11. Homúnculo (Primera Parte)
A veces, cuando el Jefe Alquimista Albedo sufría experiencias angustiantes, tenía por las noches un sueño recurrente al cual no sabía darle significado; en él observaba unas manos diminutas y regordetas, que se movían en el agua brillante por reflejos como los de un cristal. En ese sueño se sentía frágil y pequeño, mientras trataba de distinguir algo más de ese angosto mundo acuático; sin embargo, poco a poco la sensación de mover los brazos con libertad se convertía en algo inquietante, pues era como si se estuviera hundiendo más y más en un pozo de agua profunda y oscura.
El sueño continuaba de una forma completamente diferente, cuando veía que una mano más grande que la suya la tomaba para llevarlo corriendo por un bosque, entonces aquella persona a la cual él seguía, lo empujaba de forma tan repentina que él no pudo reaccionar, y su caída se hacía muy lenta y lo hundía en medio de muchas hojas y ramas. Entonces, todo cambiaba nuevamente, pues él pasaba a estar con sus manos apoyadas sobre un pilar de mármol, a los costados de una gran plaza repleta de personas que estaban mirando algo; en esa parte su corazón se llenaba de desespero, y salía de su escondite para tratar de abrirse paso entre la multitud.
Pero la cantidad de personas era tan abrumadora para alguien de su tamaño, que se sentía sofocado, como si la muchedumbre lo hundiera hasta el fondo sin la posibilidad de conseguir su objetivo. Albedo sollozaba con dolor mientras mantenía su pequeña mano estirada hacia adelante, y lo último que siempre veía, eran dos siluetas en lo alto desde un balcón, un hombre blanco y un niño de piel morena.
Al despertar se tocaba la cabeza y apretaba los párpados, como si ese sueño le causara un profundo dolor que no podía explicar, porque ni siquiera era posible para él entender el significado de algo que se borró de sus recuerdos. Entonces se levantó de la cama y se vistió, ese día iba a cumplir sus labores en el laboratorio, y por la noche le haría una visita al mercenario de los Fatui, Scaramouche, pues Mona le prometió que lo pondría en contacto con él.
Albedo necesitaba confirmar qué tan confiables podían ser esos tipos, pues no iba a dejar la misión de rescatar a Kaeya en las manos de cualquiera, pues si querían asesinarlo en lugar de salvarlo, el Jefe Alquimista no dudaría en destruirlo todo a su paso, pues Alice se iría al día siguiente con Klee, y eso al fin lo liberaba de tener algo que perder. Cuando salió de una de sus propiedades, siguió pensando en el príncipe Alberich mientras iba caminando hacia el palacio, si confirmaba que los Fatui eran una buena opción de rescate, no dudaría en buscarlo para informarle, y de paso decirle que lo amaba con todo su corazón.
Por un momento se detuvo sobre la tapa de una alcantarilla y se le quedó mirando con desdicha, le atormentaba que su amado pudiera estar pagándole al Héroe Oscuro, en un descenso cada vez más apresurado a la perdición, sin ganas de vivir, sin esperanza y objetivos. No estaba muy alejado de la verdad, pues bajando por la alcantarilla, lejos y en el mismo sistema de túneles, Kaeya y Diluc se encontraban en la plataforma de madera, ignorando el chillido de las ratas y el olor mohoso y repugnante, para cumplir con el trato que hicieron.
El príncipe Alberich tenía los codos y las manos apoyadas en la pared, su frente sudaba y él hacía muecas de dolor porque su retaguardia aún ardía después de haber tenido sexo con Eula Lawrence; el Héroe Oscuro le sujetó las caderas mientras empujaba su pene a gran velocidad dentro de su enrojecido ano, seguía deleitado por poseer después de mil fantasías a su antiguo hermanastro, y lo demostraba al babear y gemir con desenfreno por él. Kaeya miró al cielo, soportando una sensación hirviente en sus adentros, como si su piel fuese a desprenderse y derretirse; por eso comenzó a temblar, tan sensitivo y dolorido que sus gemidos se mezclaban con sollozos.
Escuchar aquello llamó la atención de Diluc, quien con remordimiento disminuyó la intensidad de la penetración, llevó una mano a la garganta del príncipe y lo hizo girar la cabeza para poder besarle la boca; Kaeya cerró los párpados, no pensaba moverse, sólo iba a dejarlo meter la lengua mientras le sujetaba el cuello y le agarraba los pechos, pues si bien sus movimientos eran más tranquilos, seguía demostrando su dominio sobre él. El joven Ragnvindr no paró de besarlo y tocarle las tetas, como desesperado por que fuera única y exclusivamente suyo, y de nadie más; nunca se había sentido tan fogoso y energico en el sexo, ni cuando perdió su castidad con el rey, ni cuando tuvo sexo casual con otros hombres, pues nadie podría equipararse jamás a la lujuria que Kaeya causaba en él cada vez que lo veía desde la distancia rondando por Mondstadt.
Entonces, tras algunos minutos pegados de esa forma, el Héroe Oscuro dio una última embestida profunda y se corrió dentro del príncipe Alberich, de manera que su semen difícilmente saldría de ahí, ni escurriría de su culo aunque lo abriera con los dedos. Kaeya nuevamente miró hacia arriba con resignación, se sentía insatisfecho y molesto por haber recibido el esperma en su interior, cosa no muy cómoda para él; de todos modos se dio la vuelta para mirar de frente a su nuevo amante, quien no le transmitía ninguna emoción por su máscara de pájaro.
—¿Qué tal? ¿Te gustó? —preguntó Diluc con su voz más ronca y una gran sonrisa, el príncipe miró hacia el lado.
—Su energía es muy intensa y su pene es tan grande que resulta apetecible, señor Héroe Oscuro —respondió Kaeya para hacer que su amante sonriera orgulloso y halagado—. Sin embargo, por desgracia no pude disfrutar tanto como usted, por motivos que se nos escapan de las manos a ambos.
—¿Qué...? ¿Por qué lo dices?
—No es su culpa señor Héroe Oscuro —dijo Kaeya, aunque en el fondo también le pareciera sumamente egoísta en el sexo—. El problema es que ayer, mi cuerpo no fue tratado con delicadeza por otra persona, y estoy sufriendo las consecuencias.
«Aunque usted también me maltrató cuando lo hicimos ayer» pensó el príncipe Alberich con rencor.
—¿A qué te refieres con eso? —cuestionó el joven Ragnvindr algo molesto por el comentario de Kaeya, quien decidió explicarle de forma más directa.
—Siento muchísimo dolor en mi parte trasera, por eso, cuando usted me estaba follando, no dejaba de escocer...
—Mierda... ¿Quién te hizo eso? —preguntó el Héroe Oscuro, el príncipe Alberich guardó silencio, porque sería muy inusual decir que una mujer le causó ese dolor; no obstante a Diluc se le heló la sangre al no oír respuesta—. Barbatos...
—Por favor no pensemos en eso. ¿Le importa si mañana nos ahorramos follar? Quiero decir, que en vez de hacer eso, me deje complacerlo con mi lengua —le propuso Kaeya de la forma más condescendiente que pudo.
Sin embargo, el joven Ragnvindr no le prestó atención, ya que empezaba a sentirse como una basura por estar follando con su antiguo hermanastro, olvidándose de que era violado casi a diario por el rey. Por eso el Héroe Oscuro agachó la mirada al cuestionarse por qué no lo estaba protegiendo, por qué le ofreció ese trato y por qué no hacía algo para compensarlo de verdad.
—Lo lamento... —susurró Diluc, el príncipe se cruzó de brazos, incómodo y triste.
—Usted no tiene que pensar en eso, solo debe... —En ese momento el joven Ragnvindr abrazó a Kaeya y le sostuvo la cabeza, el príncipe Alberich suspiró melancólico, pero no podía pedirle que lo soltase, por miedo a que no reaccionara bien.
—De verdad lo siento... ¿Que puedo hacer para que ya no tengas que pasar por eso? Haré lo que sea.
—Señor Héroe Oscuro, lo único que necesito de usted, es que hoy mismo visite a los hombres de esta lista —dijo Kaeya al agacharse para sacar un papel del bolsillo de su pantalón, que estaba en la plataforma de madera—. Necesitamos que se sientan en la obligación de reunirse con la señorita Lawrence, si usted sabe a qué me refiero.
—Me estas pidiendo que los amenace, pero mi prioridad ahora, es protegerte a ti.
—¿Puedo preguntar por qué? No nos conocemos, y usted dejó claro que le importa más Mondstadt que alguien como yo, así que, permítame dudarlo. —Kaeya miró a los ojos al Héroe Oscuro, quien se sintió incluso más repugnante por transmitirle esa idea a Kaeya con su actitud.
—No debí ser insensible contigo, necesitas ayuda, más que nadie. Me importan una mierda los tipos que Eula Lawrence quiere amenazar, me interesa más ayudarte —expresó Diluc para luego tomar las manos del príncipe, quien agachó la mirada seriamente.
—Tenemos un trato, señor Héroe Oscuro, si yo le doy satisfacción, usted cumplirá con hacer su parte.
—Pero puedo hacer eso y ayudarte, solo tienes que pedírmelo y yo no te cobraré por ello... Por favor...
—Solo me interesa que vaya a hacerle una visita a esos hombres, para cumplir nuestra venganza contra el rey... No quiero nada más de usted.
—Kaeya...
—Por favor cumpla su parte del trato, como yo estoy cumpliendo la mía —le pidió el príncipe de Khaenri'ah, entonces Diluc le acarició la mejilla mientras se le caían las lágrimas por debajo de la máscara.
—Quiero protegerte...
—Señor Héroe Oscuro, no hay nada que proteger. Esta es mi vida, así es como siempre será, no quiero ayuda, no quiero esperanza, ni afecto, solo quiero que Barbatos pague por asesinar a mi Noelle.
—¿Y después de conseguirlo? ¿Qué harás? ¿Qué será de tu vida después de vengarte? —Kaeya no contestó, simplemente sonrió desganado—. Respóndeme...
—Mi vida se acabará cuando alcance ese gran propósito. No puedo morir sin uno, así que, cuando mi venganza termine, mi existencia también lo hará.
De pronto el joven Ragnvindr abrazó al príncipe, sollozando angustiado e impotente, como si la vida de Kaeya se le escurriera entre los dedos.
—Todos los que han querido hacer algo por mí, están muertos ¿No querrá usted ser el siguiente?
—No me importa, solo no quiero que pienses en quitarte la vida...
—¿Incluso si eso me da paz?
—¡No te la dará maldición! —gruñó el Héroe Oscuro, de pronto el príncipe Alberich le tomó las mejillas y lo besó en los labios, Diluc desorbitó los ojos embobado, y abrazó su piel desnuda con pasión; una vez culminado el beso, Kaeya le sonrió con un aire manipulador y cínico.
—Voy a pensarmelo, si usted hace que esos tipos colaboren con mi amiga Eula —dijo el príncipe, el joven Ragnvindr se quedó callado, muy serio y molesto por ese obvio chantaje emocional—. Por favor señor Héroe Oscuro, mi vida se iluminará si usted cumple su palabra...
—Lo haré —respondió Diluc, mas de pronto lo apuntó con el dedo y le agarró la quijada con la otra mano—. Pero no creas que me trago tus palabras, te convenceré de no acabar con tu vida a medida que pasen los días.
—Bueno... Si usted lo dice... —murmuró Kaeya intimidado, entonces el Héroe Oscuro lo besó frenético sin llegar a soltarle la barbilla, arrimando el cuerpo contra el suyo.
Scaramouche dormía profundamente sobre una gran cama de plumas, la luz mañanera de Mondstadt le iluminaba el rostro, el cuello, los hombros y el pecho desnudo; Mona lo contempló, de esa forma era muy diferente a ese chico gruñón y dramático, que a veces en sus momentos de tranquilidad gustaba de reírse de ella y su don de la hidromancia solo para hacerla enojar. Cuando el baladista se dormía a su lado, era como un ángel con los ojos tristes y cansados, las comisuras de sus labios no sonreían, pero tampoco estaban caídas para demostrar su melancolía, él no era obvio ni de forma inconsciente.
La astróloga posó un dedo sobre la mejilla de Scaramouche, era innegable que le parecía bellísimo, y que le fascinaba admirar dicha belleza por las mañanas que compartían, y que debido al oficio casi criminal del baladista, no eran demasiadas. Mona miró hacia atrás para fijarse en el sol, y decidió moverse un poco, estaba desnuda, por lo que posó sus grandes glúteos con marcas rojas sobre los muslos de su amante, y se le quedó viendo con sus pequeños pechos puntiagudos al aire.
El baladista sintió un gran peso sobre sus piernas, y poco a poco abrió los ojos, para luego encontrarse a Mona de frente a él mirándolo fijamente, con sus tetas desnudas, su cintura de avispa, sus piernas carnosas y sus glúteos a su total disposición; Scaramouche se quedó quieto mientras asimilaba esa interesante forma de ser despertado, y después sonrió con los dientes, coqueto y pícaro. Con descaro el baladista llevó ambas manos a los senos de la astróloga y acarició sus pezones con los pulgares, ella permaneció seria y no dejo de hacer contacto visual con él; Scaramouche mantuvo una mano sobre los pechos de Mona, y bajó la otra para darle un suave masaje en el clítoris.
Entonces la astróloga empezó a frotarse sobre la entrepierna de su amante, moviendo las caderas de adelante hacia atrás para rozar su vagina sobre el pene del baladista, lo cual lo ayudó a entrar en calor; Scaramouche cerró los ojos e hizo una expresión de placer, su polla estaba aprisionada y aplastada debajo de Mona, lo cual adoraba. No tardó mucho en ponerse duro, ella sonrió por haber conseguido su objetivo, y decidió darse la vuelta para enseñarle su parte trasera; el baladista se frotó las manos entusiasmado, y cuando ella levantó un poco el culo, él la ayudó tomando su pene para dejarlo en vertical, y de esa manera facilitar la inserción.
Con cuidado la astróloga bajó las nalgas, usando las dos manos para abrir sus pliegues, así consiguió hacer que la verga de Scaramouche se introdujera directo en su vagina, él miró hacia arriba fascinado, luego enderezó la cabeza, y solo por placer quiso agarrarle los glúteos y abrirlos para observar con lujo y detalles como le entraba una y otra vez. Mona aprovechaba esas oportunidades del sexo para "castigarlo", rebotando sin compasión sobre su pene, sin importar si eso le dolía o si se le doblaba la polla; de todos modos el baladista terminaba cubriendose la boca por alguna pequeña dolencia, y luego reía maravillado.
Scaramouche adoraba esos juegos rudos, así que cuando su chica le hacía algo así de brusco, le devolvía con la misma moneda dándole una fuerte nalgada en el culo; la astróloga se quejó por aquella cachetada, sin embargo no paró y aumentó la velocidad de sus caderas hasta que el pene del baladista se salió, curvo, rojo y mojado. Él solo rió de placer y levantó su polla para ayudarla otra vez, pero Mona se dio la vuelta velozmente y se recostó sobre su amante con una rodilla doblada y más elevada que la otra, el baladista pasó una mano por debajo de esa pierna para agarrarla, la penetró de nuevo y con su mano libre le agarró el culo para sentir su blandura y su carnosidad.
En esa posición Scaramouche tenía mayor control de todo, por lo que movió la pelvis tan rápido como un perro en celo para follarla, mientras resoplaba y sonreía excitado; su chica estaba gimiendo sin reparos recostada sobre él, con sus labios muy cerca de su cuello. Escuchar su voz, sentir su respiración y cómo su piel se erizaba cuando él jugaba a meterle los dedos por el culo, solo entusiasmaban más al baladista y le daban más energía para penetrarla como un salvaje, realmente era un deleite para él.
La astróloga movió los brazos para abrazar la cabeza de su amante, él le soltó una pierna para poder rodearle la espalda sin soltarle el culo con la otra mano, cuando Mona lo abrazaba así, se sentía extrañamente más cálido y necesitado de más afecto, así que comenzó a acariciarle los omoplatos y la línea lisa y tersa por donde pasaba su columna vertebral. De repente fue el mismo Scaramouche quien buscó los labios de su chica para besarlos descenfrenado, ella entreabrió los ojos, cuando él la besaba, también parecía alguien diferente a lo que le mostraba a todos, ella incluida; sus besos buscaban un contacto más íntimo que el sexo, buscaban amor, ternura, e incluso Mona se atrevía a pensar que buscaban protección.
Para complacerlo, ella siempre volvía a pedirle verbalmente que le diera otro, y el baladista gustoso la llenaba de besos, lo cual interrumpía los gemidos de las astróloga, quien no se quedó quieta a pesar de "dejarlo hacer todo", pues le gustaba frotarse sobre él para que su clítoris estuviera estimulado, y de esa forma estar a la par con él en cuanto a los orgasmos. El ruido de la habitación se redujo a los golpes de los muslos de Scaramouche contra las nalgas de Mona, ya que no le soltó los labios para demostrar cuánto la necesitaba y la adoraba.
Tras unos minutos frotándose y recibiendo la polla del baladista sin compasión en su interior, la astróloga se estremeció, y sus vellos se erizaron por su orgasmo; entonces ella abrió los ojos para ver fijamente a su amante, apartó la boca, y la acercó para susurrarle algo al oído sin un rastro de duda: "correte dentro de mi..." Scaramouche no se cuestionó jamás en esos días de reencuentro por qué Mona le pedía que eyaculara en su interior, pero cuando hacían el amor su raciocinio era menor, por lo que sin contradecirla seguía moviéndose para cumplir sus deseos.
La rapidez del baladista lo hacía bufar como si estuviera haciendo el más intenso ejercicio, y aquello lo ayudaba a llegar al orgasmo con una gran potencia, complaciendo de esa forma a su chica al venirse de lleno en su vagina. Scaramouche se estremeció mientras soltaba las últimas gotas, la astróloga sonrió y lo besó feliz de recibirlo, y él miró hacia arriba como si estuviera en el cielo; tras un par de minutos reposando, los dos se acomodaron apegados, el baladista boca arriba, Mona con una mano y la cabeza recostada sobre su pecho.
—¿Quieres hacerlo otra vez? —le preguntó la astróloga, él solo rió nervioso.
—Dame un respiro... No niego que podría, pero dame un respiro.
—Tu siempre puedes, dame en el gusto —lo desafío Mona, Scaramouche sonrió y le tomó la mano que tenía sobre su pecho.
—Siempre te doy en el gusto, mocosa caprichosa. —Los dos se miraron a la cara, él sonreía burlón, ella en cambio estaba viéndolo con seriedad.
—Mocoso tú.
—Eso, enojate. —El baladista se rió al ver su expresión berrinchuda, era muy divertido para él hacerla rabiar; entonces la astróloga lo besó sin avisarle, él rodó los ojos con placer, y la abrazó.
—Quiero disfrutar al máximo estos últimos días que pasaremos juntos... Quiero más de ti dentro de mí —susurró Mona, Scaramouche se estremeció.
—Cómo órdenes princesa, con gusto te daré eso, y si tengo que retrasar el rescate de ese principito, sin duda lo haré.
—No tendrás que hacerlo.
—¿Saldrá bien?
—Saldrá bien, pero con contratiempos, bastantes.
—Bueno, con tal de conseguirlo... —En ese momento el baladista recordó algo con respecto a las cosas que le contó Mona de su destino—. Ayer le mencioné algo a Dottore sobre lo que me dijiste del tipo de los 1000 años.
—Él debió darte más información al respecto.
—Sí, algo así, aunque me dijo que ese tipo probablemente se suicidó.
—Lo que vi me hace creer algo diferente.
—¿Solo quiere vengarse y ya? La venganza solo es divertida en los primeros intentos, después, sabe a mierda.
—¿Has intentado vengarte alguna vez?
—Sí, de mi madre. Ya habíamos tenido esta conversación...
—¿Qué te detuvo? —preguntó Mona, su amante se quedó callado, como si hablar del tema le resultara martirizante.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Quiero decir... Eres un buen mercenario, estás bien entrenado y eres listo, estoy segura de que habrías tomado cualquier oportunidad de concretar esa venganza, por muy bien vigilada que estuviera tu madre.
—Es cierto. Vi la oportunidad, quise tomarla, pero la desaproveché por estúpido, no por otra razón.
—¿Por estúpido? ¿O porque...?
—No te atrevas a insinuar nada.
—No tengo porqué, tu sabes tus razones para no haberla matado teniéndola al frente de ti, sin acompañantes y en completo silencio.
—Porque soy débil, nada más —respondió el baladista, de pronto Mona le tomó las mejillas con las manos y las acarició.
—¿Esto es debilidad? —cuestionó ella, los ojos de Scaramouche brillaron con melancolía, y a la vez, con dulzura.
—La peor debilidad.
—El príncipe Alberich piensa igual que tú, que esa emoción puede ser usada en su contra. ¿Es por esa razón que no me dejas viajar contigo?
—No voy a ser un mentiroso contigo, solo porque no te puedo mentir. Sí, por eso no puedo dejarte ir de un lado a otro conmigo, además, me molestarías —finiquitó sonriendo ladino, la astróloga se vengó mordiéndole el cuello.
—Es algo más que tienes en común con él.
—Insistes mucho con esa supuesta similitud.
—En una lectura vi que comparten una herida similar.
—Cosa que no es de mi interés, no porque me digas que nos parecemos un poco va a dejar de ser para mí solo lo que es, un paquete que le tengo que enviar a la zarina y a su consejero.
—¿Temes que al involucrarte más con él, te duela fallar la misión?
—En primer lugar, no voy a fallar la misión.
—¿Seguro? —Cuando Mona lo cuestionó, Scaramouche tragó saliva, porque no podía dejar pasar esas pequeñas "señales del destino" que le daba.
—Espero.
—Dudo que dejes varado a su suerte a alguien que al igual que tu, está marcado por el desprecio de su progenitor —comentó la astróloga, el baladista miró hacia el lado con el ceño fruncido, pues no le gustaba hablar de esos temas, mucho menos verse reflejado en alguien más.
—No me interesa.
—¿Seguro? Bueno, tal vez si indagas un poco en ello, no fallarás en esta misión —dijo Mona, Scaramouche la miró preocupado.
—Si es por no fallar...
Kaeya salió de los túneles y sacó de entre unos matorrales de la plaza una bolsa con un cambio de ropa, lo siguiente que tendría que hacer sería irse hasta la iglesia de Favonius para lavar su cuerpo y estar presentable para Eula Lawrence; sin embargo, por el camino sintió muchísima ansiedad de encontrarse a Seamus otra vez en el cuarto de baño, esta vez sin la misma suerte de que alguien los interrumpiera. No todo el tiempo tenía tanto miedo de ser "atrapado" por alguno de sus agresores, pero ese día, considerando que iba a tener que desobedecer una de las reglas de Barbatos en pos de su venganza, estaba aterrado, y anticipaba el castigo que recibiría esa noche en manos de Venti y Zhongli.
Por eso caminó con lentitud y la cabeza gacha, lo cual lo hacía proyectar una imagen melancólica y solitaria; Amber lo estaba mirando a la distancia, y nuevamente sintió compasión por su vida tan desgraciada. Por esa razón, la muchacha se acercó a él y le tomó con suavidad el brazo; el príncipe Alberich la miró, y le sonrió enternecido, en cada ocasión que estaba solo y desprotegido en las calles de Mondstadt, la presencia de Amber se convertía en una bocanada de aire fresco para él, como si fuese un ángel de la guarda.
Ella le preguntó a dónde se dirigía a esas horas, y él le dijo que necesitaba tomar un baño en algún sitio que no fuera en palacio; Amber tragó saliva angustiada, porque si Kaeya no deseaba estar en el palacio junto al rey, debía ser por una razón dura de escuchar. Por eso, la joven tomó las manos del príncipe, y le ofreció llevarlo a su casa para que pudiera bañarse y vestirse en un lugar privado y seguro; Kaeya sonrió conmovido, su ojo se veía húmedo, Amber apenas empezaba a notar esas pequeñas señales de tristeza en él, pues era como si cualquier gesto de amabilidad le resultara lo más esperanzador de su día a día.
El príncipe de Khaenri'ah no dudó en aceptar la propuesta de la muchacha, y caminaron juntos y tomados de la mano hasta su residencia en el centro de la ciudad, una casa grande, con entramados de madera al igual que muchas en la parte bella de la ciudad. Amber lo guió hasta un cuarto donde había una gran tinaja de madera, le indicó que podía poner su ropa en una repisa del baño, y luego cerró la puerta para darle privacidad; Kaeya suspiró aliviado, estar en ese sitio era perfecto para él, y de hecho, estaba considerando buscar a esa niña más seguido para sentirse seguro por mucho más tiempo.
No obstante, reconsideró aquello al recordar que no tenía ganas de seguir viviendo, y que si Amber se volvía demasiado cercana a él, su vida iba a correr peligro; así que procuró no imaginar más una vida tranquila, y se desnudó para meterse a esa tinaja. Había un gran espejo en ese baño que Amber usaba de tocador, en él Kaeya pudo ver su cuerpo y comprobar otra vez que sus costillas se notaban por la falta de alimento, que sus marcas en los brazos y en los muslos tenían una pequeña costra, y que su torso conservaba algunas magulladuras por haber tenido sexo con el Héroe Oscuro.
Al finalizar su baño, vestirse de forma simple y peinar su cabello suelto, el príncipe salió del cuarto y caminó por la casa buscando a Amber, esta apareció por un pasillo, y él, con algo de vergüenza, le preguntó si podían desayunar juntos. La joven ya había desayunado, pero con gusto le tomó la mano para guiarlo a la cocina, en donde le sirvió un trozo de tarta de fresas con un vaso de leche, como un tentempié mientras ella le preparaba unos huevos con panceta; Kaeya notó sus propias contradicciones, pues aun cuando se deseaba a sí mismo el mal, seguía en busca de algo de felicidad, y seguía sintiendo hambre, mucha hambre.
Ese desayuno fue tan dulce como el que compartió junto a la joven Barbara Pegg en la iglesia de Favonius, no había punto de comparación entre eso y sus desayunos en el palacio, donde la variedad no compensaba el frívolo ambiente y sus ganas de no estar allí. Al terminar de comer, el príncipe se levantó del asiento e hizo una pequeña reverencia para la niña, Amber no pudo evitar mirarle el pecho, preguntándose por qué todas las camisas de Kaeya estaban diseñadas con tan pocos botones.
—Muchas gracias por la comida encanto, eres una excelente cocinera —dijo el príncipe Alberich, Amber se sonrojó avergonzada de sí misma por verle el escote.
—Es lo mínimo que puedo hacer por usted, príncipe Alberich.
—No es cierto pequeña, siempre haces más que lo mínimo —comentó él, la muchacha agachó la vista con lástima.
—Me hace sentir bien el saber que esto lo alegró un poco...
—Tu siempre me alegras el día. Pero ahora debo despedirme, tengo algo que hacer en la biblioteca.
—Puedo acompañarlo.
—No gracias cariño, puedo ir solo.
—¿Seguro que no necesita escolta? No me molesta cuidarlo...
Amber reflexionó acerca de su propia frase, ella no sabía nada acerca de la clase de martirios que sufría el príncipe, pero el solo hecho de observar a algunos caballeros de Favonius a su alrededor, y ver la expresión de Kaeya, la hacía intuir que le pasaban cosas muy malas cuando ellos se lo encontraban a solas.
—Seré sincero contigo pequeña, voy a reunirme nuevamente con mi amiga Eula Lawrence, y ayer noté que no te entusiasma mucho la idea de verla. Por eso, prefiero ahorrarte las molestias, después de todo, sé lo que se siente que te miren con esos ojos —le explicó el príncipe de Khaenri'ah, Amber se sorprendió de que se diera cuenta de ello, y solo le causó más remordimiento por él.
—¿Lo sabe...?
—He hecho muchas cosas malas en mi vida, pero si hay algo que no tolero, es que alguien mire con unos ojos así a alguien tan joven como tu.
—Pero, tengo 18 años.
—Tengo un límite de edad de 19 años para empezar a considerar atractiva a una persona, tomando en cuenta mi propia edad.
—Eso es algo injusto, solo soy un año menor que eso.
—Aun así, Eula tiene... ¿31 años? ¿32? No estoy seguro, pero que se fije en alguien de 18 me pone nervioso.
—Soy legalmente adulta.
—Eso es verdad... En cierto modo, a mi no me importa que personas mayores que yo se fijen en mí, pero si lo mismo le pasa a la gente que me agrada, sí me hace sentir algo preocupado que les pase algo similar a lo que...
—Príncipe Alberich... ¿Usted ha...?
—¿Ha que?
—¿Alguien... se ha aprovechado de usted?
—No tiene sentido mentirle a alguien tan lista como tú. Sí, si te refieres a "eso", si, me ha ocurrido.
—¿Fue el rey?
—El rey, el emperador de Liyue, algunos caballeros de Favonius, incluso civiles.
—Qué horrible...
—Ya me acostumbré.
—Eso no es verdad.
—Chica lista... No te costó nada deducir que he tenido "ese" tipo de vivencias.
—Es porque usted mismo me lo advirtió una vez...
La joven recordó que cuando tenía al menos unos 14 o 15 años, el rey Barbatos solía visitarla en la academia militar, y le daba flores y poemas a escondidas de los demás, ella se sentía feliz de recibir sus "gestos de aprecio", y no negaba que aquello la hiciera sentir especial, como si todos esos regalos y detalles hubiesen demostrado que Venti la quería como su futura esposa. Sin embargo, en uno de sus encuentros dentro de la academia, el rey fue interrumpido por Kaeya, quien le tomó el brazo mientras le estaba ofreciendo otro ramo de flores a Amber.
En aquella ocasión, el príncipe solo le dijo a la niña: "tienes 15 años, él más de 40", y se llevó al monarca a tirones mientras este lo maldecía con los dientes apretados de la ira, y con un vocabulario menos romántico y caballeroso del que había escuchado Amber. Su yo adolescente pensó que el rey y Sir Kaeya tenían una relación, y que el príncipe Alberich solo había actuado por los celos; no obstante, con el paso del tiempo, ella comenzó a comprender lo que en verdad estuvo a punto de ocurrirle.
—Creo que nos estamos involucrando más de lo que deberíamos, pequeña —expresó Kaeya con preocupación, Amber se tocó el brazo, insegura.
—Siempre fue mi sueño ser una caballero de Favonius, pero no por el rey, sino por mi nación... Ya no siento nada más que miedo de él.
—Y haces bien en tenerle miedo, tu supervivencia está asegurada mientras le seas leal, pero si sigues haciéndome preguntas, o involucrándote con mis sentimientos, no estarás nada segura. Recuerda quien soy, cualquier cosa que hagas para ayudarme y mejorar mi situación, te catapultará al estatus de "traidora".
—Sí, lo sé. Pero cada vez pienso más en... que lo que creía, ya no es sinónimo de justicia. Si me da a elegir entre...
—Basta.
—Pero...
—Soy el príncipe Alberich III de Khaenri'ah, y por ende te ordeno que dejes de considerar esas ideas peligrosas. Tu único deber es seguir siendo el ejemplo de una caballero justa en estas tierras, una labor necesaria entre tanta corrupción.
«Pero no estoy bajo la jurisdicción de Khaenri'ah» pensó Amber.
—Yo solo quiero hacer lo que sea justo...
—Haz lo que sea justo, pero para tu país, no para mí.
—Si usted lo dice...
Barbara estaba muy inquieta mientras entretenía y cuidaba de los ancianos del asilo, puesto que, como solía ocurrirle varias veces, perdió de vista a la hermana Rosaria cuando se suponía que ambas debían de cumplir los deberes impuestos por la iglesia de Favonius. La joven se asomó por las ventanas del asilo para poder divisar a Rosaria, pero de algún modo ella siempre lograba desaparecer sin dejar rastros; la adolescente suspiró resignada, porque nuevamente tendría que excusar a su compañera y encubrirla en sus escapadas.
La monja fue andando directo hacia la taberna "El obsequio del ángel", a esas horas de la mañana no había mucha gente en su interior, solo un par de alcohólicos, y el maestro Diluc, que estaba como todos los días aseando su área en la barra de bebidas. Rosaria fue hasta allá y se sentó frente al joven Ragnvindr, le pareció extraño que oliese un poco mal, como si no se hubiera bañado en un par de días, o como si hubiese estado en un sitio sucio sin tomarse la molestia asearse a sí mismo con el mismo esmero que lo hacía con su local.
—¿Qué le sirvo? —preguntó Diluc sin mirarla, se veía desanimado y pensativo, lo cual hizo que la hermana Rosaria creyera que pasó días de penurias por haberse enterado de la verdad sobre Kaeya.
—¿Puedo hablar personalmente con usted? —le pidió la monja, el joven Ragnvindr la miró de reojo con desconfianza.
—Ya estamos en privado, nadie aquí está del todo consciente para oír nuestra conversación —replicó él, dando la vuelta para verla de frente; Rosaria sostuvo la mirada mientras lo analizaba.
—¿Usted ama a Kaeya? —cuestionó ella, Diluc se sintió nervioso, esa monja se estaba refiriendo a si lo amaba como un hermano, pero automáticamente él pensó en sus fantasías románticas y sexuales con su antiguo hermanastro.
—Sí, lo amo —respondió el maestro Diluc tratando de no verse demasiado emocionado por confesar aquello, Rosaria agachó sus tristes ojos.
—Yo también lo amo —dijo ella, el joven Ragnvindr hizo una pequeña mueca de molestia y celos—. Por eso, ahora que sé qué alguien quiere asesinarlo, no puedo quedarme quieta.
—Eso es cierto... alguien quiso envenenarlo, y él hizo un enredo de mentiras para que el rey no lo "desechara"... —Diluc se sintió arrepentido de no haber pensado más en ese asunto, desde que el príncipe Alberich charló con él mientras usaba su identidad del Héroe Oscuro, su prioridad se había vuelto cumplir sus peticiones y cobrar su recompensa cada mañana en los túneles.
—Kaeya teme que si su valor como rehén va en declive, Venti dispondrá de su vida, más de lo que ya lo ha hecho...
—¿Qué podemos hacer para que...? —se preguntó el joven Ragnvindr en voz alta—. Si viviera conmigo otra vez en el viñedo, quizás estaría seguro...
—Independiente de lo que lo haga más feliz, o lo que en verdad lo liberaría de su sufrimiento, lo que realmente importa es que hay alguien allá afuera, suelto, que está esperando la oportunidad para matarlo. Esa es mi prioridad ahora. —La monja miró a Diluc con seriedad, como si esperase alguna respuesta en específico.
—Entonces ¿En qué puedo ayudarte para encontrar a ese asesino?
—Antes de contarte lo que sé, necesito que me digas: ¿Qué le harías a Venti si lo encontraras a solas y sin vigilancia?
Algo muy oscuro pasó por la mente del joven Ragnvindr, se sentía engañado por el rey, porque le había hecho creer que Kaeya estaría en peligro a su lado si se quedaba en el viñedo, solo para poder llevárselo a un destino peor. Bajo su percepción, Barbatos le había quitado la oportunidad de arreglar las cosas con él, y se lo había dejado para sí mismo; eso le hacía desear darle un castigo a Venti, no una simple muerte, él quería causarle sufrimiento en vida.
Quería hacerle lo mismo que el propio rey le hizo a Kaeya por años.
—Lo haría pagar por todo el daño que le hizo.
—¿Y qué harías con la persona que quiere matarlo?
—La asesinaría antes de que le vuelva a tocar un pelo —respondió sin duda alguna, entonces Rosaria juzgó que Diluc si apreciaba lo suficiente a Kaeya como para irse contra su propia nación de ser necesario.
—Hace poco escuché el rumor de que un alquimista especial llegó a Mondstadt, se trata de alguien muy longevo llamado Saind Efil, que lleva siglos queriendo vengarse de la dinastía Alberich por algo del pasado. Cuando oí aquello, no pude evitar pensar que podía ser él quien esté detrás del envenenamiento de Kaeya.
—¿"Siglos" dices? ¿Cómo es posible que lleve "siglos" buscando lo mismo?
—No es imposible que un alquimista viva más tiempo que una persona normal, el propio rey consume un elixir fabricado por alquimistas para mantenerse joven.
—¿Me estás diciendo que Kaeya está en la mira de un loco de más de 100 años? ¿Cómo podemos averiguar que ese tipo de verdad se encuentra en Mondstadt?
—Los alquimistas necesitan materiales para hacer sus experimentos, conozco muchas tiendas, diurnas y clandestinas, para comprar sustancias y objetos con esos fines. Si nos dividieramos para preguntar sobre sus compradores, podríamos saber cuántos alquimistas hay actualmente en esta ciudad, y descartariamos sospechosos.
—Yo conozco a algunos, Albedo, el alquimista del rey, Sucrose, su aprendiz, y un tal Dain que se sumó a su grupo cuando Albedo regresó de Sumeru —comentó Diluc, Rosaria prestó especial atención a esa última parte.
—Dain... Lo investigaré, pero por las dudas, consultemos en las tiendas farmacéuticas y las que venden elementos químicos, yo puedo encargarme de las clandestinas, y tu de las que atienden de día.
—Yo también conozco esos lugares clandestinos, podría ocuparme de ello por ti para que no tengas que salir de noche de tu convento —se ofreció el joven Ragnvindr, la monja lo miró extrañada.
—¿Cómo los conoces? —preguntó, Diluc pensó con rapidez en una respuesta convincente.
—Trabajo en una cantina ¿Crees que estos ebrios tienen como único vicio el alcohol? Ellos saben de ese tipo de "tiendas" especiales y no dejan de pasarse mutuamente el dato.
—Ya veo... Si es el caso, te encargo eso mientras me ocupo de recorrer la ciudad de día.
—Cuenta conmigo, te ayudaré a salvar a Kaeya de ese asesino —le prometió, ella mostró una sonrisa discreta, algo esperanzada, pues realmente creía que estaba frente al hermano del alma de su amado.
—Te lo agradezco mucho.
Para no comprometer a Eula en lo que iba ocurrir ese día en Mondstadt, el príncipe Alberich se dirigió por primera vez en muchos años a la academia de Bellas Artes para conseguir algo especial; pararse frente a la edificación lo hizo quedarse inmóvil, contemplando esa majestuosa arquitectura con muchísima nostalgia, habían pasado 9 años desde que dejó de asistir, la última vez que estuvo ahí salió corriendo sin prestar atención a sus compañeros, para ir a visitar al Gran Maestro Varka, en busca de su protección. Cuando su padre Crepus Ragnvindr falleció, la noticia llegó a oídos de la directiva del lugar, quienes asociaron la ausencia de Kaeya con un largo periodo de luto por su padre; sin embargo, cuando lo vieron en un evento público, desolado y casi sin alma junto al rey, supieron que él jamás volvería a terminar sus estudios.
El príncipe pisó el primer escalón y acarició el barandal de marmol a medida que subía, era como estar inmerso en una fantasía lúcida, en la que él iba a entrar por las dos grandes puertas de la academia, para volver a las clases de música y pintura que tanto amaba, siendo recibido por sus viejos profesores como si nunca hubiese desaparecido para ellos de la noche a la mañana. Un guardia lo detuvo, y él se presentó como Kaeya Ragnvindr, un antiguo alumno de ese lugar; aquel hombre dejó a cargo a otra guardia que le hacía compañía, para ir a consultar con el director de la escuela sobre un nombre como ese.
En menos de tres minutos el director llegó corriendo para reencontrarse con el príncipe, lo miraba como si hubiese vuelto a ver a una persona que creía muerta, a pesar de ser consciente de que ahora vivía con el rey Barbatos, pues, algo en sus adentros le dijo que estar junto al monarca de Mondstadt se convirtió en algo similar a la muerte para él. Ese anciano tomó las manos de Kaeya y le preguntó qué había ocurrido con él, su expresión le ayudó al príncipe Alberich a entender que aún existía gente perspicaz en la ciudad, que eran conscientes de que un rey como el que tenían no iba a "adoptar" a un joven como él por un instinto paternal.
Kaeya no respondió su pregunta, solo le dijo que quería hablar con él un momento y quizá tomar una copa de vino, el director asintió y lo llevó de la mano, como si aún lo viese como un niño pequeño. El príncipe contempló los pasillos de la academia mientras recordaba lo feliz que era ahí, cuando estaba rodeado de pretendientes, cuando podía hablar con quienes quisiera sobre arte, cuando él y Lisa se encontraban en los pasillos y él con su voz más aguda y su estatura más baja intentaba cortejarla, solo para que esta riera en respuesta; le hubiese encantado que ese fuera su hogar.
El director lo invitó a su oficina y se sentaron juntos a comer galletas y tomar una taza de té, a Kaeya le decepcionó un poco que no tuviera vino, pero al menos podían ponerse al día, en la medida de lo posible. Cuando el anciano quiso preguntarle acerca de su vida en el palacio, el príncipe Alberich no contestó, su silencio no hacía más que otorgar credibilidad a la teoría que los docentes tenían con respecto a él, pues Kaeya nunca más iba a proteger la reputación de Barbatos ante nadie.
Las lágrimas del director le rompieron el corazón al príncipe de Khaenri'ah, quien le tomó las manos y le pidió que no llorara por él, porque, supuestamente, ya se había acostumbrado a una vida como esa; el anciano acarició el dorso de las manos de su antiguo alumno, y lamentó la muerte de Crepus, así como también lamentó no haber podido hacer más por él en su tiempo. Kaeya miró hacia arriba, pero ni siquiera haciendo eso pudo detener el flujo de sus lágrimas, porque no importaba la distancia y los años que pasaran, seguía descubriendo una y otra vez que aún había gente que lo amaba.
De pronto el director y el príncipe Alberich se unieron en un abrazo, Kaeya se preguntó cómo estaría la gente del viñedo en esos momentos, porque si alguien menos cercano a él, como lo era el cuerpo docente de Bellas Artes, lo recordaban con cariño, Adelinde, Elzer, Connor, Tunner, Ernest y todos los habitantes de la mansión Ragnvindr también lo extrañarían con igual intensidad. Luego de ese abrazo, el príncipe se limpió las lágrimas con el pañuelo bordado que siempre usaba, y le pidió al director un último favor antes de retirarse; éste lo escuchó con atención, y fue con él hasta una sala donde se guardaban los instrumentos musicales, para luego entregarle un violín a Kaeya que los alumnos no usaran.
Tras ese reencuentro, el príncipe de Khaenri'ah se despidió del director y de todos los profesores veteranos que salieron para saludarlo cuando se enteraron de que estaba ahí, los abrazó a todos, y les aseguró que todo iba a salir bien para él a partir de ese punto. Entonces se fue otra vez para ir a la biblioteca y encontrarse a Eula para "darle su parte del trato"; sin embargo, cuando llegó frente al edificio, se topó de frente a los hermanos Schmidt, Huffman y el pequeño Mika, quienes parecían tener un mensaje para él.
—Hola señor príncipe Alberich... ¿Cómo se encuentra hoy? —preguntó Mika por cortesía, Kaeya le dio una suave caricia en la cabeza que causó que el niño se sonrojara.
—Hola mi pequeño, vengo a ver a la señorita Lawrence ¿Ya está ahí dentro verdad?
—La capitana nos envió aquí para informarte que no podrá reunirse contigo, nos pidió que te diéramos también las indicaciones para el "evento" —le explicó Huffman, el príncipe se rió ladino, cosa que le sacó suspiros a los dos hermanos.
—Creo que no necesito indicaciones si mi única labor es ser el centro de atención, cosa que siempre se me ha dado bien.
—Necesitas saber algo más para que todo salga como lo esperamos —dijo Huffman, sacando de su bolsillo un papel para entregárselo en las manos—. Es un listado de todos los caballeros que estamos involucrados.
—Huffman querido, este papel es tentar a la suerte —comentó Kaeya mientras memorizaba cada uno de los nombres—. Cuando me los aprenda todos, necesitaré algo para prenderle fuego, esta nota no debe caer en las manos equivocadas.
—Si es necesario, me lo puedo comer —sugirió Mika, haciendo reír al príncipe con ternura.
—Memorízalos, porque cuando estés en la plaza pública, tendrás que estar atento.
—¿Por qué?
—Cuando estés en la plaza, habrá algunos niños repartiendo papeles pequeños en los bolsillos de los espectadores, debes cuidar que ningún caballero cuyo nombre no esté en la lista se les acerque.
—¿Por qué debo ser yo quien cuide de eso? No soy el más preparado para proteger a unos niños de caballeros armados.
—Pero si puedes "distraerlos" mientras haces tu parte.
—Espero que salga bien... Si Barbatos se entera de que esos niños entregaron mensajes relacionados con los Lawrence, no dudará en encerrarme de por vida.
—No te preocupes, los mensajes no son explícitos, nadie le encontrará sentido hasta que vean el resto de las "obras" —dijo Huffman, su hermanito se movía nervioso sobre sus pies—. El único niño del cual debemos preocuparnos es de Bennett, es tan torpe que podría llamar la atención de otros caballeros.
—¿Bennett? ¿Por qué está Bennett metido en esto?
—La capitana ya sabía con antelación que Bennett estuvo en peligro por culpa del rey, por eso nos pidió contactar a todas las víctimas jóvenes que conocieramos, yo me encargué de reclutar a Bennett personalmente —le contó Huffman, para luego ver la cara de indignación del príncipe Alberich.
—¿Por qué hiciste eso? Bennett no quiere tener nada que ver con el rey ¿Por qué están involucrando a menores de edad? —cuestionó Kaeya, y fue Mika quien quiso responderle.
—Bueno, la capitana les juró que los ayudaría a vengarse del rey, y Bennett... Bennett aceptó por usted.
—¿Por mi?
—No hay que subestimar su inteligencia, ese niño sacó la acertada conclusión de que lo ayudaste porque viviste algo parecido a lo que pudo pasarle a él.
—¿Por qué me usaste para convencer a Bennett? Tú...
—Cálmate, ya está hecho, solo ve a la plaza y asegúrate de que todo salga bien, nosotros también estaremos entre el público para echarte una mano —finiquitó Huffman, el príncipe Alberich lo miró con desprecio.
—Eres quien menos debería estar en este asunto —dijo Kaeya al aire antes de darse la vuelta para ir a la plaza, Mika se quedó mirando a su hermano mayor con extrañeza.
—¿Por qué dijo eso? —preguntó el niño, Huffman sudó muy nervioso.
—Por nada... Vámonos.
El príncipe Alberich pasó por debajo de un pórtico junto a la plaza, traía en su mano un maletín para el instrumento musical que le prestaron en la academia, durante el mediodía el centro de la ciudad estaba lleno de gente, y eso beneficiaba mucho al plan de Eula; no obstante, sería la segunda vez que Kaeya tocaría un instrumento musical en público, y eso lo puso muy nervioso, pues era consciente de lo que iba a pasarle esa noche al llegar al palacio, cuando Barbatos lo castigara por faltar a una de sus más importantes reglas. No obstante, con valor tomó aire y se acercó al centro de la plaza, la mayoría de los caballeros presentes estaban relacionados con los Lawrence, así que lo observaron estáticos mientras se instalaba en medio y abría el estuche de su violín, con el sol en la cara y con las manos temblorosas.
La melodía no fue tan interesante para los transeúntes como si lo fue el músico que estaba en la plaza pública, muchos se le quedaron mirando curiosos, porque ese era el famoso joven que acompañaba al rey Barbatos en cada evento social, aquel que algunos reconocían como su sobrino, y otros como su amante. Kaeya siempre les dio la impresión de ser un "chico trofeo" que hacía acto de presencia junto al monarca para ser admirado por su belleza "exótica" para la gente de Mondstadt, quienes comentaban acerca de lo atractivo y femenino que era, y de sus rasgos, su color de piel, el parche en su ojo, y el color de su iris.
Fue una sorpresa para los ciudadanos que ese enigmático y bello muchacho mostrara dotes musicales, así que se quedaron de pie cerca de él para escucharlo; los pocos caballeros de esa plaza que eran leales al rey le gritaron al príncipe Alberich que ese no era un sitio para que hiciera música, pero fueron sus propios espectadores quienes replicaron que eso no era así, y que según el rey, en todo Mondstadt la gente podía compartir sus melodías. Kaeya se acercó más a las personas sin dejar de tocar su violín, y de esa forma quedó encerrado en un círculo de gente que lo protegía de los dos pelagatos que querían sacarlo de allí; fue entonces cuando uno de los caballeros leales al rey se fue corriendo hasta el palacio, para advertirle a los guardias sobre la "barbaridad" que estaba haciendo el príncipe de Khaenri'ah.
Mientras la noticia llegaba al palacio, Kaeya aprovechó la cercanía de las personas para bailar sin dejar de hacer música, moviendo sus pies y dando pequeños saltos, los cuales eran imitados por un par de niños; el príncipe sonrió y decidió dedicarse también a bailar con los pequeños, lo cual sumaba puntos de interés para su improvisado concierto y hacía reír a los ciudadanos. Ese fue el momento oportuno para que los niños de Eula Lawrence se metieran entre los espectadores, la idea no era entregarles los papeles en la mano, para que no asociaran directamente la presencia de Kaeya con el mensaje, y para que más bien lo leyeran al estar lejos luego de darse cuenta de que tenían algo en el bolsillo; el contenido del papel no era la gran cosa, simplemente decía:
«Ven a ver nuestra obra de teatro: "El rey hambriento y los niños cordero"», junto a un pequeño apartado con la dirección, la fecha y la hora del evento.
El caballero de la plaza le informó a los guardias del castillo sobre la situación, y uno de ellos corrió la voz para que alguien le avisara de la forma más rápida posible a Barbatos, quien se encontraba de brazos cruzados charlando con Morax, con una actitud más frívola, pues llevaban días sin tocarse, y su presencia se le hacía más aburrida que la de su primogénito. El emperador intentó ser cortés y reiteró su objetivo de cooperar con él en cuanto a las intrigas que los rodeaban, porque quería compensar su ataque violento hacia su persona, no obstante Venti no estaba abierto a sus gestos de disculpa, y cuando recibió la noticia de que Kaeya se encontraba "llamando la atención" de los ciudadanos, el rey directamente dejó de lado a Zhongli y salió caminando rápido hacia el exterior del palacio.
El príncipe no dejó de tocar muchas melodías con su violín mientras danzaba junto a sus espectadores, algunos eran hombres que conocían su fama poco ortodoxa, y que hicieron lo posible por agarrarlo de la cintura y danzar apegados a él para sentir su carne entre sus manos. De todos modos, los niños consiguieron poner una gran cantidad de papeles en los bolsillos de la gente, mientras que Bennett y otro par de adolescentes menos ágiles que el primer grupo se encargaron de recoger aquellos que se salieron de los bolsillos, para borrar la evidencia de que ese evento fue usado para promover una obra de teatro.
Kaeya enfocó su atención en esa nueva tarea de los pequeños secuaces de Eula, y él mismo se encargó de pisar uno de esos papeles antes de que un caballero ajeno a la causa lo notase en las baldosas; Scaramouche estaba observando aquello desde la sombra de un callejón, y fue entonces cuando le dio la orden a la joven Collei de aprovechar la situación para "sembrar el caos". La niña asintió temerosa, y se acercó a la plaza pública mirando insegura hacia una de las salidas en forma de túnel que estaban alrededor, por donde algunas personas se irían después de que el príncipe dejara de tocar; por la noche los Fatui habían colocado contenedores de vidrio diminutos con una solución líquida del químico de Dottore, y debajo de esos contenedores, yesca e hilos delgados de varios metros, que se extendían junto a las paredes y pasaban detrás de macetas de flores para no llamar la atención de los vigilantes.
Los corceles del rey, Morax y sus guardias arribaron en la plaza pública, Barbatos observó iracundo a Kaeya, que se reía mientras entretenía a un gran tumulto de personas con su música, con su sonrisa carismática, con su apariencia llamativa y una juventud natural; Venti se sentía enfermo cuando pensaba en esas cualidades del príncipe Alberich, le parecía intolerable que tuviera la osadía de hacer un espectáculo, de ser el centro de atención. Alatus y los caballeros le preguntaron al rey si debían intervenir y disipar a la multitud, Zhongli negó con la cabeza, y Barbatos les dijo que se quedaran ahí, luego de eso bajó de su caballo y fue caminando hacia la plaza junto al capitán de la guardia, quien cargaba consigo algo que Alatus no pudo ver bien; Childe estaba con ellos en esa caballería, y vigiló las pisadas del rey con cautela, mientras una voz en su cabeza le decía que si ese tipo se atrevía a golpear a Kaeya delante de todo el mundo, tendría que matarlo sin importar lo que dijeran los planes de Il Dottore.
El príncipe se dio cuenta de la presencia del rey, y asustado miró a los adolescentes que estaban recogiendo los papeles que no llegaron a quedarse en los bolsillos de la gente, Bennett era quien más chocaba contra los pies de algunos espectadores, así que Kaeya supo que debía actuar mucho más rápido para que todos los niños pudieran irse con las pruebas. Le sorprendió que Barbatos, en vez de crear un escándalo, recibiera en sus manos una mandolina que traía el capitán de la guardia, para entonces unirse a él y sus melodías, saltando y riendo para competir por los aplausos del público; al menos aquello le daba algo de tiempo extra al príncipe Alberich para danzar de un lado a otro mientras hacía sonar su violín, y escondía bajo sus pies algunos trozos de papel.
No obstante, siempre que Kaeya quería alejarse un poco, Venti se interponía entre él y el público para acaparar toda la atención, muchos de los secuaces de Eula se dieron a la fuga, pero Bennett se quedó ahí para recoger un último papel que vio entre dos personas, con las cuales chocó, perdiendo así otros tres que llevaba en el bolsillo. El príncipe notó que Morax y los demás se estaban acercando, por lo que en vez de ir a socorrer directamente a Bennett, comenzó a moverse con más energía, y tocó una canción mucho más potente que llamaba más la atención de todos hacia él, con el objetivo de que Bennett consiguiera recuperar los papeles y se marchara.
Amber estaba mirando todo eso, y por una deducción acerca de la cercanía de Eula Lawrence con Kaeya, imaginó que lo que estaba pasando no era una coincidencia, así que, tras entender la modalidad de ese espectáculo, se acercó a la multitud, recogió dos de los papeles de Bennett, y cuando este tomó el que le faltaba, ella lo agarró del brazo y lo arrastró lejos de la plaza. Venti había comenzado a tocar con más ímpetu la mandolina, e hizo todo lo posible para que el príncipe Alberich "no se saliera con la suya" en su intento por rebelarse contra sus reglas y ser "más amado" que él, por lo cual la intensa y frenética música empezó a vigorizar más a quienes los escuchaban.
Collei por su parte juzgó que aquello estaba en su clímax, así que rapidamente encendió un mechero de piedra y acercó la llama a uno de los hilos; desde las alturas, el joven matra de Sumeru estuvo vigilando la situación parado uno de los techos de alrededor, algunos niños que se fueron corriendo después de ciertos minutos habían llamado su atención, pero una en particular, que estaba agachada y lejos de ellos, le pareció particularmente sospechosa. El matra vio como Collei se fue al otro extremo de la plaza para prender otro hilo con su mechero, y eso lo hizo descender de un salto para ver de qué se trataba todo, y si tenía que ver con la persona peligrosa para la Akademiya a quien vino a cazar; Amber notó también a la niña "que faltaba" por poner a salvo, creyó que se trataba también de alguien que colaboraba con la causa del príncipe Alberich, por lo que cuando vio que un tipo sospechoso la seguía, no dudó en seguirlo.
Childe llegó al centro de la plaza junto a Morax y Alatus, justo cuando la música se detuvo y Kaeya y Barbatos bufaban cansados; la gente vitoreaba y aplaudía, muy estimulada por la presencia del rey y su apuesto y talentoso acompañante, pero la mirada de Venti se notaba sombría y furibunda por lo que había hecho el príncipe. La humillación del rey fue peor cuando Zhongli comenzó a aplaudir con una sonrisa en los labios, siendo imitado por Tartaglia y los caballeros, mas no por Alatus; entonces Barbatos le dio una orden al oído a su capitán, y este se acercó poco a poco al príncipe Alberich para intentar atraparlo.
No obstante, Ajax tomó el brazo del capitán, y riendo comenzó a bailar con él mientras daba saltos torpes de aparente alegría, Morax sonrió de forma paternal cuando vio aquello, y la gente soltó carcajadas y decidió danzar también agarrándose de los brazos. Venti estaba tan furioso que quiso perseguir a Kaeya por sí mismo, pero entonces Childe soltó al capitán, lo dejó en el círculo de personas saltarinas, y tomó el brazo de Barbatos para forzarlo a bailar también.
Mientras el príncipe se daba a la fuga, miró un momento atrás y vio que Tartaglia le guiñó un ojo con complicidad, Kaeya se sintió confuso, pero a la vez, le hizo feliz que ese tipo lo estuviese ayudando de forma consciente a escapar; entonces, cuando dobló por una esquina, chocó de frente con el pecho de una persona muy alta, así que miró hacia arriba, y encontró la cálida sonrisa de Dainsleif, quien le acarició el rostro y le dijo que aquello había sido increíble. En cuanto la gente dejó de estar tan excitada, comenzaron a disiparse poco a poco de la plaza, comentando lo maravilloso que fue ver al rey y a su "sobrino" o "amante" haciendo algo tan divertido; gran parte de esas personas pasaron por debajo del túnel donde la solución líquida de Dottore estaba siendo calentada a fuego lento, ellos no notaron ningún olor, y ningún síntoma extraño, no obstante, sin darse cuenta habían atravesado por una trampa mortal, que en unas horas presentaría sus primeros efectos.
Dain tomó la mano del príncipe Alberich y lo guió por los callejones de la ciudad, Kaeya le sonreía, pero en su ojo se notaba su preocupación, al llegar al palacio esa noche, él iba a ser castigado sin piedad, así que el pasar de los minutos lo llenaba de incertidumbre; Dainsleif sabía que ese era su temor, pero luego de verlo a escondidas en la plaza, algo en él no quiso entregárselo a Barbatos de forma inmediata, aunque eso le hubiera sido útil a sus planes de romper al príncipe. De todos modos planeaba insinuarle al rey sobre las intenciones de Kaeya al hacer ese espectáculo musical, de esa forma iba a presionar más al príncipe de Khaenri'ah para que la vida le resultase más dura y vacía de lo que ya era para él.
En ese momento el alquimista quería un tiempo fuera, un par de horas de calma junto a esa avecilla cantora, y tenerlo solo para él, de ese modo iba a disfrutar de su hermoso rostro, de su voz coqueta y del tacto de su piel morena, antes de volver a la realidad y dejarlo caer en las garras de Barbatos. Su tiempo juntos sería la calma antes de la tormenta, y la idea de que él se convirtiera en alguien de suma confianza para Kaeya era beneficioso, pues en sus fantasías oscuras, los dos se entregaban a la muerte por medio del veneno.
No obstante si quería conducir al príncipe Alberich por ese camino, debía deshacerse primero de Albedo, el único amante que realmente lo conocía por completo, cosa de la cual se estaba encargando Alice por él. Sin la presencia del Jefe Alquimista en la vida de Kaeya, su estabilidad se derrumbaría, e iba a ser mucho más sencillo endulzar su oído con la esperanza de un final tranquilo que lo liberara del sufrimiento, y que jodiera por completo a los monarcas de Mondstadt y Liyue.
Dain llevó al príncipe hasta un motel alejado del centro de la ciudad, y pagó un cuarto para ellos dos por unas horas; Kaeya sonrió cínico, Dainsleif jamás le mencionó que estarían en un lugar así, pero a esas alturas se esperaba lo peor de cualquier persona, por lo que ya se estaba preparando mentalmente para darle placer. El alquimista no soltó su mano hasta llegar al cuarto, el cual abrió con la llave que le prestaron; mientras aseguraba la puerta, el príncipe Alberich comenzó a desnudarse, Dain se dio la vuelta y abrió los ojos sorprendido cuando lo encontró de espaldas y agachado mientras se bajaba los pantalones.
—¿Qué hace príncipe Alberich? —preguntó Dainsleif, Kaeya se sentó en la cama dándole la espalda para terminar de quitarse las botas y los pantalones, de esa forma quedó completamente desnudo.
—Me preparo —respondió el príncipe, Dain tragó saliva con nerviosismo, si bien cuando se conocieron le dio una primera impresión más fogosa, la realidad de su cuerpo de 1000 años era deprimente en el ámbito sexual.
—Aprecio que esté dispuesto a algo como eso con un plebeyo como yo, pero, en estos momentos no me siento... con el ánimo de...
—¿Ah no? Bueno, me dio esa impresión, después de todo, esto es un motel.
—Lamento haberle dado esa imagen de mi, pero solo estaba buscando un lugar tranquilo y privado —dijo el alquimista, Kaeya suspiró avergonzado, y en vez de cubrirse, se recostó boca arriba sobre la cama, con los brazos descansando sobre su abdomen.
—De todos modos, no me molesta que me veas así ¿A ti te incómoda? —preguntó el príncipe, Dainsleif se chupó los labios, temía mantener relaciones sexuales por la posibilidad de que su erección bajara de forma inesperada, pero alguien como Kaeya despertaba su curiosidad y su líbido.
—No me molesta, su cuerpo es realmente hermoso.
—Me alegro, porque estoy muy cansado como para moverme mucho, solo quiero descansar un momento —expresó el príncipe Alberich, luego cerró los ojos y guardó silencio unos minutos mientras Dain miraba su desnudez y las marcas de heridas y chupones—. Si lo deseas, puedes recostarte a mi lado también.
—¿También puedo estar desnudo? —le preguntó el alquimista, Kaeya asintió, así que Dainsleif se quitó toda la ropa rápidamente, a excepción de su máscara para la mitad superior de la cara.
Después se colocó al lado del príncipe de Khaenri'ah, boca arriba; Kaeya giró un poco la cabeza para verlo mejor, el cuerpo de Dain le parecía muy atractivo, tenía un pecho amplio, los músculos marcados, sus abdominales eran los menos trabajados en comparación con sus pectorales y brazos, y su pene era algo más largo que el promedio, grueso, y el glande se encontraba envuelto por el prepucio. El príncipe se puso de costado para mirar en silencio al alquimista, colocó una mano sobre el esternón de Dainsleif, y subió una rodilla hasta su cadera, Dain le sonrió, sin decir mucho estaban haciendo algo muy íntimo.
—¿Por qué no te quitas la máscara? —preguntó Kaeya, el alquimista sabía que iba a preguntarle algo así.
—Tengo una cicatriz horrible, si quieres puedo mostrarte, pero quizás arruinaría tu impresión de mí —respondió para no sonar sospechoso.
—Si no quieres mostrarmela está bien, de todos modos ya me he acostado con tipos que usan una máscara en todo momento —dijo el príncipe para el alivio de Dainsleif—. ¿Pero qué tan "horrible" es?
—Es grotesca.
—¿Cómo te la hiciste?
—Me la hicieron, unos ladrones que me atraparon y... —Dain se quedó callado, rememorar el momento en que los alquimistas le quemaron la cara lo hacía temblar, y le daba credibilidad a su mentira—. Me dejaron hecho un monstruo...
—Me está dando curiosidad ¿Puedo verla?
—Seguro.
Dainsleif no recordaba en qué año decidió quitarse la quemadura de la "marca de la vergüenza" por cuenta propia, solo sabía que en dicho momento estaba tan desesperado y se odiaba tanto a sí mismo, que no dudó en usar el filo del cuchillo para hacerse daño y borrar lo que él mismo se buscó. En donde alguna vez estuvo la marca que le hicieron los alquimistas, sólo había carne expuesta y cicatrizada, y un trozo tan delgado de piel en una zona, que dejaba entrever un poco el hueso de su cráneo; Kaeya acarició delicadamente el contorno de esa cicatriz con la yema de sus dedos, como si no le impresionara.
—Debió dolerte mucho... —susurró el príncipe Alberich, pensando en su propia "cicatriz" de por vida.
—Sí, me dolió demasiado... ¿No le parece asqueroso?
—No, porque yo también oculto algo de mi cara, podríamos quedar a mano si te lo enseño.
—Si así lo desea —respondió Dain, entonces el príncipe se quitó el parche y le enseñó su ojo de vidrio, que tenía un iris del azul erróneo pintado en el centro—. Sí, me imaginaba que su cuenca no podía estar vacía.
—Muy pocos me han visto sin el parche, y nadie me ha visto sin el ojo de vidrio.
—¿Puedo ser el primero?
—Tal vez, si no te molesta.
—Si aguanto verme en un espejo, aguantaré ver aquello.
—No digas que no te lo advertí.
Kaeya agachó la cabeza para que el alquimista no lo viera batallar para quitarse esa esfera de la cuenca, pues era muy difícil mantener los párpados abiertos con una mano y tirar del ojo de vidrio con la otra, ya que se encajaba muy bien en su sitio. Tras un par de minutos el príncipe Alberich consiguió sacarse la esfera, y un poco dolorido levantó la cabeza, Dainsleif tragó saliva al ver el espacio vacío con piel cicatrizada por dentro, era ciertamente incómodo, pero si Kaeya no se quejó al ver su cicatriz, él no tenía derecho a decir algo con respecto a su cuenca hueca.
—Nadie se fijaría en mí si fuera así por la calle —comentó el príncipe.
—¿El rey le arrancó ese ojo verdad?
—Por supuesto ¿Quién más si no? Yo tenía 5 años cuando intentaron rescatarme por primera vez, los mataron a todos excepto a una mujer, que tendría la "misión" de enviarle a mi padre el ojo que Barbatos me arrancó con sus propias manos.
—Es tan cruel... Usted solo era un niño.
—Esa fue la primera vez que me hizo daño, pero... —De pronto Kaeya rió con dolor y negó con la cabeza—. No fue la última, siempre le encantó causarme dolor, era su pasatiempo favorito, o al menos uno de sus favoritos.
—¿Y cuál es su favorito? ¿Qué otra cosa aberrante hace el supuesto "rey angelical" de Mondstadt?
—Violar adolescentes, por supuesto —respondió el príncipe Alberich, pues ya no le importaba cuanta gente lo supiera—. Tampoco me salvé de ese pasatiempo suyo.
—Lo siento tanto...
—Me di cuenta muy temprano, que no existía ningún rey justo, ninguna persona completamente buena, que el mundo está lleno de mentirosos. Por eso yo también soy uno.
—Tiene razón, en este mundo no existe la auténtica bondad, si no eres fuerte ni poderoso, cualquier persona hará todo para verte humillado, para aprovecharse de ti y hacerte daño.
—Por eso los que no podemos ejercer nuestro poder, y somos débiles, estamos jodidos —agregó Kaeya con resignación.
—Tengo la suerte de haber nacido como un alquimista.
—Y no como un rehén...
—Demuestro mi poder con mis experimentos ¿Usted como demuestra su poder? —preguntó Dain con la intención de meterle el dedo en la llaga, el príncipe se rió y le acarició el pecho con una mano.
—Un par de veces usé mi cuerpo para convencer a otros, pero no suele ser tan efectivo como me gustaría... Solo lo uso como moneda de cambio. Mi poder se limita a eso, así que me estoy cansando de usarlo.
—Pero, debo admitir que, tratándose de su cuerpo, si es bastante valioso —dijo Dainsleif, pero el príncipe volvió a reír.
—¿Ahora también? ¿Con este horrible agujero en mi cara? ¿Con las heridas que cubren mi cuerpo? Creo que eso le resta más y más valor.
—Pues, si eso le resta valor a su belleza, en un mejor estado usted sería la criatura más hermosa de toda la historia.
—Qué adulador... ¿Podemos volver a esconder nuestros rostros?
—Sí, como usted desee.
Dainslief se colocó la máscara, y Kaeya encajó el ojo de vidrio y se colocó el parche, una vez más ambos tenían ocultas las partes menos estéticas de sus rostros, así que volvieron a mirarse mutuamente con una sonrisa de admiración y deseo.
—Sin duda alguna príncipe Alberich, usted es el hombre más hermoso que pisa este mundo...
—Mi único valor es mi aspecto, es una lástima que poco a poco se irá deteriorando, van a tomar tantas veces este cuerpo, que lo deformarán y lo llenarán de marcas hasta que no haya nada que rescatar de él. Es la triste realidad de quienes solo podemos presumir algo tan efímero. —Al oírlo, el alquimista pensó en hablar de su talento musical, de su inteligencia, su encanto y carisma, pero si hacía algo así, el príncipe no sentiría esa desesperanza tan profunda y útil para él.
—Lo importante es este momento, príncipe Alberich. En este momento, usted está despertando algo que llevaba dormido en mi sistema durante muchos años. Quisiera poder tocarlo... pero tengo un problema muy vergonzoso.
—¿Qué problema tienes, mi amor? —preguntó Kaeya, Dain se estremeció cuando lo oyo decir "mi amor".
—Temo no satisfacerlo...
—¿Por qué? No necesitas satisfacerme, yo debo satisfacerte a ti.
—El problema es que, no duro demasiado, de forma muy repentina puedo perder el fuego que usted me hace sentir.
—¿Eres impotente? —cuestionó el príncipe, recordando que cuando conoció a Dainsleif, este lo tocó de una manera muy erótica como para tener disfunción eréctil.
—No completamente, pero a veces me ocurre y es muy incómodo para mis parejas sexuales —se excusó el alquimista, cuando en el fondo, sus largos años de vida lo hicieron dejar el sexo, y ni siquiera recordaba a su ultimo amante de una noche.
—Ya veo... ¿Crees que pueda ayudarte con eso mi amor?
—Puede intentarlo si gusta... —respondió Dainsleif inseguro, el príncipe sonrió y se acomodó de costado para mirarlo bien, Dain pasó un brazo por debajo de Kaeya para abrazarlo, mientras este bajaba lentamente la mano hasta su vello púbico.
—No te preocupes mi amor, no importa si no se pone duro, o si no puedes metérmela, lo único que quiero, es que disfrutes este momento... —susurró el príncipe deslizando los dedos por la delgada piel del pene de su amante; el alquimista tragó saliva, la voz de Kaeya, el morbo de que fuese un Alberich, lo hacía sentir algo entusiasmado.
—Intentaré relajarme —dijo Dainsleif con nerviosismo, el príncipe de Khaenri'ah le acarició la polla desde la vejiga hasta la punta cubierta por el prepucio, el tacto lento y delicado de sus dedos le causó cosquillas a Dain.
Kaeya agarró la verga del alquimista con una mano sin apretar, y la movió de arriba a abajo para deslizar la piel del prepucio a su antojo, sacando de forma intermitente el glande a la luz. Los pensamientos de Dainsleif eran caóticos y estimulantes, él le hizo tanto daño a la familia Alberich, que el solo hecho de que uno de los tantos que conoció a lo largo de esos 1000 años, le estuviera tocando el pene, le daba una sensación masoquista de sentirse un gusano, y uno muy afortunado.
—Tranquilo mi amor... no pienses en que algo saldrá mal, solo respira y relájate... —sugirió el príncipe al masturbarlo con suavidad, el apodo de "mi amor" seguía despertando el morbo y las fantasías de Dain.
—Dígalo otra vez por favor... —le pidió Dainsleif, Kaeya se detuvo un momento sin entender que quería—. Por favor, diga ese apodo...
—Está bien mi amor... quiero hacerte feliz a ti y a tu suave amiguito... —El príncipe Alberich se acercó al oído del alquimista para susurrar esas palabras, y los poros de Dain se levantaron junto con sus pezones.
—Tu voz... eres un ángel, un hermoso ángel... —susurró Dainsleif.
Kaeya sonrió, si bien la polla de su amante seguía blanda y flácida, le gustaba ver que el resto de su cuerpo si reaccionaba; así que para contentarlo un poco más, depositó un pequeño beso sobre el pecho del alquimista y sacó la lengua para lamerle un pezón. Dain miró al cielo, no podía recordar a la única Alberich que le despertó un deseo tan fuerte como aquel, pero si ni siquiera era capaz de devolverla a su memoria con sensaciones así, le daba la impresión de que Kaeya le proporcionaba otro nivel de líbido, lo cual era peligroso, porque si por una Alberich llevó a que provocara la destrucción a su nación, por aquel podría hacer cualquier cosa mucho peor.
—Te amo... —dijo Dainsleif mientras el príncipe de Khaenri'ah le lamía los pezones y usaba las dos manos para masajear su verga, que aun estando flácida, empezaba a entrar en calor—. Te amo, príncipe Alberich...
—Eso es un error, pero... no importa mi amor, puedes decir todo lo que quieras —respondió Kaeya antes de besarlo en los labios.
El pene del alquimista se endureció un poco, pero no tenía la suficiente firmeza para quedarse parado y penetrarlo; Dain movió la lengua y atrapó en sus brazos al príncipe Alberich, luego lo movió para recostarlo boca abajo sobre su torso, y lo abrazó con pasión mientras se besaban impetuosos. Kaeya separó sus labios un momento y besó el cuello de Dainsleif, usando las dos manos para moverle los pezones, al mismo tiempo que movía su pelvis para frotar su pene erecto sobre el de su amante, en busca de darle estimulación por todos lados.
—Te haré feliz, mi amor. Haré que tu dulce y suave pene sienta placer, hasta que estés satisfecho —le dijo el príncipe al oído, Dain se estremeció, su mente estaba muy inquieta, no había espacio para recordar su propósito en la vida y su misión, solo Kaeya ocupaba sus pensamientos, su sensual existencia se estaba transformando en su mundo entero.
—Sé mio... Necesito que seas mío —susurró el alquimista, el príncipe Alberich le lamió los labios y se acercó otra vez a su oído.
—Soy tuyo Dainsleif... —Kaeya jugueteó con las tetillas de su amante sin dejar de frotarse sobre él, Dain apretó los labios y los párpados, se estaba volviendo loco, no por el mundano placer corporal, sino por la maravillosa voz del príncipe diciéndole cosas igual de perfectas que su apariencia.
—Quiero que seas solo mio... mi propiedad, mi todo —dijo el alquimista desde el alma, el príncipe de Khaenri'ah rió en voz baja melancólico, y le dio un pequeño beso en los labios.
—¿Quieres que lama a tu suave amiguito? ¿Quieres sentir mi boca en tu pene, mi dulce amor? —le preguntó Kaeya, Dainsleif asintió rápidamente.
El príncipe sabía cómo hacer que Dain sintiera más estimulación, la calma, el ritmo pausado de su boca descendiendo entre los pectorales del alquimista, por su abdomen, por su ombligo y el vello púbico le hacían anticipar a Dainsleif lo que iba a disfrutar. Kaeya deslizó gentilmente los labios sobre la polla medio dura de su amante, con una expresión de placer delicada y una respiración ansiosa, que buscaba estimular los oídos sensibles del alquimista.
—Tan blandita... —susurró el príncipe Alberich, Dain se cubrió la boca mientras lo miraba atentamente, Kaeya tenía la mejilla apoyada sobre su verga, como dando una caricia de ternura—. Blandita y cálida ¿Puedo besarla?
—Haz todo lo que quieras mi dulce príncipe —respondió Dainsleif, el príncipe suspiró de forma amorosa y usó las dos manos para "abrazar" el pene del alquimista desde la base, de esa forma mantenía levantada su polla a medio erectar, para repartir besos sonoros y melosos en el tronco y el glande tapado por el prepucio.
—¿Se siente bien mi amor? ¿Te gustan mis besos? —Kaeya usó los dedos para bajar poco a poco la piel del prepucio hasta ver el glande, al cual le besó la uretra, se sentía húmedo y era más caliente y sensitivo.
—Lo adoro, por favor no pares, nunca pares de ser mío —dijo Dain, el príncipe actuó unos gemidos melódicos de placer y usó su respiración ansiosa para complacerlo; entonces comenzó a lamer el glande y a besarlo, hasta que el alquimista gimió.
—Mi amor... mi dulce amor... —susurró Kaeya con los ojos cerrados, sacando toda la lengua para darle una extensa lamida a la polla de Dainsleif.
Para satisfacer al tipo de pene que tenía Dain, el príncipe de Khaenri'ah debía ser lento, si aceleraba y se volvía loco chupando, el juego iba a terminar muy rápido, por lo que usó todos sus recursos para darle una mamada lenta sin que perdiera el interés en él. Primero levantó el culo para que Dainsleif pudiera ver su silueta, luego usó una mano para sujetarle el pene en vertical, y otra para masajearle las bolas y la zona perianal; lo siguiente era meterselo de a poco en la boca, su blandura le ayudaba a apretar un poco más sin que le resultase doloroso a Dain, así lo aprovechó para chupar y apretar la piel haciendo presión con la lengua sobre las venas de su verga.
Además de chupar y lamer, también se daba el tiempo de sacarlo de su boca para besarlo y hacerle cosquillas a la uretra con la punta de su lengua, además de esa manera podía decir las palabras que tanto lo estimulaban: "mi amor", "mi adorado", "soy tuyo", "quiero hacerte feliz". Dainsleif movía la cabeza de forma errática, esa sensación era como estar en el cielo, un bello paraíso donde solo estaba Kaeya para darle todo lo que él quería en el mundo, el calor, el amor, la lujuria, la devoción de un amante que le perteneciera solo a él.
Como el alquimista tenía una disfunción eréctil por motivos psicológicos y no por su cuerpo, la combinación del placer mental de tener al príncipe Alberich, en conjunto con el calor y la estimulación en sus vasos sanguíneos en perfecto estado, consiguió endurecerle la polla dentro de la boca del príncipe, quien en vez de detenerse, continuó lamiendo un poco más rápido para asegurarse de que esa erección no bajara. Entonces Kaeya la sacó de su boca y usó una mano para masturbarla moviendo el prepucio de arriba a abajo, mientras el chupaba el escroto de Dain de forma cuidadosa.
Dainsleif abrió los ojos de par en par, después de muchos años sin acostarse con alguien, estaba sintiendo otra vez esos estímulos incesantes que le pedían penetrar algo para descargar su semen. El alquimista tocó el cabello del príncipe para indicarle que se detuviera, Kaeya hizo contacto visual con él de una manera seductora y se quitó sus bolas de la boca; Dain hizo una expresión tensa y sensual, y se levantó de la cama para ponerse de pie, tenía el pene completamente duro y en horizontal, le había crecido por la excitación, y su glande ya no estaba cubierto.
—Mira lo que provocaste, Kaeya —dijo Dainsleif enseñándole su verga erecta, el príncipe Alberich se sentó al borde de la cama y se lamió los labios.
—¿Estás feliz cosita suave? ¿Quieres un poco más? —Kaeya posó la yema del dedo índice sobre la uretra de Dain, este apretó los músculos y su pene se movió, sin abandonar su dureza.
—Haznos más felices, dulce príncipe. Abre bien la boca, quiero dartelo todo ahí —le pidió, el príncipe de Khaenri'ah sonrió antes de obedecer, y tomó delicadamente la polla de Dainsleif con una mano.
—Está bien mi dulce amor... mi boca es tuya, todo mi ser te pertenece... así que, dámelo todo... —susurró Kaeya de forma complaciente, el alquimista bufó excitado y le agarró la nuca con una mano.
El príncipe abrió la boca y cerró los ojos, Dain empezó a meterle todo su gran pene de forma pausada, tanteando fascinado como Kaeya era capaz de recibirlo hasta la garganta sin quejarse ni un poco; el alquimista sonrió con perversión, y sujetó bien la cabeza del príncipe Alberich para comenzar a mover las caderas. La penetración comenzó poco a poco, pues Dainsleif quería sentir como su polla presionaba la lengua de Kaeya y chocaba contra su paladar, hasta introducir el glande en su tráquea; el príncipe aprovechó las oportunidades en que Dain estaba quieto para tomar aire por la nariz, haciendo hasta lo imposible por no arrugar las cejas y arruinar su expresión de absoluto deseo.
Sin embargo, luego de saborear el momento y prestar atención a los gemidos y expresiones del príncipe de Khaenri'ah, Dainsleif comenzó a mover la verga como un maníaco, repitiendo en su mente que le estaba follando la boca a un Alberich, y que era el más sensual de todos los de esa estirpe. Kaeya aguantó la respiración cuanto pudo y soportó sin peros como Dain le penetraba la garganta y le agarraba la cabeza con las dos manos, como si fuera un contenedor en el cual podía descargarse; cuando el alquimista dio una fuerte estocada hacia adentro y se quedó así un par de segundos, el príncipe tomó aire, y se preparó para la próxima ronda de embestidas con la cara roja.
Dainsleif comenzó a reír con éxtasis mientras follaba la garganta de Kaeya de forma bestial, el príncipe Alberich se las ingeniaba para gemir con placer y mantenía un rostro hermoso y estético para su amante, dando esa impresión de completa perfección y detallismo. Dain se sentía como todo un animal, un macho embrutecido por las feromonas de una hembra, no recordaba haberse comportado así antes, pero era una experiencia tan deleitante que desorbitó los ojos gimiendo y riendo.
Y tal y como los machos en epoca de apareamiento, no paró de follar la boca de su amado príncipe hasta que su esperma contenida por décadas empezó a emerger por el tronco de su pene, a tanta presión que su eyaculación fue dolorosa, pero no por ello dejó de moverse y gemir enloquecido. Kaeya se tragó la primera tanda, era tan densa que le costó pasarla por su garganta; mas la eyaculación no se detuvo, por lo que el príncipe Alberich tuvo que volver a tragar más semen espeso, e increíblemente, Dainsleif no paraba de venirse.
La corrida de Dain fue tan abundante y explosiva, que terminó brotando por la boca de Kaeya hasta ensuciarle los pechos, el sabor era muy fuerte y amargo, y la textura más gruesa que cualquier semen que hubiese probado antes; incluso el color le pareció ligeramente más amarillento cuando lo vio sobre sus tetas. Una vez que el alquimista dejó de descargar su corrida concentrada por décadas, su pene se puso flacido y lo sacó de la boca del príncipe, respirando exhausto y encantado; Kaeya se aseguró de tragar todo lo que tenía en su boca para no tener que saborearlo por más tiempo, y usó un brazo para limpiarse la boca, mientras Dainsleif le miraba los pechos con una sonrisa pervertida.
—Eso fue increíble... —comentó Dain, el príncipe Alberich apoyó los codos hacia atrás con una postura sensual, de esa forma exhibía mejor sus pectorales bañados en semen.
—Tu gran pene está lleno de sorpresas, mi amor —dijo Kaeya, parecía cansado, sin embargo Dainsleif le miró los genitales, y notó que el príncipe seguía duro.
—Tu no te has corrido, déjame ayudarte con eso —sugirió el alquimista, Kaeya alzó las cejas, sorprendido de que alguien que parecía egoista en el sexo, tuviera esos detalles caballerescos.
—¿Lo dices en serio?
—Lo digo en serio, mi hermoso príncipe, déjame ayudarte —reiteró Dain arrodillándose a los pies de la cama.
—Oh... Está bien mi amor.
De pronto Dainsleif agarró las piernas de Kaeya y las jaló para que su culo estuviera justo al borde de la cama, entonces el alquimista se abalanzó contra el pene del príncipe Alberich y comenzó a chupárselo de forma frenética mientras le abrazaba las piernas. Kaeya empezó a bufar, esa potencia le hacía creer que le arrancarían la polla con los dientes, así que dejó salir sus gemidos como una manera de sobrellevar esos estímulos fuertes y animalescos.
Dain succionaba y movía la cabeza sin piedad, el príncipe miró al cielo, respirando agitado y angustiado, no podía dejar de soltar alaridos, y para su suerte, no eran de dolor; Kaeya comenzó a mover la cabeza y los brazos de forma descoordinada, y si sus piernas no hubieran estado siendo sujetadas por su amante, las habría movido también. El príncipe de Khaenri'ah le avisó a Dainsleif que pronto se correría, este solo asintió y aumentó la velocidad, Kaeya no tenía la fuerza de voluntad para aguantar su eyaculación hasta que Dain se apartara, por lo que terminó viniéndose dentro de su boca.
Su amante se tragó su semen líquido y amargo de un solo trago, y luego lo soltó para poder ponerse de pie; el príncipe temblaba con microespasmos y las piernas abiertas, aún estaba en un pequeño trance por el orgasmo, por lo que Dainsleif sonrió perverso y se recostó boca arriba a su lado para esperar que volviera en sí. Cuando Kaeya se relajó, giró la cabeza para observar el rostro de Dain, los dos estaban satisfechos, y tenían mucho sueño, así que el príncipe cerró los ojos y se quedó profundamente dormido al lado del alquimista.
Había muchas formas en las que Dainsleif podía aprovechar ese momento para sus planes, como usar escopolamina en ese momento de vulnerabilidad para ordenarle que se colgara de un poste en la plaza pública de Mondstadt, o que subiera hasta la cima de la catedral para lanzarse al vacío. Pero su mentalidad seguía enfocada en las fantasías con el cuerpo de Kaeya, por lo que pensaba seguir invitándolo a ese cuarto por más días; además, pedirle que se suicidara en lugares públicos era un arma de doble filo, porque muchos querrían socorrerlo, y si lo conseguían, el príncipe no iba a recordar lo ocurrido, y eso levantaría sospechas que iban a perjudicar los planes de "discreción" de Surya Alberich.
Rosaria estuvo preguntando en los sitios de venta de químicos, regulados por la ley de Mondstadt, acerca de los compradores frecuentes, la mayoría solo apuntó a personas comunes como médicos, biólogos, o incluso sombrereros y joyeros que usaban soluciones para manufacturar sus productos; solo unos pocos vendedores le hablaron de Albedo y sus dos asistentes, lo cual aumentaba las sospechas de la monja sobre el recién llegado "Dain". Luego de visitar todas esas tiendas, la hermana Rosaria se fue hacia la iglesia de Favonius, y al pasar por una calle vio al príncipe Alberich a tres cuadras de distancia, caminando junto a un hombre muy alto, rubio y que portaba una máscara en el lado superior de la cara; ella memorizó bien sus rasgos y aquel elemento distintivo, pues planeaba preguntarle a Dottore en privado si había registros sobre el aspecto del tal "Saind Efil".
Kaeya fue andando junto a Dainsleif hasta el palacio, ambos se quedaron quietos delante de las escaleras de la entrada principal, el príncipe deseaba que Dain le tomase la mano y fuera a su lado hasta llegar delante del rey, para sentirse un poco más seguro antes de recibir un castigo; sin embargo, el alquimista debía dejar que Kaeya sufriera esa noche, pues todo tipo de dolor iba a sumar más a su inestabilidad, hasta que decidiera quitarse la vida. Por esa razón Dainsleif se despidió de él en ese mismo sitio, y rodeó el castillo para ir al laboratorio por la puerta trasera; el príncipe miró hacia la entrada y tembló por la ansiedad, seguro Barbatos lo estaba esperando, tal vez junto a Morax, o con toda la guardia real; de cualquier forma, se anticipó a recibir una experiencia dolorosa y humillante hasta el amanecer.
Su mente comenzó a desconectarse poco a poco mientras subía la escalera, al llegar por el frontis recibió los saludos de los príncipes de Liyue, él inclinó la cabeza con respeto y siguió su camino hacia la torre del rey, Chongyun y Xingqiu lo siguieron, pero él no lo supo, pues cada paso se sentía como si estuviera flotando sin voluntad hacia su perdición. Al llegar a su cuarto, los dos niños le agarraron la manga, asustados por el hecho de que no reaccionara cuando le hablaban.
Kaeya giró la cabeza, ambos jovenes se veían muy preocupados por él, y era una pésima idea que se quedaran cerca de ese sitio, pues podían ser testigos de algo que sus jóvenes mentes no iban a disfrutar; entonces el príncipe Alberich, aún con la mente algo ausente, se arrodilló delante de Chongyun y Xingqiu, y los abrazó susurrando: "estaré bien". El príncipe Chongyun replicó que eso no era verdad, pero Kaeya le sonrió y le dio un beso en la frente; Xingqiu pensó en su incómoda e inquietante experiencia con el rey Barbatos, y eso lo hizo tener un muy mal presentimiento con respecto al príncipe de Khaenri'ah.
Chongyun abrazó a Kaeya, llorando impotente por la evidente mentira del príncipe, nada estaba bien en ese lugar, y él solo quería proteger a alguien que consideraba indefenso; Xingqiu escuchó que alguien se aproximaba, y temeroso miró hacia el pasillo, creyendo que era Venti y que tanto él como el príncipe Alberich correrían peligro. No obstante, sintió un gran alivio cuando notó que solo era Tartaglia, quien se les acercó a los tres con una cálida sonrisa que contrastaba con sus ojos opacos.
—Chongyun, tu padre necesita ayuda para llegar a su cuarto —dijo Childe.
—¿Por qué?
—Cuando llegamos al palacio noté que él y el rey Barbatos estaban muy inquietos y tensos, así que para relajarlos, los invité a beber y a probar cierta cosa que conseguí en mis escapadas de la noche, están muy relajados en estos momentos y no pueden caminar por sí solos.
—¿Está borracho...? Qué vergüenza, se supone que un emperador no debe comportarse de esa forma. —El príncipe Chongyun se rascó la cabeza con nerviosismo, mientras Kaeya observaba a Ajax, mareado y confundido.
—¿Puedes llevarlo a sus aposentos? También sería bueno que Xingqiu lleve al rey Barbatos a la habitación del emperador, les gusta amanecer juntos.
—¿Yo...? Pero, no quiero tocarlo...
—Tranquilo, está tieso como una piedra, no va a estar lúcido hasta después de un largo rato.
—¿Qué hay de mi hermano? —preguntó Chongyun.
—No conseguí hacer que bebiera, pero le mencioné a unos caballeros de la guardia que el príncipe Alatus estaba dispuesto a enseñarles a dominar la lanza a su estilo, así que vinieron a reclamar sus enseñanzas, ahora debe estar en el patio —les explicó Tartaglia, el príncipe de Khaenri'ah lo miró desconcertado, todo eso sonaba como si Childe hubiese empleado hasta el último recurso para liberarlo de las represalias.
—¿Por qué le mentiste a los de la guardia? —cuestionó Xingqiu, Ajax solo sonrió—. ¿Y por qué nos lo cuentas?
—¿No saben lo que pasó hoy en el centro de la ciudad? —preguntó Tartaglia, los niños negaron con la cabeza—. El talentoso príncipe Alberich dio un concierto con su violín.
—¿En serio? —Chongyun apretó los puños emocionado, todo eso hizo que Kaeya volviera a conectar sus emociones y pensamientos al presente, y sudó frío con temor.
—¿Sabían que eso está prohibido por el rey Barbatos? —siguió diciendo Childe, el príncipe de Khaenri'ah negó con la cabeza, aterrado de que esos pequeños supieran parte de su horrenda verdad.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? El rey fomenta todo tipo de arte musical —lo contradijo Xingqiu.
—Bueno, lo fomenta para la gente de Mondstadt, no para un rehén —soltó Ajax, Kaeya comenzó a temblar, tan descolocado que no pudo decir nada.
—¿Qué...? Pero... El príncipe Alberich tocó para nosotros hace poco... —susurró el príncipe Chongyun confuso y triste.
—Exacto, y esa misma noche recibió un castigo ¿Verdad príncipe Alberich? —Tartaglia no estaba midiendo ninguna palabra, sus voces le dijeron que no se detuviera, que contara lo ocurrido esa noche para que esos niños nunca más confiaran en el emperador y en Barbatos; pero Kaeya se enfureció tanto, que clavó sus cortas uñas en las mejillas de Childe y lo miró hecho una fiera.
—¡Para! —exclamó el príncipe de Khaenri'ah desbordado, Ajax abrió los ojos, aunque Kaeya no tuviera unas uñas largas, si le causaba dolor que le estuviese agarrando la cara de esa forma; Chongyun y Xingqiu dieron un paso atrás, mirando hacia abajo mientras pensaban en lo que habían provocado cuando le pidieron al príncipe que hiciera música para ellos.
—No puede ser... —susurró el príncipe Chongyun, esa revelación lo hizo llorar una vez más, y esa escena le causó pánico a Kaeya, quien agarró la camisa de Tartaglia con desesperación.
—¡¿Por qué hiciste eso?! —Las manos del príncipe Alberich temblaron de la ira mientras se le caían las lágrimas, Childe se quedó pasmado, se suponía que estaba ayudándolo, pero aun así Kaeya reaccionó de una manera que no esperaba, su mente caótica no llegó a entender el problema.
—Príncipe Alberich... —Xingqiu también empezó a llorar junto a su mejor amigo, el príncipe de Khaenri'ah los miró con lágrimas nublando su visión, y la boca abierta por un sollozo; entonces Ajax hizo la asociación de que Kaeya no quería hacer sentir mal a esos niños, cosa que le pareció muy dulce de su parte.
—¿Por qué tenías que decirles esto? ¿Por qué tienes que hacerme esto a mi? ¡Dime por qué tienes que hacerme esto a mi! —dijo el príncipe Alberich explotando en llanto y dándole débiles manotazos en el pecho a Tartaglia, eso no le dolía, pero sí le rompió el corazón verlo derrumbarse, sin ninguna capacidad de esconder su estado anímico tan bien como lo hacía antes de la muerte de Noelle—. ¡No puedo...! No puedo entender...
Desde que supo la verdad del príncipe, las voces en la mente de Childe estaban en mayor sincronía, ya no se contradecían tanto, pues todas le dijeron que era un estúpido impulsivo e insensible, y que tenía que hacer algo para compensar el haberlo hecho llorar. Por eso abrazó a Kaeya con todas sus fuerzas, y este lloró desconsolado contra su pecho, era como un niño berrinchudo y triste, que necesitaba el cariño de alguien para empezar a calmarse; después de un minuto, Ajax miró de reojo a Chongyun y a Xingqiu con seriedad.
—No deben decirle ni una palabra de esto a Morax, Barbatos o a Alatus, ellos no tratan tan bien al príncipe como nosotros —les dijo Tartaglia, los niños asintieron mientras lloraban arrepentidos por haber "causado el castigo" del príncipe Alberich—. Los tres debemos hablar a solas, pero déjenme estar con él por un rato hasta que se calme.
—Sí señor... —respondió Xingqiu secándose las lágrimas con un nudillo.
—Por favor ayudalo... —le pidió Chongyun, Childe asintió decidido, y los dos amigos se retiraron abrazados para ir a hacer lo que él les ordenó hacer con el emperador Morax y Venti.
Cuando se alejaron, Ajax tomó en sus brazos a Kaeya y abrió la puerta del cuarto para poder llevarlo hasta su cama, luego depositó al príncipe Alberich delicadamente encima del colchón, y fue a poner el cerrojo para tener una conversación privada con él. Kaeya se quedó semi de costado, con el cabello en la cara y los párpados abiertos mientras intentaba entender todo lo que estaba pasando con ese desequilibrado, ya que no sabía qué pensar de él, y eso lo hacía enfadar muchísimo y le entraban ganas de llorar a cantaros.
Una vez listo, Tartaglia regresó a la cama y se acomodó de costado, de frente a su querido príncipe, a quien le acarició la mejilla con suavidad para retirarle algunos mechones de la cara. Kaeya se quedó en silencio, desconfiado, pero confundido a la vez por las acciones cariñosas de ese joven; cuando Childe le besó el tabique de la nariz, el príncipe de Khaenri'ah se decidió a hablar de una vez.
—¿Por qué haces todo esto? —le preguntó Kaeya, Ajax le tomó una mano y le besó los nudillos.
—Eres mi príncipe, como siempre debió ser.
—Eso no responde a mi pregunta...
—Eres mi príncipe, mi razón para estar vivo, mi razón para volver a ser leal a mi patria, mi razón de ser —dijo Tartaglia, el príncipe Alberich abrió ligeramente la boca y derramó una lágrima, todo eso seguía pareciéndole irreal.
—¿Por qué soy tu príncipe ahora? Tu me odiabas ¿Por qué cambiaste? —cuestionó Kaeya llorando afligido, Childe le besó la frente.
—Yo sé la verdad, sé cuánto has sufrido, cuánto sigues sufriendo. Odiarte fue un error, el verdadero camino es amarte con todas mis fuerzas —le explicó Ajax, el príncipe sollozó y respiró con ansiedad.
—Mi cabeza...
—¿También las escuchas?
—¿Qué cosa?
—Voces...
—No... no oigo voces, solo estoy mareado.
—Yo las escucho, me dicen que te tome entre mis brazos, y que te lleve a Snezhnaya conmigo... No se callan.
—Diles que no hagan eso...
—¿Por qué no? Te aman, te idolatran, ahora eres su mundo.
—Diles que si haces eso, pueden matarte, como mataron a Noelle...
—Yo moriría por ti —dijo Tartaglia, entonces Kaeya le dio un suave manotazo en el pecho mientras volvía a romper en llanto.
—Yo no quiero que mueras por mí, si pierdo a alguien más no voy a sobrevivir...
—Soy un soldado, es un honor para mí morir por mi príncipe. —Kaeya abrió los párpados y miró a Childe molesto, como haciendo un puchero.
—Eres terco como una mula —se quejó el príncipe Alberich, Ajax se rió y lo abrazó, después le dio muchos besos sobre la frente.
—Ten paciencia mi príncipe, porque cuando a mi se me agote, Barbatos y Morax se mueren.
—Creí que querías a Morax...
—Eso nunca debió pasar, fue un error llegar hasta él, siempre debí quedarme a tu lado para que él no te tocara ni un pelo, mi dulce príncipe.
—No puedo creer que esto sea real...
—Yo tampoco puedo creer que sea real, pero te siento, y es todo lo que necesito para saber que no estoy alucinando.
—No quiero esperanza...
—¿Por qué no? La esperanza ya está aquí ¿Quieres que te lleve a ella? ¿Quieres conocerlos a todos?
—¿De qué estás hablando?
—Te sacaremos de aquí, te lo juro por mi padre que está mirándonos desde arriba, que te llevaré a casa así tenga que volver a quedar como un alfiletero como en Espinadragon.
—No puede ser verdad...
—Lo es, lo es mi dulce príncipe, no voy a parar hasta cumplir mi promesa —le juró Tartaglia tomándole las dos manos, Kaeya agachó la mirada, le parecía increíble que no estuviera cuestionando la veracidad de las palabras de Childe; tal vez su mismo desequilibrio mental le daba la certeza de que no estaba tomándole el pelo.
—Haz lo que quieras, pero, por favor no le cuentes nada a esos niños, no merecen saber la cruda verdad de mi cautiverio.
—Ya saben algunas cosas, yo mismo se las dije. —Ajax sonrió como si se sintiera orgulloso de sí mismo, cosa que inquietó al príncipe.
—¿Qué tanto saben?
—Que tu madre murió mientras te secuestraban, que te castigan y no te tratan bien, solo falta ahondar en detalles.
—¡Por favor no hagas eso! —le suplicó Kaeya agarrándole la camisa.
—¿Por qué no?
—Por favor, no les digas que me violaron, pero por sobre todo no le digas a Chongyun que su padre me violó, no lo soportaría —le explicó el príncipe Alberich con desesperación, Tartaglia ladeó la cabeza, no estaba del todo conectado con la empatía en ese momento.
—¿Por qué te importa Morax?
—No es Morax el que me importa, es Chongyun, no quiero que ese niño sepa que su padre es un monstruo, todo su mundo se destruiría...
—Pero Morax si es un monstruo. —Kaeya agarró con más firmeza la camisa de Childe y lo miró afligido, llorando a mares.
—Te lo suplico, no quiero que ese niño sufra por lo que hizo su padre, él lo ama, es su hijo... —reiteró el príncipe de Khaenri'ah, entonces Ajax le acarició la mejilla, pensando en lo maravilloso y dulce que era, como un ser de luz.
—¿Te haría sentir mal que le contara a Chongyun que su padre te hizo eso?
—Sí... me haría sentir muy triste... —dijo Kaeya, para luego hacer un puchero con la evidente intención de influenciar a Tartaglia.
—Entonces, omitiré ese detalle, porque no quiero hacerte llorar, mi hermoso angelito... —susurró Childe con una sonrisa pacífica mientras le acariciaba la mejilla.
El príncipe suspiró con alivio, y para "recompensar" a Ajax, estiró los labios para besar delicadamente los suyos; Tartaglia abrió los ojos, nunca se hubiese esperado que Kaeya lo besara, y tampoco había imaginado dicha posibilidad jamás; pero luego de que ocurriera, su rostro pálido se tornó colorado, como si en verdad lo hubiera besado un ángel. De pronto abrazó con todas sus fuerzas al príncipe Alberich y le besó todo el rostro, como un cachorrito dándole lamidas a su amo; Kaeya consideró desnudarse para él, pero desistió al comprender que ese chico no buscaba nada sexual cuando le besaba las mejillas, la nariz y la frente, era de hecho, un tacto inocente y reconfortante.
Sucrose y Albedo estuvieron juntos en el laboratorio casi todo el día sin hablarse, el Jefe Alquimista parecía ausente y ya no le preguntaba a su alumna si seguía siendo extorsionada de una forma peor por el doctor Baizhu, ella suspiró con tristeza, porque era conocedora de los sentimientos de Albedo por el príncipe, y de cómo esto no dejaba de hundirlo hasta llegar a ese estado frívolo y melancólico. Cuando Dainsleif llegó, Sucrose aprovechó aquello como un relevo, y se llevó otro par de frascos de aqua vitae para el almacenamiento personal de Baizhu.
El doctor en cuestión la estaba esperando en uno de los patios internos del palacio, se había librado de Morax gracias a la intervención de Childe, quien emborrachó al emperador, así que Baizhu solo tuvo que dejar a la pequeña Qiqi al cuidado de sus hermanas mayores. Al llegar la alquimista a su lado, él sonrió seguro de sí mismo, y revisó un bolso de tela que llevaba encima, para comprobar que seguía teniendo algo que compró para su querida amante; Sucrose se sentó a su lado en medio de rosas rojas y negras, que el rey exportó desde Sumeru para decorar ese jardín con algo novedoso y exótico.
—¿No es un encanto este tipo de rosal? —dijo el doctor Baizhu al tocar una rosa negra con los dedos—. Es originaria de mi tierra natal.
—¿No era usted de Liyue?
—No, nací en Sumeru, y estudié en Liyue —le contó Baizhu, ella se estaba mirando los pies, sin demasiado interés, pues estaba perdida en sus pensamientos—. Ni siquiera el emperador sabe eso.
—¿Por qué sería algo para ocultarle a los demás?
—Depende de lo que consideres vergonzoso y humillante. Tampoco espero que conozcas aquellas palabras, naciste en Mondstadt después de todo, tu infancia no debió ser tan dura.
—Tal vez, para alguien con una verdadera infancia dura, el haber perdido a dos amigas no debe sonar tan horrible...
—Lamento mucho eso pequeña... —El doctor tomó la mano de su amante con delicadeza sobre la banca, ella no sabía si lo hizo de corazón, o para no verse como alguien insensible.
—Una desapareció sin dejar rastro, otra... simplemente cambió, de la noche a la mañana. Así que, si bien mi infancia no tuvo carencias por parte de mi familia, fue bastante solitaria.
—Sé cómo te sientes, mi hermano también se fue, sin ninguna certeza de que volveríamos a vernos —dijo Baizhu, entonces la alquimista apoyó su cabeza sobre el hombro del doctor de forma afectuosa.
—Lo siento mucho...
—Él está bien, quizá mejor que yo mismo —siguió el doctor Baizhu, genuinamente estaba abriendo su corazón para ella—. Dos huérfanos, sucios, harapientos, desnutridos, sobreviviendo al sol del desierto y a los malnacidos que venían a quitarnos todo lo que podíamos conseguir.
—No sabía que...
—Yo era el más miserable de los dos, enfermizo, lánguido, lleno de parásitos y enfermedades. De algún modo logré sobrevivir.
—Y ahora se ve muy bien, como si jamás hubiera tenido esa vida.
—Aun así, sigo sintiéndome enfermo, sintiendo los gusanos en mi estómago, sigo pensando que moriré en cualquier momento. Y eso es lo que quiero evitar.
—Yo puedo ayudar con eso —dijo Sucrose, de pronto él le agarró la cintura y la arrimó contra su cuerpo.
—Lo sé, mi hermosa diosa, lo sé. —La alquimista sonrió, sin embargo sus tristes ojos seguían mirando hacia abajo mientras pensaba en Albedo, en lo diferente que era pasar el rato con él y con el doctor Baizhu, lo que la hacía desear que el Jefe Alquimista se comportara como él—. Tengo un presente para ti.
—¿En serio? —Baizhu tomó su bolso de tela y metió la mano dentro, entonces al sacarla tenía a Changsheng enroscada sobre su palma, Sucrose se sintió confundida, hasta que la serpiente se movió, y reveló algo que le hizo abrir los ojos y sudar frío.
—¿Te gusta? —preguntó el doctor con una sonrisa confidente.
La alquimista abrió la boca, ya que lo que tenía él en sus manos era una pieza de orfebrería muy minuciosa, que tenía el detalle de estar fabricada con cráneos de ardilla, huesos de aves, caderas de marsupiales, todo pulido y blanqueado, dándole un aspecto llamativo y artístico.
—¿Cómo...? —susurró ella desconcertada, entonces el doctor Baizhu tomó el collar para abrocharlo en su cuello—. ¡No, no puedo usar esto en público!
—¿No? Qué raro, creí que te encantaría —respondió él tras colocárselo, Sucrose tocó los huesos y los miró con sentimientos encontrados.
—¿Cómo supo?
—Changsheng encontró el escondite de tu colección, es un pasatiempo demasiado inusual para una dama.
—Me gusta estudiar la anatomía animal...
—Cuidas muy bien de sus huesos, están muy limpios y ordenados, así que, asumí que si buscaba a un orfebre especial en el mercado negro, encontraría algo como esto. No quise arriesgarme a comprar decoraciones con huesos humanos.
—Esto es... demasiado para mostrarle a los demás, no puedo usarlo.
—¿Pero te gusta? —preguntó él, los ojos de la alquimista se llenaron de lágrimas al mirar su collar.
—Me encanta...
—Eso es lo que importa —dijo Baizhu, quien deslizó los dedos por el cabello de Sucrose hasta que le soltó la cola de caballo y dejó sus mechones al aire—. Así te ves todavía más hermosa.
—Usted es el único que dice eso... —susurró ella, el doctor hizo una mueca de incredulidad, y con sus manos cortó dos rosas negras, que al ser puestas en contraluz, se veían de un tono más rojo.
—Pero no el único que lo piensa —replicó él con absoluta seguridad, luego le colocó las rosas en el cabello y tomó dos largos mechones para ponerlos delante del torso de Sucrose.
—Sí es el único que lo piensa...
—¿Sabes cuál es el problema? Que no todos saben quien es la verdadera Sucrose. —Con descaro, el doctor Baizhu llevó sus manos a la blusa de la alquimista y la desabotonó hasta hacerla enseñar su escote—. La verdadera Sucrose es hermosa, es lista, es una rareza, y una pervertida.
—No es algo que le pueda mostrar a todos. No puedo simplemente usar este collar y esperar que la gente lo acepte sin bombardearme con preguntas.
—¿Y qué si preguntan? Tu solo dicelos, muéstrale al mundo lo maravillosa que puedes ser, estoy seguro de que hasta el príncipe Alberich se fijaría en ti si le enseñas lo que escondes —sugirió Baizhu, pero Sucrose palideció ante la idea de decirle todo a Albedo, porque contradecía toda la imagen que él tenía sobre ella.
—¿Qué pasa si reacciona mal? ¿Si le doy asco o miedo?
—¿Asco? ¿Miedo? Por favor, el que sienta eso por ti, no te merece, ni merece ver esa parte de ti que me vuelve loco en la cama.
—Doctor Baizhu... usted es el único que me ha visto así.
—¿Debería sentirme afortunado, o sentir lástima por ti?
—No lo sé...
—No creo que tener tu cuerpo sea algo que deba hacerme sentir como un campeón, más bien, me parece risible que, aun con tu belleza y encantos, no hayas experimentado con otros hombres en la cama.
—No hay nadie a quien pueda enseñarle esto... —susurró la alquimista mirando su collar.
—Haz la prueba, date una vuelta por este castillo, y descubre si los demás se te quedan mirando raro, si lo hacen no creas que es porque tienen miedo, sino, porque les sorprenderá verte siendo una diosa.
De pronto, Sucrose se puso de pie, abotonó su camisa, se quitó las rosas del pelo y guardó el collar con delicadeza en su bolsillo; después miró al doctor Baizhu con seriedad, como si estuviera cansada de sus palabras, como si no creyera en ellas.
—Tu quieres lo imposible.
Al anochecer, Albedo tomó sus pertenencias y se dispuso a salir del laboratorio, sin notar que su alumna venía por el pasillo con los botones mal abrochados, el cabello suelto y una expresión de dudas y tristeza; Sucrose estaba mirando otra vez el collar en su mano, y se planteó la idea que le dio Baizhu, era algo vergonzoso y le aterraba que al mostrarse tal y como era, su querido maestro dejara de tenerle el mínimo de aprecio que la alquimista creía que sentía por ella. Cuando lo vio alejarse rumbo a la salida de la cocina, las manos de Sucrose temblaron de la ansiedad, y tartamudeó un "señor Albedo", que fue completamente inaudible para el Jefe Alquimista.
Albedo se alejó del palacio para llegar hasta el barrio alto, al atravesar el centro de Mondstadt, escuchó a parte de los transeúntes hablando con preocupación, y a otros que tosían por un repentino "resfriado" colectivo, que incluía también síntomas como irritación en la piel y en la garganta; otros en cambio comentaban acerca de una función de teatro callejero que se veía prometedora por el misterio que rodeaba a su publicidad. El Jefe Alquimista no mostró interés en los sucesos de Mondstadt, así que no se enteró tampoco de cómo algunas personas hablaban con fascinación del rey y su "sobrino"; su único objetivo esa noche, era llegar a la residencia Megistus.
Tras atravesar el silencioso barrio de los ricos, Albedo tocó la puerta de la mansión de su amiga Mona, y esta abrió la puerta sin dejarlo esperar demasiado; el interior de la casa estaba más aseado que de costumbre, y él no supo si atribuirlo a un inusual esfuerzo de la astróloga, o a un favor que su otro invitado hizo por ella. Si era lo segundo, se volvía evidente para el Jefe Alquimista que "el baladista" era más cercano a su amiga de lo que imaginó; el susodicho estaba sentado en un sillón individual, cruzado de brazos y de piernas, esperándolo.
—¿Tu eres Albedo verdad? —preguntó Scaramouche, el Jefe Alquimista se sentó en otro sillón, justo frente a él.
—Lo soy ¿Y tu eres "el baladista"?
—Tengo muchos nombres, ese es uno de ellos.
—Scaramouche es el que más usa —dijo Mona, quien trajo una bandeja con unas tristes galletas saladas y dos vasos de agua.
—Llámame como quieras, me da igual.
Albedo analizó un momento la situación, debía ser cuidadoso con respecto a las mentiras de Kaeya, pero no le importaba exponer en lo más mínimo las suyas, por lo que después de pensarlo, sacó lentamente su espada de la vaina, sin la intención de verse amenazante, pues quería que el baladista viera su diseño.
—Tengo una pregunta para ti, Scaramouche. ¿Te acercaste a la herrería para preguntar por esta espada? —El mercenario se quedó mirando el arma con los ojos muy abiertos, todo ese tiempo creyó que la persona que compró arsenico antes del envenenamiento del príncipe, había sido un secuaz de los Lawrence.
—Sí ¿El herrero no guardó el secreto?
—No dijo nada de ti, solo dijo cómo lucía tu sombrero, nada más —le explicó el Jefe Alquimista, Scaramouche arrugó su nariz, le dolía en el orgullo que algo que amaba tanto como ese sombrero lo hubiese delatado.
—Ya veo. Entonces fuiste tú el que quiso envenenar a Barbatos y accidentalmente casi matas al príncipe.
—Así es.
—¿Por qué? Tu eres el Jefe Alquimista de Barbatos ¿Por qué querías traicionarlo?
—En realidad, todavía quiere eso —contestó Mona por él.
—Voy a sincerarme contigo, Scaramouche: Estoy enamorado del príncipe Alberich, desde hace varios años; estuvimos en una relación, y supe sus sentimientos más íntimos. Por eso, al regresar de mi viaje a Sumeru, quise, por desesperado, matar a la persona que más le ha hecho daño en toda su vida.
De repente el baladista comenzó a reir a carcajadas.
—¿Te das cuenta que pudiste matar a la persona que amabas por no comunicarle tus planes? Para ser alquimista, eres bastante estúpido.
—Lo admito. Pero no me importa lo que digas, yo aún quiero hacer todo lo que esté a mi alcance, y más, para ayudarlo a escapar.
—La verdad si sería útil para nosotros. Solo si estas dispuesto a romper reglas.
—Lo estoy... Pero antes de cualquier cosa, confirmame lo que me dijo Mona: ¿Quién los contrató para esta misión?
—Pierro Alberich, tío del príncipe Alberich y consejero real de Snezhnaya. La zarina también desembolsó un porcentaje para nuestra organización.
—Ya veo... Entonces, debo decirle a Kaeya, que su tío lo quiere de vuelta.
—Nos harías un gran favor, a ti ya te tiene confianza, pusimos a un idiota para que se acercara a él, pero no fue la mejor elección, no parece inspirarle confianza.
—¿Cómo? ¿Quién es esa persona? No recuerdo a alguien que haya intentado acercarse a él para... —De pronto Albedo recordó al desertor de Snezhnaya, que aquel día de la ejecución de Noelle, se comportó mucho más compasivo con el príncipe y lo cuidó luego de que se desmayara—. ¿Puedes describirme a esa persona?
—Alto, pálido, ojos azules, cabello cobrizo, tiene algunas pecas, y está loco.
—¿En serio...? ¿Ese tipo quería ayudarlo todo este tiempo?
—Sí ¿No te lo esperabas verdad?
—No, creí que solo era un rarito.
—Bueno, aparte de eso, también parece bastante inútil.
—¿Inútil?
—No ha conseguido hacerse cercano a él para poder explicarle que queremos sacarlo de aquí, y que por ende, tiene que cooperar.
—Eso es lo que tu crees.
—¿En serio? ¿Dices que me equivoco?
—Ese tipo, aunque no me haya transmitido confianza la primera vez que supe de él, fue el único que le dio un trato humano a Kaeya cuando asesinaron a una muchacha tras inculparla del veneno... que yo puse...
—Hmm... De acuerdo, no suena a que lo esté haciendo tan mal.
—¿Puedo conocer a tu jefe? —preguntó Albedo, pero Scaramouche chasqueó la lengua.
—¿"Mi jefe"? Si te refieres al que pusieron al mando de los demás, tendré que consultarle si quiere meterte en esto, pero por lo que me cuentas, creo que le agradará la idea.
—Me alivia saber que tengo una oportunidad de ayudar a Kaeya.
—No cantemos victoria todavía.
—Lo sé, pero, al menos vamos un paso más cerca de su liberación.
Cuando la charla finalizó, el Jefe Alquimista Albedo se despidió de su amiga con un abrazo, y fue caminando tranquilamente hacia el hogar de Alice y Klee, que al amanecer se irían de Mondstadt a un largo viaje por las regiones pacíficas de Teyvat. Al avanzar por las calles centricas, comenzó a escuchar tosidos y carraspeos, además de los llantos de algunos niños que no podían dormir por cierto malestar; eso le produjo algo de inquietud, si se trataba de un virus que se propagó, debería de cooperar con los médicos de la ciudad, lo cual iba a quitarle tiempo en su misión personal.
De todos modos se apresuró a llegar a la casa de su madre adoptiva, con la preocupación de si ella y Klee tenían los sintomas que escuchó en el centro de Mondstadt; su hogar estaba silencioso y tranquilo, y ver las maletas en la entrada le dio una gran paz, porque al fin después de insistir, sus dos seres amados huirían a un lugar seguro. No obstante, Alice estaba sentada en la cocina, tocándose la cabeza mientras pensaba en lo que le dijo Dainsleif en el restaurante.
La idea de decirle la verdad a su amado hijo podía ser un shock para él, pero tal vez, era la única forma para que Albedo se replanteara sus sentimientos por el príncipe Alberich, así que, debía ser fuerte, y hablarle de aquello que él olvidó, y que ella no mencionó durante años para no despertar su trauma. El Jefe Alquimista entró a la cocina y encendió una vela para ver mejor a su madre, esta parecía haber estado llorando, por lo que le preguntó si le pasaba algo; Alice tragó saliva, sus nervios la hicieron temblar, pero, había llegado el momento de ser sincera.
«¿Podemos hablar, hijo mío?».
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top