Capítulo 5


Capítulo 5

El más poderoso de todo el mundo


Una gaviota sobrevoló el aire, raspó el mar con su panza y ascendió en una maniobra que hizo girar su cuerpo hacia un lado para desplegar, en su bellísima y esplendorosa totalidad, sus dos alas; y así bordear un enorme barco de tres velas ondeando a favor del viento.

Con la voz de «tierra a la vista», el barco se aproximó a la costa norte de Quarr. Que se ubicaba a unos cuantos metros, más alejado de la bahía y del lado opuesto al de cementerio de navíos de la costa sur. El puerto era un lugar hermoso que contrastaba con el monótono grisáceo que presentaba la reducida y amontonada bahía de los pescadores. En cambio, la gente que visitaba la costa norte podía disfrutar de un bello paisaje que mantenía un nivel de niebla mucho menor que otras zonas de Quarr.

El abordaje y desabordaje de barcos y navíos de todo tipo se concentraba en el puerto. La gente visitaba, compraba, curioseaba y se paseaba de un lado a otro, esperando ingresar o descender de alguno de esos imponentes navíos que llegaban desde la inmensidad del gran azul llamado: mar.

El barco fue paciente, esperó su turno para atracar, y echó sus anclas al agua cuando fue la hora de su arribo. El puente de descarga se desplegó para los pasajeros. Muchísimas personas se hallaban reunidas a los pies del puerto: algunos con pancartas de bienvenidas, otros incluso con flores, obsequios variopintos y los nunca infaltables Binamons que los acompañaban.

Entre todos ellos, Kaiza y Zekken aguardaban impacientes. Uno de ellos, mucho más visiblemente alterado, nervioso y desesperado, lleno de emociones por ver a una vieja y querida amiga: ese era Zekken, que por alguna razón, este tipo de encuentros le ponían las rastas de punta. Kaiza ya se lo había repetido, pero se lo volvió a decir por décima séptima vez:

—Tranquilo. ¡Va a recordarnos! Ni que hubiese pasado tanto tiempo —dijo la joven peli violeta. Aunque, a pesar de sonar como la más confiada de la dupla, tenía cierta duda sembrada en su interior.

—¿Qué? ¿Perdón? ¿No fuiste tú la que dijo hace unas horas: dos años es una eternidad? ¡Tú me contagiaste estos nervios! —replicó el joven.

—Si, y es justamente por tu insistencia que se me pasó. Gracias. Lo único que me preocupa ahora es que el barco ya llegó, y Dante no está por ningún lado —dijo observando hacia atrás, por si veía a algún joven de cabello rojizo, y aunque pudo divisar unos cuantos... ninguno era el que ella buscaba.

—Carajo, es verdad. Creo que no llegará a tiempo —dijo Zekken. En sus manos traía una pancarta que habían preparado junto con Kaiza que ponía: «¡Bienvenida Zerafina!». La pancarta tenía varios dibujos a sus lados y una letra extremadamente prolija, digna de ser escrita por la joven Kaiza.

—Sería una pena que no llegara. ¡Oh! ¡Oh! Prepárate, ahí están descendiendo los pasajeros del barco —dijo la chica, abriéndose camino entre la muchedumbre para acercarse más al cordón que limitaba su paso.

Zekken la siguió y se colocó junto a ella y empezó a sacudir la pancarta en alto.

—¿Qué haces? No es un concierto, sostenla y ya —dijo Kaiza esbozando una sonrisa—. Tranquilo. Va a reconocernos.

—¿Estás segura? Estamos muy distintos con estos nuevos cortes, y hemos crecido un poco... y... —Los ojos de Zekken apuntaron a un punto hacia el frente, su boca dejó de emitir sonido alguno durante un momento y su cuerpo se quedó paralizado por completo—. ¡Oh, por Bin! ¿Es... ella?

—Si es alguien bajita, llena de acné y con el cabello inflado y revoltoso... debería serlo. ¿No? —preguntó Kaiza, pero luego, cuando una jovencita con características totalmente opuestas a las que había descrito se acercó, su mandíbula, cuál calco de la de Zekken, se expandió de manera involuntaria hacia abajo—. ¿Ella es... Zera?

Caminando a paso seguro mientras contoneaba sus perfectas caderas, y resultando la atracción principal del puerto al llevarse todas las miradas de la gente, una bellísima muchacha descendía de la rampa con una mirada de enormes ojos celestes como el cielo, y una cabellera lacia de tonalidad dorada y perfectamente peinada que ondeaba a favor de la brisa marina del atardecer.

Su vestimenta, un atuendo hipermoderno, de los cuales solo muy pocas personas podían darse el lujo de llevar. Consistía en una chaqueta blanca ajustada al cuerpo, con tres solapas colgando por el frente, que eran sujetadas por un cinturón de tela morado de considerable grosor, que rodeaba su impecable cintura y que llevaba una insignia plateada en su centro.

A su vez, llevaba unos pantalones color crema, que se metían dentro de unas largas botas marrones, estas, a su vez, sopesaban sus rodillas y le llegaban hasta los muslos. Desde su hombro izquierdo, colgaba una capa que se enganchaba a su cintura de un lado, y flameaba libre, al compás del viento, del otro. Este mismo, también presentaba un color morado. Su capucha, por otro lado, se hallaba replegada, escondida detrás de su cabeza.

La muchacha levantó la mirada y mostró sus dientes en una sonrisa cándida y reluciente hacia Kaiza y Zekken. Alzó la mano y la agitó desde la distancia. Su mirada echó chispas y su semblante se iluminó al reconocer a sus viejos amigos.

No importaba el color de cabello o el nuevo peinado de Zek, o los tatuajes increíbles que Kaiza se hiciese... no había manera alguna en que ella pudiese olvidar a ninguno de ellos.

Pero, y aunque Zera no era muy buena con las cuentas, había un número que no cuadraba con sus recuerdos mientras más se acercaba a la dupla. Ella sabía que había dejado atrás a tres grandes amigos en su infancia, pero no encontraba al tercero. ¡Y hoy era un gran día para él! ¿Dónde estaría? Fue una pregunta que olvidó ni bien llegó con sus amigos.

—¡Zera! —Exclamó Kaiza, alzando los brazos y saltando como si la mencionada estuviese a kilómetros de distancia y no a tres pasos—. ¡¡Te extrañé!!

La rubia se envalentonó, cruzó el cordón por debajo y se fundió en el abrazo grupal más fuerte y feliz que había tenido en muchísimo tiempo.

—¿Cómo están? —preguntó Zerafina, incrédula del hermoso momento que estaba viviendo—. ¡Dios! Como los extrañé, chicos.

—¡Sabía que no nos habías olvidado! —dijo Zekken, borrando una diminuta lágrima que se había desplazado desde su ojo izquierdo hacia su mejilla—. Kaizy, por otro lado, estaba como loca. Pensaba que no nos recordarías.

—¿Qué? —dijo la peli violeta—. ¡Eso no es verdad! Tú me conoces, querida.

Zera no pudo evitar echar una carcajada, extasiada. Pero aunque sus niveles de felicidad rozaban las nubes ahora mismo, todavía le quedaba un ingrediente más para que el momento fuese perfecto.

—Chicos... tengo tantas cosas para contarles. ¡Y traje muchos regalos! —dijo ella, sujetando a ambos de los brazos, sin querer desprenderse de ellos jamás—. ¿Pero y Dante? ¿No pudo venir?

La mirada de disgusto que conectaron Kaiza y Zekken se notó desde el continente aledaño.

—Lo siento. Él quería estar aquí presente... pero no pudo llegar —dijo Kaizy con pesar—. ¿Recuerdas a Ghale? ¿Su tutor? Le pidió que hiciera una entrega. No tenemos idea de dónde puede estar ahora.

—Dijo que haría lo imposible por venir a tiempo—añadió Zekken frotándose la nuca—. Pero se le habrá ido de las manos.

—Oh, está bien. No hay problema. —Zera sonrió y se dirigió hacia Kaiza—. ¿Estás más pequeña?

—¡Hey! ¡No...! Tú creciste un poco, nada más. —Se arrimó a ella y susurró—. No se lo menciones a Dante. Odio que se burle de mi estatura.

La rubia sonrió y asintió.

—Verlos de nuevo es un sueño. Los extrañé mucho —De repente, su semblante cambió al haber recordado algo—. ¿Todavía siguen teniendo el refugio? ¡Por favor, díganme que ninguno maduró y lo siguen usando!

Zekken le dio unas cuantas palmaditas en la espalda a Zera.

—¡Está mejor que nunca! Ya lo verás. Si quieres, podemos ir ahora...

—¿Zerafina, querida? —dijo una mujer, detrás de ella. Su porte, elegante y vistoso, se hizo notar enseguida. Los chicos ya la conocían como la señora Milena Kin-Gher. La madre de Zerafina—. Recuerda que tenemos una cena importante hoy en la mansión de los Grunger. No podemos hacerlos esperar. Oh... —dijo ella, reconociendo un poco tarde a los viejos amigos de su hija—. Kaizy y... ¿Zekken? ¿Son ustedes? ¡Cuanto han crecido! Cuando nos marchamos de Quarr apenas eran unos niñitos. ¡Mírense ahora!

Ambos devolvieron el saludo a la señora Kin-Gher. No era una persona a la que tuvieran plena confianza, a pesar de ser muy amigos de Zera, pero era más porque los padres de la rubia jamás andaban en casa. Tanto Kaiza como Zekken sabían bien que los de la alta sociedad no les agradaba mezclarse con las personas de los suburbios, como ellos dos, pero aun así, de parte de la madre de Zera, ellos jamás se habían sentido incómodos, y mucho menos, inferiorizados. Por otro lado, por el padre de Zera... ahí la cosa cambiaba.

—Es un placer volver a verla, señora Kin-Gher. Su presencia aquí es una bendición para Quarr. ¡Y para nosotros, en especial! —dijo Kaizy, rodeando a su vieja amiga con un brazo—. ¡Amo que me haya traído de nuevo a este bombón!

La señora Kin-Gher sonrió a gusto.

—Siempre sabes elegir las palabras adecuadas, Kaisy. No como Dante... él sí que es un caso aparte. A propósito... ¿Dónde está él ahora? ¿Abandonó Quarr?

—Bueno...

Pero justo en ese momento, como si estuviese esperando el momento a ser mencionado para dar acto de presencia, un chillido de Hipogrifo resonó en el aire.

Un instante después, todos los presentes en la costa torcieron sus cuellos, apuntando miradas al cielo. Y entonces, el sacudir de unas inmensas y poderosas alas rebatió el viento de toda la zona. El hipogrifo buscó una zona de aterrizaje, en dónde se amontonaban los equipajes de todos los pasajeros que habían llegado del barco.

Luego, Dante bajó de un salto, pisó una valija gorda y pesada, y cayó en tierra firme. Hizo una señal leve con su mano para despedirse del nuevo y mejorado Mimoso, y él desplegó su vuelo hacia casa.

Dante avanzó ignorando los alaridos de la gente que dejaba atrás al caminar, que se quejaban porque había hecho un revuelo en el puerto y que no podía ir por ahí, poniendo sus sucios pies en el equipaje de las personas. Pero su mente no era capaz de pensar en otra cosa más que volver a verla a ella.

Y si, quizás había llegado tarde, y quizás se había perdido el desembarco... pero poco importó, cuando logró encontrar a Kaizy y Zek con la mirada, quienes le hacían señas para que se dirigiera hacia ellos. Solo bastó un microsegundo, un leve movimiento de su cabeza, para que la línea de su mirada chocara con la de una amiga a la que no había logrado ver hacía mucho tiempo.

Ambos se sonrieron a la distancia. Y aunque nadie podía verlo, Dante sintió como su corazón parecía querer estallar en pedazos o prenderse fuego... o todo eso a la vez.

Su cuerpo manifestó un aluvión de emociones de todo tipo. Un torbellino incontrolable se desataba en su interior como jamás le había sucedido antes. Le dio bastante miedo. Se sintió como si un relámpago le hubiera caído encima, y hubiese apartado a todos los demás de la realidad, y tan solo hubiese dejado a Zera y a él. Uno frente al otro.

¿Qué era este sentimiento tan atronador y vertiginoso que había surgido de repente? A cada paso que las distancias se recortaban entre los dos, Dante sentía cada latido de su pecho y cada exhalación del aire que salía de sus pulmones.

Y entonces, cuando un paso era lo único que los separaban de dos largos años de abstinencia, sus cuerpos se reencontraron en un gran, fuerte, cálido y muy largo abrazo.

—¡¡Zera!! —dijo él, deteniendo el impulso de cargarla y darla vueltas por todo el puerto—. ¡Perdón por la tardanza! —Ambos se separaron. Conectaron una mirada empapada en felicidad y no dejaron el contacto ni por un segundo—. Estás...

—¿Estoy qué? —preguntó ella, sonriente.

—Como siempre... —esgrimió Dante al final, evitando una palabra... que, por alguna razón, decidió ocultar, pero que su mente repitió mil veces más... «Hermosa».

—¿Como siempre? Deberás decirme que significa eso, porque no sé. ¿Es malo? —preguntó Zera.

—No, claro que no. ¡Jamás lo sería! —dijo él.

—¡Dante! —dijo la mamá de Zera, acercándose a ambos—. Justo hablábamos de ti. Increíble entrada. ¿Ese era tu Binamon?

—¡Hey, hola! ¡Señora Kin-Gher! ¿Qué? ¿Mimoso? Oh, no. Ya quisiera yo tener uno así de espectacular —respondió el joven—. Ha pasado tanto tiempo. ¿Tiene más arrugas que antes?

La mujer echó una voraz carcajada.

—Años de tratamientos faciales... para que un niño en su plena juventud te eche la verdad en toda la cara —dijo la madre de Zera, sonriente—. Jamás cambies, niño.

—Espero no hacerlo. Siempre se vio muy bien, señora. Las arrugas no cambiarán ese hecho, nunca.

—Eres un sol. Bueno, sé que tú, los chicos y Zera tienen muchas cosas de que hablar. Pero lastimosamente debemos cumplir con un compromiso importante. Luego, la liberaré para que pase con ustedes todo el tiempo que pueda...

—¡Hablando de eso! —Zera recordó algo—. ¡Feliz cumpleaños! —dijo y ambos volvieron a abrazarse—. Escucha. Tengo tu regalo en mi equipaje... ¿Puedo dártelo más tarde?

—Tú ya eres mi regalo... —Dante aguardó unos segundos—. ¿Eso sonó muy cursi?

—No... no sonó para nada cursi... —dijo ella, deteniendo su mirada en los ojos de Dante durante unos escasos segundos—. Amaría quedarme más... pero debo irme. Nos veremos en lo de Kaisy por la noche. ¿Si?

—Claro. No puedo esperar...

Con ganas de prolongar ese momento, pero sin poder hacerlo más, Zerafina volvió a marcharse junto a su familia. Dante permaneció junto a sus amigos de nuevo, tras un breve pero conmovedor reencuentro. Luego de unos pocos minutos, cuando las emociones volvieron a sus estados normales, Kaizy le confesó a Dante una reveladora verdad: si había sonado muy cursi.

*****

Horas después, en la mansión de los Grunger se llevaba a cabo una reunión muy importante. Puertas adentro, en el comedor principal, los miembros de tres distinguidas cenaban juntas, un manjar digno de ser recordado por los paladares de todos los presentes, durante mucho tiempo.

Zerafina Kin-Gher era una de las invitadas especiales de la noche. Su vestido, como todo en ella, se veía impecable, pulcro y digno de una hija de la realeza. Ella sería la representante de su familia en esta noche tan especial, pero aunque sería un día que cambiaría el rumbo de su vida por completo, su cabeza y corazón se encontraban ahora mismo apuntando hacia otro destino, completamente opuesto al que le competía esta noche.

Sabía que su participación hoy sería importante y crucial, pero ella, en su mente... quería ir a visitar a sus amigos. A quienes no había visto hacía muchísimo tiempo, y su talón, manifestando la prisa por marcharse, golpeaba constantemente las brillantes y pulidas baldosas del comedor.

La mujer a su lado, quien como su madre, la conocía más que ninguna otra persona, aprovechó el sutil momento en que se cubrió la boca con una servilleta para susurrarle que comiera con menos prisa y se relajara un poco.

—Pronto estarás con ellos —susurró la mujer—. No te preocupes. ¿Has probado el calamar dorado? Te lo recomiendo.

Mientras tanto, en la cabecera de la mesa, la familia anfitriona también pasaba por una situación similar con su hijo. El incansable e hiperactivo Vikram Grunger, también se encontraba sacudiendo su rodilla, tamborileando los dedos sobre la mesa, y resoplando en intervalos de cada diez segundos. Impaciente por recibir ese «obsequio especial» que se le había prometido para esta reunión.

Su madre le echó una mirada aguerrida y severa. Si bien esta cena ya la tenían bastante ansiosa, las actitudes rebeldes de su hijo no la ayudaban en lo absoluto.

—Acomódate la corbata y siéntate derecho, Vikram —sentenció la mujer—. Que estés en tu hogar no significa que no debas respetar a tus invitados. Come en silencio.

—Pero si no dije na... —Vikram no se atrevió a terminar la frase. Los ojos, encendidos en las llamas de la ira de su madre, se manifestaron frente a él, y decidió sabiamente mantener la boca cerrada el resto de la velada.

Por otro lado, la tercera y última familia, pero no por eso la menos importante, se trataba de los Lynncester. Quienes eran conformados por dos padres masculinos y un único hijo varón llamado Aarik. Un jovencito de cabello blanco platinado, piel morena y unos ojos que transmitían una mirada fuerte, segura, pero también muy reservada. Sus ojos no se habían apartado de su plato en toda la velada y nadie en toda la noche había escuchado su voz. Su aura enigmática, pero en extremo educada, se percibía a kilómetros.

Para cuando la cena dio por finalizado, y la servidumbre levantó hasta el último plato sucio, fue cuando la verdadera razón de este encuentro se llevó a cabo.

Lazzio Montaraz se colocó de pie y tomó la palabra.

—Agradezco a todos los presentes por asistir a esta reunión y haber aceptado mi llamado. Y en especial, agradecer a la excelentísima familia Grunger por ofrecer su hogar como punto de encuentro. El pescado ha sido, sencillamente, lo mejor de la velada.

—Gracias, Barón Montaraz —dijo la señora Grunger, colocándose de pie—. Ha sido un verdadero placer haber propiciado de anfitriona para tan distinguidas familias. Sean libres de sentirse como en sus hogares. Espero la cena haya sido de su agrado.

Todos los presentes en la mesa asintieron en visto bueno de la excelente comida que habían tenido la dicha de disfrutar. La anfitriona volvió a su asiento y permitió al Barón continuar.

El Barón Montaraz, era un hombre anciano, pero que mantenía su estado físico en óptimas condiciones. Presentaba una cabellera larga y blanquecina, que le llegaba a los hombros, y sus ojos, con las arrugas de la edad marcados en ellos, observó a cada uno de los tres hijos de las familias invitadas.

—Como sabrán. El continente se encuentra en plena guerra desde hace ya ocho años. No es mi intención venir y hablarles de política a unos niños, pero como futuros representantes de las casas de sus respectivas familias, tienen que estar al corriente de que no estamos en una situación prospera —dijo el barón con pesar—. Creo hablar por todos cuando digo que, ansiamos que la guerra de por finalizado lo más pronto posible. Por supuesto, ya se han descartado las opciones diplomáticas hace bastante. Nuestros enemigos siguen enviando tropas, y a pesar de que la Academia Vyndelard ofrece un excelente servicio de entrenamiento profesional bélico. No es suficiente la pericia y destreza en combate para otorgarnos la victoria al final del día. También necesitamos poder de fuego. Y ese poder de fuego, llamado Binamons, por desgracia, nuestros enemigos lo tienen de sobra.

»Por eso, los he reunido esta noche hoy. Como mencione brevemente en las respectivas cartas que les envié. Xanthia ha tomado ciertas medidas para garantizar la victoria, y el final de esta cruenta guerra. Una de esas medidas, es la adquisición de Binamons más poderosos. Pero como es de público conocimiento, un Binamon no es nadie sin un Binamer fuerte a su lado. Es por ello que ustedes tres fueron seleccionados para ser quienes tengan el privilegio de entrenar a tres nuevos prototipos de Binamons modificados genéticamente desde su nacimiento para albergar un poder mayor al de uno normal. Por lo que, sin más preámbulos, me gustaría, de una vez por todas, presentarles a cada uno de los futuros Binamers aquí presentes, a quienes serán sus compañeros en esta nueva y épica aventura.

El Barón le otorgó a uno de sus sirvientes, dos cartas de Binamon. Una de ellas le fue entregada a Aarik de la familia Lynncester, mientras que la segunda, se la dieron a Zerafina de la familia Kin-Gher. Ambos observaron la carta con cuidado. Allí, se encontraba el código y una imagen de sus nuevos Binamons. La carta era casi tan grande como sus manos, llevaba un bordado cromado en sus esquinas y tenía incrustada una piedra mágica plana en su reverso.

—Gracias —dijeron ambos, al unísono.

—Espero puedan convertirse en grandes Binamers y hacer una diferencia en esta guerra —continuó el Barón—. Por otro lado, señor Grunger. Debo decirle que tengo malas noticias para usted.

—¿Qué? —espetó el joven completamente confundido—. ¿Qué pasó con mi Binamon? Me prometieron un Binamon de tipo dragón...

—Lo sé, y lamento mucho tener que darle esta penosa noticia, pero me han comunicado que el Binamon que teníamos reservado para usted escapó de nuestras instalaciones. Ya no está con nosotros. Lo sentimos mucho.

—¡¿Qué?! —espetó Vikram, notoriamente furioso—. ¿Qué lo perdieron? ¡¿Cómo puede ser eso posible?!

—¡Vikram! —le reprendió su madre—. Baja tu tono y muestra respeto ante el Barón y nuestros invitados.

—¿¡Respeto!? —Golpeó la mesa, con furia—. ¡Les invitamos a nuestro hogar! ¿Y yo soy el único que se queda sin Binamon? ¡¿Qué respeto merecen?! —Se levantó, arrojando la silla con fuerza hacia atrás—. ¿Por qué mi dragón escapó? ¿Son idiotas? ¡Esto es el colmo! Yo me largo... —sentenció el muchacho, arrebatado por la ira, saliendo de manera brusca de la habitación.

La señora Grunger intentó disculparse, levantarse y perseguirlo, todo a la vez, pero fue intercedida por el mismo Barón.

—No se preocupe. Tomo la responsabilidad de su accionar, ya que quien rompió la promesa aquí, fui yo. Está en todo su derecho de manifestar enojo. Si no le molesta, me gustaría hablar con él a solas. Quizás no pueda ofrecerle un Binamon, pero podría brindarle algo más útil...

Al mencionar esas palabras, y conseguir así, la aprobación de la señora Grunger, el Barón se ausentó de la reunión y salió puertas afuera. La brisa refrescante de la zona más elevada, tanto en periferia como en sociedad, de Quarr, lo agasajó al poner sus pies en los adoquines exteriores. No le demoró mucho encontrar con su mirada al muchachito revoltoso de los Grunger.

De los tres seleccionados para esta importante tarea, él era el que menos le simpatizaba. De todas formas, todavía podía utilizar la impulsividad y agresividad que aquel joven profetizaba, como si de un credo se tratase, para su propio provecho, y así recabar un poco más de información sobre su proyecto más reciente.

Caminó hacia él. El joven se encontraba de pie junto a un edificio antiguo y polvoriento, de esos que a simple vista se detecta que está en un camino pronto a convertirse en un montón de chatarra y escombros.

El muchacho se encontraba de pie, inamovible, con la mirada fijada en el punto entre las estrellas y el horizonte lejano. Su palma derecha se posaba sobre la fachada del edificio. Al acercarse, el Barón pudo percibir el torso del joven, sacudiéndose, agitado. Respiraba raudo y parecía estar conteniendo una ira que el barón tenía muchos deseos de emplear a su favor. Porque, como él sabía, de sobra: aquellos a quienes las emociones dominan, son los más fáciles de manipular.

El zapato pulcro, reluciente y excelentemente lustrado del Barón, pisó una rama y el joven se volteó con prisa, alertado por su presencia.

—¡¿Tú?! ¿Qué quieres? —le gritó Vikram, sin importarle absolutamente nada que, a quien dirigía sus gritos, eran a nada menos que un respetado Barón.

El hombre levantó sus palmas en señal de paz y se acercó un paso.

—Tranquilo, joven. —La voz pausada y con tintes empáticos era necesaria en una situación así, y él lo sabía—. Vengo a ofrecerte un trato. Sé que te hemos fallado. No hay forma de reparar ni remendar nuestra falta de decoro al perder un activo tan valioso como lo era el Binamon que te prometimos. Por eso, pretendo que no te vayas con las manos vacías esta noche, y ruego, escuches la propuesta que quiero hacerte.

Vikram arrugó el entrecejo. En toda la marabunta de palabrerío excesivamente formal que había soltado el Barón, algo de eso se quedó en su mente, en especial la parte que mencionaba no irse con «las manos vacías». Toda su atención fue volcada en el anciano.

—¿Qué quiere decir con eso? —Aunque sus palabras intentaron sonar desinteresadas, el Barón percibió que fue todo lo contrario.

—¿Este pequeñín volador es tu compañero? —El anciano dirigió su mirada hacia el cielo, en dónde la serpiente alada, Ragnar, sobrevolaba a una distancia prudente, escondiéndose detrás del techo del viejo edificio y saliendo del otro lado, solo para no repetir circuitos aéreos.

—Si, ¿por qué?

—Las serpientes aladas no son particularmente Binamons de batallas. Aunque su elemento base sea fuerte, jamás desarrollan un potencial capaz de hacer frente a bestias más agresivas, enormes y... siniestras —dijo el Barón, acompañando sus palabras con una sutil sonrisa. Quería llegar a un punto con todo esto, pero primero, tenía que dar a entender a Vikram que tenía un Binamon pobre de fuerza, y así luego dar vueltas las tornas de la conversación con su propuesta—. ¿Y sí te dijera que puedes fortalecer a tu Binamon como jamás se ha visto en este mundo?

De nuevo, Vikram arrugó el entrecejo, nuevas arrugas aparecieron esta vez en su frente, mucho más pronunciadas que la vez pasada.

—¿A qué te refieres? Explícate...

—Lo que intento decirte... —dijo el Barón, extrayendo una pequeña jeringuilla con un líquido morado en su interior—. Es que atrás ha quedado la premisa de que un Binamon poderoso no se hace, se nace. ¿No te parece eso injusto para criaturas como tu serpiente alada? ¿No merece él, una oportunidad de hacerse poderoso también? ¿No merece ser capaz de enfrentarse a un dragón y salir victorioso?

—¿Qué...? —Vikram echó un vistazo veloz hacia su Binamon, quien aterrizó a su lado. Un segundo después, lo acarició con cuidado en su pequeña y escamosa cabeza—. ¿Es eso posible?

—La ciencia avanza a pasos agigantados para cambiar todos los viejos e inservibles paradigmas que creíamos, señorito Grunger. —El Barón se acercó, estiró su mano, y depositó la jeringuilla en la palma de Vikram—. Para que todos tengan las mismas oportunidades por igual. Quiero que tú y tu Binamon sean los primeros en demostrarles eso al mundo.

—Esto hará que Ragnar sea más... ¿Poderoso? —preguntó examinando la jeringa.

—Mucho más que poderoso. Con una simple dosis, alcanzará niveles que jamás habías pensado que llegaría. Será, sin lugar a dudas, la serpiente alada más poderosa del mundo.

—¿En serio...? —Vikram lo intentó. El gran Bin sabe que lo intentó, pero no pudo ocultar la sonrisita que sus labios dejaron escapar. Si bien algo de todo esto parecía un poco tenebroso, quizás por el hecho de que se encontraban a solas, en la oscuridad, y porque él tenía una jeringuilla muy puntiaguda en su mano... aun así, ser el más poderoso de todo el mundo era algo que resonaba muy bien mientras lo repetía en el interior de su mente. Luego, observó una vez más a Ragnar. «Tú lo mereces, amigo»—. ¿Qué debo hacer?

El Barón sonrió. Su trabajo estaba completo.

—Solo quiero que experimentes un poco. Quiero que pruebes la fuerza y el nuevo poder que adquirirá Ragnar, luchando en contra de un Binamer y un Binamon en específico. ¿Crees que puedes hacerlo?

—Eso depende... ¿Conozco al Binamer?

—Sí. —La sonrisa del Barón se volvió una mueca de extrema, oscura y siniestra seriedad—. La conoces. Su nombre es Zerafina Kin-Gher.

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