Capítulo 8
Capítulo 8
Bienvenida a Quarr
Quarr era una urbe muy pequeña a comparación de otras enormes megalópolis del continente, pero si había algo en lo que se destacaba del resto de pueblos y ciudades, era en su perfecta división. Para Quarrianos tanto como para forasteros, perderse no resultaba una opción.
El hecho de pasar unos cuantos días ya era suficiente para recorrerla por completo, orientarse y memorizar cada una de sus áreas. Algo que Zerafina agradeció bastante en su interior. Ella había pasado gran parte de su vida en estas tierras, pero al marcharse, había olvidado mucho del esquema mental que ella misma tenía de su querida Quarr.
Al venir en el barco, lo único que sabía era que ella vivía en los barrios altos de las colinas —la zona más adinerada—, y que sus amigos, por lo contrario, eran de los barrios más humildes.
Kaiza y Zekken tenían viviendas cercanas en los suburbios del centro, allí convivía un rejunte de zonas comerciales y obreras, en dónde las construcciones estrechas y aglomeradas entre sí eran el atractivo visual local, claro, si se era capaz de ignorar por completo las zonas descampadas y las villas cercanas al bosque, pero eso son solo detalles.
Por otro lado, se encontraba la zona de pescadores en la bahía. Un lugar cómo ningún otro. De las bahías más estrechas y pequeñas jamás vistas en el mundo. Allí las reglas eran impuestas por el propio gremio de pescadores y se trataba de una zona que parecía pacífica de día, pero que por la noche era un cono de siniestra oscuridad a la que ninguna persona —forastera, aclaremos— tendría ni un poco de ganas de visitar: y aquí vivía su mejor amigo, Dante.
Al mapa mental de Zerafina, también había que agregarle distintas localizaciones interesantes, que ellos, cuando eran cuatro pequeñajos ansiosos de aventuras y buscando saciar una poderosa sed de descubrimientos, visitaban una y otra vez: el inhóspito y misterioso bosque de Quarr; muy cercano a este, la cueva minera —ahora convertida en una discoteca—; luego, hacia la costa norte se hallaba el puerto —lugar donde ella había arribado por la tarde—, pero, y de todos ellos, una de las zonas más extrañas, cautivadoras, mágicas, y que ella, desde niña, siempre recordaba, se hallaba por la costa sur. Sopesando la bahía, y delimitado como una zona de acceso prohibido para el público, se encontraba, ni más ni menos, que el famoso cementerio de barcos en las playas abandonadas del sur. Hogar de su guarida.
Para la rubia, el recorrer esas distancias eran tareas en extremo abrumadoras cuando su edad no superaba las dos cifras, y se sorprendió gratamente, al descubrir que recorrer el «extenso» oeste a sur de Quarr, no les demoraba mucho más de una hora a pie.
Sus piernas se tensaron al momento del descenso por la pradera. La playa sur podía apreciarse en su totalidad desde aquel punto alto: los centenares de barcos allí, descansando de toda una vida de diversas y mágicas aventuras en el mar, eran ahora una pintura al óleo de montones apilados de basura, y colosales estructuras de chapas pútridas, oxidadas y despedazadas. A veces, en la podredumbre puede convivir una belleza incomprendida: eso era este cementerio.
Una valla alta de una red metálica surcaba el perímetro de la playa, separándola del resto de Quarr. Pasar hacia esos terrenos privatizados se encontraba totalmente prohibido por una ley que nadie, ni siquiera el gobierno, se preocupaba por ver si se cumplía o no.
La valla tenía un enorme hueco que alguien, en algún momento de su vida, había abierto y no se había molestado en cerrar. El camino que Dante y sus amigos hacían, ya se encontraba marcado por sus propias huellas a lo largo de los años, en dónde la tierra presentaba una tonalidad más árida y el césped ya no crecía.
Pasaron la verja sin problemas, y su camino, repleto de risas, anécdotas divertidas, recuerdos del pasado, y muchas bromas, prosiguió.
Pero por desgracia, todo alguna vez tiene que terminar, y eso fue lo que descubrieron cuando la botella que Kaiza había «adquirido» para brindarle más color y risas a su largo viaje, se encontraba al borde de su destino final.
Fue Zekken quien la asesinó con un último y largo trago.
—¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! ¡Colorón Colorodo! ¡El botellón se ha acabado! —dijo el joven moreno, colgando del hombro de Dante, derrapando y exagerando cada palabra que salía de su boca con hedor a chocovino.
—¡Hey, Kaizy! ¿No tienes otra botella por ahí? —le preguntó Dante. Colgándose del hombro de su peli violeta amiga, mientras Zekken, todavía se colgaba del suyo.
—No, mi querido. ¡Les dije que teníamos que comprar más cuando pasamos por el centro! —Ahora fue ella la que se colgó del hombro de Zera, mientras Dante colgaba de su hombro y Zekken del hombro de Dante—. Zera yo se los dije. ¿Verdad que se los dije?
Zerafina ni siquiera se inmutó por ser el pilar de sostén de tres locos ebrios, sonrió, abrazó a su amiga, y siguieron caminando como si nada.
—Si, yo la escuché. Y me ofrecí a pagar...—contestó la rubia—, pero Dante no quiso.
—¡Y sigo sin querer! ¡Yo quiero pagar!
—¡No! —dijo Zekken—. ¡Tú eres el que cumple años! ¡Kaizy tiene que pagar!
—¡Los dos, Zekken! —dijo Kaiza, molesta—. ¡Los dos tenemos que pagar!
—Y fue por esta eterna discusión que no compramos nada, chicos... —dijo Zera tentada.
—Es verdad —dijo Dante, luego se separó del grupo y se volteó—. ¡Hay que volver y comprar más!
—¿Quieres volver? —preguntó Kaiza, ya estaba demasiado agotada—. ¡Pero ya casi llegamos!
—La chica tiene razón, Dan —dijo Zekk.
—Pero yo sí quiero seguir bebiendo —dijo Zera divertida—. ¿Tienen tocadiscos en el refugio? ¡Quiero bailar!
—La otra chica tiene razón, Dan.
—No. El tocadiscos se rompió —espetó Dante—. Tampoco tenemos música... ¡Hey! ¿Y si buscamos el equipo de mi casa? No está tan lejos.
—¡Tu casa está igual de lejos que el centro! —dijo Kaiza.
—La otra-otra chica tiene razón, Dan.
—¿Tienes DJ Dragón rojo? —preguntó Zerafina—. Alguien me dijo que su música es genial. Quiero bailar...
—La otra-otra-otra chica tiene razón, Dan.
Tanto Zerafina, como Kaiza y Zekken permanecieron en silencio durante unos momentos. Había algo extraño. Por más tonterías que dijeran, siempre esperaban a Dante para que hiciera algún bocadillo, o algún remate, pero en este momento, su atención estaba ida. De repente, ya no los miraba y su rostro parecía estar concentrándose en otra cosa.
Kaiza se arrimó. Lo vio absorto. Cómo si estuviese suspendido en un estado de concentración absoluta. Su mirada apuntaba al suelo y su semblante era rígido, como si quisiera prestar atención a algo que nadie más allí estaba pudiendo captar.
—¿Qué pasa, Dan? —preguntó la peli violeta finalmente.
—Ese sonido... ¿Lo escuchan?
Inmediatamente, todos supieron hacia dónde depositar su atención: algún ruido fuera de lo común. Todos optaron por emular a Dante, se concentraron, hasta que, finalmente, acordaron que había algo que parecía... resonar a la distancia.
—¿Eso es... música? —preguntó Zekken.
—Si... no parece muy lejos.
—Shhhh... —ordenó la rubia. Luego alzó la mirada y apuntó hacia la playa—. ¡Viene de allá! ¿Qué hay allá? ¡No me digas que...!
—¿De allá? —Dante avanzó unos pasos y una poderosa revelación se le presentó a la mente—. ¡Nuestro refugio!
—¡¿Nuestra guarida?! —espeto Kaiza, su semblante se tornó más blanco que lo usual.
—¿Alguien sabía de la guarida además de nosotros? —preguntó Zera, atemorizada.
—No... —Dante hervía en rabia. Cerró sus puños y enfocó una mirada enraizada en odio—. ¡Vamos! ¡Hay que ver quién está detrás de esto!
El grupo entero, revitalizado por la urgencia de descubrir a los responsables de tan vil acto de usurpación, emprendieron una feroz carrera por la costa.
—¡Mierda! —exclamó Zekk hacia el cielo, mientras saltaba por un lavarropas destrozado que había embutido en la arena—. ¡Como alguien esté montando una fiesta en nuestro refugio, los mataré!
—Vamos, Zekk —dijo Kaiza—. Sabíamos que esto podía pasar algún día...
—¡Te dije que teníamos que instalar medidas de seguridad! —dijo Zekken, acelerando el paso.
—¿Y qué íbamos a hacer? —dijo Dante—. ¿Poner detectores de movimiento? ¡Por algo elegimos un lugar con un acceso difícil!
Su refugio se encontraba metido dentro de un barco pirata de antaño de enormes proporciones. La estructura se hallaba deteriorada, pero firme como una roca, embutida en la arena, y apenas con una muy ligera inclinación. El barco se había roto por la mitad, la proa y la popa se habían separado en algún momento, pero el mástil principal increíblemente permanecía intacto, firme, y apuntando a las estrellas.
Al llegar al casco exterior de la zona de popa del barco, todos vieron, con ojos empapados en sorpresa, que la enorme plaqueta de metal, de tres metros por dos, que usaban como puerta secreta hacia su interior, se encontraba totalmente abierta. No había duda alguna, la música venía del camarote principal.
—¡No! —Zekken ingresó primero, y fue directo a las escaleras de mano que él mismo había montado para acceder a la zona superior—. Juro que mataré a los responsables. ¡A todos!
—Este lugar pasó años escondido... ¡No puedo creer que lo hayan descubierto! —exclamó Kaiza, furiosa.
—¡¿Y justo cuando llego yo?! ¡No es justo! —dijo Zera.
Cuando llegaron a la zona superior del barco, atravesaron otro hueco que los conectó con la cubierta principal al aire libre. Descendieron por unos escalones de madera de la zona derecha, y atravesaron un puente de madera y materiales reciclados —que los cuatro habían fabricado con sus propias manos para pasar con total seguridad de un extremo del barco al otro—, y finalmente, se encontraron frente a las puertas del camarote principal: las puertas de su refugio.
—Esperen... —advirtió Zerafina frenando la marcha—. ¿Están seguros de que no tenemos que tener un plan antes de entrar?
—¡Mi plan es fácil! ¡Voy a asesinar al responsable de usurpar nuestro territorio! —Zekken estaba hirviendo en ira. Y no lo pensó dos veces, abrió la puerta del camarote de lleno y con total brusquedad. Y se arrepintió un poco en su interior, después de todo, esa continuaba siendo su guarida.
Los cuatro ingresaron, y adentro, se encontraron con el peor de los panoramas posibles: indudablemente habían sido usurpados. La música se emitía por parlantes —que no eran de ninguno de ellos—, y que medían más de un metro de largo, ubicadas en los rincones. Emitían música en altas y exorbitantes frecuencias, como si no hubiese un ayer, un hoy, y mucho menos, un mañana. El sonido era tan fuerte, que la línea entre la escucha y la tortura era, dentro de esas cuatro paredes de tablones de madera, muy, muy delgada.
El camarote —o su fuerte—, no era especialmente un lugar muy amplio. Desde siempre había sido un sitio en el cual pasar extensos ratos entre amigos, y como ellos por lo general no superaban las cifras que una sola mano podía ser capaz de contar, ver un cúmulo de entre ocho y diez individuos desconocidos, recorriendo sus dominios, toqueteando sus cosas, bailando y tomando sin control alguno, resultaba un shock visual brutal para el cuarteto de amigos.
Dante hizo un paso al frente, con el corazón en la garganta, y ahogando un suspiro con su propio puño, vio como unos inadaptados osaban juguetear en su mesa de billar.
Zekken se sintió invadido, violado, ultrajado, y una punzada aguda se materializó en lo más profundo e interno de la boca de su estómago: no eran dos, —ni siquiera cuatro, en el peor de los casos—, sino que eran seis. ¡Seis nalgas apestosas se reposaban sobre uno solo de sus puff! Que ahora parecía más una piñata desinflada, pidiendo a gritos una muerte inmediata.
Kaiza Shyler era una chica simpática, divertida, un poco alocada y muy comprensiva. Pero en dónde alguien lograba tocarle las narices, la fiera se desataba, y no existía poder humano, Binamon, o mágico que pudiera frenarla.
Su más reciente adquisición: la silla de barbería. Retapizada, pulida, limpiada y pintada por ella misma, para brindarle su toque único, era el objeto de diversión de unos desconocidos que no tenían ni la más pálida idea, de que, si seguían sacudiendo la manivela de ajuste de altura como si se tratara de un plumero, podría romperse en cualquier instante.
Todo era un caos absoluto, pero fue Zekken quien tomó la voz cantora y actuó: se acercó a los fusibles junto a la puerta —que él se había tomado las molestias de instalar, con muchísimos ensayos y errores detrás de sus hombros—, y lo apagó todo.
La música menguó, las luces se disiparon al instante, y por consiguiente, los murmullos de incertidumbre se acrecentaron. Poco después, el joven volvió a restablecer la energía, solo para que pudieran observarle la cara, y él también, a todos los que allí se encontraban. Avanzó con seguridad, mientras absorbía las miradas de cada usurpador de su guarida.
—¡¿Quién mierda son todos ustedes?! —gritó—. ¿¡Y qué carajo creen que están haciendo?!
Más murmullos, más miradas a los costados, evitativas y culposas. Sabían que habían hecho un mal y nadie se atrevía a plantarle cara. Pero alguien tenía que pagar. Quizás, era evidente que Zekken y sus amigos no podía con todos, pero no tenía por qué apuntar tan elevado. Con tan solo ubicar a un responsable. A un portavoz... eso sería suficiente. Él pagaría...
—¡¿Quién es el responsable de usurpar nuestro refugio?! ¡Quiero que de la puta cara! —Se sintió enorme. Se sintió poderosamente indestructible. Quizás era la adrenalina, o la irracionalidad de su ira, o el chocovino... pero le gustaba. Zekken apuntó al suelo, para dar dramatismo a su siguiente ultimátum—. ¡Que salga ahora!
Y entonces, una mano temblorosa y aparentemente nerviosa se alzó de entre toda la multitud. Zekken buscó el contacto visual inmediato, avanzó, se aproximó hacia el culpable, y entonces, cuando sus miradas se conectaron, su rostro se petrificó y su piel mutó de tonalidad morocha a blanca, a una velocidad preocupante.
Un segundo después, de sus labios, solamente pudieron salir susurros inaudibles y palabras incoherentes. Por otro lado, Dante, suspiró largo y sostenido. No podía creerlo.
—Casi me matas de un infarto... —dijo el chico, sacudiendo su cabello rojizo mientras relajaba los hombros, un poco más aliviado—. ¿En serio, hermana?
Maya Van-Ranger tomó impulso desde la mesa alta en la que se encontraba sentada y sus pies tocaron, uniformes y a la vez, el suelo. Avanzó con una sonrisita pícara pegada al rostro y los hombros encogidos. Zekken balbuceó al verla pasar a su lado, con ojitos de dragón cachorro empapado, mientras sus ojos apreciaban la perfección personificada en una hembra humana: una hembra humana hermana de su mejor amigo.
—Te juro que lo puedo explicar, hermanito —dijo Maya, tomando a Dante de las manos, en una maniobra eficaz de intento de manipulación fraternal.
—¿Explicar qué? ¿Quién es esta gente? —preguntó él, demostrando, con una mirada seria y serena, una feroz resistencia a los encantos de su hermana.
—¿Me creerías si te dijera que todos te admiran?
—No...
—Ok. Quizás tengamos que hablar afuera...
—No pienso salir afuera, Maya. ¡Este es mi refugio! —Dante se separó de ella—. ¡Es mi guarida! ¡Es mi Dante-cueva!
—¿Perdón? —preguntó Kaiza cruzándose de brazos.
—Ok. Es nuestra... Dante-Kaiza-Zekken-Zera-cueva...
—Voy a ignorar que estoy última en la lista —dijo Zera, cruzándose de brazos.
—Yo no me quejo de la lista —dijo Kaiza, satisfecha—. Pero podría estar primera.
—Da igual, chicas. ¡Es nuestro refugio! No me voy a ningún lado. —apuntó a Maya—. Y no hay nada que hablar. Saca a toda esta gente de aquí. ¡Ya!
—Espera, espera, hombrecito. —Un joven de cabello amarillo alborotado y ropa extravagante de color naranja con detalles en negro se acercó hasta él—. Lo que dice tu hermana es verdad. ¡Ustedes son leyendas para nosotros! ¿Cuándo construyeron esto? ¿A los trece? ¿Catorce?
—A los diez... y nueve, algunos de nosotros.
—Solo tú tenías nueve, Dan —dijo Zekken.
—Ah. ¿Para eso si puedes hablar?
El joven de cabello rubio alborotado sonrió.
—¿Sabes que hacía yo a los diez? ¡Era un completo inútil! ¡Y hoy tengo más de veinte y sigo siéndolo! ¡Este lugar es lo más genial que haya visto jamás! Y lo cuidamos como si fuera nuestro, en serio. Cada vez que venimos limpiamos todo al salir. ¡Incluso te dejamos propinas en la lata de allá!
—Espera... ¿No es la primera vez que vienen aquí? —pregunto la peli violeta.
—No... —contestó Maya apenada—. Los traigo a veces. ¡Y jamás han roto nada! ¡Los obligo a cuidar todo!
—Así que eso resuelve el misterio de las monedas que aparecen mágicamente en la lata —dijo Kaiza, chocando el dorsal de su puño con su palma—. Me alegro mucho que no sea un fantasma.
—Ok. Se terminó. Todos afuera, ahora —espetó Dante—. Maya... nunca vi venir una traición así de tu parte. Debo confesar que me siento muy dolido...
—Espera, hermanito. ¿No podemos hacer una excepción hoy?
—No. Afuera. ¡Todos!
—Tenemos mucho alcohol y buena música —dijo el joven de cabello alborotado mostrando sus dientes en una sonrisa.
—Uh... música. Yo quiero música —dijo Zera, divertida.
—Uh... alcohol. Yo quiero alcohol —dijo Kaiza, divertida.
—Uh... May...
—¡Tú no digas nada, Zekken!
Dante se tomó un momento para meditarlo más en frío. Se reunió con sus tres amigos en un círculo cerrado en dónde todas sus cabezas se tocaban las unas a las otras y lo platicó minuciosamente... al menos con Kaiza y Zera —porque Zekken seguía balbuceando por Maya—, hasta que, por fin, llegaron a una conclusión.
—Muy bien. La tripulación y yo lo hemos reflexionado con suma cautela—comenzó a decir Dante. Su tono jocoso ya delataba su respuesta final—. Y hemos decidido lo siguiente, podrán quedarse, pero con una excepción.
—Claro, hermanito. Lo que tú quieras.
Dante apuntó a Zera con el dedo.
—Esta chica llegó a Quarr hace muy poco. ¡Quiero que sepa de qué somos capaces! ¿¡Fui claro!?
Maya ensanchó su sonrisa al máximo, y el grito al unísono de todos los presentes, hizo temblar los tablones de madera de la cubierta, e inmediatamente, barco se puso en modo fiesta total, pero antes...
—Escucha, querida... —Kaiza tomó la palabra de repente—. Si sigues toqueteando la manivela de esa silla te voy a cortar los dedos.
La aludida quitó su mano de la silla de barbería, y no volvió a sentarse allí en toda la noche, y luego de esa pequeña advertencia pasivo-agresiva de Kaiza, la música, una vez más, estalló en los parlantes.
Dante, Kaiza, Zekken, Zera, y ahora Maya, junto a su numeroso grupo de amigos, arrancaron la noche con tragos que volaron de mano en mano. Jugaron juegos extremos, divertidos, y locos, a partes igualitarias.
Maya y su hermano, almas de la fiesta, y como buenos Van-Ranger que eran, no podían evitar acaparar la atención con sus atrevidas ocurrencias. Como cuando Maya molestó a Zekken llevándolo al baño y saliendo, muy poco después, con sus pantalones. O como cuando Dante llevó al mástil principal del barco esos pantalones de Zekken. Solo para molestarlo. O cuando ambos, le sacaron millares de fotografías a Zekken mientras trepaba al mástil como el gran Bin lo trajo al mundo.
Por su lado, Zerafina la pasó como nunca antes en su vida, y conoció, gracias a todos sus amigos, el verdadero significado de la palabra: disfrutar. Bailó con todos los presentes esa noche, pero su diversión mayor fue junto a su amiga Kaiza. Ambas movían sus caderas prendiendo fuego la pista improvisada del refugio con cada uno de sus movimientos.
Todos la pasaron increíble. Bebieron, bailaron, y se divirtieron durante extensas y largas horas, hasta que finalmente la noche empezó a despedirse, el día tenía todas las intenciones de volver a nacer... y todos los amigos de Maya, junto con ella, decidieron, tras una extensa y divertida jornada de fiesta, marcharse.
Dante fue a despedirse a orillas del puente que unía ambos fragmentos de la cubierta, abrazó a su hermana, o la atajó para que no se cayera al suelo —la línea era muy difusa—. Y ella se marchó agradeciéndole por la noche. Pero el más agradecido fue el joven. Adoraba pasar tiempo con sus seres queridos. Maya y sus amigos, eran todo lo que tenía. Ambos se sonrieron hasta que Maya abandonó, literalmente, la nave.
Dante volvió al camarote: su fiel guarida. Todo estaba patas para arriba. Pero estaba bien. Había sido una noche fantástica que ninguno de los presentes olvidaría jamás, al menos, hasta que otra noche superara a esta. Pero eso estaba muy difícil.
Caminó hacia el centro del camarote, su mirada se desvió hacia un rincón en dónde Zekken descansaba sobre la mesa de billar, arrollado como un niño pequeño —y con sus pantalones puestos, dicho sea de paso—.
Al otro lado de la habitación, Kaiza descansaba plácidamente entre los dos puff de Zekken. Evidentemente, había sido la más rápida en reclamar los cojines más cómodos de todos. Verla dormir plácidamente lo hizo sonreír.
Cuando llegó al centro, junto a una de las paredes, se encontró con un compuesto de cortinas viejas y colchas acomodadas y superpuestas, para formar una cama improvisada, en dónde Zerafina aguardaba la llegada de Dante.
La rubia se hizo a un lado al verlo llegar, brindándole un poco de espacio. El pelirrojo se echó de cabeza y su boca largó un suspiro de agotamiento y extremo cansancio.
Se estiró y ambos colocaron sus cabezas, una junto a la otra. Se voltearon a mirarse y sonrieron.
—¿Cómo estás? —le preguntó Dante.
—Fue la mejor noche de mi vida. Solo... que mi cabeza me pide a gritos un poco de descanso —sonrió ella apenada.
—Te lo mereces. Bienvenida a Quarr, Zera.
—Gracias, Dan. Tú y los demás han sido hermosos conmigo. Me han tratado tan bien que no sé como retribuírselos...
Dante le dio un suave golpecito a su collar con el dedo índice.
—Conmigo ya lo hiciste. Este regalo es lo más increíble que me hayan dado jamás.
—Cuídalo, ¿si? Es muy caro...
—Claro que sí. Al principio pensaba usarlo con mi primer Binamon, una vez que lleguemos a la academia... —Llevó su mirada al techo—. Pero creo que lo haré con el mejor que tenga. El más fuerte de todos. ¡Sería genial hablar con él como estoy hablando contigo!
—Me alegro mucho que te haya gustado —le dijo Zera, regalándole una sonrisa, que para Dante, a esa distancia, era tan bella, como cautivadora.
—Me alegro mucho que te hayas divertido esta noche... —dijo él.
Zerafina cambió de posición. Ya no estaba boca arriba, sino de perfil, mirando de frente a Dante. Él hizo lo mismo y sus rostros quedaron a un palmo extremadamente cercano de distancia.
—Esta noche fue —guardó silencio—, mágica para mí —dijo ella. Dante sonrió—. Y lo que dije antes. Quizás estaba ebria y todo... pero no mentía.
—¿Antes...? ¿En La Cave?
—Sí. La verdad es que solo he besado a dos personas en mi vida. Zerafina es una —sonrió apenada.
Dante se tentó.
—Bueno... —Dante guardó silencio y sonrió de lado—. En tu defensa, yo también he tenido que besar a alguien de este grupo por un juego tonto.
—¿A Zera?
—A Zekken.
Ambos rieron.
—Ahora veo por qué este grupo es tan, extrañamente, unido —bromeó la rubia. Sus largos mechones caían en suaves curvas hacia el suelo. Uno de ellos tapaba su visión y Dante lo apartó con suavidad—. Te extrañé. Digo, obviamente extrañé a todos. Pero a ti... realmente te extrañé. Dante.
Sus miradas eran como dos imanes, imposibles de separarse, y cada vez más, poco a poco, centímetro a centímetro, empezaron a atraerse.
—Yo también te extrañé, Zera. Cada día...
Ambos eran capaces de sentir la respiración del otro. Su calor. Su piel, rozándose. Sus corazones, latiendo con una fuerza abrumadora. Los labios de ambos pedían a gritos el primer encuentro. Dante saboreaba el momento con delicadeza y paciencia. Pero ya no podía más, sus impulsos estaban venciéndole... y a ella también. Ambos se sonrieron, y sus labios, después de toda una noche de diversión, de toda una noche de deseos y miradas furtivas, decidieron que era el momento de darle paso al place...
¡¡Plaff!!
Ambos se separaron bruscamente. Dante no lo comprendió. Algo le había caído a la cara de un segundo a otro, enfriando —hasta de manera literal—, el momento.
Sus dedos recorrieron su rostro. Al tacto, lo que tenía era algo similar a la escarcha. Ese mismo frío que quema al contacto duradero. Sacudió la mano y lo lanzó al suelo. Ahora que lo veía con claridad, realmente, no podía creerlo.
—¿Nieve...? —se preguntó confundido.
En esta época, y mucho menos en la costa, esto sería imposible. Pero Dante no tuvo momento alguno como para razonar lo que fuese que estuviese sucediendo, ya que el grito de Zerafina lo alertó por completo.
—¡El techo! —señaló la rubia.
La parte superior de su guarida no contenía mucho más que unos cuantos focos de luz y una bola de espejos —muy chula—, colgando en su centro. Pero a lo que se refirió Zerafina, fue a la creciente huella de hielo que se encontraba justo sobre sus cabezas.
La huella empezó a consumir los tablones del techo, primero lo hizo con calma y lentitud, pero a medida que su paso devoraba y ganaba más terreno, su hambre se volvía incasable y su velocidad aumentaba. La esfera de espejos fue lo primero en abducir bajo su gélido poder, hasta quedar totalmente envuelta en hielo.
La bola hizo un sonido espantoso, y poco después cayó al suelo, desparramando sus fragmentos de miles de espejos, por toda la habitación. Por suerte, la caída se había dado a una distancia segura. Ni cerca de Kaiza, Zekken o los chicos, pero si algo Dante y Zera tenían en claro ahora mismo, era que había que escapar del refugio cuanto antes.
Los únicos dos despiertos, y lo suficientemente espabilados por la urgencia de la situación, se pusieron manos a la obra. Les bastó con ponerse de acuerdo con una simple frase que, sin practicarlo, pudieron decir al mismo momento, y con la misma urgencia:
—¡Hay que salir de aquí!
Zera fue a socorrer a su amiga Kaiza. Se abalanzó sobre ella, la tomó del brazo y la zarandeó. Mientras tanto, el techo, en su totalidad, ya había mutado de color madera antigua, a los tonos blanco, gris y celeste hielo.
Para empeorar las cosas, las zonas más congeladas empezaban a expandirse y el hielo se abría paso, creciendo hacia el vacío de manera irregular, formando esquirlas, trozos y picos de hielo, que se podrían confundir fácilmente con cristales.
Por otro lado, el reborde de la capa de hielo continuaba su tarea de abducción. Llegó a los muros y descendió a enorme velocidad. Al mismo tiempo y sin reparar en el peligro que los rodeaba, Kaiza se encontraba descansando plácidamente entre los puff, con su cabeza pegada a la pared.
Sintió un poco de frío sobre los hombros y se sacudió, pero sin abandonar el terreno onírico. Zera se hartó. No podía esperar a que despertara, así que tuvo que tomar medidas más agresivas. Sujetó las piernas de su amiga y la arrastró hacia atrás. Uno, para alejarla del muro, y dos, para finalmente despertarla. Kaiza abrió sus ojos, aturdida y confundida.
—¡Despierta! ¡Hay que irnos! —dijo la rubia, intentando espabilarla a base de sacudones violentos.
La peli violeta fue rauda en reaccionar. Sintió la urgencia de su amiga, sintió el frío azotando su cuerpo de repente, pero le bastó con observar a su alrededor para notar que había algo que no estaba nada bien.
—¿Qué es esto...? —preguntó incrédula.
Por desgracia, al otro extremo del refugio, en la zona de la mesa de billar, a Dante no le había tocado un compañero tan avispado que despertar. Zarandeos, sacudones, gritos, y un único resultado: nada.
Como un león al ataque, avanzando sin temor, el hielo seguía creciendo. Los muros habían sido totalmente abducidos; los pósteres, las fotos en las paredes, el espejo roto de Kaiza, las estanterías y repisas: todo congelado.
Y entonces el avance del hielo llegó hasta el suelo, y una vez allí, pareció aumentar de manera drástica su velocidad.
Dante fue veloz y se subió a la mesa de billar de un salto. El reborde congelante —presentando un tono violáceo brillante—, pasó por debajo, y continuó hacia el centro de la habitación. Pero también, a su vez, comenzó a ascender por las cuatro patas de la mesa.
Ya no podía perder tiempo. Su amigo tenía que despertar cuanto antes. Se arrimó a Zekken y le susurró: «Maya quiere besarte...».
—¡¿Dónde está ella?! —Zekken se alzó con violencia y su cabeza golpeó a la de su amigo.
—¡Carajo! ¡Zekk! —Dante se frotó la frente—. ¡Vamos! ¡Tenemos que salir de aquí ahora! ¡El refugio se congela!
Zekken no comprendió lo que sucedía a su alrededor, pero no le quedó tiempo, porque un grito de pavor se escuchó a lo largo y ancho de la habitación.
—¡Aaaaahhh! —gritó Kaiza, mientras se veía acorralada por el hielo, sin saber qué hacer.
—¡Kaiza, atrás! ¡Voy a intentar algo! —le ordenó Zera. La rubia corrió, tomo impulso y saltó; justo antes de que el reborde congelante la tocara, para aterrizar en el hielo.
Chequeó su estado, y parecía encontrarse bien, al menos... ella no se congelaba. Eso era importante. Sus dudas ya estaban completamente disipadas ahora. Esta manera de congelar los materiales, ella lo sabía, lo había visto antes en su periodo de entrenamiento, era muy utilizada por Binamons de niveles altos. Tenían que tener extremo cuidado con lo que hacían...
—Kaiza, escucha. ¡Esto es un rayo congelante de alto nivel! Si esquivas el extremo, no correrás peligro. ¡Pero no esperes a que se cierre a tus pies! Tienes que saltar antes. Al menos a un metro. ¡Y no dejes que te toque!
—¿Algo más para asimilar? ¡Es muy fácil decirlo! —Kaiza retrocedió, pero luego permaneció en su lugar. El borde avanzaba hacia ella por todos los flancos, reduciendo de sobremanera su capacidad de movimiento.
—¡Tienes que saltar ahora, Kaiza! ¡Solo salta!
—¡Ok! ¡Mierda! —envalentonada por la última palabra, Kaiza dio dos pasos al frente, levantó sus piernas y dio el salto más alto que pudo.
El reborde pasó por debajo de ella, congelándolo todo. La peli violeta aterrizó, resbaló y su cuerpo fue llevado hacia un rincón. Pero a salvo.
Por otro lado, Dante y Zekken hicieron lo mismo, y justo antes de que la mesa de billar fuese abducida por el hielo, brincaron hacia el suelo. Inmediatamente después, sin darle a ninguno de ellos, un solo segundo de descanso, un crujido espantoso resonó desde cada ángulo en el interior de aquel camarote. Y un temblor sacudió sus pies. Todos perdieron el equilibrio.
—¿¡Que está pasando!? —preguntó Zekken, adormilado, asustado, nervioso y secretamente molesto de que lo despertaran de un hermoso sueño que tenía con Maya.
—¡Chicos! —dijo Zera, sin comprender qué demonios sucedía a su alrededor y cómo algo como esto era posible—. ¡Aférrense a algo! ¡Esto no es normal!
El camarote empezó a sacudirse, como si estuviese a merced de un brutal terremoto. A ninguno le fue posible mantenerse en pie, y entonces, por si el grupo pensaba que las desgracias terminarían ahí, no podían estar más equivocados.
El hielo se resquebrajó de repente, los tablones del suelo se agrietaron en diferentes puntos, y el piso empezó a abrirse bajo sus pies. Las gritas buscaron, con rapidez, unirse las unas a las otras. Dante, por poco, pudo esquivar una que amenazó con llevarlo hacia lo profundo de un abismo que parecía surreal.
La habitación se vio bifurcada por la mitad, no solo en el suelo, las paredes, el techo, todo perdía estabilidad y consistencia, y sucumbía ante el poderoso temblor que acaecía a su alrededor.
El caos reinaba. El sonido del crujir del hielo, la madera, y los tirantes de acero inundaban los oídos de los chicos. Zera y Kaiza buscaron reunirse y juntar sus manos, pero una grieta veloz, fugaz, y que apareció casi de manera repentina, se los impidió y las alejó.
La zona de Kaiza —más en el centro de la habitación—, tuvo un descenso repentino de unos pocos metros que sacudió el mundo entero de la peli violeta. Como si ese descenso anunciase, que lo que estaba a punto de suceder, sería el final de la joven, brindándole un fragmento muy corto de tiempo para procesar en su mente, que ya no había vuelta atrás.
Sus atemorizados ojos se cruzaron con los de Zerafina, luego con los de Dante y Zekken, al otro lado de la habitación. Ese segundo le pareció eterno y demasiado corto a la vez, pero no cabía duda alguna, ese, era su último segundo.
Una diminuta lágrima se le había escapado en algún momento y había recorrido esos tatuajes en forma de «X» tan peculiares que tenía bajo sus ojos. Y entonces, sin aviso previo, lo que temía, sucedió.
El suelo colapsó y Kaiza cayó al vacío.
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