al frente, chocó contra el estómago de una mujer que vestía una túnica blanca adornada con bordados de oro; la capucha ocultaba su cabeza, exceptuando unos largos mechones de cabello rubio, claro, brillante y ondulado; el príncipe retrocedió agitado, y se disculpó con nerviosismo por haber chocado con ella. La alquimista de Barbatos lo miró seria, pero tocó su hombro para tranquilizarlo; Kaeya volvió a agachar la cabeza con vergüenza y le pidió perdón otra vez moviendo la cabeza erráticamente, no entendía que estaba pasando con el mismo, él no era así, no era alguien inseguro y temeroso de que los adultos lo mirasen a los ojos, no sabía cómo detener ese cambio.

-Oye niño, todo está bien, no pasó nada grave - le dijo la alquimista, los ojos del príncipe brillaban húmedos, tenía miedo, pero no tenía claro el porqué.

-Perdón... no estaba prestando atención, solo quería... - decía Kaeya al borde del colapso, mirando a su alrededor como si tuviese miedo de que alguien lo encontrara; la mujer tomó su brazo y lo obligó a moverse de la acera hacia una callejuela más solitaria.

-Ya está, ahora no hay nadie, puedes tomar aire - le recomendó, el príncipe respiró hondo, tan hondo que su pecho se inflaba - respira profundamente, hasta que te sientas mejor.

-Gracias...

-Te me haces conocido ¿Cuál es tu nombre? - preguntó ella, Kaeya agachó la mirada y tocó sus manos, un poco más calmado.

-Kaeya Ragnvindr.

-¿Ragnvindr? - cuestionó la alquimista incrédula, el príncipe no comprendió porque dudaba de su apellido - ¿Los Ragnvindr no eran pelirrojos?

-Heredé el cabello de mi madre.

-¿Ah sí? ¿Te acuerdas de ella? - le preguntó, Kaeya volvió a entristecerse tratando de hacer memoria.

-No mucho, ella...

-La asesinaron - dijo fríamente, el príncipe abrió los parpados con sorpresa.

-Sí...

-Barbatos lo cuenta con orgullo - agregó la alquimista, Kaeya retrocedió al escuchar el nombre del rey - como sea, ¿De dónde venias corriendo tan de prisa?

-De la biblioteca - murmuró el príncipe con desconfianza.

-¿Te gusta leer?

-Sí.

-Aunque no saliste muy contento de allí por lo que puedo ver.

-Es que... - pronunció Kaeya dudando entre alejarse de ella y contarle por qué no estaba feliz - yo no puedo...

-¿Que no puedes? - dijo la mujer, el príncipe quería huir para no tener que decirle la verdad y comprobar que nadie lo apoyaría en verdad, pero ella lo miraba severamente, como exigiéndole una respuesta.

-No puedo leer algunos libros... - contestó vagamente, la alquimista se cruzó de brazos, sabiendo muy bien de que hablaba.

-¿Barbatos no te deja hacerlo? - preguntó yendo al grano, Kaeya levantó la cabeza con desconcierto, esa persona parecía saber muchísimo.

-Sí, el rey no me deja leer algunos libros - soltó el príncipe, viendo que ella no parecía impresionada, ni lo juzgaba con la mirada - y también me prohibió tomar clases de esgrima, y defensa personal, y no me deja usar algunas herramientas de jardinería, y también...

-Suficiente, ya entendí.

-Solo me deja usar el cuchillo de menor filo para cortar la carne de mi plato - continuaba Kaeya dejando salir todo lo que no podía contarle a nadie sobre sus prohibiciones, gesticulando con sus manos por el desespero - y me ha golpeado, y clava sus uñas en mí, y...

-Estoy enterada, supe que él te arrancó el ojo ¿Eso es verdad? - preguntó ella, lo cual hizo que el príncipe la mirara, debería haber sentido desconfianza, pero, el hecho de enterarse de que alguien además de los caballeros de Favonius, su familia y Venti sabían lo de su ojo, lo hacía sentir esperanzado.

-Sí, él me golpe+o y me arrancó un ojo cuando tenía 5 - respondió él, parándose en cuclillas para acercarse más a la cara de la mujer - también dice que me matará a mí y a mi padre, él no es bueno como piensan los demás, es un monstruo - continuó diciendo, como si estuviese rogando que alguien creyera en él.

-Tu ojo acabó en Khaenri'ah ¿No lo sabias? - comentó ella, Kaeya se sintió descolocado.

-¿En Khaenri'ah?

-¿Has escuchado hablar sobre Khaenri'ah?

-Yo... creo que sí.

-Qué bien ¿Que sabes de ese lugar? - preguntó la alquimista, el príncipe apartó la mirada, inseguro y confundido - ¿Recuerdas algo?

-Creo que el rey lo ha mencionado...

-Vaya, entonces la respuesta es no - pronunció la mujer, Kaeya estaba confundido, pero lleno de curiosidad por el misticismo de esa persona; en un momento notó por el rabillo del ojo que alguien los estaba observando, rápidamente giró la cabeza hacia la esquina del callejón, y solo vio una pequeña silueta esconderse en cuestión de un segundo.

-¡¿Quien anda allí?! - exclamó el príncipe alterado y nervioso.

-Es solo mi aprendiz, déjalo, no se acerca a los extraños - le explicó, el príncipe de pronto se sentía incluso más interesado.

-¿Un aprendiz? ¿Qué tipo de oficio le enseña? - preguntó curioso, ella sonrió por primera vez en toda su conversación.

-Alquimia ¿Te suena?

-No... creo que entra en los libros prohibidos.

-No me extrañaría, en las manos equivocadas puede ser muy peligrosa.

-Eso la hace más interesante.

-Concuerdo... Khaenri'ah fue la cuna de la alquimia hace cientos de años, pero, nada es para siempre.

-¿Por qué? - cuestionó el pequeño, era increíble ver como las emociones de los niños eran tan volátiles, minutos atrás se sentía aterrado y frustrado, en cambio en esos instantes sonreía con ilusión, esperando respuestas a su curiosidad.

-Es una historia larga, tal vez deberías leerla por ti mismo - contestó ella sacando un libro de un bolsillo oculto en su túnica, Kaeya dio un par de pasos atrás con preocupación.

-No, no puedo leer libros de historia, están prohibidos para mí - le explicó enseñando las palmas para indicarle que lo mantuviera lejos de él, la alquimista extendió el libro para enseñarle la portada, el titulo era "El corazón de Aguaclara", al príncipe le extrañó que un libro de historia tuviese un título de novela.

-No te dará problemas, si te preguntan, solo diles que estás leyendo un cuento - le sugirió ella, la mirada de Kaeya se iluminó, y extendió su mano para tomar el libro, sonriendo nerviosamente por estarse rebelando contra las reglas - aunque si quieres leer el cuento, pues no te servirá de mucho, le arranqué muchas páginas para meter las de Khaenri'ah.

-No quiero leer ese cuento - dijo el niño abrazando al libro.

-Trata de ser discreto, no queremos que nos descubran, habría graves consecuencias ¿Verdad? - sugirió ella, y el niño volvió a sentir miedo una vez más - guardemos el secreto ¿Está bien?

-Sí, no se lo diré a nadie - dijo el pequeño, luego empuñó sus manos y volvió a pararse en cuclillas para estirarse hacia el rostro de la mujer - y lo esconderé debajo de mi cama si es necesario.

-No me parece una buena idea, si lo escondes bajo la cama será sospechoso para otros que quieras esconder una "novela común y corriente", en cambio si lo dejas en la estantería con el resto de libros, nadie se detendría a pensar que hay algo extraño en el medio de las hojas - le recomendó la alquimista, Kaeya asintió, pero no se veía tan convencido - bueno, es hora de irme, trata de no actuar sospechoso cuando estés leyendo el libro, recuerda: "es solo un cuento normal".

-Espere señorita - le pidió el príncipe tomando la manga de su túnica antes de que se alejara.

-¿Qué quieres?

-No me dijo su nombre - pronunció Kaeya mirándola hacia arriba con su lindo ojo destellante, que ella en cambio contemplaba sería y sin conmoverse.

-Rhinedottir.

El duelo estaba por comenzar, Barbatos y Alatus llegaron justo a tiempo para observarlo desde un asiento preparado especialmente para el rey; al principio a la gente le sorprendió ver a un niño en calidad de espectador, ya que Venti había ordenado que los pequeños se mantuvieran en sus casas cada vez que hubiese un duelo, pero las personas resolvieron entre ellas sus dudas, cuando dijeron que al parecer ese niño era el príncipe de Liyue, que ya estaba bien entrenado en combate y que acostumbraba ver y participar en peleas. Alatus se sentó sobre la pierna del monarca, cargando en sus brazos a Ganyu, que estaba profundamente dormida; Barbatos comenzó a toser, eso lo extrañaba tanto a él como al príncipe de Liyue, últimamente estaba pescando un resfriado, cosa que no era nada usual, pues gozaba de una excelente salud.

Hassel empuñó temblorosamente su espada, se sentía acorralado por toda esa gente a pesar de que estuviesen a varios metros de él y Crepus, quien con mayor determinación terminaba de prepararse, entregando sus pertenencias a Seamus antes de caminar al círculo donde combatirían, por su mirada los espectadores sabían que iba en serio, lo que solo le daba más credibilidad a su versión de los hechos. El profesor miró a Venti, como si le pidiese una intervención en su favor, un milagro para salir vivo de esa; el rey evitó su expresión de súplica con suma indiferencia, para él, ese viejo "amigo" con el que compartía ciertos gustos, solo tenía chance de vivir si le ganaba a Crepus Ragnvindr, cosa que todos, incluso el mismo Hassel, ponían en duda.

Sudando con nerviosismo, Hassel miró al señor Ragnvindr, que solemnemente daba los pasos reglamentados, esperando atentamente la señal para comenzar a atacar; el combate no acabaría a la primera sangre, era uno a muerte, todos sabían que Crepus lo daría todo hasta matar a su oponente, por su hijo y el honor que ese tipo estuvo a punto de arrebatarle. Alguien dio la señal, no fue Barbatos, pero el profesor no estaba prestando tanta atención a quienes estaban dirigiendo el duelo, solo podía concentrarse en el señor Ragnvindr para intentar no morir por su mano; Crepus corrió hacia él y fue el primero en tratar de rebanarle el estómago de un tajo, Hassel canceló ese ataque aterrorizado, moviendo con desesperación su espada de forma descoordinada para defenderse de forma algo patética.

El señor Ragnvindr lo observaba con odio, pero mil veces más calmado que el profesor, pensando mejor sus acciones para esquivar el movimiento incesante y errático del sable del enemigo, que parecía haber olvidado todo lo que sabía de combate; las primeras gotas de sangre derramadas en la plaza pertenecían a Hassel, que recibió un corte profundo en la cintura. El profesor chilló con dolor, quería tocarse la herida con una mano, pero Crepus no se detenía, pues continuaba atacando con furia, sin un solo rasguño; Hassel estaba obligado a defenderse por su vida, pensando en el rey, en la traición a su "amistad", en las veces que ambos "se apoyaron", enviándose mutuamente "regalos", Hassel los prefería pequeños, Venti un poco más grandes.

El pánico se apoderó de Hassel cuando un nuevo tajo menos profundo formó una línea horizontal en su pecho, Barbatos seguía sin detener esa situación, y él no podía voltear a ver su sonriente rostro por estar completamente concentrado en su rival, quien salía completamente ileso de cada uno de sus intentos de asesinarlo, y estaba en mejor forma que él y su delgada complexión. Entonces sus espadas formaron una cruz, ambos ejercían presión para tratar de hacer retroceder al otro, el señor Ragnvindr era más fuerte, así que Hassel con frustración sentía sus pies tambalearse, queriendo dar pasos hacia atrás.

La gente solo necesitaba una prueba más para confirmar que el profesor era una persona sin honor, y él se las dio cuando le escupió en la cara a Crepus para distraerlo, aprovechando el momento en que este se limpió entre los ojos con la manga de su camisa, para preparar una puñalada en su corazón. Pero el señor Ragnvindr, incluso cegado por un par de segundos, usó su otra mano para colocar su espada, desviando el filo del arma de Hassel hacia un lado, recibiendo una herida menos letal que la que el profesor tenía preparada, un simple corte bajo el hombro.

Hassel jadeó frustrado, y, antes de que Crepus volviera a retomar su misma ferocidad de hacía unos momentos, decidió impulsivamente dar la vuelta y salir corriendo a toda velocidad fuera del círculo del duelo, pretendiendo empujar a los espectadores para huir de una muerte segura. Fue la decisión más estúpida que pudo tomar, debido a que en las reglas se establecía que no se podía huir de un duelo a muerte, que huir de uno era el equivalente a ser un criminal, y aceptar las acusaciones de quien pedía el duelo en primera instancia.

Venti se levantó de su silla, Alatus se sorprendió por el brusco movimiento, pero cayó de pie sin tambalear para no despertar a su hermanita; entonces observó al monarca, quien tranquilamente tomó su arco y sus flechas de oro, apuntando hacia los alrededores de la plaza. En menos de un segundo soltó la primera flecha, la gente se cubrió atemorizada, pero él sonreía, porque era consciente de que nunca fallaría ni un solo tiro, y que nunca dañaría accidentalmente a alguien sin haberlo deseado en secreto primero; la punta se clavó en el talón de Hassel mientras Venti preparaba la segunda flecha, el profesor empezó a caer, volteando la cabeza durante la caída para ver a su "amigo" disparando una vez más.

Hasta que todo se apagó dentro de Hassel, siendo reducido a un cadáver con una flecha dorada clavada desde el cerebelo hasta el paladar, por donde sobresalía la afilada punta; el público guardó silencio, su rey daba miedo en sus momentos de seriedad, sin embargo nadie cuestionaba su decisión de asesinar al profesor, la acusación de Crepus era tan grave, que ameritaba una sentencia como aquella. Alguien de entre los presentes elogió la puntería de Barbatos nerviosamente, se le unieron otro par de personas que buscaban la atención del rey; Venti les echó una mirada, mas no sonreía, no era el momento de lucirse, en el fondo quería ser ovacionado, pero el contexto no era el indicado para actuar como si estuviese orgulloso de lo que hizo, debía mantener la fachada de ser una persona decente frente a su pueblo.

Después de ese par de halagos, los ciudadanos volvieron a guardar silencio y reverenciaron de manera respetuosa al monarca, y posteriormente dieron la vuelta para volver a sus hogares; Seamus curó la herida del señor Ragnvindr teniendo que pedirle que se abriera la camisa para ver su hombro, Crepus se lamentaba en voz baja por haber salido herido, sus dos pequeños verían la sangre en su camisa y se preocuparían, lo que él planeaba era ganar saliendo completamente sano del duelo. Barbatos analizaba al señor Ragnvindr, tal vez quitándose la barba le hubiese resultado más atractivo, pensó entonces que seguramente el joven Diluc sería una versión perfecta de él cuando creciera unos años más.

Alatus miraba hacia abajo, lucía enfadado por la decepcionante demostración que le habían dado en ese combate, solo vio un cobarde huyendo sin honor ni vergüenza, él se esperaba ver algo mucho más digno de su tiempo. Venti tocó el hombro del niño, y le sonrió, era muy satisfactorio para él observar como el hijo de Morax le devolvía la mirada, mostrando una total y absoluta devoción a su persona.

-¿Nos vamos Alatus? - preguntó Barbatos, los ojos del niño brillaban, al menos lo único bueno de esa pelea fue ver al rey acabar con el cobarde.

-Está bien - respondió él, a Venti realmente le caía muy bien ese pequeño, era obediente, silencioso, iba directo al punto, no molestaba en ningún sentido, y siempre lo estaba viendo como si fuese su dios.

-La próxima vez, dejaré que tu ejecutes a los traidores y a los cobardes como ese ¿Te gustaría? - sugirió el soberano acariciando la cabeza de Alatus.

-Será un honor – respondió el niño, la sonrisa de Barbatos era satisfactoria y le producía un sentimiento muy cálido; Crepus los miraba alejarse poco a poco, la adrenalina de ese duelo le dio el empujón necesario para levantarse de golpe, porque no podía dejar que ese monstruo se fuera sin dedicarle unas palabras.

-¡Rey Barbatos! - exclamó el señor Ragnvindr, el monarca se detuvo sin voltear a verlo, sonriendo maliciosamente.

-¿Que ocurre maestro Crepus? - preguntó Venti, Alatus miraba de reojo hacia atrás, algo en la actitud de Crepus no le agradaba.

-Si algo así vuelve a ocurrir, retaré a un duelo al verdadero causante, sea quien sea - pronunció el señor Ragnvindr, Seamus se sobresaltó, eso podía ser considerado una amenaza de muerte, y si alguien hacía una amenaza al rey, podía darse por muerto antes de intentar algo en primer lugar.

-Vaya... realmente lo lamentaría por ese alguien, hoy usted demostró ser el único competente en el combate, el paso del tiempo no lo ha oxidado - comentó Barbatos sin mirarlo, su sonrisa hipócrita se desfiguró un poco por la ira que le causaba una insolencia como esa.

Ninguno de los dos se dirigió la palabra después de eso, Crepus y Seamus dieron la vuelta para irse, Pegg quería hacer entrar en razón al señor Ragnvindr para que se disculpara, pero él no iba a hacerlo, estaba firme en su convicción de desafiar al rey si seguía poniendo en peligro a su familia, no le importaba nada en absoluto más que proteger a sus amados hijos de un monstruo como él. Venti siguió su camino con una expresión fría y rencorosa, el príncipe de Liyue era testigo de su cambio radical, al monarca no parecía importarle que ese niño viera sus verdaderos colores, porque hiciera lo que hiciera, estaba completamente seguro de que Alatus comprendería sus decisiones como un fiel perro guardián.

Kaeya llegó corriendo al hotel, muchísimo más alegre que al salir de la escuela, Diluc lo esperaba sentado a la mesa, no se veía muy feliz de verlo, hacía un par de noches le había preguntado a su padre por qué no asistió a su entrenamiento en la academia militar, y la respuesta de Crepus fue sentarlo sobre su rodilla, para explicarle que supo que Barbatos visitó a su hermano en la escuela de Bellas Artes, y que tuvo miedo de que le hubiera hecho algo malo. Diluc se decepcionó al escuchar que el rey tenía razón, su padre había regresado por Kaeya, y ya no había duda de que lo prefería a él, porque después de todo ¿Que podría haberle hecho el rey si estaban rodeados de tanta gente?

Lo que no sabían los niños era que su padre les escondía su verdadero motivo para estar ausente durante ese almuerzo, a Diluc le ocultaba que Barbatos le pidió a un profesor que "le hiciera daño" a su hermanastro, y a Kaeya le ocultaba qué tipo de daño quería hacerle ese docente, pensando que no estaban listos para conocer más detalles. Por esa razón Diluc no dimensionaba que la intervención de su padre fue crucial para salvar al príncipe, y estaba molesto, tanto con Crepus como con Kaeya.

Ante la actitud distante de Diluc, Kaeya tomó una postura orgullosa y no le dio importancia, si una vez más Diluc se comportaría como un aguafiestas, no le prestaría ni un poco de atención; entonces se sentó a la mesa sin hablar, y notó por fin la presencia de alguien más en el comedor, una linda criada de cabello lacio hasta los hombros, del color de la miel, y ojos verdes. Kaeya se irguió y la saludó cortésmente, sonriendo con encanto mientras le preguntaba su nombre, ella se presentó como Adelinde, recién contratada por el señor Ragnvindr para cuidar de ambos y mantener limpia la residencia temporal.

Kaeya buscaba temas de conversación para mantenerla entretenida y fingir más edad de la que tenía, con cada palabra Diluc se molestaba más, cuando el príncipe intentaba coquetearle a la gente le parecía lo más falso e irritante que podía existir; Adelinde estaba sorprendida por lo sociable y amigable que era el hijo del rey Alberich de Khaenri'ah, siempre escuchó cosas muy poco agradables de esa persona, era increíble que su hijo fuese todo lo contrario. El príncipe elogió la comida de esa mujer, luego hizo mención también de su belleza, cosa que hizo reír a carcajadas a Adelinde, le parecía muy tierno ver a un pequeño tan coqueto como ese; Diluc ya no resistió el enfado y se levantó con brusquedad para encerrarse en su habitación.

El príncipe le restó importancia al berrinche de su hermano, y le ofreció su ayuda a Adelinde para lavar los platos; la joven estaba disfrutando mucho la compañía del pequeño Kaeya, pero también pensaba en la petición del rey, de vigilar lo que hiciera, como si aquel angelito pudiese intentar algo malo. Luego de terminar la limpieza de la vajilla, el príncipe decidió que quería un tiempo a solas para leer un poco, y se instaló en la habitación de Crepus para empezar a leer el libro que Rhinedottir le obsequió; Adelinde lo observó unos minutos, no parecía haber nada extraño en Kaeya, simplemente estaba leyendo una novela, lo que solo le sumaba puntos a su encanto.

Después de un rato la mujer volvió a sus quehaceres, dejando a solas a Kaeya, que seguía sumergido en la lectura de algo que no era precisamente un cuento de hadas; la alquimista había cosido las páginas de un libro de historia sobre Khaenri'ah justo en el medio de la novela, el color de las hojas era el mismo, pero la letra si era un tanto distinta, así que el príncipe tendría que rezar para que nadie más además de él revisara aquel libro. Lo que había leído hasta el momento relataba la historia de la dinastía Eclipse, reyes de Khaenri'ah por tres milenios, su árbol genealógico era tan largo que abarcaba más de 10 páginas, el príncipe no pretendía aprender todos esos nombres, pero si le interesó saber que en Khaenri'ah se impulsaron varios avances en la ciencia, y que la nación se sustentó en un descubrimiento completamente nuevo para esos años, la alquimia.

Se le conoció como el orgullo de la humanidad, donde se experimentó por años con aquella ciencia capaz de crear oro, elixires de la juventud, quimeras, incluso vidas que se asemejaban a la humana; tras el primer milenio de experimentación, se establecieron una serie de reglas para no causar caos entre los alquimistas y los contratistas, normas que limitaban lo que podía comercializarse y lo que solo debía quedar como experimentación. Unos 36 años antes de la caída de la dinastía Eclipse, nacería en Sumeru un mestizo de padre oriundo de Khaenri'ah, y de una madre de Sumeru, un hombre de 2 metros llamado Saind-Efil, que aprendería el arte de la alquimia al mudarse junto a su padre a Khaenri'ah.

Khaenri'ah al ser la cuna de la alquimia, era el punto de reunión más importante que el gremio de alquimistas en Sumeru, fundado poco después de la caída de la dinastía Eclipse; en la nación se construyeron monumentos, edificaciones, plazas, incluso fuertes con simbología alquímica, las bibliotecas estaban cargadas de información sobre esa ciencia, todo alquimista se consideraba de Khaenri'ah incluso habiendo nacido en países completamente diferentes. No obstante, algunos de ellos cuestionaban las limitaciones impuestas por el consejo de la alquimia, uno de ellos era Saind-Efil, cuya curiosidad latente lo impulsó a experimentar con una de las prohibiciones en secreto.

Saind-Efil estrechó su relación con la dinastía Eclipse, ofreciéndoles oro alquímico, cuyo precio estratosférico no podía compensarse con nada material; el alquimista pidió entonces una serie de recompensas por llenar las arcas de oro, lo primero que pidió fue la mano de la doncella Kali Alberich, de la casa vasalla Alberich, sin embargo la joven se rehusó a aceptar como esposo a un hombre como aquel, escogiendo perder la vida antes que perder su honor. Furioso, Saind-Efil impuso otro precio a la familia Eclipse, el de permitirle ser el consejero personal del rey; era evidente que el título de consejero era sólo un pretexto para acaparar toda decisión, así que la dinastía Eclipse por unanimidad le negó continuar siendo el poder detrás del poder.

Entonces Saind-Efil decidió vengarse por haber "sido robado" por la dinastía Eclipse, y los castigó soltando quimeras por cada rincón de Khaenri'ah, acabando con la vida de cientos de personas inocentes, la mayor parte de ellos agricultores, cuyas muertes provocaron desabastecimiento en la nación. El consejo de alquimistas estaba en contra de la rebeldía de Saind-Efil, sin embargo, los más jóvenes, impulsivos y soñadores cansados de los límites, se adhirieron al alquimista que les había demostrado que ellos eran capaces de cualquier cosa, y que el mundo debía temerles por ello.

La dinastía Eclipse cedió ante los ataques de Saind-Efil, y le permitió reinar a sus espaldas; el alquimista no sabía nada acerca de cómo gobernar un país, su único propósito era tener más y más poder, mientras las ciudades morían de hambre por la falta de mano de obra en los campos; los alquimistas adherentes de Saind-Efil solo empeoraban la situación, exigiéndole a los pueblerinos alimentos y bienes que no podían darles. Hasta que, el descontrol y la miseria dentro de Khaenri'ah encendió una chispa que la dinastía Eclipse creía haber visto extinguirse al momento de la muerte de Kali Alberich.

No importaba la cantidad de quimeras soltadas, ni los conocimientos químicos, ni el dinero ilimitado de los alquimistas, nada pudo detener a un linaje completo de espadachines que no conocían el significado de la compasión; cada monstruo enviado a atacarlos, cada alquimista comprando mercenarios para no enfrentar directamente la resistencia, cada situación desconocida, era superada por Edel Alberich, hermano de Kali, y el resto de su familia. El derramamiento de sangre que teñía las calles era una cruda señal de esperanza para los ciudadanos de Khaenri'ah, que se unieron fielmente a los Alberich en su exterminio contra los alquimistas; los últimos en la lista fueron Saind-Efil y la propia dinastía Eclipse, quienes fueron ejecutados uno por uno.

Sin embargo Saind-Efil logró huir de Khaenri'ah antes de que llegase su turno, y Edel Alberich quedó a la cabeza del reino, restableciendo el orden y prohibiendo el uso de la alquimia, bajo pena de muerte. Algunos de los miembros del consejo de alquimistas escaparon de sus ejecuciones, refundándose en Sumeru, donde se pidió precio por la captura de Saind-Efil; cuando este cayó en manos del gremio, se le aplicaron dos castigos que lo marcarían de por vida.

Lo primero que hicieron fue quemarle un lado de la cara, marcando su sien al rojo vivo con un símbolo en hilichurlio, un lenguaje arcano que solo los alquimistas conocían en su totalidad, que le serviría a cada uno de ellos para reconocer a Saind-Efil y señalarlo con vergüenza por haberles quitado su tierra natal. Lo siguiente fue sujetarlo y forzarlo violentamente a abrir la boca, dándole de beber contra su voluntad "panacea", lo cual lo condenaría a vivir para siempre sin envejecer, a menos que él mismo decidiera quitarse la vida.

Kaeya se detuvo al leer esa parte de la historia, pues no comprendía como el hecho de vivir para siempre sin envejecer podía ser un castigo; si él hubiese decidido un castigo para esa persona, habría sido una simple condena en la cárcel, porque consideraba más cruel privarlo de su libertad por el resto de sus días, que asesinarlo, o darle el privilegio de vivir más que cualquier otra persona. Antes de continuar, escuchó a alguien entrar en la residencia, y se levantó corriendo para ir a recibir a su padre; al ver a Crepus saltó a sus brazos con alegría, el señor Ragnvindr se quejó de dolor, ya que escondía la herida de su hombro debajo de la chaqueta para no alarmar a sus pequeños.

El príncipe le preguntó a Crepus si le ocurría algo malo, su padre adoptivo rió nervioso y le dijo que solo le dolía un poco el brazo, así que bajó a Kaeya al suelo y se arrodilló frente a él acariciándole su adorable rostro con una mano; Adelinde observaba desde el pasillo, le resultó una completa ternura ver al señor Ragnvindr abrazar al príncipe de Khaenri'ah con el amor de un verdadero progenitor, y darle un beso tras otro en su sonriente carita. Diluc también miraba la escena oculto en la puerta de su habitación, inseguro y triste por como su propio padre mimaba tanto a Kaeya, y a pesar de que a veces Crepus también lo besaba así, en esos momentos le daba la impresión que esas caricias amorosas y esa lluvia de besos eran más sinceras que las que él recibía; tenía miedo de que algún día su padre solo prefiriera pasar tiempo con Kaeya y lo dejase de lado a él, como ya había pasado.

Barbatos entró abriendo de par en par las puertas de su bar personal dentro de su palacio, con tal agresividad que Alatus, a quien había ordenado ir al cuarto de huéspedes, dio un paso atrás con sorpresa; oyó toser al rey tal y como tosió durante el duelo, Venti parecía enrabiado por esa decaída de salud, y tomó bruscamente una de sus botellas de vino con aqua vitae para bebérsela de tres tragos. El joven príncipe de Liyue fue a dejar a su hermanita a la cuna de su cuarto, y volvió corriendo a la cantina del monarca para saber si haber bebido le sirvió para calmar sus nervios.

Alatus lo observó desde la puerta, Barbatos contemplaba la botella de vino, pensativo, apoyando la barbilla sobre su brazo posado en la barra de bebidas; el príncipe se acercó silenciosamente y se impulsó para subirse a uno de los asientos al lado del rey. Venti tardó en dedicarle una mirada, se notaba lo enrabiado que se sentía y las preocupaciones que nublaban su mente, Alatus sintió mucha tristeza por él.

-Me amenazó - murmuró el rey Barbatos, el niño a su lado acercó tímidamente su mano al hombro de Venti, pero no se atrevió a tocarlo, pues no sabía nada sobre confortar a un adulto - nunca lo creí capaz de amenazarme.

-¿El hombre pelirrojo? - preguntó el príncipe de Liyue por decir algo, Barbatos suspiró y decidió al fin mirarlo a la cara.

-Se llama Crepus Ragnvindr, hace algunos años era un fiel seguidor mío - le explicó Venti jugando a rodar la botella de vino con un dedo - le confié el cuidado de nuestro rehén, el príncipe de Khaenri'ah, pero nunca imaginé que lo escogería por sobre mí.

-¿Por qué?

-No lo sé, digo, una cosa es tener instinto paternal, y otra muy diferente es despreciar a tu rey - murmuró Venti, Alatus lo miraba confundido, no tenía suficiente edad para entender algunas cosas - seguro es culpa del príncipe Alberich, dicen que los de su linaje son muy cautivadores.

-Son peligrosos - comentó el príncipe de Liyue, Barbatos sonrió y le palpó la cabeza.

-Muy peligrosos, incluso si es solo un niño todavía, si lo dejaras convencerte de algo, también te pondría en mi contra.

-No - negó Alatus, el rey ladeó la cabeza, no se le daba bien interpretar monosílabos - no pasará.

-Lo sé... tu eres diferente - pronunció Venti extendiendo su mano para tocar suavemente la mejilla del niño - tu eres tan leal...- dijo Barbatos, entonces el pequeño se puso de pie e inclinó su cabeza en una reverencia de respeto característica de Liyue; Venti estaba encantado con una respuesta tan satisfactoria y clara como esa - lástima que seas hijo de Morax...

-¿Por qué?

-Por nada - respondió evitando el tema de que su único impedimento para no sentirse atraído por Alatus, además del hecho de tener que dejarlo crecer hasta la adolescencia, era que compartía lazo sanguíneo con su actual amante y aliado - tu padre y yo...

-¿Se aman? - preguntó el príncipe de Liyue, Barbatos se le quedó viendo asombrado de que ese niño supiera algo de su relación con Morax.

-Algo así ¿Cómo lo sabes?

-Los he visto - respondió Alatus, Venti enderezó su espalda nervioso, recordando todas las veces que hizo el amor con Morax fuera de su alcoba, como en los jardines, cuando lo hicieron sobre la mesa del comedor, o cuando le daba sexo oral arrodillado frente a su trono, habían sido demasiado descuidados.

-¿Nos has visto...?

-Se estaban besando - agregó el príncipe, cosa que hizo que Barbatos suspirase aliviado.

-Ya veo... Bueno, mi relación con tu padre es un poco complicada... no lo llamaría amor - explicó Venti, el niño hizo una expresión de desconcierto.

-Los adultos se besan cuando se aman - dijo como si se tratara de una verdad absoluta, Venti suspiró armándose de paciencia.

-No lo entenderías, aún - murmuró el monarca, por eso no le gustaban los niños tan pequeños, no tenían idea de que un beso podría tener un significado más interesante que el romance.

-¿Por qué se besan si no se aman?

-Podríamos llevarlo más allá, si tu padre... - pronunció Barbatos antes de quedarse callado al pensar que Alatus no entendería nada de lo que pensaba decir - maldición...

-¿Qué pasa con mi padre?

-Lo mismo que pasa con el maestro Crepus, prefiere a otros por sobre mí - le dijo sin pensar, el príncipe de Liyue agachó la mirada con tristeza.

-¿Mi padre no lo ama?

-No lo suficiente.

-¿Por qué? - pregunto Alatus, Venti pensó un momento su respuesta, y se le ocurrió algo que lo hizo sonreír por un segundo, antes de voltear la cara para mirar de frente al príncipe.

-No sé si lo sabias, pero yo soy inmortal, por eso, aunque tu envejezcas, yo seguiré viéndome tal y como me ves ahora - dijo sonrientemente, antes de tener un repentino ataque de tos, que quiso calmar con más vino.

-¿En serio?

-En serio, y hace un tiempo, le ofrecí a tu padre mi secreto para esta inmortalidad, y él lo rechazó - le explicó logrando que el príncipe abriera los ojos muy sorprendido.

-¿Por qué lo rechazó?

-Yo tampoco lo entiendo, todos quisiéramos vivir para siempre ¿No?

-Yo también quiero vivir para siempre.

-Pero tu padre dice que prefiere morir y dejar que... - Barbatos pretendía decir que Morax escogió cumplir su ciclo y dejar a Alatus en el poder, pero se habría escuchado un tanto hostil con el pequeño - que prefiere morir en vez de ser el emperador para siempre, como Baal.

-No lo entiendo...

-Así que, supongo que él no me ama... si me amara se quedaría conmigo por la eternidad - dijo Venti fingiendo posteriormente un pequeño llanto, Alatus se preocupó, y extendió sus manos para tocar el rostro del rey.

-Yo quiero vivir por siempre - repitió el príncipe de Liyue mirándolo a los ojos, Barbatos le sonrió con dulzura.

-Nadie ha querido vivir por siempre a mi lado - pronunció Barbatos, en ese punto de la charla, ya no sabía cuántas lagrimas eran falsas, y cuántas eran reales, le estaba ocurriendo algo extraño al tener que tocar ese tema.

-Yo si quiero - afirmó Alatus sin soltarle las mejillas, Venti sonrió tiernamente y abrazó al príncipe.

-¿Estaré con la persona equivocada? - comentó en voz baja mientras lo abrazaba, los ojos de Alatus brillaron con ilusión.

-Viviré por siempre, y lo protegeré por siempre - pronunció el príncipe de Liyue, Barbatos lo tomó en sus brazos sentándolo en sus piernas, para abrazarlo y apoyarle la cabeza sobre su esternón.

-¿Me protegerás de todo peligro?

-Lo juro.

-¿También de los Alberich? - preguntó maliciosamente, Alatus asintió con firmeza, y volvió a acurrucarse contra el pecho de Venti.

-De ellos también.

-Eres tan fiel, me encantas Alatus - comentó abrazándolo cálidamente, el príncipe se sonrojó, sentía que flotaba en sus brazos.

-Seré su guardián...

-¿Prefieres ser mi guardián que un príncipe?

-Sí - respondió sin un atisbo de duda, Barbatos sonrió satisfecho y lo abrazó con mayor énfasis.

-Eres perfecto - le dijo, haciendo que el niño se sonrojase más y más - ¿Puedo confiarte mi protección cuando seas un poco mayor?

-Puedo hacerlo ahora.

-Vaya, tranquilo, no necesito que me cuides ahora - le aclaró antes de toser un poco más y limpiarse la boca con la manga de su camisa blanca - aunque no me vendría mal que hagas algo por mí.

-¿Qué tengo que hacer? - preguntó curioso, entonces Venti le hizo una seña para que se acercase y así poder decirle algo al oído con secretismo, como si de un asunto de estado se tratara.

Crepus llevó a sus pequeños a sus respectivas academias a la mañana siguiente, Diluc no le dirigió más la palabra cuando su padre le dijo que ese día tenía que atender unos negocios en las cantinas locales donde distribuía los vinos de su propiedad; el señor Ragnvindr se entristeció cuando su hijo biológico le mostró su resentimiento, y le prometió que cuando tuviera tiempo iría a verlo luchar con otros niños. Kaeya se rascó la cabeza incómodo por la mirada irritada de su hermano, Diluc últimamente se comportaba más molesto que antes, como si lo odiase, por lo que prefería evitarlo para no meterse en problemas con él.

Cuando Crepus bajó junto a Diluc para dejarlo en la escuela militar, trató de darle un beso de despedida, que su hijo rechazó dándose la vuelta para ingresar corriendo a la academia, el señor Ragnvindr suspiró con tristeza, tendría que compensar muy bien a su hijo biológico para que ya no se comportase tan distante con él. Luego volvió al carruaje y llevó a Kaeya a la academia de Bellas Artes, el príncipe contrario a su hermanastro, llenó de besos el rostro de su padre al despedirse de él, Crepus sonreía aliviado, Kaeya era un angelito cariñoso y dulce que lo hacía sentir pleno, pues casi nunca era hostil o frívolo cuando se enfadaba.

Ese día el príncipe intentó prestar atención a sus clases, desde el incidente con el profesor Hassel su mente se desconectaba de lo que le explicaban, vivía con el miedo de que el rey irrumpiera en la escuela para lastimarlo o hacer que otros lo lastimaran en su nombre; la maestra de dibujo en carboncillo lo regañó por distraerse, Kaeya se disculpó actuando adorable para ablandar el corazón de su profesora, que en vez de llevarlo al rincón, dejó pasar su falta. El príncipe se esforzaba para hacer un dibujo siguiendo las pautas y la estructura del cuerpo humano, pero cuando no era visto por la maestra, comenzaba a dibujar en las esquinas del papel, rostros con sonrisas llenas de colmillos, niños sin boca, monstruos con grandes garras, y a si mismo sin ojos.

Una de sus amigas se quedó mirando los dibujos de Kaeya, y tomó su carboncillo para dibujar una flor de líneas curvas y suaves en la esquina inferior, muy diferente a los dibujos del príncipe, toscos y con líneas rectas y puntiagudas; ella le sugirió dibujar flores, y Kaeya le hizo caso, pero para hacerlo, necesitó observar una maceta que adornaba el salón para copiar de forma exacta la flor. La atención que recibió al dibujar observando la vegetación del salón le agradó muchísimo, a su alrededor sus compañeros se reunían para mirar como copiaba la realidad en el papel, los dibujos de su imaginación eran horribles, por eso decidió esconderlos y enseñar los retratos, seguían estando al nivel de un niño, pero él y sus amigos se sentían satisfechos con los resultados.

En la clase de música le ocurrió algo similar que al inicio de la clase de dibujo, se distrajo con su mente preocupada y no pudo seguir el ritmo de los demás, en esa ocasión si fue castigado en un rincón; tuvo ganas de llorar, sintiéndose culpable porque no podía enfocar su mente en las notas que debía tocar con la flauta. Lo intentó una vez más y se escuchó muy desafinado, el profesor se cruzó de brazos, mirándolo muy enojado, Kaeya tuvo la necesidad de esconder su rostro y contener las lágrimas; esos mínimos errores le estaban doliendo muchísimo, incluso llegó a murmurar que no servía para eso y que nunca lo lograría.

El violín le agradaba más, su sonido lo invitaba a estar más concentrado, las melodías eran suaves y melancólicas, con ese instrumento creía sacar una voz que no dejaba salir frente a otros, como gritos de frustración y sollozos que se había estado tragando desde que tenía memoria. Su maestro asintió cruzado de brazos, como validando su trabajo con el violín, eso lo hizo tan feliz, ver a los demás orgullosos de lo que hacía, lo incentivaba a continuar reforzando sus puntos fuertes en vez de experimentar con todo lo que habría deseado.

Al finalizar sus clases, sus amigos y amigas lo acompañaron dando brinquitos y cotorreando a su alrededor, la sensación era increíble, ellos mostraban interés por su persona y le hacían invitaciones para jugar o practicar juntos, y Kaeya les devolvía esa atención con sonrisas y palabras que lo hacían ver más atractivo para los niños y niñas que lo seguían. Su labia y la demostración de sus conocimientos fascinaba a sus compañeros, a excepción de algunos niños de su clase y de cursos superiores que ya empezaban a mirarlo mal por ser un chico popular que acaparaba la atención de alumnos y profesores.

Lisa era la causante de esa envidia, pues siendo una preadolescente, también gustaba de prestarle su atención al príncipe, ella estaba saliendo de su salón y se detuvo a conversar con él, Kaeya se irguió lo más que pudo y le coqueteó disimuladamente mientras hablaban de la clase de fundamentos de arte, su amiga mencionó que había estado en Sumeru, en la biblioteca más grande que existía en Teyvat, eso maravilló al príncipe. Entonces sin reflexionar, le preguntó si conocía el gremio de alquimistas, solo luego de escuchar la negativa de Lisa cayó en cuenta de que no debía mencionar algo de ese tema si no quería que los caballeros de Favonius supieran que tenía conocimiento de algo que no le permitían leer.

Las amigas de Lisa la llamaron, y esta se despidió de Kaeya besándole la frente, los ojos del príncipe se desviaron al pecho de la muchacha, todavía era joven, pero ya empezaba a desarrollarse, aquello lo hizo sonrojar abochornado; luego de reaccionar dio media vuelta para ir a la salida, siendo escoltado por sus amigos del salón. Juntos salieron de la edificación, Kaeya sonreía mientras seguía hablando con ellos, despidiéndose de todos y cada uno de forma cariñosa, hasta quedar solo, listo para volver a la residencia a comer; Rhinedottir lo observaba desde una esquina de la calle, cargando a Ganyu mientras aparentemente daba un paseo con ella y Alatus.

El príncipe de Liyue no se movía de su lado, era muy tímido con los niños que jugaban en los parques, así que no jugaba con ellos, solo caminaba muy aburrido, pues lo que realmente le habría gustado hacer era participar nuevamente en las prácticas de la academia militar, las peleas eran mucho más divertidas que eso. Alatus notó que la alquimista vigilaba los pasos de un niño, él lo observó también, y pudo reconocer los rasgos de alguien que Barbatos le describió a detalle, un niño delgado de cabello lacio azulado, peinado en una pequeña cola de caballo, de piel morena, con un ojo grande de color azul violáceo, y el otro ojo cubierto por un parche.

No recordó que ya lo había visto antes, llorando afligido en los pasillos de la academia de Bellas Artes, y que le regaló un pañuelo bordado en su tierra natal para que se limpiase las lágrimas, lo único que venía a su mente era la voz de Venti indicándole que si veía a un niño de esas características, estuviera alerta, porque se trataba de un Alberich. El príncipe de Khaenri'ah dobló por aquella esquina, y los vio, reconoció a Rhinedottir y al lindo niño que lo había consolado cuando lo necesitaba; lo hizo muy feliz que estuvieran juntos en ese lugar, y se acercó a saludar amistosamente.

Alatus se quedó mudo, con una expresión indescifrable, pero vigilando al rehén Alberich como si estuviese a punto de atacarlos; Kaeya sonrió dulce y nervioso mientras se acercaba al príncipe de Liyue con el pañuelo doblado entre sus manos, diciéndole que aquel día había olvidado devolvérselo, pero que lo lavó y lo mantuvo en su bolsillo hasta el día en que volvieran a verse. El joven Alatus no tenía ningún arma a mano, si la hubiese tenido, la habría usado para colocar el filo de su lanza en la garganta del príncipe de Khaenri'ah para hacerlo retroceder.

En vista de esa ausencia de armas, el príncipe de Liyue hizo un movimiento más rápido que los reflejos de Kaeya, dando un salto y girando en el aire para asestar una patada en la quijada al hijo del rey Alberich, que lo hizo caer hacia el lado violentamente, soltando su morral y libros que quedaron desperdigados en los adoquines. Kaeya quedó en shock, y dio un cuarto de vuelta para quedar de espaldas en el suelo, con las palmas apoyadas mientras observaba a Alatus, quien estaba por lanzarse sobre él para estrangularlo o darle puñetazos en la cara; el príncipe de Khaenri'ah se cubrió la cara con los brazos, muy asustado y confundido, por suerte Rhinedottir tomó las ropas de Alatus y lo detuvo antes de que se abalanzase sobre Kaeya.

-¡Firme! - exclamó la mujer, el príncipe de Liyue abrió los ojos de par en par, y enderezó la espalda recto y quieto para escuchar las ordenes o represalias de la alquimista - ¡¿Quién te dio permiso para atacar civiles desarmados?!

-Yo... yo... - murmuraba Alatus repleto de inseguridad, cuando los adultos le hablaban así, significaba que había cometido un grave error - él no es un civil... - se excusó, pero agachó la mirada avergonzado de sí mismo.

-No vuelvas a atacar a nadie indefenso en mi presencia - le ordenó Rhinedottir, sombría; el príncipe de Liyue asintió con los ojos húmedos, y recibió a su hermanita en brazos cuando la alquimista se la entregó - quiero que vayas a esa pared y me esperes quieto y en silencio, le pediré disculpas a este niño en tu nombre.

-Está bien... - dijo Alatus soportando las crecientes ganas de llorar, y alejándose con Ganyu para dejar a solas a Rhinedottir y a Kaeya.

-Lamento esto ¿Estás bien? - preguntó la alquimista tendiéndole la mano al príncipe de Khaenri'ah, que sollozaba tocándose un lado de la cara con mucho dolor.

-¿Por qué hizo eso...? - se preguntó Kaeya llorando decepcionado y angustiado.

-Porque es un tonto sin voluntad.

-Yo no hice nada malo... - susurró temblando y derramando lágrimas por su único ojo - no puedo entenderlo...

-Barbatos debió hablarle de ti - comentó la alquimista, haciendo que Kaeya se quedase congelado, siempre que algo malo le ocurría, ese nombre era pronunciado, como si el rey estuviera empeñado en destruir su vida.

-¿Por qué? ¿Por qué?... - decía el príncipe Alberich rompiéndose una vez más, golpeando el piso con sus puños por la impotencia - ¿Por qué me hace esto? Yo nunca le he hecho nada, nunca...

-Porque es un narcisista, y los narcisistas no necesitan razones para ensañarse con alguien - le explicó Rhinedottir fríamente, Kaeya se cubrió la cara llorando a mares - si llamas la atención de una persona como esa, seguirá metiéndose contigo hasta que consiga un juguete nuevo.

-Quiero morir... - susurró el príncipe, se sentía muy pequeño y presionado, como si alguien además de la alquimista y Alatus lo estuviese juzgando con la mirada por llorar como lo estaba diciendo.

-Eres muy joven para desear algo así.

-¿Por qué es tan malo? - le preguntó Kaeya quitándose las manos de la cara para poder verla a los ojos, rogándole compasión.

-No está sano mentalmente supongo, nadie que esté en todos sus cabales disfruta de destruir a un niño pequeño - le explicó ella sin darle las palabras de aliento y los cariños que él necesitaba - lo entendería si tuviera algo personal contra tu estirpe.

-Yo nunca...

-Ya deja de llorar y levántate - le ordenó Rhinedottir, el príncipe agachó la cabeza reprimiendo sus sentimientos, y recogió sus cosas del suelo para guardarlas en el morral, antes de tomarle la mano para reincorporarse muy adolorido - ¿Leíste el libro que te regalé?

-Sí... leí algunas páginas... - respondió sollozando, su pecho saltaba violentamente por el llanto de desesperación que tenía que ahogar dentro de sí mismo.

-¿Hasta qué punto?

-Hasta... - murmuró Kaeya respirando profundamente para dejar de llorar, queriendo volver a la normalidad para poder hablar del libro - hasta los castigos para... ese alquimista que...

-Ah sí, Saind Efil, el que lo arruinó todo - comentó ella, el príncipe temblaba secándose las lágrimas con el mismo pañuelo que Alatus le había regalado - aún te falta mucho para terminar, todavía no sabes toda la historia de la dinastía Alberich.

-Tengo algunas dudas... - dijo el niño forzándose a guardar la calma y enfocarse en algo que no fueran sus dolencias.

-Yo puedo contestarlas.

-¿Que ocurrió con Kali? - preguntó Kaeya dando otra respiración profunda, empezando a calmarse.

-Se suicidó - respondió ella sin un ápice de sutileza, el pequeño se asombró y agachó la cabeza con pesar.

-Oh... ¿Por qué prefirió hacer eso en vez de...?

-Hay una leyenda que dice que la propia madre de Edel y Kali la incentivó a quitarse la vida para mantener su honor intacto, los Alberich respetan a los que no se dejan someter, y desprecian a los que si, por eso la misma Kali consideró más digno morir que entregarse a un hombre que la quería tomar por la fuerza - relató Rhinedottir, aquella charla solo hacía sentir más triste a Kaeya.

-Eso es tan horrible...

-Los Alberich son así - dijo la alquimista con un dejo de rencor - Edel no vengó a Kali porque no estuviera de acuerdo con su decisión, lo que hizo fue rebelarse contra una dinastía que no creía digna de gobernar Khaenri'ah.

-Creí que lo hizo porque la amaba...

-Las versiones dicen otra cosa. Pero como sea ¿Tienes alguna otra duda?

-¿Por qué le dieron tanto poder a...? - cuestiono el príncipe, todavía no memorizaba bien el nombre de Saind Efil.

-Porque comercializó oro alquímico. Es algo complicado de explicar para un niño, no entenderías de economía, así que lo resumiré en que el oro alquímico es tan valioso, que solo se puede pagar con poder, haciendo que el creador del oro sea el verdadero rey.

-Oh...

-El poder corrompe a cualquiera, incluso te corrompería a ti.

-¿Por qué pasa eso?

-Por la misma razón que Barbatos cree ser un dios, y tener el derecho de maltratar a quien le plazca, porque con el poder tienes la capacidad de controlar las vidas de otros, y acceder a... ciertos beneficios.

-¿Barbatos sería una mejor persona si no fuera un rey?

-No, definitivamente no.

-Qué mal...

-¿Alguna otra pregunta?

-No entendí del todo los castigos para Sa... para ese tipo.

-Quemaron su rostro con metal caliente, es una marca de vergüenza, para que ningún alquimista volviese a confiar en él.

-Entendí esa parte, pero ¿Qué es eso de la "panacea"? - preguntó Kaeya, más calmado y curioso, Rhinedottir se quedó pensativa, armando una explicación clara para un niño.

-Los alquimistas podemos crear muchas cosas que escapan de la comprensión de las personas comunes, pero la mayoría de ellas no están permitidas a menos que sea por simple demostración del dominio de esta ciencia. Por ejemplo, yo soy capaz de crear oro, pero no puedo usarlo ni venderlo, está prohibido porque ocurriría lo mismo que con Saind Efil.

-¿Que tiene que ver eso con la panacea?

-Hay otros ejemplos de cosas que no pueden comercializarse - continuó ella sacando una piedra roja de su bolsillo, que brilló tan fuerte que Kaeya cubrió su vista con el antebrazo, cuando volvió a mirar, había un pájaro quimérico, que mezclaba las características de una urraca con un pavo real, el príncipe se maravilló con sus colores - las quimeras, pueden crearse y usarse, pero solo temporalmente - explicó ella entregándole el ave en sus manos, el príncipe le acarició el cuello con un dedo.

-Es hermosa...

-Cierra los ojos por favor - le pidió Rhinedottir, Kaeya obedeció y cerró los ojos, entonces la mujer sujetó firmemente el pico de la quimera y la alumbró con la piedra, desintegrándola hasta las cenizas sin dejar que el niño escuchase los gritos de dolor del pájaro.

-¿Ya puedo abrirlos? - preguntó el príncipe algo impaciente.

-Puedes hacerlo - respondió ella, entonces Kaeya pudo mirar sus manos, ya no había un ave entre sus palmas, solo un puñado de cenizas que él contempló mientras su expresión feliz se borraba lentamente una vez más - las quimeras no deben vivir mucho tiempo, porque van contra la naturaleza.

-No puede... - susurró el príncipe mirando las cenizas en sus manos horrorizado.

-La panacea es algo más prohibido que el oro alquímico y las quimeras, es el elixir de la vida eterna - dijo ella sin darle importancia a las emociones de Kaeya - se fabrica para aumentar nuestros conocimientos, pero no debe usarse ni comercializarse nunca jamás.

-¿Por qué no...?

-Porque no hay peor condena que una vida eterna.

-¿Por qué? No lo entiendo, todos quisieran vivir para siempre.

-¿Lo queremos? ¿Te gustaría vagar eternamente por el mundo estancado en la edad que tienes, por siempre? - cuestionó Rhinedottir, el príncipe abrió sus manos para indicarle que no estaba seguro - ¿Te gustaría tener la misma edad toda la vida, mientras la chica de tus sueños envejece y muere frente a ti sin que puedas hacer nada?

-Le daría panacea para que ambos vivamos por siempre.

-¿Contra su voluntad?

-No...

-Si algún día terminaras con esa novia habiéndole dado panacea ¿Qué crees que pasaría con ella? Le arruinarías la vida.

-¿Y si nunca terminamos?

-Ningún amor puede durar toda la vida... Pero si eso no te convence, si tu vivieras por siempre sin envejecer ¿Te gustaría ver como tu padre, tu hermano y todos tus conocidos mueren? ¿Soportarías esa soledad?

-No, no podría...

-Saind Efil fue condenado a la vida eterna, para destruir toda relación que pudiera formar, su verdadero castigo es la soledad perpetua, a menos que decidiera quitarse la vida.

-¿Él sigue vivo?

-Lo dudo, nadie soportaría vivir milenios de esa forma... ni siquiera el psicópata de Barbatos, aún no cumple un centenio de vida y ya empieza a sentirse solo.

-¿Qué edad tiene el rey? ¿Acaso él también bebió panacea?

-¿50? ¿60? No estoy segura, pero no más de 100 años y no menos de 40 - pronunció la alquimista, entonces pensó un momento en algo que no estaba segura de revelar - si te cuento el secreto de Barbatos, tienes que jurar que no se lo dirás a nadie, porque te pondrías en peligro, a ti y a mí.

-No diré nada, lo juro.

-El rey consume una versión inferior a la panacea, le llamamos aqua vitae, rejuvenece de forma temporal y se requieren dosis diarias para mantenerse en una sola edad, si Barbatos dejase de tomarla algunos días, se notaría un envejecimiento en él.

-¿Ese es su secreto?

-Y gasta mucho en él.

-¿Es legal para los alquimistas? - cuestionó el niño, Rhinedottir sonrió al ver que el Kaeya perspicaz estaba de vuelta.

-Sí, porque sus efectos son muy temporales, aunque creo que la tirana de Inazuma podría hacer que el consejo de alquimistas tome cartas en el asunto. Solo espero que infiltren personas para causar una rebelión en su contra, en vez de prohibir la comercialización del aqua vitae.

-Es una lástima que cosas tan divertidas estén prohibidas...

-¿Sigues pensando de esa forma? Bueno, no te culpo, yo también he deseado romper las reglas... - murmuró la alquimista suspirando con decepción, entonces vio la pequeña silueta que siempre rondaba a su alrededor, escondiéndose de los desconocidos detrás de las paredes, y sonrió pacíficamente - ya rompí una hace un tiempo...

-Si yo fuera un alquimista, tal vez rompería muchas reglas.

-Increíble... nunca creí escuchar a alguien de tu linaje decir algo como eso.

-Quizá lo mejor es que nunca sea un alquimista, no quiero acabar como... ese tipo.

-Eso si suena más a un Alberich...

-¿Cómo?

-Sabes, los Alberich odian a mi gente.

-Sí, leí la parte donde prohibieron la alquimia...

-Son los culpables de que perdiéramos nuestro patrimonio - murmuró ella mirando de reojo a Kaeya con rencor, el príncipe se cubrió, confundido al no entender porque ella lo veía de esa forma - pero más culpa tiene Saind Efil, cualquiera se habría enojado después de semejante error, por suerte hay formas de revertirlo.

-¿De verdad? ¿Los alquimistas también pueden volver al pasado?

-Ojala eso fuera posible, pero no te preocupes, sé un par de formas de recuperar lo que es nuestro.

-Espero que si lo logre, señorita Rhinedottir - comentó el niño sonriente, ella también le sonrió, pero no de forma inocente como el príncipe.

-Sí, lo lograremos.

Kaeya volvió a casa ocultando el lado hinchado de su cara, no obstante Crepus se fijó en él y se agachó para mirarlo mejor, después posó sus manos en las mejillas de su bebé, y distinguió claramente que estaba lastimado; el señor Ragnvindr se asustó al verlo así, y le preguntó si acaso Venti había vuelto a pegarle. El príncipe negó con la cabeza, ya no quería que su padre y el rey peleasen, seguía teniendo mucho miedo de que Barbatos mandara a asesinar a su padre, ya no podía arriesgarlo a ese destino, por eso le dijo la mentira de que había tropezado en la calle.

Crepus no le creyó, así que insistió en que le dijera quien lo había golpeado, Kaeya suspiró temeroso y le dijo una verdad a medias, describiendo físicamente a Alatus y diciendo que no lo conocía de ningún lado; mas esa descripción le sirvió al señor Ragnvindr para saber que el príncipe de Liyue se había metido con él, algo que lo hacía enfurecer. El príncipe abrazó a su padre y le rogó que no le diera importancia, pero ya era muy tarde, pues la semilla del odio por el monarca de Mondstadt ya había sido sembrada en Crepus desde hacía mucho tiempo; para no hacer sentir más angustia a su pequeño, el padre de familia lo abrazó cálidamente y le besó el rostro preguntando si le dolía mucho.

Diluc los miraba a lo lejos, una vez más algo le había pasado a Kaeya, siempre tenía algún tipo de problema que mantenía ocupado a Crepus, ya empezaba a creer que sus golpizas y el resto de sus incidentes eran fingidos para llamar la atención de su padre; era muy irritante que su papá lo besara y tratara con tanto cuidado por un golpe, cuando él a diario recibía algún tipo de daño entrenando con sus compañeros. El príncipe se dio cuenta de la presencia de Diluc, tenía la misma mirada intimidante que Alatus cuando lo golpeó, eso lo asustó, su hermano ya no era el mismo, y él comenzaba a entender que podían ser celos por causa de su padre.

Entonces para ya no molestar más a Diluc, Kaeya le dijo al señor Ragnvindr que quería volver a su cuarto, Crepus lo acarició un poco más y lo dejó ir, en el fondo quería seguir consolándolo por tener que aguantar tantas injusticias, pero entendía que lo mejor era darle su espacio. El príncipe tuvo que pasar por el lado de Diluc para meterse a su habitación, su hermano lo miró de reojo como si quisiera atacarlo en cualquier momento, Kaeya entró retrocediendo al cuarto, vigilando con temor a Diluc para cuidar que no lo golpease por la espalda.

El príncipe puso el cerrojo en su cuarto por precaución, y apoyó la espalda en la puerta respirando aliviado; luego miró la estantería y fue corriendo a buscar el libro que Rhinedottir le obsequió para continuar la lectura, ese día tenía que avanzar un poco la parte que narraba la historia de la dinastía Alberich. A decir verdad fue un poco aburrido, pues se habló mucho de economía en la siguiente parte, aunque era comprensible pues Khaenri'ah quedó prácticamente en la ruina después de que Saind-Efil arruinara la agricultura del lugar y prácticamente a toda su gente.

Los Alberich usaron las reservas de oro alquímico para pagar cualquier reparación y trajeron muchos inmigrantes del extranjero al campo y la ciudad, al final de 4 décadas no quedaba nada del oro creado por Saind-Efil y el capital de los Alberich era similar al de otras familias ricas, pero jamás equiparable al de los monarcas alrededor de Teyvat. Ocurrieron posteriormente a lo largo de los siglos algunas desgracias para la familia, como la muerte de la pequeña Silke Alberich, secuestrada y asesinada a los 7 años, la traición que sufrió la princesa Ada Alberich cuando uno de sus confidentes asesinó a su padre, el brutal asesinato del joven príncipe Kavin Alberich a los 16 años en manos de su mejor amigo, entre otras muertes prematuras ocurridas en combate o en complots con reinos extranjeros.

Aquellos casos particulares llamaron la atención de Kaeya porque coincidían en que el perfil de quienes cometían esos crímenes era el de un hombre muy alto de entre 30 y 40 años, a veces con mascara, a veces siendo descrito con una deformidad en un lado de la cara. Esa parte de la historia si estimulaba su imaginación a pesar de lo terrible que sonaban las muertes de los Alberich, seguía sintiendo lástima por ellos, pero también le parecían muy curiosos algunos detalles que subrayó con carboncillo, pues se perdían entre un mundo de desgracias ocurridas en guerras y conflictos con países vecinos, que opacaban a los asesinos de características similares.

Llegó entonces al primer árbol genealógico de los Alberich, repleto de nombres como Edel, Kali, Ada, Eda, Kalu, Kavin, Silke, Karka, Neya, entre muchos otros que se repetían y entrecruzaban, pues al parecer algunos Alberich al inicio de su dinastía se casaban entre primos, incluso pareció distinguir en ese esquema a tíos casándose con sobrinas. Le sorprendió encontrarse en el medio del árbol genealógico el nombre de Kaeya I, descubriendo que su nombre provenía de Khaenri'ah, le pareció tan interesante que saltó varias páginas para saber si su nombre se repetía en otra generación de Alberich.

Encontró a Kaeya II en la quinta generación antes del presente, tatara abuelo de Surya Alberich IV, actual rey de Khaenri'ah, casado con la doncella Zenya Kozlova de Snezhnaya, unión de la cual nació Kaeya III, heredero actual de Khaenri'ah. De pronto el príncipe cerró bruscamente el libro y se quedó viendo la parte trasera pensativo y confuso, entonces levantó la mirada, de repente estaba en blanco y sentía miedo sin ninguna razón aparente, y decidió por impulso correr a la estantería para esconder ese libro para no volver a tomarlo más; después de sentarse en la orilla de su cama con el ojo muy abierto mirando hacia sus pies, decidió recostarse de lado en su cama, pensando sin parar en el nombre de Zenya y en el dolor que lo clavaba en el pecho cuando intentaba memorizarlo. 

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