11. Homúnculo (Tercera Parte/Final)
Gente, tuve muchos eventos y entregas en la carrera, pero aun así intenté no retrasarme mas de dos semanas con respecto al tiempo normal de cada actu, tengo la esperanza de organizarme mucho mejor para cumplir todo.
Aviso: DESPUES DE ESTE CAP EMPIEZA LA RECTA FINAL, no de toda la historia, pero si de ese punto culmine del cautiverio de Kaeya, que lo considero básicamente el "final de temporada".
Disfruten, en este cap ocurre algo que quizá muchxs estaban esperando
Los Fatui se sintieron desconcertados cuando un joven matra, de piel morena, ojos rojizos y cabello cano se plantó en su sala de reuniones sin mayor presentación; sin importar cuánto entrenamiento tuvieran, ni que fuesen más, los mercenarios se paralizaron asustados, pues la presencia de un matra era considerada una señal de muerte inminente. Atacarlo era una opción estúpida para Scaramouche y sus compañeros, porque sabían que asesinar a uno de los inquisidores de la Akademiya era sentenciar a toda la organización para siempre, no quedarían vivos ni los escribas.
En ese momento más que nunca el baladista se ocultó nervioso detrás de los más "insignificantes" de su agrupación, Dottore en cambio guardó silencio, con resignación y una sonrisa tranquila en los labios; Amber protegió a Collei dejándola a sus espaldas, pues creía que ese tipo venía por ella, sin embargo, este no les prestó atención, y se acercó con su lanza hacia Il Dottore. Rosaria bajó de la ventanilla del techo y se alistó para interferir, no obstante una mano la detuvo de entrometerse, era Lisa, que al igual que ella venía a hablar con el líder de los Fatui.
—Bien, fue bueno mientras duró —comentó Dottore mientras el joven matra se le acercaba—. Me consuela saber que mi vida seguirá, en otro lugar.
—Reserva tus palabras de despedida, ahora solo responde con la verdad —dijo el matra, los demás miembros de la organización se miraban preocupados, pues en esa situación, ninguno podía poner las manos al fuego por el líder—. ¿Eres el original?
—¿El original? Bueno, hace tiempo eso dejó de ser aplicable, no puede haber un "original" en una mente colmena.
—Tu conocimiento blasfemo no te da ese poder, la mente colmena es solo una de tus mentiras —replicó el estoico matra, Il Dottore se rió resignado.
—No importa a cuantos de nosotros exterminen los perros de la Akademiya, si uno muere, renacera en otro... somos eternos.
—Dime dónde está el original —le ordenó el matra, pero Dottore rió con más ganas.
—No existe un original...
—Entonces ¿No cooperaras?
—No, deberías saberlo, General, no sirve de nada buscarme, porque nunca me extinguiré —respondió Il Dottore, el matra se quedó en silencio.
—Lo que realmente no sirve, es preguntar.
En ese momento, el joven matra preparó su lanza, los Fatui se voltearon, y algunos se cubrieron los ojos con las dos manos, Scaramouche se asomó para ver mejor, mientras que Lisa retenía a Rosaria para que no interviniera, y Amber daba un paso atrás desconcertada y ocultando a Collei a sus espaldas. Entonces, la lanza fue arrojada hacia Dottore con precisión, y este fue atravesado de lado a lado en su corazón, muriendo de forma instantánea con una sonrisa en los labios.
—¡¿Qué has hecho?! —exclamó la monja indignada, Amber se volteó y abrazó a una asustada Collei, para protegerla e impedir que viera algo tan horrible como un cadaver empalado.
—Su nombre era Zandik, fue un estudiante de la Akademiya hace 60 años —dijo el joven matra, Amber levantó la cabeza confundida.
—¿60? Pero se veía mucho menor...
—Zandik jugó con el conocimiento prohibido en las directrices de la Akademiya, no solo hizo lo más blasfemo y antinatural, sino que experimentó creando homúnculos con su apariencia, que fueron repartidos por todo el mundo.
—¿Este es un clon? —preguntó Lisa, increíblemente no se sentía tan consternada por el cadáver en el piso.
—Uno de cientos. Zandik los condicionó para que actuasen creyendo que son una mente colmena, que todos están conectados y que si mueren, renacerán en otro de los homúnculos. Pero esto es solo una manera de mantenerlos dóciles, pues no existe forma alguna de conectar los pensamientos del homúnculo con los del alquimista.
Mientras el matra explicaba la verdadera identidad de Dottore, Scaramouche salía de su escondite para asomarse a ver el cuerpo del homúnculo del tal "Zandik".
—Bueno, ahí quedó —comentó Scaramouche con indiferencia.
—¿A qué se refiere con que hizo lo más "blasfemo"? —cuestionó Amber acariciando la cabeza de Collei a modo de impedirle que mirara.
—Los alquimistas fabrican un elixir de juventud permanente, la panacea, pero la utilizan a modo de castigo, pues es una tortura no poder morir mientras todo lo que te importa, tus seres queridos, amistades, tus memorias e identidad se pierden en la nada. Zandik la bebió por cuenta propia.
—¿Por qué eso es malo? —preguntó Luke de manera tímida.
—Una persona a la cual no le duele la perdida de todo eso, es absolutamente peligrosa para la humanidad.
—Un psicópata en resumidas cuentas... —comentó Lisa, los mercenarios se miraron, pues si les hacía sentido esa forma de describirlo.
—No recuerdo que haya cometido algún crimen en Mondstadt... A excepción del envenenamiento —comentó Rosaria, Amber la miró de reojo como si le pareciera estúpido que eso no fuese suficiente prueba de la mente enferma de Dottore.
Aprovechando que ellas hablaban sobre el tal Zandik, el baladista le dio una orden a Lyudmila y Mikhail, pues para él era necesario resguardar todos los químicos, toxinas, venenos y antídotos etiquetados de Il Dottore antes de que el matra los confiscara.
—¿Han habido reportes de personas desaparecidas, Amber? —preguntó Lisa.
—No que yo recuerde.
—Los caballeros de Favonius no atienden las denuncias de personas de los barrios bajos, solo digo —comentó Viktor, que sabía que Dottore gustaba de experimentar sobre gente vulnerable y matarlos en el proceso.
—Dios... —susurró Amber afligida.
—A la señorita de allí ¿No tienes algo que explicar? —La apuntó Scaramouche sonriendo sádico, Amber se puso de pie y escondió a Collei detrás; para evitarle problemas a esa niña, Lisa hizo una seña con la cabeza para que sacaran el cuerpo atravesado de Dottore de la sala.
—¿Qué debo explicar?
—Vienes aquí, como miembro del Ordo Favonius, a ofrecernos tu ayuda por una incomprobable cercanía al principito, y ahora resulta que minutos después de tu llegada llega el mismísimo General Mahamatra Cyno en persona a empalar a esta vil copia.
—Juro que no lo guié hasta aquí... al menos no de forma intencional... —respondió Amber incapaz de mentir.
—¿"De forma intencional"? —El baladista se rió incrédulo, los demás Fatui tenían una mano cerca de la empuñadura de sus espadas y arcos, esperando órdenes de ejecutar a Collei y Amber.
—Lo que dices de "una cercanía incomprobable" es lo más desatinado que he escuchado en la noche, querido —dijo Lisa, Rosaria se tocó la cabeza, sumamente preocupada por el futuro de la misión de rescate de su amado, ahora que el líder de los mercenarios había muerto.
—¿En serio?
—Yo y Rosaria somos testigos de la amistad entre Amber y Kaeya.
—Eso no significa nada para mí —replicó Scaramouche de brazos cruzados—. Supuestamente la Maestra Jean Gunnhildr es amiga del príncipe, y no la veo en lo más mínimo preocupada de su situación, no te puedes esperar que los caballeros de Favonius vean al príncipe Alberich como algo más como un rehén.
Lisa desvío la mirada, pues aquel tema era algo que la hacía sentir muy incómoda, ella quería mucho a Jean, pero lo cierto era que ambas siempre fueron conscientes de las penurias de Kaeya, pero Jean priorizaba a su país por sobre un amigo; eso era lo que las diferenciaba a ambas, y lo que impedía que su relación fuese más allá.
—No conozco a estas dos —dijo el General Mahamatra al mirar a Collei y Amber, quienes se abrazaban mutuamente, asustadas—. No necesito trucos para hallar a los buscados por la Akademiya.
—Si me permite comentar señor Scaramouche... —susurró Viktor, quien quería advertirle que no era sabio amenazar a dos "cómplices" de un matra.
—Me importan una mierda los matras —dijo el baladista en voz alta—. No voy a dejar que ninguna basura nos engañe, lo de Dottore no afecta nuestros negocios, pero si estas dos solo nos quisieron distraer...
—He dicho que no las conozco —repitió Cyno con firmeza, los mercenarios retrocedieron cuando Scaramouche y él se plantaron cara a cara.
—Pruébalo.
—Ni siquiera sé sus nombres.
—¡La prueba está en las llaves! —exclamó Amber, el baladista giró su tenso cuello para verla—. Por favor... me quedaré con ustedes hasta que comprobemos juntos que funcionan, solo dennos una oportunidad.
—¿De qué llaves hablan? —preguntó el General Mahamatra, toda la sala quedó en silencio, pues les producía terror que un matra estuviera ahí, escuchando sus planes.
—Querido Cyno, está en los estatutos de la Akademiya que los matras no deben interferir en los conflictos políticos, y que su única misión es ejecutar o apresar a los que infringen las normas del conocimiento prohibido —dijo Lisa, Cyno asintió.
—Tienes razón Lisa, pero no me interesa intervenir, solo pregunté.
—¿Ya se conocían? —preguntó Rosaria, ambos asintieron, y Lisa hizo un gesto con la mano para presentarlo.
—Yo y el General Mahamatra estudiamos juntos en la Akademiya.
—¿Son amigos? —cuestionó Scaramouche interesado.
—Lo somos —respondió el General Mahamatra, lo cual hizo suspirar de alivio a los Fatui.
—Bien, eso nos ahorra problemas —dijo el baladista, luego miró a Collei y Amber—. Mañana Viktor las acompañará a comprobar si esas llaves funcionan.
—¿Qué pasará con el plan ahora? —le preguntó la monja, todavía preocupada de que la ausencia de Dottore significara algo grave.
—Seguirá en pie, pero ahora yo estoy a cargo.
—¿Y si usted muere quien se queda a cargo? —cuestionó Viktor sin disimular el interés, Scaramouche le sonrió con los dientes, cosa que lo hizo retroceder.
—¿Insinúas que eso puede pasar?
—No no, no dije nada.
Antes de que acabara la noche, el Héroe Oscuro salió a recorrer las calles en busca de información sobre aquel tipo de la máscara sin ojos, sin saber que en ese momento dos designados de los Fatui transportaban el cuerpo envuelto de Il Dottore, para llevarlo a una fosa común, donde lo tirarían como un bulto hacia su interior. Scaramouche, Lisa y Rosaria se alejaron por las calles de los barrios bajos, cada uno cubierto por sus respectivas capas, para charlar mientras se iban a ciertos lugares de la ciudad, Lisa a la biblioteca, Rosaria al convento, y el baladista a pasar el resto de la noche y la mañana con Mona Megistus.
Mientras se alejaban, la monja notó que dentro de la tienda de sustancias ilegales del "Yerbatero", había más movimiento de lo usual, así que le hizo una seña a Scaramouche para que se metiera. El baladista se cruzó de brazos e ingresó junto a las damas, el interior del lugar seguía tan lleno de drogadictos como siempre, sin embargo, había al menos unas 5 o 7 personas reunidas, aparentemente nerviosas, con una tela o una cinta de color rojo en la mano izquierda; uno en especial temblaba como traumatizado por algo sucedido previo a su llegada a ese punto de reunión.
Scaramouche se acercó y agudizó el oido, entonces supo que un tal "Glaciar" y una tal "Hiena" llamaron a los hombres reunidos hacia un rincón; varios guardaespaldas de ambos los rodearon en un círculo para proteger la conversación de los curiosos. Eso le pareció interesante al baladista, pretendía ir a escuchar más de cerca con su agudo sentido del oído, pero antes de que se diese cuenta, la hermana Rosaria había desaparecido de su vista.
La monja en cuestión salió el local y trepó a su techo con la agilidad de un gato, entonces apoyó la oreja en la zona del tejado donde se hallaban Eula, su tío y los demás hombres que convocaron, para oír lo que planeaban; la capitana Lawrence les preguntó si el Héroe Oscuro había sido muy "persuasivo" con ellos, los cómplices de Barbatos dijeron que sí, y el juez Albert comenzó a llorar. Eula prosiguió diciendo que la misión que tendrían ahora, era tan simple como hablar con la verdad, pero no de forma pública frente a una gran multitud de plebeyos, sino de forma sigilosa, difundiendo esa verdad entre personas "realmente importantes", sembrando el miedo de que aquello pudiese pasarle también a sus hijos e hijas; Rosaria levantó y se deslizó para bajar del techo, entonces volvió por la puerta principal y llamó con un movimiento de su cuello a Scaramouche y a Lisa, para hablar de lo que escuchó lejos de ese sitio.
—Eula es demasiado sutil para mi gusto —comentó Lisa luego de oír la historia de la monja.
—A mi me parece una buena estrategia, cuando los magnates desconfíen por completo de su rey, y sientan miedo por sus seres queridos, Barbatos perderá el apoyo de quienes en verdad hacen una diferencia en su gobierno —dijo Rosaria, el baladista sonrió cruzado de brazos mientras se alejaban caminando.
—Y calza perfectamente con la siguiente fase de nuestro plan.
—¿Sobre los Imunlaukr? —preguntó Lisa.
—¿Quienes?
—Pasar tanto tiempo rezándole a tu dios te hace estar desconectada —comentó Scaramouche.
—Los Imunlaukr fueron un clan de la monarquía de Mondstadt, hace casi 70 años; cuando el rey Decarabian conspiró para cambiar la línea de sucesión, perjudicando a su heredero, se dio origen a la guerra civil del país. La recordarás por cosas como "Venti, el bardo, derrocó al tirano rey y comenzó un gobierno prospero".
—Si te soy sincera Lisa, jamás he leído nada sobre la historia de Mondstadt —respondió la monja, entonces miró las estrellas, recordando un pasado donde del cielo nocturno caían copos de nieve—. Nunca he estado realmente "aquí"...
—De todos modos, no influye si conoces o no esa versión en un país sin memoria. La realidad, es que nunca existió un tal "Venti el bardo", solo existía Barbatos, el príncipe heredero de Decarabian, nunca fue un plebeyo, nunca derrocó a ningún tirano, solo escribió la historia a su antojo.
—¿Y qué tiene que ver ese clan que mencionas con todo esto?
—Decarabian quería favorecer a los Imunlaukr como los siguientes en la línea de sucesión. Comprenderás que lo siguiente que hizo Barbatos, fue desaparecer a todas las casas reales de Mondstadt que fuesen una amenaza para su reinado, empezando por los Imunlaukr.
—Ya veo...
—Pero lo interesante de esta historia, es que los Imunlaukr se resistieron a la muerte —comentó Scaramouche sonriendo.
—Hubo sobrevivientes que trataron de alejarse de Barbatos, pero él los cazó por años, hasta exterminarlos por completo, o eso cree él...
—¿Aún existe alguien de ese clan?
—Sí, solo uno, y está oculto. Yo lo oculté.
—Así que, con nuestro plan matamos dos pájaros de un tiro, nosotros causamos una revuelta en Mondstadt para que Eula y el rey se enfrenten, y si este último se muere, tu pones a tu protegido en el trono, y nosotros nos llevamos al príncipe Alberich a Snezhnaya. Todos ganamos —comentó el baladista.
—Empiezo a suponer que quieren difundir esta verdad de la misma forma que Eula está difundiendo las suyas.
—Por supuesto, tiene que verse como algo planeado por ella, que haga creer a Barbatos que todo esto es un enorme complot en su contra. Así que ya tengo a los monos trabajando para hacer una función de marionetas, muy dramática, como le gusta a ella.
—No te apresures en hacerle creer a Barbatos que le queda un Imunlaukr por matar, no estoy interesada en que él sepa esto, ni en que el muchacho quede a la cabeza del reino, apenas sabe hablar.
—De acuerdo, me reservaré aquello.
—Esto no me gusta... —comentó Rosaria en voz baja.
—¿Por qué no? —preguntó Scaramouche.
—No me gusta que el rescate de Kaeya dependa de desestabilizar a todo Mondstadt, y de intrigas políticas, si dependiera de mi...
—Pero no depende de ti —le espetó el baladista, ella frunció el ceño—. No te comportes como el imbécil de Ajax, usen la lógica, porque hacer todo a su manera es lo más estúpido y contraproducente en estos casos.
—Si no cumples... —murmuró Rosaria con una voz sombría, entonces Scaramouche la apuntó con el dedo.
—Yo siempre cumplo.
Esa mañana, el príncipe despertó más consciente de su entorno, y pensó con incredulidad en que pasó otro día más sin haber sido castigado por Barbatos; y no solo consideró ese episodio del día anterior, sino que recordó vívidamente a su amado Albedo, junto a él, tocando sus manos, lo cual le daba una sensación tan cálida que se tocó el corazón al pensar en él. Pero debía volver a la realidad, armar su bolsa con un cambio de ropa, e ir a darle su ración al Héroe Oscuro, a Eula, y posiblemente a Dainsleif si nuevamente quería hacerlo suyo en ese motel.
Una vez preparado, Kaeya salió de su habitación, y vio que el Jefe Alquimista estaba apoyado en la pared frente a la puerta, esperándolo; el príncipe Alberich recordó entonces que su amado le dijo que pasaría todo el día con él, lo que a pesar de contrariarlo, le hacía sentir extrañamente feliz. Sin decir nada Albedo caminó codo a codo con él, y salieron juntos por la puerta de la cocina; Kaeya se sentía nervioso ante la idea de que su ex amante estuviera presente en cada momento con él, incluso cuando el Héroe Oscuro, Eula o Dain lo penetraran de aquella forma poco atenta, totalmente contrario a como se comportaría el Jefe Alquimista con él.
Al llegar a la zona cercana a la iglesia de Favonius, el príncipe de Khaenri'ah escondió su ropa limpia entre los arbustos de siempre, y miró hacia una de las alcantarillas; Albedo lo siguió hasta ella, y se quedaron de pie, observando la tapa que escondía las escaleras de mano. Kaeya comenzó a temblar muy nervioso, su ex amante no le dijo nada, y eso le indicaba que se metería allí con él, que lo vería de rodillas ante los genitales de alguien más, cosa sumamente incómoda y angustiante para él.
—Preferiría que me esperaras aquí arriba... —dijo el príncipe, Albedo tomó su mano.
—Te dije que pasaría todo el día contigo, y es lo que haré.
—Pero no quiero que me veas...
—Haz lo que te indique el corazón.
—Sabes que no puedo hacer eso, querido...
—Te protegeré para que puedas decidir con él. Ya nunca más te abandonaré, Kaeya —susurró el Jefe Alquimista, el príncipe Alberich se llenó de lágrimas por esas hermosas palabras.
—Ya te lo dije, las promesas mueren con la persona...
—Estaré contigo... aquí y ahora. —La hermosa voz de Albedo hacía que Kaeya llorase más angustiado.
—Tengo miedo...
—¿Tienes miedo de bajar?
—Sí...
—Entonces... no bajes.
—Pero debo cumplir el trato que hice con él.
—Si te hace algun problema por esto, no dudes que hablaré con el. Ya no tengo miedo Kaeya, desde que mi madre y mi hermana se marcharon, desde que te escogí a ti por sobre mi estúpido puesto, ya no tengo miedo de nada.
—¿Por qué decidiste algo tan estúpido?
—Porque te amo, así de simple.
El príncipe de Khaenri'ah agachó más la mirada, abajo de sus pies, el Héroe Oscuro lo estaba esperando, ansioso por devorar su cuerpo y sobajarlo en un pestilente y húmedo sitio lleno de ratas. En cambio, a su lado estaba un buen hombre, que decía amarlo, que lo hacía sentir feliz, y que le daba suma paz con el simple hecho de tomar su mano; incluso si se arrepentía al otro día, su corazón necesitaba sentir el calor de verdadero amor, aunque fuera una última vez.
—Yo... yo también te amo, Albedo... —respondió Kaeya, el Jefe Alquimista sonrió, aliviado.
—Lo sé, mi amado príncipe, estos sentimientos son mutuos, y siempre lo fueron.
—Te amo tanto, que es tan doloroso... —De pronto Albedo se giró para verlo a los ojos, y le tomó ambas manos.
—Quiero hacer que no sea doloroso para ti, que cuando pienses en nuestro amor, sientas paz.
—¿Por qué me haces creer? —se preguntó el príncipe, entonces su ex amante subió una mano para acariciarle una mejilla.
—Yo no te obligo a creer, esto es real Kaeya, lo sientes y lo crees porque es real... —Kaeya soltó otra pequeña lágrima, tomó la mano del Jefe Alquimista y restregó suavemente su mejilla y nariz sobre la palma.
—Es tan real... —Albedo sonrió con los ojos húmedos, y apretó la otra mano de Kaeya con delicadeza.
—¿Vamos? —sugirió el Jefe Alquimista, el príncipe Alberich dudó por un instante, sin embargo su corazón pedía a gritos ese respiro.
—Está bien, mi amor...
Aun si aquello le traía consecuencias a ambos, de forma mutua decidieron caminar de la mano, ya no importaba si alguien del Ordo Favonius los veía, si el Héroe Oscuro amenazaba con delatarlos, o si Eula lo castigaba por faltar a uno de sus encuentros, lo único que querían en ese momento era estar juntos, sin importar el costo. De todos modos, incluso si algunos caballeros los veían, cabía la posibilidad de que trabajaran para los Lawrence, lo cual le daba cierta chance a Kaeya de proteger a su amado.
Albedo lo guió hasta la parte trasera de un restaurante, y le pidió que lo esperara ahí, él obedeció y se sentó detrás de una caja de madera, puesto que sitios como ese le recordaban las veces que los caballeros de Favonius lo arrastraron hacia bodegas para violarlo a plena luz del día, e inconscientemente quería estar oculto de la vista de ese tipo de personas. El Jefe Alquimista se presentó ante los dueños del restaurante, y les pidió una bandeja de comida para comerla fuera del local; debido a su cantidad de dinero y su puesto reconocido, los cocineros se apresuraron en servirle un guiso de ternera sobre patatas asadas, un cuenco de sopa y pan recién horneado.
Luego de un rato Albedo volvió con la bandeja, y se sentó en el piso junto a Kaeya, este miró esa cantidad de alimentos y le dijo que no sería capaz de comérselo todo, a lo que su ex amante respondió que no necesitaba acabárselo, y que él se encargaría de las sobras. Con inseguridad del príncipe Alberich tomó una cuchara y probó el guiso y las papas, era delicioso, pero su estómago se había vuelto algo angosto por los días en que no consumió la cantidad necesaria de alimento, así que solo comió dos tercios del platillo.
La sopa fue más fácil de comer para él, y la aprovechó para remojar el pan; cada vez que alguien dulce como Amber, Chongyun, Barbara o Albedo le daban de comer, el príncipe se sentía bendecido, y lloraba por la familiar sensación de amor que la comida casera le daba, como si su querida Adelinde y los empleados del Viñedo del Amanecer jamás se hubieran ido de su vida. El Jefe Alquimista besó su frente cuando lo vio llorar, restregó el tabique de su nariz sobre su cabello lacio y algo reseco por la falta de agua y comida, y le susurró algo para calmar su corazón.
—Tranquilo mi amado príncipe, todo estará bien ahora...
—Cuando pruebo algo así de delicioso, recuerdo el viñedo, a mi padre, a Adelinde, a Elzer, a Connor, a Turner, a Ernest... A Diluc...
—¿Lo echas de menos, incluso a él?
—Con todo mi corazón...
—Kaeya...
—No importa si me odia, si me culpa por la muerte de papá, yo aún... Solo deseo que me vea con amor otra vez, quiero que me diga que incluso si por mi culpa murió papá, seguimos siendo una familia...
—Entiendo que quieras recuperar su amor, pero... Nunca me ha parecido correcto que te culpe por lo ocurrido con Crepus Ragnvindr, siempre he detestado que levantara una mano contra ti... Lo que no puedo entender, es que te importe alguien que te ha hecho sentir culpable de algo que jamás fue tu culpa.
—Diluc solo era un adolescente cuando papá murió, es algo que lo marcó para toda la vida... Él era su mundo entero.
—Y también era el tuyo. Aun así, aquí estás, pensando con amor en tu hermano, mientras él...
—Me pregunto si quedará algo de amor hacia mi en su corazón...
—Espero que sí, pero si no es el caso, quiero que interiorices que no es tu culpa, y que alguien que te haga sentir así, no merece tu tiempo.
—Pero amor...
—Kaeya, yo jamás te culpé de... —dijo de repente Albedo, su amado se sintió confuso.
—¿De qué hablas querido?
—Diluc perdió a su padre, y yo perdí a mi madre, fueron dos eventos que tuvieron que ver contigo, pero eso jamás fue tu culpa, tu nunca pediste que esos dos adultos hicieran lo que hicieron por ti —continuó el Jefe Alquimista hablando un poco más acelerado, el príncipe abrió los párpados con desconcierto.
—¿Qué...?
—Kaeya, mi madre, era Rhinedottir.
El príncipe de Khaenri'ah abrió la boca, de la nada millones de imágenes del pasado llegaron a su cabeza, la peor de todas era la cabeza de esa mujer desprendiéndose de su cuello en la plaza pública, un momento tan rápido, pero tan impactante para él, que temblaba con solo recordar al monstruo de Barbatos obligándolo a ver todo eso desde el balcón. Entonces negó con la cabeza como si estuviera asustado, y Albedo volvió a tomarle las manos, para que no se sintiera solo ante un recuerdo tan traumático.
—No... no puede...
—Hace poco recordé todo eso, pero ahora que lo sé, no se me ha cruzado por la mente en ningún momento culparte por lo que pasó, tú no pediste que ella arriesgara su vida por sacarte de aquí, tu solo querías salvarte de Barbatos... Yo lo entiendo Kaeya, por favor no llores, porque yo entiendo porque aceptaste huir conmigo y mi madre...
—No... —susurró el príncipe Alberich llorando lleno de culpa, ya que recordaba al pequeño asistente de Rhinedottir, y la sola idea de haberlo dejado sin madre le retorcía el corazón—. Por favor perdóname...
—No hay nada que perdonar, no es tu culpa mi amor... Nunca fue tu culpa.
—Perdóname... —susurró Kaeya antes de soltar un fuerte llanto, el Jefe Alquimista le tomó las mejillas con las dos manos, y esperó a que abriera los párpados, para mirarse frente a frente.
—Escúchame, Kaeya. Eso jamás fue tu culpa, nunca he tenido ningún rencor hacia ti, no solo porque te amo, sino porque tu y yo solo éramos dos simples niños, que fueron puestos en una situación que jamás pidieron... ¿Lo entiendes mi príncipe? Solo eramos unos niños...
—Pero... —El príncipe sollozó, y Albedo apoyó la frente sobre la suya con mucha ternura y comprensión.
—No hay nada que perdonar, porque te amo, con todo mi corazón... Eres mi mayor anhelo y mi razón de ser...
—No digas eso... —susurró Kaeya sonrojado.
—Te amo tanto... —repitió el Jefe Alquimista, el príncipe Alberich se quedó callado observando el hermoso rostro de su amado, y no se resistió a tocar sus mejillas y darle un profundo beso en la boca, el cual Albedo disfrutó como ambrosia.
—Siempre te he amado, Albedo...
—Lo sé...
—Me preguntaba si... ¿Podemos ir a nuestro lugar especial? —le pidió Kaeya, su amante sonrió enternecido y le dio otro par de rápidos y cariñosos besos en los labios.
—Por supuesto, mi amado príncipe.
Albedo tomó la mano del príncipe y lo llevó a una de sus propiedades, un pequeño estudio de arte que tenía cerca de los barrios bajos; los dos se apresuraron en llegar para no ser vistos por nadie que considerase sospechosa la cercanía de ambos, y el Jefe Alquimista cerró la puerta principal con llave. El lugar no había sido visitado por él en mucho tiempo, así que el polvo cubría todos los muebles; a Albedo le avergonzó que todo estuviera hecho un desastre, pero la razón por la cual no volvió por sí solo a ese sitio, era porque no deseaba recordar los buenos momentos con Kaeya, y esa casa tenía muchos.
El príncipe Alberich miró a su alrededor y pasó los dedos por el polvoriento sillón en el cual llegaron a hacer el amor varias veces cuando ya no tenían la suficiente paciencia de llegar hasta la cama. El Jefe Alquimista creyó que su amado le reclamaría por la limpieza, pero Kaeya no se molestó en decir nada, pues seguía recordando los mejores momentos de su relación con él.
El primer encuentro que tuvieron, o al menos el que para el príncipe fue el primero antes de enterarse de que Albedo fue el asistente de Rhinedottir, ocurrió un día en el que Kaeya decidió alejarse del rey para esconderse en los establos; allí estuvo acariciando a los corceles mientras pensaba excusas para salir a la ciudad, pues ya tenía suficiente ropa y joyas. Mientras le daba una zanahoria a un caballo de pelaje dorado y le acariciaba el cuello, notó la presencia de alguien frente a la puertecilla, aunque esa persona no hiciera ningún ruido.
Entonces miró de reojo, y descubrió a un guapo joven rubio de baja estatura, boceteando con carboncillo en una libreta al príncipe y al corcel; Kaeya no se movió, pues comprendió al instante que ese chico lo estaba usando como modelo, así que con mayor gracia y delicadeza acarició al animal y estilizó la postura de su cuerpo para posar mejor para él. Albedo levantó la vista un momento, estaba serio, pero le causó curiosidad que el príncipe Alberich, en vez de increparlo por retratar su figura sin su permiso, disfrutara con la labor de ser su punto de interés en esa composición.
El Jefe Alquimista se apresuró para ir al cuarto de ese estudio, y retiró las sábanas de un tirón para sacudirlas y revisar si había arañas en el colchón, Kaeya se quedó en la sala mirando cada rincón de la casa, y se abrazó a sí mismo por anticipar lo que iba a pasar en un rato; la última vez que sintió tanto deseo y líbido fue en el campanario junto a Rosaria, y ya estaba listo para más. De forma muy minuciosa Albedo sacudió la habitación con un plumero, luego volteó el colchón y volvió a colocar las sábanas; con ese cuarto listo ya sentía menos remordimiento por meter al príncipe de Khaenri'ah en su descuidado "nido de amor"; tras unos minutos mirando a su alrededor, Kaeya fue hasta la habitación de su amante, y este se sintió nervioso porque aun no acababa del todo con la limpieza.
—Lo siento Kaeya, sé que estoy tardando mucho, por favor tenme paciencia. —El príncipe no parecía preocupado por ello, de hecho solo sonrió mientras se sentaba en el piso frente al catre, para luego estirar las manos debajo de la cama—. No he limpiado ahí todavía, tus manos se ensuciarán.
—No importa mi amor —dijo Kaeya mientras sacaba una pila de cuadros al óleo y un pequeño baúl con bocetos en carboncillo—. Siguen aquí...
—Nunca me deshice de ellos. —El Jefe Alquimista sonrió nostálgico mientras su amado revisaba los dibujos que hicieron juntos, los del príncipe eran bodegones de lo que podía ver, los de Albedo retratos hechos de memoria o viendo a su modelo favorito.
—Éramos unos pervertidos... Sigo amando estas poses, es tan sensual...
—Y yo amaba tanto ver cada rincón de ti... Sin pudores, retratando tu piel tal y como es, con cada pliegue, cada textura, cada vello... Siempre amé hacer bocetos sobre ti, mi amor.
—Me siento tan dichoso cuando me hablas así, como si no fuera real... Albedo, quiero hacerte el amor...
—Yo también quiero hacerte el amor, pero...
—¿Qué pasa amado mío?
—No pienso hacerlo si tu cuerpo está muy maltratado, quiero que disfrutes, no contribuir más a tu dolor.
—Pero Albedo, eso no importa, yo quiero sentirte dentro de mi, me sentiré pleno sin importar la condición de mi cuerpo.
—Temo derrumbarme si veo tu cuerpo en ese estado... —reconoció el Jefe Alquimista, entonces Kaeya se acercó y tomó su mano para besar la palma y restregar la mejilla con ternura.
—Hagamos la prueba, mi vida.
Los dos se miraron ruborizados, hacía mucho que no hacían algo así, los ponía muy nerviosos verse desnudos una vez más, como si fuera la primera vez; al príncipe se le dificultó menos quitarse el corset y la blusa, Albedo tembló ansioso, era su turno, así que se abrió la chaqueta y los botones de la camisa. Su cuerpo tenía algunos músculos marcados, si bien era un hombre de ciencias, el entrenamiento con la espada le ayudaba a mantenerse en forma; Kaeya se detuvo para mirarle el torso, se mordió un nudillo y alzó los hombros con sensualidad, expresando así su deseo por él.
Luego el príncipe Alberich se bajó los pantalones cuidadosamente, pues por la tela ajustada era facil tambalearse; el Jefe Alquimista lo imitó, sentía una mezcla de emoción y remordimiento a la vez, porque deseaba a Kaeya, pero si su amado no se sentía bien físicamente, Albedo iba a considerarse una persona vil si tenían sexo a pesar de ese problema. Cuando el príncipe se quitó la ropa interior, se mordió el dedo expectante de que su amante terminara de desnudarse también; el Jefe Alquimista se quitó todo, y Kaeya sonrió al mirar sus genitales, si bien el tamaño era estándar, no había ningún otro pene que deseara tanto como aquel.
Para el príncipe de Khaenri'ah, la vista era excelente y apetecible, pero para Albedo, fue chocante comparar la imagen que tenía del Kaeya de hacía dos años, con el actual; no cambiaba demasiado en cuanto a la belleza de sus facciones, pero su cuerpo saludable y esbelto en esos momentos lucía una insana delgadez, con las costillas marcadas y la piel más delgada. Su amante además presentaba unos párpados cansados, hinchados y ojerosos, al Jefe Alquimista se le rompía el corazón al verlo detenidamente, y apenado le acarició el rostro y agachó la mirada mientras derramaba una lágrima.
—No llores amado mio... —le pidió el príncipe Alberich, Albedo suspiró.
—Lo siento Kaeya... Si no te sientes bien, podemos parar.
—Pero me siento bien, me siento mejor que nunca.
—¿No estás mintiendo?
—Albedo... te deseo... —susurró poniendo la mano de su amante sobre uno de sus pechos—. Es que acaso... ¿Mi cuerpo en este estado te desagrada?
—No me desagrada mi amor, solo me pone triste verte tan delgado y agotado...
—No pienses en ello, estaré bien, puedes hacerme lo que tu quieras... Por favor, hazme lo que quieras mi amor...
—¿Puedo preguntarte algo incómodo?
—Sí, puedes preguntar cualquier cosa amado mio.
—¿Cómo estás... allá atrás? —Kaeya hizo una expresión de extrañeza, en cierto sentido esa pregunta podía ser ofensiva para él, así que Albedo especificó—. Me refiero a si sientes dolor, no si estás limpio o algo, solo quiero saber si estás lastimado y si debo evitar...
—Estoy limpio, y en cuanto a dolor... es soportable.
—¿"Soportable"? No quiero que "soportes" dolor por mi.
—Si dependiera de mi Albedo, te dejaría destrozarme.
—Pero no lo haré. —El príncipe Alberich lo miró afligido y berrinchudo.
—Albedo... Por favor...
—Kaeya, no quiero causarte dolor.
—No me causarás dolor, tú nunca harías eso, así que por favor, no pienses más en esto —le pidió acariciando su mejilla, el Jefe Alquimista agachó la mirada, tanto él como Kaeya deseaban hacer el amor, pero quería ser lo más respetuoso que podía con su cuerpo.
—Si te duele, no dudes en decírmelo.
—Te lo prometo...
Albedo respiró profundamente, como ya se habían puesto de acuerdo, se mentalizó para darle un trato especial y delicado a la persona que amaba, así que tomó su mano y le indicó que se sentaran en la cama; el príncipe de Khaenri'ah tomó asiento y apoyó los codos, incluso en su estado maltratado sabía cómo actuar para mostrar sensualidad. Entonces le sonrió a su amante de forma confidente y cariñosa, esperándolo; el Jefe Alquimista se sentó a su lado, Kaeya miró brevemente su entrepierna y deslizó una mano sobre el muslo de Albedo, muy cerca de su polla erecta.
El Jefe Alquimista tomó la cintura del príncipe con una mano y usó la otra para levantar un poco una de sus piernas, que eran más largas que las suyas; luego la colocó encima de su muslo, y Kaeya entendió que Albedo quería que se sentara en la mitad de su regazo, por lo que se acomodó mejor. Entonces su amado subió la mano que estaba en la cintura del príncipe Alberich hacia sus costillas, al tenerlo sentado de ese modo era sencillo tocar su cuerpo desnudo con delicadeza mientras se miraban a los ojos intensamente, ambos con la cabeza girada y la boca entreabierta, listos para besarse.
Cuando Albedo lo besaba en esa situación, Kaeya se sentía aun más excitado, darle sexo oral a otros hombres y ser penetrado por ellos no se comparaba con el infinito placer que podían darle los labios de su amado, y sus manos cuidadosas y atentas que le dieron un masaje en los pechos, como exprimiendolos con sutileza, para luego usar la yema de sus dedos índices haciendo círculos sobre sus pezones. El Jefe Alquimista bajó la boca por el cuello del príncipe, hasta llegar a su hombro, Kaeya lo miró de reojo con sensualidad, y para no quedarse atrás, tomó la verga dura de su amante con una mano, para jalarla y girarla de forma juguetona.
Albedo suspiró y gimió, su voz hizo estremecer al príncipe, le parecía encantador oírlo disfrutar, así que movió suavemente la mano para masturbarlo; el Jefe Alquimista volvió a mover los labios desde el hombro hasta el cuello de su amado, además de apretarle las tetillas y estirarlas como si quisiera ordeñarlas. Kaeya envolvió el glande de Albedo con su mano, y la movió para masajearlo, su amado gimió con los ojos cerrados, y usó las manos para sobarle las tetas y su delgado abdomen; poco a poco el Jefe Alquimista iba subiendo la temperatura, besando la boca del príncipe, con sus lenguas moviéndose por dentro y por fuera, además de darle masajes en los hombros, las costillas, la cintura, los muslos, el abdomen, pero por sobre todo en sus pectorales, cuyos pezones duros eran perfectos para juguetear con la yema de los dedos y las uñas, lo cual le hacía cosquillas a Kaeya.
El príncipe Alberich cerró los ojos con placer, y movió la mano hacia la base del pene de Albedo, después bajó los dedos un poco más, y dio un delicado masaje entre las bolas de su amante, cuya temperatura se sentía hirviente; el Jefe Alquimista sonrió complacido, y deslizó una sola mano con la palma y los dedos abiertos, para rozarla sobre el pene de Kaeya mientras usaba la otra mano para frotarle los pechos, hasta que los calentó. Los poros del príncipe se levantaron, Albedo sabía muy bien cómo hacerlo desear con más fuerzas que follaran sin control, y no solo utilizaba las manos para darle un lento preámbulo de placer, sino que no dejaba quieta ni su cabeza, pues además de esos masajes, también le lamía el cuello y el hombro.
Entonces el Jefe Alquimista agarró la polla de Kaeya y la masturbó a un ritmo suave, al mismo tiempo que tiraba de sus pezones y los soltaba de forma rápida, y le lamía y besaba el hombro y los omóplatos; el príncipe de Khaenri'ah gimió, estaba ardiendo por las sensaciones simultáneas en su cuerpo, el tacto de su amado, su respiración, el calor de su cuerpo, era todo lo que deseaba para sentirse pleno. Albedo deslizó los labios por detrás del cuello de Kaeya, y aumentó la velocidad de sus manos, con una jalaba la verga del príncipe, con la otra frotaba sus pechos hasta que la fricción los hacía ponerse rojos y ardientes.
—Si sigues así mi amor... Voy a correrme muy pronto... —le avisó el príncipe, el Jefe Alquimista sonrió travieso y continuó dándole estimulación con las manos y la boca.
—Quiero darte un orgasmo... No pararé hasta que tu cuerpo lo libere.
—Por favor mi amor... No solo uses tus manos, te necesito dentro de mi...
—¿Esto no es suficiente, mi amado príncipe? —preguntó Albedo, con sus dedos girando los pezones de Kaeya, quien soportó los deseos de voltearse y empujarlo para poder cabalgarlo.
—Amo como usas tus manos... pero realmente necesito sentirte dentro de mi cuerpo, quiero que me hagas solo tuyo...
—Podría besarte y ya estaría dentro de tu cuerpo. —El Jefe Alquimista quería divertirse a costa de la paciencia del príncipe, quien rezongó berrinchudo.
—Por favor Albedo...
—Está bien mi amado, cumpliré tu deseo.
Kaeya suspiró con alivio, Albedo se movió y colocó al príncipe Alberich boca arriba, le abrió las piernas, y el mismo Kaeya se acomodó mejor para dejar expuesta su rojiza e irritada zona genital; el Jefe Alquimista estaba preocupado de que su sensible piel solo sintiera ardor cuando lo penetrara, así que se humedeció los dedos con saliva y los acercó cuidadosamente al ano del príncipe. Ese lugar se sentía caliente, y Kaeya apretó los parpados por el ligero dolor que le producía el contacto de las yemas de los dedos de su amado; al ver el melancólico rostro de Albedo, el príncipe de Khaenri'ah le dijo que podía seguir, estaba seguro de que iba a sentirse bien después de un rato.
El Jefe Alquimista repitió el proceso de lubricarlo con su saliva, e incluso le pidió a Kaeya que escupiera sobre sus dedos para ayudar en esa labor; cuando el príncipe estuvo bien dilatado, Albedo abrió sus largas piernas y echó las caderas hacia adelante, observando como su pene se introducía con facilidad. La frente del Jefe Alquimista sudaba, su rostro triste y a la vez aliviado conjuntó a la perfección con el rubor de sus mejillas, lo cual le parecía hermoso a Kaeya, y lo hacía olvidarse del ardor en el interior de su cuerpo.
—¿Te duele? —preguntó Albedo mirándolo a los ojos, el príncipe reposó un brazo debajo de sus pechos para levantarlos, ladeó la cabeza y lo observó con una mirada sensual y tranquila.
—Me encanta... —respondió Kaeya, su amado sonrió, sabía que estaba mintiendo, y que a la vez decía la verdad, algo así era posible con el príncipe Alberich, pero al Jefe Alquimista solo le importaba cumplir sus deseos.
—Quiero darte placer... —susurró Albedo al echarse hacia adelante para hablarle al oído, su polla chocó contra las paredes internas de Kaeya, y se metió más adentro, lo cual le sacó un gemido agudo—. ¿Te encuentras bien mi amor?
—Me siento tan feliz... —El príncipe abrazó a su amante y le besó la boca, derramando una lágrima de alegría y dolor; el Jefe Alquimista cerró los ojos y movió la lengua de forma profunda y juguetona, Kaeya abrió los párpados y miró el techo con el ojo brillante y húmedo por la dicha.
—Somos un solo corazón... incluso si el mío es... —dijo Albedo afligido por su naturaleza "sintética"; el príncipe de Khaenri'ah le besó la frente y pasó los dedos entre su cabello ondulado y rubio como el sol.
—Quiero que sea así por siempre... solo tú y nadie más...
Ambos lloraron antes de volver a besarse otra vez, las caderas de Kaeya estaban muy levantadas para facilitar que su amado pudiera besarlo sin dejar de penetrarlo, por lo que su apoyo estaba en su curvada espina dorsal. El Jefe Alquimista movió la pelvis de forma ligeramente más rápida, apoyó las manos contra el colchón, separó sus labios y miró a su adorado príncipe con deseo; con una lágrima en el ojo Kaeya le sonrió de forma confidente y atractiva, ladeó la cabeza, levantó los pechos y usó una mano para masajearlos de manera provocativa.
Albedo llevó los dedos a las tetillas de su amado, las agarró y masajeó de forma lenta y placentera, el príncipe gimió feliz, y arqueó la espalda con placer cuando el Jefe Alquimista bajó la otra mano para masturbarlo. Los adentros de Kaeya ya no le dolían tanto como al inicio, lo cual le permitía disfrutar más de lo que él mismo esperaba; Albedo usó sus manos sin parar mientras lo penetraba con mayor velocidad, la voz del príncipe Alberich lo convenció de que el disfrute era superior al dolor, así que se sentía satisfecho.
Por curiosidad, el Jefe Alquimista llevó el dedo índice hacia la boca de su amado, Kaeya lo miró con deseo, y esperó a que Albedo lo posara sobre sus labios; entonces el príncipe lamió el dedo de su amante y se lo metió a la boca, viéndolo con una mirada brillante y dulce, como un ángel, tierno y a la vez sensual. El Jefe Alquimista suspiró enamorado, y mientras su amado chupaba su dedo, él usó la otra mano para masturbarlo delicadamente, con sumo cuidado y chocando su glande contra la próstata de Kaeya, lo cual hizo que el príncipe Alberich apretara los párpados y se estremeciera.
Cada golpe en su interior, combinados con el movimiento de la mano y los dedos de Albedo sobre su pene, como si quisiera hacerle cosquillas mientras lo masturbaba, eran un gatillante para un orgasmo próximo a venir; Kaeya respiró agitado y hundió el estómago sin dejar de lamer y succionar el dedo de su amante, ya no había dolor, solo un infinito placer y una ola de calor que le sonrojó las mejillas, el cuello y los hombros. Como si supiera de memoria lo que significaba cada reacción del príncipe, Albedo lo masturbó más rápido y lo penetró de forma más lenta, pero fuerte y precisa, para tocar de forma profunda la próstata; gracias a eso, Kaeya eyaculó sobre la mano de su amante y su propio estómago, quedándose con los músculos tensos y la espalda arqueada hasta que su orgasmo terminó, y su cuerpo cayó lánguido sobre el colchón.
Entonces el Jefe Alquimista retiró su polla y lo colocó por sobre el del príncipe Alberich, y comenzó a masturbarse rápidamente con los ojos cerrados, Kaeya lo miró hacia abajo, atento a las señales de placer de su amado, como sus leves espasmos, la manera en que sus poros se levantaban, y una pequeña gota de semen asomándose por su uretra. De pronto Albedo disparó un gran chorro de esperma sobre el abdomen del príncipe, para Kaeya fue liberador saber que su amante también disfrutó de esa velada incluso sin ir al mismo ritmo que otros hombres con los cuales se había acostado, incluso amaba que su dulce Albedo fuese tan diferente a ellos, como una bocanada de aire fresco, un lugar cálido y reconfortante para su vida caótica y promiscua.
Con cansancio el Jefe Alquimista se recostó boca arriba junto al príncipe de Khaenri'ah, quien tocó con sus dedos el semen que tenía en el vientre, el suyo era líquido y casi incoloro, el de Albedo espeso, blanco y abundante, pues se alimentaba mucho mejor que él y estaba bien hidratado. Al girar la cabeza se dio cuenta de que su amado Jefe Alquimista lo miraba con una dulce sonrisa, Kaeya también le sonrió confidente y satisfecho, sus cuerpos desnudos se sentían muy bien después de haber revivido en carne propia sus encuentros de hacía dos años; entonces el príncipe se giró de costado y apoyó una mano y una rodilla sobre el torso de Albedo, quien se estaba tocando el corazón, reposando después de tanto ejercicio.
—Te amo —dijo Kaeya, su amante le besó la frente, y él cerró los párpados, sintiéndose en el cielo.
—Te amo con todas mis fuerzas —respondió el Jefe Alquimista, el príncipe Alberich le besó el pecho y restregó la frente sobre él con ternura.
—Yo te amo como no he amado a ningún hombre...
—¿Más que a tu padre?
—Por favor amado mio, son dos tipos de amor muy diferentes. —Albedo miró hacia el lado de la cama, recordando algo.
—Nunca te conté sobre algo que comencé a hacer, unos días antes de que... termináramos nuestra relación.
—¿Qué cosa mi amor?
El Jefe Alquimista se movió un poco, y Kaeya se apartó para dejarlo levantarse de la cama, luego Albedo se puso de pie y fue hacia un armario donde tenía guardadas más pinturas al óleo de las que había sacado el príncipe debajo de la cama. Kaeya se giró para quedar boca abajo, se apoyó en sus codos y llevó un nudillo a los labios mientras reía en voz baja, de forma pícara, pues le estaba viendo las nalgas a su amante cuando este comenzó a buscar cuadro por cuadro en el armario.
Una vez que encontró el indicado, el Jefe Alquimista lo tomó, y se acercó con él en sus manos, para darle una sorpresa al príncipe, quien lo miraba curioso.
—Hace dos años comencé esta pintura, tuve que recopilar muchos testimonios de algunas personas para obtener una descripción más detallada. —Albedo giró el cuadro, y Kaeya abrió la boca anonadado—. No me bastaba con un "era como Diluc, pero mayor".
—No puede ser... —susurró el príncipe con lágrimas en el ojo, cubriéndose la boca con las dos manos por estar en presencia de un hermoso cuadro de su padre, Crepus Ragnvindr—. Oh mi...
—¿Te gusta mi amor? —preguntó el Jefe Alquimista acercándose más con el lienzo, para que Kaeya lo tomara entre sus manos.
—Dios... —El príncipe de Khaenri'ah comenzó a llorar cuando tomó la pintura, Albedo consiguió retratar cada detalle de su papá incluso sin haberlo conocido, las ondas de su barba roja, su cabello atado en una coleta, la expresión cálida, el traje elegante de cantinero, sus ojos melancólicos y dulces a la vez—. Oh Dios...
—Tranquilo...
—Papá... es... esto es tan hermoso... —Kaeya sollozó, por lo que el Jefe Alquimista se sentó a su lado y le acarició la espalda para reconfortarlo—. Lo amo tanto...
—Aún le falta una capa de pintura... —El príncipe cerró los ojos llorando, y tomó la mano de Albedo para apretarla y conseguir fuerzas para poder hablar.
—Casi no recordaba su rostro... Ahora si lo recuerdo bien... No tienes idea, de cuanto lo amé...
—Puedo imaginarlo, mi amor.
—Sí luce como Diluc... Pero su mirada es gentil, y acogedora... Extraño esas manos toscas y algo arrugadas. Nunca me hizo falta nada cuando él estaba conmigo...
—Si retratara a Diluc, no dudaría en remarcar la amargura en sus ojos.
—La amargura por la pérdida de un padre...
—¿Eso crees?
—Con todo mi corazón.
—Si es lo que crees... Lo entiendo.
—Cómo quisiera arreglar las cosas con él... —susurró Kaeya mientras seguía llorando por ver el rostro de su padre; el Jefe Alquimista miró hacia el lado, Diluc no le caía en gracia, pero si su amado deseaba hacer las paces con él, quería estar presente para protegerlo y consolarlo en caso de que las cosas salieran mal.
—Si lo deseas... puedes intentar hablar con él.
—Pero ¿Y si no reacciona bien?
—Entonces no te preocupes, porque yo estaré a tu lado y no dejaré que te toque un solo pelo.
—Si él me dice que no me perdona...
—¿De qué tendría que perdonarte? Para empezar.
—Por la muerte de papá...
—Ya te dije que no fue tu culpa.
—Pero... —Albedo tomó la mano de Kaeya, y lo miró a los ojos con firmeza.
—Si quieres hacer las paces con él, hazlo, porque yo estaré contigo, yo te daré mi fuerza para que liberes a tu corazón de esa carga —le juró el Jefe Alquimista, el príncipe entrecerró los párpados con amor y deseo, para luego estirarse y besar sus labios.
—Por eso te amo tanto...
Chongyun y Xingqiu tomaron sus manos y salieron por la puerta trasera, Childe iba delante de ellos, si alguien llegaba a preguntarles qué harían solos en Mondstadt, solo tenían que responder que Tartaglia iba a cuidar de ellos mientras jugaban con otros niños; los dos se decidieron a darlo todo por sus ideales de justicia, el príncipe por su concepción de lo moralmente correcto, Xingqiu por empatizar de forma personal con Kaeya. Ajax sonreía por creer que su idea era espléndida, las voces de su cabeza también lo pensaban, aunque ninguna tenía un plan concreto más allá de obtener sujetos en una posición clave para los Fatui.
Luego de un rato llegaron a la plaza donde los ancianos del asilo se reunían, ahí estaba Bennett cuidando de ellos, y el baladista tocando con el resto de su equipo; Childe se acercó a sus compañeros Fatui mientras los dos niños saludaban a Bennett, Tartaglia le contó con una sonrisa al nuevo líder de la agrupación, que tenía una idea relacionada con uno de los hijos de Morax y su amigo. Scaramouche esperó a que terminara de contarle cómo había decidido influenciar a Chongyun y a Xingqiu para que cooperasen con ellos, y luego sonrió cínico, Ajax en cambio lo hacía como un cachorro en busca de aprobación.
—Y en esa cabeza tuya ¿En qué nos beneficia que un príncipe de Liyue esté tan cerca de conocer todo nuestro plan? —preguntó el baladista aguantando una rabiosa risa.
—Bueno ¿Están muy cerca de Morax y Barbatos, no? —respondió Childe con una sonrisa inocente, a Scaramouche le crujieron los dientes.
—Dime Ajax ¿Sabes lo que significa "arma de doble filo"?
—Es cuando algo puede salir o muy bien, o muy mal. —El baladista escondía su furia, a sus ojos, Childe solo era una piedra en el camino, así que le dio un repentino pisotón que lo hizo saltar en un pie.
—¡Sal de mi vista engendro!
—¿Y ahora qué hice?
—¿Cómo se te ocurre hacer algo así? Más que estar chiflado, se te pudrió el cerebro.
—Pero Chongyun y Xingqiu apoyan de corazón al príncipe, ellos ya decidieron que iban a ayudar.
—¿Quién en su sano juicio haría eso por su enemigo?
—¿Es que no lo entiendes Mochie? Son niños, los niños no piensan en "enemigo y aliado" —replicó Tartaglia, el baladista se quedó serio, pensando que en cierto modo eso tenía sentido, los niños eran influenciables y su noción de lo correcto e incorrecto no estaba manchada por las experiencias de la vida.
—¿Se puede saber cómo los convenciste?
—Bueno, Barbatos acosó a Xingqiu, así que yo les conté a él y a Chongyun que el príncipe ha pasado por cosas aun peores. —Scaramouche se tocó la barbilla, le sorprendía que alguien como Ajax supiera manipular las emociones de dos niños a su conveniencia.
—¿Les hablaste de las violaciones?
—Sí, sé que es algo fuerte para ellos, pero era necesario.
—Al fin piensas con la cabeza. ¿Cómo reaccionaron?
—Lloraron por él, aunque Chongyun es más agresivo en esos casos. Me dijeron que ya no les importan los asuntos de la guerra y que quieren apoyar esa causa justa, con la condición de que Snezhnaya se rinda después de recuperar al príncipe.
—¿Aceptaste esa condición por la propia Zarina? —cuestionó el baladista, Childe sonrió y se llevó el dedo índice a los labios.
—Eso es lo que ellos creen.
—Me impresionas. No eres tan estúpido como pareces. —Los dos miraron a los niños, el príncipe Chongyun estaba nervioso, Xingqiu parecía mantener mejor la calma mientras charlaba con Bennett y los ancianos—. Pueden ser útiles, bajo ciertas condiciones que no puedes olvidar.
—¿Cuáles?
—No les cuentes nada del plan, déjame hablar a mi de eso, les diré solo lo que ellos deben saber.
—Enterado.
—También, no los guíes bajo ningún motivo a nuestra guarida, ni le hables de los túneles. Si quiero hablar con ellos, este será el punto de reunión.
—De acuerdo, no haré nada de eso.
—Y no los saques de noche, todas nuestras reuniones con estos niños deben ser de día, y actúa natural, como si estuvieran aquí, por ejemplo, para aprender a tocar instrumentos. De hecho, eso puede ser de mucha ayuda.
—Vaya Mochie, siempre piensas en todo.
—Aprende de mi, en vez de volver a dejarte llevar por lo que tus voces te dicen que podría "ayudar" al grupo, la puedes joder mucho si revelas información a quienes no debes. —Tartaglia se rió cuando lo oyó decir eso.
—Por favor, incluso un desequilibrado como yo sabe controlar la lengua con esa clase de personas.
—Si estás tan seguro, llama a esos niños, quiero hablar con ellos.
Ajax asintió y dio un cuarto de vuelta para ir hacia el parque, entonces le habló por lo bajo a Chongyun y a Xingqiu, y estos se despidieron de Bennett con un abrazo antes de ir junto a Childe para hablar con el baladista. Scaramouche dio una orden en voz baja a Lyudmila, y ella fue hasta unos estuches para trompetas y platillos, los cuales le entregó en las manos a su jefe.
—Hola, jovenes de Liyue, es un placer volver a verlos por aca —los saludó el baladista, el príncipe Chongyun se sorprendió al ver que, aquel al cual Tartaglia llamaba "su colega de rescate", era el talentoso hombre que podía tocar diversos instrumentos en las plazas de Mondstadt.
—Hola señor baladista... —lo saludó Chongyun con timidez, Xingqiu en cambio hizo una reverencia señorial.
—Buenas tardes señor baladista, el gusto es nuestro. No sabíamos que usted y Childe eran amigos.
—Más o menos, a los dos nos une un propósito, supongo que están enterados de ello —comentó Scaramouche, los niños asintieron—. Hace poco recibí una carta de Pierro Alberich, está desesperado por ver a su sobrino.
Chongyun y Xingqiu se tomaron de la mano, saber que había alguien esperando a Kaeya, les hizo sentir más nerviosismo por la decisión que tomaron.
—¿Su empresa fue financiada por el tío de Kaeya? —preguntó Xingqiu, el baladista asintió.
—Por él y por su amiga la Zarina, gastaron sus últimas monedas en nosotros, para que lleguemos con el dulce príncipe sano y salvo... ¿Está sano y salvo? —cuestionó cínico, los niños sintieron un nudo en la garganta.
—Más o menos... —respondieron ambos.
—Sí, estoy enterado, supe que asesinaron a su amada, y que se le ve demacrado desde ese día.
—No solo... —murmuró Xingqiu tocándose el brazo, pero prefirió callar, en caso de que saber de las violaciones pudiera hacer que Pierro Alberich se desquitara con el baladista y su grupo, por no mantener a salvo a su sobrino.
—Sea como fuere, Snezhnaya está apostando todo para que el señor Pierro vuelva a ver a su familia, es un país que está hambriento y desolado por la guerra, así que dudo demasiado que puedan financiar otro rescate.
—Sin presión... —susurró Tartaglia.
—Díganos que tenemos que hacer —le pidió Chongyun decidido, entonces Scaramouche le entregó la trompeta al príncipe, y los platillos a Xingqiu.
—Deben aprender a usar esto, al menos a un nivel básico.
—¿Para qué? —preguntó Xingqiu.
—Vamos, hay mucho que debo enseñarles. Practiquen, pruebenlos para familiarizarse con el sonido —les dijo, en ese momento Viktor regresó con Amber y Collei, por su sonrisa y su pulgar levantado, supo que las llaves de la joven caballero funcionaron, y que tenían acceso a las armas del Ordo Favonius.
—Esto... se ve muy difícil —comentó Chongyun, Amber siguió a Viktor, y se quedaron alrededor de ellos; el príncipe de Liyue sonrió y movió su mano para saludar—. Hola señorita Amber.
—Estos de aquí también van a ayudar —les avisó el baladista a sus cómplices recién llegados, Amber y Viktor abrieron la boca y apuntaron a Chongyun.
—Pero ¿No es el hijo del emperador Morax? —preguntó Viktor, Scaramouche asintió.
—Sí, ya te dije, va a ayudar —reiteró, Viktor se comió las uñas.
—¿Está seguro...?
—100 por ciento seguro.
—No entiendo... —murmuró Amber, Xingqiu se le quedó mirando.
—¿También ayudará, señorita Amber?
—Sí, por supuesto —respondió, algo cautelosa sobre lo que podía decirle a esos dos jóvenes de Liyue.
—Nosotros también queremos hacerlo, por el príncipe Alberich —le explicó Xingqiu, Amber abrió los ojos de la sorpresa.
—¿No me están tomando el pelo?
—Lo juramos, no hay nada que nos parezca más injusto, que el tipo de cautiverio que le han dado —dijo Xingqiu, el baladista sonrió, tal y como Ajax había dicho, los niños no tenían los conceptos de "enemigo y aliado" en su vocabulario, solo "correcto e incorrecto".
—No puedo creerlo... —susurró Amber esperanzada.
—Presten atención —alzó la voz Scaramouche, los tres más jóvenes se irguieron y juntaron los brazos a sus costados, en una pose de obediencia—. Les enseñaré a utilizar estos instrumentos, no importa si no los dominan a la perfección, pero deben hacer un esfuerzo.
—¿Pero para qué quiere que...? —se preguntó Xingqiu.
—Porque necesitaremos ruido, mucho ruido.
Alatus y el rey estaban en su lugar especial, lejos de Morax, quien no dejó de preguntar por su hijo mayor para disculparse por haberlo agredido; los sirvientes del palacio escondían el paradero del príncipe, pues todos sabían la clase de cosas que Barbatos hacía con él, y ese secreto no iba a ser revelado jamás. En ese cuarto viejo donde el rey almacenaba sus pertenencias de antaño, él y el príncipe de Liyue yacían sin ropa sobre la cama sin sábanas, dormidos luego de haber hecho el amor durante toda la mañana.
Venti abrió los ojos y se acurrucó mejor sobre el pecho de Alatus, el príncipe estaba tan profundamente dormido que no se movió, entonces el rey de Mondstadt torció el morro de forma berrinchuda, se puso en cuatro patas y se dejó caer sobre su amante para aplastarlo. El príncipe de Liyue despertó de golpe, Barbatos se rió travieso, dobló los codos sobre el pecho de Alatus, y le sonrió con los ojos cerrados; su joven amante le sonrió también, y lo abrazó de forma cálida y apretada mientras le besaba la frente.
—¿Cuánto hemos dormido, su majestad? —preguntó el príncipe de Liyue, Venti apoyó la oreja sobre su pectoral izquierdo, y él le acarició la cabeza con ternura.
—No lo sé, tengo hambre, así que seguro dormimos hasta después del medio día.
—Mi padre debe estar buscándome...
—¿Tú crees? ¿Después de lo que hizo? —cuestionó Barbatos con rencor, su amante desvío los ojos, deprimido.
—Aun así lo creo.
—Eres muy ingenuo, ya dejé de tratar de justificar a tu padre, después de lo que nos ha hecho a ambos, ya no puedo dejar pasar sus faltas de respeto, al menos no por una buena razón.
—Entonces ¿Quiere cortar su relaciones con él?
—Pues sí, cortar una de nuestras relaciones, y mantener la diplomática —dijo Venti, y los ojos de Alatus brillaron con emoción.
—¿Quiere...dejar de ser su amante?
—Sí, ya no lo soporto, no puedo ser el amante de alguien que me humilla y me contradice, si fuera por mi, ya lo habría echado de vuelta a Liyue, pero... —El rey besó el pecho del príncipe y restregó la frente—. Si él se va, tú también tendrás que irte.
—Es lo que temo, cada vez nos queda menos tiempo aquí, y no quiero que ese día llegue...
—Tu padre dijo que se quedaría para ayudarme a fortalecer mi relación con los aristócratas y personas de interés en Mondstadt, y que así estos no me traicionen en favor de los Lawrence. —De pronto Barbatos se giró para recostarse boca arriba al lado de Alatus—. Ese asunto me pone nervioso.
—Si pudiera actuar como quisiéramos...
—También me gustaría que los aniquiles, pero Morax lleva razón cuando dice que usar la violencia solo empeoraría las cosas. He tratado de hacer que la Gran Maestra Jean averigüe quienes están de parte de Eula, tengo los nombres de su compañía y de su vocero, Schmidt, pero sé que hay más, que guardan muy bien el secreto.
—¿Los piensa destituir?
—¿Qué pasa si es la mitad del Ordo Favonius? No es inteligente destituir a la mitad de tus fuerzas en una guerra.
—¿Entonces...?
—Solo me queda seguir su juego... Aunque, hace poco hubo una intoxicación, ya hay un par de muertos, y algo me dice que fueron los Lawrence... Y Kaeya.
—¿Él también?
—No tengo pruebas, pero si yo fuera Kaeya, incluso con esa gran depresión estaría buscando la forma de vengar a una amante. No lo conoces lo suficiente, pero ese chico nunca se rompe con nada, no importa cuanto lo golpees, él seguirá buscando la manera de morderte el talón, como una serpiente.
—Sí, así ha sido desde siempre... También creo que algo tiene que ver en todo esto.
—Pero tu estúpido padre y el traidor de Albedo se entrometen cuando quiero interrogarlo, alegan que está demasiado deprimido para soportar eso. Pero no lo conocen tanto como yo, él no va a suicidarse si lo obligo a hablar una sola vez.
—¿Puedo ayudarlo? —Barbatos sonrió, había algo retorcido en su forma de hacerlo, pues aunque sus intenciones fueran malas, su manera de mirar al príncipe de Liyue era genuinamente dulce, como si viera ternura en su ofrecimiento de ser su matón.
—Por supuesto, mi amado y fiel Alatus...
Ambos se tomaron de las manos y se miraron a los ojos, parecían igual de enamorados, incluso el mismo Venti; entonces Alatus besó los labios de su rey, Barbatos levantó los hombros y luego los relajó, tenía los párpados cerrados y una expresión relajada y plácida. El príncipe de Liyue le dio otros tres besos igual de prolongados, solo se detenía para respirar un momento, porque tener a su rey era una obsesión que debía saciar en cada oportunidad que tuviese, incluso si estaba rotundamente prohibido.
Luego de unos minutos se vistieron, y bajaron las escaleras de madera roñosa para regresar al patio de entrenamiento; Alatus se sentía especialmente emocionado, aún le daba vueltas en su cabeza que el rey le hubiese dicho que dejaría su relación carnal con su padre, como si aquello lo liberara de cualquier sentimiento de culpa. Venti lo miró de reojo, se preguntó porqué estaba considerando de forma seria dejar a Morax por ese joven, y muy en el fondo de su alma, se sentía responsable de cumplir su palabra.
Barbatos y su amante dieron un paseo hacia el interior del palacio, el emperador por fin los encontró, y llamó a su hijo mayor para charlar a solas con él; Alatus obedeció, y lo primero que recibió fue un abrazo, seguido de unas disculpas. El príncipe de Liyue sintió remordimiento una vez más, hacía unos minutos estaba deseando que Venti terminase con su padre, pero no se detuvo a preguntarse si esa decisión le afectaría al emperador, después de todo, no sabía si Morax aún tenía sentimientos por Barbatos.
El monarca de Mondstadt esperó al príncipe apoyado en la pared, de brazos cruzados y mirando con recelo a Zhongli, de quien quería alejarse; el emperador vio entonces a su amante, y arrepentido dejó ir a su hijo, y le pidió a Barbatos que hablaran en privado. Venti aceptó, pero no dejó de mostrarle temor a Alatus, como una forma de pedirle que los vigilara por si su padre lo lastimaba otra vez; Morax tomó la muñeca del rey y se lo llevó a la parte trasera de la biblioteca, donde lo tomó de los hombros y lo posicionó contra una estantería.
—Lamento mucho lo que te he hecho, pero tienes que entender algo, Barbatos —inició el emperador, Venti rodó los ojos con fastidio, pero también evitó mirar a Morax, pues este lo tenía sujeto de los hombros, lo cual era intimidante—. No puedes seguir haciendo lo que se te plazca con Kaeya, su mente es frágil y todo lo que te gusta hacerle solo empeora su estado.
—Ya me quedó claro ¿Es todo lo que tienes que decirme? Porque ya me quiero ir.
—¿Por qué actúas tan frívolo?
—No lo soy, simplemente tengo cosas que hacer.
—¿No me perdonas por lo que te hice? —Zhongli agachó la cabeza melancólico, Barbatos estaba furioso, pero sabía que cualquier cosa podría volverlo violento.
—Puedo perdonarte, con una condición —dijo el rey, Alatus estaba escondido detrás de otra estantería, escuchándolos hablar.
—Dimela.
—Quiero que nuestra relación solo sea la de aliados, nada más que eso. —El príncipe de Liyue abrió los ojos con emoción, pero su padre se sintió inquieto y confundido.
—¿A qué te refieres con eso? Ya somos aliados, así que ¿Para qué me pides eso? —Morax habló nervioso y se hizo el desentendido, cosa que a Venti le fastidiaba.
—Me refiero, a que nuestra relación sea solo eso, nada de besarnos, o acostarnos. Solo diplomacia —le explicó, Zhongli resopló agitado.
—No puedes hacer eso, no puedes...
—Puedo hacerlo, no quiero que vuelvas a tocarme de esa forma, si vas a levantarme la mano para golpearme, entonces no te dejaré tocarme en ninguna instancia. —El emperador volvió a tomar firmemente los brazos de Venti y negó con la cabeza.
—No puedes castigarme así, si el problema fueron los golpes, nunca más lo haré, pero por favor no me dejes Barbatos —dijo agitado, Alatus tragó saliva, nunca oyó a su padre suplicar de ese modo.
—Ya no me produce placer estar contigo, ahora solo veo a un idiota que me humilló en mi propio hogar, ya no siento nada. —Morax cayó de rodillas y sujetó las medias blancas del rey.
—Por favor no digas eso... Te lo imploro Barbatos, no te alejes de mí, no me dejes... —susurró el emperador sollozando, Venti abrió los ojos, internamente le satisfacía que él fuese quien se humillara por él.
—Levántate, te ves patético así.
—No lo haré, no te soltaré Barbatos, te necesito...
—¿Por qué no aceptas la realidad? —De pronto Zhongli volvió a ponerse de pie y abrazó a Barbatos apretándolo contra la pared.
—No hay tal realidad, la única realidad es que no podemos estar separados por mucho tiempo —le susurró al oído, Venti se puso tenso, era irritante que insistiera, pero a la vez le gustaba que le hablara con su profunda voz tan cerca del cuello—. Habrá pasado menos de un mes de nuestro distanciamiento, cuando decidas volver a mi.
—Morax, me asfixias —dijo el monarca, esas palabras alertaron a Alatus, quien se asomó a ver.
—Nos pertenecemos mutuamente, así que no puedes pedirme algo así, eres parte de mi, y te lo voy a demostrar en la cama. —Los poros de Barbatos se levantaron, por alguna razón esas palabras le fascinaban.
—¿Si no acepto hacerlo contigo, me golpearás? —preguntó con malicia, a sabiendas de que Alatus estaba muy cerca.
—Ya te dije que no volveré a golpearte.
—Entonces no acepto —respondió burlón, de la nada Morax le apretó el cuello con una mano—. No me...
—Esto no es golpear... —El príncipe se quedó paralizado, una vez más su padre le estaba haciendo algo horrible al rey, quien miró por el rabillo del ojo a Alatus y sonrió perverso.
—Prefiero seguirte a la cama a que sigas apretando mi cuello... —susurró Venti con una voz triste, su joven amante tuvo ganas de llorar al verlo desvalido.
—Así me gusta... Vamos mi amor... —Zhongli tomó la mano de Barbatos y lo sacó de la biblioteca, Venti aprovechó para mirar asustado a Alatus una vez más, todo con tal de hacer florecer su odio.
Paimon corrió sobre un tejado del centro de Mondstadt y se colgó de una canaleta para bajar hacia donde Dainsleif se encontraba en esos momentos, ella lo estuvo viendo desde la distancia durante un par de días, y supo que a cierta hora de la tarde su creador se reunía con el príncipe Alberich, a quien tomaba de la cintura para llevar a un "sitio de hospedaje" donde lo retenía por al menos una hora. Sin embargo, Dain estaba sentado en una banca, con una mano debajo de su quijada y moviendo el pie con impaciencia, pues Kaeya no aparecía para llevárselo a la cama como tanto quería; la homúnculo se metió detrás de un arbusto cercano a ese asiento, y reptó por debajo de las ramas para llamar a su amo sin dejarse ver por nadie.
—Dain... —dijo Paimon, el alquimista respondió sin mirarla.
—¿Qué pasa? Ahora estoy ocupado, nos reuniremos en la noche.
—Dain, hay un problema, Paimon no pudo evitar que el príncipe se alimentara hoy —le contó ella avergonzada y triste por fallar, Dainsleif miró de reojo hacia el arbusto.
—¿Por qué no? ¿Otra vez se reunió con sus amistades en vez de cumplir sus "tratos"?
—Esto... —susurró la homúnculo, preparándose para darle la "mala noticia"; sin embargo, no tuvo que decir nada, pues en ese momento Dain abrió los ojos de par en par, al divisar a la distancia al príncipe caminando junto a Albedo, con una radiante sonrisa.
—No puede ser verdad —soltó el alquimista al ponerse de pie, según sus planes, Albedo debía de haberse marchado junto a su madre y Klee luego de poner una carta de renuncia ante Barbatos—. ¿Por qué Albedo sigue en Mondstadt?
—Eso es lo que Paimon quería contarte, Albedo no se fue, pero Alice y Klee si lo hicieron —explicó la homúnculo, las pupilas de Dainsleif se hicieron más pequeñas al ver la forma en que Kaeya y el Jefe Alquimista se miraban—. Esta mañana Paimon siguió al príncipe, y lo vio desayunar junto a Albedo... y besarse...
Dain siguió con la mirada al príncipe Alberich y a Albedo, una vez más estaba experimentando sentimientos que creía dormidos por la desensibilización del paso de los siglos, se sentía traicionado, asustado, incluso celoso de que Kaeya le sonriera así a otro hombre. Él jamás iba a provocar esa reacción en una persona, mucho menos en su objeto de deseo, por eso tuvo un sentimiento que nunca antes proyectó hacia su amigo Albedo, un sentimiento corrupto y perverso, que solo pudo catalogar como envidia.
Su problema con esa situación ya no se limitaba a que entorpecía sus planes y su razón para continuar viviendo en busca de un objetivo mayor, lo veía como un ataque personal, como si el Jefe Alquimista no solo se estuviera metiendo en su misión, sino en algo mucho más valioso que él quería poseer hasta desgastar por completo. Hacía más de dos años le hubiese parecido impensable tener esa clase de emociones en contra del joven prodigio de la Akademiya, a quien veía como una de esas personas que iba a olvidar tras cumplir otro siglo, pero que harían de su paso por ese mundo algo más sencillo; pero en esos instantes, ya no era capaz de mirar a Albedo como algo más que la mayor piedra en su zapato.
—Paimon, cambio de planes, ya no te preocupes por lo de los alimentos, ahora debemos centrarnos en otra cosa.
El Jefe Alquimista y el príncipe Alberich se quedaron parados un momento frente al bar "El obsequio del Angel", Kaeya tenía mucho miedo de enfrentar a su hermano una vez más, porque si confirmaba que Diluc lo odiaba y lo seguiría odiando por siempre, no podría evitar ponerse a llorar por aquello que perdió y que no iba a volver jamás; Albedo le tomó la mano para hacerlo sentir acompañado, entonces se miraron en silencio, y con decisión asintieron antes de abrir la puerta. El maestro Diluc estaba atendiendo el bar como todos los días, pero se le veía muy tenso y preocupado por algo, ellos no lo sabían, pero su razón para sentirse así, era que estuvo dos horas en los túneles de Mondstadt esperando a que su antiguo hermanastro bajara por las escaleras de mano para reencontrarse con él.
En cuanto el joven Ragnvindr levantó la cabeza para ver a los recién llegados, se sorprendió de forma poco grata al ver a Kaeya y a Albedo juntos otra vez, de pronto todo cobró sentido, el Jefe Alquimista "retuvo" al príncipe para que no fuese suyo esa mañana, lo cual lo hizo despreciarlo en silencio. Ambos se sentaron en la barra de bebidas para hablar con Diluc, este se quedó mudo observándolos, Kaeya pensó que aún estaba molesto por la discusión que tuvieron el día en que Dainsleif llegó a Mondstadt, pero el maestro Diluc solo podía pensar en que gracias a Albedo, ya no iba a tener más encuentros sexuales con la persona que siempre deseó.
—Un "Muerte después del medio día" y una sidra de manzana, con poca fermentación por favor —le pidió el Jefe Alquimista, el joven Ragnvindr comenzó a preparar las bebidas mientras los miraba fijamente—. ¿Qué pasa maestro Diluc? ¿Quiere decir algo?
—Normalmente ustedes se van al otro bar —dijo Diluc, Kaeya seguía inusualmente callado por el miedo.
—Quisimos hacer algo diferente hoy —respondió Albedo manteniendo el contacto visual para dejarle claro que estaría atento, el príncipe tragó saliva, ya que no le parecía un buen inicio presionar a su hermano.
—¿Cómo ha estado, maestro Diluc? —le preguntó Kaeya, el joven Ragnvindr contrajo los dedos, como si quisiera arañar la mesa.
—Haciendo mi rutina diaria, nada más —contestó, el príncipe Alberich siguió con la mirada gacha.
—No hemos hablado tendido desde esa discusión, lamento nuevamente haber provocado algo así.
—¿Estás seguro de que tu la provocaste? Yo recuerdo otra cosa —replicó el Jefe Alquimista, Diluc tragó saliva con remordimiento.
—Eso es cierto, no solo fuiste tu, yo también tuve la culpa por mi falta de tacto —dijo el maestro Diluc, Kaeya no se esperaba que su hermano admitiera algo así.
—No es mi idea que cada vez que nos veamos las cosas acaben así, por eso, me disculpo por lo ocurrido, no se repetirá —agregó el príncipe de Khaenri'ah, a su amado le molestaba que se disculpara por algo como eso, y se juró que si Diluc no le pedía perdón, iba a decirle a Kaeya que no se calentara más la cabeza con él.
—Yo también me disculpo, mi actuar fue innecesariamente violento contigo, no debí reaccionar así, no solo por la reputación del bar, sino porque estamos en condiciones desiguales —admitió el joven Ragnvindr, Albedo abrió los ojos, era inusual que Diluc dijese algo coherente y que reconociera su error.
—Prometo no volver a decir nada insensible o irritante en su contra, maestro Diluc. El príncipe Alberich estiró la mano para que su hermano la tomase; el joven Ragnvindr la miró un momento, sintiéndose dividido por sus emociones, una parte quería enmendar las cosas con Kaeya por esos años de una inmerecida culpa que puso sobre sus hombros, pero por otro lado, estaba molesto porque esa mañana el príncipe se ausentó y no le dio su cuerpo como pago por algo que él completó con éxito, ya que todos los cómplices del rey habían llegado a la reunión con Eula Lawrence en los barrios bajos.
—Y yo prometo no usar la fuerza bruta contra ti —dijo Diluc antes de estrechar su mano con la de Kaeya, quien suspiró con alivio; al Jefe Alquimista le parecía poca cosa que el maestro Diluc solo prometiera algo tan básico en la convivencia humana.
—Se lo agradezco —susurró el príncipe Alberich, entonces el joven Ragnvindr les entregó sus bebidas, Kaeya movió la copa en círculos y bebió tranquilamente su contenido—. Es mi favorito.
—Puedo preparártelo cada vez que vengas, aunque no quiera siempre recuerdo los tragos favoritos de los clientes. —Albedo asintió por la línea que estaba siguiendo esa conversación, era muy positivo que Diluc estuviese abierto a recibir de nuevo al príncipe en su bar.
—Siempre tuviste una buena memoria —comentó Kaeya con nostalgia, el maestro Diluc volvió a tener sentimientos encontrados al respecto, estaba feliz de poder hablar de forma natural con el príncipe Alberich, pero también, odiaba que usara ese tono de voz que siempre usó cuando lo llamaba "hermano".
—Y tú siempre has sido bueno con las palabras —dijo el joven Ragnvindr, lo cual podía interpretarse como que le agradaba oír las disculpas de Kaeya, o que no las creía pero agradecía el esfuerzo.
—¿Puedo confesar algo vergonzoso, maestro Diluc?
—Puedes. —El príncipe respiró profundamente, su orgullo le dificultaba abrir su corazón ante su hermano.
—A veces extraño mucho... No, no es a veces, siempre he extrañado mucho los viejos tiempos, desde ese día que ninguno de los dos quiere recordar, no he parado de extrañar esa vida, a su lado y al lado de todo el viñedo...
Diluc guardó silencio, no tenía sentido que Kaeya lo echara de menos después de que lo abandonó y dejó que Barbatos se lo llevara de su lado, pero aun así, su antiguo hermanastro no tenía razones para mentirle con algo como eso, y él no tenía razones para responderle de forma desagradable.
—Mentiría si te dijera que no he pensado en eso... En cómo habrían sido las cosas si nunca nos hubiéramos separado.
—Maestro Diluc... ¿Puedo hacerle una pregunta incómoda? Espero que no le ofenda, porque, no es con la intención de molestarlo...
—Hazla. —El príncipe de Khaenri'ah volvió a mentalizarse, atemorizado por la idea de que esa pregunta provocara que su hermano le diera un puñetazo.
—¿Alguna vez... me has culpado por la muerte de papá?
Diluc quiso arañar la madera, pero ese sentimiento no era de ira, sino por un dolor que aun no desaparecía de su pecho, porque si había alguien a quien amó con más locura que al mismo Kaeya, ese era su padre, Crepus Ragnvindr.
—Esto será largo... —murmuró el maestro Diluc mirando hacia abajo con los ojos húmedos—. Al principio, si te culpé, lo admito, y también admito que está mal.
—¿De verdad crees eso...?
—Lo creo, porque era un adolescente estúpido que no entendía la dimensión del problema. Si te culpé, fue por inmadurez, no porque en verdad fuera tu culpa. —Diluc agachó más la cabeza para que no lo vieran llorar, porque esa vez, estaba hablando de sus sentimientos con Kaeya, usando su verdadera identidad—. Te debo una disculpa...
—¿Por qué lo dices?
—Porque... esa misma inmadurez me convirtió en un peligro para ti, y por eso nos separamos. No fue tu culpa que mi padre muriera, pero si fue mi culpa que tuvieras que salir del viñedo, por tu vida... —El joven Ragnvindr sollozó, y de esa forma delató su verdadero estado—. Es algo que no me puedo perdonar...
Albedo miró la expresión de su amado, el príncipe tenía los párpados y la boca abierta, sin dar crédito a que esos fueran los sentimientos de su hermanastro, a que de verdad no lo odiase y que se arrepintiera de haber sido agresivo con él cuando murió su padre. De pronto Kaeya se puso de pie y se estiró hacia adelante para atrapar a Diluc en un fuerte abrazo, llorando suavemente como lo hacía su amado hermano.
—Diluc... —El príncipe Alberich sollozó, el joven Ragnvindr comenzó a llorar con mayor intensidad y abrazó también a Kaeya, apretando la espalda de su camisa con los puños—. No llores...
—Lo siento... —dijo Diluc llorando sin consuelo, el pecho del príncipe saltaba por los sollozos, pero creía que su hermano se sentía peor que él mismo, así que respiró profundamente y le besó la frente para calmarlo.
—Perdóname por todo Diluc... por haberme portado tan mal antes de la muerte de papá, perdóname por haberte dejado un mal recuerdo, yo nunca quise lastimarte en serio... Yo nunca quise que las cosas acabaran así...
—Perdóname tu por haberte golpeado, por haber sido tan peligroso para ti que te obligué a huir, por haberte separado a Adelinde y de todos los demás... —replicó el joven Ragnvindr aferrado a la ropa de Kaeya.
—Te perdono por todo Diluc. Ya no quiero volver a pelear contigo, no soporto más vivir sin saber nada de ti, creyendo que ya no hay solución... Lo único que necesito es enmendar las cosas contigo, no necesito volver atrás ni pedirte nada a cambio... solo quiero...
Diluc sollozó mirando al cielo, y luego sostuvo la cabeza del príncipe con una mano, le abrazó la cintura con la otra, y le besó la mejilla muy cerca de la comisura de los labios; Kaeya cerró los párpados y derramó las últimas lágrimas, aliviado por esa satisfactoria y necesaria disculpa.
—Te perdono Kaeya... Yo tampoco puedo seguir viviendo con un rencor estúpido que no me deja avanzar ni mirarte a los ojos, ya no quiero vivir así nunca más.
—Te lo agradezco tanto... Me siento tan en paz por esto... —susurró el príncipe Alberich mientras restregaba la frente sobre el hombro de su amado hermano; Albedo suspiró igual de aliviado, por suerte no tuvo que intervenir, pues sorprendentemente Diluc no fue violento con Kaeya, y las cosas se dieron de una forma muy racional.
—Yo también me siento en paz ahora... —respondió el joven Ragnvindr, sin embargo, en el fondo no estaba tan tranquilo, pues la presencia del Jefe Alquimista era un estorbo para él.
—Entonces... ¿Puedo volver una próxima vez a beber aquí? —le pidió Kaeya mirándolo hacia arriba, con la boca escondida contra la clavícula de su hermano y un brillo especial en el ojo, como si volviera a ser un pequeño mimado.
—No lo dudes, puedes volver —susurró Diluc con dulzura, luego le besó la frente con los ojos cerrados, todo eso era un cambio de planes para él, pero de algún modo se sentía tranquilo con esa charla.
Baizhu y Sucrose eran plenamente conscientes de que hacer el amor dentro del palacio significaba un enorme riesgo, no obstante ese dia no resistieron la tentación espontánea y arrasadora que les impidió salir a su nido de amor, y en vez de ello buscaron un sitio en el subterráneo donde pudiesen yacer sin problemas. El doctor pasó 20 minutos haciendo más esfuerzo físico del que su endeble cuerpo podía permitirle, pero no se quejó de ello, no si estaba dentro de su amante, follando de pie mientras sujetaba las caderas de la alquimista, la cual le daba la espalda con los hombros hacia atrás y la cabeza girada para recibir sus besos.
Escogieron una de las celdas utilizada como sala de tortura, por alguna razón el rey Barbatos tenía un espejo en ese lugar, quiza para martirizar a sus prisioneros de forma física o sexual mientras les enseñaba el proceso; ese contexto lejos de perturbar a la pareja, les produjo morbo, y utilizaron el espejo para mirarse bien mientras hacían el amor. Sucrose llevaba en el cuello a Changsheng y el collar de huesos que le regaló el doctor Baizhu, su reflejo le parecía un sueño lúcido, después de muchos años considerándose horrenda e insípida, al fin lucía como le hubiese encantado lucir, sensual, misteriosa, oscura y atrayente, lo contrario a como le dijeron que debía comportarse.
Su amante deslizó las manos desde atrás para acariciar y sujetar sin fuerza su garganta, la serpiente se movió para darle espacio, y la alquimista echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados en una expresión de placer, Baizhu también le sobó los pechos antes de empezar a temblar por un repentino orgasmo que soltó dentro de la vagina de Sucrose. Ella suspiró y abrió los ojos para mirar hacia abajo, ya que el doctor soltó sus senos para comenzar a meter sus dedos índice y medio entre los labios mayores, para masajearle el clítoris.
El doctor Baizhu le susurró sin parar lo hermosa que era a la par que la masturbaba, por alguna razón eso le produjo lágrimas a la alquimista mientras se miraba al espejo, él le preguntó por qué lloraba, a lo que ella respondió que eran lágrimas de felicidad. Baizhu sonrió burlón, pero a la vez satisfecho, y movió más rápido los dedos, ella se retorció y gimió, viniendose con la polla de su amante todavía en su interior; el doctor respiró cansado, mas no perdió oportunidad para besarle la cabeza y sujetarle los pechos, recordándole que en su "verdadera forma" era la mujer más hermosa del mundo.
Luego de vestirse los dos se fueron por separado, Sucrose abotonó cada uno de los botones de su blusa y ordenó a la perfección su cabello y los pliegues de su ropa, sin embargo, no recordó quitarse el collar, así que anduvo desde el subterráneo hasta la primera planta con algo disonante en su atuendo. Al llegar al pasillo de la cocina, vio entrar al príncipe Alberich y a su maestro, ambos sonreían tranquilos, lo cual era demasiado inusual considerando los tiempos difíciles que estaban viviendo; la alquimista miró hacia abajo, ellos pasaron muy cerca de donde se encontraba, y no notaron su presencia por mirarse mutuamente, entonces temió que Albedo y Kaeya hubieran reanudado su relación de hace dos años, lo cual no le sorprendería, pero si iba a resultarle doloroso.
Por un impulso masoquista de querer recordarse que no tenía las agallas de ser ella misma y confesar sus sentimientos, Sucrose siguió de lejos al Jefe Alquimista y al príncipe, quienes pasaron frente al patio de entrenamiento sin miedo a que Kaeya viese a alguien utilizando armas; ella pensó que estaban siendo demasiado irresponsables consigo mismos, como si ya no midieran consecuencias y creyeran que iban a superar los colosales obstáculos del rey Barbatos sin esfuerzo. Alatus se encontraba en ese sitio, frustrado y confundido por las acciones de su padre, a quien amaba y a la vez odiaba por causarle dolor a la persona que lo volvía loco; el príncipe de Liyue practicó ataques cortos con su lanza, desequilibrado e hiperactivo por la rabia reprimida y la impotencia de que su amado estuviera en la cama con Morax, quizá contra su voluntad.
Cuando el joven vio algo moverse por el rabillo del ojo, se dio cuenta de que el príncipe Alberich estaba caminando muy lento frente al patio de entrenamiento, mientras charlaba con el Jefe Alquimista de Barbatos; Alatus se sintió indignado cuando notó que Kaeya nuevamente estaba infringiendo las reglas de comportamiento que le impusieron, por su mente pasaron pensamientos como que se estaba aprovechando del hecho de que lo creyeran "deprimido", para hacer lo que se le antojara y conspirar en contra de su rey. El príncipe de Liyue los siguió hacia el interior del castillo, con cada paso que daba una nueva idea cargada de veneno se inyectaba en su raciocinio, estaba paranoico por creer que Kaeya quería destruir a Venti, y que se burlaba de él porque no podía "castigarlo" estando deprimido; si se sumaba su ira reprimida por lo que hizo su padre, sus acciones se tornaron impulsivas y casi erráticas.
—¡Oye tu! —gritó Alatus; como si hubiese despertado de un sueño, el príncipe de Khaenri'ah abrió los ojos de par en par, con un terror que lo devolvió a su realidad; el Jefe Alquimista se dio cuenta de cómo el brillo en su mirada desapareció, y le causó cólera que alguien quisiera destruir su felicidad.
—Príncipe Alatus, estoy escoltando al príncipe Alberich a su dormitorio, no podemos atenderlo —dijo Albedo mirando de reojo a Alatus, quien empuñó la lanza y acercó el filo a la espalda de Kaeya.
—Pasaste como si nada frente al patio de entrenamiento, sabiendo que tienes prohibido mirarlos —gruñó el príncipe de Liyue, Kaeya suspiró y agachó la cabeza con lágrimas de miedo, no obstante el Jefe Alquimista se dio la vuelta en seco y miró a los ojos a Alatus.
—Ni siquiera lo vimos príncipe Alatus, el patio de entrenamiento no debe ser utilizado a estas horas, así que la responsabilidad recae en usted por usarlo cuando no está permitido —lo increpó Albedo, y los dientes del príncipe de Liyue se rasparon de la ira.
—¡No te metas!
—Debo hacerlo, por una cuestión estratégica los castigos hacia el príncipe Alberich están restringidos, y usted sabe muy bien la razón.
—¡Está fingiendo! ¡Solo actúa así para que le tengan lástima! ¡Para hacer todo el daño que pueda!
—¿Una persona que no sabe usar ni un cuchillo? —cuestionó el Jefe Alquimista con ironía, los brazos de Alatus temblaron por la rabia y la frustración.
—Aun con eso, es alguien peligroso que quiere derrocar al rey —dijo el príncipe de Liyue sin pensar bien, Kaeya se había paralizado, asustado, pero con el corazón palpitando rápido por la presencia de Albedo.
—Usted necesita tomar algo de aire, príncipe Alatus, no es prudente hacer acusaciones fundamentadas en escenarios ficticios, mucho menos si utiliza esto para dar sus "hipótesis". —El Jefe Alquimista puso la yema del dedo índice en la punta de la lanza, de repente Alatus lo empujó hacia el lado y se acercó al príncipe Alberich de forma agresiva.
—¡Suficiente de excusas, voy a darte lo que mereces! —exclamó Alatus al voltear la lanza para intentar darle un fuerte golpe en la espalda a Kaeya, no obstante, el filo de una espada se interpuso entre el mango de su arma y el príncipe; desconcertado notó la mirada de reojo de Albedo.
—No cometa un error que perjudicaría al rey Barbatos nuevamente frente a su padre, príncipe Alatus —dijo el Jefe Alquimista con la cabeza fría y la espada delante de Alatus, quien bufó como un toro embrutecido.
—Asqueroso traidor.
El príncipe de Liyue volvió a empuñar bien su lanza, la cual levantó frente a Albedo para clavarla desde arriba, el Jefe Alquimista solo volvió a interponer su sable con serenidad, pues jugaba bien sus cartas, y no iba a mostrarse agresivo frente a alguien de su alcurnia, simplemente se defendería estático y tranquilo.
—¡Vas a ver! —rugió Alatus moviendo la lanza para intentar perforar el torso de Albedo, este se movió y desvió la punta con el filo de su espada.
—Como bien sabe, no puedo atacar a un príncipe de Liyue —dijo el Jefe Alquimista volviendo a desviar la lanza, Kaeya retrocedió, su estómago se retorció por romper la regla de observar luchas y armas blancas, y porque su amado estaba siendo acusado de traición—. Así que no me queda claro su honor cuando se ensaña con quienes no pueden luchar contra usted.
—¡Cierra la puta boca! —Alatus atacó con más ira a Albedo, Sucrose estaba viendo el enfrentamiento, y horrorizada corrió hacia ellos para detenerlos.
—¡Basta! —suplicó la joven alquimista parándose frente a su maestro con los brazos extendidos, como dispuesta a ser herida por él. Antes de que el príncipe de Liyue se dispusiera a empalarlos a ambos, un fuerte grito de autoridad lo hizo detenerse.
—¡Suficiente, Alatus! —exclamó Keqing indignada, su hermano mayor se detuvo con la lanza aún levantada.
En ese momento Ganyu dejó atrás a Keqing, y caminó hacia Alatus en silencio; de pronto, la princesa le dio una fuerte bofetada a su hermano mayor, quien petrificado intentó balbucear algo, pero recibió una segunda bofetada de su más amada hermana.
—Ganyu... —susurró Alatus tocándose la mejilla, con lágrimas en los ojos.
—No tienes excusas... —dijo ella llorando por tener que recurrir a la violencia.
—Yo no...
—Lo oímos todo, no puedo creer que acuses de traidor a alguien que solo está protegiendo de ti, a alguien más débil que tú... —La princesa Ganyu sollozó, pues al igual que su hermano Chongyun, con quien compartía padre y madre, sentía muchísima compasión por el príncipe Alberich. Alatus tembló al verla llorar.
—¡Él no es lo que crees, Ganyu! —se excusó el príncipe heredero, entonces apuntó a Kaeya llorando con una expresión de ira—. ¡No puedes defenderlo solo porque parece débil! ¡Tu no sabes lo que intentó hacerte cuando eras una bebé! ¡Él intentó matarte!
—¡Suficiente! —gritó Ganyu furiosa—. Ya no inventes formas de justificarte.
—¡Yo lo vi Ganyu! ¡Él quiso..!
—No voy a consentir ningún comportamiento abusivo y desleal en nuestra familia —finiquitó su hermana, Keqing se cruzó de brazos y asintió con aprobación—. No vuelvas a intentar agredir al príncipe Alberich en mi presencia, e incluso sin mi presencia.
—Ganyu...
—Ya está dicho.
Alatus agachó la cabeza con impotencia, y dio media vuelta para alejarse de ellos, Keqing trató de darle una disculpa al Jefe Alquimista, pero este se había llevado rápidamente a Kaeya de vuelta a su dormitorio en cuanto el príncipe de Liyue se fue. Sucrose fue tras su maestro, y fue testigo de como este se plantó frente a la puerta de la habitación de su amado, quien desde el interior temblaba con pánico; entonces Albedo le tomó las manos y se estiró para besarle los labios, haciendo que su alumna agachara la vista derrotada.
—Tranquilo...
—No puedo, te dijo traidor, Albedo... No quiero que te lastimen, no quiero que te torturen. —El príncipe Alberich se llevó las manos a la cabeza, estaba temblando y respiraba histérico.
—No pasará, te lo prometo.
—¿Por qué prometes tantas cosas? —Kaeya lloró muy asustado, su amante le tocó las mejillas y lo besó otra vez, a Sucrose y al príncipe les pareció muy arriesgado e irresponsable.
—Lo juro por todo lo sagrado, que no dejaré que Barbatos me ponga las manos encima.
—Pero...
—Confía en mí, mi amor... Todo estará bien, no dejaré que eso ocurra.
—Albedo...
—Te amo —dijo el Jefe Alquimista al tomar sus manos, Kaeya sollozó y respiró profundamente para calmarse.
—Te amo Albedo...
Luego de otro beso de despedida, el príncipe de Khaenri'ah se metió en su cuarto y cerró con llave para evitar molestias, Albedo suspiró tranquilo, y dio media vuelta para irse al laboratorio como si nada. Fue entonces cuando notó que su alumna seguía ahí, observándolo todo en silencio; lejos de ponerse nervioso, el Jefe Alquimista pasó por el lado de Sucrose para seguir su camino, cosa que ella interpretó como si la estuviera ignorando.
—Maestro... —susurró ella de forma tan inaudible que Albedo no se detuvo—. ¡Señor Albedo!
—¿Qué pasa?
—¿"Qué pasa"? ¿Cómo es que...? Quiero decir... ¿Es que acaso...? ¿Acaso no se da cuenta de lo que ha hecho?
—¿De lo que yo he hecho? ¿A qué te refieres con eso? —preguntó el Jefe Alquimista, ella apretó los puños, como si creyera que se estaba haciendo el desentendido.
—Chocó espadas con el príncipe Alatus... Esto es muy grave señor Albedo, es demasiado...
—No te preocupes por eso.
—¿Cómo puede pedirnos eso? A mi y al príncipe Alberich... ¿No se da cuenta que los dos...? —La voz de Sucrose se cortó por un sollozo, ella tenía las manos en el pecho, apretándolo como si doliera, por esa razón Albedo miro esa zona de su torso, y se dio cuenta de algo que lo hizo abrir los ojos de par en par.
—Sucrose... ¿Qué carajos es eso? —El Jefe Alquimista apuntó el cuello de su aprendiz, y esta con el rostro pálido se llevó las manos al collar.
—Esto... yo... yo no... —balbuceó ella tartamudeando, Albedo siguió mirando los huesos de animales alrededor del cuello de su alumna.
—¿Qué son?
—Yo... —Sucrose comenzó a llorar, entonces su maestro se acercó y tomó suavemente sus muñecas para separarlas de su cuello, y así ver mejor el collar de huesos.
—No puedo creerlo... ¿Por qué estás usando eso? ¿Sabes de qué animales sacaron esos huesos? —cuestionó el Jefe Alquimista, su aprendiz cerró los ojos avergonzada, y asintió—. No puede ser verdad, no en ti...
—¿Por qué...? ¿Por qué no...? —susurró la joven alquimista, preguntándose por qué su maestro no la creía capaz de apreciar algo como eso.
—Baizhu... —gruñó en voz baja Albedo, Sucrose movió la cabeza desconcertada.
—¿Cómo sup...? ¿Por qué está acusándolo a él? ¿Específicamente a él?
—Te he dejado sola a su merced... ¿Te está obligando a usar esto? ¿Es alguna clase de juego macabro de su parte?
—¿Por qué está llegando a una conclusión como esa? —preguntó Sucrose ofendida de que atribuyera ese collar a un "castigo".
—Cuando alguien se ve con poder sobre otras personas, puede escalar hasta un nivel muy oscuro... Sucrose, me prometiste que me contarías si él hacía algo incómodo contra ti, no puedo estar vigilándolo, así que tienes que decirme qué está pasando entre ese tipo y tu.
—Solo le he dado aqua vitae por nuestro trato...
—Ese tipo no me da buena espina, temo que quiera corromperte.
—¡Él no está haciendo eso!
—¿Sucrose?
—¡Él no me está corrompiendo! ¡Estoy usando este collar porque me gusta!
—No te creo —respondió él, su alumna lloró frustrada y molesta, ya que su verdadero yo estaba siendo negado.
—Esta soy yo... me gusta coleccionar huesos de animales, me gusta soltarme el cabello, me gusta tener sexo y me gusta usted señor Albedo —confesó ella tocándose el pecho, con los ojos cerrados y lágrimas entre los parpados; su maestro agitó la cabeza.
—¿Qué?
—Me gusta... señor Albedo —repitió Sucrose, el Jefe Alquimista sintió un nudo en la garganta.
—¿Qué dijiste antes de eso? —La joven alquimista abrió los ojos y la boca, cada vez más ofendida por las respuestas de Albedo, que parecía ignorar a propósito lo importante.
—No puedo creerlo... —susurró Sucrose para sí misma, entonces su maestro le tomó los hombros y la miró a los ojos.
—Dijiste que tuviste sexo con alguien ¿Con quién? —preguntó el Jefe Alquimista seriamente, su aprendiz palideció y tartamudeó—. No puede ser...
—Señor Albedo... —En ese momento Albedo le dio la espalda y sacó su sable de la vaina, dirigiéndose enfurecido hacia otra ala del castillo—. ¡Señor Albedo!
—Lo sabía... Todo este tiempo lo sospeché ¿Cómo pude abandonarte así? —balbuceó el Jefe Alquimista en busca de Baizhu, Sucrose corrió tras él y le agarró la camisa.
—¡Basta señor Albedo! ¡No puede seguir haciendo cosas imprudentes! ¡Piense en su vida!
—Eso ya no importa, Sucrose, mi madre y mi hermana están a salvo, así que nada me retiene. Ahora iré a...
—¡No lo hará!
—No te entrometas, siempre supe que ese tipo podía aprovecharse de ti, ahora no lo dejaré impune, pagará por lo que te ha hecho.
—¡Yo lo quise así!
—Por favor Sucrose, que ya no te retenga el miedo, yo ya no le temo a nada, por eso, no me importa destruir todo este lugar... —En ese momento su alumna le agarró los dos brazos para detenerlo y obligarlo a voltearse.
—Si usted lo toca... Jamás se lo voy a perdonar... —susurró Sucrose, Albedo se sintió descolocado.
—¿Por qué lo estás defendiendo?
—Porque...yo quise que él me tocara, señor Albedo, yo se lo permití...
—Eso no puede ser verdad... —dijo el Jefe Alquimista confundido, los brazos de su alumna temblaban de rabia por ser considerada "inocente" por él; entonces Albedo le acarició las mejillas con los pulgares y la miró preocupado—. No puede ser cierto... Tu eres solo una niña...
—No lo soy ¿No se da cuenta? —cuestionó Sucrose llorando, luego abrazó a su maestro y miró sus labios con deseo—. ¿No lo nota?
Lentamente la joven alquimista acercó sus labios a los de Albedo, hasta que los besó con los ojos cerrados y una expresión de placer; el Jefe Alquimista abrió los ojos pasmado, y su reacción instintiva fue apartarla rápidamente con las dos manos, como en un pequeño empujón.
—¿Qué estás haciendo?
—Señor Albedo... siempre me ha gustado ¿Por qué no se dio cuenta? ¿Por qué me ve como una niña? —se lamentó Sucrose, Albedo retrocedió desconcertado.
—No vuelvas a... —Su aprendiz sollozó al escuchar esa frase, no le cabía duda alguna de que jamás la aceptaría como la mujer que era.
—Lo siento...
—No puedo creer todo esto...
—Señor Albedo... —Sucrose trató de acercarse, pero su maestro guardó la espada y se retiró caminando rápido, como si estuviera muy molesto con ella—. Por favor...
El Jefe Alquimista pasó velozmente frente a uno de los muebles del pasillo, lugar desde el cual la pequeña homúnculo Paimon estuvo escuchando su conversación con Sucrose, para tomar notas mentales que pudiera darle a Dainsleif sobre Albedo y sus acciones. La joven alquimista por su parte se retiró tambaleante por el llanto y el dolor en su pecho, no solo se trataba de un rechazo amoroso, todo aquello fue una negación de sí misma, como si su amado maestro no aceptara su identidad y la forzara a mostrar la fachada de toda la vida.
Esa noche toda la ciudad estaba en movimiento, los cómplices de Barbatos que fueron contactados por el Héroe Oscuro iban de allá para acá en reuniones de la alta alcurnia, con instrucciones de sacar poco a poco los trapos sucios del rey, aquellos rumores que se quedaron como acusaciones infundadas, tomaban mayor sentido con cada cuchicheo insensible, como si se trataran de noticias jugosas. No obstante, aquellos que tenían hijos sintieron la inquietud de no volver a acercarlos a su propio monarca.
En los barrios bajos, la hermana Rosaria registró la mercancía química que rescató Scaramouche del General Mahamatra Cyno, para encontrar algo que le sirviera para acabar con Dainsleif de forma rápida e indetectable, un veneno tal vez sería de ayuda, o algo más elaborado como una espora que le causaría graves problemas respiratorios. Aún más profundo entre las chozas miserables, el Héroe Oscuro seguía en su búsqueda de Il Dottore, cuando se encontró con algo muy parecido a su descripción, en una fosa común, con moscas en los dientes, que aún sonreían y acompañaban su máscara casi impregnada a su piel hinchada; en ese momento Diluc no pudo evitar pensar el nombre "Rosaria" con molestia, como si ella le hubiese robado su presa.
Por otro lado, los hombres de Eula Lawrence llevaban su teatro ambulante a otras zonas de Mondstadt, mientras los Fatui hacían lo propio con una función de marionetas, que hablaba de un tal "Berbertos" que fingió todo su poderío, y asesinó a las casas nobles que rivalizaban con él para subir al trono. Scaramouche y Mona miraron la función sentados a una mesa, compartiendo unas bebidas y varios alimentos que la astrologa consumía entre cada frase, pues halagaba la obra incluso cuando le parecía demasiado "descarada"; entonces el baladista le tomó la mano y sonrió mirando su idea puesta en escena, respondiendole a su amada que no necesitaban de sutilezas para conseguir un objetivo que cada vez estaba más cerca.
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