Capítulo 2

Capítulo 2

Nuevas puertas de oportunidades


Dos ojos abrazados por un aro de un iris turquesa, lo observaban con suma atención. Con una mirada lasciva y sensual, que por sí solos ya resultaban un verdadero espectáculo visual, resaltaban aún más gracias a una franja de delineado negro muy delgada que finalizaba en un pico más grueso hacia el final.

Su cabello lucía un increíble matiz violáceo fantasía, con un tono oscurecido en su interior que se deslizaba sobre sus hombros y espalda en un lacio de puntas salvajes; desprendían un aroma dulce, hipnótico y con la capacidad de hechizar a quien tuviese la suerte de encontrarse tan cerca como para sentirlo.

Dante apartó la mirada, se tapó la nariz y tosió... odiaba ese perfume.

—Kaiza, por el amor del gran Bin, quítate de encima. Te dije que ese perfume es demasiado fuerte y me lo restriegas en la cara.

La aludida retrocedió, no sin antes efectuar una mueca con sus pequeños y delicados labios. Puso las manos en su cadera y sopló su flequillo hacia un lado. La muchacha lucía una figura esbelta pero atlética, y permaneció en aquella posición durante unos momentos mientras sus ojos escrutaban al muchacho con seriedad.

Dante la observó con el mismo semblante, pero desvió la mirada de sus ojos y los llevó a recorrer cada uno de los tatuajes que ella llevaba. Uno en el cuello, con la forma de un diminuto corazón de tribales, otro que abrazaba su ante brazo derecho con la forma de dos alas superpuestas, y otro más sencillo y pequeño, con la forma de dos cruces, una junto a la otra, y ambas, ubicadas en su rostro, a unos centímetros debajo de su ojo izquierdo.

—No. Todavía me falta un pequeño detalle —dijo ella—. Además, prefiero mi olor y no el tuyo a... pescado podrido.

—¡Ser pescador es un trabajo digno!

—El trabajo no es el problema —respondió Kaiza mostrando sus dientes en una sonrisa perfecta mientras usaba sus manos para arreglar los últimos detalles de su nueva «obra de arte»—, pero existe algo que se llama baño. ¿Sabes? Y por como luces ahora, querido. Quiero que lo utilices más a menudo, ¿fui clara?

Kaiza terminó de colocar un poco de fijador en el cabello de Dante, lo sacudió, lo revolvió y, finalmente, se apartó. El muchacho, luego de una muy larga sesión de peluquería, al fin pudo observarse reflejado el fragmento de un cristal roto y sucio que se encontraba posado entre el suelo y un mural de madera.

Su reflejo le devolvió un aspecto que jamás imaginó que tendría. Era un cambio bastante notorio. Jamás se había teñido el cabello antes, pero ese tono rojizo oscuro no le sentaba nada mal. Meneó su mirada hacia un lado, observando su nuevo look: un peinado corto al estilo «desfilado» —que varía en los volúmenes del cabello, y le otorga movimiento y un aspecto rebelde a cada mechón de las puntas—. Kaiza había aprendido a realizar ese estilo hace solo unas semanas, primero lo había puesto en práctica con ella misma, y ahora con su nuevo sujeto de pruebas, Dante. Y la excusa del regalo de cumpleaños calzaba como anillo al dedo.

En un principio Dante se había mostrado reacio a recibir ese «obsequio» por parte de Kaiza, en especial con la pronta llegada de alguien muy especial para él, pero luego de ejercitar su cuello para descubrir y redescubrir cada nuevo ángulo de su look... la verdad era que le quedaba bastante atractivo.

Dante no tuvo palabras para expresar su satisfacción más que levantar sus dos dedos pulgares en una señal final de aprobación, sumado a una pizca de orgullo por las, recientemente adquiridas, habilidades de su mejor amiga.

—Nada mal para ser una aprendiz, Kaizy. Te felicito, pero te la he dejado muy fácil —dijo él, examinándose una vez más y deslizando sus dedos entre los mechones de su flequillo—. Mi cabello es fenomenal, casi se peina por sí solo.

La silla de barbería vieja en la que Dante reposaba dio una vuelta completa al ser empujada por la chica al finalizar su trabajo.

—Debería cobrarte. ¿Sabes cuanto sale un corte como este? Ni habar del color. Me costó mucho robarla. —La butaca dejó de girar para detenerse y dejar a Dante enfrentado a Kaiza. Ella abrió los brazos y sonrió—. En fin, tonto... feliz cumpleaños.

—Gracias —respondió el joven y correspondió el abrazo.

En ese instante, una compuerta rechinó de manera estrepitosa y una serie de sonidos metálicos y muy molestos resonó por toda la sala hasta que finalmente la puerta principal se abrió: Zekken, un joven de piel morena y con el cabello largo color azabache y atado a una cola de caballo, ingresó unos pasos, se detuvo, observó el abrazo, y se marchó por donde vino.

—Lo siento, me avisan cuando terminen. No volveré a interrumpir...

Ambos se separaron.

—Entra aquí, idiota —gritó Kaiza desde el otro lado de la habitación—. ¿Trajiste lo que te pedí? ¡Porque ahora sigues tú!

—¿Qué? ¿A él también le regalarás un nuevo corte? —preguntó Dante.

—Si, pero la diferencia es que a él se lo hago por caridad. Ese cabello me pide a gritos que le pase una máquina.

Zekken se acercó a Kaiza y a Dante, y les ofreció una lata de cerveza de Rábano blanco. Kaiza observó la lata y una de sus cejas salió disparada hacia arriba.

—Te pedí chocovino, ¿qué es esto?

—Lo siento, se terminó. Sabes que se vende como pan caliente. Seguro encontramos algo si salimos a la fiesta de hoy —dijo Zekken abriendo la lata y tomándola al siguiente segundo. La mezcla del sabor amargo y dulce, con la refrescante espuma de la cerveza, le brindó un éxtasis total a su garganta, que comunicó con un sonoro y prolongado «aajhhhh», al terminar el trago—. Está helada. Si saldremos a la fiesta de hoy, ¿o no?

Dante rodeó a su amigo con su brazo y asintió.

—¡Obviamente! Hoy se festeja doble... —Le quitó la lata y bebió un sorbo—. ¡Aajhhh! Primero festejaremos mi cumpleaños, por supuesto, ya que no todos los días se cumplen dieciséis. Y también se festeja que hoy llega, ni más, ni menos, ni más... que nuestra querida Zerafina.

—¡Al fin! El grupo estará completo de nuevo —espetó Zekken, recuperando su lata y tomando otro sorbo.

—Seguro tendrá miles de historias que contar... solo espero que no nos haya olvidado —comentó Kaiza, abriendo también su cerveza y clavando la mirada en la lata durante unos segundos—. Dos años... se me hizo eterno.

—¿Olvidarnos? ¿Ella? ¿A nosotros? ¡Ja! Para nada. Zera no es así —dijo Dante—. ¡De seguro se muere por volver al cuartel!

«El cuartel o el refugio», como Dante y el grupo lo llamaba, se trataba del camarote principal del capitán de un barco de antaño que, en la actualidad, se hallaba partido en dos mitades, y cuyos restos descansaban en un cementerio de navíos desperdigados a lo extenso de la costa sur de la península del continente de Xanthia.

El camarote era la única zona útil del barco, la única mitad que permanecía «en pie», a orillas del agua; mientras que el resto del navío se encontraba destruido, desgastado, deteriorado y extremadamente oxidado, descansando en una zona intermedia entre el océano y la arena.

Dante y sus amigos amaban pasar las tardes y parte de sus noches libres allí, y habían restaurado todo aquel sector del barco, para poder hacerlo un poco más habitable y hogareño.

Instalaron corriente y desplazaron decenas de cableados desde un generador portátil, a murales y techos, para obtener una iluminación tenue a base de focos navideños de color blanco. Lo que brindaba una atmósfera serena y tranquila al ambiente.

También se deshicieron de toda la basura sobrante, como fragmentos del casco desencajados en el suelo, que reemplazaron por fuertes tablones de madera que el mismo Zekken asentó para evitar tener un descenso imprevisto de nueve metros de altura hacia la costa.

Acondicionar el camarote fue tarea del grupo entero; cada quien podía traer al refugio todo aquello que le hiciera sentirse en casa; accesorios como pósteres de los mejores Binamons, fotografías y retratos de ellos o sus familias, recortes de revistas de personas famosas, banderas del continente, un timón en un estado bastante decente que encontraron en otros barcos naufragados, e incluso algunos dibujos de cuando eran niños. Todo se presentaba de manera armónica, decorando a lo largo y alto de todo el mural en el extremo opuesto al de la puerta de ingreso.

La decoración interior, por otra parte, era un tema muy variable. Desde que Zerafina se había marchado, las discusiones sobre, mantener o no, la mesa de billar eran constantes entre Dante y Kaiza. Ella la quería metida en una esquina y él en medio de la habitación, pero como Dante apenas jugaba y la mesa en verdad no se usaba demasiado con cinco bolas faltantes y medio taco, Kaiza siempre ganaba la disputa y la mesa era mantenida en un rincón de la habitación. Con algunas cajas encima que contenía vaya uno a saber qué.

En el barco también habían encontrado dos barriles inusualmente intactos, que se empleaban como sostén para un tablón de gran tamaño. Hacía las veces de una barra para tragos y de una mesa para comer algún bocadillo a unos cuantos metros del calor del fuego.

Y oh, el fuego... Una idea del mismo Dante que casi todo el grupo rechazó años atrás cuando fue propuesta. Se trataba de un contenedor cilíndrico de chapa oxidada con algunos orificios rotos en su estructura; Dante colocaba madera y carbón para hacer fogatas nocturnas y mantener el calor de un camarote que por las noches tomaba temperaturas en extremo gélidas.

Al principio, y porque se trataban de unos niños de diez a once años, Kaiza, Zekken y Zerafina lo habían dudado un poco, pero cuando Dante demostró en dos de tres intentos consecutivos, que no había peligro alguno si se mantenía el fuego bajo, ubicado en un rincón y alejado de todo aquello que fuese inflamable, el contenedor terminó ganándose su lugar en el refugio.

El suelo, también frío como el hocico de un dragón de hielo, se encontraba recubierto de un rejunte de hasta cinco tipos de alfombras de pieles de diferentes tamaños y colores. Permitían al grupo poder descalzarse y echarse una siesta en los cojines sin agarrarse el resfriado de sus vidas.

Y la más reciente adquisición del cuartel: la silla de barbería que Zekken había encontrado flotando en el mar, y que pensó sería un detalle bonito... y no se equivocó.

Kaiza sumó a la estética del entorno un trozo de un viejo y gran espejo de cuerpo completo que encontró en la calle, y luego de pedir a distintas peluquerías del pueblo una donación de revistas de estilistas, practicó durante semanas para lograr hacer teñidos perfectos y tres tipos de corte de cabello distintos: El primero se lo hizo a ella misma usando el color violeta; el segundo, a Dante, utilizando con él, el color rojo, y el tercero, para su amigo Zekken.

Un peinado mohicano falso que consistía en rapar los laterales de la cabeza en un estilo degradado, decorando con un dibujo de tres franjas entrecruzadas en la zona por arriba de la oreja. En el centro de su cabeza dejó una cresta que peinó con rastas gruesas y en punta hacia arriba.

A diferencia de ella y de Dante, a Zekken no pudo teñirlo al completo por falta de tintura blanca —y eso que no había mucho para teñir—, pero aun así, si lo hizo con las puntas de cada una de las rastas, dándole el toque perfecto para culminar con un corte fenomenal.

—Kaizy, eres increíble. Dos semanas más y ya podrías trabajar de esto —espetó Zekken, incrédulo de su espectacular nuevo corte de cabello—. ¡Parezco otra persona! Ahora nadie se me resistirá... prepárate Maya Van-Ranger. ¡Serás mía!

—Lo único que será tuyo va a ser mi puño en toda tu cara, Zekk —dijo Dante, más en tono de burla que como una verdadera amenaza. Ellos siempre se molestaban así.

—Lo siento, amigo mío —dijo Kaiza, dándole a Zekken la misma vuelta en la silla que hizo con Dante cuando terminó el corte—. Pero dudo mucho que Maya tenga un mínimo interés en ti. Soy buena, pero no hay corte que cambie eso.

—No lo sé, eh. Yo me siento muy confiado. —Zekken se incorporó, pero continuó observando su reflejo en el espejo, dibujando una sonrisa confianzuda, jactado por su propia belleza—. Si logramos ingresar a la academia. Este look será furor.

—Ya que tocaste el tema, porque esta vez fue Zekken quien tocó el tema... No fui yo. Tú lo escuchaste, Kaisy... —dijo Dante, atrapando una pelota que había lanzado al muro, mientras reposaba en un cojín a medio inflar, junto al contenedor apagado.

—Que novedad... —dijo la peli violeta, avanzando hacia el otro cojín que había junto a Dante, y dejando caer su cuerpo. El «pufffff» resonó con fuerza—. Ya me veo venir lo que vas a decir.

—Si, bueno... Esto. ¿Alguien ha recibido alguna noticia de la academia? ¿Algún mensaje? ¿Una carta? ¿O una lechuza mensajera? ¿Una señal de humo? ¿Lo que sea? —preguntó Dante. Una vez más, lanzando la pelota—. Porque yo no... y me estoy desesperando.

—No... —respondió Kaisa a la vez que reclinaba su cabeza hacia el techo.

—Yo tampoco —dijo Zekken, quien se adueñó de la pelota que Dante había lanzado al muro en un movimiento veloz, y comenzó un juego de lanzar y atrapar implícito con su amigo—. Pero estén tranquilos. Todavía tenemos tiempo. El lapso de respuesta para el ingreso es de dos semanas. A menos que no ingresemos. En ese caso, el lapso es de dos semanas... a nunca jamás.

—Si, pero ya se cumplen diez días y no tuve noticia alguna. —Dante atrapó la pelota y se la volvió a lanzar a Zekken—. Pensaba saber algo antes de mi cumpleaños. Eso hubiera sido genial.

—¿Qué nos queda? ¿Cuatro días? Seguimos teniendo posibilidades, quizás llegue alguna noticia hoy... —dijo Zekken. Atrapó la pelota, y justo antes de lanzarla de nuevo, vio unas manos de uñas pintadas de negro que se sacudieron en el aire, rogando por un pase. Sonrió y le lanzó la pelota a Kaiza.

—Lo dudo —dijo Kaiza, atrapando la esfera de goma bicolor, una mitad era blanca y la otra roja—. Según tengo entendido, el correo de la academia suele llegar a primera hora del día. Así que hoy no lo creo posible, pero siempre habrá un mañana. —Lanzó la pelota hacia el cielo, se detuvo en el aire y cayó en picada hacia Dante.

—No siempre habrá un mañana. Solo nos quedan «cuatro mañanas». Si no ingresamos, tendré que esperar un año entero para poder volver a probar suerte. ¡Y no puedo esperar hasta mañana! ¡Quiero dejar de entregar pescados! ¡Quiero tener mi propio Binamon y...!

—Volar por los aires...—dijo Zekk.

—Volar por los aires... —dijo Kaiza al unísono—. Si, lo sabemos. Te comento, los Binamon no son para cumplir sueños personales. Debes cuidarlos, ¿sabes?

—Ya lo sé... —Dante torció el labio en una mueca de disgusto y volvió a lanzar la pelota.

Zekken la atrapó.

—Escucha, amigo. Tranquilo, ¿si? Sé que tu preocupación era no tener la edad suficiente al momento de entregar la solicitud. ¡Pero ya está! Tienes dieciséis, así que no pueden rechazarte.

—Si, si, si... ¿Pero y sí me rechazan por no tener la edad suficiente en el momento de entregar la solicitud? Quiero decir. Vamos a imaginar la situación —dijo Dante, colocando sus palmas alineadas al frente por alguna extraña razón, como si sostuviera una caja invisible—. Soy Marcell Ralafare, trabajo para la academia Vyndelard y me llega una solicitud de un tal niñato llamado Dante Van-Ranger. Su solicitud pinta muy bien hasta que... ¡Oh, no! ¿Qué es esto? ¡Tiene tan solo quince años! Es mi primer día de trabajo aquí en la academia, así que tengo que hacer las cosas bien. Mi jefe es un viejo malhumorado que se la pasa fumando y odiaría que me grite con ese hedor a humo pútrido que sale de su boca en mi primer día laboral. La fecha del cumpleaños de este niñato está cerca del comienzo de las clases, técnicamente no hay nada malo, pero... será mejor no arriesgarme. Así que, lo siento Dante, pero estas... ¡Re.cha.za.do! —culminó, señalando con sus dedos hacia una —imaginaria— mesa frente a él, en dónde se hallaba su solicitud —imaginaria— de ingreso.

Ni Zekken, ni Kaiza fueron capaces de contener la risa.

—¿Marcell Ralafer? —repitió Kaiza, sonriente—. ¿Cómo te inventaste ese nombre tan rápido?

—Es un nombre muy común.

—No lo es.

—Mira, creo que te lo estás pensando demasiado, amigo. En el peor de los casos, se ingresa el año entrante. ¿No? —preguntó Zekken, intentando brindarle un poco de alivio mental a su amigo.

—Nah, hombre —dijo Dante frotándose la nuca, nervioso—. No entiendo como estás tan tranquilo. ¡Es tu futuro! Si ingresamos, nuevas puertas de oportunidades se abrirán ante nosotros. En cambio, si nos rechazan una sola vez, lo más probable es que vuelvan a hacerlo. Jamás escuché de alguien que pudo ingresar a la academia luego de ser rechazado.

—¡Hey! —Kaiza irrumpió la conversación de forma brusca. Ambos amigos la apuntaron con sus miradas—. ¿Vas a arrojar la pelota o te casarás con ella? —espetó con seriedad hacia Zekken.

—Ah, sí. Perdón, Kaizy —dijo y le lanzó una vez más la pelota—. Ok, Dante, ya hemos tenido esta conversación desde el primer día. Así que, a pesar de que todos queremos saber más acerca de nuestro ingreso o rechazo para la academia. No podemos hacer más que esperar.

—Mientras más pasa el tiempo, más pienso que no voy a ingresar...

—Entonces piensa en algo más. En Zerafina, por ejemplo —dijo Kaiza, tomándose un breve momento para meditar—. ¿Creen que esté más alta que yo? Si lo está, me ofenderé mucho... No quiero ser la más baja del grupo.

—¿Más baja que la «diminuta Zera»? ¡Nah! —comentó Zekken, luego se dirigió a Dante—. También puedes pensar en tu cumpleaños y en festejar. Después de todo... eso se hace en los cumpleaños. Eso y tomar chocovino hasta reventar.

—Si, a propósito... —dijo Dante—. ¿Ella cuando llegará al puerto?

Kaiza atrapó la pelota que Zekken le había lanzado y se tomó una pausa para revisar su reloj.

—Tres o cuatro horas. En el atardecer.

—Genial. Espero que haya traído regalos para nosotros.

—No se fue de vacaciones, Dante. Se fue a entrenar —le dijo Kaiza—. Dudo que nos haya traído algo.

—No nos ve en dos años, ¿y no nos traerá nada? Me ofenderé si no lo hace. ¿Creen que todavía tiene acné? ¿Recuerdan que siempre usaba el cabello por toda la cara para tapárselo? ¡Ja! Pobre ilusa.

—¡Dante! ¡No hables así de mi amiga! —dijo y le arrojó la pelota, pero esta vez, no como un juego, sino más bien para golpearlo en la cabeza... con un índice de éxito del cien por ciento.

—¡Hey! ¿Auch? —Dante la fulminó con la mirada—. Solo estaba bromeando. Ojalá si esté más alta que tú.

—¿Qué dijiste...?

De repente, un sonido estridente comenzó a sonar en algún lugar del refugio. Dante se incorporó y persiguió el sonido hasta llegar a la mesa de billar. Revolvió dentro de las cajas y encontró un Walkie talkie que solía utilizar con su hermana de pequeño para situaciones de emergencia. No tenía idea de que todavía funcionara, puesto que no lo usaban hace mucho tiempo. Contestó.

—¿Hola? ¿Maya?

Inmediatamente después, Zekken, quien había robado el sitio en el cojín que su amigo había estado utilizando, paró el oído y le exigió que le enviase saludos a Maya de su parte. Él no hizo ni caso.

¿Dante? ¿Se escucha bien?

—Si, increíble, pero si —respondió el pelirrojo—. ¿Qué pasa, hermana?

Escucha, sé que hoy es tu día libre por ser tu cumpleaños y todo, y te juro que no me gustaría tener que pedírtelo, pero...

—Oh, no...

Estoy completamente desbordada aquí. Ghale está hecho una fiera. Se nos han juntado dos pedidos y te necesitamos para hacer solo una entrega. Una y ya. Nos ayudaría muchísimo y no te demorará mucho. Bueno, quizás un poco, es algo grande. ¿Podrías venir a ayudarme? ¡Por favor!

—¡Yo puedo ir! —dijo Zekken.

—Tú no vas a ir a ningún lado, Zekk. —Dante volvió a colocar el dispositivo a la altura de su boca—. Maya. Tranquila, yo me encargo. No te preocupes. Estaré por allá en unos minutos.

¡Gracias, Dante! ¡Sabía que podía confiar en mi hermanito! ¡Eres el mejor!

—Lo sé, lo sé. Espera ahí. Tu salvación va en camino.

¡Te veo pronto!

Dante esbozó una sonrisa y suspiró.

—Me deberás una muy grande. ¡Nos vemos!

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