14. Nido (Segunda Parte/Final)
Nota: Próximo cap, final season 1, las actus de la segunda seguirán dentro de este mismo fic, aunque puede que le haga una nueva portada.
Luego de esto, el angst será menor.
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Por la mañana Kaeya abrió sus hinchados párpados, Dainsleif había tendido unas mantas en el piso y dormía sobre ellas, el príncipe se enderezó, y de inmediato se sintió completamente desolado, pensando que si bien su cabeza le pedía hacer caso a los deseos de su amado Albedo, su corazón quería morir para terminar todo ese dolor; prueba de ello era su caso de "sonambulismo", que lo hizo cuestionarse si se estaba volviendo loco. Entonces quiso levantarse e ir a la ciudad por cuenta propia, pero apenas puso un pie en el suelo, Dain despertó y se sentó para darle los buenos días; resignado el príncipe le dijo que quería ir a la ciudad, así que el alquimista tomó un cambio de ropa para sí mismo, y le preguntó a Kaeya si quería que fuera a buscar un atuendo diferente a su cuarto.
El príncipe Alberich asintió, así que Dainsleif fue corriendo a buscar prendas para él, unas que a su criterio lo hicieran lucir atractivo; al finalizar su labor regresó con una blusa de volantes azul marino, unos pantalones negros y un corset de cuero negro, y cuando bajó a la primera planta, se le ocurrió que luego de dejar la ropa en las manos de Kaeya, podía ir a la cocina a traerle un porridge de avena. Dain fue corriendo y le sirvió avena con mucha azucar, que pudiera camuflar muy bien el sabor de la gota de veneno que iba a ponerle en el laboratorio; sin embargo, el alquimista abrió la puerta y se encontró a Sucrose durmiendo en el suelo de piedra, lo cual lo puso tenso, porque su presencia le estorbaba.
Aun así se metió en cuclillas y tomó un gotero para el veneno, lo dejó en su sitio y se retiró rápidamente, para que ella no lo descubriera en el acto; entonces volvió al cuarto, Kaeya estaba intentando atarse el corset, por lo que él fue en su ayuda, dejando el cuenco de avena sobre su mesa de noche. Luego de eso le ofreció comer, el príncipe de Khaenri'ah no parecía tener apetito, pero Dainsleif fingió estar muy preocupado por sus "deseos suicidas inconscientes", por lo que Kaeya se forzó a probar su desayuno.
Una vez más el alquimista sintió una profunda ansiedad cuando lo vio acabarse la comida, como si le torturara el hecho de saber que tenía los días contados; el príncipe comenzó a toser, una señal de que poco a poco las dosis mínimas de veneno irían aumentando sus malestares. Esa avena le pareció diferente a Kaeya, no podía explicarlo, pero no le transmitió en ningún momento la sensación de familiaridad de la avena con azúcar de Adelinde o de la pequeña Barbara Pegg.
Al terminar su desayuno, el príncipe Alberich se puso de pie y se acercó a la puerta, Dain lo siguió con la mirada, lo detuvo un momento para pasar los dedos por su cola de caballo, y de esa forma la desató para dejar libres sus largas hebras; Kaeya no pudo evitar que el recuerdo de Barbatos haciendo lo mismo con su cabello, llegara de forma fugaz a su mente, como un presagio de que algo andaba muy mal. Los dos se fueron a la puerta trasera y caminaron por los adoquines, Kaeya mencionó que quería pasar a la biblioteca, para saber si su amiga Lisa estaba bien; Dainsleif se puso tenso, según Paimon, esa era la mujer que ayudó a Rosaria el día del atentado, no le convenía dejarla a solas con Kaeya, así que debía estar muy al pendiente.
Cuando pasaron frente a la plaza pública, aún no habían muchos transeuntes fuera de sus hogares, pero los pocos miraban consternados una pira de fuego que había ardido por la noche, con el cadáver calcinado de una mujer; Kaeya se dio cuenta de ello y desvió la mirada, alterado por los recuerdos de Noelle a punto de morir quemada. Dain le dijo que iría a ver un cartel depositado cerca de la pira, por mera curiosidad; el príncipe le pidió que se apresurara, porque no quería estar por mucho tiempo ahí; el alquimista se acercó al cartel, que anunciaba la condena de muerte de la única terrorista atrapada con vida durante el día del atentado, cuyo nombre era Lyudmila.
Aquello le fue informado a Kaeya, quien en su interior se lamentó por haber causado la muerte de otra de las personas asignadas para rescatarlo, algo con lo que había vivido desde siempre; el príncipe Alberich no soportó pasar más tiempo en ese lugar, por lo que le pidió a Dainsleif que fueran pronto a la biblioteca. Entonces el alquimista se lo llevó abrazando su espalda con un brazo, y llegaron juntos al edificio, que en ese momento estaba cerrado como todos los negocios de la ciudad; Kaeya empezó a entrar en pánico, y recorrió la fachada gritando hacia arriba el nombre de su amiga, con el anhelo de que esta respondiera, mas eso jamás sucedió.
El príncipe comenzó a sentirse agitado, con la suposición de que Lisa también había muerto en el atentado, cosa que lo hizo llorar, con el corazón apretado por la culpa de haber causado el deceso de gente que amaba, o el de sus conocidos, como lo que le ocurrió al pobre Bennett, a quien vio llorarle a sus figuras de apego el día anterior. Dainsleif se quedó de pie cuando Kaeya cayó de rodillas para llorar, y observó las ventanas de la biblioteca, con la duda de si esa mujer estaba escondida ahí, o si se refugió en otro sitio; de pronto escucharon que alguien corría hacia ellos, Dain temió que fuera Lisa, pero solo se trataba de Swan, quien iba directo hacia el príncipe de Khaenri'ah.
—¡Sir Kaeya! —lo llamó Swan, el príncipe lo miró de reojo, fastidiado y melancólico.
—¿Qué es lo que quieres? —respondió Kaeya, Dainsleif se puso a su lado como un perro guardián.
—Necesito que me acompañe.
—Si es para hablar con tu capitana, no estoy de humor para verle la cara.
—No es eso, es Huffman, Huffman quiere hablar contigo —le explicó el caballero, pero el príncipe Alberich se rió con dolor.
—¿Oh en serio? Pues me interesa incluso menos, no tengo ganas de ver a ese hipócrita y mucho menos quedarme a solas con él. —Swan se quedó en silencio un momento, quería dar una imagen centrada y firme, pero en sus ojos había lágrimas que no dejaba caer.
—En menos de media hora, Huffman se enfrentará en un duelo a muerte contra el príncipe Alatus —dijo Swan mientras Dain ayudaba a Kaeya para que se pusiera de pie.
—¿En serio? ¿Por qué se enfrentarán?
—Ambos están representando a alguien más, Huffman a la capitana Lawrence, el príncipe Alatus al rey.
—Era demasiado obvio que un cobarde como Barbatos enviaría a alguien más.
—Ese no es el tema a discutir, el tema es que Huffman podría morir.
—Lamento herir susceptibilidades con esto, pero no me podría importar menos que Huffman, tú, la capitana, el rey, o el estupido príncipe de Liyue sufrieran un destino como ese de forma prematura.
—Sir Kaeya, Huffman quiere dedicarle sus últimas palabras a usted, a nadie más que a usted —insistió Swan, el príncipe se cruzó de brazos, orgulloso.
—¿Para qué? ¿Para decirme "te amo" y forzarme a besarlo? No pienso cumplir sus deseos solo porque está prácticamente en su lecho de muerte. —De pronto, Swan se postró ante los pies de Kaeya y los sujetó, con la cara escondida contra sus botas para que no le viera llorar.
—Se lo suplico... Sé que le hicimos mucho daño y que no merecemos su perdón, pero por favor, permítale hablarle una vez más, es lo único que él desea... —El príncipe miró hacia el lado, cruzado de brazos, pero menos frívolo debido al llanto de uno de sus victimarios, que a pesar de todo, le causaba mucha lástima.
—Bien, supongo que no puede intentar nada con el poco tiempo que le queda.
Swan enmudeció, no se atrevió a decirle gracias por su compasión, porque sentía mucha vergüenza de sí mismo, porque tal y como lo había dicho, no se consideraba digno de recibir algo que no fuera desprecio por parte de Kaeya. Mientras se ponía de pie para guiarlo a la arena de batalla, el caballero pensaba en lo que él sentía por el príncipe, y no encontró una palabra mejor para describirlo, que el miedo; porque aunque solo había participado una vez de sus "castigos colectivos", esa experiencia le hizo saber que tocó fondo, y que si algún día Kaeya lograba la libertad, su ira iba a desatarse contra todos los que lo mancillaron, él y Huffman incluidos.
El caballero guió al príncipe y a Dainsleif hasta unas escaleras subterráneas de la arena de batalla, perteneciente a la academia militar, mientras le daba vueltas a si él también debía pedirle a Kaeya que hablara a solas con él en algún momento, porque sabía perfectamente lo que Huffman quería decirle, y lo consideraba lo más digno que podía hacer antes de morir. Huffman Schmidt estaba sentado en una banca de los vestidores, vestido con una armadura nueva, cuyo casco había dejado en el mismo asiento; cuando los vio llegar, se puso de pie al ver al príncipe Alberich, quien nerviosamente se escondió detrás de Dain, incómodo y temeroso.
—¿Podemos hablar en privado, príncipe Alberich? —le preguntó Huffman, Kaeya negó con la cabeza—. Sé que no me he portado muy bien con usted, pero, juro que no haré nada... Por favor no tenga miedo.
—El príncipe no quiere quedarse a solas con usted, por favor respete ese deseo —dijo Dainsleif, sintiéndose bien por parecer alguien protector a los ojos de Kaeya.
—Lo que debo decirle es algo que debe quedar entre nosotros dos.
—Por favor Sir Kaeya —le pidió Swan, el príncipe de Khaenri'ah se quedó apoyado en la espalda de Dain, muy inseguro de su decisión.
—No pueden obligarlo a nada —insistió el alquimista, Huffman templo, mirando como Kaeya ni siquiera le mostraba su rostro, por miedo.
—En unos minutos Huffman debe entrar a la arena —reiteró Swan, el príncipe sintió ansiedad y pánico por los recuerdos de los caballeros de Favonius, violándolo luego de uno de sus intentos de escape; una de las caras que recordaba era la de Huffman.
—Suficiente, no quiero presionarlo más —dijo Huffman, Kaeya seguía escondido a espaldas de Dainsleif, de algún modo se sentía culpable por no ser capaz de aceptar la última voluntad de alguien que iba a morir—. Puedo hacerlo con todos ustedes aquí.
—¿Hacer qué? —preguntó el príncipe Alberich, entonces Huffman se acercó cauteloso, e hincó la rodilla a su lado, con la cabeza gacha y clavando la espada en el piso.
—Me arrepiento de haberle hecho tanto daño, de haber ensuciado su honor, y el mío propio. Sé que no merezco su perdón, pero no puedo irme sin haberle pedido disculpas.
Los presentes quedaron en silencio, para Dain era surrealista estar en presencia de un agresor arrepentido, él podía entender los sentimientos de culpa, pero le parecía risible pedir perdón después de haber violado a alguien, y que ese alguien estuviera completamente consciente del daño cometido. Un perdón no enmendaba un corazón roto, el alquimista lo sabía de sobra, por haber destruido tantas vidas, y asesinado a tantas personas; unas disculpas no revivirían a sus víctimas.
—Yo... —balbuceó Kaeya, desconcertado por recibir palabras de arrepentimiento de alguien que abusó de él—. ¿Puedo preguntar algo?
—Está en su derecho, no importa lo que quiera decirme, lo aceptaré.
—¿Por qué lo hiciste? —El príncipe siempre tuvo la duda, de qué impulsaba a otros a pasar por sobre la voluntad de alguien más débil, incluso cuando este suplicaba piedad y lloraba con un evidente dolor; Swan y Huffman se quedaron fríos con esa duda.
—Porque... —murmuró Huffman, él y su compañero sentían demasiada vergüenza y culpa—. Usted siempre me pareció atractivo, quiero decir, esa no es una excusa, pero cuando el rey... nos dijo que te hiciéramos lo que quisiéramos, y vi a todos los demás, yo... quise unirme porque creí que si no lo hacía, nunca tendría otra oportunidad.
—¿"Quisiste"? —cuestionó Dainsleif sonriendo cínico, Huffman se puso colorado y lloró.
—No es una justificación, nada justifica que lo hiciera y que lo siguiera haciendo...—. Kaeya se quedó pensativo, le daba mucho asco saber las razones de Huffman, pero quería indagar más, hasta llegar a alguna conclusión.
—¿Y por qué no paraste? —preguntó el príncipe, Huffman tragó saliva.
—Después de eso ya no hubo vuelta atrás, intentaba decirle que quería besarlo y amarlo, pero siempre encontré rechazo, es por eso que no vi más alternativa para tenerlo... Y yo sé que suena retorcido, pero eso es lo que pensaba, que como ya lo había arruinado todo, no tenía otra forma de tenerlo entre mis brazos.
—Todo se reduce a tener a alguien por la fuerza —comentó Dain, que entendía muy bien ese dilema, obsesionarse hasta el punto de herir al objeto de deseo, que pregonaba amar con locura.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó Kaeya, sentía mucha adrenalina por estar enfrentándose de algún modo a uno de sus agresores, era estimulante, pero a la vez lo hacía rememorar cosas horribles.
—¿Acaso es el hecho de estar a punto de morir? ¿Crees que pidiendo perdón te salvarás del infierno? —dijo Dainsleif disfrutando de hacerlo sentir miserable, Huffman se secó las lágrimas y se irguió.
—Ciertamente, mi alma no se irá tranquila si no pido perdón. Pero lo que me hizo cambiar de opinión, fue conocer mejor a la capitana Lawrence —respondió Huffman, el príncipe negó con la cabeza, porque Eula podía ser una víctima, pero también una victimaria, lo cual él despreciaba—. Ella sufrió lo mismo que usted, príncipe Alberich, por eso sentí tanta deshonra cuando me habló de ello; yo le juré lealtad tanto porque la admiraba, como para redimir mis pecados.
—No es santa de mi devoción, pero, esa respuesta es más satisfactoria que el temor a la muerte y el más allá —dijo Kaeya, entonces se dio cuenta de que Swan aparentemente había desaparecido, luego miró hacia atrás, y descubrió que solo estaba arrinconado—. Vamos Swan, ahora es tu turno.
—No gracias... —murmuró Swan, pero el príncipe se le acercó y lo tomó del brazo para acercarlo a la banca.
—No seas aguafiestas Swan, es tu gran momento —insistió, parecía divertirse viéndolos tan incómodos y deprimidos; Dainsleif estaba intrigado por las pequeñas señales de malicia en Kaeya, quien estaba probando su punto de que una vez hecho el daño, ya no se podía esperar nada más que odio.
—Yo sé lo que quieres Sir Kaeya, quieres que nos humillemos por la bajeza que cometimos. Pero no vas a perdonarnos, es lo único que tengo claro, así que no ganarás nada con esto, estas disculpas son completamente inútiles —replicó Swan, Huffman volvió a sentarse para llorar.
—Tu no te estás disculpando, solo Huffman lo ha hecho —dijo el príncipe, Swan sentía rabia por verse orillado a hablar de ese tema.
—¿Quieres saber el porqué lo hice? Lo hice porque me estaban presionando para que me uniera, y no tuve el valor de negarme porque todos eran más fuertes que yo.
—Mark era mucho más viejo que todos ustedes y se mantuvo firme hasta el final ¿Cómo respondes a eso?
—No estoy hablando de fuerza bruta, sino de voluntad, yo nunca tuve la misma fuerza de voluntad que Mark, por eso...
—¿A qué quiere llegar, príncipe Alberich? —le preguntó Dain.
—No lo sé, solo quiero entender porque me ha pasado todo esto, si acaso hay una razón para que las cosas pasen, si existe una razón válida para que la mitad de los caballeros de esta ciudad me hayan hecho lo mismo que su rey.
—No, no hay una razón que justifique caer tan bajo —respondió Huffman, entonces se puso de pie y se plantó delante del príncipe—. Es por eso que mi consciencia no está tranquila, y necesitaba pedirle perdón, porque estoy arrepentido de haberle hecho daño, de haberlo deshonrado y de nunca haber sido un verdadero caballero honorable. Al final solo resulté ser uno más del montón, que solo lleva el título, pero que no supo decir que no a la corrupción de su espíritu.
—¿Realmente te arrepientes de haberme obligado a ser tuyo? —preguntó Kaeya mirándolo directo a los ojos, una vez más los presentes estaban muy tensos por ese tipo de preguntas, mas Huffman se mantuvo firme, aun con sus ojos llorosos.
—Me arrepiento, porque nunca fue algo natural, nunca iba a conseguir su amor de esa forma. Me arrepiento porque pasé por sobre la voluntad de la persona que me hacía soñar, porque el verdadero amor no debe doler.
Dainsleif se apartó un poco de la escena, esas palabras fueron como una bofetada para su orgullo, y seguía pareciéndole ridículo y sin sentido que ese tipo quisiera disculparse, sobre todo ante alguien inmisericorde y sádico como un Alberich. Swan ya no podía mirar al príncipe por la vergüenza, tal y como el alquimista, consideraba un gasto de energía pedir perdón después de haber hecho algo irreversible.
—Te perdono —dijo el príncipe de Khaenri'ah, Huffman abrió sus ojos llorosos, y más lágrimas le empaparon el rostro.
—¿Qué? —balbuceó Swan, su amigo se apartó de Kaeya llorando, y se secó las lágrimas con la mano.
—Gracias...
—Solo, una corrección, Huffman —agregó el príncipe acercándose a Dain para tomarlo del brazo—. El verdadero amor sólo puede doler cuando el mundo se mete en medio, hace nada perdí a tres personas que amaba de manera pasional, mis amantes, Noelle, Rosaria y Albedo. Ellos nunca me lastimaron, pero yo salí lastimado cuando los asesinaron.
—Lamento mucho oir eso...
—Creo que ya es hora de que te prepares, Huffman.
—Tiene razón. Otra vez, muchas gracias, príncipe Alberich.
—Mucha suerte, me harías un gran favor si humillaras al rey.
—Daré lo mejor de mi.
Dainsleif se llevó a Kaeya del brazo para subir las escaleras, Swan se quedó inmóvil mientras sentía que el príncipe se alejaba más y más; él mismo se definía como un cobarde, pero le sorprendió mucho que Kaeya tuviera el corazón de perdonar a Huffman, y consideró que era su momento también para quitarse esa carga de los hombros. Por esa razón subió corriendo para encontrarlos, se estaban alejando a buen paso, para evitarle al príncipe Alberich represalias por presenciar un duelo con armas.
—¡Sir Kaeya! —gritó Swan corriendo hacia el príncipe, quien se dio la vuelta y vio como el caballero se lanzaba a sus pies para postrarse ante él—. ¡Perdóneme por favor!
—¿Qué pasa contigo?
—¡Se lo imploro, perdóneme por el daño que le hice! Yo no quería hacerlo, pero soy débil, soy muy débil... —Swan comenzó a soltar un llanto estruendoso como el de un infante, Kaeya miró a su alrededor, hasta le preocupaba que Swan fuera considerado un traidor por arrodillarse ante él, un príncipe enemigo.
—Baja la voz, es por tu bien.
—Por favor príncipe... perdóneme, yo nunca quise hacerlo, por eso nunca más lo hice, porque yo no quería...
—Está bien está bien, pero ponte de pie, lo digo en serio. —Swan trató de levantarse, pero estaba comportándose un poco torpe, así que pudo haber tropezado si Dainsleif no lo hubiera tomado del brazo.
—Yo me arrepiento de todo, príncipe Alberich —le dijo Swan hecho un mar de lágrimas—. Siempre me he arrepentido, pero tenía miedo de que usted quisiera vengarse de mí.
—No creas que no lo pensé.
—Por eso, quiero decirle que lo siento, y que si pudiera cambiarlo, lo haría sin dudar —agregó el caballero, a lo lejos Eula iba caminando escoltada por sus caballeros de confianza, Kaeya notó una silueta pequeña y de cabello rubio caminando a su lado, y quiso prestarle atención.
—Pareces sincero. Supongo que, también mereces mi perdón —dijo el príncipe, queriendo ver mejor si efectivamente el pequeño Mika Schmidt iba a estar presente en el duelo; la mirada de Swan se iluminó.
—¿Lo dice en serio?
—Sí sí, te perdono —afirmó Kaeya, entonces Swan le tomó las manos y comenzó a besarlas desesperado.
—¡Gracias, se lo agradezco tanto! —exclamó el soldado mientras le besaba las manos, el príncipe Alberich dio un respingo.
—Cálmate —le pidió muy incómodo, por lo que Dainsleif le agarró las muñecas a Swan.
—Suficiente, no tienes porque tocarlo.
—Tiene razón, lo siento mucho... En serio, muchas gracias príncipe Alberich, tiene un corazón de oro —dijo el soldado llorando de la emoción, Kaeya trataba de asomarse para comprobar que Mika estaba ahí, y se dio cuenta de que el pequeño retrocedió y negó con la cabeza, antes de que Eula le agarrara el brazo y lo obligara a meterse a las gradas junto a ella.
—Oh mierda... —susurró el príncipe, para luego apartarse y correr hacia la arena.
*****
Lisa había sido informada por Jean que Kaeya fue capturado otra vez, la Gran Maestra se retiró esa mañana a sus labores, lo cual fue aprovechado por la bibliotecaria para salir por una ventana de la vivienda; su objetivo era encontrar a su amigo en solitario, para decirle todo acerca de Dainsleif y su verdadero motivo para haber llegado a Mondstadt. Sin embargo, aunque era consciente de que debía ser sigilosa, no estaba preparada para enfrentar un peligro como aquel como lo había enfrentado Rosaria, quien era una mujer entrenada y ágil.
Por ello se fue cubierta con la capucha de una capa marrón, y caminó tranquilamente para no levantar sospechas, su primera parada debía ser la taberna Cola de Gato, uno de los parajes predilectos de Kaeya; no obstante el negocio, como todos los demás, estaba cerrado por el luto de la ciudad. Lisa pensó en otra ubicación, la biblioteca, pues tal vez su amigo iba a tratar de encontrarla para saber si estaba bien; tuvo que dar dos vueltas alrededor del edificio para convencerse de que el príncipe no estaba cerca, lo cual la hizo temer por la posibilidad de que lo hubieran encerrado de forma perpetua en el palacio.
Ella no se dio cuenta de que estaba siendo observada, desde los propios contrafuertes del edificio, la "hija" de Dainsleif la estuvo esperando, porque sabía que en algún momento Lisa querría regresar a su lugar de trabajo y hogar; por la noche no tuvo mucha suerte con Rosaria, quien desapareció sin dejar rastro, pero al menos aún podía deshacerse de la bibliotecaria. Por eso la siguió cuando quiso ir a registrar otros sitios, como la plaza del asilo donde Kaeya charlaba con los ancianos y los niños, o la herrería, donde Kaeya pasaba otro tipo de buenos ratos; Paimon bajó por la fachada de la biblioteca, y acechó a Lisa, cada vez más cerca.
Dain le había otorgado a Paimon algo mucho más letal que una droga somnífera, un veneno que podía impregnar en sus pequeñas cuchillas; pero el hecho de que se tratara de un veneno, puso muy nerviosa a la homúnculo, no solo porque no le gustase la idea de matar, sino porque su cometía un error y ese veneno terminaba de alguna manera en su torrente sanguíneo o en sus zonas mucosas, ella también correría riesgo de morir. Lisa estaba corriendo hacia la plaza del asilo, cuando Paimon se acercó veloz hacia su pierna e hizo un corte con la hoja envenenada del cuchillo, la bibliotecaria lo sintió como una mordedura de avispa, lo cual la hizo girar por un reflejo, y ver la silueta rápida de la homúnculo escondiéndose en otra calle.
El corazón de Lisa se aceleró por lo que significaba no estar siendo atacada con mayor violencia por esa niña, de inmediato empezó a sentir síntomas como mareos y sudoración, lo cual confirmó su temor de haber sido envenenada o drogada; entonces, en lugar de quedarse paralizada del horror, la bibliotecaria comenzó a correr hacia los barrios bajos a todo lo que daban sus piernas. Poco a poco su vista se fue nublando, hasta cegarla, lo cual la hizo entrar en pánico y correr más rápido sin un sentido de la orientación, pidiendo ayuda a gritos, y diciéndole a todo el barrio que la habían envenenado.
De pronto alguien agarró su brazo y la tiró hacia un costado de la calle, pudo reconocer un par de voces familiares, una gruñona que llamaba a uno de los ayudantes de la tienda de sustancias y hierbas ilegales, y otra que le pedía aguantar mientras la recostaba en el suelo; Lisa se tocó el pecho para sentir su desbocado corazón, no sabía si la ayuda llegaría en algún momento, pero escuchar a Childe y Scaramouche le dio una pequeña luz de esperanza. Pronto oyó los pasos de alguien más, tenía mucho miedo de morir, le estaba costando respirar y su ritmo cardiaco era demasiado rápido; le desesperó pensar que Kaeya iba a quedar a merced de Dainsleif si ella moría, por lo que, al creer que ya nunca mas vería un nuevo amanecer, le dijo algo a sus dos conocidos.
«Por favor, salven a Kaeya, quieren matarlo».
*****
Kaeya se metió corriendo a las gradas mientras los campeones eran presentados, por un lado estaba el príncipe Alatus de Liyue, representando al rey Barbatos, vestido con una armadura dorada y roja tradicional de su país, y portando una lanza de oro con detalles en jade y piedras semi preciosas, misma que le fue obsequiada por el príncipe Alberich. Por otro lado estaba Huffman Schmidt, representando a Eula Lawrence, vestido con una armadura de plata muy diferente a la que portaban los caballeros de Favonius, y llevando una lanza de hierro con una punta de hoja afilada y larga, porque a diferencia del príncipe Alatus, él tenía predilección por las espadas, y poseer una lanza con esas características especiales le otorgaba mayor seguridad.
El príncipe Alberich tenía mucho miedo de solo mirar la arena, el simple hecho de ver de reojo un combate le ponía los pelos de punta debido a todo el condicionamiento que recibió, o más bien, los castigos que le inflingía Venti por tener contacto con las armas y actos de violencia; aun así, estaba empeñado en encontrar el palco de la familia Lawrence, el cual divisó al otro extremo de las gradas. Eula como era de esperarse estaba sentada al centro y frente a la baranda, con sus familiares y caballeros escoltas más atrás, pero lo que puso muy nervioso a Kaeya, fue que ella tuviese a Mika Schmidt sentado a su lado, mirando asustado como se daba inicio al combate.
Dainsleif llegó también a las gradas en busca del príncipe de Khaenri'ah, en ese momento Alatus y Huffman ya habían comenzado a pelear, cada uno portaba un escudo que les ayudaba a cancelar los ataques del contrario, el príncipe repelió un movimiento horizontal de la curiosa lanza del caballero, y quiso clavarle la punta de su lanza de jade, mas Huffman interpuso el escudo con una mano, y con la otra consiguió hacer un gran corte en el bíceps de Alatus. El alquimista buscó a Kaeya con la mirada, y lo vio avanzar entre las filas de asientos para llegar al palco de los Lawrence, Dain se preguntó qué pretendía exponiéndose así, con Barbatos al otro extremo, presenciando tanto el combate como la sorpresa de que su rehén nuevamente rompió una de sus reglas.
De un momento a otro el príncipe Alatus se había vuelto más rápido y agresivo, haciendo retroceder a Huffman, Mika intentó cubrirse los ojos, pero Eula le sujetó de la muñeca, y le dijo que observara bien el resultado, para que forjara el carácter que necesitaba para ser un buen soldado. Agregó también que, cualquiera fuese el ganador, eso debía ser una lección para él, ya fuera un incentivo para convertirse en un caballero de élite como su hermano, o un recordatorio de la calaña del rey que tenían, y cómo podía arrebatarles todo en un abrir y cerrar de ojos.
El hecho de saber que su hermano pequeño estaba viendolo, agregaba más presión sobre Huffman, debía hacer todo de forma perfecta, porque no se perdonaría jamás que Mika sufriera viéndolo morir; por esa razón consiguió librarse del acorralamiento, y saltó hacia Alatus mientras movía su lanza para hacerle otro corte. Pero el príncipe de Liyue consiguió cubrirse con el escudo, acortó el agarre de su arma, y por ello pudo perforar a Huffman entre las piezas de su armadura, justo debajo de las costillas.
Mika comenzó a temblar, Eula seguía diciéndole que debía mirar bien, y que grabara en su memoria los sentimientos de odio y rencor, para convertirlos en el combustible de su determinación; Huffman se tambaleó y clavó por un segundo la lanza en el piso para estabilizarse, pero tuvo que hacerse a un lado rápidamente antes de que Alatus lo empalara. Cuando Kaeya llegó al palco, los soldados de Eula se plantaron frente a él, preguntándole qué hacía en ese lugar, el príncipe no respondió, los caballeros de Favonius eran conscientes de que él tenía prohibiciones, por eso inconscientemente les temía.
No obstante, los recuerdos de la ejecución de Rhinedottir eran más fuertes que los de sus castigos, lo hacía sentir muy mal que el pequeño Mika fuese obligado también a presenciar algo como eso, y peor aún, algo que iba a ocurrirle a una persona tan cercana a él como lo era su hermano Huffman. Por esa razón, cuando Huffman consiguió romper una de las piezas de la pechera del príncipe de Liyue, y este reaccionó golpeándole la quijada con el escudo, Kaeya empujó a uno de los soldados y se adentró corriendo entre los asientos del palco; el golpe había desestabilizado a Huffman, quien no consiguió reaccionar a tiempo cuando Alatus enterró su lanza en el centro de su pecho, con tal fuerza que destrozó el hierro de la armadura y los trozos se incrustaron en el esternón del caballero, junto a la punta de la lanza de oro.
Huffman cayó de rodillas con la punta incrustada más allá del hueso, su respiración era lenta, y con las fuerzas que le quedaban quiso mirar a su hermano, sin embargo, en ese momento vio que el príncipe Alberich tomaba el brazo de Mika y lo guiaba lejos de su vista, lo cual le produjo una inmensa paz en sus últimos momentos. Kaeya corrió hasta la entrada del palco, dio la vuelta y cubrió a Mika en un abrazo mientras ambos se arrodillaban, el niño sollozó, y el príncipe le dijo en voz baja que nadie podía obligarlo a ver algo que él no quería, y le suplicó que por favor no se acercara a la baranda.
Alatus retiró su lanza del pecho de Huffman, la levantó con las dos manos, y volvió a clavarla con todas sus fuerzas, consiguiendo atravesarle la espalda; el cuerpo del caballero empezó a sufrir convulsiones, para Huffman el resultado siempre fue evidente, sin embargo, no quería morir como alguien débil, así que decidió usar su último aliento para una sola cosa. De no ser por sus reflejos entrenados, la hoja afilada de Huffman habría perforado la garganta del príncipe de Liyue, pero este, al esquivarla, puso el hombro en su trayectoria, y los tendones que unían el hombro al cuello recibieron el impacto, por lo cual Alatus gritó de dolor mientras sangraba y se aferraba al mango de la lanza para no caer por completo al suelo.
Los médicos dispuestos por el rey Barbatos fueron rápidamente hacia el príncipe de Liyue para llevarlo al quirófano de la academia militar, el presentador anunció a Alatus como el ganador, puesto que uno de los doctores comprobó los signos vitales de Huffman, que eran inexistentes. Eula se quedó mirando a su campeón en lugar de ver a Kaeya, después de esa derrota, no tenía la cara de ver a nadie más que a Huffman, mientras aceptaba en su interior que su muerte era evitable, porque ella y su tonto orgullo se precipitaron por el odio que sintió por lo ocurrido con Amber, y gracias a eso, había perdido a a su mejor vocero y más leal soldado.
Mika lloraba siendo abrazado por el príncipe Alberich, los demás caballeros solo los observaban sin saber qué hacer, porque no era justo para ellos quitarle el consuelo a un niño que acababa de perder a su hermano mayor; Mika tembló con los ojos abiertos, y le preguntó a Kaeya si el duelo terminó, el príncipe le respondió con pesar que sí, pero que aún no debía levantarse. Kaeya no podía ver si el cuerpo de Huffman seguía en la arena, pero si miró a Eula, quien fue testigo de cómo le quitaban la lanza del pecho y lo subían a una camilla; cuando lo cubrieron con una sábana, la capitana miró de reojo al príncipe de Khaenri'ah, con una mezcla de rencor y respeto, este solo le devolvió una mirada de desdén, y ella les avisó que el cuerpo de Huffman ya había sido retirado.
Aquello provocó que Mika comenzara a llorar a todo pulmón, sus compañeros soldados sintieron lástima y compasión por él, por lo que se acercaron un poco para darle consuelo; Kaeya besó la frente del niño, y este abrió los ojos un momento, para seguirlo con la mirada mientras el príncipe se ponía de pie, relegando sus cuidados a los caballeros de Eula. Entonces Kaeya se retiró veloz, mientras Barbatos lo observaba a lo lejos con odio, y le decía a Lawrence, uno de sus soldados leales, que fuera tras él; Venti pudo haber ido de forma personal, pero no solo le tenía miedo al príncipe Alberich luego de su mordida, sino que también quería estar cerca de su campeón, para saber si los médicos conseguirían operar su hombro para unir los tendones antes de que su condición física se viera afectada para siempre.
*****
Kaeya huyó entre las gradas mientras Lawrence coordinaba a otros caballeros para ir tras él, Dainsleif aún lo estaba buscando, y notó de repente el movimiento de los soldados; a su mente vinieron las posibilidades que ese evento podría traer para él y el príncipe, por un lado, si lo castigaban encerrándolo otra vez en los calabozos del castillo, tendría la posibilidad de seguir con su envenenamiento paulatino, pero su muerte levantaría sospechas, porque no podría culpar a la falta de ingestas de alimento. Y si el castigo era una violación grupal, lo cual le parecía más probable, solo iban a alimentar el fuego interno del príncipe y sus deseos de venganza, ya que estaba más que comprobado que nada iba romperlo lo suficiente para suicidarse.
Por lo tanto, Dain llegó rápidamente a la conclusión de que no debía dejar que lo atraparan, conservando así su fachada de protector, por lo que fue tras el príncipe Alberich hacia el exterior de la arena, y cuando este lo vio a la distancia, notó como su mirada se iluminaba de esperanza; Kaeya gritó el nombre de Dainsleif, como pidiendo socorro, y el alquimista fue a por él, para luego esconderlo detrás de su espalda. El príncipe colocó las manos sobre los hombros de Dain y se asomó a ver al grupo de caballeros, el alquimista se mantuvo firme frente a ellos, y Lawrence se posicionó delante de los demás para "dialogar" con él.
—Parece que al príncipe le gustan los alquimistas —comentó Lawrence con malicia, los demás caballeros sonrieron mirando a Kaeya como si estuvieran hambrientos, sin embargo Dainsleif no se intimidó.
—Hablaré personalmente con el rey sobre lo que se debería hacer con esta falta del príncipe, nadie más debe encargarse de eso —respondió Dain, el príncipe Alberich tenía mucho miedo por él, pero no se dejaría atrapar hasta saber si el alquimista podía manejar la situación por cuenta propia.
—¿Y qué tal si yo le digo que te lo estás quedando para tí solo? No le extrañaría que fueses un Albedo más en su lista de moscas que aplastar.
Dainsleif sintió como Kaeya contraía los dedos sobre sus hombros, lo imaginó siendo capaz de ir hacia Lawrence para morderlo, algo que solo empeoraría las cosas. Por ende el alquimista comenzó a caminar hasta el grupo de caballeros, el príncipe se quedó en su sitio sin saber qué hacer, sintiéndose algo desprotegido; sin embargo Lawrence vio como Dain caminaba lento y a paso firme hacia él, sus 2 metros de altura lo dejaron sin habla.
—Tal vez sobreestimas tu posición, y no soy yo el que debería preocuparme por lo que tu puedas decirle al rey —dijo el alquimista mirándolo hacia abajo, el caballero no veía un solo dejo de dudas e inseguridad en él.
—Yo... He vivido en Mondstadt más tiempo que tú, tengo más derecho a...
—No eres tú su Jefe Alquimista, solo eres un teniente, y hasta podrías ser menos que eso.
—No te atrevas a amenazarme.
—Las decisiones sobre el príncipe Alberich ya no dependen exclusivamente del rey, él ha tomado distancia voluntariamente del príncipe hasta que se cure su mal de amores, hasta nuevo aviso soy yo quien debe discutir el proceder con su majestad. Así que si ustedes desobedecen mi voluntad, serán ustedes los que paguen las consecuencias ¿Algo que objetar? —Los caballeros se miraron los unos a los otros, aunque Lawrence había dicho que el rey le pidió que fueran tras Kaeya, su nuevo Jefe Alquimista desbordaba seguridad, y si lo desobedecían, tal vez iban a sufrir las consecuencias en sus rangos militares, o en su propia estadía dentro del Ordo Favonius.
—Escucha, si el rey te pregunta, tu toma toda la responsabilidad —le pidió Lawrence, Dainsleif se rió.
—Es literalmente lo que te he dicho de principio a fin. Ahora retírense.
—¡Sí señor!
Los caballeros se alejaron del complejo, y Dain regresó a ver a Kaeya, este no podía creer que consiguiera protegerlo de ellos, así que estaba sin habla; el alquimista le sostuvo la barbilla para hacer contacto visual un momento, el príncipe Alberich se sintió extraño, tal vez esa noche Dainsleif volvería a pedirle hacer el amor y él podría estar de acuerdo, pero dudaba, porque en ese momento tenía miedo de que, si los veían demasiado juntos, pudieran acusarlo de traición.
—Dain, creo que iré a ver a mi hermano.
—Está bien, vamos.
—No, yo iré solo a verlo.
—¿Por qué quiere ir solo?
—No te mentiré Dainsleif, me aterra que crean que eres un traidor solo por darme un mínimo de respeto y cuidados.
—Pero no solo te he dado un mínimo de respeto y cuidados —dijo mirándolo a los ojos, Kaeya sabía de lo que hablaba, y lo abochornó un poco.
—Con mayor razón, no quiero que te tengan en la mira.
—Qué considerado, podría jurar que usted también me ama y me desea tanto como yo lo amo y deseo a usted —insinuó Dainsleif abrazándole la cintura, el príncipe miró a su alrededor, temeroso de que siguieran cerca.
—Dain por favor, de verdad no quiero que te acusen de algo, debes soltarme ahora.
—Está bien, lo siento.
—Debemos estar separados por algunas horas del día, porque ya estamos levantando sospechas —le sugirió Kaeya, el alquimista no pudo evitar sentir un calor en el pecho y una necesidad de sonreír.
—Suena como si realmente estuviéramos viviendo un amor prohibido.
—Dain...
—Está bien, príncipe. Pero, si va a ir hasta el bar de su hermanastro, déjeme escoltarlo para que no se le atraviesen algunos imprevistos —dijo Dainsleif, los imprevistos a su parecer eran tanto los caballeros de Favonius, como las dos mujeres que querían advertir a Kaeya sobre él.
—Me parece razonable.
Mientras ambos se iban hacia el Obsequio del Angel, Barbatos entró a la enfermería de la academia militar sin importarle que estuvieran en plena cirugía sin sedantes, para unir los tendones del príncipe Alatus, quien mordía con todas sus fuerzas un pañuelo, siendo sujetado por todo el personal médico para que no hiciera un movimiento que interrumpiera su operación. El rey esperó unos minutos para que comenzaran a coser otra vez la carne de su hombro, aplicando un injerto de piel que le extrajeron al perdedor de ese duelo; el príncipe de Liyue incluso lloró en el proceso, todo por el enorme dolor que se obligaba a soportar con tal de poder recuperarse y estar listo para una nueva batalla, aunque fuese en un par de meses más.
Cuando terminaron de coser el injerto, los médicos decidieron amarrar el cuerpo de Alatus a la camilla donde realizaron la cirugía, porque si bien ya todo estaba listo, no podían permitir que el príncipe de Liyue se moviera por los reflejos involuntarios, así que debía permanecer de ese modo al menos dos días, y luego guardar reposo absoluto en cama. Venti se acercó a él una vez le dieron espacio, Alatus bufaba y sudaba de dolor, casi al borde del desmayo, no obstante vio que su amado había venido a verlo, y se forzó a mantenerse atento a él para no desfallecer.
—Oh mi dulce guardián, aun con tu inusualmente bajo rendimiento, obtuviste la victoria en mi nombre —dijo Barbatos acariciándole una mejilla, el príncipe de Liyue respiró algo agitado y cerró los ojos para olvidarse de que sentía dolor y la presión baja.
—No creí que sería difícil, hasta que... —De repente Venti puso un dedo sobre los labios de Alatus y lo chistó.
—Tranquilo mi amor, mejor no pienses en eso... Me pregunto, si podré recompensarte en tu estado actual... —insinuó el rey dándole una caricia en la entrepierna, el príncipe miró al cielo, decepcionado por no poder excitarse y estar dispuesto para él.
—Lo siento... no podré...
—Oh, no importa, tu descansa tranquilo, voy a pedirle a mis soldados que te transporten de vuelta al palacio —dijo antes de darse la vuelta, Alatus empezó a sentir ansiedad, temiendo que Barbatos lo abandonara para irse a la cama otra vez con Sucrose.
—Espere por favor —le pidió el príncipe de Liyue, Barbatos se giró—. Por favor no se vaya...
—Mi pobre cachorrito ¿No quieres quedarte solo verdad? —Venti fue hacia Alatus y lo besó en la boca, el príncipe desorbitó un poco los ojos por la dicha.
—Te amo, Barbatos...
—Y yo te amo a ti, cachorrito.
—Te amo tanto, que este dolor no es nada en comparación.
—Tan dulce, ya podría tu padre aprender de ti, lo superas en cada una de tus facetas —comentó Venti, Alatus sintió remordimiento e inseguridad por ello.
—Quiero que siga siendo así...
—Lo será mi amor, no tengas dudas, tú nunca me has decepcionado —le dijo Barbatos, lo cual fue como una bocanada de aire fresco para el príncipe.
—Barbatos...
—Mi dulce Alatus, tu triunfo alivia un poco la amargura que sentí en medio del duelo, por razones ajenas a ti.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Kaeya se metió a las gradas para ver como peleabas —afirmó Venti, Alatus se sorprendió, él siempre fue el primero en ofrecerse a castigar con su fuerza bruta al príncipe Alberich cuando infringía una regla, pero en esa ocasión, por algún motivo temió por él.
—¿Por qué habrá hecho eso?
—No lo sé, tal vez solo quería provocarme a mi, aún debe creerse inmune por su "estado mental".
—¿Y qué harás con él?
—Me da igual cuánto esté sufriendo por el imbecil de Albedo, apenas llegue al palacio le dire a mis guardias que lo castiguen por mi.
—Barbatos... Creo que...
—¿Si?
—Creo que no sería una buena idea... —se atrevió a decir, el monarca se quedó pasmado.
—¿Qué acabas de decir?
—Por la madrugada, Kaeya intentó suicidarse —le reveló Alatus, el rey se sintió desconcertado, e indignado.
—¿Es una broma? ¿Esa puta de verdad se atrevió a intentar algo así?
—Pudo haberlo logrado, pero lo detuve a tiempo, estaba determinado a quitarse la vida.
—No me jodas, no puede hacer eso ¿Está loco? ¿Cómo se atreve? En serio que quisiera hacerlo reaccionar a golpes.
—Pero eso solo haría que empeorara su locura... —replicó Alatus inseguro de contradecirlo, Barbatos se veía algo errático, se llevó las manos a la cabeza y sonrió con rabia y terror.
—No no no, no me puedes estar diciendo eso, que el monstruo intentó quitarse la vida ¿Sabes lo que eso significaría? No puedo permitir que él haga algo tan estúpido.
—Eso es lo que pasó... No creo que sea el momento para castigarlo.
—Maldición... Está llegando a su límite, Dainslief tenía razón.
—Por eso... es mejor dejarlo llevar su luto, con alguien que lo vigile bien.
—Dainsleif ya se está encargando de eso. Espero que ese monstruo no empeore, porque sería nuestra ruina.
*****
Dainsleif llevó del brazo al príncipe Alberich hasta la taberna "El Obsequio del Ángel", que como todos los negocios estaba cerrada por el luto de muchísimas familias, aun así Kaeya probó suerte golpeando la puerta trasera donde su hermano se alojaba, Diluc no tardó en abrir la puerta, como si hubiera estado esperando que viniera, y le sonrió. Lo primero que hizo el príncipe fue abrazarlo, el joven Ragnvindr parecía ilusionado, y le dio un sin número de besos en la cabeza, al grado de que a Dain le resultaba empalagoso.
El alquimista cumplió la petición de Kaeya, dio una pequeña reverencia y anunció que se retiraría por algunas horas, Diluc se mostró emocionado por pasar un tiempo a solas con su antiguo hermanastro, y apenas Dainsleif dio la vuelta para retirarse, cerró la puerta de su cuarto del bar. Dain caminó algunas cuadras hasta la biblioteca, había acordado con Paimon que ese sería el nuevo punto clave de sus reuniones, pues ahí pensaban esperar la aparición de Lisa y Rosaria después de que estas se escondieran de ambos; la homúnculo llegó silenciosa hasta la pierna de Dainsleif, y le dio un par de tirones a su pantalón para llamar la atención.
—¿Las encontraste? —le preguntó el alquimista sin mirarla.
—Paimon encontró a Lisa, llegó a la biblioteca, pero no quiso entrar, estaba buscando al príncipe. Así que Paimon la persiguió, y la envenenó.
—Muy bien ¿Comprobaste que estuviera muerta?
—Paimon no pudo seguirla más, porque estaba buscando a Rosaria, pero aún no hay rastro de ella —le aclaró la homúnculo, cosa que puso muy nervioso a Dainsleif.
—¿Nada?
—Nada.
Dain comenzó a darle vueltas a diferentes posibilidades, era evidente que Lisa ya estaba enterada de que él estaba ahí para matar a Kaeya, pero aún tenía muchas incógnitas sin resolver acerca de Rosaria. ¿Esas dos mujeres sabían del atentado y del intento de rescate? Porque no las vio interactuar con los mercenarios ¿Cómo Rosaria había descubierto su razón para llegar a Mondstadt? ¿Tenía que ver con Snezhnaya o actuaba por cuenta propia? ¿Qué tanto sabía de él? ¿Sabía que fue contratado por Surya Alberich o más bien creía que su cliente era la zarina? ¿Para ella él era un simple asesino a sueldo? ¿O acaso sabía todo de su verdadera identidad, Saind Efil?
Por el hecho de no conocer la mayoría de las respuestas, Dainsleif se agarró la cabeza con desespero, porque si no encontraban a Rosaria, y si esta se enteró de la obviedad de que el atentado tenía el objetivo de ser un distractor para el rescate de Kaeya, lo más acertado que podían hacer esas dos mujeres era separarse. Lisa iba a quedarse en Mondstadt, y Rosaria iría en búsqueda del príncipe para advertirle en persona del peligro; pero si Rosaria sabía más de lo que él pensaba, si incluso sabía que trabajaba para Surya Alberich, y se le ocurría ir a advertirle a la zarina o a la Akademiya, no importaba si él conseguía asesinar a Kaeya en menos de una semana, todos sus planes iban a estropearse.
—¿Dain...? —lo llamó Paimon asustada de verlo agarrarse la cabeza y respirar tan mal, pero su creador estaba viendo las posibilidades que les quedaban, y por eso lucía aterrado.
—Olvídate de Lisa, vete ahora Paimon, busca a Rosaria fuera de estas murallas, porque no hay dudas de que se fue de la ciudad —le ordenó Dainsleif, la homúnculo se sobresaltó, prácticamente en ningún momento de su vida se separó por mucho tiempo de él.
—Pero Dain...
—¡Obedece! Esa mujer es peligrosa, debes encontrarla y deshacerte de ella, si no la encuentras, ve a Snezhnaya, probablemente Rosaria busque ayuda ahí.
—Paimon nunca ha estado en Snezhnaya...
—No pongas excusas, haz lo que te digo, esto es una carrera contra el tiempo. Yo hare carteles de búsqueda con la cara de esa mujer, los enviaré con palomas mensajeras a Liyue, a Sumeru, a Natlan y Fontaine, y pediré a estas tres últimas que lo distribuyan por Inazuma, Snezhnaya y Khaenri'ah.
—¿Con palomas?
—El correo aéreo es mucho más rápido que enviar los mensajes a caballo, antes de que esa mujer pueda pisar cualquier ciudad, ya será buscada en todo el mundo conocido, no podrá estar en paz en ningún sitio ni enviar correspondencia a tiempo sin que alguien quiera atraparla, muerta por supuesto.
—Paimon realmente espera que funcione... —murmuró la homúnculo, entonces Dain volvió a tener una rafaga de pensamientos sobre lo que podía pasar, que lo hizo moverse de un lado a otro con ansiedad.
—¿Qué pasaría si aunque tomara estas medidas, esa mujer lograra enviar una carta que hable sobre mi misión? ¿Qué pasaría si se enteraran de que sigo vivo? ¿O si asesino a Kaeya y aun así ella logra enviar una carta? —Ese último cuestionamiento le causó escalofríos a Dainsleif—. ¿Qué haré si asesino al príncipe en vano?
—Dain, no tienes que pensar en esas cosas.
—No podré soportarlo, si su muerte es en vano, como todas las demás, yo enloqueceré... Esto es diferente Paimon, es diferente a matar a amigos, a matar a sus parientes o arruinar sus vidas de una o otra forma, si asesino a Kaeya en vano, estaría asesinando a... alguien más importante que todo lo demás.
—Paimon no lo comprende... —De pronto Dain se giró hacia ella y cayó de rodillas para sujetarle los hombros.
—Si hago esto en vano, perderé al amor de mi vida ¿Eso es lo que no entiendes Paimon? —dijo él con los ojos llorosos y muy abiertos, la homúnculo solo asintió asustada.
—¿Entonces qué?
—Maldición... Debo pensar, pero tú, tú tienes que irte, ahora. Ve a buscar a Rosaria y no la dejes enviar una sola carta, yo hare lo mio con los carteles de búsqueda, pero por favor, debemos evitar a toda costa que sepan que vine aquí a matarlo.
—Está bien Dain, por favor cálmate... —le pidió Paimon, Dainsleif le soltó los hombros y señaló a las murallas de Mondstadt.
—¡Ve!
*****
Kaeya y Diluc se habían quedado parados dentro de la habitación, el príncipe se tocaba un brazo mientras miraba hacia el armario con el ojo lloroso, como si estar en presencia de su amado hermano lo volviera más sensible y aniñado; fue el joven Ragnvindr quien tomó la iniciativa de acercarse para tocar su rostro y apartar un mechón de cabello, poniéndolo detrás de su oreja. De repente el príncipe Alberich derramó una lágrima, y su hermanastro le dio un calido abrazo, Kaeya sollozó mientras pensaba en todo lo que había pasado después del funeral de Albedo, su aparente intento de suicidio mientras soñaba, no encontrar a Lisa, las disculpas de dos personas que lo dañaron, ver que por poco el pequeño Mika Schmidt presenció la muerte de su hermano mayor, tal y como él vio morir a Rhinedottir, y el miedo que tenía de recibir un castigo después de intervenir en medio del duelo; todas eran emociones que lo hacían ansiar un respiro.
De pronto el maestro Diluc decidió tomarlo en sus brazos, se sentó en el borde de la cama, y posó al príncipe sobre su regazo para abrazarlo y mecerlo como si fuera un niño pequeño; Kaeya lloraba, pero sentía alivio de poder hacerlo frente a su hermano sin represalias, solo recibiendo su comprensión y ternura. El joven Ragnvindr quería besarlo en la boca, y confesarle que siempre estuvo enamorado de él, mas pensaba que tal vez el príncipe Alberich necesitaba algo de tiempo, y ser escuchado, antes de comenzar a hablar de cuánto deseaba que fuese suyo.
—¿Puedes hablar, Kaeya? —le preguntó, el príncipe sollozó y se secó las lágrimas con el pañuelo que le obsequió Alatus cuando eran niños.
—Creo que sí...
—No te esfuerces, está bien si quieres llorar un poco más —dijo Diluc, para luego besarle la frente, Kaeya lo miró como si fuese un ángel, y le besó la mejilla.
—Estoy muy asustado...
—¿Por qué? —El príncipe Alberich pensó un momento en todas sus preocupaciones, no quería decirle a su hermano que esa noche podrían castigarlo por presenciar un duelo a muerte, porque no deseaba angustiarlo o impulsarlo a hacer una locura.
—No he encontrado a Lisa en ninguna parte —respondió Kaeya, el joven Ragnvindr sintió un nudo en la garganta, también le parecía una mala señal que no apareciera, pero su prioridad era calmar a su amado.
—No te preocupes, eso no quiere decir que esté muerta, puede que la esten atendiendo en el hospital o que esté en otra parte de la ciudad con otros conocidos. Además, si hubiera pasado lo peor, ya lo sabría, Jean me lo hubiera dicho.
—Es cierto... si Lisa estuviera muerta, se le notaría en la cara a Jean —dijo el príncipe más esperanzado.
—Así que no pienses en eso, y abrázame, yo estoy aquí mi... —Por poco Diluc dijo la palabra "amor", por lo que quiso rectificar—. Mi angelito...
Kaeya abrazó a su hermanastro, y este suspiró mientras le acariciaba la espalda apasionadamente, el príncipe le besó la mejilla, feliz de sentir su protección una vez más, pero Diluc lo tocaba de forma extraña, y puso sus labios entre el hombro y el cuello de Kaeya, respirando su olor y sintiendo como se le erizaba la piel. El príncipe de Khaenri'ah se sintió inquieto, el joven Ragnvindr volvía a tener actitudes demasiado intensas que eran incómodas para él; le pareció incluso más preocupante cuando movió una pierna y percibió que había un bulto duro en la entrepierna de su hermano, cosa que lo hizo mirar hacia otro lado y pensar en otra cosa.
—Todavía recuerdo que Albedo estaba en ese agujero del piso, detrás de tu armario —comentó el príncipe, Diluc miró de reojo ese lugar, y continuó con los labios posados sobre el hombro de su antiguo hermanastro, usando las manos para agarrar y masajear su espalda por encima de la camisa.
—Si piensas en Albedo a todas horas, jamás dejarás de sufrir por él —dijo el maestro Diluc, el corazón de Kaeya latía asustado por recuerdos reprimidos.
—Dejó una gran marca en mí, será muy difícil olvidarlo...
—Puedo ayudarte con ello. —El joven Ragnvindr se dejó llevar y depositó un beso en el cuello de su hermanastro, el príncipe Alberich se encogió de hombros por un reflejo.
—No hagas eso Diluc, por favor.
—¿Por qué no?
—Es demasiado raro.
—¿Es raro que te de mi amor? —cuestionó Diluc, que movió una mano para sostener la nuca de Kaeya y mantenerla en su sitio, el príncipe volvió a sentir el bulto de sus pantalones, lo cual le asustaba.
—No me gusta de esta forma.
—Los abrazos y los besos en la mejilla no son suficientes para demostrar cuánto te amo. Porque te amo demasiado, Kaeya, siempre ha sido así —confesó el joven Ragnvindr, Kaeya no quería recordar lo que él le hacía en su adolescencia, porque era doloroso.
—Por favor no lo digas de ese modo...
De pronto Diluc sujetó bien la nuca del príncipe, y le besó la boca, abriendo la suya y sacando la lengua para intentar adentrarse entre los labios sellados e inmóviles de Kaeya, quien se resistía tratando de empujar el pecho de su hermanastro con las manos. El joven Ragnvindr le agarró el cabello y tiró de él suavemente para jalarle la cabeza hacia atrás, con su otro brazo lo mantenía apretado para no darle libertad de movimiento, mientras seguía insistiendo en meter la lengua, hasta que consiguió hacerlo.
El príncipe de Khaenri'ah pataleó asustado mientras su hermano invadía su boca, eso le ayudó a recordar de golpe todas las veces que Diluc hizo lo mismo 9 años atrás, como lo forzaba a quedarse quieto mientras lo besaba a la fuerza y tocaba su cuerpo con lascivia. Por esa razón comenzó a llorar otra vez, porque no quería tenerlo dentro de sí de ninguna forma, porque sentía rabia y decepción, porque no correspondía a su amor fraternal; entonces Kaeya se movió con brusquedad y le dio manotazos en la cara a su hermanastro, para que lo soltara.
—¡Basta ya! —le gritó, el joven Ragnvindr respiraba agitado, la adrenalina de volver a hacerlo sin esconder su identidad era estimulante.
—Hace mucho que quería besarte así...
—¡Esto es exasperante! ¿Cómo puedes besar así a alguien que creció contigo como un hermano? —cuestionó el príncipe Alberich, Diluc le sonrió burlón, como si ya no tuviera miedo a nada.
—Tu y yo nunca fuimos hermanos, para mi siempre fuiste el amor de mi vida, desde que tuve memoria. Ahora solo estoy ayudándote a ver la realidad.
—¡Tu padre me crió como si fuera su hijo!
—Ah sí, pero eso era cosa suya, para mi nunca fuiste mi hermano —respondió desinteresado, los ojos de Kaeya se llenaron de lágrimas de rabia, porque durante toda su infancia solo espero la aprobación y cariño de su hermanastro.
—¿Por qué? ¿Por qué siempre me has negado como hermano?
—No puedo ver como hermano a la criatura más hermosa del mundo. —Diluc tocó la mejilla del príncipe y usó el pulgar para acariciar sus labios—. No hay nadie que haya podido resistirse a tus encantos, incluso cuando éramos niños, yo quería probar esta boca...
—¡No me toques! —Kaeya agarró la muñeca del joven Ragnvindr y la apartó, y en lugar de sentir furia, Diluc rió a viva voz.
—Eres como un gatito enojado, no asustas ni a una mosca.
—¿Por qué te burlas de mí? ¿Por qué no puedes verme como tu hermano menor? Yo siempre te he visto como mi familia, a ti y a papá, porque él siempre me amó como un hijo ¿Entonces por qué...? —El príncipe sollozó, su hermanastro ya no reía, en cambio parecía muy serio.
—¿Y tú por qué nunca me has visto con otros ojos? Eres hijo de otro hombre, no tienes nada de mi familia, ni los ojos, el cabello, el color de piel, la personalidad, absolutamente nada ¿Y se supone que debo aceptarte como alguien de mi familia? Tu no puedes obligarme a eso, porque tu padre está en otro sitio, vivo, esperándote —dijo el joven Ragnvindr, Kaeya se indignó por esa afirmación.
—¡Ese monstruo no es mi padre y no me está esperando! El único padre que tuve fue Crepus Ragnvindr, el único que me amó de verdad.
—Te equivocas, ese es mi padre, nunca te perteneció a ti —replicó Diluc con un tono de voz más agresivo, el príncipe estaba furioso.
—¡Él siempre me dijo que era su hijo!
—Te engañó. Él y yo sabíamos la verdad desde el inicio, así que los dos te mentimos. Por eso te pido disculpas, nunca debimos hacerte vivir una mentira, si lo hubieras sabido todo desde el inicio, no tendríamos este problema.
—¿Cómo puedes decirme eso...? Papá siempre me amó como un hijo, incluso después de saber la verdad, eramos una familia ¿Es que acaso por ser adoptado no pertenezco a la familia?
—¡Ya cállate! —le gritó Diluc, Kaeya se encogió, intimidado—. Siempre he odiado que tengas una respuesta para todo. Acepta de una vez que no somos hermanos, porque vivirás más tranquilo de esa forma.
—¿Crees que viviría tranquilo? ¿Sabiendo que eres el único que me niega? ¿Qué fue lo que te hice para que no quieras aceptarme como parte de la familia? —se preguntaba el príncipe Alberich, el joven Ragnvindr respiraba cada vez más colérico.
—¡La única forma de aceptarte como parte de mi familia, es volverte mi esposo! —exclamó el maestro Diluc, Kaeya negó con la cabeza desconcertado.
—Esto es insano...
—Solo serías mi familia, si te recibiera en el altar, si nos fuéramos de luna de miel a una playa y te hiciera el amor durante el atardecer, como siempre he soñado...
—¡Basta! Es repugnante imaginarte haciendo eso...
—¿Haciéndote el amor? —cuestionó, el príncipe asintió incómodo—. No quieres imaginarme dentro de ti... besando tu hermoso cuerpo mientras el sol se va, haciéndote gemir mientras te follo hasta que te desmayes por el calor...
Cada palabra le causaba más repulsión a Kaeya, que comenzó a darle manotazos a Diluc en el pecho, sin dejar de llorar irritado.
—¡Cállate cállate cállate! —le gritaba el príncipe de Khaenri'ah, el joven Ragnvindr se rió de sus intentos de golpearlo.
—¿Te molesta que te haga imaginarte que follamos?
—¡Cierra la boca! ¡Esto es asqueroso! —exclamó Kaeya sollozando, Diluc se enserio, ya no había nada que ocultarle, porque por fin le dijo todo lo que sentía, y lo que quería hacerle.
—Pero Kaeya. Tu y yo ya follamos.
—¿Qué...?
Diluc apartó al príncipe y se puso de pie, Kaeya se quedó sentado al borde de la cama, viéndolo sacar una llave de su bolsillo para quitarle el candado a su armario; el joven Ragnvindr sonrió adrenalínico mientras retiraba la máscara de pájaro, ese objeto era la última pieza que le faltaba para decir toda su verdad, el momento le pedía mostrársela al príncipe Alberich para sentirse libre por fin de todas sus mentiras. Pero en cuanto se giró, y escuchó el silencio de Kaeya, deseó haber pensado mucho mejor todo lo que estaba haciendo, porque el príncipe no dijo nada, solo se quedó en blanco, mirando fijamente la máscara del Héroe Oscuro.
Kaeya comenzó a recordar todo lo que habían hecho dentro de los túneles, las manos toscas del Héroe Oscuro sin los guantes negros, para sentir sus carnes y agarrarlas sin consideraciones, las veces que se levantó la mascara unos centimetros para mostrarle la boca, besarlo, morderle los pezones y otras areas del cuerpo, el como le agarraba de los cabellos para arrodillarlo y darle a entender que quería una felación, sus formas brutas de follarlo y obligarlo a tragar su simiente. Pensar que todo aquello se lo hizo su propio hermano, imaginar que le dio todo su cuerpo y soportó sus vejaciones, que lo tuvo en el interior de su cuerpo sin saber que era él, lo estaba haciendo sentir gélido, como si fuese a desmayarse o por el contrario gritar hasta que se le desgarrara la voz; Diluc ya no podía dar marcha atrás, así que lanzó la máscara sobre el regazo del príncipe y se acercó un poco para mirarlo hacia abajo.
—Esta es mi verdad, Kaeya —dijo el joven Ragnvindr sin ya poder ocultarse; de pronto Kaeya se puso de pie, y le dio una bofetada tan fuerte que le giró la cabeza.
—¡Asqueroso! —le gritó el príncipe Alberich mientras se abalanzaba para abofetearlo y darle puñetazos, Diluc le agarró las manos, parecía estar poseído—. ¡Bestia! ¡Eres una bestia! ¡¿Cómo pudiste?!
—¡Detente ya! —El maestro Diluc luchaba por mantener quieto a Kaeya, quien echó la cabeza hacia adelante con la intención de darle un cabezazo en la nariz, sin éxito.
—¡Maldito seas! ¡Bestia estúpida! ¡Nunca te lo perdonaré! ¡Nunca te lo perdonaré! —Ambos forcejearon, el joven Ragnvindr tenía que esquivar los cabezazos del príncipe, por lo que en un momento se distrajo y le soltó una mano, recibiendo así arañazos y bofetadas.
—¡Para ya maldición! —le gritó Diluc, pero Kaeya gritaba y lloraba de furia, agrediéndolo sin parar.
—¡Muérete! ¡Degenerado! —No había ninguna forma de hacer que el príncipe Alberich se calmara, sus golpes le dolían al maestro Diluc de forma física y emocional, porque eran la realidad recordándole que no había forma de que el fuera suyo, a voluntad; tras recibir una última bofetada en la cara, el joven Ragnvindr comenzó a bufar, como un volcán a punto de estallar.
—¡Basta!
Diluc le dio un puñetazo a Kaeya que lo empujó a la cama, luego se lanzó sobre él para detenerle las manos, el príncipe de Khaenri'ah pataleaba y lo maldecía, no podía quedarse quieto después de saber que su hermano era el Héroe Oscuro, así que cuando lograba soltar sus manos volvía a golpearlo, y el maestro Diluc respondía con puñetazos en su cara y estómago; hacía un rato ninguno de los dos hubiera pensado en actuar con ese nivel de violencia, pero Kaeya estaba iracundo por haber sido engañado y sobajado por quien consideraba su familia, y Diluc es enfurecía por esa reacción. De pronto, el joven Ragnvindr abrió la camisa del príncipe de un tirón, Kaeya se retorció y trató de empujarlo, pero Diluc le dio un puñetazo y aprovechó el momento para bajarle los pantalones; el príncipe Alberich gritaba e insultaba, tratando de patearlo y abofetearlo, mientras su hermano sacaba su pene de los pantalones y volvía a intentar reducirlo con su fuerza bruta.
*****
Lisa había sido recostada boca arriba en la tienda del Yerbatero, seguía con taquicardia y los ojos muy abiertos, medianamente ciega, sin embargo le habían administrado antídotos para detener el efecto de cualquiera que fuese el veneno que usaron en ella. Scaramouche se quedó en cuclillas junto a la bibliotecaria mientras la analizaba, y Tartaglia le pagó al vendedor con todo el dinero que trajeron para ese nuevo intento de rescate, para luego regresar junto a su líder.
—¿Cómo está tu vista ahora? —le preguntó Childe a Lisa, ella tenía una mano en el pecho para sentir su palpitar, y respiraba agitada.
—Puedo ver algunas manchas, pero me preocupa mi corazón.
—Es solo un efecto secundario, pasará en una hora —le aclaró el baladista, ella cerró los ojos y suspiró con alivio—. ¿Puedes hablar?
—No creo que tenga problema con eso, empiezo a sentirme más tranquila.
—Bien, entonces, explícanos a qué te referías cuando dijiste que alguien quiere matar al príncipe Alberich —cuestionó Scaramouche.
Lisa recordó aquello, lo había dicho sin pensar, pero si lo que decía Rosaria era cierto, que el padre de Kaeya estaba aliado con Saind Efil, no podía revelárselo a ellos, unos mercenarios contratados por Snezhnaya, porque podrían informarle a la zarina que el príncipe Alberich ya no tenía valor estratégico.
—Estás tardando mucho en responder —dijo el baladista, Lisa trató de encontrar una excusa, pero no se le daba tan bien como a Kaeya.
—No recordaba haber dicho eso —se excusó Lisa para ganar tiempo.
—Pero lo dijiste ¿A qué te referías? —cuestionó Scaramouche, Ajax se quedó callado para oír bien, y saber si iba a darle información sobre el loco del acueducto.
—Supe por Rosaria que hay un alquimista suelto en Mondstadt, que es buscado por los matras de la Akademiya, y que quiere vengarse de la familia Alberich. Y no se trata de Dottore, ella me dio otro nombre —les dijo mientras seguía pensando en cómo abordar el tema sin exponer la seguridad de su amigo.
—¿Saind Efil? —cuestionó Childe, ella abrió los ojos.
—¿Cómo sabes?
—Encontramos su guarida en los túneles, guarda mucha información autorreferente —respondió el baladista.
—Entonces es cierto que está aquí, y ya que conoces su guarida ¿Podrás matarlo verdad? —le preguntó Lisa, Scaramouche la miraba con sospechas.
—Dalo por hecho —respondió Tartaglia, pero su líder tenía otra respuesta diferente.
—¿"Es cierto que está aquí" dices? ¿Que no lo sabías? Te acaba de envenenar ¿No? —Lisa se quedó helada, había cometido ese error por puro nerviosismo.
—Me refería a que puede tener secuaces que actúen en su lugar, no creí que él estaría personalmente...
—Oh ya veo, entonces dices que es un alquimista loco que quiere matar al príncipe en venganza ¿Pero por qué no lo ha hecho aún? ¿Por qué no simplemente asesina de forma rápida, certera y violenta al príncipe? Se está tomando mucho tiempo para concretar su venganza ¿No crees?
—¿Pero qué estás insinuando? —le preguntó Ajax confuso.
—Si este tipo se moviera por la venganza, el príncipe estaría muerto, pero todo lo que sabemos es que "se envenenó por accidente" y luego de eso, nada. No tiene sentido, a menos que siga intentándolo pero con métodos más discretos, lentos, que parezcan naturales.
—Tal vez no quiere ser descubierto por el mismo Kaeya —dijo Lisa como una simple excusa, pero el baladista no le creía ni un poco.
—Alguien que toma precauciones para no ser descubierto, para no levantar sospechas de nada, no es alguien que quiera cortarle el cuello a un Alberich en venganza, es alguien que procura que no se levanten sospechas en contra de quien saldría realmente perjudicado.
—¿Qué? Por favor deja de marearme, sabes que no me concentro bien cuando estos tipos están hablando y hablando sin parar —le reclamó Childe, Lisa miró a su alrededor, aunque solo veía manchas, por el sonido sabía que no había nadie que estuviera ahí además de ellos.
—Quiero decir, que el bastardo de los túneles está cubriendo sus intenciones, para que alguien del bando enemigo de Mondstadt no pierda su reputación por querer deshacerse de alguien que se supone es de los suyos. En otras palabras, el propio padre del príncipe, está trabajando con él.
La bibliotecaria se quedó pasmada, todas esas conclusiones eran acertadas y ya no podía sostener esa mentira, tuvo mucho miedo de que eso expusiera al desiste total de los rescates enviados por Snezhnaya.
—Yo les daré toda mi fortuna y bienes a ustedes dos, si por favor guardan esa información —dijo Lisa escondiendo su desesperación.
Scaramouche se quedó mudo, había descubierto la verdad, pero las palabras de Mona sobre su parecido con el príncipe Alberich, seguían dándole cargo de conciencia por encima de la decisión más simple y lógica, no arriesgarse más por él. Lisa comenzó a llorar asustada, mientras Tartaglia procesaba todo eso, con odio y su determinación más firme que nunca.
—Padre desnaturalizado... —gruñó Ajax, la bibliotecaria sollozaba, y el baladista se mantenía atónito en el mismo lugar.
—Se los suplico, tomen todas mis posesiones, tomenme a mí si así lo quieren, pero por favor, no lo abandonen, no lo delaten... Kaeya ha sufrido tanto, por favor sálvenlo...
El llanto de Lisa apenas era escuchado por Scaramouche, su mente se fue a un tiempo pasado en una tierra y cultura diferente, los soldados no tenían las mismas armaduras que en otros países, sombreros de ala ancha como el suyo eran comunes y corrientes, la gente vestía yukatas y hakamas, algunos parecían tranquilos con sus vidas, otros mostraban pesadumbre. El recordaba la razón de ese ambiente depresivo y de inquietud, una mujer, poderosa y frívola, que alguna vez se paró frente a él, y le ordenó desaparecer de esas islas.
—No tienes que ofrecernos nada —respondió Childe por él y su líder, quien apenas estaba reconectando con el presente—. Yo liberaré al príncipe aunque tenga que hacerlo todo solo.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Lisa esperanzada, el baladista se descolocó al ver que lo dejaron fuera de la conversación.
—¿Quién te crees que eres para decidir? —gruñó Scaramouche, Tartaglia le agarró el cráneo con firmeza, mas no con agresividad.
—Nosotros los Fatui no fuimos contratados ni por el rey de Khaenri'ah ni por la zarina de Snezhnaya —comenzó a decir Childe, su líder enmudeció—. Fuimos contratados por Pierro Alberich, tío del príncipe; o sea, esto no es una misión con fines estratégicos, se trata de llevarle de vuelta a su sobrino al señor Pierro, porque él pagó por su libertad, él pagó el rescate de un miembro de su familia porque lo ama. Y eso es todo lo que importa para mi.
—Es... la cosa más inteligente que te he oído decir —comentó Scaramouche, rindiéndose a la compasión—. Somos unos putos mercenarios, cualquier asunto político no nos concierne, estamos aquí para cumplir el recado de un cliente con motivos puramente emocionales, el resto de cosas dan igual.
—Oh dios... —susurró Lisa cubriéndose la boca mientras lloraba de la emoción.
—Así que no te preocupes Lisa, no tienes que pagarnos nada por nuestro silencio —la alentó Childe, el baladista se tocó la barbilla, maquinando una estrategia.
—Pero sí que tendrá que pagar otra cosa.
—¿Eh, perdón? —balbuceó la bibliotecaria, Scaramouche prosiguió.
—Necesitaremos somníferos, y nos quedamos sin dinero.
—¿A cuántas personas pretendes adormecer? —le preguntó ella, el baladista se rió de su ingenuidad.
—No estoy hablando de comprar dosis, estoy hablando de kilos... Muchos kilos.
*****
Diluc estaba sentado al borde de la cama, cerca del espaldar; su cuerpo semi desnudo estaba repleto de mordeduras sangrantes, pero él no les prestaba atención, pues tenía las manos juntas delante de la boca, y miraba un punto fijo en la pared, sin poder procesar su accionar, porque no tenía el valor de hacerlo; Kaeya en cambio se encontraba a los pies del catre, su cuerpo estaba amoratado, tenía sangre entre las piernas, sangre en su nariz y boca. El joven Ragnvindr no podía llamar llanto al sonido que su antiguo hermanastro emitía, eran berridos, alaridos de sufrimiento y rabia, que el príncipe no podía controlar ni por un segundo; Diluc no se atrevió a mirarlo, porque esos bramidos desgarradores le daban escalofríos.
Como impulsado por un mero instinto de supervivencia, Kaeya se giró para levantarse y arreglar su ropa, solo sus pantalones estaban intactos, porque su camisa se había quedado sin botones, y la tela fue destrozada, al punto de que solo las mangas y hombros podian mantenerse en su sitio, y su corset seguía ahí solo cubriéndole el abdomen. El príncipe Alberich se tambaleó y avanzó sin equilibrio y con mucho dolor hacia la puerta, sin mirar a Diluc en ningún momento, y se marchó fuera de la habitación; no estaba racionalizando nada de lo ocurrido, pues por su cabeza solo pasaban recuerdos, alegres, tristes, o simplemente memorias a las que no le daba importancia, pero que en ese momento sabían diferente, como el hecho de simplemente estar charlando con Ernest mientras trabajaba en la viña, mientras su entonces hermano lo vigilaba desde la distancia.
Kaeya llegó al inicio de ese callejón, ni siquiera su estómago y su cerebro se sentían bien por esos recuerdos, sus emociones envenenaban sus organos internos, era una tortura; de pronto un recuerdo de Adelinde preparando un pay de nueces le dio un retortijón, la amaba tanto como a esa madre cuya única imagen que conservaba era la de su muerte, pero cada pensamiento que la involucrara a partir de ese día, sería manchadó con la presencia de Diluc. Aquello lo hizo caer de rodillas y vomitar de forma repentina y explosiva, ni siquiera había consumido demasiados alimentos después de que su amado murió, pero expulsó todo lo que tenía, copos de avena, sopa, bilis; pero algo estaba medio atorado en su garganta, y nuevamente, solo por su instinto primitivo de supervivencia, el príncipe metió la mano en su boca, y tiró de la cadena del collar de la piedra roja, para no ahogarse con él.
Estuvo tosiendo un minuto entero, su vía aérea escocia por el ácido estomacal, el olor era repulsivo y su boca estaba manchada, mas de repente se dio cuenta de lo que tenía en sus manos, ese collar con la piedra roja que le había entregado Albedo antes de morir como un boleto a la libertad, ya no estaba en su estomago, cual augurio del único camino que le quedaba para seguir con vida. El príncipe lo ocultó entre sus dos manos, y se dirigió tambaleante para alejarse, a la distancia, los transeúntes lo confundían con un simple ebrio, así que no se acercaban a preguntar; Kaeya encontró la fuente de agua que estaba buscando, se dejó caer a su lado, y sumergió el collar para lavarlo y esconderlo en el bolsillo de su pantalón.
Después se lavó la boca y el rostro, y vio así su reflejo en el agua, que le mostraba las heridas y moretones causados por quien creyó su hermano, y sus párpados hinchados a más no poder por el llanto; sintió demasiado rechazo por lo que estaba viendo, por lo que se giró y apoyó la cabeza en el cerco de la fuente, abatido por el dolor y el cansancio que sentía de estar vivo. Su raciocinio lo incitaba a observar el collar y aferrarse a lo que tenerlo implicaba, pero ya no podía más, no si su corazón le hacía recordar un momento dulce, de Amber dándole de comer en una fuente como esa, siendo una de las personas que le enseñó que no todos en Mondstadt eran seres sin alma, que merecían ser aplastados; el príncipe Alberich deseaba verla otra vez, decirle en persona lo agradecido que estaba.
Algo era diferente en el interior de Kaeya, no quería seguir pensando en la libertad, la esperanza, el odio, la venganza o una razón para vivir, todo el miedo que sentía a haber nacido sin un propósito, sin la grandeza a la cual supuestamente estaba destinado, se desvaneció. Ahora solo quería paz, su espíritu necesitaba sentirse sosegado, por alguna vez en toda su existencia, deseaba saber qué se sentía no tener preocupaciones, no sentir la agonía que estaba sintiendo, tener una tranquilidad duradera, eterna.
Dainsleif había vuelto a la taberna, pronto iba a atardecer y tenía que llevar al príncipe de vuelta al palacio; estuvo un rato tocando la puerta del cuarto de Diluc, pero este seguía inmovil en el mismo punto de la cama, y no le respondió. Por simple curiosidad, Dain entreabrió la puerta, y distinguió entre las sombras las mordeduras sobre los hombros, brazos y torso del supuesto hermano de Kaeya; de inmediato la cerró, sacó sus conclusiones, y tuvo la necesidad de ver qué estaba haciendo el desgraciado príncipe después de lo ocurrido.
El alquimista se guió por los rastros de sangre y vómito, y dio con la fuente, desde ese punto, en una diagonal distinguía la iglesia de Favonius, si Rosaria había huido de Mondstadt no tenía nada que temer si Kaeya se acercaba ahí, pero aun así, quiso estar cerca, muy cerca, para observar a su amada obsesión desmoronarse, por la mórbida curiosidad de saber cómo reaccionaría su propia alma ante su estado ¿Acaso podría disfrutarlo? ¿Querría protegerlo? ¿Estaba anhelando sabotear sus propios planes, o por el contrario, volverse a desensibilizar? Fuera cual fuese la respuesta, se dirigió hacia la catedral con decisión.
El príncipe Alberich subió los escalones del frontis, al llegar a las puertas se asomó un momento, Seamus estaba haciendo una pequeña misa en la cual solo participaban sus acólitos y diáconos, entre ellos su angelical y dulce hija Barbara, quien rezaba arrodillada entre las bancas cercanas al altar; Kaeya no quería la falsa pero bien intencionada esperanza de la niña, así que procuró que nadie lo viera entrar y acercarse a las escaleras. El siguiente en entrar fue Dainsleif, quien supo que el príncipe no estaba buscando socorro cuando no lo vio sentado cerca de los creyentes; Dain miró la escalera que estaba a un costado de la entrada, adivinando los pasos de Kaeya.
Aunque subir escalones era un esfuerzo excesivo para su cuerpo en ese estado, el príncipe Alberich siguió adelante, recordando con la brisa del viento que entraba por las ventanas, todas aquellas veces que Rosaria lo tomaba de la mano para subir las escaleras corriendo, esa estoica pero bella mujer parecía una niña emocionada cada vez que lo guiaba a su nido de amor; qué refrescante era estar en su presencia para él, sin embargo, la creía muerta, y esa brisa ya no significaba nada más que frío. Cuando llegó al campanario, Kaeya buscó el punto exacto donde ambos ponían las frazadas para hacer el amor, y se tendió sobre él y sus plumas y heces secas de paloma, semi de costado, con una mano y la mejilla pegados a las tablas, como si quisiera recordar una última vez la hermosura de Rosaria.
"¿Donde están todos?" se preguntó el príncipe desolado, sabía la respuesta, era una decisión dura, pero gran parte de quienes había amado con todo su corazón, estaban a su juicio esperándolo en otro lugar. Tras un par de minutos, el príncipe se puso de pie y sacudió las pequeñas plumas de su rostro y ropa, se sentía listo para lo que venía, así que se descalzó para sentir con sus pies los tablones del campanario, mientras se acercaba a una de las grandes aberturas que le permitían ver el atardecer.
Desde esa altura la escoba de una casa se veía pequeña como un mondadientes, Kaeya tenía miedo, era imposible negarlo, estaba en un lugar demasiado alto, pero su alma le pedía sin parar el descanso eterno, como si aquella fuera la única forma de sanar las heridas que jamás iban a cerrar. Primero estiró uno de sus pies descalzos para sentir el aire pasar entre sus dedos, y cerró los ojos pensando en lo bien que se sentía el aire, como si aquello pudiera convencerlo de dejarse caer.
—¡Deténgase! —Dainsleif comenzó a correr hacia el príncipe, llorando desesperado después de no haber sido capaz de observar su suicidio sin sentir que le perforaban el corazón; Kaeya no volteó a verlo.
—Estoy muy cansado Dain... Ya no tengo fuerzas para seguir...
—¡Por favor no lo haga! Si no tiene fuerzas yo se las daré, pero por favor, no... —le suplicó el alquimista con el corazón desbocado y temeroso, sentir esas emociones era completamente inevitable desde que lo conoció mejor, por eso no pudo dejarlo proseguir.
—Dainsleif, quiero morir. Ese es mi deseo, no hay nada que quiera más ahora.
—¿Cómo puede decirlo con tanta seguridad? Usted siempre ha sido fuerte, no había nada que lo rompiera y lo hiciera rendirse ¿Entonces por qué...? —Dain sollozó, todo lo que intentó para inducirlo al suicidio había sido en vano, pero un tipo como Diluc consiguió más que él en cuestión de horas; por saberse un perdedor y por haberse enamorado, Dainsleif se arrepintió con todas sus fuerzas de aceptar el trato con Surya Alberich.
—Dain... Si no quieres seguir sufriendo por mi, por favor retírate, no quiero que veas esto.
—¡Eso nunca! —El alquimista se acercó rápido al príncipe y le tomó un brazo antes de que se dejara caer, Kaeya se balanceó con la mitad de la planta de los pies en el piso del campanario, y la cabeza colgando mientras miraba el abismo al cual quería saltar.
—¿Por qué no me dejas descansar? Es lo mejor para mi. —Dainsleif tiró del brazo del príncipe Alberich para devolverlo a la plataforma, lo tomó de los hombros y lo giró para hacer contacto visual.
—Sé que cree que la muerte es su única salida, pero esto es temporal, mi príncipe. A medida que pasen los días, ese pensamiento se irá de su cabeza y podrá...
—Mi hermano me violó —dijo Kaeya sin eufemismos—. ¿Cómo podría superar algo así? Ya no puedo seguir, mi vida pende de un hilo con cada mes que pasa, lo único que me salvaría de seguir siendo usado y desechado, es elegir mi propia muerte.
—Lamento mucho lo que pasó... —Lo único que se le ocurrió a Dain en esa situación, fue abrazar al príncipe Alberich y mantenerlo apretado entre sus brazos—. Entiendo que... no está en su mejor momento...
—No me abraces por favor...
—¿Por qué no? —cuestionó, Kaeya volvió a derramar lágrimas y abrazó también al alquimista.
—Porque si me das esperanza, no podré lanzarme al vacío...
—Kaeya... Te amo mucho...
—No me digas eso... —suplicó el príncipe sollozando y restregando su rostro en la camisa de Dainsleif, este le acarició la cabeza y lloró mirando la primera pequeña estrella que salió en la gradiente del ocaso y el anochecer.
—Te amo tanto...
—Dain... —Kaeya se aferró a las mangas del alquimista, quien le besó la frente, mojandola con sus lágrimas.
—Huyamos juntos... no importa el lugar, solo alejémonos de todo, tu y yo, para siempre...
—No quiero la misma promesa estúpida y mortal de siempre, la "libertad" solo me ha traído incontables dolores, y no quiero que te pase eso a ti.
—¿Por qué?
—Porque yo... —balbuceó el príncipe Alberich, no sabía identificar sus sentimientos por Dainsleif, solo sabía que lo necesitaba con todas sus fuerzas en ese momento, para no morir—. Porque creo... que también te amo...
Dain suspiró como si la carga de su culpa hubiese desaparecido con esas palabras, era un respiro de aire fresco escuchar a su amado corresponder a sus sentimientos, por eso lo besó en la boca, con tanta ternura que Kaeya comenzó a cerrar los párpados, dejándose embriagar por el dulce brebaje de la esperanza. El alquimista sintió la espalda del príncipe con sus dedos, apenas tenía una delgada tela rota cubriéndola; con un solo beso ya lo consideraba suyo, su más grande amor, el más intenso y apasionante que había tenido, en el fondo siempre adoró la sensación de enamorarse; tras unos relajantes minutos de besos en la boca, las mejillas y el cuello, Dainsleif tomó al príncipe en sus brazos y lo recostó sobre las tablas.
—Dain no, no quiero... —le pidió Kaeya, el alquimista le acarició la mejilla, mirándolo con sumo amor.
—Tranquilo... No le haré nada a tu cuerpo.
—¿Lo juras?
—Lo juro... Te amo, Kaeya...
Aunque tenía miedo, el príncipe Alberich cerró los párpados, confiando en que él no lo obligaría a hacerle el amor en su deplorable estado; Dain se recostó de lado junto a su amado, y puso una mano sobre su pecho descubierto, había muchas zonas amoratadas por fuertes golpes, que lo hacían sentir pena por Kaeya, y a la vez, deseos de hacer una última cosa antes de huir con él hasta el fin del mundo: asesinar a Diluc y al rey. El príncipe no sintió en ningún momento un contacto lascivo de su parte, Dainsleif le empezaba a recordar a Albedo y su respeto y consideración con su persona, le causó mucho alivio que no lo tratara como un pedazo de carne, y casi podía jurar que ese era su principal requisito para tomarlo como un buen partido amoroso.
El alquimista lo besó un poco más, era de noche, pero no pareció importarles las reglas de Barbatos, estaban dispuestos a hacer el último intento de alcanzar la libertad, así que cualquier preocupación, no significaba nada; Kaeya se giró y apoyó la cabeza sobre el pectoral izquierdo de Dain, y este le tomó una mano y le besó el cabello. A los pocos minutos sintieron mucho sueño, el príncipe creía estar protegido y seguro, por lo que cerró los ojos, Dainsleif lo imitó, y al poco rato se quedaron dormidos, antes de que desapareciera por completo el tono cálido del atardecer.
El príncipe no supo cuánto tiempo había pasado, cuando despertó y vio que Dain estaba profundamente dormido, boca arriba y con los brazos estirados; Kaeya rodó hacia el lado para separarse de él, y procurando no hacer ruido se puso de pie. Aún era un poco tentador acercarse a la orilla para saltar, pero una y otra vez la vida le entregaba algo en lo que creer, por lo que la idea de rendirse, le parecía fútil.
En lugar de ir hacia la abertura, quiso acercarse al punto donde solía hacer el amor con Rosaria, aún la extrañaba mucho, a ella y a Albedo, pero en su interior quería aferrarse a la idea de que tal vez Dainsleif supliría la ausencia de ambos. Por mera nostalgia estiró las manos para trepar a los barrotes del techo, su amada guardaba sus objetos personales ahí, así que abrió el baúl y tocó el maquillaje y el espejo que ella alguna vez usó; no tomó en cuenta que no estaba el collar de rodolita y la navaja de su amada, porque en el fondo de todo encontró una libreta que él jamás había tocado por tratarse de un diario de Rosaria; no obstante el príncipe la creía muerta, por lo cual pensó que ojear un poco no haría daño.
"Hoy es mi primer día en el convento, la hija del sacerdote es extrovertida y servicial, no será difícil ganarme la confianza de los locales si me hago amiga de esa niña, será una garantía de buena reputación... Solo espero soportar su cháchara religiosa". Kaeya se rió un poco al leer eso, Rosaria y Barbara eran como un gato solitario y un perro amistoso, una dinámica curiosa; no obstante le pareció extraño que su amante hablara como si no fuese de Mondstadt, y necesitara dar una imagen "confiable" para ellos.
"Esa niña... Barbara, me trata con demasiada amabilidad, no estoy acostumbrada a tantas atenciones, y me pregunto qué querrá de mí; de todos modos ¿Qué podría querer alguien tan pequeña de una persona como yo? Espero que no esté buscando una figura materna, porque no sabría lidiar con ello. O quizá, la amabilidad es solo amabilidad y ella no está esperando nada a cambio, sé que pueden existir ese tipo de personas, pero ver para creer..."
El príncipe se sintió algo identificado con Rosaria, entendía que ella no confiara de inmediato en la bondad de la gente, pero él tenía claro que era algo real. De pronto notó que había una hoja suelta sobresaliendo de la libreta, fue evidente que eso era un elemento puesto intencionalmente para llamar la atención de alguien, así que procedió a leer.
"Querido Kaeya
Si encuentras esta carta, significa que el rescate de los Fatui fracasó. Te preguntarás cómo sé algo como eso, y la respuesta es muy larga como para perder tiempo en ella.
Solo puedo decir que he sido una mentirosa, todo este tiempo. Tu creías conocer a una monja rebelde y sin vocación, pero esa no es la realidad, yo soy... todo este tiempo fui, una informante de Snezhnaya.
Esto no debe parecer un problema para ti, pero, parte importante de la información que conseguí, te la debo a ti, porque te... es duro decirlo, pero solo la verdad nos hará libres. Yo te drogaba para que me contaras los rumores que oías en el palacio de Barbatos, y que me contaras tu situación.
Yo lamento mucho haberte utilizado, y por sobre todo lamento decepcionarte ahora, pero, lo que diré es de suma importancia para tu vida.
Esa persona que Albedo trajo consigo después de su viaje, el tal Dainsleif, es nada más y nada menos que un alquimista muy longevo, Saind Efil.
Kaeya, yo sé que a raíz de tu envenenamiento, te viste forzado a formar una maraña de mentiras, por miedo a que quien te haya deseado la muerte, fuera tu propio padre. Y temo decir, que todo indica que estabas en lo correcto, Saind Efil quería esconder sus huellas, porque tu padre hizo un trato con él.
Debes alejarte de Dainsleif ¿No te parece extraño que desde su llegada pasaran todas estas cosas? Es él el causante de que hayas tenido que inventar una mentira tras otra, él estaba moviendo los hilos, por él murió tu Noelle, todo lo que has sufrido a partir de ese veneno, fue por su culpa.
Puede que estés preocupado por mi, debes preguntarte si sigo viva o no, lo cierto es que ni yo misma puedo asegurártelo, él me ha perseguido desde que quise aniquilarlo.
Y puede que en este momento veas todo negro... que no tengas esperanza por haber caído una vez más en este pozo. Pero quiero decirte algo, que tal vez no tomes en serio por haberte mentido, pero aun así, debo sacarlo de mi pecho: yo te amo, y tengo miedo de morir sin habértelo dicho jamás, desperdicié cientos de oportunidades para decirte que lo que sentía por ti no era solo simpatía, era amor.
Te amo Kaeya.
No importa que tan oscuro se vea el pozo, nunca olvides que te amo y que daría mi vida por ti.
Debes prometerme una cosa.
Prométeme, que vivirás.
Con todo mi corazón
Atentamente, tu Rosaria".
Kaeya mojo con sus lágrimas el papel, que ya poseía las lágrimas secas de su amada, estaba atónito, de pronto muchas cosas tenían sentido, y otras no, Albedo le había jurado que Dainsleif era de confianza, que conocía a sus supuestos padres, pero tal vez eso solo había sido una treta de alguien con los suficientes años de experiencia para manipular y engañar a otros alquimistas. La promesa de vivir había puesto al príncipe en jaque una vez más, pero en ese preciso instante no tenía ganas de lanzarse al vacío, porque solo podía mirar de reojo a Dain mientras dormía, confiado de que aún era su marioneta; por eso tomó la decisión de cortar los hilos, aunque fuese difícil para alguien físicamente débil como él, iba a dar todo de sí por no dejarlo impune.
https://youtu.be/vy63u2hKoPE
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