14. Nido (Primera Parte) |LEER NOTA|
Nota: LA PRÓXIMA ACTU ESTARÁ EN MENOS DE UNA SEMANA. Resulta que ayer se me ocurrió revisar cuantas palabras llevaba de este penúltimo cap de la temporada 1, llevaba 30.000 y me quedaban unas cuatro escenas clave, entonces calculé, y el capitulo Nido (Parte 1 y Parte 2) quedaría en conjunto de unas 37k o 40k palabras. Por esa razón, decidí dividirlo en dos partes, mis lectores están acostumbrados a un rango de 15k y 20k, pero 40k tal vez seria demasiado.
En vista de que la segunda parte de este cap está muy avanzada, y mi motivación está a tope porque viene el clímax del penúltimo cap, muy probablemente tarde menos de una semana en publicar la segunda parte.
Aquí está, ya queda menos para la libertad.
*****
Días atrás...
—Oh querida, lamento tanto que tu belleza haya sido manchada de esta forma —dijo Venti mientras cepillaba la cabellera de Sucrose, quien muy mal herida seguía desnuda, siendo toqueteada por un viejo médico que le había vendado las extremidades.
—Manchada... —murmuró Sucrose pensando en el doctor Baizhu—. Por el señor Albedo, yo fui manchada...
—Así es cariñito, tu cuerpo joven tenía mucho potencial, ahora está tan maltratado por su culpa... es una verdadera pena que ya no tenga el atractivo para cautivar a ningún hombre.
Barbatos sonrió a espaldas de Sucrose, porque él sabía que ese aspecto era temporal, y que las cicatrices no le importarían a nadie; pero si le hacía creer a Sucrose que nadie la desearía jamás, la tendría para siempre comiendo de su mano. La joven selló sus labios, pero estos hicieron un puchero al recordar todo lo que Baizhu le susurraba cuando hacían el amor, la forma en la que elogiaba su cuerpo; era doloroso saber que él la había delatado y que realmente nunca sintió nada más por ella que un deseo de dominarla.
—Mi pequeña Sucrose... Estás llorando...
—Quiero hablar con el señor Albedo —admitió la alquimista, Venti dejó de cepillar su cabello, con una mirada más seria.
—Si conseguimos arrestarlo, no voy a posponer su ejecución solo por ti, Sucrose, te portaste muy mal como para premiarte así.
—Quiero saber por qué... él huyó cuando supo que yo estaba aquí...
—Tenía otras prioridades. Buscamos a su familia, pero parece que las tenía informadas de lo que haría, se fueron de Mondstadt y ya no hay rastro de ellas ¿Tu lo sabías?
Sucrose trató de hacer memoria, Albedo le dijo que su madre y hermana estaban a salvo, pero ella no había prestado atención porque sus emociones estaban a flor de piel en aquel momento. En el fondo se preguntó por qué no le pidió a ella que huyese también, por qué no la protegió como lo hizo con su familia; al final llegó a la conclusión de que nunca fue realmente importante para él.
—Yo podría entenderlo, pero, lo que no puedo asimilar es que rompiera las reglas del gremio...
—No tiene escrúpulos. —El monarca dejó de lado el cepillo de pelo y se levantó, entonces tomó los hombros de Sucrose y le dio la vuelta, para que le enseñase la espalda al médico—. Esto va a doler querida, vamos a cauterizar las heridas con calor, las cicatrices de tu espalda serán por quemaduras, pero es necesario para cerrar esas llagas abiertas.
—Está bien...
Barbatos chasqueó los dedos para que dos guardias se acercaran, entonces ellos tomaron las extremidades de la joven, y la sostuvieron mientras el doctor calentaba un atizador en el carbón al rojo vivo de un bracero; Venti se quedó mirando a la temblorosa Sucrose, quien con horror esperaba que el metal estuviera a la temperatura perfecta para cerrarle las heridas, mas no para causarle ampollas. Cuando el doctor acercó cuidadosamente la punta del atizador, los soldados apretaron con todas sus fuerzas las piernas y brazos de la alquimista, y ésta gritó de dolor.
El rey la miraba hacía abajo, no dejó ver una sonrisa solo para seguir haciéndole creer que le tenía aprecio, pero en el fondo adoraba oír sus gritos, la creía merecedora de tal martirio por haber encubierto a Albedo. Sucrose fue soltada cuando el médico terminó de cerrar las llagas con calor, estaba temblando, y sin quererlo había comenzado a llorar como una niña pequeña, lo cual le sumaba a la humillación de estar desnuda y de haber sido completamente abandonada.
Venti volvió a sentarse en una silla y la contempló un momento, si bien le parecía patética, también le causaba mucha excitación que estuviera llorando de agonía, vulnerable y susceptible a sus palabras; con algo de paciencia y dedicación, podría moldearla con el tiempo para que fuese "perfecta". La joven giró la cabeza y observó las baldosas de piedra con los ojos mojados, estaba en el piso y solo podía imaginar a todos los que conocía, al príncipe Alberich, Mona Megistus, Albedo, Lisa, al doctor Baizhu, incluso al mismo rey, colocando sus pies sobre su espalda y su cabeza; la única persona que realmente se preocupó por ella fue su difunto abuelo, pero para los demás, siempre fue un 0 a la izquierda.
—Tranquila querida, el dolor pronto se irá —dijo el monarca con su voz tranquila, y a pesar de que estaba muy inestable, Sucrose sabía que él solo estaba fingiendo simpatía; aun así, no iba a hacérselo saber, después de todo, ella no podía hacerle frente a un rey.
—Su majestad... ¿Puedo preguntarle...?
—Con confianza.
—¿Qué será de mí ahora? —Barbatos sonrió discreto, era el momento para afianzar la lealtad de una potencial confidente y amante.
—No puedo estar decepcionado y molesto contigo por toda la vida, aunque hayas ayudado a un conspirador como Albedo, sé que no lo hiciste por estar en mi contra, mi dulce Sucrose ¿Lo hiciste por amor, verdad? —preguntó, y Sucrose asintió avergonzada de sí misma—. ¿Realmente creías que Albedo pondría sus ojos en ti? ¿Teniendo a alguien como Kaeya?
—No... Nunca lo creí —respondió ella, recordando cuando le confesó su amor a su maestro y le enseñó su verdadero ser, y este reaccionó con rechazo.
— Entonces... tengo una propuesta para ti.
—¿Sí?
—Si bien, Dainsleif suplantará por un tiempo a Albedo, esto será solo temporal; cuando sientas que tus conocimientos ya son suficientes, solo dímelo, y ese puesto será tuyo.
La joven se quedó mirando una baldosa mientras pensaba en esa propuesta, ella conocía la verdadera personalidad de Barbatos, y le pareció muy raro que decidiera darle un beneficio así a una persona que cometió una traición, por más leve que fuera. Supo de esa forma que quería ponerle la soga al cuello, y obtener un beneficio hedonista de ella; tal vez solo deseaba a alguien a quien humillar, o quizás algo más.
—Tal vez sea un puesto demasiado importante para mí.
—No lo creo, tú siempre has sido responsable, darás la talla cuando llegue el momento.
—Sin embargo, aunque pueda ocuparme de ello, siempre he sentido más interés en la investigación botánica de la alquimia, y creo que al laboratorio le falta un acceso a áreas verdes. —El rey sonrió de lado, ese comentario de Sucrose le pareció demasiado caprichoso para una cómplice, por eso se puso de pie y se inclinó delante de ella para agarrarla de las axilas.
—Podríamos negociar después de un tiempo, ahora no es momento para poner más condiciones —le dijo al levantarla hasta ponerla de rodillas, su máscara de preocupación se cayó en cuanto comenzó a salivar mientras le miraba los pechos.
—Lo sé su alteza, sé que debo cumplir mi parte. Lo que no sé es... ¿Qué es lo que debo hacer?
Venti miró a Sucrose a los ojos, colocó las manos sobre sus costillas, y usó los pulgares para dar una suave caricia alrededor de la aureola de los pezones; esa fue la señal para que los presentes se fueran de ese cuarto subterráneo, para dejarlos solos. El rey puso los pulgares sobre las tetillas de la muchacha, pero ella solo mantuvo el contacto visual, casi desafiante.
—Un rey merece algo más que esto, merece a hombres y mujeres de buen ver, no a una persona como yo. —Barbatos se lamió los labios, y con menor sutileza masajeó los senos de la joven mientras besaba su cuello.
—Yo puedo tener todo lo que quiera.
Sucrose apegó la nariz sobre la mejilla de Venti y posó las manos sobre su camisa blanca, metiendolas tímidamente por debajo del cuello; el monarca cerró los ojos con placer y se arrodilló para que su mano pudiera acceder sin esfuerzo a la vulva de la muchacha. Sin embargo, ella rozó su nariz hasta llegar a la oreja, en donde quiso susurrarle algo al rey.
—Lo decía... porque mi cuerpo ya no podrá cautivar a ningún hombre. —Barbatos abrió los párpados, el tono de voz cínico, sensual y profundo lo tomó por sorpresa, y algo desconcertado se miró los brazos, cuyos poros se habían erizado.
—Esto... —murmuró el monarca atontado, hasta darse cuenta de la mirada seria y altiva de Sucrose, cosa que lo hizo sonreír, reconociendo que no era solo una pobre desgraciada—. Chica lista.
—¿Hay algo más que deba hacer para ganarme sus bondadosas ofertas?
—Ya que lo mencionas, sí. —Venti se sentó y tomó a la joven para ponerla en su regazo, ella hizo una mueca de dolor por sus quemaduras, y luego una de incomodidad cuando el rey la rodeó con un brazo y usó la otra mano para acariciarle el monte de Venus—. Dudo mucho que Albedo esté actuando solo, o que vaya a quedarse quieto. Esos dos años fuera de Mondstadt debieron valerle para aliarse con el enemigo, y todo lo que ha pasado últimamente, solo confirma mis sospechas.
—Sobre eso, desconozco si está trabajando con alguien más, yo solo no lo delaté cuando puso el veneno, lo juro —dijo Sucrose mirando nerviosa y dolorida como Barbatos metía más su mano para masturbarla.
—No te estoy acusando, pero si sabes algo, te conviene decírmelo. —Sin avisar, Venti introdujo un dedo dentro de la alquimista, Sucrose pensó rápidamente en alguna hipótesis que pudiera servirle.
—Si el volviera a romper las reglas de la Akademiya, sí que tendría que dejar al príncipe Alberich bajo el cuidado de alguien más, así que, debió tener cubierto eso de algún modo... Si yo fuera alguien al servicio del enemigo, tendría un par de rutas de escape.
—¿Ah sí? —Poco a poco Barbatos comenzó a mover los dedos con mayor gentileza, Sucrose suspiró de alivio.
—El único punto ciego entre el Mar de Nubes y la costa de Levantamiento está en EspinaDragon, si quieren trasladar al príncipe Alberich a Khaenri'ah, aparcaran un barco ahí aunque haya riesgo de encallar. La otra opción sería que lo lleven más allá de las montañas CoronaBrillante, pero es más arriesgado por la lejanía.
—Vaya, entonces tenemos que sacar de forma muy discreta a la guardia de la ciudad, porque estoy seguro de que querrán llevarse a Kaeya durante el festival —comentó Venti mientras masturbaba a Sucrose—. Estás algo seca cariño.
—Me duele la espalda. —Sucrose habló como si estuviera fastidiada, pero el rey en vez de detenerse, le agarró un pezón para girarlo.
—Tú irás con ellos.
—¿Yo?
—Solo vas a redimir tu desliz cuando sepa que ayudaste a atrapar al traidor, y si intentas advertirle, le pediré a la guardia que corte este cuerpecito en mil pedazos —le advirtió, Sucrose miró hacia el lado, nuevamente estaba sintiéndose pisoteada por quienes se decían sus "amigos"; de repente Venti le tomó la barbilla para hacer contacto visual—. No pongas esa carita, sabes que te trataré muy bien, si te portas bien.
—¿Quiere que sea la carnada para atraer al señor Albedo?
—Exacto mi amor, si logran salir de la ciudad les tenderás esa trampa, tú irás con la tropa de EspinaDragon y se ocultarán en la ladera de las montañas. No me falles Sucrose, quiero que me traigan a Albedo para poder matarlo con mis propias manos.
A la joven no le agradó que el rey, no solamente estuviera tocándola sin preguntar y sin tener consideración por las quemaduras de su espalda, sino que también la amenazara y jugase de forma tan ambivalente a ser "el salvador" en su historia. No obstante si le gustó que le diera la posibilidad de tener un rango mayor y pedir más recursos para sus investigaciones, que hasta el momento, creía lo único positivo y seguro en su vida, pues descartaba por completo la amistad sincera de alguien, después de asumirse abandonada y despreciada.
«No le daré el gusto de quitarle la vida» pensó Sucrose con orgullo y rencor.
—De acuerdo —dijo ella, Venti le besó el cuello y le agarró ambos pechos, Sucrose apretó los párpados con dolor, hasta el simple roce de las mangas del monarca era doloroso para su espalda.
—Eso es mi pequeña... —susurró cerca de su oído, la joven miró sus manos, le recordaba un poco al doctor Baizhu, pero en comparación, Baizhu lo hacía mucho mejor; luego pensó que tal vez el hecho de que estuviera herida, influía por completo en su capacidad de excitarse—. Si te portas bien, te daré todo lo que quieras...
—¿Un orgasmo también? —cuestionó con ironía, Barbatos se puso serio, y con un movimiento rápido la sacó de su regazo y le giró las caderas para ponerla en 4 patas, la alquimista derramó lágrimas por el dolor.
—¿Cómo es que conoces esa palabra, cariñito? Dudo que una insípida como tú sepa lo que es un orgasmo. —Venti abrió las piernas de Sucrose y desabotonó su pantalón, la muchacha comenzó a temblar, porque era consciente de que no podría estar húmeda si en su cuerpo predominaba la sensación de ardor y dolor.
—Me duele la espalda... —se quejó de nuevo Sucrose, aun así Barbatos sacó su pene y colocó el glande entre los labios menores de la joven.
—No pienses en el dolor, tendremos mucho tiempo para follar cada vez mejor... Además, la primera vez siempre duele —comentó Venti, Sucrose miró hacia el lado, luego sonrió aguantando la risa, porque en cierto modo era muy gracioso que alguien que fue tan ensuciada como ella, siguiera pareciendo una virgen a los ojos de los demás—. ¿Estás lista para que te desflore?
La alquimista reflexionó un momento sobre lo que iba a pasar, se sentía angustiada y asustada, ya que en el fondo no quería estar en esa situación, y hubiera preferido solo recostarse y dejar que su cuerpo cicatrizara las quemaduras. No obstante, asumió que esa sería su vida a partir de ese momento, siempre dándolo todo a cambio de algo que sí valdría la pena, algo que no podría abandonarla a menos que ella misma lo quisiera así, algo que no le causaba dolor ni iba a decepcionarla: sus investigaciones.
—Estoy lista.
*****
La noche del atentado a Mondstadt, Jean había vuelto a su hogar para cambiarse los vendajes de la frente, ponerse ropa limpia y cambiar su armamento, no planeaba quedarse mucho tiempo allí, sin embargo al haber encontrado a Lisa, herida, siendo atendida por otra mujer dentro de su casa, sus planes cambiaron por completo. La reacción de la Gran Maestra fue quedarse inmovil, Lisa la miró afligida, y Rosaria tensa, como prediciendo que ella sería más un problema que una solución; sin decir nada, Jean fue hasta su cuarto y trajo consigo una caja de metal, que contenía implementos de primeros auxilios.
La ex monja le dejó espacio para que atendiera con mayor precisión a Lisa, Jean permaneció seria mientras usaba suero e hilo médico, para ir descosiendo lo que Rosaria cosió con hilo convencional; la bibliotecaria sintió que el ambiente era sumamente incómodo para sus dos acompañantes, pero confiaba en su influencia sobre Jean como para asegurarle a su amiga que iba a estar bien. De todos modos, cuando la Gran Maestra terminó de hacerle una curación más profesional, decidió sentarse en uno de sus sillones, de brazos cruzados.
—Eso no es una herida por la explosión ¿Cómo explicas que alguien te atacara con un arma blanca? —la interrogó Jean, Rosaria se quedó parada en su sitio sin mirar a la Gran Maestra, con la incertidumbre de no saber si Kaeya había logrado escapar, o si afuera estaría Dainsleif para asesinarla a ella y a Lisa.
—Había muchos terroristas que atacaban a los civiles en medio de la confusión, yo fui una de las afectadas —respondió la bibliotecaria, pero Jean miró a Rosaria.
—Tu eres una de las monjas de la iglesia de Favonius ¿Por qué no estás con el hábito y tu traje? —le preguntó, Rosaria solo guardó silencio, mirándola de reojo.
—La hermana Rosaria nunca ha tenido verdadera vocación, como su amiga sé que tiene algunas escapadas para salir a beber —dijo Lisa por ella, Jean las miraba con sospechas.
—Mi hermana menor estaba muy preocupada por la desaparición de una de sus amigas del convento, y eso fue hace días ¿Debería ir a corroborar?
—Sabía que venir aquí sería una pérdida de tiempo —soltó Rosaria pretendiendo retirarse, Jean se levantó con la mano cerca de la vaina de su espada.
—Ustedes dos tuvieron que ver con todo esto. —La ex monja miró de reojo a Lisa, porque desde un principio supo que sus encantos no serían suficientes para cambiar toda la línea de pensamiento de una soldado.
—Estás haciendo acusaciones infundadas —replicó la bibliotecaria.
—Estuvieron a punto de ser atrapadas, y decidiste meterte aquí para sentirte inmune ante el peso de la ley, pero yo no puedo protegerte por siempre Lisa, esto es más grave que cualquier otra cosa que hayas hecho antes.
—¿Y qué ha hecho antes? —preguntó Rosaria.
—Varias veces has tratado de difundir rumores acerca del rey, y no me sorprendería que estés aliada con los Lawrence ¿Me equivoco?
—Los chismes entre amigos no son conspiraciones cariño.
—Si participaron de esto, no tendré más remedio que arrestarlas a las dos.
—Retrasada —murmuró Rosaria.
—¿Por qué no te basta con mi palabra Jean? No es como si nosotras hubiéramos puesto las bombas y asesinado a civiles.
—Se llevaron a Kaeya —dijo la Gran Maestra, Lisa sonrió por lo bajo—. ¿Cómo no creer que tú estabas metida en ello?
—¿Y eso no debería ser una alegría entre tantas tragedias? —dijo Lisa antes de acercarse a Jean para mirarla a los ojos—. ¿No te alivia de tus cargas?
—Si él no vuelve, tu sabes muy bien lo que eso significaría.
—Que dos naciones combatan contra otras dos en justas condiciones.
—Snezhanya es un ejército colosal.
—Mermado por los años y a punto de rendirse. Además Khaenri'ah desde hace un milenio que no está abierta a los avances tecnológicos, no sería un gran aporte para el ejército de Snezhnaya.
—Hablas sin tener idea.
—¿Y tú puedes dejar hablar a tu corazón aunque sea un momento? —la desafío Lisa, Rosaria miró de brazos cruzados una ventana de la casa.
—Mi corazón dice que tu solo demuestras interés en mi cuando te conviene, y que nunca me has amado, que... —Jean tomó una pausa para no dejarse llevar por la emocionalidad y sus deseos de llorar—. Tu amor siempre será Kaeya.
Lisa abrió los ojos, Rosaria iba a medio camino hacia la ventana, pero se detuvo un momento al oír esa frase, pues apenas se estaba enterando del tipo de relación entre la Gran Maestra y su amiga. Pero Lisa negó con la cabeza, y tocó las mejillas de Jean, observando sus ojos húmedos con preocupación.
—¿Por qué crees eso? Son dos tipos de amor muy diferentes. —La Gran Maestra agachó la mirada, Lisa le acarició las mejillas y con ello limpió las lágrimas que se le escaparon.
—Todos los problemas en los que te has metido, han sido por él, por eso y la forma en la que ustedes dos actúan cuando están juntos, siempre he pensado que... yo solo... —De pronto la bibliotecaria besó a Jean y colocó delicadamente las manos sobre sus clavículas, la Gran Maestra cerró los ojos y relajó su cuerpo, como si solo eso sirviera para darle paz.
—Es un amor diferente... —dijo Lisa, Jean sostuvo su nuca, suspirando afligida.
—Hay un dicho que dice que los Gunnhildr aprendemos a decir "proteger a Mondstadt por siempre" antes de decir "mamá". Si tu sabes eso, explícame... ¿Por qué me haces esto, Lisa? —le preguntó, pero su amada no respondió—. Eres la única por la que yo he hecho excepciones, y te aprovechas de ello...
—Jean... —susurró Lisa cerca de los labios de la Gran Maestra, quien cerró los ojos, sintiendo con placer la respiración de quien amaba—. No digas eso de mi...
—No hagas esto... —le pidió Jean, casi embelesada por la voz de la bibliotecaria; Rosaria las miró, y moviendo la cabeza con desaprobación, decidió seguir su camino.
—Si yo no estuviera a tu lado, no podrías mostrar tu verdadero corazón... —Tras un breve momento en el que sus bocas se rozaban con deseo, la Gran Maestra tomó los brazos de Lisa para mirarla seriamente a los ojos.
—Júrame que no tuviste nada que ver con lo que pasó en el festival.
—Lo juro, juro que Rosaria y yo no pusimos una sola bomba —le respondió, y aunque Jean parecía insegura, decidió creerle.
—Por favor, no te metas en cosas tan peligrosas... prométemelo.
—Te lo prometo. —Las dos se besaron una vez más, la Gran Maestra derramó una última lágrima mientras tocaba con suma gentileza la espalda de su amada—. Querida... Rosaria también recibió una pequeña herida durante ese caos ¿Podrías revisarla?
—Bien... —dijo Jean, Lisa se volteó sonriente para decirle a su amiga que podía ser atendida, y que podía dormir aunque fuese media hora antes de salir de la ciudad; sin embargo, no encontró a nadie a sus espaldas, solo la habitación vacía, y la ventana abierta.
—¿Rosaria?
A pesar del riesgo de que Dainsleif y su ayudante siguieran buscándolas, Rosaria decidió irse para seguir con el plan de Lisa, dentro de un rato iba a huir de Mondstadt para tratar de encontrar a Kaeya si es que este tenía la suerte de no ser atrapado, y advertirle del peligro de Saind Efil. El corte en su espalda estaba caliente, pero al no ser profundo, no quiso recibir primeros auxilios; la charla entre Jean y Lisa le había resultado incómoda, y por un momento, se vio juzgando a su amiga por utilizar a una de las figuras de autoridad más importantes de Mondstadt.
Pero se sentía hipócrita por creer eso de ella, pues durante toda su estadía en esa ciudad como una espía de Snezhnaya, Rosaria siempre "manipuló" de cierta forma al príncipe Alberich para obtener información, y jamás le dijo quién era realmente ella, ni deseaba hacerlo por el temor de ser despreciada. A medio camino comenzó a reflexionar sobre su egoísmo y el de Lisa, y se sintió arrepentida por no haber sido sincera con Kaeya con respecto a sus verdaderos sentimientos por él.
Por un impulso decidió escabullirse hasta la iglesia de Favonius, a la cual no accedió por ninguna puerta, pues comenzó trepar por los ornamentos de piedra en la fachada y los pequeños techos; después de unos minutos consiguió llegar al campanario por una ventana, y se quedó parada un momento para contemplar su nido de amor. Ese lugar estaba lleno de recuerdos, para el príncipe significaban respiros de tranquilidad y placer en medio de una vida caótica, para Rosaria, oportunidades que desperdició para decirle "te amo".
Con lentitud caminó por las tablas de madera, y al llegar a los barrotes del techo, estiró los brazos para subir y sentarse para abrir su baúl, y tocar las frazadas que usaban para recostarse y hacer el amor, la nostalgia la invadió cuando pensaba en la sonrisa de su amado, en las atenciones que le daba para hacerla sentir bien, esa ternura que ella no podía retribuirle. Entonces buscó al fondo del baúl, y sonrió con ganas de llorar cuando vio el envase redondo de su labial, porque de inmediato se le venía a la cabeza la imagen del príncipe Alberich dejándose maquillar, con su dulce rostro tranquilo y confiado.
Como había acordado con Lisa, Rosaria tenía que salir de Mondstadt, pero no podía simplemente marcharse y dejar sus pertenencias más importantes ahí, así que sacó de la caja su navaja con la inscripción, y removió el maquillaje hasta encontrar el collar con la rodolita en corte de corazón, aquel que le obsequió Kaeya, para luego colocárselo en el cuello. Antes de saltar, notó que había algo más en el fondo del baúl, una libreta, una pluma y un frasco de tinta negra, los cuales utilizaba para escribir sus pensamientos más profundos, pues las cartas que enviaba a Snezhnaya las escribía en el convento de la iglesia.
Tras reflexionar un momento, decidió sacarlos de su sitio, destapó la tinta, y comenzó a escribir algo en una hoja blanca, al principio mantuvo la frialdad, pero tras un momento su mano se detuvo con inseguridad, pues no encontraba las palabras correctas; tras esa pausa, siguió escribiendo hasta llenar la página, y una lágrima que derramó cayó sobre el papel y desplazó ligeramente la tinta. Al terminar arrancó la hoja y la colocó dentro de la libreta, dejándola sobresalir levemente; luego de eso la guardó en el baúl, y saltó para caer al piso de tablas para emprender su viaje.
Tal y como subió, Rosaria descendió por el exterior de la catedral, por la parte trasera, y con la capucha puesta se fue directamente a los barrios bajos, lugar donde nunca había suficiente seguridad, y que era perfecto para huir. El sector estaba tan mal cuidado, que identificó una ruta de escape en un desagüe del muro que daba hacia el lago de sidra; con precaución la ex monja utilizó su cuchillo para romper el cemento que unía las piedras y ladrillos del muro, y de esa forma consiguió desencajar un tubo de metal, que removió con fuerza para traspasar esa barrera.
Una vez al otro lado, chequeó que los centinelas no estuvieran mirando en su dirección, le ayudaba que aún no amaneciera, y cuando comprobó que era seguro, se lanzó al agua del lago y se sumergió para atravesar cuánto trecho pudiera bajo el agua para no ser descubierta. Al llegar al bosque del otro lado echó a correr, con la esperanza de encontrar a Kaeya en EspinaDragon, mas no supo que en sentido contrario, por el puente principal, la caravana de la guardia real traía de vuelta al príncipe a su cautiverio.
*****
Por la mañana Barbatos estaba en su trono actuando como si no tuviera una gaza en la mejilla, manchada con sangre, mientras interrogaba a Dainsleif por un mero asunto protocolar, dado a que este había sido recomendado por Albedo; sin embargo en el fondo no desconfiaba de su lealtad y criterio, ya que este le había dicho sobre los frascos de aqua vitae que desaparecieron del laboratorio, lo cual le permitió descubrir de alguna forma la traición de su ex Jefe Alquimista. Dain tenía una coartada infalible, puesto que en definitiva no tuvo nada que ver con el atentado en Mondstadt, y pasó gran parte del tiempo inconsciente tras ser golpeado por Lisa; durante su interrogatorio hizo mucho énfasis en que el soldado Lawrence de los caballeros de Favonius fue quien le dio una mano para despertar, además de que le juró al rey que fue él mismo quien dio la primera orden de buscar al príncipe Alberich en los túneles.
Dainsleif en el fondo seguía reflexionando sobre las acciones que tenía que tomar, si Kaeya había conseguido huir, entonces el también tendría que irse; de todos modos, para Dain había algo positivo en que el príncipe estuviese fuera de la ciudad, podía aprovechar la persecución para dispararle una flecha en la espalda, y hacerlo pasar como un error de los soldados enviados a secuestrarlo una vez más, puesto que en retrospectiva, Surya Alberich solo quería deshacerse de su heredero para despejar el camino para el nuevo. De todos modos, para corroborarlo, le preguntó con preocupación a Venti si el príncipe había logrado escapar, entonces Barbatos se tocó la mejilla con ansiedad, y le respondió que fue capturado camino a EspinaDragon.
El alquimista se mostró aliviado, al menos tenía la chance definitiva para cumplir su cometido, y lo más probable según su razonamiento, era que los mercenarios se alejaran, puesto que sus fuerzas debieron de haber sido mermadas, y no era inteligente regresar de inmediato con un contraataque; aquello era perfecto para él, porque solo tenía que encargarse de dos mujeres y no de toda una agrupación. De pronto una persona ingresó a la sala del trono, a Dainsleif le impresionó ver a Sucrose viva, y que no estuviera siendo escoltada por ningún guardia; la joven se plantó al lado de Dain, con las manos juntas por delante de su torso, seria y serena.
—¿Me mandó a llamar? —preguntó ella, ni siquiera miraba a Dainsleif.
—Me sorprende, que te sorprenda, que quiera hablar contigo después de lo que me informaron mis soldados.
—¿Hice algo mal?
—¿Qué fue lo que te dije cuando acordamos el plan, Sucrose? —dijo el rey, Dain los miró interesado.
—¿Que iría con la tropa de EspinaDragon?
—Que quería que me trajeran vivo a Albedo, para matarlo con mis propias manos. —La muchacha no mostró ni un signo de arrepentimiento, Dainsleif prestó mucha atención, con una corazonada que lo llenaba de entusiasmo—. Pero tú lo mataste.
Dain abrió los ojos, ya asumía que si Kaeya estaba de vuelta, significaba que Albedo había muerto, puesto que era obvio para él que el ex Jefe Alquimista jamás iba a dejarlo ir a menos que pasaran sobre su cadáver; lo que le pareció insólito fue que Sucrose decidiera quitarle la vida con sus propias manos.
—Usted quería una prueba de mi lealtad, de que no seguía encubriéndolo a él ¿Qué más prueba que hacerlo yo misma? —cuestionó segura pero sería, Barbatos sonrió de lado.
—Astuta como un zorro.
—¿En serio está muerto? —le preguntó Dainsleif fingiendo desconcierto, ella asintió—. ¿Cómo pasó?
—Desangramiento por la arteria carótida —respondió Sucrose sin agregar detalles, Dain pensó que era evidente, si ella no tenía entrenamiento militar pero si un cerebro privilegiado, escogería dar un golpe furtivo en una parte del cuerpo muy vulnerable.
—No puedo creerlo... —Dainsleif se tocó la frente fingiendo estar impactado—. Me lo esperaba de un soldado, pero de ti...
—Fuera de aquí —le dijo Sucrose sin dirigirle la mirada, Dain no se esperó que le diera órdenes, y miró al monarca como pidiendo explicaciones, Venti solo hizo un ademán con la mano, señalándole la puerta.
—Por favor retírate Dainsleif —le pidió Barbatos, el alquimista lo reverenció y se alejó lento, para seguir escuchando—. Sucrose, tú y yo tenemos que hablar seriamente.
—Bueno, de todos modos ya le di mis razones. —El rey se puso de pie y bajó la escalinata para ponerse frente a ella; la joven mantuvo la mirada en alto, sin miedo a lo que pudiera hacerle.
—No estás siendo sincera conmigo, querida.
—¿Cuál cree que fue mi verdadera razón? —le preguntó ella, Barbatos le acarició los brazos y le sonrió.
—Querías vengarte, disfrutar de sus últimos momentos de agonía ¿Es así verdad preciosa?
—¿"Preciosa"? —dijo Sucrose con ironía, pues aun no le perdonaba que le hubiese dicho cosas como "insípida".
—Vamos, no seas berrinchuda. Comprenderás Sucrose que no puedo perdonar que te llevaras mi oportunidad de matarlo, si hubieras sido más paciente, lo habríamos hecho juntos y de formas mil veces más divertidas.
—Su majestad, sigue asumiendo que lo hice por mi propio placer, pero la realidad es que lo hice para probar de qué lado estoy.
—Si ese es el caso ¿Asumo que quieres una recompensa?
—Solo lo acordado.
—Qué fría... —murmuró Venti antes de tomarle la barbilla, pero la joven no parecía intimidada—. Puedo darle tu deseaba área verde al laboratorio.
—¿Pero?
—Pero como estoy enojado, solo te premiaría después de que te lo ganaras de otra forma. —El monarca movió las manos para deslizarlas hasta los glúteos de Sucrose, luego los apretó mientras ella desviaba la mirada, incómoda—. Ve a mis aposentos y quítate la ropa.
—Como usted ordene —dijo la joven, Barbatos levantó la vista, y se dio cuenta de que Dainsleif seguía ahí, mirándolos sin habla.
—Creí haberte dicho que te retiraras.
—Lo sé mi señor, pero quería preguntarle sobre el estado del príncipe Alberich, considerando la muerte de Albedo, su sanidad mental debe estar por los suelos —le comentó Dain, Sucrose aprovechó el momento para retirarse y cumplir la petición de Venti, y este último volvió a tocarse la mejilla con miedo y rabia contenida.
—¿Quieres saber sobre su estado? Ve y pregúntaselo, está en el calabozo.
—¿En el calabozo? ¿Por qué?
—Por volverse violento y tener impulsos homicidas, ese demonio no saldrá de ahí en toda su vida.
—Con todo respeto majestad, no me parece una buena idea.
—No te lo pregunté.
—El príncipe Alberich acaba de perder a Albedo, si se le sigue castigando, probablemente pierda la voluntad de vivir, si es que no la perdió ya.
—No puede intentar nada estando esposado.
—Se le olvida que puede morderse la lengua para morir desangrado.
—Entonces le quitaría todos los dientes.
—Y si eso no funciona, se negará a recibir alimento y agua hasta morir de hambre y sed.
—¡A quién le importa! Si se niega lo obligaremos a comer —replicó Venti histérico, Dain negó con la cabeza y decidió cambiar de estrategia.
—La única manera que existe para que Kaeya deje esa actitud hostil, es calmar a su bestia interior, no puede calmarla inflingiéndole más agonía, si está endemoniado como usted dice, no parará hasta tener una oportunidad de asesinarlo, así tenga que arrancarse la piel de las manos para quitarse las esposas —le explicó, el monarca se cruzó de brazos dubitativo—. Y si tomamos en cuenta su costumbre de llevárselo a la cama, no le conviene que él siga actuando de ese modo ¿No es así?
—¿Y tu qué sugieres? ¿Que lo suelten para que tenga su oportunidad de matarme?
—Yo puedo encargarme por usted de que no enloquezca, una simple gota de esperanza lo apaciguara hasta que retome su estado natural. —Barbatos se agarró la barbilla para darle vueltas a esa idea de Dainsleif, tenía lógica, pero estaba tan asustado de Kaeya que seguía dudando.
—Te dejaré intentarlo, pero al primer intento de acercárseme con malas intenciones, lo devolveré al calabozo hasta que la oscuridad ciegue el único ojo que le queda.
—Le prometo que dentro de poco volverá a ser el mismo frágil príncipe de siempre.
*****
Dainsleif bajó al subterráneo, los guardias lo interrogaron sobre lo que pretendía hacer ahí, por lo que tuvo que explicarles que el rey le otorgó su permiso de liberar al príncipe Alberich de su celda; al principio hubo mucho escepticismo, por lo que el alquimista les preguntó si querían que trajera al mismo soberano para corroborar lo que decía, y un soldado en lugar de enviar a Dain, decidió ir por sí mismo a la sala del trono para preguntárselo. Venti acababa de salir de ahí para dirigirse a sus aposentos, cuando el guardia le preguntó si era cierto que tenían permiso de liberarlo, a lo cual Barbatos respondió hastiado e impaciente por irse a su cuarto, que era verdad.
El alquimista se había quedado esperando de brazos cruzados, hasta que obtuvo la aprobación de la guardia para acercarse a la celda con un juego de llaves que le facilitaron, pues al igual que el propio monarca, le temían a Kaeya en su estado actual; a medida que Dainsleif se acercaba con una antorcha en la mano, los sonidos de las cadenas se hacían más evidentes, y también oía quejidos y gruñidos de ira. Entonces abrió la puerta con una de las llaves, y dejó su fuente de luz en un porta antorchas, que iluminó el calabozo en el cual el príncipe de Khaenri'ah luchaba sin control por arrancar las cadenas que lo mantenían sujeto a la pared, o bien romperse las manos para ser libre y desencadenar su odio contra Venti y Sucrose.
Dain lo observó forcejear y chillar desde una prudente distancia, aquello le hizo recordar que era un Alberich, porque incluso estando privado de libertad, incapaz de manejar armamento y en un estado emocional deplorable, su fuerza interna era sobrehumana, tanto que temió que ni la más dolorosa de sus pérdidas fuera suficiente para que deseara acabar con su propia vida. De pronto Dainsleif se sobresaltó cuando el príncipe clavó la mirada de su ojo cristalino y enrojecido por las lágrimas sobre él, con una completa agresividad; no obstante luego de hacer contacto visual un momento, la mirada de Kaeya se suavizó, pues quien había ingresado a su celda no era Barbatos ni ningún soldado.
—Príncipe Alberich... —susurró el alquimista, Kaeya dejó que su cabeza colgara y se quedó quieto y lánguido, Dain se acercó con cautela—. ¿Por qué lo trajeron aquí?
Una vez más el príncipe comenzó a moverse colérico, lo cual hizo que Dainsleif diera un paso atrás.
—Príncipe por favor, cálmese, no ganaría nada si...
—¡¿Calmarme?! —le gritó Kaeya enfurecido, Dain tragó saliva—. "Por favor cálmese", "no vas a ganar nada luchando", "solo te estás haciendo daño" ¡¿Cómo puedes decirme toda esa mierda cuando Albedo está muerto?!
—Yo no he dicho que... —El príncipe de Khaenri'ah se movió otra vez y gritó de frustración, Dainsleif empezaba a sentir lástima por él—. Príncipe por favor, escúcheme...
—¡Solo quiero salir de aquí y matar a los que causaron esto! —dijo Kaeya llorando, Dain miró hacia el lado, porque fue gracias a él que Sucrose y el doctor Baizhu fueron descubiertos, y eso causó también que Sucrose le guardara rencor a Albedo por involucrarla en sus mentiras.
De cierta forma, él mismo se asumía el principal responsable de su muerte.
—Lo entiendo, pero por favor, contrólese...
—¿Por qué? ¿Por qué tiene que pasarme esto a mi? ¿Por qué tenía que ser Albedo? Mi Albedo... —Las fuerzas del príncipe Alberich decayeron, y comenzó a llorar con las manos y la cabeza colgando, incluso si ya no tenía más lágrimas, era imposible para él no llorar cuando pensaba en su amado; Dainsleif aprovechó que sus impulsos violentos se calmaron, y se acercó para tocarle el rostro.
—Príncipe, yo estoy aquí —dijo Dain, Kaeya lo miró sin parar de llorar, sintiendo como si le estuvieran sacando el corazón a tajo limpio—. Por favor, deje de moverse de esa forma tan brusca, se está haciendo mucho daño...
El príncipe observó los ojos de Dainsleif, no le transmitía compasión, era algo diferente, como si muy en el fondo ese alquimista no dejara de pensar en esos momentos en los que se acostaron en el motel. Parecía de cierta forma enamorado de él, y por esa razón, tuvo el oscuro pensamiento de utilizarlo en su favor, de usar sus encantos para pedirle que lo ayudara a matar a Barbatos; sin embargo, su estado emocional era tan decadente, que no estaba seguro de poder conseguir algo así de él.
—Dain por favor, ayúdame a salir de esta celda —le pidió Kaeya, el alquimista le besó la frente, y le enseñó el juego de llaves.
—He venido a ello —dijo Dainsleif, el príncipe Alberich esbozó una sonrisa, pero Dain cerró el puño para esconder las llaves, y miró con seriedad a Kaeya—. Sin embargo, usted tiene que prometerme que no volverá a agredir a otra persona, de la forma en que lo hizo con el rey Barbatos.
—¿Por qué estas haciéndome jurar esto?
—Porque si usted vuelve a hacerlo, lo traerán de vuelta a esta celda, y ya no podré intervenir por usted —le explicó el alquimista, Kaeya miró hacia abajo, era lógico, no podía perder el control aunque lo quisiera, porque solo iba a conseguir su venganza calculando cada movimiento.
—Está bien, lo prometo. —Dain tomó las llaves para quitarle las esposas, primero las de los pies, luego las de las manos; entonces sujetó al príncipe antes de que cayera, este pensó en besarlo para comenzar su plan de venganza, pero tuvo un momento de remordimiento, y en lugar de ello, solo abrazó a Dainsleif—. Muchas gracias...
—Creo que no le hará bien quedarse en el palacio, mucho menos si se cruza con el rey o Sucrose.
—Así que ya estás enterado...
—Sí, me lo dijeron, que ella fue la que lo hizo. Lo lamento mucho... —Kaeya se quedó callado un momento, pensando en aquella asesina, sentía mucho odio al recordarla, pero a la vez, le desconcertaba que hubiera tomado una decisión tan drástica, aparentemente de la nada.
—Me pregunto, desde hace cuanto ella le guardaba rencor a Albedo, o si me lo guardaba a mi, o si desde un principio era una traidora... Pero eso no tiene sentido, porque si lo hubiera sido, nos habrían descubierto a mi y a Albedo desde hace tanto...
—No piense en eso por favor, solo se hará más daño.
—Si vuelvo a cruzármela, no sé si podré contenerme, pero a la vez, también quiero respuestas... —Dain abrazó con mayor fuerza al príncipe, quien cerró los ojos angustiado.
—Vamos príncipe Alberich, alejémonos de ellos, no merecen sus lágrimas.
—Está bien...
Dainsleif tocó la espalda de Kaeya y lo guió hasta la salida, donde recogió la antorcha con la cual pudo ver mucho mejor que la sangre de Albedo seguía en su camisa, y que aquello iba a llamar demasiado la atención en las calles de la ciudad; por esa razón, en la salida de los calabozos le pidió a un miembro de la guardia que fuese hasta la habitación del príncipe Alberich para traerle un cambio de ropa, para no tener que acercarse con él a esa torre, en la cual estaba el rey en su cuarto junto a Sucrose. Kaeya se quedó junto a Dain, apoyados en una pared de piedra, el príncipe miraba el techo con un sentimiento de vacío doloroso, como su desesperanza y su frustración; le causaba aún más ira saberse impotente y contenido en esa ciudad, no ser capaz de utilizar a Dainsleif, por el simple hecho de que sentía que iba a derrumbarse en medio de su sucia jugada.
Cuando el soldado regresó con un cambio de ropa simple, que no incluía sus tipicos corsets, Dain volvió a tocar la espalda de Kaeya para guiarlo a los vestidores del campo de entrenamiento, el príncipe estaba tan ensimismado que no recordó la regla de no presenciar ninguna práctica con armamento, por lo cual ignoró que el príncipe Alatus, a diferencia de toda su familia, se había quedado, y estaba entrenando sin parar por un duelo en el cual pelearía en el nombre del rey. El príncipe Alberich se metió a los vestidores y se quitó su camisa, la cual contempló con sus manos temblorosas hasta que comenzó a llorar, pensando en la persona que tanto amaba; no obstante Dainsleif llamó a la puerta, y Kaeya se apresuró para cambiarse, y así se evitó aún más dolor.
Una vez listo, el alquimista volvió a tocar su espalda y pasaron frente al campo de entrenamiento, Alatus se les quedó mirando, ya no tenía el mismo impulso agresivo de increparlo por romper una regla, porque después de todo, veía en los ojos del príncipe Alberich una tristeza tan desgarradora, que le tenía los párpados hinchados, manchas de suciedad desplazadas por las lágrimas, y la cabeza gacha de pesadumbre. Por un momento el príncipe de Liyue pensó en lo que debía sentirse haber intentado escapar, y fracasar una vez más, pensó también en lo que él hubiera hecho al ser atrapado, y consideró que se habría vuelto loco de ira; su percepción acerca de Kaeya era diferente, solo por el hecho de desconocer que atacó al rey Barbatos con una mordida.
Alatus intentó volver a su entrenamiento una vez que Dainsleif se llevó al príncipe de Khaenri'ah, pero hubo algo en sus pensamientos que lo hizo dudar, se consideró blando por tenerle compasión, y a la vez su moral no dejaba de tambalear por la idea de imaginarse a sí mismo como un rehén atrapado; por no poder mantener sus ideales en orden, dejó caer la lanza, y salió en busca de Barbatos, creyendo que verlo sería el remedio que necesitaba para su debilidad. Preguntó por él a la guardia real, y estos le dijeron que no sabían de su paradero, preguntó también a las sirvientas, y estas respondieron que no lo habían visto, lo cual le pareció muy extraño, porque esa respuesta era la que todos los habitantes de ese palacio daban cuando su padre y el rey estaban en algun cuarto teniendo sexo, pero Morax ya no se encontraba en ese lugar.
Algo inquietado, Alatus decidió buscar por cuenta propia, había muchas habitaciones donde Venti podía estar, pero optó por empezar por la más evidente, su propio cuarto; cuando llegó a la torre del rey, el rechinido de un catre lo puso aun más nervioso, no sabía si realmente quería comprobar lo que estaba ocurriendo, pero por un simple impulso decidió ir hasta la puerta, para asomarse un poco y observar el interior. Sobre su cama, Barbatos estaba riendo y gimiendo mientras ondulaba la pelvis entre dos piernas abiertas, las plantas de los pies de esa muchacha estaban pegadas a las sabanas, y sus dedos contraídos, como aferrándose.
Sucrose tenía la cabeza colgando a los pies del catre, y a pesar de que gemía, no mostraba una expresión muy cómoda y tranquila, el monarca en cambio parecía estar ebrio de algo que no era alcohol, tenía un rostro característico de éxtasis y diversión, y no dejaba de moverse como un atleta para penetrar la vagina de su nueva amante hasta lo más profundo que pudiera. Alatus se quedó pasmado, era consciente de que el rey tenía amantes por doquier, pero en el fondo quería que su fantasía de ser su favorito fuera una realidad, y que su sola presencia fuese suficiente para eclipsar a los demás.
La alquimista intentaba no pensar demasiado en el hecho de que el rey la estuviera follando como un perro salvaje, Barbatos se entretuvo apretando sus tetas entre sus puños, mientras ella se preguntaba por qué no podía disfrutar con él; aunque sabía la respuesta, pues el rey nunca iba a darle el amor sincero que no obtendría de nadie, ni iba a igualar jamás las sensaciones de lujuria pecaminosa que sentía en manos del doctor Baizhu, quien la había traicionado. No lo amaba, no lo deseaba, no sentía nada por él, simplemente lo dejó tomarla porque ya no tenía más alternativa en la vida que venderse, y recibir consuelo en los bienes materiales y el estatus vacío.
Mientras Alatus observaba la expresión de miseria en la joven, y la felicidad hiperactiva en Venti, Sucrose pensaba en lo que había hecho, en cómo su vida dio un vuelco cuando clavó su tijera en el cuello de Albedo; cada vez que el rey le abofeteaba los pechos y movía su pene en su interior, sentía entonces remordimiento, deseos de llamar a su maestro para que la ayudase a salir de ahí, aun sabiendo que él no la salvaría. El príncipe de Liyue se estremeció cuando dos lágrimas cayeron por las mejillas de la muchacha, quien se imaginó a Albedo negándole auxilio, porque era su asesina y ella había escogido su camino de perdición, desde que se dejó seducir por el doctor Baizhu, desde que abrazó su gusto por coleccionar huesos, una nueva forma de vestir y peinarse, desde que perdió la inocencia y se dejó atrapar en la red de Barbatos.
Esa situación estaba poniendo nervioso al príncipe Alatus, por un lado estaban sus celos e inseguridades, pero por otro, el presentimiento de que algo no iba bien dentro de la habitación del rey, que la mujer con quien se estaba acostando no quería estar ahí; no obstante no intervino, y se quedó mirando cuando Venti agarró su pene y lo sacó para masturbarse sobre el abdomen de Sucrose. Cuando eyaculó, el monarca quiso acercar su cara hacia la de la alquimista para besarla, pero esta giró el rostro reacia a esos besos; Barbatos insistió, Sucrose se negaba, pero él le agarró las mejillas con sus garras, y la obligó a besarle la boca.
En ese momento, Alatus decidió que debía irse, porque lo hizo sentir muy extraño y nervioso que Venti insistiera tanto por un beso en la boca de parte de esa chica; Sucrose suspiró resignada, después de un minuto Venti se quedó sobre ella, mirándola risueño, y le dio otro fogoso beso. Una vez listo, se quitó de encima y su amante pudo sentarse al borde de la cama, ella limpió el semen de su abdomen con un pañuelo, y Barbatos se puso de pie para tomar la ropa de Sucrose del piso.
—Mira qué harapos más feos y aburridos —comentó Venti, la alquimista estaba mirándose los pies, cuando escuchó el crujir de las telas siendo destrozadas por las manos del rey.
—¿Qué está haciendo? —preguntó sobresaltada, la camiseta y pantalones de color marrón que usaba debajo de la túnica con capucha, se redujeron a tiras de tela inutilizables.
—A partir de hoy, cuando estés en el palacio, solo vas a usar esto —dijo el monarca enseñándole la túnica—, y nada más, así será más fácil follarte estés donde estés.
—No tenía que romper mi ropa para ordenarme eso.
—Lo hago porque odio este tipo de ropa en ti, es tan corriente y barata, si viera algo así en tu guardarropa, volvería a romperlo.
—¿Y qué usaré cuando haga frío? —cuestionó ella seriamente, Barbatos se le acercó para tomarle las mejillas.
—Una túnica más gruesa. Cualquier cosa que me permita metértela con tan solo levantar un poco de tela —respondió, ella se quedó callada, le produjo ansiedad imaginarse en un día normal, trabajando en el laboratorio mientras él llegaba para interrumpirla—. ¿Por qué pones esa cara?
—¿Cuál cara?
—Pareces sentir miedo ¿Te doy miedo?
—Sí. —La forma tajante e irónicamente valiente de dar esa respuesta hizo reír a Venti, quien apretó las mejillas de Sucrose para robarle un beso que disfrutó como si fuera refrescante.
—Tienes una personalidad tan interesante mi pequeña.
—Sí, es un alivio que eso compense mi físico ¿No cree? —replicó ella rencorosa, el monarca se rió más y la besó como un loco, hasta dejarla sin aliento.
—Eres exquisita. —Sucrose lo miró a la cara, en silencio e inexpresiva, con el deseo de incomodarlo—. En fin, si te preocupa la ropa, te daré dinero para que te compres vestidos que puedas usar al salir a la ciudad, o en los eventos de alta alcurnia, quiero que todo el mundo te conozca.
—Vivo en la ciudad desde que tengo memoria, no creo que sea necesario "presentarme". Además, esos eventos están reservados para usted y el príncipe Alberich.
—Ese monstruo ya no se merece desfilar a mi lado desde lo que me hizo, que se pudra. Tu puedes tomar su lugar a mi lado —le propuso, a Sucrose le parecía que "tomar el lugar" de Kaeya, era ser transformada en un trofeo.
—No tengo sangre noble.
—Tienes sangre de alquimista, si lo piensas bien, también cuenta como nobleza —insistió, ella seguía dubitativa, así que el rey se apresuró en ir a buscar una bolsa con monedas de oro—. Toma, ve a la sastrería y comprate la mejor ropa que desees.
—¿Puedo elegir yo?
—Por supuesto mi amor, pero por favor, nada muy holgado e insípido, quiero que el mundo admire tus curvas.
—¿Cuáles?
—No juegues querida, solo ve allá y comprate ropa que te ilumine y te haga brillar —dijo él, y Sucrose pensó sarcásticamente que entonces iba a escoger solo colores oscuros.
—Está bien, su majestad.
*****
Dainsleif tenía un problema en su plan, no era favorable para él que Kaeya se sintiera acompañado en ese momento de dolor, porque deseaba inducirlo al suicidio, pero a la vez, desconocía el paradero de Rosaria y Lisa, así que no podía dejar solo al príncipe en ningún momento; la única manera de aprovechar ese obstáculo, era guiarlo a los alrededores de la iglesia de Favonius, donde se estaban velando a todos los caídos durante el atentado. No le preocupaba que la hermana Rosaria estuviera ahí, porque esta había abandonado el convento días antes del festival, y ya la tomaban como una descarriada que no volvería; de todos modos, aunque estuviera en ese lugar, no iba a dejarla tener un tiempo a solas con el príncipe.
Mientras avanzaban a pie, Kaeya miraba de reojo los rastros de destrucción y a los obreros tratando de quitar escombros y reconstruir lo que podían, de un momento a otro se quedó quieto, Dain le preguntó que ocurría, pero el príncipe Alberich no contestó, ya que empezaba a sentir miedo de lo que iba a ver si seguían. El alquimista se acercó y tomó sus manos, Kaeya respiró profundamente, luego Dainsleif retiró un mechón de su cabello que el príncipe tenía en la cara, y acarició su mejilla, admirando su belleza y fragilidad con la mente desvanecida y alejada de la realidad, y de sus planes.
Kaeya le tocó los brazos y apoyó la frente en su amplio pecho, Dain lo abrazó, y le susurró absorto en su obsesión, que lo amaba como no había amado jamás a ninguna otra persona; el príncipe Alberich le pidió que no dijera eso en las calles, porque cualquier caballero de Favonius podría oírlo. Esas palabras regresaron a la normalidad al alquimista, quien le dijo que tenía razón, y que debían alejarse más, por lo que tomó su mano para guiarlo hacia las calles aledañas de la iglesia.
Fue entonces cuando el príncipe de Khaenri'ah comenzó a ver los primeros cuerpos, de aquellos desafortunados cuyas familias aún no podían obtener un ataúd, pues aun no llegaban los que el Ordo Favonius habían pedido a otros pueblos; por una cuestión de respeto a los caídos, las familias y vecinos utilizaron sábanas y manteles para cubrirlos. Kaeya no quiso mirar demasiado un par de ellos, pues los fallecidos tenían una estatura corta que lo llenaba de remordimiento; no obstante, ni siquiera al tratar de avanzar más rápido pudo librarse de ver a su querido Bennett, llorando lánguido sobre una de las sábanas, en medio de cuatro cuerpos, y con el resto de sus numerosos cuidadores cerca de él, para sostenerlo cuando se quedase sin fuerzas.
El estómago del príncipe se retorció, todo eso era su culpa, su pequeño Bennett estaba llorando por algo que tenía que ver con él, y no sabía si acaso otras personas que conoció tuvieron la misma suerte que algunos de los "padres" de Bennett. A lo lejos vio a Wagner y a Schulz, ayudando a otros hombres a apilar en carretas los cuerpos de quienes no estaban siendo llorados ni reclamados por alguien, para llevarlos a las fosas comunes; al menos verlos a salvo fue un pequeño alivio para Kaeya.
Dainsleif tomó la mano del príncipe Alberich y lo incentivó a seguir caminando, lejos de esos cuerpos, pero a medida que avanzaban solo había más, y alrededor de la iglesia, comenzaron a ver ataúdes de diferentes tamaños, rodeados de familias que lloraban sus pérdidas, entre ellos distinguió al sastre, que observaba un féretro abierto, donde Kaeya asumió que estaba su mujer, la costurera. El ojo de Kaeya comenzó a humedecerse, y se cubrió la mirada con una mano para contener sus lágrimas, Dain rodeó su espalda con un brazo, y quiso preguntar algo.
—¿Necesita que le traiga un poco de agua?
—Necesito salir de aquí...
—Está bien, podemos irnos, pero será difícil ver algo diferente a esto en la ciudad, todos los negocios están cerrados, incluyendo el motel —le dijo el alquimista, el príncipe comenzó a sentirse alterado.
—No me interesan los negocios ni me interesa follar en estos momentos, solo quiero estar solo y no tener que ver todo esto.
—Entiendo... ¿Qué lugar sugiere, príncipe? —le preguntó Dainsleif, Kaeya miró al cielo, sin ideas.
—Da igual... —Los dos guardaron silencio, estáticos en el frontis de la iglesia, el alquimista miró hacia la puerta.
—¿A cuántas personas de esta ciudad aprecia?
—Solo a unos cuantos...
—¿Teme no encontrarlos ahora? —cuestionó Dain, el príncipe Alberich se quedó helado—. ¿Es por eso que prefiere irse? ¿No quiere sorpresas desagradables?
—No es... —balbuceó Kaeya, no estaba pensando con claridad, porque aquella frase de Dainsleif le hizo pensar en Rosaria, en Lisa, en Amber, en Diluc, en Mona, incluso en conocidos como Fischl, Barbara, Jean y el pequeño Mika Schmidt—. Déjame estar solo por favor.
Al decir eso, el príncipe se alejó para dirigirse a la escalinata de la iglesia, Dain lo siguió con una disimulada sonrisa, y llegaron juntos a la capilla interior, donde la mayoría de los asientos fueron reemplazados por ataúdes de fallecidos de clase media alta y aristócratas. Kaeya observó a las familias, temiendo que fuesen conocidos de las personas que apreciaba; su primer consuelo fue ver a la joven Fischl parada junto a sus padres cerca de un ataúd, y ver a Barbara en la distancia ofreciendo agua y consuelo a los familiares de las víctimas.
No obstante, la presencia del pequeño Mika, Eula y Huffman, sentados en una banca frente a un ataúd, no le transmitió el mismo sentimiento de alivio; poco a poco fue acercándose a la urna abierta, tenía tanto miedo de lo que su corazón le estaba advirtiendo, que no se asomara a ver quien era la persona por la cual la capitana lloraba en silencio. Sin embargo cuando estuvo lo suficientemente cerca, el príncipe tembló al reconocer el rostro de Amber dentro de la urna, la familia Lawrence había mandado a vestir su cuerpo con un vestido blanco y un lazo a juego, rebanaron la madera de la flecha para que no sobresaliera ni un milímetro de su sien, y la peinaron para esconder la causa de muerte, logrando que su aspecto fuese angelical.
Kaeya se postró ante el ataúd y reposó los brazos sobre la cubierta, su llanto suave pero angustioso se mezclaba con los demás lamentos dentro de la iglesia, era uno más de entre todos los que habían sufrido pérdidas, pero se sentía aun más desgraciado, porque ella había muerto por salvarlo a él, dejó atrás todo lo que conoció, traicionó a su ciudad, por amor a su persona. Eula miró con recelo al príncipe, solo por respeto a su luto por Amber no iba a levantarse para golpear su rostro, pero sabía que ella se sublevó contra el Ordo Favonius única y exclusivamente por Kaeya Alberich.
Huffman tomó el hombro de la señorita Lawrence, los dos se miraron, él lo hacía con seriedad, puesto que quería darle a entender que no podía siquiera pensar en tener más ataques de ira, porque por su impulsividad, él debía pelear un duelo en su nombre, razón por la cual Eula evitó sus ojos azules con vergüenza. Mika quiso ponerse de pie, preocupado por Kaeya, su llanto contenido le rompió el corazón al pequeño, pero se quedó divagando en su asiento, mientras unas suaves manos tocaban la espalda del príncipe Alberich.
—Sir Kaeya... —susurró Barbara arrodillada a su lado, el príncipe miró hacia arriba, sintiéndose desgraciado, y a la vez bendecido por la presencia de un pequeño ángel.
—Lo siento querida... —dijo sin poder dejar de llorar, la joven lo abrazó y escondió su rostro lleno de lágrimas sobre el omoplato de Kaeya.
—No se disculpe, deje salir todo.
El corazón de Kaeya saltaba por su desdicha, su llanto se hizo más intenso al sentirse acompañado por la dulce Barbara, quien a pesar de no ser abrazada por él, seguía dándole su calidez, pues comprendía que los brazos del príncipe estuvieran ocupados tocando el ataúd de una buena amiga. Dainsleif observó a esa chiquilla desde la distancia, debido a su plan, debía maquinar algo que alejara a las personas que le daban esperanza al príncipe Alberich, porque si seguía permitiéndole ver la luz al final del camino, jamás iba a quebrar su espíritu.
—Lamento tanto su pérdida...
—Angelito, siento como si... como si ya no tuviera fe en nada —dijo Kaeya, la niña sollozó.
—Entonces, quédese aquí, podemos ayudarlo a recuperar su fe.
—Nada ni nadie podría hacerme confiar en Dios, ni siquiera usted o la hermana Rosaria —replicó el príncipe, Barbara tragó saliva, puesto que acababa de descubrir que Kaeya no sabía lo que había ocurrido.
—Sir Kaeya... Esto... —balbuceó la joven, temerosa de empeorar su estado; el príncipe de Khaenri'ah se irguió y bajó los brazos de la urna, para poder girarse a verle el rostro, el cual halló con una gran preocupación—. Nosotros no hemos encontrado a la hermana Rosaria...
De pronto Kaeya sintió un fuerte mareo, y se puso de pie de golpe, Barbara evitó a tiempo que se chocara contra ella, pero sufrió de un fuerte arrepentimiento por haberle dicho algo así al príncipe, ya que este se tocó la cabeza y comenzó a respirar como si se hubiese vuelto extremadamente difícil para él. Era como si lo que quedaba de su mundo se hubiera derribado, Kaeya sintió que ya no podía estar ahí, y comenzó a alejarse hacia la salida, tambaleante y desorientado como si fuese a desmayarse.
Huffman se puso de pie y lo llamó preocupado, Dainsleif fue tras el príncipe Alberich, no sin antes mirar de reojo a Huffman con recelo, cosa que hizo que el caballero volviera a tomar asiento; Kaeya salió del frontis y quiso bajar las escaleras en su deplorable estado, en consecuencia casi cae de bruces, sin embargo un anciano que iba en sentido contrario interpuso su brazo para retenerlo. El príncipe balbuceó unas palabras de agradecimiento con la mirada perdida, y continuó dejando caer sus pies sobre los escalones; Dain no planeaba acercarse demasiado, porque ese cambio tan brusco y errático en Kaeya solo podía significar que estaba al borde del colapso.
Tras casi tropezar y conseguir alejarse un poco de la iglesia, el príncipe de Khaenri'ah chocó contra la esquina de una vivienda, tocó sus paredes y comenzó a doblar las rodillas, para luego deslizarse hasta quedar hincado en el suelo, llorando por la aparente pérdida de su amada Rosaria, sin lágrimas, pues ya no tenía más de donde sacar. No podía sentirse más perdido y desolado que en ese momento, Amber estaba muerta, y las dos personas a las cuales había amado también lo estaban, como una maldición, como un castigo por haber traído el caos a la ciudad, por haber hecho que cientos de personas también sufrieran pérdidas como él; no obstante, recordó otro nombre, y con desesperación trató de levantarse para ir en su búsqueda, y así saber si realmente había perdido todo.
*****
Kaeya se fue caminando rápido hasta "El obsequio del Ángel", estaba mareado, pero quería con todo su corazón ir a ese lugar; no recordó que todos los sitios de Mondstadt estarían cerrados por el luto, por lo que se agarró la cabeza cuando nadie le abrió por la entrada principal, desesperado por la posibilidad de no encontrar a su hermano tal y como ya no iba a encontrar a Amber y a Rosaria. Entonces corrió a la puerta trasera, y la golpeó, antes de comenzar a llamar el nombre de Diluc mientras lloraba, hasta caer de rodillas, sin fuerzas para seguir luchando por mantenerse vivo.
Sin embargo, percibió algo que lo hizo quedarse callado, luego giró suavemente la cabeza, y vio a su antiguo hermanastro parado al inicio de ese callejón, mientras lo miraba desconcertado y angustiado; el joven Ragnvindr se preguntó por qué Kaeya seguía en Mondstadt, si todo ese revuelo tuvo que ver con él, lo mínimo que esperaba era que su amado hubiese obtenido al menos su libertad. El príncipe Alberich se puso de pie, su triste mirada se llenó de esperanza cuando vio a su hermano del alma ahí, tan cerca de él y sin un solo rasguño, por eso se puso de pie, y corrió para lanzarse a sus brazos.
—¡Diluc! —Los dos se abrazaron al mismo tiempo, Kaeya restregó su rostro en el pecho del joven Ragnvindr, y este lo apretó y acarició su espalda, desbordando la pasión que sentía por él.
—Kaeya... ¿Cómo es que...?
—Los mataron, mataron a mi Albedo, mataron a Amber, mataron a Rosaria —dijo el príncipe, Diluc se estremeció, de entre todos los nombres, el de Albedo era el que más lo choqueaba—. Por favor no me dejes, si te pierdo a ti voy a enloquecer, te lo suplico...
—No puede ser... —susurró el maestro Diluc, era difícil asimilar que alguien como Albedo hubiera muerto, alguien poderoso e inteligente, alguien que a pesar de haber sido quien acaparaba todo el amor y el deseo de Kaeya, llegó a considerar un amigo y compañero.
No obstante el joven Ragnvindr no podía permitirse llorar su muerte, pues el príncipe Alberich lo necesitaba, firme e inquebrantable a su lado, brindándole su amor y comprensión, para reparar las piezas rotas de su corazón trizado por mil perdidas. Dainsleif los observaba, le había parecido que la pequeña Barbara era una amenaza, pero el verdadero peligro radicaba en Diluc Ragnvindr, quien tenía más historia con Kaeya, y que era lo suficientemente importante para que este buscara sus fuertes brazos para recibir consuelo.
—Diluc, por favor quédate conmigo, te amo, eres lo único que me queda en este mundo, no quiero perderte —dijo el príncipe de Khaenri'ah restregando su frente en el pecho de su hermanastro, como un niño pequeño; el corazón de Diluc se aceleró, sintió que el aumento de calor le recorrió las venas, y que sus pupilas aumentaron de tamaño.
—¡Te amo! —El joven Ragnvindr sostuvo la cabeza de Kaeya y le echó la espalda ligeramente hacia atrás, mientras colocaba la boca sobre su cuello, en un abrazo más íntimo y apasionado—. ¡Nunca he dejado de amarte Kaeya, lo eres todo en mi vida!
—Con cuidado... —le pidió el príncipe Alberich un poco incómodo, mas Diluc le acarició la espalda, sintiéndola con lujuria.
—Yo juro que no volveré a abandonarte, voy a hacerlo todo de mejor manera, yo mismo te sacaré de aquí con mis propias manos.
—¡No digas eso!
—Voy a hacerme responsable por lo que te hice vivir, te daré la libertad y todo mi amor, solo a ti y a nadie más. —De pronto Kaeya movió las manos para sostener las mejillas de su hermano, y lo miró a los ojos con miedo.
—Si quieres que sobreviva, no me prometas libertad, porque solo podré seguir respirando si tu estas vivo, te necesito vivo... —le pidió el príncipe, Diluc se sentía pleno por oírlo decir palabras tan intensas, incluso excitado, fantaseando que comenzaban a besarse en ese mismo sitio, para luego llevárselo en brazos hasta su cuarto del local.
—Te prometo que viviré, porque te amo, Kaeya... —dijo mirándolo directo a los ojos.
El príncipe se sintió muy extraño, no percibía ese "te amo" como algo fraternal, le causaba miedo, pues aunque tenía recuerdos enterrados de su adolescencia, algunas actitudes del joven Ragnvindr eran incómodas, su forma de hablar, su mirada y la manera en que le tocaba la espalda, como si fuese un amante en vez de un hermano. Dainsleif notó lo mismo, supuestamente Kaeya y Diluc habían sido criados por el mismo padre, sin embargo, era demasiado evidente que uno de ellos deseaba al otro con locura.
Y por un momento, sintió mucha ira por eso, otro enamorado del príncipe Alberich, al cual veía tanto como un obstáculo en sus planes asesinos, como más competencia de entre todos los que querían poseerlo y recibir placer de él. El maestro Diluc rozó su nariz sobre la de Kaeya, como un preámbulo del beso que deseaba darle, el príncipe de Khaenri'ah se paralizó, porque anhelaba su afecto, pero no tenía claro si lo quería de esa forma; fue entonces cuando el alquimista se acercó más.
—Príncipe Alberich —dijo Dain, Diluc reaccionó y dejó de mirar con deseo a Kaeya—. Lo vi salir muy apresurado de la iglesia ¿Qué fue lo que ocurrió?
—Es que... me enteré de la muerte de dos de mis mejores amigas, no lo resistí, así que me fui corriendo.
—¿Ustedes dos son...?
—Como te había contado Dainsleif, Diluc y yo fuimos hermanastros durante algunos años, no pienses cosas extrañas —respondió el príncipe, lo cual decepcionó al joven Ragnvindr.
—Entiendo... Si estar con su hermano lo hace sentir mejor, estaré cerca de ustedes hasta que caiga la noche.
—¿Este es alguna clase de vigilante del rey? —le preguntó el maestro Diluc a Kaeya.
—Soy el Jefe Alquimista previsional, no pertenezco a la guardia real.
—Pero estás aquí cumpliendo el rol de soplón ¿O me equivoco?
—Sí, te equivocas. El príncipe Alberich fue llevado a un calabozo luego del ataque terrorista, tuve que intervenir en su favor para que lo sacaran de ahí.
—Oh... —Kaeya se mantuvo entre los brazos de su hermanastro, algo receloso de Dain, pues era un recordatorio andante de que su situación en el palacio se volvió mucho más complicada y hostil—. Gracias por sacarlo de ahí.
—No es nada.
—Oye Kaeya, lamento tener que preguntarte esto, pero... ¿Qué ocurrió con el cuerpo de Albedo?
—No estoy seguro, la noche fue tan espantosa que...
—Está bien, no lo recuerdes. Estoy aquí contigo —le dijo mientras lo abrazaba con ternura.
—Lo último que recuerdo es que lo metieron a una bolsa, y lo trajeron aquí, de vuelta a esta horrible ciudad —dijo el príncipe, Diluc miró hacia el horizonte.
—Si fue así, entonces su cuerpo debe estar en una fosa común. —Kaeya miró preocupado a su hermanastro, quien luego tomó sus hombros con delicadeza para verlo a los ojos—. ¿Quieres darle una adecuada sepultura?
El príncipe de Khaenri'ah titubeó, no quería volver a ver el cuerpo sin vida de su amado, pero al mismo tiempo, quería rescatarlo de esa fosa y darle un digno entierro, por lo que asintió muy inseguro. Dainsleif siguió analizando a Diluc y su desconcertante manera de mirar a quien alguna vez fue su hermano, con el paso de los años no le sorprendían las conductas inmorales en las personas, pero no era esa su razón por la cual estaba comenzando a interesarse en ese tipo, ya que le parecía muy curioso que sus intenciones románticas no fueran ni por asomo mutuas por parte de Kaeya; si tomaba en cuenta ese detalle, solo era cuestión de tiempo para que ellos se distanciaran.
*****
Sucrose se quedó frente a la sastrería, para ella era una obviedad que todos los negocios de la ciudad iban a encontrarse cerrados, sin embargo esa instancia le ayudó a tener más momentos de introspección; a partir de ese punto, su vida jamás volvería a ser la misma, solo bastaba con que Kaeya o Dainsleif hablaran, para que todos sus conocidos, Mona, Lisa y Jean le dieran la espalda, así que solo iba a tener al rey. Y aquello no era alentador, después de todo, su soberano era todo menos un buen hombre, tan narcisista, sádico y hedonista, que ella debía jugar muy bien sus cartas para no dejarse pisotear por él.
Ya nada podría hacer contra su apetito sexual, iba a resultar inevitable que Barbatos dispusiera de ella a cualquier hora del día, y eso le ponía los pelos de punta, porque su persona no le producía ni una pizca de deseo, en cambio él si que lo sentía por su cuerpo. De todos modos, el único camino era dejarse tomar por el rey, y por ello pensaba comenzar a cuidar su aspecto, beber aqua vitae para mantenerse joven como él, y acompañarlo a sus eventos de alta alcurnia, aunque le resultasen superficiales y aburridos.
La alquimista se fue caminando rumbo a su habitación en el hostal, aquella que había sido su "nido de amor" con el doctor Baizhu, donde perdió su virginidad y se entregó a los bajos placeres de ese hombre; cuando abrió la puerta empezó a tener vividos recuerdos de lo que ocurrió en ese lugar, casi podía sentir sus manos expertas en puntos erogenos, su boca sobre su zona pélvica, su interior lleno y caliente, la piel de una serpiente recorriendo sus cuerpos. Esas memorias aún la quemaban por dentro, pero sentía ira, un odio creciente hacia Baizhu por haberla lanzado al infierno, y una desilusión hacia Albedo que derivaba en rabia y desesperación, porque Sucrose no quería admitir que en el fondo, hubiese deseado que las cosas fueran diferentes.
Dio un par de pasos más, y encontró la escotilla del piso, donde guardaba sus preciados huesos de animales, le pareció que ya no tenía sentido esconder esa parte de su vida, por lo que buscó una gran bolsa de tela para meterlos y reubicarlos dentro de su laboratorio. Luego de guardarlos, fue hasta el cuarto y miró la cama, alli comenzó a sollozar, porque se odiaba a sí misma por no poder olvidar el placer que sintió en manos del doctor Baizhu, por desear algo medianamente parecido a lo que experimentaba cuando tenían sexo y él le susurraba que era hermosa, y que no habia nada de malo en ser ella misma.
Pero no quería seguir pensando en ello, así que le dio la espalda a la cama y abrió el armario, para mirar todo su guardarropa, camisas blancas, pantalones de hombre, prendas de abrigo feas pero funcionales, faldas largas, sin enaguas para darles volumen, solo medias para cuando hacía frío. Jamás quiso vestirse de esa manera, pero en ese entonces se asumía una mujer horrible, de manera que solo utilizaba ropa cómoda, no la que en verdad deseaba usar; observando aquellas prendas, se cuestionó lo que debía hacer con ellas, el rey Barbatos hubiese decidido desde un principio romperlas en mil pedazos o quemarlas, pero Sucrose no estaba convencida.
«Yo soy una mala persona, las malas personas no tendrían problemas con destruir todo esto... Pero sería tan ineficiente e irracional, que me sacaría de quicio».
Por esa razón, en lugar de romper las telas con sus manos, decidió doblarlas de forma ordenada, y ponerlas en dos cajas; una vez lista, observó por última vez ese sitio, queriendo dejar atrás para siempre esos recuerdos que ardían en su mente. Entonces hizo un nudo en su saco de huesos, lo apiló sobre las dos cajas y salió de ahí; cuando llegó a la calle, se acercó a la fuente más cercana, y dejo allí las cajas para que cualquier persona dispusiera de su contenido.
*****
Diluc rodeó la espalda de Kaeya con su brazo durante todo el trayecto a los barrios bajos, porque quería hacerlo sentir protegido, y a la vez marcar territorio delante de Dainsleif, quien iba detrás de ambos, vigilándolos, celoso del joven Ragnvindr, porque a pesar de que sabía que en algún momento él y el príncipe volverían a alejarse, no dejaba de parecerle irritante que quisiera mantener al mayor objeto de deseo de ambos, solo para él mismo. Cuando llegaron a las fosas comunes, fue el maestro Diluc quien se ofreció a registrarlas una por una para encontrar el cuerpo de Albedo, entre varios cadáveres de personas de bajos recursos que murieron durante el atentado.
Aquello fue aprovechado por Dain, quien abrazó a Kaeya lleno de pasión, no estaba yendo muy bien su plan de hacerlo sentir solo y desamparado, pero si Diluc iba a estar estorbando, al menos quería tocar al príncipe un momento para darle una cucharada de su propia medicina al joven Ragnvindr. Este último se cubrió la nariz por el olor pútrido de los cadáveres en descomposición, era vomitivo, pero no había otra forma de encontrar el cuerpo de Albedo si no se asomaba a mirar.
No obstante, no tuvo que seguir en esa labor por mucho tiempo, pues a lo lejos, en otra de las fosas comunes, vieron emerger a Mona Megistus de su interior, con un cuerpo al hombro, el cual rápidamente depositó en la superficie para no seguir resistiendo su peso; el príncipe observó pasmado aquella aparición, e instintivamente escondió la cara contra el pecho de Dainsleif, para no tener que ver una vez más al amor de su vida en esas condiciones. La astróloga se impulsó con los codos para salir de la fosa, y quedó arrodillada sobre el suelo de tierra, para arrastrar un poco el cuerpo de su mejor amigo, voltearlo boca arriba y apoyarlo sobre su regazo; Mona tocó las mejillas de Albedo, ya estaba algo hinchado, extremadamente pálido y apagado, con toda la ropa apelmazada de su sangre seca, y la herida del cuello sellada por costras.
Ella comenzó a llorar desconsolada, y le susurró a su amigo que ya estaba ahí para él, también se disculpó más de una vez, mientras sus lágrimas limpiaban un poco las mejillas sucias del cuerpo de Albedo; de pronto, un caballero de Favonius salió de una callejuela y se acercó a la astróloga con hostilidad, luego la tomó del brazo y la obligó a ponerse de pie. El rey no dio ninguna orden con respecto al cadáver, pero los propios caballeros se pusieron de acuerdo en impedir que alguien quisiera darle sepultura a un traidor, así que ese soldado increpó a Mona violentamente.
La astróloga dijo su nombre en voz alta, con firmeza y orgullo, e igual de altanera agregó tener el derecho de darle entierro en su panteón familiar a quien ella quisiera; el caballero por un momento titubeó, pero le respondió que sin importar si era una aristócrata, sepultar a un traidor era también un acto de traición, a menos que quisiera pagar un precio por su silencio. Mona no dudó en buscar su monedero, pero con solo tocarlo supo que estaba casi vacío, por lo que nerviosamente le ofreció un "pagaré"; no obstante el caballero le agarró la cintura y la barbilla, sugiriéndole otra clase de pago.
Antes de poder propasarse con ella, Diluc agarró el brazo del soldado, y lo retorció con tanta fuerza que este cayó de rodillas gritando de dolor; sin embargo no tuvo un respiro, pues el joven Ragnvindr levantó la rodilla para golpearle la boca, haciéndole sangrar los dientes. Al soltarlo, el caballero retrocedió de espaldas en el suelo, llorando asustado, Diluc bufó, con ganas de descargar más frustraciones sobre ese tipo, pero Dainsleif interfirió, diciéndole al soldado que como nuevo Jefe Alquimista, consideraba que lo que ocurriera con un cuerpo sin vida ya no era de importancia, ni era indicativo de traición moverlo lejos; por un lado estaba Dain tratando de convencer al caballero con su estatus, y por otro, el maestro Diluc con su mirada seria y despiadada, factores que hicieron que el soldado se pusiera de pie y saliera corriendo por su vida.
Cuando se alejó, el joven Ragnvindr cargó en sus brazos a Albedo, viendo receloso como Dainsleif volvía a abrazar a Kaeya para que no lo viera, y se fueron juntos hacia el cementerio de la ciudad; el príncipe Alberich parecía ausente mientras caminaban por los adoquines, Mona en cambio avanzaba sería, firme, pero con las lágrimas brotando sin parar. Durante el largo trayecto, Diluc miró en un par de ocasiones el rostro de quien fue su amigo y "rival", seguía pareciéndole inaudito que ese fuera su final, no sabía las circunstancias de su muerte, pero quién lo hubiera hecho, iba con las intenciones claras de que no tuviese escapatoria, y que fuera tanto letal como rápido.
En el cementerio, había decenas de personas en el sector de la clase media, y solo un par en los grandes panteones de la aristocracia; como ellos traían un cuerpo descubierto, iban a llamar demasiado la atención si ingresaban por la entrada principal, así que Mona se secó las lágrimas, y se acercó a unos sepultureros para pedirles que los dejasen pasar por alguna de las puertas de empleados. Diluc dejó un momento a Albedo en el suelo, se acercó a la astróloga, y le susurró que sacara algo de su bolsillo, ella lo hizo, y supo que el monedero del joven Ragnvindr estaba lleno, y que él le daba su permiso para utilizarlo para pagar por la ayuda de los sepultureros.
Una vez remunerados, les abrieron una puerta en la parte trasera, Diluc siguió cargando el cuerpo, y Mona les pidió que abrieran el panteón de los Megistus, y el ataúd más antiguo, donde los huesos de su tatara abuelo ya estaban roídos y casi hechos polvo por el paso del tiempo; en ese féretro el maestro Diluc depositó a su amigo, Dainsleif entró junto a Kaeya dentro de ese amplio mausoleo, y se quedaron mirando la urna abierta. La astrologa suspiró, y dijo que Albedo había sido casi un hermano para ella, y que por ende, era un deber y un honor enterrarlo con su familia; agregó además que aunque ella aceptaba el destino escrito, nunca iba a dejar de tener sentimientos encontrados con respecto a esa pérdida, porque el amor siempre iba a pesar más que el deber cósmico.
El príncipe había comprado una rosa roja cuando Mona negoció con los sepultureros, así que se acercó al ataúd, tomó suavemente la mano del amor de su vida, y colocó la rosa para que Albedo la sostuviera; en ese momento ya no tenía más lágrimas, pero su expresión era de melancolía, y a la vez de resignación. Diluc pronunció unas palabras, sobre su breve y en un principio tensa relación con Albedo, que luego derivó en una extraña amistad, en respeto por quien él fue y no en su estatus dentro de la corte del rey.
Como Kaeya aún no podía decir una sola palabra, Dainsleif dijo que jamás iba a olvidar la primera vez que se cruzó con ese joven alquimista, siendo un niño prodigio dentro de la Akademiya, alguien que por su madurez y exorbitante talento, le causó una instantánea admiración. El alquimista no se dio cuenta de la sutil mirada de desdén en Mona Megistus, pues hizo una pausa para reflexionar en su mente sobre su propia hipocresía, en el gusano despreciable que era por sacrificar la vida de alguien que en verdad apreciaba y respetaba; no obstante finalizó su discurso diciendo que, ya fuera que su alma estuviese en el paraíso o reencarnando, le deseaba lo mejor.
Hubo un gran silencio, los tres miraban al príncipe Alberich esperando que se pronunciara, Diluc estuvo a punto de intervenir y decir que no era necesario que hablara, pero Kaeya pudo abrir los labios con determinación.
«Si nunca te hubiera conocido, si nunca hubiera sentido este amor, yo no tendría la fe que siento en mi valía, en la bondad escondida en mi corazón; si nunca te hubiera conocido, no sabría que puedo amar de verdad y hacerlo con tanta fuerza. Si nunca te hubiera conocido, yo habría perdido la fe hace tantos años, y me asusta decir con tanta certeza, que ya no estaría en este mundo; pero si bien me gustaría admitir que hubiese deseado poder salvar tu vida alejándome de ti, sé que tú no lo querías así, me lo recalcaste varias veces, así que, solo puedo darte las gracias, por haberme amado hasta el final... Te amo Albedo...»
Todos guardaron silencio, el joven Ragnvindr sentía algo atorado en el pecho, por haber pasado tanto tiempo creyendo que Kaeya no sabía amar a nadie más que a sí mismo, para darse cuenta demasiado tarde de todo el dolor que había pasado, de todos los amores, fraternales o románticos, que perdió. Para Dainsleif la situación era incómoda, porque la culpa estaba ahí en su subconsciente, pero no podía reconocerla ni dejarla salir libre, porque para un monstruo como él ya no había vuelta atrás; Mona en cambio se deshizo en lágrimas, cayendo de rodillas al pensar en el amor que dejó atrás su amigo del alma.
Entonces decidieron que ya era tiempo de cerrar la urna y sellar el panteón, el príncipe dio una gran bocanada de aire, y observó sus pies mientras pensaba en el significado de la muerte, y en la vida después de esta; por ello dejó atrás a sus acompañantes, y fue hasta la entrada principal para comprar una rosa blanca. Sabía que aún lo estaban siguiendo de cerca, pero quería andar por cuenta propia, buscando mausoleo por mausoleo el apellido que necesitaba ver; y luego de muchos años sin haberse atrevido a pisar ese sitio, Kaeya encontró el nombre de su amado padre, Crepus Ragnvindr, se puso de rodillas, y apoyó la rosa blanca en el mármol.
—Tiene un ramo de flores frescas... —pensó en voz alta, Diluc se paró detrás de él, mirando con tristeza el panteón de su familia.
—Vengo cada semana a reponerlas —le explicó su hermano, el príncipe Alberich suspiró.
—Perdóname Diluc, tu has cargado con su luto desde hace 9 años, mientras yo...—El joven Ragnvindr se arrodilló a sus espaldas, le tocó los hombros y besó su cabeza.
—No te preocupes, ahora entiendo que tuviste tus razones.
—No es cierto, muchas veces tuve tiempo de venir a verlo, pero nunca lo hice... Y la razón es, porque tenía tanto miedo de que al ver su tumba, comenzara a pensar en la vida después de la muerte, lo cual es una teoría que me desespera.
—¿Por qué?
—Porque, si hay vida después de la muerte, y el espíritu de papá puede observarnos... Sé que estaría sufriendo demasiado por mi culpa.
Diluc comenzó a llorar, con algo atorado en la garganta, el remordimiento de imaginar lo mismo que Kaeya, solo que en su caso, imaginando a su padre, completamente decepcionado de él, de sus decisiones y sus pecados.
—También me asusta eso...
—¿Lo entiendes verdad? Si papá nos observa, sé que lo he hecho llorar demasiado —dijo Kaeya al voltearse, en ese instante volvía a tener lágrimas, y parecía tan inocente y sensible como un niño pequeño.
—Yo tengo fe en que él está en un lugar mejor, fue el hombre más bondadoso y honorable que conocí, así que, debió ser premiado con el paraíso. Por esa razón, no llores por favor... —Diluc abrazó al príncipe, y este lo abrazó también, ambos estaban llorando, pero al menos lo hacían unidos otra vez, sin peleas ni malos entendidos, juntos por el mismo sentimiento.
*****
Dainsleif se ofreció a llevar a Kaeya de vuelta al palacio, bajo la promesa de no dejar que el rey se le acercase, el joven Ragnvindr parecía convencido de sus palabras, pero Mona solo evitaba mirarle la cara, con la certeza de que ese alquimista era "la amenaza milenaria" de la cual le habían hablado las estrellas. De todos modos, la astrologa tenía el deber cósmico de no intervenir en el cumplimiento del destino, por lo que no advertiría a nadie sobre lo que les deparaba, y de hacerlo, siempre iba a utilizar un lenguaje ambiguo.
Aunque a veces lo que veía en las estrellas y en sus epifanías era igual de críptico, el mismo joven que iba a su lado, Diluc Ragnvindr, estaba representado por la constelación Noctua, un ave rapaz, guardián solitario que anhela el brillo cálido del amanecer, pero que está condenado a la oscuridad de la noche. Bajo esa descripción y los designios de sus visiones, no podía decir que era reacia a su compañía, pero sí que le causaba mucha incertidumbre si el maestro Diluc se resistiría a la oscuridad, o si iba a abrazarla como una hermana.
El joven Ragnvindr era muy silencioso, pero se dispuso a proteger a Mona de alguna represalia por darle sepultura a Albedo, así que mientras la escoltaba a su hogar, trató de preguntarle cosas para mantener una conversación. Una de sus inquietudes sobre el destino, era si iba a conseguir el amor de una persona, la astróloga le respondió que ella ya no podría ver las estrellas para él, porque iba a huir de Mondstadt antes de que la acusaran por traición, pero que de todos modos, ya había visto el destino de Diluc, y que aunque este iba a gozar de un par de amantes, estos no se quedarían en medio de su solitario camino.
El maestro Diluc bufó decepcionado, todo lo que deseaba era tener a Kaeya para sí mismo, aunque fuera por breves momentos; fue así como su mente se fue a unos frívolos pensamientos, como volver a fingir ser el Héroe Oscuro, para tocar a su antiguo hermanastro sin revelarle su verdadera identidad. Luego de eso imaginó alguna excusa para hacer otro trato con él, tal vez Kaeya desearía nuevamente destruir la reputación de Barbatos y complotar contra él, y eso podría llevarlo de vuelta hasta los brazos de su alter ego; no obstante, se dio cuenta de que ese plan contradecía sus deseos amorosos de liberarlo y llevárselo a un lugar seguro, lejos de todo el mundo, y se sintió ansioso por la fantasía retorcida que en pocos segundos había creado.
De pronto, antes de llegar al barrio residencial de la alta sociedad, Mona vio en la distancia a Sucrose, cargando con ella un saco amarrado en la punta; Diluc tardó un par de segundos en notar que la astróloga no le estaba siguiendo el paso, y que en cambio se quedó inmobil mientras observaba a la alquimista. Repentinamente, Mona se alejó caminando rápido, imbuida por un sentimiento de odio, que la hizo arremeter contra Sucrose con una fuerte bofetada en la mejilla; el joven Ragnvindr se quedó descolocado en su lugar, y la choqueada alquimista se tocó la cara mientras su antigua amiga le dedicaba unas palabras.
—¡Maldita seas! ¡Tú...! ¡Asesina! —le gritó la astróloga, Sucrose se quedó erguida, con la boca cerrada y los ojos húmedos—. ¡Tú lo mataste! ¡Nunca te lo perdonaré!
Diluc abrió la boca, con solo oírla supo que Albedo cayó de forma tan sencilla, porque alguien de su confianza lo apuñaló por la espalda; la alquimista miró hacia abajo, pensando en lo que acababa de decir Mona, mas luego comenzó a dar pausados aplausos, que desconcertaron tanto a la astróloga como al maestro Diluc.
—Bravo, Mona la omnisciente volvió a acertar —dijo Sucrose aplaudiendo mientras se miraba los pies, Mona dio un paso atrás.
—No soy omnisciente, yo solo...
—¿Oh en serio? ¿Y quién te dijo que había sido yo? —cuestionó la alquimista al levantar la cabeza, Diluc empezaba a sentir la misma ira que sintió Mona en un principio, pero ella ya no estaba exaltada, porque aquella pregunta la dejó fría—. ¿Fue Kaeya? Dudo que haya tenido la fuerza de decirlo sin llorar.
—Ya no tartamudeas... —murmuró el joven Ragnvindr acercándose con lentitud a Sucrose, quien inmediatamente retiró sus tijeras afiladas, para empuñarlas como un cuchillo.
—No fue Kaeya quien...
—¿Ah sí? Ya veo, ya veo. Entonces tú, la que lo sabe todo, dejó morir a su mejor amigo en mis manos ¿Lo vas a negar?
—¿De qué está hablando? —preguntó Diluc.
—¡Yo no lo sé todo!
—Pero sabías que yo lo maté ¿Se lo preguntaste a las estrellas? ¿Y qué te dijeron?
—Sucrose...
—Vamos, dilo. Tu el ser místico y omnisciente que puede ver el destino en las estrellas, viste la muerte de tu mejor amigo ¿Pero qué fue lo que viste de mi? —Mona se quedó callada, el maestro Diluc ya no tenía intenciones de atacar a la alquimista, pues deseaba oír a dónde los llevaría todo eso—. Viste solo lo que te convenía de mi destino ¿No es así?
—Mi don no funciona así, yo no veo lo que me conviene, solo lo que es esencial, no puedes juzgarme por...
—Claro, no era esencial ver como me endulzaban el oído para mancillarme por proteger al señor Albedo —dijo Sucrose, Diluc y Mona abrieron los ojos—. No era esencial saber nada más que el crimen que iba a cometer ¿Será porque nací para matarlo?
—¡Ya cierra el pico! —exclamó el joven Ragnvindr tenso y nervioso, la alquimista empuñó las tijeras por delante, asustada de él, pero dispuesta a defenderse.
—Y ahora tienes un perro guardián Mona ¿Sería justo para ti asesinar a alguien que juzgas como asesina? ¿Tu moral te lo permitiría?
—Diluc, no te metas —le dijo por lo bajo.
—Ustedes dos no saben lo que se siente quitar una vida... —dijo Sucrose, Mona sintió remordimiento al ver sus ojos llorosos y su sonrisa de dolor y resignación.
—Yo sí lo sé —gruñó el maestro Diluc, la alquimista fingió una risa, mientras la astróloga tragaba saliva.
—Ya te dije que no te metieras, Diluc.
—Supongo que eso fue todo, mañana lo sabrán los demás y reaccionarán igual que tú —reflexionó la alquimista cabizbaja—. Nadie preguntará el porqué, ni siquiera tú que con tu don puedes ver que seré una asesina por el resto de mi vida, porque eso es lo que haces, dispones de lo que otros no pueden saber, para juzgarnos a todos los demás.
—Sucrose... ¿Por qué...?
—¿Te conviene saber el porqué? Digo, rompería ese modelo que tienes de tus enemigos si te lo empiezas a preguntar. Tal vez lo mejor que puedes hacer es decirle al círculo de intelectuales, enviar cartas a Sumeru, decirle a su madre y hermana que yo lo maté.
—Deja de hablar como si fueras la víctima —le espetó Diluc, Sucrose se rió—. Nada de lo que digas para justificarte, nos traerá a Albedo de vuelta. Así que cállate de una puta vez antes de que te quite esa sonrisa del rostro.
—En eso tienes razón, de nada sirve seguir con esta conversación —dijo la alquimista, luego se dio la vuelta y tomó su saco para seguir su camino—. Es hora de volver a mi puesto de ser la nueva puta del rey, al menos eso le dará un respiro a nuestro querido príncipe Alberich ¿No es así?
Diluc quiso ir corriendo para agarrarla del cuello y estrangularla contra el piso, sin embargo Mona se interpuso y lo detuvo poniendo las manos en sus clavículas, pidiéndole parar; Sucrose solo los escuchó quieta y sin mirar, más que resignada a la soledad y el desprecio por el resto de su vida.
*****
Dainsleif llevó a Kaeya de vuelta al palacio, le pidió no acercarse a la torre del rey por órdenes de este mismo, así que le sugirió dormir con él al menos esa noche; el príncipe dudó sobre las intenciones del alquimista, pues habían tenido un par de encuentros carnales, y temía que cualquier hombre que sintiera deseo por él, se dejara llevar por los bajos instintos ante la primera oportunidad que se diera. Aun así no había otra opción, dentro de ese palacio lo consideraban un terrorista, por lo que ya no podría acercarse a Barbatos, y eso en parte era un enorme alivio para él.
El príncipe Alatus seguía en el patio de entrenamiento cuando los vio pasar, escuchando a los empleados supo que el príncipe Alberich había atacado al rey con los dientes, y aunque eso en su estado natural lo habría instigado a darle una paliza, algo en su interior le pidió cautela. Alatus se quedó en su sitio mientras volvía a tener el pensamiento de lo que él haría si estuviese secuestrado, le costaba juzgar tan duramente a Kaeya como solía hacerlo, porque el hecho de defenderse y atacar con uñas y dientes luego de su captura, le parecía lo más valiente que había hecho el príncipe de Khaenri'ah en toda su "inútil" vida.
De pronto vio pasar a la alquimista de Venti, que a juzgar por su rostro enrojecido y húmedo, en contraposición con su expresión seria y orgullosa, había estado llorando; eso volvió a hacer sentir inquieto al príncipe de Liyue, después de verla miserable empotrada contra la cama del rey, un privilegio que él nunca tuvo, le daba la impresión de que el llanto de la muchacha se debía a esa experiencia. El solo hecho de estar pensando en su amado Barbatos como un hombre sin honor, puso tan nervioso a Alatus que decidió acercarse a Sucrose, que iba con su saco de huesos rumbo al laboratorio, donde pasaría la noche sin salir para no ver a los ojos al príncipe Alberich.
—Oye —la llamó Alatus, ella dejó el saco en el piso y dio la vuelta para reverenciarlo por cortesía—. ¿Cómo te llamas?
—Sucrose. Ya nos habíamos visto, pero nunca cruzamos palabra.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo con inseguridad, la alquimista asintió indiferente—. ¿Qué tipo de relación tienes con el rey?
—¿ A qué viene esa duda? Por supuesto que es una simple relación laboral.
—¿Estás segura de eso?
—¿Qué es lo que le hace dudar? —cuestionó la joven, Alatus estaba dubitativo, y el pudor se le notaba en la coloración de las mejillas; Sucrose se quedó helada—. ¿Vio algo?
—Ustedes dos, estaban en la cama... —murmuró el príncipe, la alquimista cerró los ojos irritada y avergonzada.
—Un rey puede tomar lo que le plazca, ese fue el caso.
—¿Tú querías? —le preguntó Alatus, Sucrose estaba en jaque, pues efectivamente no quería ser tocada por Venti, su forma de hacerlo le parecía poco placentera, su cuerpo no le causaba deseo, y pensar en su edad le daba asco; pero si le confesaba eso a un aliado del rey, iba a crear un conflicto y solo ella sería castigada.
—No lo llamaría "querer", pero si acepté sus deseos.
—Pero él incluso te pidió que lo besaras en la boca... —dijo Alatus inseguro y muy celoso.
—Un beso en la boca no siempre tiene implicaciones románticas ¿Es eso lo que le preocupa? —El príncipe de Liyue no respondió, porque no solo tenía la preocupación egoísta de que alguien más gobernara el corazón de Barbatos, también tenía miedo por ella y sus ojos tristes.
—Confieso mi devoción al rey, pero...
—Si es así, no tiene nada que temer, una plebeya con conocimientos limitados de alquimia nunca superará a un miembro de la realeza. Tome esto como si el rey simplemente tuviera un juguete nuevo.
—¿Un juguete...?
—Es como un niño pequeño, cuando le regalan un juguete nuevo, ese juguete parece ser su favorito durante un par de semanas, luego de eso, se aburre.
—¿Cómo sé que yo no soy un juguete también?
—El rey le da prioridad a quienes tienen sangre azul, todos los demás amantes que pueda tener solo somos un pasatiempo —lo consoló Sucrose, pero el príncipe aún temía por la insistencia que vio en Venti cuando ella se negaba a besarle la boca—. No tema por los sentimientos del rey, yo solo soy su nuevo juguete.
—¿Y eso te gusta? —preguntó, ella respondió con silencio—. ¿Estás bien con eso?
—Solo lo acepto —dijo la alquimista, para luego recoger sus cosas y seguir su camino hasta el laboratorio—. Fue un gusto hablar con usted, príncipe Alatus.
*****
Kaeya se quedó sentado en la cama de Dainsleif, el cuarto que le proporcionaron en su llegada no era digno de un alquimista, era uno muy pequeño y estrecho donde solo cabía un catre individual, así que el principe se preguntó si acaso esa noche podrían dormir los dos en la misma cama. Dain estaba saliendo del laboratorio con una bandeja de comida cuando se cruzó con Sucrose, y se excusó con ella diciendo que quería ordenar su desorden antes de comerse un refrigerio en su habitación, la joven levantó los hombros con indiferencia y se metió ahí, sin ganas de preguntarle nada, porque no le interesaba.
El alquimista se sintió nervioso luego de ese encuentro, esperaba que ella no empezara a cuestionarse cosas con respecto a él, después de todo, escondió muy bien el frasco de veneno que iba a utilizar día a día en los alimentos que le iba a servir al príncipe Alberich, para deteriorar poco a poco su salud, y finalmente culpar de su muerte a su estado anímico. Porque luego de oirlo hablar de Albedo en el funeral, y ver que a pesar de todo, siempre habría alguien en quien depositaría sus fuerzas para vivir, Dainsleif dio por perdida su idea de inducirlo al suicidio.
De todos modos, tenía en mente algunos métodos para quitarle la vida en menos de tres días, porque admitió en su subconsciente, que ver tan triste a Kaeya le causaba mucha culpa y deseos de abrazarlo y besar sus apetecibles labios; aquella idea era alarmante para Dain, porque ya no podía imaginar al príncipe en otra situación que no fuese sexual o afectiva, e incluso si pensaba en planes para cumplir su misión, era incapaz de visualizar su cadáver sin ponerse nervioso. Por lo que, con la bandeja de sopa con una pequeña gota de veneno y un trozo de pan, se metió en su habitación para llevarle la cena al hermoso príncipe, quien se encontraba sentado y mirando el techo, como si la soledad le hiciera recordar lo miserable que se sentía.
—Sé que no ha comido bien últimamente, su estómago debe estar mas comprimido, así que traje algo ligero —le dijo el alquimista, Kaeya suspiró melancólico, y recibió la bandeja en sus manos, resignado a que tenía que comer aunque no tuviera apetito.
—Te lo agradezco. —El príncipe Alberich colocó la bandeja en su regazo y comenzó a tomar la sopa con pocas ganas, Dainsleif empezó a sudar, siendo consciente de que en un plazo máximo de 5 días, Kaeya quedaría postrado y agonizante, y que él iba a culpar a su mal de amores.
—Si no tiene mucho apetito, puede dejar comida en su plato —dijo Dain sin pensar.
—Albedo desearía que yo siguiera alimentándome. Aunque sienta que mi vida está más vacía sin él y todos los que amé, sé que ninguno de ellos querría verme... así —respondió el príncipe, para luego tocar su estómago, donde aún resguardaba el collar con la piedra roja, que su amado le obsequió como un calamitoso pase a la libertad.
—¿Le duele? —preguntó el alquimista, con la ansiedad carcomiéndole la consciencia.
—No me duele el estomago, no te preocupes.
—¿Seguro?
—Todo está bien, Dain —dijo Kaeya, mas su ojo se humedeció mirando hacia adelante—. Si podemos describir con un "bien" a esta vida. En verdad no sé que es lo que quiero hacer con ella.
—¿Qué opciones tiene?
—No lo sé, quiero vengarme de Barbatos por todo lo que me ha hecho, pero a la vez, no quiero que me quite a la última persona que más amo de esta ciudad.
—¿Diluc?
—Sí, lo amo.
—¿Yo no entro en sus opciones, príncipe Alberich?
—Tu eres su alquimista.
—¿Y eso que tiene que ver? —cuestionó ofendido, porque lo había sacado de la cárcel y lo tenía en un lugar más seguro que su anterior cuarto, y por ende creyó que eso lo convertiría en alguien al cual el príncipe podría aferrarse.
—Dudo que ahora que te has establecido en Mondstadt con tales privilegios, quieras tirar todo por la borda solo por mi. Además, no puedo temer por tu vida por esa misma razón, pero si temo por la de mi hermano.
—Su hermano es un aristócrata, también goza de privilegios que lo protegen de mayores represalias.
—Te equivocas Dainsleif, he visto familias de nobles caer en desgracia por meterse con Barbatos, conocí a Eula Lawrence, una de las víctimas de los apetitos sexuales del rey, ser aristócrata no la salvó de lo que le hizo.
—Independientemente de si yo como alquimista estoy más seguro ¿En serio usted cree que yo prefiero este puesto, por sobre su vida? —cuestionó Dain, Kaeya no lo miró, y prefirió beberse toda la sopa directo desde el cuenco, lo cual hizo temblar al alquimista.
—Ya viste lo que le pasó a la persona que me escogió a mí.
El príncipe de Khaenri'ah dejó la bandeja sobre un mueble antes de volver a sentarse al borde de la cama, Dainsleif ya no sabía qué pensar, lo más inteligente era darle la razón, seguir con sus planes y conseguir que Surya Alberich le permitiera a los alquimistas recuperar el patrimonio perdido, el mismo que él les quitó, el mismo que él había anhelado desde hacía mil años para tener una razón de existir. Pero pasó algo inevitable dentro de su ser, su corazón congelado volvió a tener emociones muy fuertes, su cuerpo impotente volvió a sentir libido, su cabeza fría se calentaba y no paraba de cometer un error tras otro, y todo, porque no podía quitárselo de la cabeza.
—Estoy... perdidamente enamorado de usted, príncipe Alberich —confesó, Kaeya se miró las rodillas, y tembló mientras comenzaba a llorar.
—No cometas ese error...
—Yo nunca me había enamorado tanto, es un sentimiento que me quema y destroza todo lo demás dentro de mi cabeza, ya no soy inteligente, ni astuto, ya no soy un insensible, y todo porque tú estás cerca de mí y te metes en mis pensamientos. —El alquimista lloró en silencio, pero enrabiado, porque todo lo que quería su corazón era escuchar un "te amo", y así podría liberarse de sus cadenas y fugarse con su príncipe a un lugar donde nunca los encontrarían.
—Es un sentimiento que te hace daño... Dainsleif, déjame convencerte de que no deberías amarme.
—¿Pero cómo no hacerlo? Eres todo lo que hubiera deseado tener desde hace muchos años, tu belleza es solo la superficie de todas tus dotes, tu gracia, tu elegancia, tu sensualidad, tu talento musical, tu inteligencia, esa labia que me derrite...
—Cuando fuiste a sacarme de la prisión y mi furia se apaciguó un poco, lo primero que pensé fue: "¿Cómo puedo utilizar a este tipo?" —le dijo Kaeya, pero Dain no se sorprendió por ello, y tampoco se molestó—. Eso fue lo que pensé y lo que planeaba para iniciar mi venganza, es por eso que debes hacerte un favor, y olvidar lo que sientes por mi.
—¿Quién no querría utilizar a alguien más, después de tanto sufrimiento?
—Mi dolor ya no importa, querido, tu mereces ser feliz, con alguien que de verdad pueda darte esa felicidad.
—¡Eso no es verdad!
Dainsleif por un momento sintió el impulso de revelarle todo al príncipe Alberich, para que entendiera que no era merecedor de la felicidad, por ser un sociopata que intentó asesinarlo, que indujo al suicidio a su primer amor y le trajo desgracias a todos sus compañeros, que cometió cientos de pecados en nombre de un destino que valiera la pena. Pero de haber hecho eso solo se estaría saboteando, y ver la reacción de Kaeya iba a destrozarle el alma, así que en lugar de darle razones, se abalanzó sobre él para besarle los labios con desesperación; el príncipe cayó de espaldas sobre el colchón, y se dejó llevar, ya que en parte, necesitaba afecto y calor para aliviar el vacío de sus pérdidas.
—Dainsleif... Esto es un error.
—Por favor príncipe... di que me amas, necesito que me digas que me amas...
—No puedo hacer eso, tienes que entenderlo Dain, yo no te amo y no soy bueno para ti —respondió Kaeya, Dainsleif lo miró a los ojos, afligido, con lágrimas asomándose sus párpados, al príncipe le rompió el corazón verlo así.
—¿Esa es tu respuesta final? —preguntó el alquimista sollozando, el príncipe le tocó las mejillas.
—Lo siento tanto... No quería herirte, pero es lo que tengo que hacer para que...
—Príncipe... ¿Esa es su respuesta final? —le volvió a preguntar con suma tristeza, porque sabía que de esa respuesta dependía su propia decisión.
—Sí, es mi respuesta final. —La forma tajante de decirlo, hizo que Dain comprendiera que ese amor era completamente imposible, y que no había espacio para fantasías irreales como tener a Kaeya solo para él; aun así, Dainsleif no pudo dejar de llorar.
—Príncipe... ¿Podría pedirle algo? —le preguntó, y cuando el príncipe Alberich asintió, le tomó una mano y la besó—. ¿Podría concederme una última noche?
—Pero... Acabo de perder al amor de mi vida —respondió Kaeya, que sintió mucha culpa cuando las lágrimas de Dain le mojaron la mano.
—Por favor mi príncipe... será solo una última noche, y no volveré a insistirle sobre mis sentimientos, lo juro. —Era la primera vez que la mirada del alquimista lucía tan desdichada frente al príncipe de Khaenri'ah, lo hacía sentir una punzada en el corazón, como si tuviera un perrito encima mendigando su amor.
—Si es solo una noche... Puedo hacerlo.
Dainsleif acercó sus temblorosas manos a la camisa de Kaeya, esa sería la última vez que harían el amor, y por ello anticipaba con nerviosismo lo que iba a experimentar; deseaba que ese momento durara para siempre, por lo que se tomó su tiempo para desabotonar uno a uno los botones, mientras el príncipe respiraba profundamente, para controlar sus pensamientos de remordimiento, por Albedo, por Rosaria, sus dos amados amantes que ya no estaban con él; se sentía miserable por no guardarles el debido luto, pero sabía que si ellos pudieran decirle algo, sería que hiciese lo que fuera necesario para no derrumbarse por el dolor. El alquimista se quitó la camisa más rápido de lo que había desabotonado la de Kaeya, quien al verle el torso y los brazos se sintió más relajado, Dain era un hombre sumamente atractivo, así que el príncipe Alberich quiso tocarle los pectorales, hombros y bíceps.
Luego de recibir un delicado masaje en sus músculos, Dainsleif le bajó los pantalones y la ropa interior a Kaeya, quien dobló las rodillas y puso la planta de los pies sobre las sábanas, para darle espacio a su amante para que se quitara también el resto de sus prendas. Cuando estuvieron desnudos se quedaron estáticos, contemplándose; Dain derramó una lágrima, pensando que después de ese momento, ya no habría marcha atrás en su destino de quitarle la vida a quien amaba.
El príncipe Alberich le tocó una mejilla y le dijo "lo siento" otra vez, el alquimista le besó la palma de la mano y sollozó, redescubrir la pasion era una tortura, pero la adoraba, porque se sentia un ser humano otra vez; Kaeya se sentó mucho más cerca de Dainsleif, con las piernas abiertas, a casi dos centimetros de juntar sus pelvis, y apoyó los codos mirando hacia sus genitales, estaban demasiado cerca, a punto de rozarse. Dain saboreó sus labios, el dolor y la tristeza se mezclaron con la lascivia, para él era magia pura poder sentir algo así, de forma simultánea y tan intensa; entonces tomó su pene y el del príncipe, y los agarró con una sola mano para masturbarlos.
Kaeya respiró profundamente, al igual que su amante, la tristeza no abandonaba su corazón aunque sintiera deseo por ese bellísimo y varonil cuerpo, Dainsleif no le quitó el dolor, pero le hacía sentir la necesidad de ser envuelto por sus fuertes brazos, y recibirlo contra ese pequeño catre hasta desfallecer por el calor. Después de unos minutos, el alquimista ya estaba lo suficientemente duro para mantener un coito duradero, su glande se había asomado por el prepucio, y el príncipe lo tocó con un dedo, haciendo un círculo con la yema mientras sonreía con sus ojos melancólicos.
Dain se estremeció, y se dispuso a escupir sobre sus dedos para lubricar a Kaeya, quien cerró los ojos y gimió, con su ano dilatándose por sí mismo mientras Dainsleif lo exploraba; después tuvo que abrir los ojos cuando su amante lo llamó, y con un simple gesto de sus dedos, el príncipe de Khaenri'ah supo que tenía que escupir sobre ellos. El alquimista tenía las mejillas calientes, algo tan banal y sucio como el sexo lo estaba haciendo sentir tantos estímulos, que con solo observar a su amada obsesión quería hacer más y más con su cuerpo; cuando comenzó a introducir su polla, Dain volvió a acercar sus dedos a la boca del príncipe, y este dejó caer un hilo de saliva, la cual su amante deslizó con los dedos muy separados sobre sus pechos, para humedecerle los pezones.
La piel de Kaeya se erizó, hacía un par de días había hecho el amor con Albedo, con su amado Albedo, y sin quererlo las sensaciones de lujuria le estaban recordando esos momentos tan maravillosos, lo cual lo hizo llorar y sonreír al mismo tiempo; cuando Dainsleif terminó de meter su verga, agarró las costillas del príncipe Alberich, y le besó la boca mientras le presionaba las tetillas con sus pulgares. Los dos estaban llorando por razones diferentes, pero no querían parar, era demasiado adictivo estar juntos, como una droga que les hacía necesitar el contacto de sus cuerpos calientes, una droga que los estaba matando sin darse cuenta.
Mientras se besaban Dain comenzó a mover las caderas, acariciando los pezones de su amado y tirando de ellos con sus dedos, su cuerpo le pertenecía esa noche, eso era lo que se repetía en su mente, que era suyo, que probablemente sería el último hombre con quien iba a compartir lecho antes de morir; antes de que él lo asesinara. Kaeya no quería finalizar ese beso, así que incluso si para tomar aire tenían que separarse un momento, él y Dainsleif sacaron sus lenguas para seguir acariciándolas con la del otro, lo cual los hacía sentir más fogosos.
Un instinto despertó dentro del alquimista a los pocos minutos de empezar a penetrarlo, era animalesco y algo violento, un impulso de dominarlo y darle toda su potencia de la forma en que quisiera dársela; fue entonces cuando tomó las piernas del príncipe y las levantó, para apoyarle las plantas de los pies sobre su amplio pecho, luego le agarró las caderas y las empujó más cerca de su pelvis, para follarlo lento y duro mientras lo miraba a los ojos con intensidad. Kaeya gimió sin control, gimiendo también palabras, como el nombre de Dain, quien sonrió cuando después de un rato no escuchó ni una sola vez la palabra "Albedo"; el alquimista se aburrió pronto de esa posición, y giró las caderas del príncipe Alberich para ponerlo de costado, con los muslos cerrados y el culo en popa.
Dainsleif se recostó detrás de él, subió una pierna para apoyar un pie sobre el colchón, y agarró su propia polla para meterla otra vez, Kaeya se estremeció sonrojado, en esa posición era mucho más estrecho y sensitivo, así que siguió gimiendo el nombre de Dain, pidiéndole más, porque al igual que su amante, sus instintos afloraban y calmaban brevemente el dolor de su corazón. El príncipe echó un hombro hacia atrás y ladeó la cabeza para buscar los labios de Dainsleif, y este se los entregó gustoso, saboreando la boca de su objeto de deseo, mientras con una mano apretaba la carne de una de sus nalgas, para estirarla y poder llegar más profundo.
El alquimista empezó a temblar y babear, pronto iba a terminar su última noche de placer, le deprimía saber eso, porque era algo maravilloso sentir el interior de su amado, ver su piel crisparse cada vez que alcanzaba su próstata, y oír su bella voz dejando salir sus palabras lascivas y golosas, con las cuales le pedía su pene, su energía y calor. Dain le besó un hombro y le susurró que no podría aguantar mucho tiempo más, entonces Kaeya se movió para que dejara de follarlo, y se sentó, Dainsleif lo imitó, y de inmediato el príncipe se subió encima de sus muslos para agarrar sus penes con una sola mano.
Las manos de Dain se deslizaron hasta los omoplatos de Kaeya, su piel morena era todo lo que deseaba en ese momento, le dolía el pecho de solo pensar en cuánto lo amaba, hasta el punto de sentir que estaba enloqueciendo; el príncipe le agarró el cabello de la nuca para mantener el contacto visual mientras seguía masturbando sus pollas, su expresión era intensa, a Dainsleif le parecía la epítome de la sensualidad. Un espasmo hizo que Dain le pidiera a Kaeya un tiempo fuera, el príncipe Alberich lo soltó, y el alquimista se puso de pie junto a la cama, con el pene rojo y tambaleante; entonces le pidió a su amante que se acercara un poco, para darle su semen en la boca.
Kaeya se sentó al borde de la cama, con los labios cerrados y mirando hacia arriba a Dainsleif, como si estuviera viendo las estrellas; Dain se masturbó, presionando su glande contra la boca del príncipe, quien en silencio también se estimulaba para llegar al clímax. De pronto el alquimista sintió un espasmo aun más intenso, y le avisó a Kaeya que se iba a correr; el príncipe de Khaenri'ah abrió la boca y cerró los ojos, recibiendo sobre su lengua, labios y nariz el esperma espeso y condensado de Dainsleif.
El alquimista seguía eyaculando y masturbándose, bufó y gimió sin parar porque no podía dejar de correrse, entonces el príncipe se metió el pene a la boca, y lo mamó sin dejar de jalar su propia verga, hasta que consiguió venirse sobre su mano; no obstante aún en medio de un orgasmo y con el cuerpo tembloroso, Kaeya siguió moviendo la cabeza para terminar se beberse la corrida de su amante, quien le agarró la nuca con una mano. Dain se estremeció, impresionado de lo insaciable que era su objeto de deseo, pues el príncipe Alberich comenzó a besarle el pene y a mover la mano para exprimir hasta la última gota, con tal insistencia que le sacó otro chorro más y se lo volvió a meter a la boca; poco a poco Kaeya fue disminuyendo la velocidad, a medida que la polla de Dainsleif se volvía más blanda y suave.
Dain soltó la cabeza del príncipe y con lentitud sacó su pene flácido de entre los labios de su amante, quien lo miró hacia arriba con las manos agarrando el borde del colchón, parecía embelesado y a la vez, inusualmente inocente, como si le estuviera preguntando si lo hizo bien. La vista de su cuerpo en picado era despampanante, sus muslos juntos y empapados del líquido semen del propio Kaeya, sus tetas enrojecidas y con los pezones duros, los hombros hacia atrás y la mitad inferior de su precioso rostro manchada con un esperma denso, que no se movía de su sitio; después de un momento reaccionaron, y el príncipe limpió su rostro con un brazo, Dainsleif lo ayudó a ponerse de pie, y le acercó sus ropas para que pudieran vestirse.
Los dos guardaron silencio mientras volvían a ponerse la ropa, después de haber hecho algo así, era muy extraño pensar en eso como su última vez juntos, para Dain no resultaba tan difícil considerando que iba a envenenar lentamente a Kaeya, pero el príncipe Alberich por un momento se cuestionó su decisión de alejarlo de su vida, aún seguía tratando de aferrarse a la esperanza, y una parte de él, podía imaginar un futuro diferente, con Dainsleif brindándole su amor. No obstante, el príncipe negó sus fantasías, porque si llegaba a tener otro amante formal, tal y como lo fue su amado Albedo, ese amante terminaría muriendo, y no podía condenar de esa forma a Dain.
Una vez vestidos, el alquimista le dijo a Kaeya que iba a dormir en otro cuarto cercano, para no estorbarle en una cama tan pequeña, el príncipe Alberich solo asintió, porque de haberle pedido que se quedara, le estaría dando esperanzas de que sus sentimientos, en algún momento, se volverían mutuos. Dainsleif se despidió y cerró la puerta, mas se quedó apoyado en ella, esperando, por cuantos minutos fuesen necesarios, a que Kaeya se quedara dormido.
Cuando juzgó que había aguardado lo suficiente, abrió la puerta de la habitación y se acercó a la cama donde el príncipe dormía; si bien esa misma noche le dio la primera dosis de veneno, aún podía aprovechar un par de trucos más para acelerar su destino final, pues mientras más pronto se deshiciera de él, menos tortuosa sería su espera, y ya no iba a cometer más errores solo por sus sentimientos. Así que tomó un pañuelo y un tubo de vidrio que tenía en sus bolsillos, le quitó el corcho, y colocó un poco de polvo de escopolamina en la tela, para luego frotarla sobre el dorso de la mano de Kaeya, quien en sueños, no iba a notar los síntomas iniciales; y tras unos minutos, Dain se acercó al oído del príncipe Alberich, para susurrar unas palabras.
«Abre los ojos, Kaeya». Y el príncipe abrió sus parpados, sin vida y voluntad en su iris de color violeta.
«Levántate y ve hasta ese armario» le ordenó Dainsleif, Kaeya se giró y se puso de pie, mas por poco se tropieza, por lo que el alquimista le agarró un brazo, temiendo que hacer eso lo sacara de su trance.
«Toma la cuerda que está en el piso y sal de la habitación» prosiguió el alquimista, el príncipe siguió sus indicaciones, y Dain tomó un momento la cuerda para hacerle un nudo especial en un extremo. Cuando cruzó la puerta, Dainsleif se quedó bajo el dintel y le tomó los hombros para decirle su última indicación al oído.
«Ve hasta la bodega de jardinería por la puerta de servicio, no atravieses el patio, y si alguien te ve, solo di "Albedo". Cuando estés ahí, toma una silla para atar el otro extremo a una barra del techo, cuando lo hagas, ponte la soga alrededor del cuello y patea el espaldar de la silla».
Y el príncipe comenzó a andar lentamente por el pasillo, Dain lo siguió guardando la distancia, para vigilar que ningún guardia se cruzara en su camino mientras hacían rondas por el palacio; cuando divisó a uno que estaba marchando alrededor del área de la cocina, Dainsleif tomó el brazo de Kaeya para detenerlo un momento, y lo soltó cuando el soldado dio la vuelta. El príncipe Alberich caminó sin vitalidad para llegar a la zona de jardinería, Dain se escondió en otro pasillo al pensar que ya no había nadie cerca, y su corazón comenzó a saltar desbocado cuando comprendió lo cerca que estaba de cobrarse la vida de su amado, era desesperante, pero a la vez, se llenó de emoción por cumplir su parte del trato, y con ello su propósito en la vida.
Alatus estaba sentado afuera del almacén de armas, acababa de terminar su intenso entrenamiento para el duelo, pero no quería subir hasta su cuarto, ni mucho menos hasta el del rey, porque Barbatos no lo había buscado en todo el día, como si se hubiera olvidado de él; tuvo mucho miedo de que al ir hasta su amado, lo encontrara una vez más en la cama con esa mujer. De pronto el príncipe de Liyue levantó la cabeza, y vio una silueta caminar como un no muerto a lo lejos, le pareció muy extraño, así que se levantó para seguir a la presencia que había visto fugazmente.
Al doblar por el fondo del pasillo, la silueta se desvaneció entrando a una de las habitaciones, Alatus caminó hacia alla, como muchos habitantes de Liyue, creía en ciertas supersticiones sobre espiritus en pena, así que estaba algo nervioso de cruzar la puerta; no obstante, al mirar al interior de esa bodega no encontró ningún fantasma, en cambio, vio al príncipe de Khaenri'ah sobre una silla, terminando de atar una cuerda, con la cual pretendía ahorcarse. Alatus jadeó asustado, corrió hasta él justo antes de que se pusiera la soga al cuello, y abrazó sus piernas para asegurarse de que, si lograba patear la silla, el peso de su cuerpo no caería de forma mortal.
—¡Kaeya! —le gritó, el príncipe Alberich no reaccionó para nada más que no fuera decir una palabra.
—Albedo... —susurró Kaeya, Alatus apretó los dientes con desespero, y levantó al príncipe de Khaenri'ah para dejarlo en el suelo, sano y salvo.
—¿En qué estabas pensando? —preguntó tomándolo de los hombros, Kaeya miraba hacia abajo, sin mover un músculo.
—Albedo... —volvió a decir, el príncipe de Liyue lo entendió al fin, ese era el nombre de su amante, el cual acababa de perder; aquello le dio una punzada en el corazón, y agitó al príncipe de Khaenri'ah al borde de las lágrimas.
—¡Reacciona! —le gritó, Dainsleif escuchó ese ruido y llegó corriendo a la bodega; en ese momento y ayudado del violento zarandeo, Kaeya recobró en parte el conocimiento.
—¿Qué...? —murmuró el príncipe Alberich, encontrándose el rostro de Alatus, quien estaba histérico y con los ojos húmedos.
—¡Príncipe Alberich! —exclamó Dain, Kaeya giró la cabeza, estaba muy confuso y mareado, con la sensación de no estar del todo presente.
—¿Por qué ibas a hacerlo? —preguntó Alatus mientras las lágrimas se derramaban por sus pómulos.
—¿Eh...?
—Príncipe —dijo Dainsleif mirando hacia arriba, fingiendo estar impactado; el príncipe Alberich levantó la mirada, y vio la cuerda, luego inspeccionó un poco más, y encontró la silla en la cual se había parado sin darse cuenta.
—¿Qué fue lo que...?
—¿Por qué? ¿Por qué? —balbuceaba el príncipe de Liyue mirando hacia abajo para que no supieran que estaba llorando.
—Estuvo a punto de suicidarse —le explicó Dain, Kaeya no estaba del todo conectado al presente.
—No lo entiendo —dijo el príncipe de Khaenri'ah, Alatus lo soltó y le dio la espalda, para poder secarse las lágrimas, escondiéndolas de Kaeya.
—¿No lo recuerda? —preguntó el alquimista, el príncipe negó con la cabeza—. Oh por todos los dioses... Si no lo recuerda, significa que sufre de sonambulismo.
—¿Qué estás diciendo? —Alatus miró a Dainsleif de reojo, si bien se secó las lágrimas, su cara aún tenía vestigios del llanto.
—El príncipe Alberich ha atravesado un luto tras otro, su mente no está sana, y eso puede causar entre otras cosas, que pueda levantarse y caminar mientras duerme.
Kaeya abrió más los párpados, para él tenía mucho sentido que le estuviera ocurriendo una afección como esa, no sabía de lo que era capaz su subconsciente, mucho menos después de todo lo que perdió. Alatus sintió escalofríos, nunca quiso considerar al príncipe Alberich como un igual, pero después de su último intento de escape, después de ser testigo de lo devastado que estaba, le fue imposible dejar de verlo como un ser humano frágil y lleno de heridas, con ganas de morir; por eso su orgullo estaba dañado, el que siempre vio como un enemigo que escondía su peligrosidad como una serpiente rastrera, lo hizo perder el control.
—¿Eso tiene cura? —preguntó el príncipe de Liyue sin mirarlos, lleno de vergüenza por haber llorado.
—Puede ser algo temporal, pero por su estado actual, será muy difícil restaurar su mente y su corazón —respondió Dain, Alatus tragó saliva, y Kaeya sollozó, exhausto de la vida—. Tal vez fue mala idea dormir en cuartos separados...
—¿Te encargarás de vigilarlo mientras duerme?
—Tengo que hacerlo, esto no puede repetirse —dijo Dainsleif, pensando que era un completo descarado sinvergüenza.
—Más te vale, el rey lo necesita con vida —comentó Alatus para desentenderse de su forma de actuar de hacía un momento.
—No se preocupe, lo protegeré para que no vuelva a tratar de quitarse la vida —le prometió Dain, antes de tomar la cintura del príncipe Alberich, quien lloraba silenciosamente—. Vamos príncipe, volvamos juntos al cuarto.
—Está bien... —respondió Kaeya sollozando, los dos caminaron apegados hacia la puerta, mientras Alatus los seguía con la mirada, cada vez más afligido por oír llorar al príncipe de Khaenri'ah.
*****
Childe y Scaramouche cruzaron nadando el Lago de Sidra esa noche, dejaron a sus caballos sin ataduras en la otra orilla, aunque hubiese riesgo de que se alejaran, era lo mejor que podían hacer para no levantar sospechas; al llegar a la isla donde estaba edificado Mondstadt, el baladista le ordenó a Tartaglia que se apegara lo más posible al muro, pues él usaría su navaja para romper los ladrillos de los barrotes que cerraban el desagüe, de aquel "cuello de botella" que formaba el sistema de túneles de la ciudad. Ese plan que dejaron en desuso cuando el falso Dottore murió, y cuando Amber decidió traicionar a los caballeros de Favonius, robándoles sus armas de largo alcance y ofreciéndose a despejar la entrada hasta el final, iba a serles de utilidad ahora que estaban solos, porque solo conseguirían sacar a Kaeya de su enorme prisión si no se echaban a toda la guardia encima.
Una vez consiguió quitar un tubo de hierro, Scaramouche comprobó que podía meter la cabeza, y le ordenó a Ajax que tratara de introducir la suya, para saber si había que quitar otro; cuando su subordinado le obedeció, el baladista se dio cuenta de que sudaba, tenía los ojos vidriosos y que no respiraba de forma normal, lo cual le pareció algo alarmante. Childe pudo meterse dentro del conducto, Scaramouche lo siguió y posicionó los ladrillos y la barra de metal en su sitio; Tartaglia se sentó en el borde, parecía muy cansado.
—Mierda, alguien ya está habitando este lugar —comentó el baladista al ver algunas cajas con libros y recortes, Ajax metió la mano en una de ellas por curiosidad, y sacó un manojo de páginas—. Si alguien viene aquí a menudo, tendremos que buscar otra alternativa para salir de esta puta ciudad con el príncipe.
—"Castigado con el peor tormento, la soledad de una vida inmortal, y la corrosión que ello implica, Saind Efil debía pasar el resto de su vida vigilado por generaciones y generaciones de alquimistas pertenecientes al consejo, hasta que escapó aprovechando la destrucción del primer gremio durante la guerra civil de Sumeru, gremio que se fusionaría con la Akademiya de Sumeru y sus variadas disciplinas".
—¿Qué carajos es eso?
—No sé, pero me pareció interesante. —Tartaglia continuó leyendo un poco más, y Scaramouche tomó una de las libretas que estaba dentro de la caja, igual de curioso que su compañero.
—"En búsqueda de un sentido, por Saind Efil" —dijo en voz alta el baladista—. No es la primera vez que escucho ese nombre...
—Bueno ¿Es el mismo de la nota, no?
—Lo sé idiota, pero me refiero a que lo había escuchado antes de que la leyeras —replicó Scaramouche, entonces siguió leyendo.
"Kavin. 6 años atrás había escuchado la noticia de que el príncipe Karka III falleció en batalla contra las tropas invasoras de Inazuma, lo cual catapultó al desgraciado príncipe Kavin, de entonces 10 años, como el futuro heredero al trono de Khaenri'ah. Al saber de ello, decidí regresar a Khaenri'ah para unirme a la guardia real, con el plan de forjar una sólida amistad con el joven e influenciable príncipe heredero, que según rumores tenía el cuerpo de un enclenque, y que cual cria de leon enferma, fue rechazado desde el nacimiento por su padre, el rey Karka II".
El baladista y Childe se miraron, no podía ser coincidencia que ese tal Saind Efil hubiera dejado sus memorias sobre su cercanía a la dinastía Alberich, justo en ese lugar. Les pareció muy inquietante, sobre todo a Ajax, que sintió que un inminente peligro estaba al acecho de su amado príncipe, demasiado cerca y con unas intenciones que no tenía muy claras, pero que no le gustaban ni un poco.
—Qué mierda... —murmuró Scaramouche, que decidió ir hasta la última página de la libreta, intrigado por las palabras que alguna vez le dijo su novia, sobre alguien de mil años.
"Antes de darme cuenta de que el pánico me hizo perder la cabeza, ya era muy tarde para mi joven amigo, la ira y el terror que me produjeron sus palabras me hicieron cobrarme su vida. Es indescriptible el horror que sentí al ver su cabeza boca abajo en el arroyo, y la sangre siendo llevada por la corriente; ahora sé que era imposible que la cantidad de sangre llegara intacta hasta el campamento, sin diluirse en el agua, pero mi conciencia me torturó diciéndome que los demás la verían, y que tenía menos de media hora para desaparecer.
Ay de mi, maldita mi existencia y mi nacimiento, yo no quería matarlo, yo le vi crecer, yo lo amé, hubiera dado... No, basta, no puedo seguir escribiendo tales hipocresías, no después de llevarme su alma, que me perdonen los dioses por este crimen, porque yo no me lo perdonaré".
—¡Suficiente! —exclamó Tartaglia llevándose la mano a la cabeza, esa narración, en conjunto con su caos mental, lo estaban alterando demasiado—. Kaeya... tengo que verlo ahora.
—Concuerdo, si esta basura está aquí para llevárselo por su cuenta, no solo nos dejará sin el resto de la paga, también podría matarlo de camino a Khaenri'ah si descubre quién es.
—Tenemos que salvarlo, puede que ya lo haya encontrado, no podrá hacer mucho si está solo, pero Kaeya tambien está solo, solo en este mundo, no debimos fallar, hay que subir y quemarlo todo, no seas irracional, pero tu no sabes planificar, claro que lo sabemos, no me subestimes, pero si eres un idiota ¡Todo el mundo silencio! —Scaramouche retrocedió más de un paso, y miró hacia los lados, sin saber cómo lidiar con los brotes psicóticos de Childe.
—¿Ya?
—¿Ya qué?
—¿Te calmas?
—¿Cómo puedo estar calmado? Si Kaeya...
—Cállate y déjame hablar —le espetó el baladista, entonces se acercó un poco y le agarró los hombros, le tenía algo de miedo, pero quería saber si podía hacerlo entrar en razón—. Estamos aquí para cumplir la misión, y si queremos hacerlo bien, tienes que estar calmado, y callado. Tú sígueme a mí y todo saldrá bien.
—Está bien, Mochie —respondió Ajax, a esa distancia Scaramouche volvió a notar algunas señales en su subordinado que no le agradaban.
—Parece que tienes fiebre, esa herida en la pantorrilla debe estar infectada.
—He sobrevivido a cosas peores.
—Y seguro que tenías medicina o plantas que te ayudaran con eso, no como ahora que estamos entre putas aguas negras. Tenemos que salir a la superficie para curarte.
—Está bien, salgamos de aquí, creo que sé llegar a la escotilla de ese bar...
—No seas tonto, no podemos alejarnos mucho de este area, los túneles deben estar hasta el tope de guardias después de lo que hicimos.
—Entonces los matamos.
—No, no podemos matar ahora, el día que nos llevemos al príncipe mata a cuantos quieras, pero si los caballeros de Favonius notan que les falta uno solo de sus soldados, se darán cuenta de que volvimos.
—¿Entonces qué hacemos?
—Ya te lo dije, solo sígueme.
Scaramouche sacó de su morral un viejo mapa del sistema de túneles de Mondstadt, un laberinto que nadie podía conocer de un extremo a otro, pero que él sabía descifrar por el mero hecho de estar en el único punto donde la salida estaba conectada con los túneles principales; según ese mapa, si no se alejaban tanto del perímetro y doblaban ya fuera a la derecha o a la izquierda, encontrarían escotillas de los barrios bajos. Los demás Fatui ya habían inspeccionado la superficie, y gracias a ello Scaramouche sabía que las salidas de esa zona estaban selladas con ladrillo de mala calidad y tablas, para que los niños, que abundaban entre las familias de bajos recursos, no cayeran por accidente a los acueductos.
Scaramouche le pidió a Childe que lo aupara, Tartaglia se agachó y el baladista subió las rodillas a sus hombros, luego puso la planta de los pies; Ajax sujetó los tobillos de su líder, y así lo ayudó a llegar más arriba. El baladista metió su navaja por el espacio entre la vieja tapa de la escotilla y la piedra de la cual estaban hechos los túneles, y raspó cuanto pudo para remover la oxidada y roñosa tapa, la cual terminó quebrándose y cayendo al agua.
Lo siguiente sería raspar los ladrillos, el cuchillo de Scaramouche ya estaba gastado, pero seguía siendo útil para perforar y raspar; antes de proseguir le avisó a Childe que se cubriera la cara, porque podrían caer escombros, luego siguió rompiendo los ladrillos, hasta que uno se desprendió y dejó pasar algo de luz nocturna. El baladista se limpió el granillo de la cara y se asomó a mirar, aún había tablas de madera para asegurar la escotilla, así que con mayor confianza siguió removiendo ladrillos, a sabiendas de que las tablas los protegían de ser vistos.
Cuando los retiró todos, movió cuidadosamente una tabla y se asomó a mirar, por fortuna había leído bien el mapa, porque esa salida estaba entre dos viejas viviendas, que los cubrían de los centinelas del muro; entonces Scaramouche hizo a un lado un par de tablas y se impulsó para salir, luego echó un vistazo para comprobar que estuvieran solos, y acercó la cara a la alcantarilla para decirle a Ajax que se apresurara. Para ayudarlo a salir, el baladista metió los brazos y la mitad del torso, Tartaglia le tomó las manos, y su líder hizo fuerzas para subirlo hasta que él mismo pudo tomar la orilla para impulsarse con sus propias manos.
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