Capítulo 3


Capítulo 3

Calamar dorado


Tironeó con fuerza. La cadena se tensó y comenzó a deslizarse. Su chirrido parecía tener todas las intenciones de hacerle sangrar los oídos. De todas formas, continuó tirando de ella hasta que la gran abertura rectangular en el suelo se completó con la llegada de una plataforma de madera con las recientes adquisiciones del negocio: pescados. Muchos pescados.

Maya aseguró la cadena en un gancho incrustado al muro junto a ella y comenzó a descargar la mercancía en un carro. Este día no podía ser más atareado. Los pedidos de la mañana habían sido abundantes como nunca y las existencias, aunque no escaseaban, se esfumaban en un santiamén. No había trabajado de esta manera desde hacía mucho tiempo, y aunque Ghale había puesto a todos sus Binamon a realizar distintas labores para darle una mano. La verdad es que necesitaban un poco de destreza humana para alcanzar entregar todos los pedidos que tenían a tiempo.

Para alivio de ella, el arribo de clientes se calmó pasado el mediodía y Dante ya se encontraba en camino, pero ella todavía tenía muchas cosas que hacer antes de su llegada. Pero aun así, con todo el trabajo y las tareas del mundo por hacer, ella jamás se quejaba. No podía darse ese lujo.

Desde que habían arribado a la Bahía Quarr, hacía unos siete años del terrible incidente bélico que se había cobrado la vida de los padres de Dante, ambos tuvieron la suerte de toparse con un pescadero local llamado Ghale Rhom que los encontró varados en la costa. Intentando avivar una llama pequeña y cobijados con tan solo unos cuantos fragmentos del casco de un barco.

El hombre ofreció a Maya un empleo para ganarse el pan y ella aceptó sin pestañear. Ghale no tardó en notar el gran potencial de la muchacha y su hambre voraz por ayudar a su pequeño hermano. Solo eran dos niños asustados, pobres e intentando valerse por sí mismos en un mundo que los había abandonado por completo.

Aunque su aspecto fuese duro, su corazón bombeaba bondad, por lo que Ghale decidió acoger a ambos en su pequeño negocio, darles comida, un techo, y la oportunidad de no morir en las callejuelas traicioneras de la pequeña pero peligrosa ciudad de Quarr.

El carro se llenó hasta sobrepasar el tope con decenas de pescados de diversas variedades y tamaños. Desenganchó la cadena y la dejó replegarse: la plataforma que rellenaba el hueco en el suelo descendió en picada directa.

Debajo se escuchó el «slpash» del agua del río de la bahía, salpicando tras el impacto. A partir de ahí, los pescadores seguirían con su trabajo hasta volver a llenar la plataforma de nuevo. Maya, por otro lado, comenzó a arrastrar el carro.

La pesca en Quarr no era algo de lo que preocuparse si se conseguía una buena posición a los alrededores del río. Motivo por el cual pescadores de todo el mundo buscaban asentar sus comercios en la zona. La ciudad de Quarr se componía de tres sectores distintos: la bahía del obelisco era de los más importantes debido a un increíble fenómeno natural que se llevaba a cabo en sus aguas.

El río, angosto y estrecho, succionaba a los peces desde el mar, atrayéndolos hacia un lago de un tamaño lo suficientemente extenso como para meter un barco ahí. El problema es que el lago tenía, a su vez, otra particularidad... y era que sus aguas también succionaban hacia su centro con una fuerza devastadora para cualquier persona que cayese en su poder. Logrando sepultar a quien sabe cuantos kilómetros de profundidad, tanto animales, como personas, como Binamons, y a todo aquello que cayese en su devastador dominio.

Por eso, la pesca era una labor peligrosa y arriesgada. La mayoría de las personas buscaban pescar en las zonas más alejadas del lago, a lo largo del río, en donde la corriente resultaba menor. Pero debido a la gran demanda, y a que el río tan solo contaba con 250 metros de largo, asentarse allí era algo complicado. Con el correr del tiempo ya no había lugares disponibles. Por lo que, las construcciones alrededor del río, —con tendencia al formato verticalista— se erguían como torres de un mínimo de cinco pisos de altura.

Cada espacio era sumamente codiciado, las propiedades, comercios y viviendas se encontraban ensimismadas las unas de las otras, y al no haber calles, se conectaban entre ellas a través de pasarelas y puentes estrechos; los soportes acerados en las zonas altas mantenían las estructuras firmes, y el panorama general era un salpicón de construcciones de ladrillos irregulares con cañerías abrazándolos por fuera; cableados surcando en zigzag los cielos; escaleras de caracol amuradas a las paredes; rampas movedizas conectando ambos extremos del río; plataformas que transportaban todo tipo de mercadería, y ascensores al más estilo rústico, funcionando con sistemas de compresión de aire y poleas de ruedas de madera gigantescas.

Maya se encontraba ahora mismo en la segunda parcela de la propiedad de Ghale, destinada a la pesca, almacenamiento y preparación de la mercancía. Se trataba de un ambiente de concepto abierto, con tan solo tres muros delimitando los espacios, mientras que en el lugar del cuarto muro, se presentaba una rampa de concreto que ascendía levemente y conectaba hacia la parcela principal de Ghale: su pescadería.

Ella empujó el carro hasta llegar a la mitad de la rampa, desde allí decidió detenerse un segundo para observar el cielo y su cabello se desplazó a favor de la brisa. Sus ojos, dos perlas esmeraldas, armonizaban a la perfección con su larga, bella y lacia cabellera azabache. Acomodó ese mechón rebelde que siempre gustaba de posicionarse entre medio de sus ojos y sonrió hacia el paisaje inigualable de Quarr.

Si no fuese por el apestoso hedor a pescado, el ambiente húmedo, y las neblinas constantes que cubrían la ciudad al completo, obturando el paso de la luz solar y brindando un tono sepia grisáceo a la atmósfera de la bahía, el paisaje podría apreciarse con un mayor nivel de belleza... pero aun así, a ella, ese lugar le brindaba una extraña y reconfortante sensación de paz en su interior.

—¡Maya! ¿Puedes dejar de soñar despierta por un segundo? —gritó Ghale Rhom al final de la rampa. Por lo general era un hombre con bastante paciencia, pero ese no era su modalidad principal, una tarde tan demandante como la de hoy—. ¿Dónde está Dante? ¿Te dijo si podía ayudar?

—Sí, despreocúpate. Ya debe estar por llegar. Su «guarida» no queda tan lejos —respondió la muchacha esbozando una sonrisa natural cautivadora.

—¿Podrías volver a llamarlo?

El talón de Ghale se movía con rapidez y nerviosismo detrás de la pasarela que conectaba con la rampa en dónde estaba Maya, y sus dedos no paraban de acariciar su abultada barba mientras la esperaba.

Su local, «El pescuezo», se encontraba a espaldas del hombre, y no podía dejarlo solo ni un segundo. Por lo que contorsionó su pesado y enorme cuerpo para ojear que no hubiese un nuevo cliente en su puerta. Pero como su Binamon no le había avisado nada todavía, se volvió hacia Maya.

—¿Podrías?

Maya sonrió y avanzó empujando el carro hacia Ghale.

—¿Cuántos «ya llegará» necesitas para tranquilizarte?

—Solo uno y conjugado en presente: «Ya llegó» —respondió el hombre, haciéndose cargo del carro para llevarlo por su cuenta hasta un pequeño portón—. Sabes que no lo molestaría de no ser estrictamente necesario. Es la familia Grunger la que precisa del pedido. Y tenemos muy poco tiempo para entregarlo.

—Maldita sea, Grunger... —dijo Maya sin pensarlo. Su semblante se arrugó en confusión—. Hmm... ¿Por qué dije eso? Creo que ese nombre me suena de algo —comenzó a meditar Maya mientras se adelantaba a Ghale y le abría el portón.

—¿Quizás porque pagan muy bien? —dijo Ghale.

Ambos ingresaron a un pasillo estrecho que los llevó hacia otra habitación más extensa y oculta al público. Una mesa estilo isla los esperaba en el centro, en dónde otro de los empleados se encargaba de preparar, rebanar y deshuesar los pescados para dejarlos listos para su venta al exterior.

—No, eso solo te importa a ti —continuó Maya, dirigiendo sus pasos hacia el lavamanos. Abrió la canilla y se las lavó. Las sacudió y secó el resto en la parte trasera de su pantalón—. Hay algo que se me está escapando. ¿Pero qué...? —dijo ella, luego su mente recordó un diminuto detalle—. ¿Dónde es la entrega?

—Meseta norte. ¿Por qué?

—Ah, creo que ya lo sé —dijo ella, esclareciendo sus dudas con una sonrisa de satisfacción—. Si no me falla la memoria, creo que ahí vive alguien que a Dante no le cae muy bien.

—¿Y eso debería importarme? La meseta es enorme, debe haber miles de personas allí. Además, debe aprender a enfrentar sus batallas y...—dijo Ghale, pero de repente, una pequeña campanada resonó sobre sus cabezas. Un nuevo cliente había llegado.

—Oh. Yo me encargo... —se anticipó Maya, luego trepó por una escalera de mano y ascendió hacia una escotilla que había en el techo.

—Si es Dante, envíalo de inmediato a hacer la entrega. ¡No me importa si se lleva mal con el mismísimo rey! ¡Ya tiene dieciséis! No puedes seguir defendiéndolo como un niño... —gritó Ghale al techo, mientras escudriñaba con el rabillo de su ojo, si su empleado estaba aplicando la técnica para deshuesar que él le había enseñado anteriormente—. ¿Qué haces? Lo estás cortando mal. Te lo enseñé mil veces... —Ghale arrebató la cuchilla de las manos de su empleado y lo empujó con solo ejercer la acción de arrimarse hacia él. Arrojó el pescado que había en la mesa y tomo uno nuevo del cargamento que había traído. Un Binamon, cachorro de lobo, atrapó el pez con su hocico y se lo agradeció meneando su cola—. ¡Presta atención! Lo voy a repetir una vez más. Colocas el cuerpo de costado, cortas desde detrás del opérculo hasta que el cuchillo golpee la espina dorsal. ¿Ves como está posicionada la hoja? Debes sostenerla tanto plana, como paralela a la superficie del corte. Que se enfrente a la cola. ¿Entendiste?

Su empleado asintió.

—¿Terminaste? —preguntó Maya, esperando sentada, con los pies colgados desde la escotilla—. Tenemos un cliente que pregunta si nos queda calamar dorado.

—¡No...! —El semblante de Ghale se puso blanco como una hoja—. Se agotó, pero podemos pescar uno enseguida. ¿Puede esperar cinco minutos? ¡Seis minutos! Enviaré a alguien ya mismo. No, cinco minutos. ¡No dejes que se vaya!

—Ya le pregunto. Señor, ¿puede esperar...? —Pero en cuanto Maya se asomó al mostrador, ya no había nadie más allí. Volvió la mirada hacia Ghale—. Parece que no quiso esperar.

—¡Ah! ¡Carajo! ¿Por qué la gente es tan impaciente? ¿Qué tanto tienen que hacer? ¿Y dónde demonios está Dante?

—Bueno... hay literal, miles de pescaderías aquí —contestó Maya—. Y hablando de Dante. Creo que puedo estar confundida. Me parece que hay alguien que vive en meseta norte que se lleva muy bien con él. Ah, es difícil de recordar.

—Espera... Buzhi me está hablando —dijo Ghale, intentando concentrarse en las palabras de uno de sus Binamon favoritos.

Buzhi era un animal que disponía de una cabeza de búho, un torso de casi dos metros, similar al de un águila, pero con la diferencia en sus patas, cuyo grosor, tamaño y fuerza se destacaba del resto de su plumífero cuerpo. Ghale cerró sus ojos y concentró su atención a las palabras que Buzhi le susurraba en su mente.

—Me dice que ya vio a Dante. ¡Anda cerca! Déjame pasar... —dijo Ghale, ascendiendo hacia la trampilla del techo.

Junto con Maya, atravesaron el local al completo y salieron por la puerta para esperarlo. Las veredas en la bahía de Quarr eran, como todo allí, extremadamente estrechas. Solo bastaron de cinco pasos para quedar en la orilla, con el cauce del río cruzando justo en frente, en una caída de unos cinco metros de altura desde su posición.

Por otro lado, sobre sus cabezas se apreciaban más de ocho pisos de construcciones de ladrillos, madera y chapa, repletos de edificios, puentes, ascensores y algo más que llamó su atención, en lo más alto del nivel de las torres.

Ambos ascendieron sus miradas al cielo, en dónde pudieron ver un teleférico cilíndrico, paseándose por la laberíntica bahía, con un muchacho de cabello rojizo agitando su brazo de forma enérgica hacia ellos.

—¿Es algún novio tuyo? —preguntó Ghale—. ¿Dónde está Dante?

—Ghale... ese es Dante.

—¿Qué? ¿Qué carajo le hizo a su cabello...? ¡Ahg, da igual! ¡Dante! —gritó—. ¡Apúrate y baja de una vez!

—¡No puedo! ¡Debo esperar a que de la vuelta! —dijo el joven asomado a una de las ventanillas de un teleférico que brillaba por su muy lento desplazar.

—¡No tenemos tiempo! ¡Baja de un salto! ¡Buzhi, ven aquí!

—¿Vas a obligarlo a saltar? —inquirió Maya con un aire de sorpresa en su tono—. ¿Y qué paso con eso de «nunca se bajen de un teleférico en funcionamiento»?

El hombre chistó. En ese momento, Buzhi, batió sus alas para buscar una posición para aterrizar. Ghale siempre lo regañaba si se posaba en la vereda, ya que era demasiado grande y ocupaba tres cuartos del espacio total, y podría arrojar a algún transeúnte al abismo del río... de nuevo. Así que decidió aferrar las peludas y filosas garras que tenía como patas al travesaño de un farol.

—Eso lo decía cuando él tenía once —continuó Ghale.

—Y yo veintiuno. De hecho, ahora sigues diciéndomelo.

—¡Está bien! ¡Pero estamos desbordados aquí! Necesitamos recortar tiempo cuanto antes.

Maya echó un vistazo breve hacia la fachada de «El pescuezo», y la verdad que, aunque un enorme caudal de personas caminaban entre las pequeñas callejuelas, ninguno se detenía allí en particular.

—La verdad es que no hay tanto movimiento como yo me imaginaba. Aunque... ¡Oh, no puede ser! —Y entonces, Maya lo comprendió todo. En todos sus años viviendo bajo el techo y cuidado de Ghale, ella jamás había advertido de una conducta como está en el pescador. De repente, todo se encastró en su mente como una pieza de rompecabezas—. Por eso me sonaba tanto ese apellido. Los Grunger. ¿No es esa mujer muy bonita que se aparece cada tanto por aquí? ¿Es de ella el pedido? ¿¡Te gusta!?

—¡Maya! No levantes la voz, jovencita.

—¡Oh, vamos! ¡Ghale! —dijo ella dibujando una veloz sonrisa pícara y golpeando con cariño a su tutor—. ¡Que lindo! No sabía que alguien podía conquistar ese corazón de piedra tuyo. Por eso te preocupa tanto no perder esta venta. Quieres que ella vuelva...

—¡Jovencita! Ni una palabra más sobre...

—¡AAAAAAAAGGGGGHHHHHH!

De repente, un grito agudo y sonoro los alertó. Al principio se escuchó sobre sus cabezas, luego se volvió más intenso cuando «él» pasó por su lado, y declinó su nivel a medida que se alejaba, abismo abajo.

Maya y Ghale se voltearon justo a tiempo para poder apreciar a un muchacho de cabello rojizo y desalineado que, en un estrepitoso descenso a gran velocidad, su cuerpo se llevó fuertes y severas colisiones con puentes colgantes, barrotes, tablones y sogas, hasta terminar su trayecto en el peligroso río Quarr.

Ghale suspiró y sacudió su mano sin decir palabra alguna. Buzhi lo entendió a la perfección y cayó en picada directa hacia el río. Poco después, logro volver y depositar en la vereda a un Dante empapado de pies a cabeza.

El muchacho escupió un chorro de agua y tosió.

—Ok... las plataformas son resbaladizas. —Se frotó una zona de su muslo derecho—. Y los puentes son más duros de lo que creía....

—¿Estás bien? —preguntó Maya.

—Sí. No es mi primer chapuzón en el río —bromeó él—. Bueno. Quiero terminar esto de una vez. Hoy vuelve Zera y vamos a esperarla en el puerto. ¿Dónde se hace la entrega?

—Me gusta tu actitud, muchacho. Será en meseta norte. Familia Grunger.

—¿Familia qué? —preguntó Dante atónito.

—Grunger...

—¡Maldita sea, Grunger! —espetó el joven, furioso—. ¡No! Ni de broma. No pienso ir allá.

—¡Ah! ¡Por eso fue que lo dije! —dijo Maya, feliz de, por fin, poder recordar todo con exactitud—. Entonces si era como te había dicho. Dante tiene alguien que detesta en la familia Grunger. —Luego se dirigió hacia el pescador con una sonrisa que se ensanchó todavía más—. Y Ghale tiene a alguien que le gusta. ¡Quiero conocer a esa familia!

—¡Pues entonces ve tú a hacer la entrega! —Dante se inclinó a marcharse—. Yo no pienso...

De repente, su paso se vio irrumpido por un enorme pectoral. Dante ascendió la mirada para observar a su tutor.

—Es una orden, muchacho.

—Eso dejó de tener peso en mí hace años...

—¡No estoy jugando, niño! ¡Irás allá! Maya debe quedarse a atender, ella es la cara bonita del establecimiento.

—Yo también soy una cara bonita...

—Dante... —Las fosas nasales de Ghale comenzaron a inflarse de la rabia.

—Tranquilo, Rhom. Yo lo soluciono. Querido hermanito... —Maya se acercó al chico y amagó con abrazarlo del hombro, pero al notar que su cuerpo todavía permanecía empapado, decidió cambiar su acción y darle una palmadita breve—. ¿Estás muy seguro que quieres permanecer atendiendo en caja hasta las nueve y media de la noche? ¿No tenías algo pendiente con el arribo de una rubia pecosa que no ves hace mucho?

—Oh, carajo... Es verdad. —Dante lo meditó durante un breve segundo. Lo que Maya decía era cierto. Tenía que llegar a tiempo para ir a recibir a su vieja amiga. No podía perder tiempo, tenía que ser rápido—. Ok. Haré la entrega. ¿Pero puedo llevarme a Buzhi?

Lo que salió de la garganta de Ghale fue muchas cosas, excepto lo que él quería que fuese: una risotada socarrona.

—¡Ni hablar! —sentenció.

—¿Derthal? —preguntó de nuevo, esta vez, por un Binamon tipo chimpancé de fuego muy poderoso.

—Jamás —espetó Ghale—. Pero te llevarás a «Mimoso» contigo. Lo necesitas para transportar la carga.

Dante arrugó el rostro en una mueca pensativa.

—Mimoso es un buen Binamon, la verdad. Es grande, me sirve.

—Sí. Cuídalo bien, niño.

—En realidad... —dijo él antes de marchar a su casa para cambiarse la ropa—. Espero que él me cuide a mí.

El semblante de Maya se quedó blanco de repente y sus ojos se abrieron en su máxima expresión.

—Dante... tienes... en la pierna —señaló ella.

El joven se volteó solo para descubrir que tenía adherido al muslo nada más y nada menos que un pequeño calamar dorado de ocho tentáculos. Codiciado en materia culinaria, pero bastante peligroso cuando se aferraba a una presa.

—Ah... por eso me dolía. —Sonrió antes de entrar en pánico—. Pensé que era por la caída.

—No te preocupes. No tienen veneno cuando son pequeños. Tuviste suerte, niño —dijo Ghale empapado en serenidad—. Por otro lado. Para sacarlo tendremos dos opciones. La rápida y muy dolorosa. O la lenta, y mucho más cuidadosa, con una pinzas.

—¡Lenta! Te los suplico. ¡Lenta! —dijo Dante sin reflexionarlo dos veces.

En esa misma secuencia, el cliente que Maya había visto momentos atrás, se le acercó de forma imprevista.

—Lo siento. ¿Está a la venta ese pulpo?

Maya, Dante, Ghale e incluso Buzhi, se sorprendieron al verlo arrimarse a la conversación, así nada más, pero una venta era una venta; Ghale se acercó a Dante y arrancó el pulpo con una mano de un solo tirón. Su grito se escuchó atravesando toda la bahía.

—Son cincuenta tokens.

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