17. Pecado
Nota: Hubo una mezcla de factores para la tardanza del capitulo, pero el común denominador fue: la universidad. Primero era por los trabajos de fin de semestre, porque cuando estudias una carrera artística, todo lo practico cuesta mucho más que lo teórico.
Pero luego derivó en algo peor: actualmente hay mucha incertidumbre entorno a mi universidad, porque se declaró en quiebra, pero no dejan de decirnos que quedaremos en manos de otra universidad que nos absorberá. Sin embargo nos tenían desde octubre sin noticias al respecto, así que la comunidad estudiantil está tan furiosa, que se tomaron las sedes y se hicieron protestas para presionar.
A estas alturas deberíamos estar matriculándonos, pero no nos envían la información, y tememos lo peor.
Tal vez ya lo haya mencionado antes, pero mi carrera es ilustración, lo que busco con ella es dedicarme al cómic y tal vez a la ilustración editorial, y sé que puedes dedicarte a eso sin haber estudiado, pero por algo estoy en la carrera, para especializarme cuanto pueda, y tampoco es la idea que pierda estos dos años y el dinero invertido gracias a la incompetencia de quienes están al mando de este proceso de traspaso de una universidad a otra.
Ese era el resumen de todo, que estamos en vilo y no nos queda de otra que presionar para nuestro futuro estudiantil.
Esperemos que esto se solucione pronto, lamento muchísimo la tardanza, disfruten el capitulo, quedó relativamente "corto" (17k) en comparación a otros que he escrito, pero espero ya poder centrarme más.
Los quiero mucho
*****
Thoma estaba sobre el futón de Ayato, desnudo y boca abajo mientras buscaba patrones en la madera del suelo para no aburrirse; su amo le había dicho que lo esperara ahí, pero su extensa demora lo ponía muy nervioso, tal vez había pasado algo grave, porque no era normal que se ausentara de su habitación por casi 2 horas, estando en su propiedad y no en una reunión. Entonces Thoma se puso de pie y tomó una bata de Lord Kamisato para envolver su cuerpo, y salió hacia el pasillo para buscarlo a él o a un guardia que resolviera sus dudas.
Al primero que encontró le preguntó si había pasado algo extraño o si había un problema que Lord Kamisato tuviera que resolver, el soldado le respondió que no pasaba nada fuera de lo normal, y que su amo seguía dentro de la casa. Thoma le preguntó dónde estaba, pero el soldado selló los labios y le dio la espalda para seguir vigilando la vivienda; eso le intrigó más, por lo que recorrió los posibles lugares donde podría estar Ayato.
Primero chequeó la habitación de Lady Ayaka, pero esta se encontraba sola y profundamente dormida, luego fue hacia el comedor, a la sala donde guardaban el licor y los opioides, pero no había señales de Ayato; lo único que le quedaba era revisar la habitación de huéspedes, porque tampoco iba a encontrar a Lord Kamisato en las habitaciones de la servidumbre. Entonces, cuando estaba a unos cuantos metros de ese cuarto, comenzó a escuchar los sonidos lujuriosos de dos personas que se encontraban dentro con las lámparas de gas encendidas.
Thoma entreabrió lentamente la puerta corrediza para no hacer ruido, y confirmó que su amo estaba ahí, boca arriba, completamente desnudo y acariciando los bellos muslos trabajados de Hirano, quien solo llevaba una yukata abierta que le colgaba de los codos; Thoma comprendió que Lord Kamisato seguía tan molesto con él por sus signos de rebeldía, que le había mentido para hacerlo esperar por horas, mientras él se entretenía y descargaba todo su apetito sexual en Hirano. En el fondo lo maldijo por su despreciable actitud, pero ese sentimiento de rabia no pesaba tanto como lo que estaban viendo sus ojos en ese momento, un cuerpo sensual, saltando sobre la polla de Ayato, con el cabello ondulado y azabache desordenado, y las manos apoyadas hacia atrás en las tibias del amo de ambos.
La imagen lo hizo tragar saliva, normalmente solo el recuerdo de su amado Kaeya lo excitaba, pero en ese momento no había memorias que interrumpieran el ahora, nada ocupaba su cabeza más que el hecho de estar viendo la intimidad de Hirano, sus caderas y muslos moviéndose para complacer a Ayato con todo su ímpetu, su pene erecto y curvado, sus pectorales carnosos, los pezones en punta, sus gemidos descontrolados que salían de unos labios abiertos, por cuyas comisuras goteaba un poco de saliva.
—Detente —le ordenó Lord Kamisato, Thoma sintió escalofríos, preguntándose si se había dado cuenta de la puerta entreabierta.
—Si mi Lord... —obedeció Hirano, dejando quieto su cuerpo lascivo, de piel blanca y joven; Ayato se sentó y abrió las piernas.
—Chúpamela.
Hirano asintió y agachó la cabeza, levantando más el culo, sus muslos estaban rojos por el constante palmoteo; Thoma era incapaz de apartarse de la puerta, estaba absorto en el momento, en la vista, en las sensaciones que no tenía desde que tuvo que alejarse de Kaeya y de Mondstadt. La boca de Hirano se abrió y se metió la polla de Ayato hasta el paladar, por necesidad comenzó a masturbarse mientras chupaba y dejaba salir la saliva de su boca, la cual comenzó a gotearle del mentón como si fuera semen de su amo; pero Lord Kamisato aún no eyaculaba, y miraba a Hirano con perversa dominancia e impaciencia.
—Haz que me corra. Quiero ver si eres capaz de hacerlo, porque no se me ha bajado en horas. —Thoma miró hacia abajo, tenía una gran erección que formaba un bulto en la bata; Hirano sacó de su boca el pene de su amo, y le masajeó el glande mientras bajaba a lamerle las bolas.
—Daré mi mejor esfuerzo, mi Lord... —susurró Hirano antes de chupar uno de sus testículos; una ola de calor recorrió a Thoma de la cabeza a los pies cuando lo vio meterse el saco escrotal a la boca mientras masturbaba a Ayato con un tacto dócil y gentil.
—Hazlo, hazlo ya, quiero que hagas que me corra en tu boca, y que te lo tragues todo como la puta que eres. —Kamisato agarró un gran mechón de cabello de su amante y lo retorció, Hirano hizo una leve mueca de dolor y volvió a acercar la boca al glande, usando una mano para acariciar las bolas de su amo.
—Por favor... —susurró Hirano usando el índice de su otra mano para deslizarlo sobre una vena de esa polla—. Córrase para mi...
Thoma se estremeció con los ojos entrecerrados, aún no razonaba que debía salir de ahí, no era capaz de pensar en nada más, solo en lo bien que se sentía; Hirano volvió a meterse toda la verga de su amo en la boca, moviendo la cabeza sin parar mientras sostenía los testículos en su mano. Ayato apretó los dientes irritado y excitado, quería llegar al orgasmo, pero su cuerpo se rehusaba a liberarlo de ese calor, su pene seguía tan duro que lo enrabiaba y lo hacía tener pensamientos oscuros; de pronto agarró el cabello de su sirviente, lo apartó y de forma agresiva lo obligó a darse la vuelta, con la cabeza hacia los pies del futón.
—Puto inútil, tu boca no es suficiente, ahora atente a las consecuencias —le dijo mientras lo acomodaba en cuatro patas y le levantaba el culo con las dos manos.
—Lo siento mi Lord... —dijo Hirano de forma sensual y a la vez afligida, el corazón de Thoma se aceleró, anticipando lo que iba a ocurrir—. Puede hacer lo que quiera conmigo...
Sin compasión Lord Kamisato metió su polla de golpe, con las rodillas flexionadas y las manos agarrando desde atrás los hombros de Hirano, dispuesto a follárselo tan duro que sabía que su interior iba a estremecerse como en un terremoto; de repente la imagen atrayente de Hirano fue opacada por Ayato, que con sus rodillas cubrió parte de su hermoso cuerpo de la vista de Thoma, quien comenzó a sentir desprecio por él. Aun así la temblorosa y aguda voz de ese joven le hipnotizaba, porque era como si de forma sincera gozase de recibir fuertes golpes de las caderas de Lord Kamisato.
Mientras gemía desesperado, Hirano desvío la mirada hacia la puerta, la cual descubrió entreabierta; de repente su ojo y el de Thoma se encontraron, ambos se quedaron fríos al ser descubiertos, sobre todo Thoma, que entendió que habría sido mejor salir de ahí desde el principio. La voz de Hirano se cortó de repente, Ayato había estado disfrutando mucho el hacerlo gritar, así que su silencio lo enfureció, y tomó su cabello con fuerza para decirle algo a la cara.
—¿Por qué te callas? Gime para mi, puta —le ordenó, Thoma miró esa escena, sintiendo una creciente cólera, un odio que no sentía por Kamisato desde que quiso propasarse con él cuando llegó exiliado de Mondstadt.
—Lo siento mi Lord... —dijo Hirano, Ayato quería saber qué estaba mirando su amante, pero cuando trató de girar la cabeza, Hirano le tomó la nuca y estiró su cuello para darle un apasionado beso en la boca, evitando así que su amo descubriera a Thoma.
—Hirano... —susurró Kamisato, los besos así calmaban la ira de su corazón.
—Lo amo tanto, mi Lord...
Ayato sonrió, y decidió portarse un poco mejor con su amante, levantándole una pierna y agarrando su caja torácica desde abajo, lo cual lo obligó a acomodarse de costado, sosteniendo el peso de su cuerpo con una rodilla, el codo y el cúbito mientras era penetrado; Thoma seguía sin ser capaz de alejarse, esa postura le dio una nueva perspectiva de Hirano que llamaba su atención como la luz a las polillas. Hirano era plenamente consciente de que sin quererlo, su amo le estaba dando en bandeja de plata un espectáculo a Thoma, y que su desnudez ya no era exclusiva para el disfrute de Lord Kamisato.
Esos pensamientos tornaron roja su piel, sus poros estaban levantados por la estimulación en su próstata, y su pene se movía en rápidos círculos mientras Ayato lo follaba; los ojos de Thoma se abrieron más, sus piernas no se movían, pero su cuerpo sufría reacciones como el calor, sacudidas, sudoración y dilatación de pupilas. De vez en cuando Hirano miraba de reojo para saber si Thoma seguía ahí, comprobar que no se había ido le aceleraba el corazón con preocupación y enfado; aun así, cada vez que su amo parecía estar a punto de mirar a la puerta, Hirano le robaba un beso para distraerlo.
Durante uno de esos prolongados besos, Hirano hizo contacto visual con Thoma, y abrió mucho los ojos cuando de su pene comenzó a brotar esperma, pues con solo recibir embestidas había llegado al orgasmo, incluso antes que su amo. Thoma exhaló vapor de su boca, la vista fue tan buena que le entumeció los pensamientos; sin embargo Ayato lo devolvió a la realidad, cuando aceleró las embestidas como una bestia maníaca y violenta.
—¡Me voy a correr! —le gritó a Hirano mientras lo soltaba para comenzar a masturbarse, su amante se dio rápidamente la vuelta arrodillado, juntó las piernas, echó la cabeza hacia atrás con la boca abierta y colocó las manos cerca de su pecho, con las palmas hacia arriba para recibir el semen que pudiera caerse.
—Estoy listo mi Lord... Démelo todo, lo necesito... —dijo Hirano con las mejillas rojas, abochornado por mostrarle esa faceta suya a Thoma.
—Abre bien, puta.
Ayato se masturbó enérgico, no le preocupaba causarse dolor, simplemente quería descargar el semen que había estado produciendo desde el inicio de esa extensa velada; cuando salió era tan abundante como esperaba, él mismo se aseguró de apuntarlo hacia la boca de su amante, sin desperdiciar ni una gota. Thoma entrecerró los ojos, Hirano mantuvo su postura mientras se bebía la corrida de su amo, la yukata que llevaba era apenas unos pliegues de tela muy juntos alrededor de su cintura y colgándole por los codos.
De repente, por mero instinto de supervivencia se alejó de la puerta y caminó silenciosamente por el pasillo, sin embargo no había sido tan rápido, porque en el momento en que Lord Kamisato salió del cuarto de huéspedes, este lo vio a lo lejos, reconociendo su cabello.
—¡Ven aquí Thoma! —gritó Ayato, Hirano se estremeció asustado, pero su amo le hizo una seña con la mano, y no tuvo más alternativa que acomodarse la yukata y acercarse a él; Thoma tampoco tuvo más alternativa que guardar su erección entre las piernas y dar la vuelta, era muy incómodo.
—¿Mi Lord? —dijo Thoma, entonces Kamisato salió hacia el pasillo y tiró del brazo a Hirano para sacarlo también de la habitación, posteriormente lo agarró de la cintura.
—¿Me estabas buscando?
—Sí mi Lord, su ausencia me pareció inusual así que he estado recorriendo la casa —respondió Thoma, era un poco doloroso tener su pene apretado entre las piernas; Hirano evitaba su mirada, mientras Ayato sonreía burlón.
—Bueno Thoma, aquí esta la razón de mi ausencia. Me entretuve tanto que creo que no te necesito esta noche. —De repente Lord Kamisato bajó una de las mangas de Hirano, para exponer su cuello con chupones y uno de sus pectorales, Thoma tragó saliva—. Solo mira esta belleza ¿Tu que opinas, Thoma?
—¿Sobre qué l?
—Sobre Hirano, estúpido —gruñó Ayato, Hirano miró de reojo el rostro enrojecido de Thoma.
—Que es... ¿Un buen soldado? —balbuceó Thoma nuevamente atontado por los instintos; Kamisato se rió a carcajadas de él por considerar esa respuesta una estupidez.
—Ni siquiera eres capaz de seguirme la corriente, pobre Thoma. —De repente Ayato se movió a espaldas de Hirano para bajar el otro hombro de su camisa, obligándolo a enseñar los dos pectorales; Hirano desvío la mirada avergonzado, mientras su amo deslizaba una mano sobre sus pechos—. Solo míralo, es perfecto, es de hecho mejor que tu en más de un aspecto.
—¿Cuáles? —preguntó Thoma por decir algo, cada vez le parecía más tortuoso tener su erección apretada entre los muslos.
—Es más lindo, folla mejor, es muy obediente. Creo que es mi favorito. —Kamisato lamió el cuello de Hirano, Thoma podía sentir la incomodidad de ese joven, la vergüenza de verse expuesto de esa forma, lo cual le causó muchísimo remordimiento—. En cambio tu, Thoma, te has vuelto cada vez más inútil.
—Me alegra que tenga un favorito —replicó Thoma, Hirano no abría la boca, y evitaba su mirada, sintiéndose humillado y temeroso de que su señor decidiera hacer algo impulsivo.
—Por cierto ¿Esa bata no es mía? Ve y devuélvela antes de irte a tu cuarto, hoy no me apetece follarte a ti.
—Como ordene mi Lord —respondió Thoma dando media vuelta, agradecido de poder soltar su erección.
—La única razón por la que te follo es porque tenemos un trato y no puedo sacarte provecho de otra forma —dijo Ayato queriendo ofenderlo, Thoma lo miró de reojo a sabiendas de que ignorarlo y mostrar indiferencia lo enfurecería, Kamisato lo interpretó como si estuviera enojado, y sonrió feliz de obtener lo que quería.
Por otro lado, Hirano se fijó en el bulto en la bata de Thoma, que apenas había podido notar por la perspectiva en la que estaba; Thoma se retiró en silencio para ir al cuarto de Lord Kamisato, ahí se colocó la ropa y se retiró con rapidez para refugiarse en su habitación. Una vez ahí se recostó boca arriba en el futón, recordando todo lo que había visto en el cuarto de huéspedes, el morbo de mirar a dos personas teniendo sexo apasionado, el precioso cuerpo de Hirano siendo sometido por el inmundo Ayato Kamisato.
Thoma se puso colorado, se sentía como un pervertido por haber disfrutado tanto de algo así, pero fue inevitable, porque no sentía ese nivel de excitación desde que tuvo sexo por última vez con su amado Kaeya Alberich; en ese momento lo que había visto era suficiente para sentir su polla dura y palpitante, así que supo que aunque estuviera mal, debía masturbarse para aliviarla. Entonces bajó una mano hasta su pantalón de tela, la metió por debajo y agarró su pene erecto para sacarlo, luego comenzó a jalarlo suavemente, con el recuerdo de Hirano dándole sexo oral a Kamisato, con su boca gentil y hambrienta de complacer.
Intentó comparar eso con los orales que le dio Kaeya alguna vez, pero aunque lo hiciera con tanta lujuria y profesionalismo, su imagen en esa ocasión le hizo doler el corazón, saberse lejos de él le hacía daño, y su memoria solo podía calmarlo cuando se entregaba a la desagradable experiencia de follar con Ayato. Angustiado dejó de lado la imagen de su amado, y volvió a pensar en Hirano, en sus muslos, los hombros desnudos, el pecho trabajado con su entrenamiento, sus tetillas tan en punta que invitaban a chuparlas; Thoma tocó su glande con la yema de los dedos, sus instintos lo hicieron imaginar sin cuestionamientos que deslizaba la punta de su pene y la uretra encima de esos pezones duros, que Hirano miraba hacia abajo embelesado y ansioso, y que él le tomaba la nuca para metérsela en la boca sin esperar a que dijera una sola palabra.
Por necesidad comenzó a masturbarse más rápido, en la fantasía ya no veía a Lord Kamisato penetrando como un salvaje a Hirano, sino a él mismo, moviéndose de la misma forma que Ayato, haciendo temblar la voz de ese joven; en esa visión él sostenía el culo de Hirano con las dos manos, y hacían contacto visual mientras emanaban vapor de los poros. La sensualidad y el desenfreno eran uno solo, Hirano le susurró las mismas palabras que le dijo a Kamisato, y Thoma se apresuró a darle su tan deseado simiente, el cual vertió sobre su boca.
En ese instante Thoma eyaculó en su mano, y se quedó reposando agitado en su sitio, libre de su lujuria reprimida; no obstante alguien golpeó suavemente la madera sólida de la puerta corrediza, y él se dio la vuelta de un respingo, tomó nervioso una manta para limpiar el semen de su mano, y volvió a meter su polla dentro de los pantalones. Así pudo ir a atender a quien lo estaba buscando a esas horas de la noche, pero se asustó al ver que era Hirano, que todavía portaba la yukata, cruzado de brazos y con la mirada hacia otro lado.
—¿Puedo pasar, señor Thoma? —le pidió, Thoma tragó saliva.
—Está bien. —Thoma se apartó para que Hirano se metiera dentro de su cuarto, este cerró la puerta corrediza y se quedó a un lado, aún sin mirar a los ojos a Thoma—. Hirano, yo...
—Por favor no vuelva a hacer eso, señor Thoma. —La vergüenza fue tan grande para Thoma que cayó de rodillas e inclinó la cabeza frente a Hirano.
—Lo siento tanto Hirano, estuvo mal, lo sé, no debí quedarme mirando... Así que suplico tu perdón.
—Ni siquiera me importa tanto el hecho en sí, lo que me molesta, es que se haya quedado por tanto tiempo a sabiendas de que Lord Kamisato podría descubrirlo.
—No temas por mí, sé manejar mis problemas con él. Debería importarte más que haya invadido tu privacidad.
—Se equivoca, señor Thoma. Si lo hubieran descubierto, eso lo habría perjudicado tanto a usted como a mi. Lord Kamisato es impredecible, pero si puedo predecir que habría reaccionado muy pero muy mal.
—Habría estado dispuesto a llevarme su castigo —dijo Thoma impulsivamente, luego se avergonzó de haber admitido algo como eso.
—Estoy seguro de que nos hubiera obligado a ambos para que... nos tocasemos mutuamente. No quisiera hacer algo en contra de su voluntad. Usted ya vio como no le tembló la mano cuando bajó los hombros de mi ropa y acarició mi pecho, créame que sería capaz de algo peor.
—Bueno, es cierto pero...
—Tal vez usted no le teme porque nació de una familia noble, pero yo... Yo soy un plebeyo, si él lo quisiera, podría disponer de mi vida y acabar con ella en cualquier momento. —Thoma se puso de pie rápidamente y tomó los hombros de Hirano.
—Yo nunca permitiré que te haga algo así, lo juro, no lo dejaré lastimarte —dijo Thoma mirándolo a los ojos, Hirano desvío la vista y sonrió melancólico, era como si aquella promesa le resultara inocente y fantasiosa.
—No es tan simple, señor Thoma... —De pronto Thoma abrazó a Hirano, este miró la espalda de su amigo y pensó en cierta situación que podría darse entre ambos, que le parecía peligrosa, pero a la vez un poco emocionante—. Por eso le pido que por favor no vuelva a hacer algo tan riesgoso como eso.
—No sé qué pasó conmigo, mis piernas no reaccionaban y... —trató de excusarse, sin embargo se sentía hipócrita, un desvergonzado que solo hacía unos minutos se había masturbado pensando en él—. No, nada quita que haya hecho algo horrible, no tiene sentido que me justifique.
—¿Por qué se quedo mirando por tanto tiempo? —le preguntó, Thoma dejó de abrazarlo y se apartó, dubitativo y tan avergonzado que su rostro volvía a estar rojo.
—Tienes un cuerpo muy bonito, Hirano.
Hubo un largo silencio, Hirano evitó hacer contacto visual, mientras pensaba nuevamente en el peligro y la curiosidad; Thoma por otra parte quería llorar de vergüenza y arrepentimiento, con la idea fija de que Hirano lo consideraría un degenerado y que ya nunca más podrían tener una buena relación.
—Si usted solo se quedó viendo porque mi cuerpo le parece agradable... La solución es simple. —Thoma no supo qué decir, no se imaginaba una "solución" para lo que había hecho; de repente Hirano abrió delicadamente su yukata, Thoma se paralizó, jamás se esperó algo como eso—. No tiene que volver a espiar mis noches con Lord Kamisato, si usted quiere ver mi cuerpo, puedo enseñárselo si me lo pide.
La yukata abierta le permitió ver el torso y los genitales de Hirano en todo su esplendor, Thoma se quedó sin habla, era una imagen demasiado sensual, irresistible; Hirano esperó alguna clase de reacción, palabras de desaprobación o deseo, algo que le permitiera saber si Thoma estaba feliz o no con su ofrecimiento. Las manos de Thoma se movieron lentamente, hasta posarse sobre los pectorales de Hirano, este las miró con asombro, anticipando algo; Thoma observó el pene flácido de su amigo, pero luego concentró sus energías en acariciarle los pechos con la yema de los dedos.
Hirano tembló sorprendido del tacto íntimo, Thoma no dejaba de mirar su cuerpo con ansias, relamiéndose los labios; tras un momento de sobarle los pectorales, Thoma agarró un pezón de Hirano entre sus dedos, y subió una mano para acariciarle el cuello y la mejilla. Desde que comenzó a servir a los Kamisato a los 10 años, Hirano solo había pertenecido a un hombre, Ayato, quien apenas le dio una semana de paz antes de desvirgarlo contra su voluntad; Lord Kamisato tenía 15, por lo que con los años Hirano justificó sus acciones con el hecho de que solo era un adolescente caprichoso, que podía tener todo lo que quisiera; por otra parte las caricias de Thoma eran diferentes a lo que conocía, eran gentiles, suaves toques de sus dedos sobre su rostro y su tetilla izquierda, mas cuando Thoma acercó el pulgar a su boca, Hirano decidió reprimir la creciente curiosidad.
—Señor Thoma... —susurró mientras su amigo le acariciaba los labios con el pulgar, y retorcía ligeramente su pezón—. Yo creí que solo quería mirar...
—¿Eh? —Avergonzado Thoma quitó sus manos, Hirano cerró las piernas para disimular su pene medio erecto—. Lo siento tanto Hirano, no quería...
—Está bien señor Thoma —dijo mientras giraba la cabeza, colocando una mano en su propio esternón, cínicamente inocente—. Yo decidí mostrarle mi cuerpo, debo atenerme a las consecuencias.
—No digas esas cosas. —Thoma colocó las manos sobre los hombros de Hirano, para hablarle como un adulto lo haría a un joven que necesita aprender de la vida—. Aunque decidieras mostrarme tu cuerpo, aún así debí esperar tu permiso para poder tocarlo.
Hirano miró hacia abajo, sabía que su desnudez excitaba a Thoma, pero era la primera vez que otro hombre reprimía esos deseos para no hacerle daño. Le pareció tan diferente y dulce que sonrió agradecido, y a la vez un poco travieso.
—Entonces ¿Puedo decirle que partes tocar y no tocar? —le preguntó con su sonrisa tierna y pícara.
—Sí, tienes todo el derecho.
—Bien... Puede tocar mi cintura y mi rostro —le propuso, el corazón de Thoma saltaba de entusiasmo, y su amigo le tomó las muñecas para guiarlas a los lugares permitidos—, con esas suaves manos que tiene...
—Mis manos no son suaves —dijo Thoma mientras acariciaba el costado de su cuerpo, desde la última costilla hasta el hueso de la cadera—. Están llenas de callos, son toscas y ásperas, tu piel en cambio...
—Lo son señor Thoma, usted es un hombre muy gentil. —Hirano sonrió, los ojos de Thoma brillaban, y sus pupilas estaban muy dilatadas; entonces Thoma acarició la mejilla de Hirano, este cerró los ojos sonriendo como un niño mimado, mientras los dedos de la otra mano de Thoma dibujaban un corazón sobre su abdomen, encerrando el ombligo.
—Qué belleza...
—Usted también es hermoso, señor Thoma —dijo Hirano, Thoma se estremeció, mientras su amigo acercaba un poco más su cabeza para hablar cerca de su cuello—. Creo que estamos a mano... yo ya lo había visto desnudo un par de veces.
—Pero nunca te propasaste, creí que no te atraía ni un poco.
—Yo creí que le debía absoluta fidelidad a Lord Kamisato... —susurró antes de apoyar la frente sobre el hombro de Thoma, quien le agarró las caderas para sentir sus carnes—. Tal vez estoy cometiendo un error pero... Me siento tan feliz...
—Me produce tanta paz que te sientas así...
De pronto ambos se miraron a los ojos, Thoma quería besarlo, pero Hirano solo podía pensar en que sus compañeros de guardia podrían delatarlo si se quedaba más tiempo ahí. De momento, no podía darle todo a Thoma, no hasta encontrar el lugar y el tiempo idóneos para dejarlo desatar sus deseos.
—Señor Thoma, debo volver a mi cuarto —le avisó Hirano, Thoma le agarró las caderas, como queriendo retenerlo sin darse cuenta.
—Es verdad... ¿Podré volver a verte así?
—Sí, mi señor Thoma, haré todo para que esto se repita otra vez... —le respondió, Thoma deslizó su nariz y labios sobre la sien de Hirano, moviendo las ondas de su cabello negro.
—Ve a dormir... Dulces sueños, Hirano... —Poco a poco le soltó la cintura, y Hirano pudo amarrarse la yukata antes de ir hacia la puerta corrediza.
—Dulces sueños, mi señor Thoma... —le susurró haciendo contacto visual, antes de salir por la puerta; tras un momento de estar atontado, Thoma agachó la cabeza, y se dio cuenta de que durante toda su conversación con él, no se había tomado la molestia de esconder una gran erección, la cual miró contrariado.
—¿Otra vez?
*****
A pesar de que los dos niños se mantenían agarrados a sus brazos mientras dormían, el príncipe Alberich no tuvo problemas para conciliar el sueño, incluso aquella compañía le ayudaba con las frías noches en altamar; las pequeñas ranuras en la madera dejaban pasar un poco de la luz azulada, pero en toda la habitación predominaba la oscuridad, en la cual se fundía el sueño profundo de Kaeya. Se vio a sí mismo caminando en medio de la penumbra, en busca de alguien que amaba; pero todo seguía a oscuras, y el viento soplaba meciendo su largo cabello.
El príncipe abrazó su propio cuerpo, y continuó avanzando, hasta ver en la distancia la hermosa pero lejana presencia de Albedo, quien le daba la espalda; Kaeya hizo un esfuerzo sobrehumano para intentar seguirlo, como si sus pies fueran más pesados y no quisieran acelerar el paso en el momento menos oportuno. A pesar de la dificultad, no podía dejar de avanzar por la necesidad imperiosa de ver otra vez el rostro de su amado, pero cuando se sintió lo suficientemente cerca, algo cambió en el sueño, como un salto repentino a un paisaje diferente, uno que no recordaba, pero que por una razón inexplicable, le daba la certeza de que era su tierra natal, Khaenri'ah.
Desde un risco observó las casas y el palacio de su padre, tratando de encontrar a Albedo; divisó entonces su silueta fuera de los muros de la capital, su cabello rubio se movía con el viento mientras contemplaba la ciudad melancólica y solitaria. Pero de pronto la luz anaranjada envolvió la figura del alquimista, y Kaeya levantó la vista, para descubrir que la ciudad y sus muros estaban en llamas.
Incluso sin más que silencio a su alrededor, el príncipe Alberich podía sentir los gritos de horror de su gente, consumidos por el fuego; en ese momento ni siquiera pensó en Albedo, ni en nadie a quien amara, simplemente quiso estirar la mano, como si aquello fuese a extinguir las llamas, o tomar la mano de uno de sus paisanos. Pero su brazo se movía lentamente, como si pesara 200 kilogramos, Kaeya lloró impotente sin dejar de hacer un esfuerzo sobrehumano para alcanzar a su pueblo, hasta que solo pudo abrir de golpe los parpados, y descubrir que estaba en el barco.
El príncipe miró hacia los lados, Razor se había soltado de su brazo, hecho un ovillo, y Bennett dormía en posición fetal, dándole la espalda; aprovechó entonces la oportunidad de salir de la cama sin despertar a los niños, y avanzó en cuclillas hacia la puerta. Ajax despertó en cuanto escuchó el leve crujir de la madera cuando se puso de pie, sin embargo esperó a que Kaeya saliera del cuarto para levantarse también, y seguirlo a donde quisiera ir.
Aún no amanecía, sin embargo no quedaba mucho tiempo para ello, el color azul del cielo de madrugada no era igual al azul de medianoche, y le permitía al príncipe Alberich ver muy bien la cubierta, la cual recorrió con lentitud. Childe subió en silencio las escaleras, y desde ahí observó a su amado quedarse quieto para ver el horizonte; Viktor ya estaba en pie a esas horas, casi no podía conciliar el sueño por la ansiedad de alejarse de los barcos que sin dudas los perseguirían sin descanso, así que desde su posición también observó a Kaeya, y decidió acercarse.
Las espesas y gigantescas nubes de las lejanías eran preocupantes, porque una tormenta se avecinaba, y no era conveniente pasar por esa clase de peligros, teniendo una "carga" tan importante como el príncipe de Khaenri'ah; por un momento Viktor sintió remordimiento por pensar nuevamente en él como un objeto valioso que transportar, pero ante todo y aunque apreciara su persona, esa era la forma en que ellos los mercenarios pensaban. Aun así, supo por la postura de Kaeya, que se abrazaba a sí mismo y miraba estático el mar infinito, que necesitaba ayuda, por lo que se plantó a un par de metros de él, y el príncipe se dio cuenta de su presencia sin tener que voltear a verlo.
—¿Alguna vez te has sentido incapaz de hacer cualquier cosa? —le preguntó el príncipe—. Esa frustración de tener algo horrible ocurriendo justo delante de tus ojos, y aunque quieras con todas tus fuerzas hacer algo al respecto, simplemente no estás a la altura.
—Me ha ocurrido, más veces de las que admito frente a cualquiera de mis compañeros —respondió Viktor, Kaeya lo dejó explayarse y ponerse a su lado, viendo juntos el horizonte—. Principalmente cuando era un niño, sin experiencia, a quien cualquiera podía pisotear. No solo me pisoteaban a mi, también a mis hermanos...
—No sabía que tenías hermanos.
—Los tuve.
—Lo siento mucho.
—Es común en familias pobres como las ratas, si un crío no se muere de enfermedades, lo hace de hambre, por accidentes, o hasta por asesinato. Pudimos haber sido 12, pero, el destino no lo quiso así.
—¿Eres el único sobreviviente?
—Por supuesto que sí, hubiera preferido no serlo. No es digno sentir orgullo por ser el único que sigue en pie. Mi último hermano de sangre murió asesinado, era menor que yo, estábamos solos, sin padres, y nos ganábamos la vida robando; en una ocasión nos pillaron y nos dieron con unos palos, yo estaba en el suelo y no podía moverme para ayudar, los dos recibimos la misma cantidad de golpes, pero supongo que por ser más pequeño y enclenque él no pudo sobrevivir.
El príncipe Alberich dio un cuarto de vuelta para abrazar a Viktor compasivamente, Tartaglia se movió por la cubierta, no con la intención de volverse violento, sino por puro instinto; Viktor abrazó también a Kaeya y sonrió tranquilo.
—Lo lamento...
—Eso ya es tema pasado. Ahora tengo un hermano, no es de mi sangre, pero al menos sé que será más duro de matar. Le gustas mucho por cierto. —Kaeya soltó al mercenario, pero se quedó mirándolo a la cara con confidencialidad.
—¿Hablas de Luke?
—Él mismo.
—Es muy obvio, adorablemente obvio —dijo el príncipe, Viktor se rió, y luego le tocó el hombro, Childe solo observaba lejos de ambos, confundido por sus pensamientos caóticos y paranoicos—. Has sido muy fuerte, durante todo el rescate fuiste un eslabón crucial, y te admiro por ser así a pesar de tu pasado.
—Todos lo somos, el pasado es lo que nos ha vuelto duros de roer.
—Quisiera poder decir lo mismo... —murmuró Kaeya, Viktor apretó un poco más su hombro, mirándolo con preocupación.
—Cuando mis compañeros y yo nos enteramos de las cosas por las cuales has pasado, nos vimos reflejados en ti.
—¿Incluso en... esas partes?
—Es muchísimo más común de lo que crees, probablemente más de la mitad de los que estamos aquí hemos pasado por lo mismo en algún momento. Ser un crío pobre y solo en este mundo, es un caramelito para la peor calaña de los barrios bajos.
—Y aun así, aquí están, fuertes, capaces, siendo unos luchadores natos... ¿Qué pensarán de mí, un inútil mimado y quejica? Temí que me dieran un trato especial solo porque me han violado desde los 15 años, pero parece que eso no es novedad. Me hace darme cuenta de lo privilegiado que he sido.
—La ventaja de haber crecido sin nadie que nos protegiera, es que tampoco nos limitaban... incluso después de ser los juguetes de escorias como las que te hicieron daño, teníamos la libertad de agarrar un cuchillo y degollarlos cuando tuvieran la guardia baja. Pero tu... nunca te dieron esa posibilidad, no debes sentirte un cobarde o un inútil por no haberte defendido.
Ajax los había oído mejor, y avergonzado luchó arduamente contra esa parte de sí mismo que temía que Viktor quisiera interponerse entre él y su príncipe; las conversaciones como esa lo alteraban, así que se tambaleó hacia las barandas y se apoyó ahí para agarrarse la cabeza. Kaeya lloró, sin miedo a que otra persona pudiera verlo o escucharlo, porque ya no había nada que ocultar; Viktor volvió a abrazarlo con fuerzas.
—Todos te ayudaremos a volverte fuerte. Así que no llores, príncipe, porque pronto te igualarás con todos nosotros, incluso con ese loco de Childe.
—No sé si con hacerme fuerte bastará...
—Claro, también está tu corazón.
—No me refiero a eso, Viktor. —El príncipe Alberich se separó del mercenario y lo miró a los ojos con seriedad—. Debemos tocar puerto, pronto.
—Príncipe, el Jefe ya dijo que...
—Esto no se trata de Bennett y Razor, es mucho más serio. —Ante el confuso silencio de Viktor, Kaeya prosiguió—. Cuando Barbatos y Morax se den cuenta de que no podrán encontrarme antes de llegar a Snezhnaya, no dudarán un segundo en atacar Khaenri'ah a traición. Si mi padre no recibe un mensaje de alerta, miles de vidas se perderán.
De pronto Viktor había comprendido todo, algo que olvidó contemplar en sus cálculos por no tener aparentemente nada que ver con sus labores en la agrupación, pero que, como amigo del príncipe, consideraba una nueva prioridad.
—Tienes toda la razón. No podemos dejar que eso ocurra, porque si no lo evitamos ¿Qué nación gobernarás? No habrá más que ruinas y miseria para ti, y no te sacamos con vida de Mondstadt para que tuvieras esa herencia —dijo el mercenario, Tartaglia siguió escuchando con las manos en la cabeza, sus iris temblaban ligeramente mientras las voces se alineaban para decir "Viktor es bueno", "Scaramouche es malo".
—Es por eso que necesito tu ayuda. Scaramouche te respeta, tienes que ayudarme a convencerlo de que toquemos puerto para enviarle un mensaje a mi padre.
—¿El Jefe me respeta?
—Eres su segundo al mando, nos salvaste la vida cuando él y Childe regresaron por mí, organizaste a tus compañeros y mantienes las cosas en orden en este barco. Él te aprecia y confía en ti.
—Lo conozco desde hace mucho, y no es fácil de convencer, mucho menos si el puerto más cercano está en Inazuma —se le escapó a Viktor, y tanto Ajax como Kaeya notaron ese detalle.
—¿Por qué no quiere volver a Inazuma? —cuestionó el príncipe de Khaenri'ah, Viktor balbuceó—. No parece ser la clase de hombre que le tema a una orden de captura, así que esto debe ser algo personal.
—Lo siento príncipe, eso solo le concierne al jefe, por favor no le diga que yo mencioné algo al respecto.
—No te meteré en problemas, pero por favor ayúdame, sabes lo importante que es para mi. No quiero gobernar un reino de cenizas.
—Veré que puedo hacer. Te prometo que no me quedaré sin intentarlo.
Childe miró el agua al borde del casco del barco, fingiendo no prestarles atención, su cabeza estaba particularmente desordenada esa mañana, y sus emociones no tenían mucha cabida en sus ideas, solo le interesaba volver las cosas más sencillas para Kaeya. Por tanto no se alarmó cuando un par de voces hablaron sobre dejar que su príncipe convenciera a otros de que ir a Inazuma era mejor, y una vez tuviesen gente de su lado, amotinarse contra Scaramouche.
Otros pensamientos involucraban distintos niveles de violencia, incluso se imaginó estrategias para asesinar a alguien tan experimentado como el baladista; al llegar a ese punto sus voces se callaron y él comenzó a respirar agitado, por la explícita imagen de sí mismo arrebatándole la vida. Y aunque no estuviera siendo consecuente, y actuase como si hubiera olvidado que Scaramouche había sido su amigo y compañero en ese viaje, su cuerpo resentía a sus pensamientos, llenándolo de ansiedad e inquietud.
*****
La caravana del rey anduvo por 3 días hasta llegar a los bosques fronterizos, Barbatos no desaprovechaba la oportunidad de tener sexo con su alquimista a cualquier hora del día, dentro del carruaje en movimiento; Sucrose estaba cansada de esa rutina, llegando a un punto en el que simplemente se recostaba boca arriba y lo dejaba actuar hasta que se aburriera de ella. Y cada noche, cuando el rey se dormía después del prolongado ejercicio, la alquimista abría una puerta de la carroza y pasaba al carruaje del príncipe Alatus mientras este iba en movimiento, dándole la excusa a los cocheros de que debía curarlo; el príncipe de Liyue se veía sumamente deprimido por el abandono de Venti, era una gran decepción para él, pero incluso así seguía preguntándose porqué esperaba su visita, y porqué deseaba que al día siguiente todo fuese diferente.
Sucrose se sentía tan cansada a la hora de curarlo, que simplemente lo besaba y le daba sexo oral si se lo pedía, no llegaron a nada más porque su zona genital estaba irritada y seca después de que el rey de Mondstadt la utilizara una y otra vez. Alatus le había tomado la mano en una de esas ocasiones, y le pidió un simple abrazo, el cual ella le otorgó sin cuestionar; en su interior el príncipe se maldijo por seguir completamente enamorado del rey y no de esa joven, imaginando lo diferente que se sentiría en ese momento, sin angustia, sin desilusión y anhelos de obtener aunque fuese una explicación burda de su amado.
Era mediodía cuando llegaron a un pequeño valle en medio del bosque fronterizo, el rey ordenó detenerse para almorzar algo, y le dijo al cochero de Alatus que lo alimentara mientras él salía al aire libre con "su amante", título que utilizaba por primera vez para referirse a Sucrose, a quien le ordenó salir del carruaje sin ropa. La joven titubeó por un momento, pudorosa de mostrarse frente a la guardia real, sin embargo, no encontró diferencia alguna entre eso y el hecho de tener que usar una simple túnica para que Venti la tomase donde y cuando quisiera, así que la dejó caer a sus pies, y se soltó el cabello como un inútil intento de que sus mechones cubrieran parcialmente algunas zonas de su cuerpo.
Barbatos extendió la mano para ayudarla a salir de la carroza en un gesto "caballeroso", y se sentaron sobre el prado, mientras esperaban a que los soldados cocineros terminaran de preparar el almuerzo; el monarca bebió vino y comió un surtido de frutos secos, Sucrose en cambio no comió nada y solo se limitó a observar la naturaleza.
El rey comenzó a beber de más antes de la comida, su amante vio entonces una chance para tenerlo embriagado y lejos de ella, pero era más sencillo pensar en esa posibilidad que convertirla en una realidad, pues Barbatos tenía una gran resistencia al alcohol, y pronto los alimentarían y el efecto iba a disminuir cuando su estómago estuviera lleno. De todos modos ella siguió esperando, perdida en el paisaje al mismo tiempo que Venti le acomodaba una pierna encima de la suya y le abrazaba la espalda, para poder tomarle el seno derecho desde atrás mientras acercaba una nuez a su boca.
Ella la comió, y lo dejó tocarla más, el rey bebía, metía sus manos y le besaba el cuello, de pronto el monarca se detuvo y miró a un viajero que se les quedó mirando sobre su burro; el animal estaba cargado con un atril y algunos lienzos de tela, Barbatos sonrió al notarlo, y en lugar de espantar al hombre, lo llamó para que se acercara. Sucrose evitó mirar al viajero, ruborizada y avergonzada de que una persona ajena a la guardia real viera su cuerpo; Venti le preguntó al hombre si era un pintor, este respondió que lo era, así que el monarca no dudó un segundo en pedirle un retrato suyo y de su amante sobre la hierba.
El hombre miró a su alrededor, había muchos soldados escoltando a esa pareja, lo cual le dejó claro que no podía negarse a pausar su viaje y cumplir su petición; rápidamente desató sus pertenencias y preparó las pinturas al óleo, no sin antes advertirle al monarca que la pintura tardaba mucho en secarse y que probablemente no podría terminarla ese día. A Barbatos no le importó, y le dijo que avanzara cuanto pudiera y que terminase la pintura después, pero le pidió casi en tono de orden que se asentara en Mondstadt para poder ir a reclamar su preciado retrato.
Sucrose tenía la mirada perdida en el paisaje, los minutos de verse expuesta le parecían eternos, así que prefería pensar en la vegetación; ni ella ni Venti quisieron alimentarse cuando les ofrecieron el almuerzo, el rey estaba borracho y quería seguir bebiendo para mostrar su auténtica esencia, y la alquimista simplemente no tenía apetito. El pintor había terminado un bosquejo inicial con pintura diluida, así que siguió con los colores, sabía que iba a ser un suicidio mostrar al monarca como un borracho irritante, por lo que plasmó su figura riendo con una mano en la botella y la otra abrazando a su amante.
Estuvieron de esa forma por horas, durante un momento Sucrose observó al pintor, y vio el rostro de Albedo sobre el suyo, por los recuerdos que tenia de él y sus dibujos al aire libre; fue como una punzada en el corazón, su inconsciente la hacía extrañar esos viejos tiempos en los que no había rencor en su alma, tiempos en los que era una ingenua niña que habría dado la vida por él, sin importarle que su maestro no hiciera lo mismo por ella. Barbatos estaba tan borracho que manoseaba de forma vulgar a su amante, el pintor se sentía incómodo, y quiso reflejar el pequeño brillo de desdicha en los ojos de la joven, camuflado en su inexpresión.
Las pinceladas base ya estaban plasmadas cuando el rey perdió la consciencia, entonces el pintor dijo que seguiría con los detalles durante el resto de su viaje, y se despidió de los presentes; Sucrose dejó que los soldados subieran a Venti al carruaje, luego se levantó y se metió también, se envolvió en la tunica, y salió nuevamente de la carroza antes de que la caravana partiera, para ir a visitar al príncipe Alatus. Cuando abrió la puerta, vio que el príncipe, cansado de la incertidumbre de estar detenidos por tanto tiempo y no tener una respuesta a sus llamados, decidió quedarse dormido; ella sonrió melancólica, y se recostó de lado para hacerle compañía.
Veinte minutos después Alatus despertó por el movimiento del carruaje, y miró de reojo hacia el lado, Sucrose tenía los ojos abiertos, viendo hacia abajo mientras sus pensamientos inquietos le impedían dormir, aunque estuviese bien acurrucada. El príncipe de Liyue sintió un profundo alivio al verla una vez más, pero comenzó a llorar en silencio, triste por ese momento tan bajo en su vida, abandonado y pensando en alguien que no merecía su amor, como si lo merecía ella.
—¿Necesita hablar? —preguntó Sucrose sintiendo sus sollozos.
—No quiero molestarte con esto.
—Pregunté sobre lo que necesita, no sobre lo que quiere.
—Da igual. —Alatus apretó los párpados para que el resto de sus lágrimas cayeran—. ¿Cómo estás tú?
Hubo un breve silencio, la alquimista sabía lo que era estar avergonzada de sus propios sentimientos.
—Hoy vimos a un pintor que estaba de paso, el rey le pidió que nos hiciera un retrato —le contó Sucrose, el príncipe no pudo evitar sentir celos, de que Barbatos la considerará tan especial como para inmortalizarse junto a ella en un cuadro—. No pude evitar el rememorar a mi maestro, cuando íbamos de excursión y él pintaba la flora y la fauna.
Alatus calló sus emociones negativas y pensó en lo que ella podía estar sintiendo, se merecía su comprensión.
—¿Es muy estúpido extrañar a alguien a quien le arrebataste la vida? —cuestionó ella, el príncipe recordó cientos de imágenes espantosas de una batalla, con un nudo en la garganta.
—No lo es.
—Pero... Es ridículo, porque él me abandonó y me dejó en manos de... —Sucrose cerró los labios, para no revelar más de lo que debía—. De esa serpiente...
—¿Realmente eres tan infeliz junto a Barbatos?
—Lo soy.
—Entonces vete —dijo Alatus sin mirarla—. Si no eres feliz a su lado, que se consiga otro alquimista.
—¿Usted sabe cuán popular era el señor Albedo entre el gremio? No importa a donde vaya, siempre se me conocerá como la que asesinó al perfecto príncipe de la alquimia. Mona ya debió encargarse de difundir lo que hice; no hay escape.
—Vete a Snezhnaya.
—Nací en Mondstadt, serví al rey durante años, no sería bien recibida.
—¡Solo vete!
La carroza quedó en silencio, Sucrose miró al príncipe de Liyue desconcertada, y Alatus sintió algo atorado en la garganta, palabras de arrepentimiento y odio contra sí mismo, y a la vez ganas de revelarle a ella sus pensamientos oscuros.
—Perdón...
—Es hora de curarlo. Luego de eso volveré al carruaje del rey.
—No me dejes... —le suplicó antes de volver a llorar—. No es tu culpa, es solo mía, lo siento...
—¿De qué se está culpando?
—Soy de lo peor... no es tu culpa que Barbatos te prefiera, tu solo quieres librarte de él, pero no sabes lo afortunada que eres...
—El abusa de mi a diario, tal y como lo hacía con el príncipe Alberich. —Alatus se estremeció—. Cuando usted se recupere y lleguemos a Liyue, él se olvidará por completo de mí, porque solo soy su juguete temporal.
—Pero te ama.
—Él no ama a nadie más que a sí mismo.
—Nunca lo había visto tan fijado en una persona, ni siquiera es así con mi padre, Kaeya o conmigo mismo, solo contigo.
—Descubrió que puede someterme cuando quiera, porque sabe que cometí traición.
—¿Traición? —Alatus abrió los ojos, Sucrose se quiso golpear por revelar parte de su verdad.
—Quien conspiró contra la vida del rey, fue el señor Albedo, yo lo sabía y no dije nada, eso me convierte en cómplice, una traidora —le reveló, sin entrar en mayores detalles; de pronto la expresión de Alatus se hizo más colérica, la tomó del brazo y la jaló hacia él para mirarla a los ojos.
—¿Por qué lo hiciste? Dame una buena explicación.
—Amaba al señor Albedo, tal y como usted ama al rey sin cuestionar las bajezas que ha cometido —respondió la alquimista sin mostrarse intimidada, Alatus tenía un rostro dubitativo, pero su mano libre se posó lentamente sobre la garganta de la joven—. El señor Albedo también amaba a alguien, y eso lo orilló a querer envenenar a quien no dejaba de lastimar a su persona amada.
—¿Entonces por qué mataste a quien amabas? ¿Por celos? —preguntó Alatus sin apretarle el cuello, más su mirada se había vuelto errática y hasta algo maliciosa—. ¿Es una buena razón asesinar por celos?
—El señor Albedo me abandonó después de haber enviado a toda su familia lejos de Mondstadt, huyó del palacio cuando supo que me estaban torturando, rompió las reglas de la Akademiya y causó decenas de bajas en mi país ¿Y todavía crees que me impulsaron los celos? —Sucrose miró a los ojos al príncipe, cuya mano temblaba, todavía sin atreverse a apretarle el cuello.
—Es cierto, tenías más razones.
—¿Quieres a tu rey? Quédatelo para ti solo. Pero no te metas conmigo —le advirtió la alquimista mirándolo directo a los ojos de forma amenazante, Alatus soltó su cuello.
—Lamento haber...
—Es hora de curarlo.
El príncipe ya no pudo decir nada, pues ella preparó sus instrumentos para volver a hacer la incisión y aplicar su ungüento sobre el tendón unido, para reforzar su regeneración; aunque consideró un momento hacerlo sin sedantes, de todos modos le dio una dosis a Alatus para que no gritase mientras mordía el pañuelo. El miró hacia el lado y comenzó a sollozar, pensando en la horrible persona que era, por dañar a esa chica y a Kaeya, cuando estos eran las víctimas de la persona que él no podía dejar de amar con locura.
Sucrose le pidió que se quedara quieto, así que aguantó la respiración para calmar brevemente los gimoteos; con rapidez la alquimista hizo el corte y lo curó con sus medicinas, luego cosió la herida mientras él volvía a sollozar, lo cual la hizo pinchar partes de su piel que estaban sanas. Luego limpió la zona y la cubrió con una gasa, el príncipe de Liyue quería hacer algo para compensar el momento que le hizo pasar, pero ella se levantó y se acercó a la puerta del carruaje, tan rápido que él entró en pánico.
—¡¡Espera!! —le gritó desesperado, ella se quedó quieta, sin mirarlo.
—Debo volver con el rey, y no es porque lo desee, sino porque no hay más alternativa, es eso o quedarme con usted y despertar más sospechas en la guardia.
—No te preocupan los guardias, lo que no quieres es verme la cara.
—Ya empieza a entrenar mejor su cerebro.
—Lamento todo esto, lo siento de corazón, nunca volveré a ponerte una mano encima, te lo juro... Pero por favor Sucrose, no me dejes solo, no quiero...
—Cuando esté curado, no buscará mi compañía. —La joven se sentó junto a la puerta y abrazó sus rodillas, para susurrar algo que solo ella oiría—. Duró muy poco la alegría...
—Te buscaré, lo juro, no olvidaré jamás todo lo que has hecho por mi.
—Incluso si lo hace, seguiré estando sola.
Sucrose escondió la cara mientras lloraba, sintiéndose estúpida por creer que podría abrir su corazón con él, que se sentiría una completa mujer a su lado, que iba a ser su único amigo después de perderlo todo. Pero no podría confesarle jamás lo que ocultaba, siempre tendría en su pecho un cúmulo de dolor y verdades que no podría confesar.
—Perdóname por favor, si alguna vez vuelvo a acercar mis manos para lastimarte, yo mismo me las cortaré.
—Olvídelo.
—Sucrose, por favor acércate.
—No.
—Te lo suplico, acércate, quiero ayudarte.
—No. No quiere ayudarme, no quiere hacerme compañía, solo quiere asegurarse de que yo no lo abandone —replicó ella mojando sus rodillas con lágrimas, su cuerpo temblaba mientras los recuerdos de sus reuniones en la biblioteca volvían a su mente, con esas personas que consideraba amigos, pero que la odiaban por lo que le hizo a Albedo.
—Ven... —le pidió Alatus, ella abrazó con fuerza sus rodillas, escondiendo más el rostro—. Te quiero...
—¡Cállate! —le gritó iracunda.
—Por favor ven a mi, déjame ayudarte a calmar tu corazón.
—¿Por qué...?
—Por favor Sucrose... No te haré daño...
Sucrose observó un momento al príncipe, ya no confiaba en él, pero aunque fuese violento, al menos era transparente, y no iba a atacarla a traición como el rey Barbatos si se acercaba a él; poco a poco gateó hacia Alatus, y este finalmente la atrapó, para abrazarla contra su pecho, sin importar el dolor de su herida recién curada. El corazón de la alquimista se aceleró con emoción y temor, luego comenzó a llorar sin tapujos, mientras el príncipe de Liyue la abrazaba y le acariciaba la cabeza.
—Perdóname Sucrose... nunca volveré a lastimarte...
—Tengo miedo...
—¿De mi?
—No solo de usted...
—¿A qué le tienes miedo?
—De ir a Liyue...
—¿Por qué?
—No puedo decirlo —respondió ella, asustada de confesar toda la verdad, incluyendo también la verdad del doctor Baizhu, a quien odiaba, pero que a la vez, no culpaba de sus anhelos de venganza contra el emperador Morax. Ella había visto en vivo y en directo como ese hombre violaba a Baizhu, así que lo creía merecedor de conspiraciones en su contra.
—Sé que traicioné tu confianza, pero si necesitas desahogarte, estoy aquí para ti —le dijo, pero ella guardó silencio y sollozó con la mirada oculta—. Yo también tengo miedo de volver a Liyue.
—Pero es su hogar...
—Estoy enamorado del amante de mi padre, y no puedo evitarlo. —Alatus acarició la espalda de Sucrose, el tacto era reconfortante y cálido—. He llegado a odiar a mi padre por él, y muero de vergüenza por traicionarlo de esta forma.
—El rey no le hace ningún bien.
—Sentir esto es una condena... Ojalá pudiera sentir esto por otra persona...
—Alguien que no lo lastime, ni que lo orille a lastimar a su familia.
Alatus cerró los ojos, soñando con dejar de amar a una persona como Barbatos, y darle su amor a alguien diferente; Sucrose no era precisamente el opuesto de Venti, no era un alma repleta de bondad, ternura e inocencia, pero sin lugar a dudas no era un completo monstruo con apariencia de ángel, su belleza y sus cuidados acompañaban un cinismo seductor y unas acciones duras, complejas y calculadoras. Era cuanto menos interesante, pero el príncipe no podía imaginarla de forma romántica, aunque lo quisiera, pues solamente podía desearla y apreciarla como una amiga.
Entonces Alatus le subió una pierna y comenzó a acariciarle el cuerpo, Sucrose no se movió, porque necesitaba reflexionar antes de decidir si deseaba darle placer en esa ocasión; mientras él le besaba el cuello y colocaba una mano sobre uno de sus pechos, la joven pensó que el rey se había emborrachado, lo cual le daba libertad de hacer muchas cosas con el príncipe. Pero aun así, el dolor de su entrepierna y la sensación de suciedad por los fluidos del rey le quitaron toda la seguridad que sentía de entregarse por completo, además, todavía estaba muy molesta con Alatus por su agresión.
—Espere por favor —le pidió, el seguía sosteniendo su pecho y acariciándole la pierna, ansioso por tener más—. Ya hemos pasado muchos minutos juntos, no quiero que el cochero sospeche de lo que hacemos.
—Que se entere, y si quiere delatarnos, se las verá conmigo.
—¿En su estado? —cuestionó ella, el príncipe de Liyue se detuvo un momento para pensar—. No podremos hacerlo de verdad, hasta que lleguemos a su palacio y la curación esté completa.
—No es justo que solo tú me des placer.
—El mundo no es justo. De momento, no podemos hacerlo.
—¿De verdad? Es que... —murmuró Alatus mirando hacia abajo, no podía ver su entrepierna, pero sabía que estaba duro como una piedra.
—Sospecharán, ya excedí mi tiempo promedio de estar aquí.
—Sucrose... —se quejó el príncipe, conteniendo las ganas de agarrarle las caderas para penetrarla por primera vez—. ¿Es porque te lastimé?
—También es por eso —reconoció, entonces Alatus bajó las manos y miró al techo con resignación.
—Lo entiendo. Si no quieres volver a ser tocada por mi... —Por un momento el príncipe quiso decir que aceptaría que ella no deseara tener sexo con él, pero le pareció frustrante—. ¿Podemos hablar mañana?
—Así será, príncipe Alatus. Que tenga buenas noches.
—Buenas noches...
*****
Con expresión de cansancio Jean abrió las puertas de la bodega del bar "Cola de gato", la pequeña Diona había recibido doble paga ese día, una de Diluc que le pidió que lo ocultara en un lugar cerrado de su taberna, con varias botellas de alcohol, y una de la Gran Maestra Gunnhildr, para que le permitiera revisar las instalaciones. El joven Ragnvindr estaba tirado en el suelo, intoxicado, con vino derramado a su alrededor y saliva espesa saliendo de su boca; Jean no tuvo más remedio que arrastrarlo hacia la puerta trasera y dejarlo sentado un momento en los adoquines, para que el sol le llegara en la cara.
Con su mente alcoholizada, Diluc ya no sentía vergüenza de sí mismo, el dolor de cabeza y las incómodas y molestas náuseas eran un anestésico perfecto para su corazón, roto por haber lastimado a la persona que más amaba; mientras recibía el calor de esa nueva mañana, soñó con su familia, con su padre, sus amigos del viñedo, soñó que nunca los había decepcionado. También soñó con Kaeya siendo un niño, sus pequeñas manos tomaron las suyas, y él se agachó para acariciarle la mejilla; pensó entonces con melancolía, que le hubiera encantado verlo de ese modo antes, porque de haber sido así, lo habría tomado en sus brazos para protegerlo para siempre, como un hermano mayor.
De repente se ahogó con un poco de agua, que Jean le había tirado a la cara con un balde; el maestro Diluc le preguntó "qué coño estaba pasando", pero ella no respondió, se agachó a su lado y le sostuvo la nuca con firmeza, para darle de beber agua de su cantimplora. El joven Ragnvindr seguía muy desorientado, con náuseas y una fuerte jaqueca, así que se volvió muy quejumbroso cuando su amiga lo ayudó a levantarse, y lo obligó a caminar junto a ella a una "casa muy grande" que él no pudo reconocer.
Se trataba de la biblioteca, en la parte trasera había una gran cocina y un cuarto en el que Lisa dormía, también un cuarto de baño con algo inusual en la mayoría de las viviendas, una tina, que la bibliotecaria llenaba con agua del pozo comunitario; para Jean era una novedad, pues ella acostumbraba asearse con trapos mojados y esponjas. En ese momento Lisa estaba desayunando en la cocina, sentada frente a una mesa con 8 sillas; Jean abrió la puerta y miró a su novia como si la hubiera atrapado en algo vergonzoso.
—Válgame ¿Qué le pasó? —preguntó la bibliotecaria al ver el estado de Diluc.
—Se volvió un alcohólico —respondió de forma escueta.
—No doy crédito, pero si él decía odiar el alcohol. Nunca en la vida lo he visto beber.
—Creo que tuvo una pelea con Kaeya antes de que se lo llevaran, no deja de mencionarlo mientras llora. —Lisa miró apenada su taza de té, siempre juzgó a Diluc por su abandono hacia Kaeya, y por eso le entristecía saber que en el fondo, si llegó a arrepentirse de ello—. ¿Te importa si lo dejo sentado contigo? Solo quiero prepararle un baño.
—De acuerdo.
Jean llevó a Diluc hasta la mesa y salió cargando un palo con 4 baldes para transportar agua del pozo, el joven Ragnvindr levantó levemente la mirada para ver a Lisa, ella continuó desayunando, un poco incómoda.
—Tú eras... —balbuceó Diluc—. Su amiga...
—¿Te refieres a Kaeya? —El maestro Diluc asintió—. Lo soy, y seguiré siéndolo.
—¿Te habló de mí?
—A veces.
—¿Y qué te dijo? —insistió paranoico de que alguien supiera de sus pecados.
—Solo habló del pasado, nunca te culpó de nada, si eso es lo que te preocupa —respondió ella con cierta frialdad.
—Ah... —murmuró sin saber que agregar, solo podía sentir vergüenza de su propia cobardía.
—Lo cual quiere decir que te quería mucho. —El joven Ragnvindr sintió que se le retorcía el estómago—. ¿Tú también?
No hubo respuesta, pues Diluc estaba luchando en su interior por no llorar y golpearse por la culpa.
—Bueno, fue una pregunta tonta, veo en tus ojos como te duele que se haya ido sin ponerse al día contigo. Es muestra de que también lo amabas, como yo lo amo.
—¿Lo amabas de qué forma?
—Como una amiga, y como una antigua amante... —Lisa tomó su taza de té con las dos manos y la posó en la mesa, mirando una ventanilla con nostalgia.
—Kaeya no podía tener amigos sin... —murmuró, su borrachera lo hizo soltar un pensamiento odioso que solo su yo demoníaco podía creer de su hermanastro.
—Era amigo de Jean, y jamás hicieron el amor. Acéptalo cariño, Kaeya solo buscaba esa clase de compañía de quienes despertaban sus más intensas pasiones, y me siento afortunada de haber sido una de ellos.
El maestro Diluc sintió rabia al oír aquello, pero también, náuseas que se debían a su esfuerzo por mantener su pecado bajo llave.
—También se acostaba con comerciantes —replicó él, como si su yo malévolo tuviera control de su boca, mientras el arrepentido lloraba en el fondo de su mente—. ¿También sentía "pasión" por ellos?
—¿Sabes algo Diluc? Me alegra de corazón que él ya no esté aquí, porque si lo estuviera, te protegería de la verdad —dijo ella con una mirada de serpiente, el joven Ragnvindr sintió escalofríos y náuseas, anticipando el juicio—, porque él te amaba tanto que quería evitarte el saber cuánto le cagaste la vida cuando lo vendiste a Barbatos.
—Yo no lo vendí a Barbatos...
—Ojalá te hubiera dicho que el rey...
—Me lo dijo —Diluc la miró pidiendo clemencia, ya no podía más con la culpa y las náuseas.
—Y aun así estás aquí, juzgándolo en mi propia casa. Si te importara de verdad, tu mismo sabrías que usaba su cuerpo para conseguir cosas, porque de haberle pedido dinero a Barbatos...
—Lo sé... —dijo casi llorando.
—Esto es tan liberador, ahora que está donde pertenece, ya no tengo ataduras que me impidan mostrarte mi desprecio, por haberle hecho tanto daño a alguien que adoraba. —El estómago del joven Ragnvindr se retorció, quería gritar que era una basura de persona, al mismo nivel que el rey, pero era algo demasiado horroroso de confesar, que lo despojaría por completo del poco honor que le quedaba—. Ahora él es libre y volverá fuerte y armado, para romperle los huesos a todos los que le hicieron daño. Ay de quien haya osado quitarle la vida a sus amores, y ponerle las manos encima con depravadas intenciones.
De pronto Diluc soltó un explosivo vómito de alcohol y bilis, que cayó sobre la mesa y la taza de té de Lisa, esta comenzó a gritar indignada y asqueada, mientras el joven Ragnvindr sin un atisbo de dignidad lloraba y se disculpaba, con la garganta y la vía aérea ardiendo por el ácido estomacal. Atraída por los gritos Jean llegó cargando los baldes con la vara sobre sus hombros, su pareja estaba de pie dándole la espalda a la pestilente regurgitación, y Diluc lloró suplicándole agua.
La Gran Maestra se disculpó con su novia, pero Lisa llena de ira le dijo que no aceptaría la presencia de Diluc en su biblioteca nunca más; resignada Jean tiró parte del balde de agua sobre la mesa, y con el mismo le dio de beber a su amigo y limpió el vómito de su cara y ropas, ya de por sí tiesas de la mugre, luego de eso, le dijo a Lisa que se quedara con el resto de baldes. Entonces no tuvo más remedio que volver a tomar el brazo del angustiado del joven Ragnvindr, y lo sacó de la morada para llevárselo otra vez a la calle; su única opción era llevarlo a la iglesia de Favonius, donde su padre, hermana y el resto de acólitos podrían ocuparse de él.
—Dios sea piadoso... —susurró Seamus viendo el estado del hijo de su amigo Crepus Ragnvindr.
—Por favor papá, necesito que lo cuiden, y sobre todo que lo contengan. Ya se me ha escapado dos veces para beber, no puedo encargarme, tengo muchos deberes que cumplir, sobre todo con los tiempos dificiles que vienen...
—No tienes que excusarte hija mía, lo cuidaremos bien, no te preocupes. —Diluc miró las cerámicas del piso, llorando silencioso por ser una carga.
—Le envié una carta a Elzer, puede que ya esté en camino para...
—¡Maldita sea! —El joven Ragnvindr se giró bruscamente y agarró la camisa de Jean—. ¡Te dije que no quería que hicieras eso!
Seamus tomó la muñeca de Diluc y la apretó, manteniendo la serenidad, pero mostrando a la vez un carácter inesperado en él.
—Como hijo de Dios no es correcto para mi recurrir a la violencia, pero hablando como padre, le sugiero no tentar a la suerte, maestro Diluc.
—No necesito ayuda con esto papá, no me asusta Diluc en su estado natural, mucho menos lo hará ahora. —El joven Ragnvindr guardó silencio, estaba molesto con Jean, pero le avergonzaba volverse en su contra después de todo lo que hizo por él.
—Déjamelo a mi, hija, puedes retirarte, está en buenas manos.
—Muchas gracias —dijo Jean, luego miró a su amigo, que estaba cabizbajo siendo sostenido por Seamus—. Volveré Diluc, lo prometo.
Él no respondió, así que la Gran Maestra Gunnhildr se retiró mientras su padre ayudaba al joven Ragnvindr a adentrarse en el templo; Barbara los vio pasar por el pasillo del patio interior, y se ofreció a ayudarlos, pero Seamus le pidió que se dedicara a otros deberes, porque en el fondo no quería que su hija menor se expusiera al hedor de su nuevo huésped mientras lo bañaban. Por ende le pidió el favor a dos monjas, quienes llenaron un balde con agua y lo acompañaron al cuarto de baño, con su ayuda lo desvistieron y comenzaron a llenar su cuerpo de jabón.
Diluc se sentía humillado, lo trataban como un desvalido, cuando solo era una carga; se sintió de la misma forma cuando Kaeya fue alejado del viñedo, nadie se atrevía a juzgarlo en voz alta, pero él sabía cuan decepcionados estaban todos, escuchaba a Adelinde llorar por las noches y veía a los demás ensombrecidos, porque nadie tenía el suficiente poder para salvar a su hermanastro del rey, ni el coraje para culparlo a él, un niñato de 16 años, violento e idiota. Esa fue la razón por la que vivió alejado y fundó su propio bar, simplemente porque no soportaba saber que todos sufrían en silencio por su hermano, para no herir sus estúpidos sentimientos; por esa razón tenía miedo de que Elzer llegase, lo encontrara así, y le pidiera explicaciones, porque si confesaba lo que hizo, ya nadie sentiría ni siquiera lástima por él.
Las dos monjas cuchichearon entre ellas acerca del joven "de buen ver" que estaban limpiando en ese momento, Seamus había notado que lo miraban con cierta picardía, así que les dijo que lo mejor que podían hacer era dejarlos solos, por ser dos hombres y porque ellas "tenían que pensar en sus pecados", y finiquitó diciendo que las esperaba en el confesionario. Ellas se largaron avergonzadas, por lo que el sacerdote prosiguió, mojando delicadamente el cuerpo jabonoso de Diluc con un jarro pequeño; por respeto a la memoria de Crepus, no quería mirar de forma inadecuada a su hijo, contrario a como había hecho en el pasado con Kaeya, escudándose en que no era su verdadero hijo ni compartía su misma sangre.
Seamus deslizó una esponja por la musculosa espalda del joven Ragnvindr, concentrándose en sólo mirar su rojo cabello, Diluc empezaba a pensar en ciertas cosas del pasado, que había mantenido bajo la alfombra, pero que en ese momento, y luego de su tensa charla con Lisa, no dejaban de bailarle en la cabeza. La ira comenzaba a adueñarse de su juicio como había hecho tantas veces en su vida, y lo hizo ignorar por completo el cuidadoso trato que le estaba dando el sacerdote; de pronto Diluc agarró el balde con una sola mano, y se giró para empapar por completo a Seamus y golpearle la frente con la madera.
—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamó el sacerdote con la sotana blanca pegada al cuerpo, y un camino de sangre en su frente; casi tan rápido como su primer ataque, el joven Ragnvindr agarró el largo cabello platinado de Seamus y lo jaló con fuerza para tirarlo al piso de piedra—. ¡Auxilio!
—No te atrevas a gritar —gruñó Diluc colocando sus manos entre los hombros y el cuello del sacerdote, quien enmudeció con miedo de ser estrangulado—. Llevo toda una vida creyendo que era mi culpa, pero no, no estaba viendo más allá.
—No, no, no es tu culpa mi niño, lo que sea que atormente tus pensamientos, no es tu culpa —dijo Seamus aterrado, siendo condescendiente por creer que lo que le ocurría a ese joven era un cuadro de locura; Diluc lo miró hacia abajo, y sonrió levemente por sus ropas blancas mojadas, con una inconsciente satisfacción.
—Claro que no es mi culpa. Es tu culpa. —Con brusquedad el joven Ragnvindr tiró hacia abajo las ropas de Seamus, con la intención de ver más de su cuerpo a través de la tela mojada, y le agarró los brazos juntándolos a sus costados, para realzarle el pecho; el sacerdote tembló en pánico.
—¿Mi culpa...?
—Hace un rato, Lisa me dijo que yo vendí a Kaeya al rey —le explicó Diluc, Seamus Pegg abrió los ojos de par en par, entendiendo lo que pasaba; entonces Diluc volvió a tomar el balde, comprobó que aún tenía agua, y la vertió lentamente sobre el rostro del sacerdote, sujetándole los brazos por delante del torso—. Y ese fuiste tu ¿No?
Seamus pataleó y se retorció mientras el agua le impedía respirar, al finalizar tuvo que toser, y sollozó angustiado.
—Lo siento...
—Viví observando los rostros de decepción de quienes consideraba mi familia, porque yo hice que Kaeya tuviera que irse del viñedo ¿Pero quién debía ser el nuevo responsable de su cuidado? —Seamus miró a Diluc con temor y resignación, porque sabía que había hecho algo todavía más horrible que entregar a Kaeya al rey, era su mayor pecado, y se arrepentía de ser tan débil ante las tentaciones.
—Lo siento mucho... —reiteró llorando, el joven Ragnvindr volvió a mirarlo de la cabeza hacia los pies, era extrañamente estimulante tener a alguien debajo, inmovilizado y asustado; su instinto lo llevó a colocar una mano sobre la boca de Seamus, agarrar sus muñecas contra el piso, y apoyar las rodillas una a cada lado de sus caderas, para aprisionarlo.
—Tus disculpas no me sirven, hiciste la vida de mi hermano un infierno, y te haré pagar por ello.
El sacerdote tenía la mirada de una gacela atrapada entre las fauces de un león, parecía aceptar su destino, hasta que bajó la vista, y su pánico se acrecentó al ver el enorme pene erecto de Diluc, y sus bolas igual de grandes colgando, como las de un toro. El joven Ragnvindr se quedó pensando un momento en cómo proceder ¿Debía soltarle las manos para poder levantarle la sotana? ¿O quitar la mano de su boca para el mismo objetivo? Fuera cual fuera la mejor opción, solo tenía en mente someterlo hasta que se le agotaran las lágrimas.
Seamus pataleó y su grito quedó atrapado contra la mano de Diluc, su pecho se inflaba tanto que llamó la atención del dubitativo joven, quien acercó lentamente la mano a su esternón; si no hubiese estado cubriéndole la boca, el grito del sacerdote habría hecho temblar la catedral. Diluc se detuvo antes de posar la mano entre sus pectorales, le sorprendía lo agitado que estaba Seamus, pensó por un momento que tal vez tenía problemas al corazón, y que quizá esa experiencia lo mataría; cuando vio sus ojos aterrorizados, el joven Ragnvindr recordó de forma fugaz su pecado, estaba a punto de violar a alguien más, y al imaginar el rostro de Kaeya sobre el de Seamus, la culpa lo ayudó a entrar en razón.
—Maldición... —susurró Diluc, entonces liberó las manos y la boca del sacerdote al mismo tiempo, y este retrocedió arrastrándose con rapidez, agitado y mirando a Diluc en estado de alerta—. Seamus... Lo siento...
—Lo siento mucho... Perdón, perdón... —decía el sacerdote llorando, pensaba que todo lo que había ocurrido era un castigo divino.
—Calma por favor, no voy a... hacerte daño. —El joven Ragnvindr intentó acercarse a Seamus, pero este se cubrió con las dos manos, tan asustado que no dejaba de llorar—. Lamento todo esto, no debí hacerlo, tu eres el padre de mi mejor amiga, le estás haciendo un gran favor encargándote de mi... Debo estar agradecido por eso...
Inevitablemente el sacerdote bajaba la mirada para ver la polla erecta de ese joven, era tan grande que le causaba escalofríos.
—Entendería si no quisieras que me quedara aquí...
—Perdoname... —volvió a decir Seamus llorando—. Abandoné a tu hermanito... Tienes razón, les hice mucho daño...
—Seamus... —El maestro Diluc gateó hacia el padre de su amiga, el cual cerró las piernas instintivamente y se quedó muy tenso—. No eres el único que le falló, no debí cargarte con toda la culpa. Me iré en cuanto consiga algo de ropa, y no te molestaré más.
—No puedo dejarte hacer eso, le prometí a mi hija que cuidaría de ti hasta que Elzer llegara. No te abandonaré, no en tu estado...
—Estuve a un paso de... —murmuró el joven Ragnvindr, pero ni él ni Seamus querían oír aquella palabra—. Y aún así, quieres ayudarme.
—Nadie más lo hará si no me encargo. —Diluc volvió a mirar el cuerpo del sacerdote, su ropa estaba empapada y su frente tenía una mancha de sangre, le causó tanto remordimiento que se puso de pie para ir hacia la puerta—. Por favor no te vayas, si vuelves a las calles, estarás perdido para siempre, y no podremos ayudarte.
—No me iré, solo quiero pedir algo —le explicó, entonces abrió ligeramente la puerta y se asomó un poco, escondiendo la mitad inferior de su cuerpo detrás de la puerta; Seamus por un momento observó su figura, pero avergonzado volvió a agachar la mirada, porque no era correcto—. ¡¿Hay alguien ahí?!
El joven hizo tres intentos, cada vez gritaba con más fuerza, hasta que una monja llegó caminando rápido para atender a su llamado.
—¿Qué ha ocurrido?
—¿Sería tan amable de traernos un cambio de ropa a mi y al padre Seamus?
—¿Por qué el padre necesita un cambio de ropa también? —cuestionó ella, Diluc suspiró, teniendo que decir parte de la verdad.
—Me volví violento... Y le lancé el balde de agua, ahora también está empapado. —La mujer lo miró severamente, sin disimular cuanto lo juzgaba por osarse a atacar al querido sacerdote de esa congregación.
—Espere aquí —dijo antes de darse la vuelta, luego lo miró hacia atrás, igual de juiciosa—. Dios lo está mirando, así que no vuelva a levantar una mano contra el padre Seamus.
Diluc nuevamente sentía la verdad atorada en su garganta, no solo había levantado la mano contra Seamus, era algo mucho peor, un instinto arraigado en su subconsciente, que lo hacía saborear la fantasía de dominar y someter a los débiles, y encontrar placer a su costa. Esperó a esa mujer hasta que apareció con dos tenidas de ropa, una muy ancha para el joven Ragnvindr, y una sotana hecha a medida para el querido sacerdote Seamus Pegg; entonces él cerró la puerta, y colocó las prendas sobre un mueble de mimbre, Seamus seguía en el suelo, tocando su pecho y haciendo ejercicios de respiración para calmarse.
—Oye —lo llamó Diluc, el sacerdote lo miró, el pene de ese joven seguía duro, así que no se sentía a salvo todavía—. ¿Puedes levantarte?
—Puedo hacerlo solo...
Seamus apoyó sus inquietas manos sobre el piso de piedra, pero el joven Ragnvindr no lo esperó, le tomó el brazo para reincorporarlo, y agarró sus dos brazos justo por debajo de los hombros. Todo el cuerpo del sacerdote temblaba, Diluc no podía controlar sus ojos, que recorrían al padre de Jean, como si fuese un carnívoro viendo un pedazo de carne.
—Lamento haberte lastimado —dijo el maestro Diluc, Seamus mantenía los ojos cerrados y la cabeza girada, como enseñándole el cuello al depredador para que terminara pronto con su vida—. He estado bebiendo mucho, porque perdí para siempre a Kaeya. Desde entonces, siento ira, contra otros, pero sobre todo contra mi mismo.
—Diluc... —susurró el sacerdote, entonces abrió los ojos con tristeza y arrepentimiento—. Les debo una enorme disculpa...
—Sé que lo sientes, yo también lamento muchas cosas que le hice a mi hermano... Pero eso no es lo que nos acontece ahora. —Diluc abrazó a Seamus, este podía sentir su polla pegada a su abdomen, y el joven Ragnvindr podía sentir su espalda, viendo a través de la tela transparentada la manchas en la piel pálida del sacerdote, y sus glúteos—. Estuve a punto de hacerte mucho daño, y habría sido un error...
—Está bien mi niño, podemos trabajar en esa ira que sientes, estás aquí para hacer un cambio para bien en tu vida. —Seamus resistía con todas sus fuerzas el mirar los pectorales de Diluc, ya no podía volver a ver de forma lujuriosa a un hijo de Crepus, esa era la señal que le estaba enviando su dios—. Creo que es hora de que nos vistamos.
—De acuerdo.
El joven Ragnvindr soltó a Seamus y fue a apoyarse en una pared, sin hacer nada más que observar cómodamente como el sacerdote comenzaba a bajar los hombros de su sotana mojada; Seamus se dio cuenta de sus ojos ladinos, y apretó las piernas para frenar la caída de la tela, manteniéndola un momento ahí para secar su torso con una toalla. Diluc no hacía nada para secar su cuerpo, se tomó todo el tiempo del mundo para contemplar esa piel lechosa y salpicada de pecas y manchas, hasta que llegó el momento en que Seamus tuvo que secar su parte inferior, haciendo un movimiento rápido para cubrirse los genitales con la toalla, usando la sobrante para deslizarla por su cuerpo de marfil.
—¿Qué pasa Seamus? No tienes nada diferente a lo que yo tengo —comentó Diluc sonriendo pícaro, el sacerdote frunció levemente el ceño, molesto por esa falta de pudor, y la mentira de que tenían atributos similares, cuando el hijo de su fallecido amigo estaba bastante mejor dotado.
—Sátiro...
—¿Dijiste algo Seamus? —preguntó, pero no recibió una respuesta, así que se acercó lentamente al padre de Jean, enseñándole todo con una sonrisa seductora—. ¿Puedes repetirlo en voz alta?
—Eres un sátiro —dijo él, perdiendo el temor, Diluc sonrió de lado e intentó rodearlo para verle el culo, pero Seamus se giraba también—. Detente por favor, podría ser tu padre.
—¿Qué edad tienes, Seamus? —preguntó el joven Ragnvindr agarrándole un hombro para mantenerlo quieto mientras lo rodeaba, consiguiendo su objetivo de verlo por detrás.
—48...
—Pareces de 38.
—Nunca he estado interesado en verme más joven de lo que soy —dijo mientras Diluc disimuladamente agarraba un extremo de la toalla para quitársela—. ¡Basta!
—Debe ser cierto que mientras menos te preocupes por lucir joven, más lo vas a parecer —agregó sin importarle que Seamus estuviera molesto, le divertía verlo luchar para que no se cayera su toalla.
—Detente por favor...
—¿Qué pasa? ¿Tienes algo que ocultar? —cuestionó el joven Ragnvindr, el sacerdote se ruborizó un poco, avergonzado por una leve erección involuntaria que escondía con su toalla—. O tal vez es porque te gusta lo que ves.
—No insinues esas cosas, eres amigo de mi hija mayor, no deberías estar mirándome de esa forma. —De repente Diluc agarró su propia polla erecta, y movió suavemente la mano de arriba a abajo.
—Creo que es muy obvio que me gusta lo que veo. —Diluc siguió acariciándose el pene, tenía un aspecto venoso y rojizo, y un poco de viscosidad en la punta de la uretra; Seamus se puso completamente colorado, y ese joven deslizó un dedo por la piel de su hombro, erizandole la piel—. Tu piel es tan pálida, que hasta tus hombros están rojos, es muy hermoso.
—Estás pecando dentro de una iglesia ¿No tienes consciencia? —El sacerdote temblaba, los poros de su cuerpo estaban levantados, y el maestro Diluc le miró los pezones en punta, lleno de perversión por lo incorrecto e inmoral.
—Eso lo hace más estimulante... —En ningún momento Diluc dejó de masturbarse lentamente, Seamus ya no podía dejar de mirar su glande húmedo, asomandose entre el puño de ese joven, que se acercó para susurrarle algo al oido—. Pequemos juntos...
—No caeré en las tentaciones del demonio —replicó inseguro, el joven Ragnvindr posó sus labios sobre el hombro del sacerdote, y siguió susurrando.
—Sé mejor que nadie que has pecado antes... Avaricioso... —dijo para juzgarlo por abandonar a su hermanastro por unas monedas, Seamus apretó los párpados, su corazón latía a mil por hora—. ¿Has pecado de lujurioso alguna vez?
—Sí... —reconoció, Diluc abrió la boca para deslizar sus labios por el cuello del sacerdote, y le acarició los glúteos, haciéndolo estremecer.
—Entonces, esto será más sencillo... —le susurró al agarrarle la muñeca, llevándola a sus genitales, los cuales Seamus tomó mientras Diluc seguía guiando su mano de arriba a abajo—. Ríndete... Todo esto es para ti... Puedes hacer lo que quieras, solo tienes que rendirte ante mí...
De pronto Seamus empujó al joven Ragnvindr, tomó rápidamente su nueva sotana y corrió hacia la puerta, Diluc lo siguió, y lo detuvo antes de que pudiera colocarsela para huir por pasillo. Le agarró los hombros y lo acorraló junto a la puerta, sonriendo astuto y estimulado.
—Déjame ir, no quiero hacer esto contigo —dijo el sacerdote casi perdiendo la paciencia.
—También se te puso dura. Estás deseando esto, sabes que es así.
—Mocoso descarriado, ya basta de juegos, estás en la casa de Dios —replicó, su corazón latía con miedo, emoción y remordimiento, tiempo atrás el mismo había utilizado ese lugar para tener sexo con Kaeya, y eso reafirmó que estaba recibiendo su merecido castigo.
—Tu también estás en la casa de Dios. —Diluc agarró uno de los pezones de Seamus y lo retorció suavemente, e hizo lo mismo con el otro—. Y mírate, haciéndote el estrecho, cuando ya admitiste ser un lujurioso.
—No toques... —le pidió el sacerdote mirando sus duros pezones, tratados con lascivia; luego Diluc bajó su mano y lo masturbó, Seamus se estremeció chillando, sin saber si estaba asustado o solo sorprendido.
—No quieres admitir que eres tan pecador como yo, pero tu cuerpo lo admite. Es la parte más honesta de ti, y me desea.
—Tu eres su hijo, no puedo hacerte esto —dijo Seamus con angustia, Diluc desvío la mirada, y le soltó el pene.
—He decepcionado a mi padre en tantos sentidos, que esto es lo de menos. Lastimé y abandoné a su "estrellita" ¿Qué importa si me follo a uno de sus amigos?
—No te lo permitiré. Él era el mejor hombre que conocí, y no volveré a decepcionarlo. Así que déjame ir, pequeño sátiro —le ordenó, Diluc le dio un poco de espacio para que se colocara la sotana, pero cuando lo hizo, volvió a agarrarle los hombros y lo acorraló—. ¿Y ahora que quieres?
—Mírame a los ojos, y dime que no me deseas —le pidió, Seamus inconscientemente evitó verlo a la cara, pero el joven Ragnvindr lo forzó agarrándole el mentón.
—No te deseo —dijo el sacerdote, sus brazos temblaban aunque tuviera la cabeza firme, y Diluc sonrió, tomándolo como un rasgo de inseguridad en su respuesta.
—Y ahora también pecas al mentir... —se burló, pero de repente Seamus se paró en la punta de los pies, le agarró la nuca y giró la cabeza para susurrarle algo al oído con una seductora actitud.
—El demonio vive en ti... —El maestro Diluc abrió los ojos, temeroso de que eso fuera verdad, de que no hubiera un solo rastro de bondad en su corazón—. Y por eso estás en el lugar correcto, aquí sabremos guiarte por el buen camino...
Dicho eso, el sacerdote empujó a Diluc y salió de la habitación, el joven Ragnvindr se quedó parado, pensativo; quería ser una mejor persona, pero su lujuria era parte de sí mismo, así que comenzaba a perder la fe. Tenía que decidir cuál sería su razón para quedarse, si era cambiar y ser un hijo de Dios, o si lo haría para intentar cada noche endulzar el oído del sumo sacerdote, tentandolo hasta que se rindiera a pecar con él; de todos modos, se quedó dentro de ese baño, masturbándose salvajemente, pensando en lo que no pudo tomar minutos atrás.
*****
—¡Ve a que te den por el culo! —le gritó Scaramouche a Kaeya mientras este lo seguía por el pasillo entre los camarotes.
—Tu me conoces nene, y sabes que para mi eso no es un insulto, es costumbre.
—No vamos a detenernos en Inazuma, es la quinta puta vez que te lo digo.
—No sé qué tipo de problema tengas para querer alejarte de ese lugar, pero tiene tantas islas habitadas, que me parece insólito que no aceptes que desembarquemos en ninguna de ellas.
—¡No tengo ningún problema! Solo no quiero más retrasos, Inazuma es una pérdida de tiempo.
—Ya no se trata de Bennett y Razor, tenemos que enviar una carta a Khaenri'ah antes de que el enemigo la ataque por la espalda.
—Pueden esperar un poco más, les enviarás una carta cuando estemos en Snezhnaya.
—Cuando lleguemos a Snezhnaya será demasiado tarde.
—No se han rendido contigo, saben que somos un grupo reducido, no un puto ejercito. Mientras sigas fugitivo no van a parar de enviar barcos por nosotros, tienen sus energías en eso.
—Te equivocas, calcularán el tiempo que tardaremos en llegar a Snezhnaya, y cuando estemos ahí, me darán por perdido y atacarán a mi pueblo antes de que podamos darles la alarma.
—¡No tengo que cumplir tus jodidos caprichos! —El baladista agarró la camisa de Kaeya y la retorció con ira, pero el príncipe Alberich no dejó de mirarlo seriamente.
—Quisiste entrenarme para volverme fuerte, me animaste cuando Dainsleif apareció, me salvaste junto a Childe cuando todo parecía perdido. No hay más explicación para eso que el aprecio, la preocupación, simpatía o como sea que quieras llamar a lo que sientas por mi.
—¡Tú no me interesas en absoluto! Solo eres puto dinero para mi, no vales nada más que eso.
—¿Qué es lo que hay en Inazuma que te da tanto miedo? —De pronto Scaramouche abofeteó con fuerza la mejilla de Kaeya, este reprimió todo sentimiento de dolor y decepción, y le sujetó la mano para mirarlo a los ojos—. ¿Qué hay en Inazuma que te impide escuchar?
El baladista jaló el cabello del príncipe y levantó una rodilla, golpeándole con fuerza la boca del estómago; Razor, Viktor, Bennett y Luke iban bajando las escaleras cuando aquello ocurrió, y el niño salvaje corrió a cuatro patas, preparado para atacar por ver a su lúpical de rodillas, abrazando su abdomen, sin aire y con mucho dolor. Antes de que Razor pudiera abalanzarse sobre Scaramouche, Kaeya lo atrapó y abrazó, conteniéndolo; Viktor, Luke y Bennett corrieron para socorrer al príncipe, mientras el jefe miraba con severidad al "perro".
—Cálmate Razor... —le pidió el príncipe Alberich, su amigo gruñía sin parar.
—Si se atreve a ponerme las manos encima, lo mato.
—No te atreverías —replicó Kaeya abrazando a Razor con todas sus fuerzas.
—Ponme a prueba.
—No lo harías, porque sabes que si le haces daño a Razor o a Bennett, nunca te lo perdonaré.
—¡Ya cierra la puta boca! —le gritó histérico el baladista—. ¿De verdad crees que significas algo para mi? Tu no eres nada, solo una bolsa de monedas, que tengo que llevar a Snezhnaya con un viejo arruinado, y no me importa si tengo que quitarme a tus lastres del camino si me obligan a hacerlo.
Bennett apretó la mandíbula y empuñó su espada de madera, le enfurecía oír aquello, y su odio reprimido por la muerte de su familia afloraba de forma irracional, pero se vio truncado cuando Viktor se plantó entre Kaeya y Scaramouche, con firmeza y una expresión de desilusión.
—¿Qué me ves? —dijo el baladista incómodo, su segundo al mando no le respondió, solo siguió observándolo de la misma forma, mientras Luke levantaba al príncipe y Bennett contenía a Razor—. Desaparezcan de mi vista.
Sin embargo Viktor no se movió ni cambió su mirada de decepción, el baladista pensó en atacarlo, pero ya no podía seguir perdiendo el control, así que se dio la vuelta para retirarse.
—No valen mi tiempo.
El grupo avanzó de vuelta a las escaleras para subir a la cubierta, Viktor relevó a Bennett para contener a Razor, a quien se llevó bajo un brazo como a un saco, mientras el otro niño se quedaba atrás, viendo a Scaramouche largarse a la bodega de alimentos; sin embargo, Bennett se dio cuenta de que una silueta salía del camarote del príncipe, siguiendo al líder sin que este lo escuchara. Por tanto, con el mismo silencio el niño siguió a esa figura, mientras los demás volvían a la superficie, estaba anocheciendo, pero aún gran parte de la tripulación seguía ahí, lo cual frustró a Kaeya, que se alejó de sus amigos.
—Príncipe... —susurró Viktor, Kaeya se contenía, había gente repartida en diferentes zonas del barco, así que no encontraba un sitio para desahogarse en paz.
—Jajaja ¿Qué pasa Viktor? Esto no es nada —dijo Kaeya reprimiendo a duras penas sus sentimientos—. Esto no se compara a...
De repente las lágrimas se soltaron de su ojo, incluso si el príncipe tenía una sonrisa en el rostro; Viktor lo abrazó, y eso ayudó a que Kaeya liberara lo que le produjeron esas hirientes palabras del baladista. No estaba seguro de porqué le dolió tanto, había soportado cosas mucho peores, pero solo podía compararlo con el daño físico y emocional que le proporcionó su hermano tiempo antes de ser violado por él; Razor gateó y abrazó la pierna de su lúpical, y Luke se unió como pudo.
Bennett se quitó los zapatos y caminó sigilosamente hacia la bodega, donde la silueta había seguido al líder de los Fatui, quien estaba oculto en una esquina de ese oscuro cuarto, agachado y tembloroso; Scaramouche tenía una mano sobre su boca, y lloraba con histeria y dolor, controlando hasta el punto de quedarse sin aire sus sollozos y alaridos. El niño miró a su alrededor, buscando señales de las personas que se suponía estaban allí dentro; creyó haberlo imaginado todo, hasta que distinguió un pie descalzo arrastrándose entre unas cajas de alimentos deshidratados.
Por una corazonada Bennett se agachó y comenzó a gatear entre la carga, apresurado; y tal y como había pensado, lo que vio en el pasillo era una pésima señal, puesto que Childe estaba boca abajo cuchillo en mano, buscando al baladista, porque sabía que se había metido a ese lugar. Por el aspecto de su cara, el niño supo sin duda alguna que Tartaglia iba a hacer algo horrible, pues parecía disfrutar sádica y erraticamente el acechar a Scaramouche; incluso para alguien tan joven como Bennett, la idea de asesinar al primero al mando de esa embarcación era algo catastrófico, sobre todo para su amigo el príncipe Alberich, por lo que no podía quedarse de brazos cruzados.
Viktor abrió un momento los ojos y notó que su hermano Luke apenas si lograba abrazar a Kaeya, y siendo consciente de cuánto gustaba del príncipe, decidió apartarse lentamente, dejándole su lugar a Luke; sin embargo Razor no soltaba la pierna del príncipe, por lo que Viktor llamó su atención picandole la cabeza con el dedo índice. El niño salvaje lo miró, él le hizo una señal para que lo siguiera, Razor titubeó, pero Viktor era insistente, así que gateó un poco para saber qué quería de él; entonces el segundo al mando acarició su cabeza y lo tomó en brazos, Razor miró a Kaeya mientras Viktor lo alejaba, no parecía que fuera a estar en peligro, por lo que se dejó cargar por su nuevo amigo.
Mientras Ajax se preparaba para atacar a Scaramouche, sin darse cuenta de su llanto contenido, Bennett se apresuró arrastrándose, hasta que consiguió saltar a espaldas de Childe y cubrirle la boca con una mano; Tartaglia se dio la vuelta con agilidad y acorraló al niño contra el piso, en estado de alerta y con la daga lista para cortar la garganta de ese intruso. Sin embargo su mano se quedo quieta cuando le vio la cara, y ni siquiera consiguió acercar el cuchillo, puesto que reconoció al niño a quien Kaeya protegía tanto; Bennett estaba asustado, pero aun así estiró el brazo y posó su mano sobre la boca de Ajax, para impedir que hiciese ruido y que el baladista los descubriera.
El príncipe abrió los parpados, sabía que Luke era el único que lo abrazaba en ese momento, y le causó gracia que Viktor haya intentado engañarlo, cuando fue más que evidente que cambió de lugar para cederle el suyo a su mejor amigo; así que en lugar de enfadarse, solo se dejó llevar mientras Luke acariciaba su espalda. Cuando se soltaron, se miraron a los ojos, el mercenario parecía abochornado y emocionado, y Kaeya sonrió, le era imposible no actuar de forma coqueta cuando un hombre atractivo le demostraba interés, lo que hizo que Luke se riera nervioso.
Scaramouche no había oído el pequeño ajetreo de ese cuarto debido a su llanto ahogado, Childe quiso volver a acecharlo, pero Bennett se arrodilló y le tomó una de sus muñecas, mirándolo de forma suplicante para que no llevara a cabo la locura que tenía en mente; Tartaglia estaba lo suficientemente desequilibrado para olvidarse de que el baladista era su amigo, pero no lo suficiente para no comprender que gritar y volverse violento con ese niño era contraproducente para su plan. Por lo tanto, no le quedó otra que arrimar a Bennett contra su pecho y gatear con él hasta un par de barriles de ron, para esconderse juntos; tras unos minutos de haber dejado que sus emociones lo dominaran, Scaramouche se puso de pie y caminó de vuelta a la puerta, para ir a su camarote y asearse, y así fingir que nunca era una persona débil.
Kaeya tomó la mano de Luke, y con su sonrisa coqueta lo guió a la parte trasera del castillo de popa, donde no sería sencillo verlos; el mercenario se veía emocionado, y se apresuró para ser él quien los llevara ahí, una vez ocultos tomó la cintura del príncipe Alberich y sonrió como un ganador. La postura de Kaeya se volvía más estilizada y su expresión sensual cuando coqueteaba con alguien, pero lo hizo esperar un poco antes de acercar sus labios, porque adoraba impacientar a los hombres que estaban locos por él; sin embargo Luke buscó desesperadamente su boca, y mientras lo besaba lo arrimó contra la pared y levantó una de sus piernas, ansioso por probar solo un poco más de esa belleza.
Cuando Scaramouche se retiró de la bodega, Childe miró de forma inexpresiva un punto de la madera, y soltó la espalda de Bennett, sin verle sentido a mantenerlo contra su cuerpo. El niño se quedó de rodillas y él sentado, Bennett acercó sus manos inseguras al rostro de Ajax, y le giró la cabeza para obligarlo a verle a la cara.
—¿Por qué ibas a hacerlo?
—Él dio la idea de poner las bombas en Mondstadt —reveló Tartaglia en un intento de poner a ese niño de su lado, pero Bennett estaba demasiado preocupado por la situación que podría atravesar su amigo el príncipe, que no se tomó en serio esas palabras.
—Mira, realmente no tengo idea de tus problemas con ese tipo, pero Sir Kaeya, digo, el príncipe, sentiría un enorme disgusto si la gente de este barco empezara a matarse una a otra.
—Es por culpa de Mouch... De Scaramouche, que no podamos ir a Inazuma para enviar el mensaje a Khaenri'ah. Si él no existe, tampoco el problema.
—¡Así no funcionan las cosas! —exclamó el niño, Childe colocó su dedo índice sobre los labios de Bennett para pedirle que no hiciera ruido, y este se sintió un poco extraño y nervioso.
—Para mi funcionan así, para los mercenarios funciona así, incluso para Kaeya. Tu no sabes de lo que ha sido capaz por cumplir sus objetivos, porque no lo conoces en verdad.
—Tu tampoco —replicó Bennett, Tartaglia levantó una ceja con expresión ladina—. No eres el señor Albedo, así que no finjas que lo conoces mejor que nadie.
—Albedo está muerto, ahora yo soy la persona de Kaeya, estaremos juntos por siempre y por eso tengo que ayudarlo con esto.
—Solo vas a conseguir que te odie.
—Nos amamos. —Bennett negó la cabeza, preguntándose como era posible que un adulto sonara como una niña de 12 años.
—Eres estúpido. Dices conocerlo mejor que yo, pero no sabes que por tratarse del líder, Sir Kaeya buscará una solución diplomática.
—Escúchame, pequeño plasta —dijo Ajax agarrándole un hombro y clavícula—. No todo puede ser diálogo en esta vida, si lo hago a mi manera, a largo plazo Kaeya me lo agradecerá.
—Y tampoco todo puede tratarse de matar para solucionar lo que sea —respondió muy molesto, entonces comenzó a hacer una voz de burla—, "mi amigo no piensa igual que yo así que le voy a cortar la maldita garganta y si viene otro a vengarlo también lo mato hasta que no quede nadie" ¡Así es como suenas!
—¿Quieres que peleemos? Eso es lo que quieres porque no dejas de ser un completo aguafiestas.
—¡¿Por qué todo tienen que ser peleas contigo?! —exclamó Bennett agarrándole la camisa, entonces Ajax le apretó las manos con su puño.
—No me hagas perder la paciencia.
—No te tengo miedo.
—Ese es el problema. —De pronto Childe se puso de pie y agarró los tobillos del niño, levantándolo para dejarlo de cabeza—. Pero no puedo enojarme contigo, eres adorable.
—¡Suéltame! —se quejó Bennett retorciéndose, Tartaglia comenzó a avanzar para salir desde la bodega al pasillo.
—Normalmente la gente se la piensa dos veces antes de meterse conmigo, pero tú no tomas ninguna precaución —comentó al abrir la puerta, con los brazos estirados hacia delante para no recibir manotazos del niño, que se balanceaba para atacar—. Eso es adorable, te fías de que no te haré nada solo porque eres un crío.
—¡Bájame! —le gritó, Scaramouche asomó su cabeza para ver que era todo ese escándalo—. ¡Que me bajes!
—No, porque quieres morderme.
—¡No quiero morderte, quiero patearte!
—¿No que no te gusta la violencia? —se burló, Bennett se retorció más para zafarse, pero Childe comenzó a elevarle más los talones, divertido; Scaramouche se apoyó en el dintel de su puerta, y cruzado de brazos disfrutó el espectáculo con una sonrisa de gracia.
—¡Suéltame!
—Si te dejo caer te romperías el cuello.
—¡Eres malo!
—Si quieres que te suelte, tienes que calmarte. —Aunque estaba furioso, Bennett se resignó a que esa era la única manera de no seguir colgando de cabeza, así que se quedó quieto, y notó que su cabeza estaba a la altura del cuello de Childe, porque este tenía los brazos extendidos hacia el techo.
—Ya estoy calmado, bajame —demandó el niño, Ajax sonrió y depositó un pequeño beso sobre el mentón de Bennett, lo cual lo avergonzó y lo puso muy nervioso.
—¿Cuál es la palabra mágica? —Childe sonrió, el niño estaba muy molesto, pero sabía lo que tenía que hacer.
—¿Me bajas, por favor?
—Eres una ternura —dijo antes de darle otro beso en el mentón.
—Cuidado donde besas —le advirtió Scaramouche, Tartaglia giró la cabeza, tenso por haber tenido malas intenciones con el baladista minutos atras—. No quiero esa clase de enfermos en este barco, si lo besas más abajo te mato.
—Enterado —respondió Childe, entonces giró a Bennett, lo tomó de las axilas, y lo abrazó, aprovechando el momento para decirle algo al oído—. Ni una palabra de esto ¿De acuerdo? Mucho menos a Kaeya.
El niño no respondió.
—Promételo —le pidió, pero el niño cerró más la boca—, si no lo prometes no te soltaré.
—Está bien, prometido —dijo Bennett cruzando los dedos mientras abrazaba a Ajax.
Luke levantó al príncipe y lo sentó sobre un barril mientras se besaban, Kaeya abrió las piernas, dejándolo arrimarse y presionar una y otra vez su erección, el mercenario acariciaba su espalda, brazos y piernas, el príncipe de Khaenri'ah le parecía el joven más bello y sensual que había visto, y el hecho de poder tocarlo solo lo volvía más adicto a él, y menos precavido. Por un momento Kaeya pensó en Childe, en lo que iba a pasar si viese su "traición", para el príncipe no lo era, porque no eran novios de forma oficial, pero no le cabía duda de que Ajax solo lo quería para sí mismo.
Sin embargo, cada vez que él intentaba hacer que Tartaglia lo tocara, este lo rechazaba, le resultaba decepcionante, porque quería sentirlo como había sentido a todos sus amantes, pero cada vez reafirmaba más su impresión de que Childe no lo deseaba ni un poco; por ende, aunque sintiera algo de remordimiento, Luke le parecía caído del cielo en ese momento. Era un buen besador, y sus caricias eran inquietas pero satisfactorias, lo hacía desear volver a tener buen sexo, uno donde él pudiera disfrutar y mantener bajo control a su nuevo amante.
Childe llegó a la cubierta y buscó con la mirada a su príncipe, Mikhail había estado observando la situación desde el timón, y le avisó a su compañero más cercano que fuese a alertar a Luke y entretener por un rato a Tartaglia; rápidamente ese fatui se fue a la parte trasera y llamó a Luke para advertirle que Childe estaba cerca, lo cual interrumpió el apasionado jugueteo entre él y Kaeya. Luke se asustó con solo oír ese nombre, así que para calmarlo el príncipe Alberich le susurró que se quedara ahí mientras él iba a encontrarse con Ajax, para llevárselo al comedor y alejarlo de la cubierta; y tal y como lo dijo, Kaeya cumplió y fue hacia su guardián como si nada hubiera pasado, sintiendo algo de adrenalina y emoción por lo prohibido.
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