1. Ave (Segunda Parte)
Nota: Esta será la primera y última vez que avisaré en una nota que el cap contiene una escena lemon, pues esto sirve para que alguien que no está muy acostumbrado a estas escenas se prepare mentalmente para leer por primera vez el tipo de lemon que suelo escribir, explicito, grafico, y a veces incluido dentro de escenas serias o con carga emotiva.
Otra cosa, como que se me ocurrió poner también para más adelante un poco de XingYun, pero muy inocente y suave porque están chiquitos.
Eso, disfruten, los quiero mucho
Cuando el rey Barbatos participaba de las batallas, seguía la recomendación que todos los consejeros le daban a los gobernantes de las naciones de Teyvat, mantenerse en la parte trasera del conflicto para preservar su vida; Venti nunca se metía en una pelea que no podía ganar, pero su sonrisa y sus amables palabras de aliento, junto con su música y espíritu festivo, le daban el necesario empujón a los soldados de Mondstadt. Tras un par de años luego de su último mensaje de advertencia a Khaenri'ah, creía tener la ventaja definitiva contra el gran ejercito de Snezhnaya, porque después de observar un espectáculo pirotécnico de Liyue que salió mal, había tenido una idea magnifica para mantener a raya a la flota que según le habían anunciado, se divisaba a unos 35 kilómetros mar adentro.
Morax, el emperador de Liyue, siempre se veía serio y sereno, pero luego de que una torre se incendiara tras el fallo en el lanzamiento de uno de los fuegos artificiales, que eran parte de la fiesta que le tenía preparada a Barbatos para conmemorar su llegada, por primera vez Venti vio una expresión distinta en su rostro, una de remordimiento que acompañaba sus pequeñas reverencias de disculpas a su persona por ese vergonzoso e incómodo momento en su celebración. Venti rió y lo tranquilizó diciéndole que no había problema, que su intención era más importante que cualquier contratiempo y cualquier baja de algunos civiles; el emperador entonces se irguió y tosió para recuperar la compostura, nadie nunca lo había visto así, agachando la cabeza ante otra persona, era el equivalente a doblar la rodilla por alguien a quien debía lealtad.
Morax al igual que él se mantenía en la parte trasera de las flotas de Liyue y Mondstadt, observando impasible como los barcos enemigos chocaban los costados de sus corazas para que los guerreros pudieran abordar espada en mano y luchar sobre las cubiertas. Cada vez que un navío de Snezhnaya pretendía acercarse hacia la posición de los gobernantes de Liyue y Mondstadt, se hacía uso de ballestas de un colosal tamaño para destrozar la madera, y si había una gran racha en la probabilidad, partir en dos mitades a uno o más soldados.
A Barbatos le gustaba que eso ocurriera, porque los cuerpos eran eyectados por la enorme flecha, a veces clavándose en el barandal de la cubierta, y a veces llevándoselos al mar; pero en esa ocasión no pretendía que la batalla durara mucho para su disfrute personal, la superioridad numérica del enemigo pronto se convertiría en algo irrelevante, pero para lograrlo tuvo que dar la orden de acercarse un poco a donde estaba la acción. Varka tenía la orden de cruzar sigilosamente en el puente de barcos enfrentados, pasar sin detenerse entre las batallas de soldados cortando a sus rivales en la cubierta, hasta llegar a la última de las embarcaciones enemigas al final del tumulto caótico, para dejarle un "regalo" a Snezhnaya.
El gran maestro intuía que Venti no se refería a la embarcación donde el general de Snezhnaya se escondía, sino más bien a la última que estaba al final del "puente" donde la batalla se estaba librando, porque de lo contrario, hubiera sido completamente imposible para él alcanzar la parte trasera del resto del ejercito enemigo, resguardada unos 5 kilómetros atrás. Al llegar al barco de Mondstadt que estaba más lejano se detuvo un momento a mirar, quedando entre cadáveres, había apenas 4 soldados de pie, 3 de Snezhnaya tratando de matar a un soldado común de Mondstadt, ni siquiera era un caballero de Favonius, pero Varka no pudo evitar detener un momento su misión y ayudarlo a sobrevivir.
Luego de ese pequeño contratiempo, él y ese herido soldado se dieron la mano fraternalmente, victoriosos en medio del caos; entonces el gran maestro trepó el mástil y usó una cuerda para llegar al barco enemigo más cercano, que estaba próximo a embestir al navío de Mondstadt tripulado por un único soldado. Varka cayó en el centro con el bulto envuelto bajo el brazo, los hombres de Snezhnaya lo observaron sorprendidos, pero sacando inmediatamente después sus sables de la vaina; el gran maestro sudó nervioso, y dejó caer "el regalo", para luego salir corriendo, dando un gran salto desde el barandal al otro barco y tomando el brazo del sobreviviente para correr de algo.
Barbatos observaba todo con un invento reciente, un catalejo que le permitía ser testigo de cómo Varka dejó el obsequio que le tenía preparado al enemigo; rápidamente el rey faltó a su código de estar en la parte trasera del conflicto, y usó una cuerda para saltar al puente de embarcaciones, trepando un mástil para seguir acercándose con esas "lianas" a una distancia óptima. Entonces desde lo alto tomó su arco y una flecha con la punta untada en cera, a la cual le prendió fuego; Varka y el soldado herido saltaron hacia el barco aliado más próximo justo en el momento en que la flecha en llamas se clavó en el bulto envuelto en telas con cera inflamable que estaba sobre el navío enemigo.
La explosión de pirotecnia mandó a volar incluso al gran maestro y al soldado mientras aterrizaban en un barco de Liyue, todos los tripulantes de aquella embarcación de Sneznaya perecieron cuando los fuegos artificiales reventaron frente a sus ojos, en un espectáculo mejor que el que Venti había recibido a su llegada. Ni los vivos colores cambiaron la perspectiva de los navíos enemigos reservados a 5 kilómetros, quienes dieron la orden de retirada por aquella explosión que consumió en llamas lo poco que quedaba del barco de Snezhnaya que tenía el "regalo".
Varka se tocó la cabeza, él y el sobreviviente salieron vivos de la explosión, por suerte seguían en el barco de Liyue, ya solo quedaba ganarle a los soldados enemigos abandonados en el puente de naves, y volver al mar de nubes con la victoria. Venti usó las cuerdas para regresar a su embarcación, sonriendo como nunca mientras a sus espaldas el conflicto se apagaba poco a poco, como las voces del enemigo que ya no tenía más escape que rendirse o tirarse por la borda.
Mientras el puerto de Liyue honraba a sus caídos con el debido respeto, pero con aires de triunfo, Morax y Barbatos celebraban a su manera esa peligrosa pero efectiva maniobra del rey de Mondstadt; se habían quedado por un rato en la ceremonia a los soldados muertos en batalla, pero les importaba más encerrarse con pestillo en los aposentos del emperador dentro del Palacio de Jade. Venti apretaba los dientes por la fuerza aplicada a sus espaldas, gimiendo alto con rabiosos alaridos cada vez que Morax empujaba manteniendo quietas sus caderas al agarrarlas firmemente con sus manos, cubiertas por guantes y una túnica abierta que dejaba ver los marcados músculos del torso del emperador, y sus tatuajes con tinta de oro que tenía en todo el cuerpo formando figuras rectas.
Unos años atrás Barbatos quiso imitar a Morax tatuándose en Liyue símbolos similares con pigmento de lapislázuli, sin embargo el tatuador escatimó en gastos agregando pigmento de malaquita a la mezcla, cosa que con el paso del tiempo hizo que el tatuaje se decolorara a un azul verdoso. Venti se cruzó de brazos y fingió reír diciendo que no pasaba nada, pero el emperador de Liyue sabía lo que en verdad pedían sus hermosos y grandes ojos, por eso, a pesar de considerar innecesario un castigo, se vio obligado a desaparecer al tatuador.
Lo irónico fue que aquel color terminó gustándole más al rey Barbatos que su elección inicial, y lo lucía bajo sus hombros, en la espalda, los muslos y cerca de sus glúteos grandes y redondos, los cuales Morax hacía rebotar, temblando lento pero con potencia cada vez que lo penetraba con su verga gruesa, decorada con venas sobresalientes similares a como los tatuajes de oro le adornaban la pelvis y el resto de su cuerpo.
El emperador tenía 31 años, Barbatos tenía más, sin embargo nunca le diría su verdadera edad, solo le permitiría disfrutar de su apariencia tan joven y delicada como una flor de jazmín, Morax estaba tan loco por esa piel pálida y suave, por su rostro angelical y sus perfectos glúteos que no pensó en medirse con la fuerza de su pene, apresado entre dos nalgas danzantes que chocaban en sus muslos sonoramente. Las rodillas de Venti permanecieron quietas sobre la cama alcoba del emperador, que parecía otra habitación por si misma con su gran tamaño y los postes y barandillas en cada uno de sus lados; el rey Barbatos se aferraba a esas barandillas con las dos manos, gritando sin control por el placer doloroso de ser follado por su aliado y amante.
Su parte trasera era un deleite visual para Morax, que quiso acercar su cara entre los omoplatos de Venti para besarle la espalda, y terminó mordiéndolo mientras aumentaba el ritmo de sus embestidas, haciendo que su polla se enterrara más profundo, lo cual a su vez produjo que su hermoso amante chillara extasiado con la saliva saliéndose por la comisura de sus labios permanentemente abiertos. El emperador se apartó un momento de Barbados, este se giró para poder contemplar bien a Morax, era un hombre tan sensual; pectorales, abdominales, brazos, muslos, pantorrillas, todo estaba marcado sin llegar a ser grotesco, era un equilibrio perfecto; su rostro tampoco era nada despreciable, a Venti también le gustaba su lacio cabello castaño, generalmente atado en una cola de caballo baja.
Aunque si era sincero consigo mismo, lo que más amaba de Morax era lo que solía mirarle detenidamente sin ningún pudor mientras se mordía el dedo índice, saboreando en su imaginación ese gran pene, erecto hasta casi rozar los abdominales del emperador, secretando pre semen por el degradé enrojecido que abarcaba desde su glande puntiagudo hasta la mitad de su verga. Barbatos a diferencia de Morax se había desnudado completamente, el emperador seguía con su túnica abierta, ostentosa como todo en su palacio, con hilos de oro envejecido formando patrones pequeños; exceptuando esa prenda, ambos podían observarse mutuamente; se deseaban, desde el primer momento en que cruzaron sus caminos, se desearon.
En un principio Morax se negaba a aceptar que un alcohólico mayor que él, y que solía ser muy escandaloso en las fiestas, le resultase tan atractivo; mas esa misma edad indescifrable oculta detrás de un cuerpo permanentemente joven y suave era lo que le resultaba encantador, y enigmático, porque detrás de ese cuerpo delicado y curvilíneo, se ocultaba alguien con una vasta experiencia. Barbatos era capaz de demostrarle esa experiencia e incluso sorprenderlo una y otra vez, el emperador no sabía cuántos amantes había cosechado el rey de Mondstadt a lo largo de su vida, pero seguro que fueron bastantes como para entrenar su lengua tal y como la empezó a usar en ese momento.
Venti se había recostado boca abajo con la cabeza entre las piernas de Morax, apoyado en sus codos mientras la movía de adelante hacia atrás, mamándole el pene calmadamente con los ojos cerrados; el emperador pidió que no se detuviera, que no se preocupase por nada y que solo se concentrara en chupar. Barbatos abrió los ojos, mirando fijamente a Morax con los parpados entrecerrados, no solía verlo con una expresión tan sensual y maliciosa como aquella, por eso la polla del emperador se movió un poco dentro de sus fauces; luego de eso Venti le guiñó un ojo y continuó dándole sexo oral.
El rey de Mondstadt sabía perfectamente cómo hacer lo que hacía, no necesitaba indicaciones de nadie para comprender que debía empezar con movimientos suaves de su lengua por la piel sensible y roja por el calor del pene de Morax, lubricándolo con su saliva al momento de bajar lento hasta la base, envolviéndolo con su profunda garganta. El emperador echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y una expresión de lujuria, disfrutando las olas de calor que le recorrían el cuerpo a la par que Venti apartaba su boca, dejando sus labios estirados sobre el glande mientras usaba sus dos manos, una para masturbarlo, otra para girarle el escroto y dar pequeños pellizcos a sus testículos.
Morax lo anticipaba, se sentía listo para aguantar la siguiente fase, en la que Barbatos volvería a meterse su verga dentro de la boca, moviendo la cabeza de adelante hacia atrás aumentando gradualmente la intensidad, hasta que ya no le quedara más aire al emperador. Tal y como lo predijo, Morax terminó bufando como un loco, gimiendo y quejándose cuando la succión en su pene se hizo constante y descontrolada, era extasiante y desesperante a la vez, como si Venti se la fuese a arrancar con un solo movimiento más.
Entonces Barbatos lo soltó de golpe, la polla del emperador se tornó incluso más roja y sensitiva, Venti se arrodilló mirándola con perversión mientras se limpiaba la saliva con el pulgar, después posó sus manos en el pecho de Morax y lo empujó, este quedó recostado boca arriba mientras el rey de Mondstadt se acomodaba encima, sentándose sobre su pene y ayudándose con las dos manos para encajarlo otra vez en su ano. El emperador volvió a gemir y a quejarse, sin embargo, le era imposible negar que disfrutaba al máximo esos encuentros tan salvajes y lascivos con su aliado, sobre todo cuando le demostraba que seguía siendo una fierecilla en la cama.
Barbatos comenzó a saltar sobre su polla, abriéndose las nalgas mientras su culo daba botes persistentes que doblaban un poco el pene de Morax, cuya respiración se oía agitada y frenética. Cuanta belleza había en ese cuerpo, en sus trenzas azuladas y su rostro fino, que le enseñaba una expresión de profundo placer igual de hermosa; el emperador bajó sus manos para agarrarle los glúteos, y Venti apoyó las suyas sobre el pecho de su amante, ambos se ayudaban para que esa frecuencia fuese aumentando sin parar, hasta hacerlos llegar al clímax.
Morax ya empezaba a sentirlo cerca, Barbatos gemía agudo, con los ojos cerrados y acariciándose el torso y el cuello con sensuales y lentos movimientos; su amante estaba hipnotizado con esa demostración de su encanto, y sin pensarlo bien, pronunció con su profunda y sensual voz: "me vuelves loco". Venti sonrió sin abrir los ojos y comenzó a masturbarse mientras seguía rebotando, el emperador le apretó fuertemente las nalgas al momento de venirse explosivamente dentro de su recto, sacando luego su verga para dejar escurrir el semen fuera de Barbatos.
El rey de Mondstadt se masturbó más rápido, hasta correrse a chorros sobre los abdominales de Morax; poco a poco se separaron, Venti apoyó sus manos hacia atrás, seguía con los ojos cerrados por estar disfrutando del orgasmo, y su amante aprovechó esa distracción para acercarse en silencio a sus labios, saboreándolos un poco antes de atraparlos. Barbatos sonrió con paz y abrazó el cuello del emperador, dejándose llevar hacia atrás por él mientras se besaban apasionadamente, unidos por un lazo diferente al de una pareja de enamorados, lo suyo era todavía más erótico e intenso, por más que tuvieran diferencias en todos los sentidos, les era imposible no terminar de aquella forma, enredados luego de una intensa noche donde daban rienda suelta a la lujuria.
Se quedaron recostados media hora, Venti tenía la cabeza apoyada sobre el pecho de Morax, jugando con el largo cabello de su amante mientras este le abrazaba la cintura, con los ojos cerrados de cansancio y satisfacción; el rey de Mondstadt evaluó que era el momento de levantarse para tomar su "medicina" de todas las noches. El emperador lo siguió con los ojos, Barbatos ignoró la bata de seda que pidió para él, y caminó fuera de los barrotes de la cama completamente desnudo, tomando una botella de vino de Mondstadt y una pequeña botella de un líquido transparente, echó luego un chorrito del líquido incoloro dentro de la botella de vino, y se la empinó tragando un gran volumen de alcohol sazonado con esa extraña agua.
-¿Es necesario que lo diluyas en una botella entera? - cuestionó Morax preocupado por la cantidad de licor que bebía su amante, llevando ya dos tercios de la botella vacíos.
-No es necesario, pero es más placentero así - respondió Venti, luego volvió a la cama contoneando sus caderas para el deleite del emperador - ¿Quieres un poco?
-No gracias... - murmuró Morax mirándolo con detención mientras volvía a colocarse a su lado - esos brebajes están prohibidos para los adeptus de verdad - agregó para recordarle las costumbres religiosas de Liyue, Barbatos rió un poco y le extendió suavemente la botella.
-Tu eres el emperador, prácticamente un dios ¿No quieres ser uno por completo? - le preguntó el rey de Mondstadt con un tono tentador, estaba boca abajo sobre la cama, exhibiendo sus glúteos enrojecidos tras recibir tantos choques de las caderas de su amante.
-No interferiré con el ciclo de la vida, mi hijo heredará mi lugar, y los hijos de sus hijos lo harán perdurar por el tiempo - respondió sereno, con una voz de sabiduría que hizo bostezar a Venti - ese será mi legado, no necesito vivir un milenio para conservarlo.
-Prefiero seguir yo mismo mi propio legado en vez de dejar pequeños "deslices" en el mundo - le dijo observando la botella con una radiante sonrisa - con esta maravillosa creación, viviré incluso más de un milenio.
-El aqua vitae no te asegurará seguir viviendo, no puedes luchar contra el destino - comentó Morax, luego Barbatos se acomodó para volver a recostar su cabeza y brazo sobre el pecho de su amante, observándolo con ese rostro angelical que le fascinaba.
-Si tu también la bebieras, ambos viviríamos para siempre ¿No quieres vivir una extensa vida junto a mí? - le preguntó moviendo los labios de una forma sensualmente hipnótica para Morax.
-Yo... - susurró el emperador entrecerrando los ojos mientras acercaba su boca a la de Venti - quiero que ambos completemos nuestro ciclo, juntos.
-Hmmm, no lo creo - respondió Barbatos alejándose para poder sentarse en la cama distanciado del emperador.
-Esa cosa no te asegurará la vida eterna, cualquier día podría llegar la muerte a tu puerta, en batalla o fuera de ella, no hay manera de evitar eso.
-Cuidando mi vida, si lograré vivir por siempre... Y también consiguiendo un nuevo alquimista que me proporcione aqua vitae de por vida - agregó Venti rascándose la cabeza.
-¿Quién te asegura que tendrás un alquimista a tu disposición cada vez que lo requieras?
-Aún tengo a mi alquimista personal en Mondstadt, el problema es que es muy viejo, y su discípulo cayó en la batalla de la llanura Bishu, estoy trabajando en conseguir uno nuevo - pronunció el rey de Mondstadt oyéndose algo inseguro - pero de todos modos, tengo una reserva de aqua vitae para al menos 2 años más.
-Ni los mismos alquimistas quieren beberla.
-¿No es extraño? Temerle más a una vida larga que a la muerte - murmuró Barbatos pensativo, Morax se sentó y lo abrazó por la espalda.
-Si la muerte llega algún día a ti, recíbela con los brazos abiertos, así tu alma estará en paz.
-¿Venga de donde venga la muerte?
-Venga de donde venga - respondió el emperador, Venti se echó a reír, provocando un rostro de decepción en su amante, que se apartó poco a poco de él.
-Me rehúso - dijo tajantemente luego de limpiarse una lágrima de la risa - envié un mensaje al gremio de alquimistas en Sumeru, dentro de poco debería llegar alguien a las puertas de mi palacio.
-¿Te irás pronto? - preguntó Morax, aparentemente calmado a pesar de que sus ojos brillaban con tristeza.
-Tengo que volver a mi reino, seguro que ya hay algún alquimista esperándome para ser evaluado, muero de ganas por conocerlo. Y no te preocupes, mis tropas se quedan.
-¿Puedes hacerme un favor?
-¿Qué tipo de favor? - cuestionó Barbatos sonriendo seductoramente al mirarlo de reojo.
-¿Podrías llevarte a mis hijos a Mondstadt? - le pidió el emperador, Venti se giró para verlo mejor, ladeando la cabeza confundido.
-¿"Hijos"? ¿No era solo uno? - le preguntó Barbatos con sorpresa.
-No. Tengo dos hijos, Alatus y Ganyu.
-Deberías plantearte dejar de embarazar a tus concubinas - refunfuñó Venti, el emperador lo miró seriamente.
-Quiero que mi descendencia sea abundante, y así expandir más mi legado.
-¿Cuándo se supone que nació la pequeña Ganyu?
-Hace un año.
-Si sigues así tendrás hasta 20 hijos cuando ya tu pene no sirva para nada.
-No seas vulgar.
-¿Puedo saber la razón por la que quieres que me los lleve? - le preguntó el rey Barbatos, su amante cerró los ojos con preocupación.
-Hay rumores de que un batallón de Snezhnaya está cruzando Milin, son muchos, nos habrían encerrado si no hubiésemos ganado la batalla marítima, pero de todos modos, no quiero que mis hijos corran riesgo, a pesar de que sea un riesgo menor ahora - le explicó, Venti se quedó pensativo un momento, luego hizo un ademán de resignación.
-Está bien Morax, me llevaré a tus hijos a Mondstadt - dijo Barbatos sonriendo dulcemente, una vez más el emperador estaba rendido a su voluntad, esa hermosura lo hacía olvidar que Venti no deseaba llevar una vida mortal junto a él; entonces se acercó a su espalda y lo abrazó desde atrás, besándole el cuello.
-Por favor llámame Zhongli - le pidió el emperador, Barbatos cerró los ojos con placer y llevó una mano hacia atrás para tocar la nuca de su amante.
-No me gusta ese nombre, Morax es un buen nombre para un rey - susurró Barbatos, el emperador deslizó sus manos sobre el suave abdomen de Venti, hasta acariciar sus pechos con los dedos.
-Está bien, llámame como gustes... Barbatos... - le dijo al oído, apretándole los pezones mientras lamía su cuello blanco y terso.
-Tu hija es muy pequeña... Eso significa que tendré que contratar una buena niñera para cuidarla... - murmuró Venti contoneándose libidinosamente mientras giraba su rostro para que el emperador lo besara, metiendo la lengua con ansias.
-Los gastos correrán por tu cuenta - le advirtió Zhongli pellizcando sus tetillas, Barbatos rió haciendo una expresión lasciva.
-No seas tacaño, necesitas pagarme con algo... - murmuró el rey de Mondstadt agachando la mirada para tratar de mirar la polla medio erecta de su amante.
-¿Cómo quieres que te pague? - cuestionó presionando su pene contra las nalgas de Venti, este se apartó y luego se giró, una vez más estaba entre las piernas de su amante, mirándolo directamente a los ojos mientras le acariciaba la verga.
-De dos formas... - respondió masturbándolo con suma suavidad, Morax se mordió el labio inferior, entusiasmado sin demostrarlo en exceso para no perder los estribos - quiero esto...
-Tómalo, cuantas veces quieras - pronunció el emperador acomodándose, apoyado en sus palmas y abriendo las piernas para que Barbatos tocase cuanto quisiera.
-Lo segundo es... - agregó Venti usando una mano para tomar y girar suavemente el escroto del emperador, a la par que usaba la otra para mover de arriba a abajo la piel del prepucio - quiero que crees pirotecnia especial, para usarla contra Snezhnaya - en ese momento, Zhongli volvió a enderezarse, algo preocupado.
-Eso lleva años - se excusó Morax, Barbatos levantó una ceja y colocó el pulgar sobre la uretra, presionando fuerte.
-¿No quieres gastar recursos en ello? ¿Es que no viste su poder de destrucción? - cuestionó el rey de Mondstadt, Zhongli cerró un ojo haciendo una mueca de dolor.
-No es solo eso, también se trata de lo peligrosas que son esas investigaciones.
-¿Ah sí? ¿Ya lo has intentado? - preguntó Venti curioso, soltando la polla del emperador para darle un respiro.
-Lo he intentado, y salió mal, cuando se experimenta con pólvora hay muchas probabilidades de sufrir accidentes letales - dijo Morax, Barbatos lo miró incrédulo, hasta que su amante decidió dejar caer la túnica por sus hombros y brazos, enseñando algo que lo avergonzaba.
-¿En serio un accidente te provocó eso? Tu dijiste que fue en una batalla - murmuró Venti mientras Zhongli desnudaba sus brazos, oscurecidos con quemaduras que abarcaban desde sus hombros hasta la punta de sus dedos.
-En realidad ocurrió cuando experimenté con la pólvora junto a algunos científicos, una explosión provocó el incendio en el que mis brazos quedaron así - confesó, Barbatos analizó a su amante y luego le agarró los genitales de golpe.
-¿Por qué me mentiste? - preguntó apretando el pene de Morax, este mantuvo la calma.
-Porque sabía que si te enterabas de esas pruebas secretas, insistirías en que continuásemos sin importar las consecuencias - se explicó el emperador, Venti soltó el agarre lentamente, pensando mejor en una respuesta.
-Hmmm... - el rey de Mondstadt veía fijamente la verga de Zhongli, entonces usó la uña del dedo índice para recorrerla de arriba a abajo - deberías continuar, déjale todo el trabajo a los que sepan hacerlo y mantente alejado del peligro, como deberías haber hecho.
-No quiero perder más vidas útiles para Liyue - agregó el emperador, Barbatos se agachó para ver muy de cerca sus genitales.
-¿Y si usas a los prisioneros de guerra? - sugirió Venti abriendo la boca sin llegar a meterse el pene de Morax, este último comprimió el estómago, deseando con todas sus fuerzas que Venti dejara de jugar y se pusiera de una vez en acción.
-Suena como una mejor idea... pero, Mondstadt tendría que aportar financieramente a esta nueva investigación - Zhongli impuso aquella condición, su amante lo observaba un poco más complacido, aunque seguía "castigándolo" dejando sus labios rozando apenas el glande.
-No te preocupes por eso - susurró Barbatos sensualmente, el vapor de su boca envolvió cálidamente el pene de Morax, quien miró hacia uno de los muebles alejados, donde tenía papel y una pluma; Venti levantó la cabeza para ver en esa dirección, después rodó los ojos - ¿En serio todo tiene que ser por contrato?
-Solo así puedo asegurarme de que sea un acuerdo válido - respondió seriamente, su expresión impasible tambaleó un poco cuando Barbatos usó dos uñas para sostener la punta de su pene.
-¿No te basta con mi palabra? - pronunció Venti ladeando la cabeza tan cerca de la polla de Zhongli que este podía sentir su respiración, resistiendo la necesidad de empujarlo y someterlo salvajemente contra las sábanas de seda.
-Es necesario - finiquitó, Venti se quejó en voz baja y agarró la base de su pene violentamente, mordiendo con suavidad los costados, con los ojos entrecerrados, y viendo fijamente a Morax.
-Lo firmaré después, ahora estoy muy ocupado - pronunció deslizando la lengua sobre las venas sobresalientes de su amante; el emperador hizo una expresión de lujuria, luego arrugó el entrecejo al sentir un espasmo que lo hizo venirse sorpresivamente en la cara de Barbatos.
-Yo... - murmuró Zhongli, luego se formó un silencio incómodo entre ambos, Venti estaba quieto, con todo el rostro manchado con el esperma blanquecino de su amante, fingiendo no estar molesto.
-Sí, definitivamente tendrás un montón de hijos - comentó Barbatos, en posición para continuar divirtiéndose con su amante, sin un atisbo de aburrimiento y cansancio - eres tan abundante.
Kaeya celebró su octavo cumpleaños en una ceremonia donde sólo participaron el señor Ragnvindr, Diluc, los empleados y Jean, algo muy simple, que el príncipe trató de disfrutar ignorando la vigilancia de los caballeros de Favonius, comandados en esa ocasión por Frederica Gunnhildr, que se encontraba allí con el pretexto de acompañar a su hija. Desde el incidente de su ojo, tenían que convivir con la presencia de esos guardias afuera de la casa, algunos soldados de vez en cuando miraban a Kaeya con hostilidad, otros simplemente lo ignoraban, pero de todos modos, la convivencia con ellos era muy incómoda.
Diluc se llevaba un poco mejor con los caballeros de Favonius que custodiaban la casa, incluso en el cumpleaños de su hermanastro, el joven Diluc le propuso a los guardias practicar con él y su espada, una de verdad, forjada en metal ligero y adaptada a su tamaño, pero real al fin y al cabo. Los ojos de Jean brillaron al oír que iban a entrenar, Diluc le preguntó a su amiga si quería unirse a ellos, y la niña miró preocupada e indecisa a Kaeya, por educación debía acompañarlo en su fiesta, pero su anhelo era unirse a los combates entre Diluc y los caballeros, a quienes ella veía con admiración a diferencia del príncipe.
Kaeya suspiró y le dijo a Jean que podía ir con ellos sin preocuparse por él, su amiga se levantó entusiasmada y lo abrazó dulcemente antes de salir corriendo tras Diluc y los soldados; sin su presencia fue como si la celebración hubiese terminado, el príncipe se levantó de su asiento, Crepus, Elzer, Connor y otros empleados presentes se miraron con tristeza, Kaeya no tenía mucho contacto con personas de su edad, y eso parecía afectarle a veces cuando su hermano y Jean jugaban a luchar, cosa que él tenía prohibido ver de cerca. El príncipe salió del salón y caminó rumbo a la biblioteca para leer un poco mientras esperaba a que Diluc y Jean terminasen de entrenar, ya acostumbrado a quedarse solo por un rato todas las tardes.
Tomó una escalera de mano para buscar algún libro nuevo, se sentía observado como todo el tiempo, sin siquiera mirar notaba la presencia de un caballero de Favonius que le seguía los pasos, lo reconocía por ser de los que no le hablaba a menos que fuese para regañarlo, un hombre de cabello castaño corto y un bigote pequeño y feo, llamado Mack. El soldado se quedó parado al lado de la escalera, cruzado de brazos y mirando severamente a Kaeya mientras este lo ignoraba con pedantería, tomando un libro al azar para ir a leerlo y alejarse ya de él.
Cuando bajó, Mack lo siguió mientras caminaba, leyendo la portada del libro sin dejar de caminar; cuando el caballero terminó de leer la portada, tomó súbitamente la muñeca del príncipe y le quitó el libro de las manos sin darle explicaciones. Kaeya se giró en seco, indignado por el actuar de ese tipo, no era la primera vez que vigilaba los libros que tomaba de la biblioteca y los escondía para que no los leyera, eso le molestaba muchísimo, era un completo entrometido.
-Disculpa, voy a leer eso ¿Puedes devolvérmelo? - lo increpó el príncipe con un tono algo cínico, pues lo que quería era gritarle que era un dolor de cabeza para él al igual que todos los demás caballeros que no lo dejaban ni respirar.
-No - respondió Mack secamente, Kaeya clavó su colmillo en el labio inferior conteniendo su rabieta.
-¿No quieres que llame a mi padre? Entonces dame mi libro - exigió el príncipe, Mack lo miraba serio.
-Su padre no puede escucharlo, está al otro lado del océano - dijo Mack, Kaeya se cruzó de brazos orgulloso y se rió creyendo que Mack era un tonto.
-Qué mala mentira, no se le ocurriría ni a Diluc - se burló el príncipe - ya en serio, devuélvemelo si no quieres que le grite a mi padre que estás molestando.
-Por órdenes del rey Barbatos, usted tiene prohibido leer libros de este tipo - dijo Mack apuntando la portada, que decía: "Historia de Teyvat: guerra y estrategia"; Kaeya miró de reojo el título, para él no tenía nada extraño.
-¿Qué tiene de malo? - preguntó el príncipe, Mack se puso más firme y arrugó las cejas mientras veía fijamente al niño.
-Por órdenes del rey Barbatos, no puede leer libros de historia, guerra, tácticas, defensa personal o armamento, incluyendo novelas de ficción que traten dichos temas - recitó el caballero, Kaeya hizo una mueca de fastidio.
-"Por órdenes del rey Barbatos", "por órdenes del rey Barbatos" - se burló el príncipe haciendo una imitación graciosa e irrespetuosa de sus palabras.
-Si tanto quiere leer, vuelva a la estantería y tome un libro que SI pueda leer - sugirió Mack, Kaeya empezaba a perder la paciencia.
-¡Pero yo quiero ese! - exclamó golpeando el piso con la suela de su zapato, el caballero seguía igual de quieto y recto, sin darle importancia a sus berrinches.
-No puede leer estos libros bajo la custodia de los caballeros de Favonius, de nada sirve que le diga al señor Ragnvindr, hasta él le diría que no puede.
-¡No es cierto! - respondió el príncipe enfurecido.
-Si es cierto - pronunció Mack en respuesta, entonces el niño se estiró tratando de quitarle el libro de las manos, el hombre colocó una palma en la frente de Kaeya para mantenerlo apartado, al ser bajito no le serviría de nada alzar los brazos.
-¡Dámelo!
-No.
-¡Le diré a mi padre!
-No me importa.
-¡Ya dámelo! - ordenó el príncipe luchando por alcanzar el libro, en realidad no le importaba la temática, lo que si lo enfadaba era que Barbatos siempre le prohibiera hacer cosas - ¡¿Por qué no puedo leerlo?! ¡Es injusto!
-Si lo lee, el que recibirá un castigo será usted ¿Y no quiere ser castigado verdad? - argumentó Mack, Kaeya lloró de rabia pensando en la palabra "castigo".
-¡¿Por qué no puedo?! - preguntó el príncipe afligido, Mack al fin mostró algo de lástima en su rostro.
-Porque el rey lo castigaría si lo hiciera - contestó tajante, Kaeya se apartó de él, visiblemente frustrado, enojado y triste; después tocó su cuenca cubierta por un parche, apretando sus temblorosos labios para no llorar.
El príncipe dio media vuelta y se fue corriendo y llorando, entonces tanto el como Mack se dieron cuenta de que Crepus se encontraba de pie en la puerta de la biblioteca, escuchando todo en silencio; Kaeya hizo un puchero al encontrárselo, pero el señor Ragnvindr sólo agachó la cabeza sin decir nada, no podía ponerse de su parte considerando que Mack tenía razón, no era prudente exponerse a algún castigo del rey, sólo quedaba obedecer para que el príncipe no saliera lastimado. Kaeya se sintió decepcionado de no ver apoyo en su padre adoptivo, contrario a otras ocasiones en las que Crepus si increpaba a los caballeros que se metían con él; por eso apartó la mirada con enojo y se fue corriendo a su cuarto.
Luego de intercambiar miradas de preocupación con Mack, el señor Ragnvindr se dirigió al cuarto del príncipe para charlar con él; entendía muy bien su molestia, sus cumpleaños no eran los mejores, debido a la presencia de los soldados que lo custodiaban, sus pocas amistades y el hecho de no poder unírseles a actividades relacionadas a entrenar y luchar. Para los niños de Mondstadt, aprender a usar espadas era una actividad tan común como jugar, sobre todo para clanes como la familia Gunnhildr y la familia Ragnvindr; ya en un par de ocasiones Kaeya había intentado espiar los entrenamientos de Diluc, siendo atrapado siempre por algún caballero.
Crepus tenía que intervenir con autoridad cuando alguno trataba de castigar a su hijo con sus propias manos, por eso algunos de ellos sentían tanto desprecio por el príncipe, porque los hacia "meterse en problemas" con el señor Ragnvindr; de todos modos era el mismo Crepus quien tenía la obligación de penalizar a su pequeño, quitándole algunos libros, juguetes o enviándolo a confinamiento solitario. Esos castigos al parecer no fueron suficientes para hacer desistir a Kaeya, y en una oportunidad, al ser descubierto por Frederica, esta le informo directamente al rey sobre el comportamiento del príncipe.
En esa ocasión Barbatos se presentó luego de dos días en el viñedo de la familia Ragnvindr, con un puñado de soldados custodiándolo para evitar la intervención de Crepus cuando irrumpieran en su hogar, anunciando que se llevarían al príncipe; Kaeya estaba aterrado, y corrió desesperado para esconderse detrás de su padre adoptivo, pidiendo con pánico que no se lo llevaran. A medida que Venti se acercaba el niño se ponía más histérico, el señor Ragnvindr se indignó con esa situación, queriendo ir por su espada para proteger a su bebé; el rey les explicó que le informaron que el príncipe había incumplido la regla de no mirar los entrenamientos, y que eso significaba que a partir de ese momento tenía que vivir en un calabozo, y no con Crepus.
El mencionado se mostró todavía más desconcertado y furioso, Kaeya lloraba a gritos abrazando las piernas de su padre adoptivo, mientras algunos caballeros de Favonius se acercaban a él, armados para intimidar al señor Ragnvindr, quien en vez de apartarse, escondió aún más al príncipe detrás de su cuerpo, firme y dispuesto a luchar incluso sin armas. Barbatos siguió hablando, y le dijo a Kaeya que esa era la consecuencia de hacer algo prohibido, y que de ahora en adelante ya no tendría una cama donde dormir, que lo haría en un calabozo y que nunca más volvería a ver a Crepus.
Aquello hizo llorar con mayor terror al pequeño, quien empezó a disculparse sin parar, jurando que ya nunca más desobedecería; si aquello era una estrategia de Venti para que el príncipe prometiera no tener contacto con el aprendizaje de defensa personal nunca más, estaba durando más de lo que tenía que durar, pues el señor Ragnvindr y Kaeya estaban siendo rodeados. Crepus se arrodilló y abrazó a su hijo cubriéndolo con su cuerpo, aferrándose a él con tantas fuerzas que hasta 5 soldados tuvieron que tomarle los brazos para soltar su agarre, mientras otros tomaban a Kaeya, arrastrándolo hacia la puerta; eso no podía ser un escarmiento para el príncipe, era simplemente otra tortura para el deleite propio de Barbatos.
Los gritos de auxilio de Kaeya despertaron a Diluc, que salió corriendo con su espada, que en aquel entonces seguía siendo de madera, para defender a su hermanastro; bajó las escaleras corriendo y le dio golpes en los brazos a los caballeros para que lo soltaran, exigiéndoles que lo dejaran en paz. Venti levantó una mano, indicándole a sus soldados que se detuvieran, estos pararon en seco sin soltar los brazos del príncipe, mientras el monarca se acercaba al pequeño Diluc con tranquilidad, este estaba en una posición defensiva, empuñando la espada de madera con la fiereza de un soldado de verdad.
Barbatos se puso en cuclillas delante de Diluc, explicándole pausada y dulcemente que su hermano se había portado mal, y por esa razón debían encerrarlo como los que cometían crímenes; el pequeño se sintió confundido y asustado al creer que Kaeya realmente había hecho algo muy malo, mas no desempuñó la espada de madera con determinación. Después de analizarlo, Venti tocó suavemente las mejillas de Diluc, mirándolo a los ojos con su tierna expresión de confianza; el niño bajó el arma, tranquilizado con ese trato tan agradable, y escuchó al rey preguntarle si él deseaba de corazón seguir junto al príncipe.
Diluc dudó un momento, podría haber dicho que no lo quería allí, ya que así tendría toda la atención de Crepus, tendría más espacio y más juguetes, pero, viendo el estado de su hermanastro y su padre, decidió decir que quería seguir viviendo con él; Barbatos besó la frente del niño, este sintió una extraña emoción en el pecho y un cosquilleo en sus mejillas, como si estuviese siendo besado por un ángel. Entonces el rey de Mondstadt se levantó y lo miró a los ojos, y le hizo la promesa de que solo se llevaría a Kaeya cuando él decidiera que ya no quería seguir teniéndolo en esa casa; luego de eso los caballeros soltaron al príncipe y al padre de familia, y se retiraron junto a su soberano con más tranquilidad que con la que habían entrado; Kaeya corrió a abrazar a su hermano, cayendo de rodillas a su lado, temblando y llorando mientras le agradecía sin parar lo que había hecho por él.
A eso se exponían cuando no cumplían las reglas, el señor Ragnvindr sudaba frio cuando recordaba esa noche, podría soportarlo todo, menos que el rey se llevase a Kaeya lejos de su protección; la sola idea de que, por el simple hecho de leer un libro de historia por accidente, su bebé fuera arrastrado a un calabozo y expuesto a ser tratado de la peor forma, le causaba ganas de morir. Abrió entonces la puerta del cuarto de su hijo, que estaba boca abajo con la cara enterrada en la almohada, llorando en silencio, Crepus pudo saber que lo hacía porque su espalda se movía por los sollozos; luego se acercó a su lado y se sentó en la orilla del colchón, y acarició la cabeza del niño, posteriormente también lo acarició entre los omóplatos.
-Por favor déjame... - le pidió el príncipe en voz baja, su padre adoptivo continuó acariciándolo amorosamente, siempre era muy gentil con Kaeya.
-Tranquilo - susurró el señor Ragnvindr, su voz era suave y serena, eso tranquilizaba al príncipe, pero no lo hacía sentir mejor automáticamente, había mucho más detrás de su llanto, no era causado porque sólo le habían negado un capricho.
-No lo entiendo... - murmuró Kaeya sorbiendo su nariz y levantando un poco la cabeza, su único ojo empapaba lo suficiente su pequeño rostro; con rapidez Crepus retiró un pañuelo de su bolsillo y acercó la mano para limpiarle la cara y luego sonarle la nariz.
-Yo tampoco... - dijo el señor Ragnvindr por lo bajo, al oírlo su hijo se incorporó y gateó hacia su regazo, para apoyar la nuca en sus piernas y así poder verlo mejor.
-Papá ¿Por qué no puedo hacer algunas cosas? - le preguntó, su padre adoptivo tomó una actitud evasiva, mirando hacia otro lado al intentar encontrar una forma de no tocar algunos temas.
-No es que no puedas hacerlas, es que tienes prohibido hacerlas... - murmuró dubitativo, queriendo morderse la lengua por su respuesta tan poco satisfactoria.
-¿Y por qué me prohíben hacer algunas cosas? - reiteró el pequeño entre molesto y triste, Crepus cerró los ojos lamentándose.
-No lo sé - contestó pensando en el tiempo que le tomaría a Kaeya descubrir la verdad por sí mismo; su pequeño estiró una mano para rascarle la barba suavemente.
-Creí que lo sabías todo - comentó el príncipe con melancolía, su padre adoptivo le tomó la muñeca para besuquear la palma de su mano, cosa que lo hizo reír cuando la barba cosquilleó en su muñeca.
-Nadie, ni los adultos podemos saberlo todo - agregó el señor Ragnvindr, Kaeya extendió su otra mano para tocarle la quijada, su ojo azul violeta brillaba mirando a Crepus, realmente lo adoraba.
-Yo quiero saber muchas cosas - dijo el príncipe, agachando la mirada al recordar el motivo de su tristeza - ¿Está mal querer saber mucho?
-No... pero algunos le temen a los que saben mucho - pronunció el señor Ragnvindr con rencor en la voz, antes de conocer a su hijo adoptivo, el apreciaba al rey Barbatos; vivir junto al príncipe le hizo ver la otra cara de su soberano, al cual, aunque le diera miedo pensar en ese sentimiento, despreciaba.
-¿El rey tiene miedo...?
-Sí, hasta los reyes tienen miedo.
-¿Por qué le da miedo? - se preguntó Kaeya, Crepus comenzó a pensar en esa pregunta, muy pocas veces se paraba a reflexionar el por qué Venti no quería que el príncipe supiera sobre Khaenri'ah, sobre cómo defenderse, o como eran los conflictos bélicos, pero cada vez que lo racionalizaba, entendía que la respuesta era obvia.
-No quiere que ese conocimiento sea usado en su contra.
-Pero, yo no haría nada malo - dijo Kaeya, sin embargo el señor Ragnvindr evitó su mirada, ya que hasta él mismo se cuestionaba lo que podría hacer su hijo al enterarse de toda la verdad - lo juro, yo no haría nada malo.
-Lo sé amor, pero... - dudó Crepus acariciando la frente del príncipe mientras miraba hacia la pared - el rey, y otros adultos, no te conocen como yo, por eso no confían.
-Pero... - Kaeya tenía muchas preguntas, pero no sabía cómo explicarlas con palabras, esos tres años desde la pérdida de su ojo lo llenaron de cuestionamientos y miedos que no eran normales a su edad.
-No pienses más en el rey - le pidió el señor Ragnvindr dándole caricias, el príncipe se sentó en su regazo para mirar más de cerca su rostro, tocándole sus mejillas con las dos manos; Crepus lo estrechó con un abrazo.
-Papá... ¿Puedo... hacerte una pregunta? - susurró Kaeya inseguramente, su padre adoptivo suspiró, temiendo que la pregunta fuese incómoda.
-Adelante.
-¿Cómo era mi mamá? - preguntó, el señor Ragnvindr tragó saliva, cuando el príncipe hacía preguntas así, era difícil no ponerse nervioso; él jamás en su vida había visto de cerca a la madre de Kaeya, solo se la habían descrito alguna vez por cuestiones diplomáticas, pero el niño asumía que Crepus la conoció y se enamoró de ella.
-Tu madre... - decía con ansiedad, lo último que supo de esa mujer fue que falleció tratando de evitar que la capitana Beidou secuestrara a Kaeya, y que había gastado sus últimas energías luchando con su propia espada - sus ojos eran azules, más claros que los tuyos, tenía tú mismo cabello, y un carácter muy... aguerrido.
-¿Aguerrido?
-Sabía pelear muy bien, te defendía de todo peligro.
-Yo también quiero ser así - admitió el príncipe, los ojos de Crepus brillaban con lástima.
-Ella te amaba muchísimo...
-¿Más que tú? - le preguntó, el señor Ragnvindr le besó la frente, derramando dos lágrimas de culpa.
-Ambos te amamos de la misma manera.
-Mi mamá... perdió la vida por culpa de otra mujer ¿Verdad? - cuestionó Kaeya, y Crepus dejó de respirar, sin tener la más mínima idea de cómo responder.
-¿Que...? - dijo al fin, tartamudo y nervioso - ¿Que te hace pensar eso?
-La mujer del parche...
-Tu... ¿Recuerdas algo?
-Creo...
-¿Que tanto recuerdas?
-No lo sé... pero, sé que la mujer del parche mató a mi mamá.
-¿Y el resto? - preguntó el señor Ragnvindr controlando el pánico.
-Nada... solo recuerdo a la mujer del parche, y a mi mamá... - le respondió bajando poco a poco la voz, esas memorias le dolían mucho, como una punzada en el pecho; Crepus lo abrazó con mayor fuerza, para Kaeya él era el hombre más valiente del mundo, pero cada vez que tenían conversaciones como esas, su padre adoptivo temblaba, imaginando el día en que ya no habría forma de seguir con las mentiras.
-No recuerdes eso por favor, sé que te hace sentir triste - le pidió el señor Ragnvindr llorando sin hacer ruido, abrazándolo y sosteniendo su cabeza con una mano - yo solo quiero que seas feliz...
-Yo soy feliz - le dijo el príncipe como queriendo calmarlo - cuando estoy contigo, con Jean, Diluc, o con Elzer, yo soy feliz. Pero cuando el rey... o los guardias, se me acercan, no me siento bien...
-Entonces hay que evitar que se te acerquen.
-¿Cómo?
-Aunque nos duela a ambos... solo se mantendrán lejos si cumplimos las reglas - pronunció Crepus, Kaeya hizo una expresión de molestia y resignación.
-Lo sé.
-Yo entiendo que quieres hacer muchas cosas Kaeya, pero, debemos pensar en algo que no te meta en problemas, y que te agrade al mismo tiempo - sugirió su padre adoptivo, el príncipe levantó la mirada, pensando en todas las cosas que le llamaban la atención; entonces se quitó del regazo del señor Ragnvindr y caminó rápido a su estantería personal donde dejaba los libros que aún no terminaba de leer, tomó dos de ellos, uno sobre música y otro sobre la historia del arte.
-Quiero hacer esto - dijo apuntando el dibujo pintado a mano de una flor en una de las páginas - también esto - agregó indicándole los bocetos de un torso humano en diferentes perspectivas, también dibujado a mano para esa edición más cara que los libros comunes - también quiero aprender a tocar estos instrumentos - dijo mostrándole el otro libro con ilustraciones a lápiz de instrumentos de cuerda como el violín y el cello, Kaeya también indicó la flauta y el piano.
-Quieres aprender muchas artes - comentó Crepus, el príncipe hizo un puchero - no he dicho que no puedas hacerlas, claro que es posible, aunque te aviso, tendrás que dedicarle tiempo a cada una de ellas.
-Quiero hacerlo - reafirmó el niño con entusiasmo, su padre adoptivo le besó la mejilla con ternura.
-Conozco una academia de artes, podrás aprender de todo, pintura, retratos, música, escultura, todo lo que se te ocurra... Pero está en la ciudad de Mondstadt, tendremos que quedarnos allí 5 días de la semana, y volver a casa los fines de semana ¿Te gustaría?
-Si está en Mondstadt... - murmuró Kaeya, pensando atemorizado que el rey estaría muy cerca de él.
-No te preocupes, yo estaré junto a ti, también podría llevar a Diluc a la academia de esgrima, en vez de llamar a su tutor, tanto él cómo tu podrían conocer a otros niños - lo alentó el señor Ragnvindr, la mirada del príncipe se iluminó de emoción.
-¡¿En serio?! - exclamó con energía y felicidad, Crepus le sonrió dulcemente.
-En serio, habrá más niños en la academia ¿Te gusta esa idea?
-¡Me encanta! - dijo entusiasmado y abrazando el cuello de su padre con efusión - ¡Muchas gracias!
-Me alegro tanto que esto te subiera el ánimo - susurró el señor Ragnvindr abrazándolo cálidamente - espero que Diluc también se lo tome de la misma forma.
El día en que viajaron a Mondstadt, Diluc se veía sumamente nervioso, contrario a Kaeya que se balanceaba en su asiento, ansioso por ver a más niños de su edad; su hermanastro por el contrario tenía miedo de que los demás aprendices de esgrima no fuesen tan agradables como Jean, él seria amable con todo el mundo, pero no podía estar seguro de que los demás lo serían con él. Crepus le tomó la mano durante el viaje, y le sonrió mientras le decía que todo saldría bien, que lo haría de maravilla y que todos sus compañeros estarían asombrados de lo que había aprendido en casa; Diluc lo abrazó y le pidió al oído que por favor fuese a verlo durante el entrenamiento de su primer día en la academia, el señor Ragnvindr le aseguró que estaría allí antes de que terminaran las clases.
Al llegar a Mondstadt, Crepus y su cochero condujeron a los niños a la residencia temporal en una lujosa posada ubicada en el centro de la ciudad, era de noche, Kaeya y Diluc se tomaron de las manos para avanzar juntos en la parcial oscuridad de la calle adoquinada, su padre llamó a la puerta y les abrieron al instante, el señor Ragnvindr le indicó a sus pequeños el cuarto donde se hospedarían, el príncipe y su hermanastro corrieron a la habitación y se lanzaron de un salto a una de las camas, estaban tan cansados por el viaje que fue muy reconfortante recostarse en el colchón de plumas. Ambos niños comenzaron a dormirse sin siquiera haberse cambiado de ropa, con los zapatos puestos; Crepus, su cochero y un mozo bajaron el equipaje del carruaje y ordenaron un poco antes de resguardarse y dormir tal y como lo hacían los hijos del señor Ragnvindr; luego de agradecerles a sus ayudantes, Crepus se despidió y cerró el cuarto, ahora su tarea sería quitarle los zapatos a sus bebés y colocarlos bajo las sabanas, procurando no interrumpir sus sueños.
Esa misma noche, en el palacio del rey Barbatos, se estaba llevando a cabo una reunión entre el monarca y un grupo de alquimistas que habían atendido su petición enviada al gremio de Sumeru, muchos lucían desesperados por conseguir el puesto de jefe alquimista que ofrecía Venti a cambio de una gran suma de dinero, bienes y una estadía cómoda y de por vida en Mondstadt. Sería difícil elegir entre tantas opciones, por eso el rey tenía que encargarse de entrevistarlos uno por uno, y de esa manera medir sus conocimientos, después de todo, no le serviría de nada contratar a un alquimista mediocre para que le proveyera del preciado aqua vitae que le daba la apariencia y vitalidad dignas de un joven de 18 años.
Las primeras preguntas eran algo tramposas, pues les pedía hacer alarde de los trucos que sabían hacer; fue muy decepcionante para Barbatos ver desde su pequeño trono del salón de herrería y fundición en el que se encontraban, como 5 de los candidatos fingían transmutar metal común en oro, entregándole una burda pirita en las manos, como si lo consideraran estúpido. Sin alterarse, el soberano aplaudió fingiendo ingenuidad e invitó a esos estafadores a salir de la habitación para esperar su veredicto; el único veredicto para ellos sería ser arrestados por el inspector Eroch, y desaparecidos luego de un escarmiento por tratar de timarlo.
Por suerte hubo 3 alquimistas competentes en ese grupo, dos hombres que consiguieron transmutar el metal en oro, alcanzando el "opus magnum" que solo lograban los mejores en su campo, y una mujer misteriosa que se ocultaba tras una capucha con bordados dorados, que quiso destacarse de entre el resto, dejando de lado la prueba del oro, y enseñándole en cambio una jaula empujada por su ayudante, que el rey no supo identificar si se trataba de un niño o un enano, pues también iba ocultando su identidad con una capucha y un antifaz. La alquimista quitó la sabana que cubría la jaula, revelando algo que hizo que Venti se levantase de su asiento, observando pasmado y fascinado a la aberración que se encontraba adentro, una criatura quimérica que parecía un sapo con plumas y patas de felino; entonces la mujer retiró una bolsa de tela de su bolsillo, y enseñó al rey un cristal rojo deslumbrante, que no estaba pulido pues los alquimistas lo considerarían un sacrilegio.
El ayudante corrió a esconderse detrás de la mujer, mientras la piedra relucía empapando de su luz al monstruo de la jaula, el cual para deleite de Barbatos chilló agónicamente mientras la piel se le derretía, hasta que solo quedó una plasta en los cimientos metálicos. Después de unos minutos ya no quedaban ni las cenizas, Venti se levantó de su asiento y aplaudió eufóricamente, ver eso era la prueba que necesitaba para saber que estaba frente a la persona correcta; ella poseía el conocimiento necesario para crear su preciado elixir de la juventud, y no solo eso, era tan buena que podía crear y destruir la vida que había creado con solo usar la piedra; sin lugar a dudas era perfecta para lo que él quería.
Entonces el monarca se acercó a ella sin dejar de aplaudir, el pequeño ayudante de la alquimista dio media vuelta y salió corriendo de la habitación, fue algo extraño, pero la mujer le dijo al rey que no se preocupara, que era normal en su aprendiz querer ocultarse de los desconocidos. Luego de felicitarla por su increíble hazaña, Barbatos rodeó la espalda de la alquimista con un brazo y le aseguró que el puesto sería suyo. Ella le preguntó si deseaba también que hiciera crecer las reservas de oro de Mondstadt, y Venti rió como creyendo que era una broma; el rey sabía de sobra que el precio del oro alquímico convertiría el pago por los servicios de esa persona en algo inútil, y que lo único que podría suplir el precio de ese tipo de trabajo, era pagar entregando poder administrativo a la alquimista, cosa que jamás estaría dispuesto a hacer.
Y ella lo sabía, un milenio atrás los alquimistas habían creado oro para cierta nación a cambio de un pago que no podía ser en monedas, sino que en otras muestras de poder; dicha nación casi sucumbe porque un alquimista gobernó detrás de su propio rey, lo cual hizo que en ese lugar se prohibiese la alquimia. En Liyue y Snezhnaya miraron con recelo a los alquimistas y sus creaciones sobrenaturales, otros sitios como Sumeru y Natlan mantuvieron su postura amigable, y otros como Inazuma y Mondstadt abrazaron las posibilidades de esa magnífica ciencia, para sus propios fines.
Luego de un silencio incómodo, ella le dijo que solo era una broma, y que lo que en verdad buscaba era tener bienes dentro de la ciudad como pago por su trabajo, Barbatos aceptó su petición y le reafirmó que el puesto ya era suyo. La primera petición del monarca fue que aumentara sus reservas de aqua vitae, que a pesar de llenar 10 estanterías de la bodega privada donde guardaba sus vinos y su elixir de la juventud, le parecían insuficientes, después de todo, 2 años de reservas se pasaban como un suspiro para alguien como él.
Al otro día, durante el desayuno, Diluc le recordó a su padre lo que había prometido, Crepus le revolvió el cabello diciéndole que no lo olvidaría, luego prosiguió a ponerse detrás de su hijo biológico para volver a cepillarle el pelo que él mismo acababa de desordenar; Kaeya peinaba su propia cola de caballo, sus hebras eran más delgadas y suaves que las de su hermanastro, por eso le resultaba indoloro peinarse, a diferencia de Diluc que soportaba algunos tirones en su largo cabello pelirrojo. Luego de quedar completamente arreglados, los niños tomaron las manos del señor Ragnvindr, el primero en llegar a su destino fue Diluc, que bajó muy nervioso y desconfiado de la carroza; Crepus lo llevó a la entrada de la academia y se agachó para acariciarle las mejillas, recordándole que no tenía nada que temer, y que su talento con la espada sería aplaudido por sus tutores; Kaeya abrazó a su hermano, los nervios de Diluc aumentaron, pero lo abrazó también, mientras se decían mutuamente "que te vaya bien".
El rey Barbatos se subió al carruaje real junto a su nueva alquimista y dos pequeños, Alatus, hijo primogénito de Morax, de 5 años, y Ganyu, la segunda hija del emperador de Liyue, de tan solo 1 año; Alatus al igual que su padre no hacía muchas expresiones, era un niño de cabello oscuro, muy callado y tranquilo, Ganyu por otro lado era una bebé de cabello muy claro como la piedra lunar, se la pasaba dormida, pero cuando no lo hacía, lloraba a todo pulmón si no se sentía cómoda. Al parecer el segundo trabajo oficial de la alquimista era cargar todo el camino a la bebé, ya que Venti no deseaba hacerlo por su cuenta, como si no quisiera lidiar con ella; le resultaba mucho más sencillo simplemente tomar la mano de Alatus, ya que el niño era muy obediente y silencioso, mucho más fácil de manejar.
Ese día todas las academias de Mondstadt abrirían sus puertas a los nuevos alumnos, Barbatos planeaba ir primero a la escuela de Bellas Artes para lucirse con sus talentos, posteriormente iría a la de humanidades y ciencias, y por ultimo a la academia militar de esgrima y defensa personal. Al llegar a la primera sede, inmediatamente le pidió a su alquimista que le entregara a la pequeña Ganyu, para que todos lo viesen entrar cargando a la bebé y llevando de la mano a Alatus, en una entrada que quedaría para la posteridad como una de las más dulces que hayan sido realizadas por un rey.
Crepus estaba en el enorme pasillo principal de la academia de Bellas Artes, con Kaeya muy sonriente frente a él, su padre adoptivo se inclinó sobre una de sus rodillas y arregló el moño que Kaeya traía en el cuello de su camisa, el príncipe aprovechó para abrazarle la cabeza cariñosamente, lucía muy feliz. El señor Ragnvindr comenzó a darle rápidos besos en la frente, las mejillas, la nariz y el labio superior, Kaeya se reía abrazándolo, era divertido cuando su padre adoptivo le daba una lluvia de besos, además, su barba siempre le hacía cosquillas.
Cuando se despidieron, Crepus salió minutos después de que el rey hubiera ingresado hacia el salón de los profesores, planificando su discurso para los alumnos; seguía llevando a Ganyu en sus brazos, hasta que la bebé despertó y empezó a llorar afligida y somnolienta, Venti se puso nervioso y le devolvió la pequeña a su alquimista, quien le sostuvo la cabeza y comenzó a moverse suavemente para mecerla y arrullarla; Alatus miró a su hermanita y soltó la mano de Barbatos, y seriamente estiró sus manos hacia arriba, como pidiéndole a la mujer que le entregara a Ganyu.
A la alquimista le sorprendió la insistencia del joven príncipe de Liyue, y por simple curiosidad le entregó delicadamente a la bebé; Alatus la sostuvo entre sus brazos, y con suavidad acercó el nudillo de su dedo índice a la boca de su hermanita, quien comenzó a chuparlo, ya tenía algunos dientes muy pequeñitos, pero a Alatus no le importaba, porque sabía que hacer eso la calmaba y ayudaba a dormir. Cuando la bebé volvió a dormirse, Alatus se negó a entregársela a la alquimista o a Venti una vez más, el rey Barbatos aplaudió y se agachó delante del joven príncipe, le acarició la cabeza y le dijo que era maravilloso como podía calmar a la niña con solo su presencia, y que seguro era el mejor hermano del mundo.
El niño no contestó, no era extraño que no dijera palabra alguna, pero solo él era consciente de como su voz se había quedado estancada en su garganta, mientras observaba los cristalinos ojos del monarca, su sonrisa amable y la expresión cálida que hacían sus delicadas facciones; el color rojo tiñó las mejillas de Alatus, que agachó la mirada por el embarazoso sentimiento de tener un ángel halagándolo. El monarca acarició el rostro del joven príncipe de Liyue, y se levantó una vez más para salir de la sala de los profesores, su alquimista se ofreció a llevar en sus brazos a Alatus, quien aceptó con tal que no quitara a Ganyu de los suyos.
Entonces Venti lo vio: el pequeño príncipe de Khaenri'ah estaba en el pasillo de la academia, saludando a un grupo de niñas un poco mayores que él, una de ellas llevaba un gorro de hechicería morado, era la más asertiva y tranquila ante la presencia de Kaeya, que intentaba verse más inteligente de lo que se esperaba a su corta edad. La alquimista contempló el perfil de Barbatos, cambiando gradualmente gracias a una sonrisa que solo podía definir como perversa; él le indicó que se quedara en ese sitio cuidando de los hijos de Morax mientras él iba a saludar a un "amiguito" suyo.
-Mi padre tiene una biblioteca enorme, me quedé con casi todos los libros de pintura y música en mi habitación ¿Ustedes que clases tomarán? - les preguntó Kaeya, no se daba cuenta, pero estaba parado en la punta de sus pies tratando de ser del mismo tamaño que esas niñas mayores que él.
-Arquitectura y declamación ¿Sabes lo que es declamación? - preguntó la chica del sombrero, tenía un abundante cabello castaño claro y ojos verde lima, hablaba con un tono de voz amigable y coqueto que hizo sonreír al príncipe como un tonto.
-Es un arte escénico que consiste en la interpretación oral delante de un público, ya sea oratoria o poesía - resumió el príncipe con elocuencia, la chica le sonrió satisfecha con su respuesta.
-Vaya vaya, eres un niño muy listo - comentó ella, Kaeya hizo su cara más encantadora para continuar la conversación.
-Se requiere un encanto natural para la declamación, lo que significa que usted no tiene nada de qué preocuparse - pronunció con la misma coquetería que su amiga, quien se rió por aquella respuesta.
-Tu sí que sabes de encanto natural - le dijo ella secándose una lagrima de risa, el príncipe se irguió con entusiasmo.
-Tal vez me una a la clase de declamación para reforzar esta habilidad ¿O prefiere enseñarme después de las clases? - propuso Kaeya, la chica lo miró levantando una ceja, y riendo con ternura.
-Me temo que debo hacer muchos deberes después de las clases, pero tal vez podríamos reunirnos si fueras unos 4 o 5 años mayor.
-No suena justo, cuando sea 4 o 5 años mayor usted seguirá posponiendo esa reunión otros 4 o 5 años - comentó el príncipe intentando persuadirla, las amigas de la muchacha le comentaban cosas al oído, parecía como si quisieran alejarse de Kaeya por ser un niño pequeño y quisquilloso, pero ella estaba interesada en su elocuencia.
-Tal vez me lo piense luego de los 18, a menos que el destino tenga otras cosas en mente - dijo ella, Kaeya sonreía seguro de sí mismo, las amigas de esa niña se veían recelosas mientras por lo bajo intentaban convencerla de ya irse para ver a chicos de su edad o de cursos superiores en vez de seguir prestándole atención al príncipe; Venti lentamente se acercaba a espaldas de Kaeya, silencioso y divertido, esperando el momento en que las muchachas se alejaran un poco más.
-¡Hasta luego señorita Lisa! - se despidió el príncipe, la niña movió la mano para despedirse, pero luego se quedó quieta observando con sorpresa algo detrás de Kaeya, al príncipe le extrañó un poco su expresión, por eso giró la cabeza para saber que estaba mirando su amiga; lo primero que vio fue una camisa blanca fajada, luego levantó la mirada, encontrándose con los grandes ojos aguamarina del rey mirándolo fijamente.
-¡Kaeya! - exclamó Barbatos enérgico, arrodillándose frente al príncipe para abrazarlo como si fuesen amigos cercanos; Lisa y sus amigas se detuvieron para observar al rey, inclinándose respetuosamente en su presencia.
-Su majestad, es un honor - dijo una de ellas reverenciando, Kaeya enmudeció, petrificado, pues ni siquiera podía temblar en brazos de Venti, su voz estaba estancada aunque quería llamar a su padre para que lo salvase, mas era consciente de que no serviría de nada ya que Crepus se había ido a la academia militar.
-¡Mira cómo has crecido! ¡Estás tan lindo! - pronunció el monarca tomando los hombros del príncipe, solo Kaeya podía ver la perversidad en su cara tan sonriente; quiso retroceder, pero el rey no soltó sus hombros, lo único que pudo hacer fue extender temblorosamente un brazo hacia atrás.
-Señorita Lisa... - llamó el niño con un hilo de voz, su amiga lo oyó, y notó lo que estaba haciendo el príncipe, como si quisiese tomar su mano; le pareció muy raro.
-Creo que el rey está ocupado, no deberíamos molestarlo - dijo una de las amigas de Lisa al darse cuenta de que Barbatos no les devolvería el saludo; Lisa se quedó mirando a Kaeya y su temblorosa mano estirada, eso la preocupó, aunque no estaba segura de porqué.
-Lisa, vámonos - reiteró su otra amiga, ella dudó, indecisa entre ceder a la presión o hacer caso a su corazonada - ¿Vienes?
-Está bien, las sigo - respondió Lisa dubitativa, girándose lentamente para retirarse junto a su grupo; ninguna notó que el rey había comenzado a clavar sus uñas en los hombros de Kaeya, hasta causarle dolor.
-¡Señorita...! - trató de gritar el príncipe antes de que Venti lo abrazara una vez más, presionándole la cabeza para que la boca y nariz de Kaeya quedaran selladas contra su camisa blanca.
-Creciste mucho, pareciera que fue ayer cuando te arranqué el ojo - dijo Barbatos con dulzura, el príncipe sintió que se desvanecía un poco, su presión arterial bajó de golpe cuando se vio solo, a la merced del soberano de Mondstadt; súbitamente Venti agarró otra vez los hombros de Kaeya con sus garras y lo apartó para verlo mejor, la cabeza del niño colgó hacia atrás, no podía mantenerla firme - me sorprende lo lindo que estás, en unos años estarás perfecto para mí, tal vez a los 14 o 15 años, quizás a los 12 si maduras apropiadamente.
-Por favor... no... - susurró con la voz cortada, Barbatos se lamió los labios, fascinado con lo fácil que era destrozar la estabilidad del príncipe.
-Estuve en el mar de nubes hace poco ¿Te acuerdas de ese lugar?
-No...
-Oh, qué lástima, estuve en una batalla naval contra Snezhnaya, te habría encantado estar allí ¡Hice volar un barco entero con la pólvora! - dijo soltándolo para gesticular con las manos el tamaño de la explosión, Kaeya se apoyó en la pared del pasillo para no caer por sus débiles piernas - fue todo un espectáculo, cayeron trozos de carne humana al mar, porque eso es lo que se logra con la pólvora, que los soldados enemigos exploten en mil pedazos.
-¿Snezhnaya...? - murmuró el príncipe todavía debilitado por el pánico, Venti se rió.
-¿No sabes que es Snezhnaya? Creí que eras más listo.
-Sé lo que es...
-Bueno, pues maté a muchos soldados de Snezhnaya con un truco que se me ocurrió, si todo sale bien y Morax logra crear armas de pólvora para usarlas ¿Sabes lo que ocurrirá? - le preguntó el monarca agachado a su altura, a lo lejos parecía como si estuviese hablando tiernamente con un niño pequeño.
-Yo no quiero saberlo... - se atrevió a decir el niño, Barbatos sonrió enseñándole los colmillos.
-Si obtenemos armas de pólvora, la guerra durará menos de lo que había esperado ¿Y sabes lo que implica eso? - volvió a preguntar presionando la uña del dedo índice contra el pecho de Kaeya.
-Yo no quiero... - reiteró el niño con lágrimas en el ojo, Venti tomó sus brazos y clavó las uñas sin compasión, sonriendo todo el tiempo para no alarmar a cualquier adulto que estuviese cerca.
-Si la guerra dura menos, tu vida dura menos - le explicó, el príncipe sollozó afligido - oh, no llores, guarda tus pequeñas lágrimas cuando vuele en pedazos a tu papá.
-¡No por favor! - rogó Kaeya pensando automáticamente en Crepus, sin saber que Barbatos hablaba del rey Alberich.
-Atacaré con pólvora a toda Khaenri'ah, con este invento ya no necesitaré negociar con ellos, tampoco me seguirás siendo de utilidad - siguió diciendo Venti jugando con un mechón de cabello del príncipe.
-Por favor, no mate a mi papá... - le suplicó el niño poniéndose de rodillas y juntando sus manos, inmediatamente Barbatos lo tomó de los hombros para reincorporarlo y así no llamar la atención de nadie.
-Por otro lado, hay otra forma de que tu vida se prolongue un poco más ¿Quieres saber? - pronunció Venti mientras Kaeya cerraba los ojos, llorando silenciosamente, con el pecho agitado por los sollozos.
-¿Cómo?...
-Si sigues creciendo tan lindo como lo has estado haciendo, quizá no te corte la garganta - comentó el rey, el pequeño tocó su cuello con temor - tal vez te ponga sobre mi mesa para comerte - agregó enseñando la palma de las manos y moviendo sus dedos de largas uñas barnizadas.
-No... - susurró Kaeya cubriéndose las cuencas con sus dos manos; Barbatos le acarició la mejilla con una uña, sosteniendo su propia quijada mientras analizaba al príncipe.
-Es solo una bromita - le dijo al levantarse y comenzar a rodearlo, tocándose la quijada mientras contemplaba detenidamente a Kaeya por todos sus ángulos - no te cortaría en pedacitos para comerme tu carne, te comería de forma más... gentil - pronunció con voz suave, el príncipe siguió sollozando con las manos cubriendo su mirada - aunque bueno, tendríamos que dejar pasar algunos años más, pero no te preocupes, eres lo suficientemente joven para un amigo mío que trabaja en esta academia.
-No quiero morir...
Kaeya lloraba restregando su ojo con los nudillos, la alquimista y los hijos de Morax miraban en la distancia, no sabían de que había hablado el rey con ese pequeño, pero Barbatos se agachó una vez más, abrazándolo con ternura; cualquiera que pasaba por ese pasillo, creía que el rey estaba consolando a un niño en su primer día, sin embargo a la alquimista le pareció evidente que la realidad era otra. Tomó la decisión de acercarse un poco más, cargando a Alatus en sus brazos, mientras este por su parte sostenía a Ganyu; al llegar junto a Venti, este les explicó que ese pequeño lloraba porque su padre se había marchado, una excusa creíble porque muchos niños se ponían tristes el primer día de clases por esa razón.
Entonces la alquimista dejó a Alatus en el piso y le preguntó al rey si ya pensaba ir al salón general a dar su discurso, él asintió y se levantó, echándole una última mirada burlona a Kaeya sin que sus acompañantes se dieran cuenta; mientras Barbatos marchaba, el príncipe de Liyue se quedó viendo a Kaeya mientras lloraba, y contra todo pronóstico, le ofreció a la mujer que lo había cargado que sostuviera a su hermanita un momento. Cuando la bebé estuvo en brazos de la alquimista, Alatus regresó a donde estaba Kaeya, se metió una mano al bolsillo, y sin pronunciar palabra le extendió un pañuelo doblado, con bordados característicos de Liyue, para que el príncipe de Khaenri'ah se limpiase las lágrimas y la nariz.
Kaeya tomó inseguramente el pañuelo, y le agradeció a ese niño su amable gesto, Alatus era menor que él, y sin embargo, el príncipe no pudo evitar sentir un pequeño hormigueo en su estómago al mirarlo de cerca, ese sí que era un ángel, totalmente contrario al rey, a quien siempre comparaban con una aparición celestial. El príncipe de Liyue se separó lentamente de Kaeya, y sin despedirse se alejó corriendo, para luego estirar una vez más los brazos pidiendo que le entregaran a Ganyu; por otra parte el príncipe de Khaenri'ah siguió con la mirada a ese niño, y luego de limpiarse la cara por segunda vez, y sonar su nariz, lo siguió a un gran salón con un escenario en la parte trasera.
Alumnos de todos los niveles estaban reunidos en las galerías, comentando alegremente la presencia del rey, quien en sus discursos no actuaba como lo hacía frente a Kaeya, se veía tan carismático, enérgico, con una actitud tan positiva y graciosa que los más pequeños de la audiencia se sentían felices e identificados. Los más adolescentes comentaban en cambio que Barbatos era muy atractivo, y hablaban de rumores sobre algún tipo de ritual que lo hizo quedarse para siempre como un jovenzuelo; cuando la gente recitaba alguna versión de esa leyenda, el tono de las voces se hacía más bajo e intrigante, y el príncipe se perdía entre tantas variantes de lo que había ocurrido para que Venti fuese tan joven en apariencia.
Él estaba asomado en la entrada, mirando como el monarca aparentemente charlaba con los estudiantes desde el escenario, no podía entender la cantidad de ovaciones que ese monstruo recibía, le causaba impotencia que nadie más que él y su familia supieran la horrible persona que se escondía detrás de esa sonrisa. Kaeya se preguntó si la gente le creería si les confesara que fue Barbatos quien le arrancó un ojo, y que cada vez que se veían lo trataba muy mal, diciéndole cosas como que lo asesinaría o que lo comería vivo; algo le decía que nadie más que Crepus creería en él.
Cuando el rey terminó de hablar, una de las profesoras le entregó un arpa de la escuela, entonces Venti se instaló para comenzar a tocar una hermosa melodía, los presentes ya conocían de sobra las dotes musicales de Barbatos, generaciones enteras sabían la historia del monarca "inmortal", que jugaba con los niños y se disfrazaba de bardo para tocar música con diversos instrumentos; incluso Kaeya reconoció el talento, y cerró los ojos para disfrutar la melodía para no ver quien la causaba. Alatus quedó embelesado mirando como la luz iluminaba a Venti mientras hacía sonar las notas del arpa, y por segunda vez consecutiva le entregó la bebé a la alquimista, pues sus pies se acercaron al escenario tímidamente, como atraído por el rey de Mondstadt.
El príncipe de Liyue posó sus manos en la orilla del escenario, mirando hacia arriba a Barbatos con los ojos brillantes y llenos de emoción, todo le parecía hermoso en esa escena, la Cecilia adornando su cabello trenzado, la camisa blanca y pulcra como su piel, el rostro de ángel en una expresión de paz y concentración, y las manos que hacían la magia en ese instrumento musical. Entonces Barbatos lo miró, y le sonrió dulcemente, deteniendo la melodía; Alatus se sobresaltó pensando que lo había distraído y que por ello interrumpió el improvisado concierto, pero Venti no parecía enojado, de hecho, iba hacia él, sonriendo tan hermoso como siempre, para luego arrodillarse y tomarlo por debajo de las axilas, para subirlo al escenario junto a él.
Mientras volvía a su posición, el soberano dio una orden a los profesores, para que le trajeran una flauta al pequeño Alatus, a quien dejó a su lado al momento de continuar con el concierto, tocando el arpa mientras un profesor corría a entregarle una flauta al príncipe de Liyue. Las manos de Alatus temblaron con nerviosismo, Barbatos le susurró que lo mirara a él y no al público, el niño respiró profundamente y cerró los ojos, mentalizado para meterse en la melodía, soplando la flauta de forma tan armoniosa como el propio rey, formando un inesperado y adorable dueto que conmovió al público presente.
Kaeya esperó a que concluyera el acto para apartarse y volver al pasillo, con un sabor agridulce en la boca, nada le quitaba la angustia de que el rey fuese tan amado a pesar de ser una mala persona, pero también, sentía admiración por lo que había escuchado; quizá si hubiese sido alguien de ese público, también amaría al rey y lo vería como lo más bello de esa ciudad. Por eso se sentó y abrazó sus rodillas, esperando que hicieran sonar la campana para ir al salón de clases que le correspondía; él no lo sabía, pero al momento en que Barbatos salió del escenario y se reunió nuevamente con los profesores, les mencionó algo extraño, pero que nadie puso en duda, actuando con total obediencia y devoción ante el rey.
Cuando la campana sonó, y él corrió junto a sus compañeros al salón de clases, la primera maestra de la mañana los saludó y los hizo presentarse uno por uno, Kaeya se presentó con el apellido Ragnvindr, lo que hizo que su maestra se asombrara, comentándole que le habían dicho que su padre contrató unas clases de refuerzo para después de la hora de salida, con un tutor privado de la academia llamado Hassel. Incluso al mismo príncipe le sorprendió que su padre contratara un servicio así, no le había dicho nada al respecto, así que asumió que Crepus quería darle una sorpresa; el rey estaba afuera de ese salón, de espaldas a la puerta, sonriendo con malicia antes de dar media vuelta y marcharse con sus acompañantes.
El señor Ragnvindr llegó a la academia militar, estaba por subir las escaleras del recinto cuando oyó que un soldado común que vigilaba la entrada le mencionó a otro que el rey llegaría un poco más tarde, ya que debía visitar primero otras academias antes que la del ejercito; Crepus se quedó quieto para escuchar mejor, luego el compañero del soldado le preguntó el orden en que visitaría las escuelas, y este respondió que primero visitaría la de Bellas Artes. Esa parte de la respuesta fue lo único que le importó al señor Ragnvindr, que se giró en seco para salir corriendo a su carruaje, entonces le dijo al cochero que fuera lo más rápidamente posible a la academia de Bellas Artes, que era una emergencia.
Durante el trayecto de vuelta, Crepus no dejaba de jugar con sus manos nerviosamente, imaginando los peores escenarios, si Barbatos veía a Kaeya en esa escuela, sin dudarlo querría lastimarlo de alguna manera. Tenía mucho miedo de no llegar a tiempo para salvarlo, en su mente aparecían las imágenes del día en que su bebé fue torturado, no era capaz de olvidar como lloraba de dolor tocando su cuenca vacía y sangrante.
Tardaron algunos minutos en llegar, aún no se anunciaba el receso, pero el señor Ragnvindr se sentía tan nervioso y asustado que no pudo esperar más, e ingresó sin permiso al interior de la academia, caminando rápido para encontrar el salón de su hijo; al dar con él, se asomó por una ventanilla para observar la sala, Kaeya estaba bocetando algo mientras hablaba por lo bajo con dos de sus compañeros, dejando de hablar cada vez que la maestra se giraba severamente para saber de dónde venían los cuchicheos. Al menos el príncipe sonreía, porque le encantaba congeniar con niños y niñas de su edad, y de diferentes edades; tenía una forma de hablar encantadora, que ponía nerviosas a sus compañeras y sorprendía a sus compañeros, ya que no se limitaba a hablarle así exclusivamente al género femenino.
Pronto, al momento del receso, Kaeya se vio rodeado de niños y niñas que le hacían preguntas, las cuales respondía con una sonrisa; hasta que un niño le preguntó qué le pasó en su ojo, y el príncipe agachó la cabeza, inseguro de si decirles que fue el rey quien se lo arrancó. Algo le decía que si confesaba la verdad, nadie se lo tomaría bien, así que se limitó a decir que un tipo malo lo hizo perder su ojo; sus nuevos amiguitos se entristecieron, y le preguntaron si ahora estaba bien, el príncipe les respondió que sí lo estaba, pero aun así algunos de ellos lo abrazaron, esa sensación era reconfortante y adictiva.
Crepus respiraba con alivio afuera del salón, por suerte su bebé estaba bien y no había señales de que Barbatos se encontrase cerca; pretendió irse para al menos ver la última parte del entrenamiento de Diluc, pero Kaeya salió de la sala de clases con los demás niños, y lo vio antes de que pudiera irse. El niño exclamó la palabra "papá" y salió corriendo dejando atrás a sus amigos, el señor Ragnvindr se agachó y abrió los brazos, recibiendo a su bebé cuando saltó hacia ellos; Crepus besó varias veces el rostro de Kaeya y lo estrechó con firmeza durante el abrazo, los niños miraban confundidos al padre y al hijo.
-¿Ese es tu papá? - preguntó un niño ladeando la cabeza.
-¿Por qué no se parecen? - se preguntó otra niña, el señor Ragnvindr se sintió incómodo.
-Kaeya se parece a su madre - respondió Crepus, lo cual era en parte mentira pues su madre a pesar de compartir el color del cabello, poseía una piel y ojos más claros que los del príncipe.
-No se parecen en nada... - comentaron otros niños bajando la voz.
-¿Podemos ver a tu mami? - le preguntó una niña al príncipe, que desvío la mirada con dolor.
-Lo siento... Pero ella ya no está con nosotros - dijo el señor Ragnvindr cada vez más incómodo.
-¿Qué le pasó? - preguntó otra niña, Kaeya empezó a sentirse muy mal.
-La mujer del parche...
-Falleció - dijo Crepus de forma cortante, los niños se miraron, ya tenían algo de consciencia sobre lo que era morir, pero no sabían tanto de eso como el príncipe.
-Lo siento mucho... - susurró una niña cuando los demás no supieron que decir.
-Niños ¿Podrían dejarnos solos? Quiero hablar con mi hijo en privado - les pidió el señor Ragnvindr, los niños se miraron con preocupación, pero se sintieron forzados a obedecer, salvo una de las niñas que se quedó parada observando a Kaeya con lástima; Crepus le hizo una señal con la mano para que se esfumara, sin ánimos de parecer intimidante o desagradable; cuando la niña se fue, tomó suavemente los hombros de su hijo y lo miró a los ojos - ¿Te encuentras bien?
-Papá, él estuvo aquí - le confirmó Kaeya recordando con miedo al rey, el señor Ragnvindr le tomó las mejillas con una suave caricia de preocupación.
-¿Te lastimó? - preguntó Crepus, el príncipe bajó la mirada y desabotonó la manga de su camisa para subirla por su brazo, y así poder enseñarle a su padre las marcas rojas de las uñas de Venti - maldición...
-Tengo miedo de que vuelva... - dijo Kaeya afligido, bajando la manga de su camisa para esconder sus heridas.
-Tranquilo, voy a pedirle a alguno de los guardias que vaya a buscarme cada vez que el rey venga, no estaré lejos - le prometió, el príncipe seguía cabizbajo y desconfiado de que fuese a funcionar - no podemos dejar que arruine tu experiencia en esta escuela.
-Papá... el rey me dijo cosas muy malas... - murmuró Kaeya, Crepus lo abrazó cálidamente, con la intensión de darle calma.
-Me lo imagino...
-Me dijo que me mataría, y que me cortaría en pedacitos para comerme - le explicó el príncipe, su padre adoptivo chirrió los dientes conteniendo la ira.
-Maldito enfermo... no me importa cuántos caballeros tenga a su alrededor, si vuelve a tocarte un solo pelo, yo... - gruñó el señor Ragnvindr sosteniendo la cabeza de su bebé protectoramente; Kaeya comenzó a sentirse muy nervioso, recordando también algo más de su conversación con Barbatos.
-No papá, no pelees con él por favor - le pidió el niño temblando, una vez más sentía el comienzo del pánico que brotaba en su interior cada vez que el rey se le acercaba, y su padre no entendió porque le pedía que no luchara contra Venti.
-¿Por qué no? Ya no puedo soportarlo más, no puedo dejar que te lastime otra vez - dijo Crepus, entonces Kaeya empezó a llorar y gimotear con miedo - no llores mi amor...
-El rey dijo que te mataría... no lo hagas por favor, si peleas con él... - decía el niño entre su llanto, el señor Ragnvindr abrió los ojos de par en par, desconcertado por oír una amenaza como esa, supuestamente salida de la boca del mismo monarca de Mondstadt.
-Lo dijo para asustarte, él no se atrevería, estoy seguro - pronunció Crepus solo para tranquilizarlo, pues en el fondo estaba asustado y furioso por dicha amenaza.
-No quiero que te mate... no quiero... - susurraba Kaeya llorando desesperanzado, su padre le tocó las mejillas suavemente, desde lo ocurrido con su ojo, no podían tener paz cada vez que salía el tema de Venti a colación.
-Mírame a los ojos amor - le pidió el señor Ragnvindr a su hijo, el príncipe abrió su ojo para contemplar el rostro de su amado padre, las lágrimas hacían que se viera borroso - no pasará nada, te lo prometo, yo estaré bien, y tu también lo estarás ¿De acuerdo?
-De acuerdo... - murmuró inseguro, Crepus le secó las lágrimas con su pañuelo, mas no podía borrar la expresión triste de Kaeya.
-Todo estará bien, no pasará nada, aquí serás feliz y aprenderás muchas cosas ¿Verdad? - dijo el señor Ragnvindr tocando las mejillas de su bebé, que le sonrió timidamente.
-Quiero aprender mucho... - susurró el príncipe abrazando la cabeza de su padre adoptivo, y dándole un beso en la frente; entonces vino a su mente lo que le dijo la profesora en el primer módulo, y su rostro volvió a iluminarse con ilusión - muchas gracias papá.
-No me lo agradezcas, vine aquí apenas supe que Barbatos visitó este lugar, no podía dejar que te amargara el día, era mi deber hacer algo - le explicó Crepus, Kaeya se sintió extrañado, no tenía mucho sentido que su padre contratara un maestro de refuerzo para reconfortarlo antes de siquiera saber que Venti vino a hacerle daño.
-Me refería a las clases de refuerzo - dijo el príncipe, el señor Ragnvindr no comprendió.
-¿Clases de refuerzo?
-La maestra me dijo que le pediste a otro maestro que me diera clases de refuerzo - le explicó el niño, eso solo confundió más a Crepus, hasta que tuvo una corazonada que lo hizo helarse.
-¿Clases con un maestro particular?
-Sí, después de que mis compañeros se vayan a casa - reafirmó Kaeya, su padre se tensó, sin embargo no quiso alarmar a su hijo diciéndole que algo andaba mal, ya que se le vino a la mente un plan.
-¿Te dijeron en que salón te darían esa clase?
Finalmente llegó la hora de visitar la academia militar, Barbatos podía lucirse causando ternura en las otras escuelas usando a los hijos de Morax en su favor, pero allí tendría que usar otros métodos para impresionar a las nuevas generaciones, por lo tanto le propuso a Alatus dejar a su hermanita con la alquimista, para darles un espectáculo diferente a los estudiantes de esgrima y defensa personal. El joven príncipe ya había dejado de lado su sobreprotección, y estaba completamente enfocado en obedecer a Venti para demostrarle de lo que era capaz, y así llamar su atención; el monarca le pidió a los instructores de la academia que prepararan un circuito donde él y el heredero de Liyue demostrarían su dominio armamentístico, Alatus aún era muy pequeño, así que le entregaron una lanza de madera en vez de las que acostumbraba usar en su tierra natal, más grandes que él mismo.
Entonces Barbatos y el joven príncipe de Liyue corrieron en la zona de entrenamiento, saltando obstáculos y enfrentando "enemigos" hechos de madera, Venti atinó todas las flechas a las cabezas, y el pequeño Alatus, a pesar de no llevar un arma de verdad, derribó 3 de ellos con su lanza de madera. Los jóvenes alumnos exclamaron con asombro cuando vieron a ese niño de 5 años destruyendo cada blanco con la brutalidad que se esperarían de un veterano; Barbatos se chupó los labios con nerviosismo, cuestionándose si realmente fue buena idea pedirle al primogénito de Morax que lo acompañara; lo estaba opacando mucho.
El rey hizo una seña a un instructor, y este rápidamente tomó un blanco de tiro y lo usó de escudo para su cabeza mientras corría, recibiendo las flechas de Venti en medio de la diana estando en movimiento; Alatus se sintió confuso por esa improvisada adición al circuito, pero asumió que también tenía que apuntarle al círculo. Barbatos se alteró cuando entendió lo que quería hacer su pequeño acompañante, considerando la fuerza de ese niño, su lanza no solo destrozaría el blanco de tiro, también atravesaría la cabeza del instructor; rápidamente el monarca corrió hacia la trayectoria de la lanza, y antes de que se concretase el escabroso final de ese "espectáculo", tomó con una mano la lanza en movimiento y la tiró al piso.
Los alumnos respiraron con alivio mientras Venti se acercaba severamente a Alatus, cruzado de brazos y más serio que de costumbre; entonces procedió a regañar al príncipe, sin insultos, pero diciéndole que debía aprender a controlarse porque no estaban en un campo de batalla real, y que estuvo a punto de provocar un gravísimo accidente. Alatus lo miró arrepentido e hizo una reverencia de disculpas, jurándole que no volvería a cometer el mismo error una vez más; no lo hacía como un niño llorón que se disculpaba por una travesura, lo hacía como un soldado, a Barbatos no dejaba de sorprenderle lo obediente y aguerrido que era ese niño, había algo en él que le resultaba muy llamativo, y útil.
Luego Venti tocó el hombro de Alatus, y le dijo que seguramente a futuro sería un excelente general si seguía aprendiendo; los ojos del príncipe brillaron con fervor, fue la misma experiencia que vivió en el escenario de la academia de Bellas Artes, miles de mariposas revoloteaban en su estómago mientras veía embobado el rostro de Barbatos. El monarca le sonrió y luego le dio la espalda, al príncipe le costó salir de su trance, hasta que lo vio algunos metros a la distancia y reaccionó, empezando a correr para alcanzarlo; pronto se posicionó a su lado y recuperó la compostura, para acompañarlo mientras saludaba de cerca a los nuevos alumnos.
Cuando el rey saludó a todos los niños, se dio cuenta de algo, a lo lejos, sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared, se encontraba Diluc Ragnvindr, mirando hacia abajo pensativo y melancólico; Venti sonrió por un segundo, y se dirigió hacia el niño sin decir nada, Alatus continuó siguiéndolo dócilmente, llegando juntos al lado de Diluc. Barbatos se quedó parado delante de él, Diluc apartó la mirada con molestia y tristeza, por lo que el monarca se sentó en silencio a su lado; Alatus se quedó de pie junto a ellos, preguntándose porque Venti estaba interesado en acompañar a ese niño.
-¿Por qué esa cara larga? - le preguntó el rey a Diluc, el muchacho arrugó las cejas y mantuvo apartada la mirada.
-Lo siento majestad, quiero estar solo - respondió Diluc tratando de ser lo más educado posible, después Venti le tocó la espalda para darle su apoyo.
-¿Tuviste un mal inicio de clases?
-No, lo hice bien - dijo el niño, Alatus se cruzó de brazos, un poco enfadado por el hecho de que Barbatos estuviera confortando a alguien aparentemente arisco.
-Entonces ¿Qué te molestó? - insistió el rey, Diluc relajó su expresión, con los ojos brillantes de tristeza.
-Mi padre prometió que vendría a verme entrenar, pero, creo que lo olvidó - le explicó, Venti se tocó la barbilla, sacando acertadas conclusiones.
-Seguro que venía en camino, pero decidió no venir en último momento - dijo Barbatos, Diluc suspiró con rabia y frustración.
-No lo creo, seguro lo olvidó, debe estar muy ocupado - lo justificó Diluc, el soberano de Mondstadt se controló para no sonreír con maldad.
-Lo dudo, lo más probable es que haya venido en camino, pero que luego decidiera volver con Kaeya - pronunció Venti, Diluc miró sus pies muy pensativo.
-¿Por qué iría a verlo? Él no le pidió que lo hiciese.
-Eso también es indescifrable para mí, nunca comprenderé las preferencias paternales - comentó el rey perversamente, el niño abrazó sus rodillas, tenía rencor en su rostro, y eso le fascinaba a Barbatos.
-¿Por qué preferiría estar con Kaeya? Lo que hace ni siquiera es divertido como un duelo de espadas - se preguntaba Diluc, Venti le palpó la espalda para darle ánimos.
-Es muy injusto, tu eres su hijo, su verdadero hijo - dijo el monarca, Diluc levantó un poco la cabeza, pero no lo miró, porque después de todo, sabía de lo que hablaba - ¿Tu eres consciente de que Kaeya es adoptado?
-Sí.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde que lo conocí.
-Ya veo, tienes una buena memoria, eso es muy útil - lo halagó el rey - pero no sabes nada más de él ¿Verdad?
-No.
-Oh, bueno, yo sé toda la historia de Kaeya, aunque puede ser complicada para un niño como tú - pronunció picando la curiosidad de Diluc, que con orgullo levantó el pecho para increparlo.
-Yo entiendo muchas cosas.
-¿Seguro? Porque te lo puedo explicar muy lento para que lo proceses - dijo Barbatos, el niño lo miró con fastidio.
-Cuénteme por favor - le respondió Diluc, Alatus sólo escuchaba sin saber que aportar.
-Bien, antes que todo ¿Sabes qué diferencia hay entre una estrategia militar y una estrategia política? - preguntó Venti, Diluc dudó un poco, sabía las bases de la estrategia militar por las clases con su tutor, pero no tenía idea alguna sobre política - por tu carita deduzco que no.
-¿Cuál es la diferencia?
-Cuando tú creas una estrategia militar, lo haces pensando en los movimientos militares de tu enemigo, si atacarán en ese sitio, si dividirán las tropas, o cuántos de ellos serán. Para las estrategias políticas necesitas de esto - dijo apuntándose la cabeza, Diluc se cruzó de brazos seriamente.
-¿Acaso no se necesita también "eso" para las estrategias militares? - lo cuestionó Diluc, Alatus abrió los ojos y movió la cabeza como diciendo "es un buen punto"; Barbatos por su parte contuvo los deseos de insultar al niño, escondiendo sus verdaderas emociones detrás de su característica sonrisa.
-Claro, en ambos casos se necesita ser muy listo, pero en las estrategias políticas no estás atacando directamente al ejército enemigo, estas atacando al que gobierna a ese ejército con algo que no le conviene, por ejemplo, poner un espía entre su pueblo para manchar su nombre y sembrar el descontento en su contra.
-Suena poco honorable.
-Vaya, pero es lo que se debe hacer, para ganar una guerra no solo dependes de tu ejército, dependes de tus recursos y de debilitar a tu enemigo por todos los medios posibles.
-Sí, es cierto.
-Mi padre dice que un ejército se vuelve inútil si tus reservas de mora están vacías - se atrevió a decir Alatus refiriéndose a las monedas de oro que se manejaban en el continente.
-Así que, aunque sea muy divertido pelear, no lo es todo para ganar - concluyó el rey acariciando la mejilla de Diluc, el príncipe Alatus resopló celoso.
-¿Que tiene que ver eso con Kaeya?
-Bueno... Kaeya es parte de una estrategia política ¿Sabes cuál es su verdadero nombre?
-No...
-Su nombre es Kaeya Alberich, príncipe de Khaenri'ah - reveló el monarca, Diluc abrió los ojos asombrado, recordaba haber escuchado a su tutor y a algunos caballeros de Favonius decirle "príncipe" a su hermanastro, y ahora cobraba sentido.
-¿De Khaenri'ah?
-Tiempo atrás, Snezhnaya y Khaenri'ah firmaron un acuerdo de colaboración, en secreto. Básicamente querían aliarse para derribar por completo a Mondstadt y Liyue, después de todo, habría sido injusto numéricamente, los de Snezhnaya ya son suficientes para enfrentarnos - le explicó Barbatos, Diluc intentaba procesar esa información, mientras que Alatus mostraba odio en su rostro cuando escuchó los nombres de Khaenri'ah y Snezhnaya.
-Ya quiero crecer para unirme a los Yakshas... - murmuró Alatus con rencor, mencionando una división de élite del ejército de Liyue a la cual deseaba pertenecer.
-¿Kaeya es hijo del rey de Khaenri'ah?
-Así es, años atrás yo y el emperador Morax enviamos un escuadrón a Khaenri'ah para traer al príncipe a nuestro lado del mundo. De esa forma evitamos que el rey Alberich cediera sus tropas a la zarina de Snezhnaya - continuó explicando Venti, suavizando su lenguaje para no usar las palabras "secuestro" y "extorsión".
-¿Por qué no lo hicieron?... - se preguntó Diluc sin poder procesar tanta información, Alatus también estaba confundido.
-¿Sabes por qué a veces me he visto en la obligación de castigar a Kaeya? - cuestionó el rey, el niño lo observó preocupado.
-¿Por qué?
-Traje a Kaeya a Mondstadt para que su padre no nos atacara, pero este aun así sigue conspirando en nuestra contra. Cada vez que intenta algo, y lo descubrimos, quien paga las consecuencias es el pobre Kaeya, porque es la única forma de hacer retroceder a su padre.
-¿Usted manda a que golpeen a Kaeya cuando Mondstadt está en peligro? - preguntó Diluc, Alatus se sobresaltó, eso sonaba algo cruel.
-Por desgracia, sí. Pero, el príncipe de Khaenri'ah no sufriría si su padre desistiera, o sea... que cada vez que Kaeya sufre, no es porque yo quiera que sufra, es porque su padre no se preocupa por él - decía el rey fingiendo lástima, Diluc se levantó de la impresión, y miró el piso pensando en su hermanastro.
-¿El padre de Kaeya no lo ama?
-Creo que no.
-¿Kaeya lo sabe?
-No, Kaeya cree que su verdadero padre es tu padre, el maestro Crepus.
-¿Mi padre lo sabe?
-Obviamente, cuando Kaeya arribó en Liyue, le pedí al maestro Crepus que cuidara de él, porque sabía que le daría un buen hogar. Aunque nunca creí que llegaría a congeniar mejor con el príncipe que con su verdadero hijo - pronunciaba Barbatos ocultando el cinismo, Diluc se entristeció.
-Mi padre me dijo que éramos hermanos...
-Bueno, tristemente no lo son, Kaeya no es un Ragnvindr, es un Alberich, su verdadero padre sigue vivo al otro lado del océano, así que, en realidad ustedes no son hermanos - dijo Venti, Diluc se sentía extraño, confundido, pero también, inusualmente aliviado cuando pensaba que no era hermano de Kaeya.
-Aunque, era obvio, no nos parecemos en nada.
-Sí, no tienen ningún parecido, aunque los dos son lindos a su modo - comentó el rey revolviendo el cabello de Diluc; el niño se quedó pensando en eso, en el hecho de que Kaeya era muy lindo.
-Cuando la guerra acabe ¿Kaeya volverá a Khaenri'ah? - le preguntó algo asustado, Alatus estaba serio, pensando cosas poco naturales para alguien de su edad, como que él no dejaría que el tal Kaeya regresara vivo a Khaenri'ah, tratándose del hijo del enemigo.
-¿No lo matarán? - preguntó Alatus, y Diluc se sobresaltó con desconcierto.
-Todo dependerá ¿A ti te importaría que Kaeya muriera después de la guerra? - preguntó el rey, Diluc se horrorizó.
-No quiero que Kaeya muera, no será mi hermano, pero es mi amigo.
-Ya veo... aunque, perdona que te lo pregunte ¿Pero por qué lo es? - lo hizo cuestionarse Barbatos, Alatus también vio fijamente a Diluc, preguntándose lo mismo.
-Jugamos juntos, y a veces nos llevamos bien...
-¿"A veces"? - pronunció el monarca fingiendo sorpresa, Diluc agachó la cabeza confuso - ¿No te molesta que te quite a tu papá?
-No lo hace con mala intención.
-Supongo que no, pero, mis caballeros me han informado que suele ser muy mimado y molesto contigo ¿Eso es verdad?
-Es su forma de ser...
-No suena agradable.
-Nada agradable - complementó Alatus, no sabía quién era ese tal Kaeya, pero ya empezaba a odiarlo.
-¡Pero también puede serlo!
-De acuerdo, pero yo solo digo, que si algo de lo que haga el príncipe te molesta o te hace sentir mal, no dudes en defenderte. No debes dejar pasar los malos tratos, menos viniendo de un Alberich.
-No lo haré.
-Muy bien dicho - Venti sonrió y agarró suavemente las mejillas de Diluc con orgullo - ¿Te sientes mejor a cómo te sentías antes?
-Sí, un poco mejor.
-Me alegro muchísimo, aunque, cuando llegues a tu residencia temporal, no olvides preguntarle al maestro Crepus donde estaba, te debe una explicación después de todo. Las promesas no pueden romperse.
Al quedar tan solo unos minutos para que los niños de la academia de Bellas Artes salieran de sus clases, el señor Ragnvindr caminó junto al director de la escuela rumbo a uno de los salones de la primera planta; le había informado que una persona había mentido al resto de los profesores, diciéndoles que él había solicitado clases de refuerzo para su hijo, cosa que jamás hizo. El director comentó que eso sonaba muy grave, pues nadie tenía derecho a poner palabras en su boca, Crepus omitió decirle que ese mentiroso era el rey, y que lo estaba conduciendo a ese salón para atraparlo con las manos en la masa cuando quisiera atormentar a su bebé, de esa forma tendría un testigo que le diría a toda la ciudad de lo que era capaz Barbatos.
Ambos se metieron a la habitación, el señor Ragnvindr le pidió al director que se escondiera junto a él en un mueble donde se guardaban instrumentos de gran tamaño, para que observasen juntos lo que planeaba el mentiroso. Kaeya llegó corriendo al salón cargando su violín, Crepus lo observó desde su escondite, le rompía el corazón verlo tan ilusionado, pero debía dejarlo asustarse un poco para descubrir a Venti, y así romper la reputación del rey cuando otros supieran que le gustaba lastimar a un inocente niño por puro gusto.
Fue muy extraño ver que quien entró después de Kaeya no fue Barbatos, ni algún caballero de Favonius, sino un simple profesor particular que se presentó amablemente como Hassel; el director y el señor Ragnvindr se miraron, sospechando algo. Hassel le pidió sonriente al príncipe que tomase asiento y comenzara a afinar su violín; mientras el niño estaba distraído con su instrumento, el profesor disimuladamente cerró la puerta con llave, y fue hasta la parte trasera donde estaban los ventanales, para cerrar las cortinas.
Crepus empezó a sentirse nervioso, una corazonada le decía que saliera de inmediato de su escondite, pero él y el director querían saber que estaba tramando ese tutor; Hassel volvió junto a Kaeya y le pidió que se levantara, este obedeció mirando su violín con una dulce sonrisa, hasta que dio un respingo cuando su profesor posó una mano en su parte trasera, palpando suavemente. El director abrió los ojos pasmado, y el señor Ragnvindr se quedó congelado, los nervios no lo dejaron reaccionar apropiadamente; el tutor comentó que Kaeya era muy muy lindo, pero que tal vez eso no le bastaría para ser un buen músico.
El niño estaba demasiado incómodo, pero también le dolió en el orgullo que le dijeran que no podría ser bueno en lo que se propusiera, por lo que le pidió al maestro que le enseñase, porque realmente quería aprender; Hassel sonrió y se lamió los labios, entonces acarició la boca del niño con su dedo índice, presionando para intentar meterlo adentro. Kaeya apartó la cabeza con incomodidad, y su maestro se cruzó de brazos, regañándolo por no saber obedecer, otra característica que según él le jugaría en contra.
El director y Crepus temblaron con rabia cuando Hassel deslizó su mano completa desde el pecho hasta la entrepierna del niño, recordándole que la belleza no lo era todo para obtener resultados; entonces el profesor tomó asiento con las piernas abiertas, e invitó al príncipe a sentarse en su regazo, saboreando su infantil cuerpo con los ojos. Kaeya miró hacia atrás, desconfiado, incómodo y con un muy mal presentimiento, su padre adoptivo quiso salir del armario, pero el director le tomó un brazo, susurrándole que necesitaban una prueba todavía más contundente para acusar a ese tipo.
El príncipe se sintió obligado a obedecer, caminando con su violín en las manos para sentarse entre las piernas del tutor, quien le indicó que empezara a hacer música con el instrumento; mientras Kaeya tocaba su violín sin formar una clara melodía, Hassel tocó su estómago, cosa que lo hizo sobresaltar. Entonces recibió otro regaño, pues según el profesor, un buen músico no debía dejar de tocar por cualquier distracción, y que ahora lo que tenía que hacer era continuar a pesar de las distracciones que él iba a crear.
El pequeño temblaba asustado, pero convencido de que tenía que hacerle caso para ser un buen músico; entonces siguió tocando el violín mientras Hassel subía su camisa para sentir la suave piel blanda de su estómago, subiendo una mano, y bajando la otra. Antes de que una mano se adentrara más allá del estómago, y la otra terminara de desabotonar los pantalones de Kaeya, el director soltó súbitamente el brazo del señor Ragnvindr, que salió hecho una bestia del armario de los instrumentos, corriendo para darle un fuerte puñetazo en la quijada al maestro.
El director salió corriendo hacia la puerta y abrió el seguro para luego llamar al resto de los profesores y a los conserjes; Kaeya se había levantado de un salto y se apartó llorando aterrado mientras su padre y Hassel se peleaban a golpes como unas fieras. El príncipe restregó su ojo al dejar salir su llanto de miedo, rogándole a su papá y al profesor que se detuvieran, que ya dejaran de pegarse, pues Crepus y el tutor no estaban midiendo ni un poco la fuerza de sus golpes, salpicando sangre en el piso; el menos aventajado era Hassel, que no dejaba de recibir de lleno los iracundos puñetazos del señor Ragnvindr en su rostro, perdiendo varios dientes.
Muchos trabajadores de la academia entraron al salón, el director corrió a abrazar a Kaeya mientras esas personas trataban de detener a Crepus, que había tirado al suelo al profesor para seguir rompiéndole los dientes a golpes, descontrolado totalmente por la rabia. El príncipe temblaba llorando a mares entre los brazos del director, tapándose los oídos con las dos manos para no oír más gritos, insultos y golpes, que lo hacían sentir aterrado reviviendo memorias de toda aquella gente que vio morir frente a sus ojos.
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