Capítulo 19


Capítulo 19

Lo que me pertenece

—¡¡TODO MUNDO ARRIBA!!

Dante abrió sus ojos y una red de luces de formato tubular; que serpenteaba en «S» recorriendo todo el techo de la habitación, se encendió de repente.

Y otro nuevo día en la academia Vyndelard daba inicio.

Dante descendió de su cama, y como ya sabía que lo primero que tenía que hacer era ir al baño del piso superior de la habitación para higienizarse lo más rápido posible, llevó sus pasos hacia la escalera de mano. Su movimiento fue veloz, tanto que se enorgulleció de ello, pero también, tanto que fue golpeado con una realidad que difería drásticamente con la del día de ayer.

La escalera ya no estaba.

Observó a los lados con un rostro empapado en confusión. Podría jurar que había una escalera ahí. Estaba demasiado dormido todavía como para qué la pregunta que se llevó a cabo en su mente sonase lógica: «¿A dónde se habría metido?».

De repente Aarik Lynncester pasó por su lado, y como si se tratase de una gacela, hambrienta de celeridad, saltó hacia el muro, dio dos veloces pasos hacia arriba, volvió a impulsarse y se sujetó de la saliente de la escotilla; llevo sus piernas hacia delante y luego hacia atrás cuál péndulo y logró acceder al baño.

Dante quedó sorprendido, como poco. Luego, volvió la mirada hacia sus otros colegas. Podía ver cómo algunos usaban las tuberías adheridas en los muros para escalar hacia la zona superior. Quizás podría intentarlo, pero había un inconveniente. Su muro no tenía una tubería cercana a la escotilla superior.

Intentó buscar algún otro medio para poder escalar, sin mucha suerte. Probó saltando, de la misma forma que lo había hecho Aarik, pero le fue imposible. No podía ni siquiera acercarse.

Aarik volvió al piso inferior de un salto, completamente aseado y empapado de hedor a limpieza; el joven no se molestó en dirigirle una mirada al pelirrojo y prosiguió hacia su cofre para cambiarse de ropa.

Dante ya iba muy detrás con respecto a sus compañeros. Tenía que hacer algo pronto, por lo que decidió obviar el aseo de hoy, ya podría ir a un baño más tarde, cuando fuese el horario de ir al aula.

Procedió a cambiarse y colocarse la cazadora partida, se peinó lo mejor que pudo a base de saliva y manotazos despiadados a su cabellera y encaró hacia el centro de la habitación a toda velocidad. Rodeó el pasamanos que funcionaba de protección para el elevador e ingresó a la plataforma.

Y cuando apenas su pie toco el centro, como una hiena hambrienta de carne fresca, uno de sus superiores abandonó sus actividades y esbozó un rostro que mezclaba la incredulidad exagerada y el desprecio desmedido.

Se le abalanzó encima en cuatro feroces y violentas zancadas.

—¡Alphil! —escupió un alumno de tercero. Pudo percatarse de ello por la insignia que llevaba en el hombro derecho de su cazadora de aula: dos franjas plateadas en «V» y tres pequeños rombos en la parte superior. Era un joven de cabello castaño, revuelto y muy flaco; con un velo de acné cubriendo sus mejillas. Su nombre colocaba: Aramis—. ¡¿Qué carajo cree que está haciendo ahí?!

Dante se asustó.

No esperaba ese tipo de reacción para nada. En un principio incluso volteó hacia atrás porque no se creía que hubiese hecho algo tan malo como para recibir ese tipo de trato.

Pero sí, si lo había hecho...

—¡Le estoy hablando, Alphil! —bramó Aramis, rociando saliva y gérmenes en cada palabra—. ¡¿Se atreve a ignorarme?!

De repente, una mano brutal, enorme y dura como una roca se posó en la nuca de Dante, obligándole a ver al frente.

Su dueño era ni más ni menos que aquel hombre alto, de cabellera blanca y de físico escultural que había visto en el baño el día de ayer: Dussan Vann. Ahora que había memorizado las insignias, pudo darse cuenta de que él era de rango «Delyin»: correspondiente a los alumnos de quinto año.

—Alphil, tiene a un cadete superior de Cylth hablándole, y como muestra de respeto, sus ojos jamás deben despegarse de su superior —dijo el hombre, apenas hizo un poco de presión con sus dedos y Dante sintió como si el castillo mismo se hubiese derrumbado sobre sus hombros—. Como este es su verdadero primer día, seré tolerante con usted en esta ocasión y no tomaré represalias por su insubordinación. La próxima vez, será distinto... muy distinto. ¿Fui claro?

—Sí, señor...

—¿Sí, qué? —preguntó Vann bosquejando una sonrisa aterradora, totalmente aterradora—. ¿Señor? —El hombre movió su cabeza para buscar a su colega—. Ashe, ven aquí. ¿Escuchaste lo que la sanguijuela colorada me dijo?

La muchacha, que había ayudado a Dante a colocarse las correas de la cazadora el día anterior, avanzó hacia el joven echando una breve risa que intentó contener.

—¿En serio te dijo «señor»? —Affra era de cuarto año, rango Delyin. Y ahora mismo no parecía, para nada, la chica amable y dócil que había conocido ayer—. ¿En qué mala película crees que estamos parados, Alphil?

Dante empezó a sudar.

—Lo siento... —Recién ahora recordó la clase de instrucción de ayer, dónde le habían comentado que a los de rango superior se les dirigía la palabra con un «mi» delante de su rango—. Lo siento, mi... Delyin.

—No entiendo, Alphil. —De nuevo, la presión en la nuca de Dante casi lo destierra de este mundo, de esta realidad y de este universo—. ¿No se supone que me tendrías que pedir disculpas a mí? —preguntó Vann—. ¿Por qué le hablas a ella? ¿Te gusta o qué?

—Ooooh... —dijo Ashe. Echó una risita traviesa y se arrimó sudoroso, atemorizado, y al borde del colapso, pelirrojo—. ¿Así que le gusto, Alphil? ¿Quiere que nos demos la mano y recorramos el castillo juntos? ¿O es que usa esa mano para otra cosa mientras piensa en mí?

Dante sintió otro tirón en su nuca y su cuerpo salió despedido hacia el muro. Vann y Ashe se dirigieron a la plataforma del elevador y antes de marcharse, sus ojos le atravesaron con una mirada despiadada.

—Esta es la última vez que un mugroso pie Alphil toca este elevador, ¿fui claro? —subrayó Vann con firmeza—. Cylth, explíquele a esta sanguijuela inútil por dónde tiene que salir.

—Sí, mi Elyssin —respondió Aramis, colocando una postura firme, natural y con una tonalidad de voz clara y fuerte. Cuando el ascensor se llevó a los dos superiores hacia la zona inferior, cumplió con la orden que se le había dado—. Escuche bien, bípedo. Elyssin y Delyin son los únicos que pueden descender por el elevador. Alphil, Baltha y Cylth tiene otro camino a la salida.

Dante no lo comprendió. Sabía que no había otra salida. En esa habitación las puertas parecían no haberse inventado todavía. Aramis le sonrió con un semblante socarrón y apuntó con su dedo hacia la cama de Dante, o más específicamente, debajo de ella.

—Nosotros solo podemos salir a rastras, bípedo.

Dante era una constante de dudas e incertidumbres que se reflejaban cada vez que alguien de los cursos superiores le dirigían la palabra, pero decidió hacer lo propio y descubrir que era lo que encontraría debajo de su cama.

Sus cejas salieron disparadas hacia el cielo cuando se agachó a mirar.

Había un hueco en la pared. Suspiró. Parecía ser que no quedaba otra opción que acatar las órdenes de los demás alumnos. Para asegurarse, echó una mirada hacia atrás con intenciones de buscar una aprobación directa de Aramis, pero lo único que pudo ver fueron sus piernas reptando debajo de su propia litera.

Podía tomar eso como una confirmación.

Se volteó y se arrastró por debajo de su litera cuál gusano de tierra; se metió al hueco e inmediatamente una rampa lo llevó a deslizarse en un descenso vertiginoso y veloz.

Contó tres vueltas y cayó al suelo de forma estrepitosa en el «gran pasillo». El sitio era todo lo que su nombre decía: un punto estrecho y común dónde se reunían todos los alumnos para formar y marchar a sus respectivas actividades.

—¡Arriba, Alphil! ¡Deje de dormir en el piso y soñar conmigo! —gritó Ashe, con furia—. ¡Hasta que no forme no podemos ir al comedor!

Dante se incorporó como un resorte y formó junto a Aarik; quien le echó una mirada que tenía toda la pinta de decir: «eres demasiado idiota para estar aquí». El pelirrojo solo suspiró.

Este día sería muy largo.

*****

Luego de una intensa mañana repleta de interrupciones de sus superiores, Dante pudo ingresar al aula. A paso lento, tembloroso y cansino, se dejó caer en su banco, junto a sus amigos Zekken y Kaiza. Los tres, de forma sincronizada, dejaron caer sus cabezas en la enorme mesa unificada de la tercera fila.

El aula tenía un formato semicircular de anfiteatro; presentaba una arquitectura muy cuidada, paredes impolutas y blancas con paneles de cristales que brindaban un diseño abierto muy acogedor. El brillante de sus luces daba la pauta de que estaban en el castillo de Luxia.

Kaiza fue la primera en romper el hielo en el trío. Estaba agotada e hizo un comentario de que tuvo que pasar toda la mañana sin desayunar porque accidentalmente había rozado su hombro con el de una Cylth y su destino fue peor que la muerte. Jamás en su vida había hecho tantas sentadillas.

Zekken comentó con ironía que «eso no era nada», ya que él tampoco había podido desayunar por algo, en apariencia, imperdonable... había confundido los rangos de un Elyssin con un Delyin y lo hicieron correr alrededor de la mesa del comedor durante la hora completa del desayuno.

Dante sacudió su mano, todavía con la mejilla aplastada en la mesa; y alegó que ojalá a él le hubiese pasado eso, ya que al no haber podido ir al baño, de camino al castillo de Luxia, pasando por uno de los patios principales, tomó un desvío y se puso a orinar en unas flores.

Kaiza y Zekken torcieron sus cabezas hacia Dante, porque no parecía la gran cosa, pero luego remató que lo habían descubierto, y como a la vez que orinaba estaba contemplando un precioso paisaje en la lejanía, le obligaron a correr para «tocar aquello que estaba mirando».

—¿Y qué estabas mirando?

—Por suerte, la muralla.

Kaiza y Zekken emitieron el mismo sonido de «Noooo».

—¿Cómo que por suerte? —preguntó Kaiza—. ¡Queda lejísimos!

—Podría haber estado mirando la villa Kry...

—No fuiste corriendo hasta allá de verdad, ¿o si? —preguntó Zekk, incrédulo.

—Tuve que hacerlo, el Baltha envió a un Binamon perro a seguirme y morderme si me desviaba... o bajaba la velocidad. —Dante resoplo—. Lo peor es que Cyro estaba sobrevolando la zona, me vio y estalló a carcajadas. Creo que nunca había odiado a tantas personas en un solo día...

Kaiza y Zekken palmearon la espalda de Dante, pero se arrepintieron de hacerlo, estaba atestado en sudor.

—¡Qué asco, amigo!

—¡Lo siento! Hoy hace mucho calor... —Dante se enderezó—. Hablando de calor. Zekken... —Dante observó a los lados—. ¿Pudiste averiguar algo de Zera?

El morocho negó.

—No sé qué tiene que ver eso con el calor... pero no, nada. Ni siquiera me dirige la palabra cuando tenemos ratos libres en el castillo. No tengo ni idea de lo que le sucede...

—Ya se los digo... ella no es la misma Zerafina —espetó Kaiza endureciendo el semblante—. Tiene algo. Y no sé qué es, pero me da mala espina. Si tan solo la hubieran escuchado cuando estuve en enfermería. Dijo expresamente que yo no merecía estar en la academia...

—¿De verdad? —preguntó Dante, cabizbajo—. ¿Qué demonios le pasa?

—Lo cierto es que tiene actitudes muy sospechosas —espetó Zekken—. Como ella se rehusaba a devolverme las preguntas, tuve que investigar por otros medios.

Dante y Kaiza prestaron total atención a Zekk.

—Sí, pregunté a su compañera de habitación. Dijo que por unos cuantos Tokens me diría algo suculento, así que tuve que pagarle.

—¿En serio, hombre? —preguntó Dante, sorprendido—. ¿Y al menos la información es buena?

—No tanto, pero que más da, lo que me dijo que ella todas las noches, una hora antes del toque de queda, sale de la habitación y vuelve hora y media después cuando todos ya están durmiendo. Lo peor es que los superiores lo saben y se lo permiten.

—¿Qué? —preguntó Kaiza—. ¿Por qué se lo permiten?

—¿Cómo quieres que lo sepa? No van a decírnoslo. Es lo único que su compañera de habitación pudo ver. Nada más...

—Maldición, Zera... —espetó Dante, consumido por los nervios—. ¿Qué escondes...?

De repente, una nueva profesora ingresó a la clase: Kaiza se irguió de forma automática ni bien la vio. Se trataba de Addie Nyx, de la senda Noctys. Su porte y andar eran la resultante de una mezcla perfecta entre la elegancia y la autoridad. Sus ojos, allá a dónde apuntasen, transmitían una determinación sin igual.

El alumnado entró en silencio ni bien sintieron su presencia y escucharon sus pasos. La mujer se colocó en el centro del auditorio y observó hacia un punto general. De su Terminal de Información «TDI» anexado a su brazo, la profesora sacó una carta, e invocó a un Binamon al aula.

Unas partículas brillantes envolvieron el suelo y un Binamon apareció. Dante se sorprendió. El único hipogrifo que él había visto en su vida, y muy de cerca, era Mimoso. Pero cuando este apareció en el aula, su tamaño era mucho mayor, su pelaje era violáceo y oscuro; y tenía unos ojos tan penetrantes y aterradores como su Binamer.

Addie se volteó hacia los alumnos.

—Espero una respuesta uniforme, fuerte y clara... —Fue lo primero que dijo—. ¡Buenos días, Alphils!

—¡Buenos días, profesora! —La respuesta general fue un espanto. Desincronizada, dubitativa, horrorosa y muy mal formulada.

La profesora rechinó los dientes.

—¡Mal! —dijo, hizo una seña a su Binamon, y el mismo batió sus alas; el suelo se regó de sus plumas en un segundo, y automáticamente, la presión del aire cambió de manera drástica.

Los alumnos tuvieron que ejercer fuerza para no ceder ante una gravedad que se había duplicado de manera repentina.

—De nuevo... —espetó la profesora—. ¡Buenos días, Aplhils!

—¡Buenos días, profesora!

—¡¡Mal!!

El hipogrifo lanzó otro aletazo que desplegó más plumas que se esparcieron por el aula. La gravedad volvió a duplicarse y ahora mismo mantenerse en pie resultaba una tarea demoledora.

—¡Buenos días, Alphils!

—¡Buenos días, profesora!

—¡Mal!

—¡Es sumo-profesora! ¡Idiotas! —espetó un chico de Noctys—. ¡Sumo-profesora!

El hipogrifo volvió a aumentar la gravedad, y uno a uno, las rodillas fueron impactando en el suelo como violentos meteoritos; unos pocos podían tolerarlo, pero debían de apoyar las manos en la mesa para no caer.

—Buenos días, Alphils... —repitió Addie.

—¡Buenos días, sumo-profesora!

—Mal, mal, mal... —chistó la mujer—. Parece que hoy los Alphils no quiere tener clases. Por mí no hay problema, puedo tolerar la gravedad aumentada, pero les recomiendo, bípedos, no jueguen con mi paciencia.

Ahora todos caían en cuenta que lo que decía ella era verdad; la sumo-profesora también se encontraba rodeada de las plumas mágicas de su hipogrifo, por lo que, por lógica, su cuerpo también sufría los cambios en la gravedad.

¿Pero cómo hacía para estar de pie sin inmutarse?

—Probemos una vez más... ¡Buenos días, Alphils!

—¡Buenos días, sumo-profesora!

Esta vez habían coordinado mucho mejor las palabras. El saludo había salido perfecto a nivel sincronización. ¡Esta vez lo habían conseguido!

—¡¡Mal!!

La gravedad volvió a golpear a los alumnos, y ahora, todos, sin excepción, fueron directo al suelo. Las sillas se removieron con brusquedad y los alumnos empezaron a apilarse los unos sobre los otros. La presión que sentían sobre sus cuerpos era demoledora y asfixiante, y el suelo ahora parecía totalmente recubierto de las plumas del hipogrifo.

Si la gravedad seguía aumentando de esta manera, ninguno podría aguantar. Kaiza empezó a reflexionar cuál sería el problema en la respuesta. Ella ya conocía de primera mano a la profesora Addie Nyx, o al menos, había tenido la oportunidad de entrenar con ella un par de días en la madrugada. Su mente la trasladó a un recuerdo muy cercano vivido hacía tan solo unas horas.

*****

—Vete ya —dijo Addie—. Terminamos por hoy, procura desayunar bien. ¿Está claro?

—Sí, profesora... —respondió Kaiza.

—Mira bien el rango, niña —corrigió Nyx, dando toquecitos con su dedo a su insignia—. Yo te lo dejo pasar, pero en la academia te demolerán si no sabes los rangos. Es lo más básico.

—¡Oh, lo siento! Es verdad. Guirnalda y una estrella era profesora, y guirnalda y dos estrellas era sumo-profesora —dijo Kaiza haciendo memoria.

—Ten en cuenta que habrá algunos a quienes no les agrade que los llames por el título social —explicó Addie.

—¿Título social?

—Sí, ¿o acaso me escuchas llamándote recluta de primero a cada rato? —Addie chistó—. Ten cuidado y procura siempre llamar a todos por su título militar.

*****

—Título social... Sumo-Profesora —Kaiza lo entendió todo—. ¡Título militar! —gritó a viva voz—. ¡Hay que llamarla por su título militar! Los profesores son Jaggers. Y los sumo-profesores son... ¡Xaanish! ¡Y recuerden decir el «mi», delante del grado!

Cómo todos los alumnos se encontraban besando el suelo ahora mismo, a la profesora no le molestó esbozar una sonrisa luego de escuchar a Kaiza.

—Te tardaste, recluta... —dijo para ella misma, en voz baja—. ¡De nuevo! ¡Buenos días, Alphils!

Finalmente, todos respondieron:

—¡Buenos días, mi Xaanish!

Y la prisión de gravedad fue disuelta.

*****

Los días se convirtieron en semanas, y fue en vísperas de final del primer mes; en medio de un entrenamiento táctico sobre cómo montar Binamons de tipo unicornio en los bellos predios del castillo de Ocazus; cuando hizo aparición un nuevo alumno en las filas de los Alphils.

Dante, Kaiza, Zekken y Zerafina quedaron boquiabiertos al verlo. Se trataba de Vikram Grunger. Quien venía escoltado, por un lado, de su madre, y por el otro, del mismo director. Había alguien más allí, un anciano, pero Dante no le reconoció... Zerafina y Aarik, por otro lado, sabían exactamente quién era.

El profesor llamó a los alumnos a formarse para escuchar las palabras del gran Rhadaman Thyr-Versen. Algunos acudieron al instante, pudiendo descender de los unicornios sin problema alguno, otros, como Dante, aterrizaron de cabeza.

El pelirrojo se levantó con prisa y retomó la formación junto a sus compañeros.

—¡Buenas tardes, Alphils! —saludó el director de la institución.

—¡Buenos tardes, mi Zaanisher!

La respuesta de todos se ejecutó al perfecto unísono. La sumo-profesora Nyx estaría orgullosa.

—Sé que este inicio de jornada ha resultado ser un poco particular —empezó el discurso el director—. Primero por el accidente de la Alphil Shyler y ahora con la tardía incorporación del alumno a mi lado, el señor Grunger; Vikram, quien recientemente se ha recuperado de una grave lesión.

—¿Lesión? —susurró Dante, furioso—. Y una mierda...

—Tranquilo, amigo... —susurró Zekken—. No te exaltes.

—Así que espero que integren a su compañero y lo instruyan con todo aquello que se haya perdido en estas semanas. —Los Alphils respondieron afirmativamente—. Jagger... —dijo luego, refiriéndose al profesor—. Dejo a Grunger a su cargo. Alphils, en descanso. Pueden seguir con el entrenamiento.

Los alumnos volvieron a desplegarse para montar a sus respectivos unicornios, mientras tanto, Zekken se percató de un detalle de Vikram.

—¿Notaron la insignia de su senda en el brazo? —preguntó y observó a Kaiza—. Es de Noctys, como tú.

—Menos mal que mi habitación ya está completa —dijo Kaiza—. Odiaría tenerlo de compañero.

De repente, Dante se adelantó, escudando a sus amigos y enfrentándose cara a cara a Vikram.

—Maldito asesino, hijo de perra —bramó Dante, furioso. Solo ver su cabello desarreglado y esos espantosos tatuajes por todo su cuerpo ya le producían ganas de vomitar—. ¿Qué quieres?

—Tranquilo... —Vikram echó un vistazo a su retaguardia, su madre estaba pegado a él. Ladeó la cabeza y conectó una mirada con Dante—. Quería pedir disculpas.

—Deberías ir a prisión. ¡Lo que hiciste...!

—Lamento interrumpir, joven Van-Ranger —dijo con prisa la madre de Vikram, avanzando hacia el pelirrojo—. Tengo en claro que lo que hizo fue, inhumano como poco. No te voy a pedir que lo perdones. Porque incluso a mí, como su madre, me cuesta hacerlo. —Vikram apartó su mirada, molesto—. Y no te diré que no tuvo la culpa de sus acciones, porque si la tuvo. Pero quiero decirte que él, como un mocoso impertinente, ha sido fuertemente influenciado.

—¿Perdón? —preguntó Dante—. ¿Cómo que influenciado?

—Manipulado... —contestó ella con una postura afligida—. Le lavaron la cabeza para atacarlos. A él y a su Binamon, Ragnar.

—Señora, sabe que la respeto mucho. Usted ha ayudado a Mimoso a recuperar sus alas y estaré siempre en deuda, pero... ¿Quiere que me crea eso?

—Sí, señorito Van-Ranger. Porque desde esa noche que estoy averiguando quien fue el responsable de ese desastre.

—¿Y por qué no se lo dice él mismo? —espetó Dante, apuntando a Vikram con un dedo inquisidor—. ¿Quién te ha manipulado para intentar matarnos, eh?

Vikram se mordió los dientes de rabia.

—¡No lo sé! ¡Carajo! ¡No recuerdo nada de esa noche! —soltó el chico.

—¿Qué sucede? —preguntó el profesor al escuchar el alboroto—. ¿Qué es todo esto?

—Lo lamento, Jagger Munz. Hemos arrojado una bomba a su clase, sin explicarle los detalles. —A la conversación se sumó un nuevo individuo. Se trataba de un anciano de increíble aspecto físico con una gran y larga cabellera blanquecina—. Déjeme que le ponga al corriente...

—¿Y este viejo? —preguntó Dante.

—¡Alphil! —ladró el profesor violentamente, con ambas fosas nasales hinchadas—. ¡Está dirigiéndose al mismísimo Barón Montaraz! ¡Cuerpo a tierra, bípedo! ¡Haga flexiones hasta que se muera!

—¿Q-que...?

—¡Obedezca la orden! ¡Hasta que se muera le dije!

—Tranquilo, Jagger Munz. No es necesario —intervino el Barón con simpatía—. No es culpa del Alphil, tiene sus motivos para estar asustado. La historia es un poco larga y compleja, pero en resumidas cuentas, así Grunger como su Binamon han sido influenciados por una fuerza cuya procedencia desconocemos.

»Hace unas cuantas semanas, Vikram y su Binamon demostraron poseer habilidades impensadas para los niveles que ellos son capaces de manejar actualmente. —El barón posó su mano en el hombro de Vikram. El joven agachó la cabeza, la vergüenza se manifestaba en todo su ser—. El señor Grunger alega no saber cómo obtuvo ese poder, dónde lo obtuvo, o quien se lo ha otorgado porque, sencillamente, no lo recuerda.

—¿Esto es verdad? —preguntó Kaiza—. ¿No te acuerdas lo que nos hiciste? Casi nos asesinas en la bahía... ¿Y no lo recuerdas?

Vikram volvió a agachar la mirada.

—No recuerdo nada de esa noche. Apenas recuerdo haberme encontrado con Dante por la tarde.

—Pues mira qué conveniente... —espetó el pelirrojo—. No me lo creo.

—No es cuestión de creencia, Alphil —continuó el Barón—. Grunger ha sido tratado durante todo este tiempo con los mejores y más profesionales gurús de la medicina. Todavía no hubo forma alguna de devolverle su memoria. Así que decidimos volverlo a incorporar a la academia Vyndelard. Mientras tanto, la señorita Kin-Gher fue elegida para cuidar de la salud de su Binamon.

Zerafina se acercó a la conversación.

—Sí, es cierto. El barón me lo pidió luego del ataque —explicó Zerafina, arrimándose—. Lo traje aquí y estuvimos tratándolo junto con el doctor Fleming cada noche para intentar recuperar su memoria. Por suerte Ragnar se lleva bien conmigo, así que yo no tuve inconvenientes en ayudar.

Dante, Zekken y Kaiza supieron entonces a qué se debían esas escapadas nocturnas de Zera.

—Oye... ¿Cómo está él? —preguntó Vikram.

—Hasta dónde sé, no quiere volverte a ver. Lo pusiste en peligro de muerte, Vikram. —Zera negó con la cabeza—. Bien. Sé que no fuiste totalmente tú, pero así lo entiende Ragnar. Él y tú estaban enlazados cuando perdiste la cabeza, sintió toda tu sed de poder, tu ansia de asesinarnos y esa es la última impresión que le quedó de ti... —Zera guardó silencio y se le acercó, tendió su mano y le ofreció la carta de Ragnar a su legítimo dueño—. Va a ser difícil para ti recuperar su confianza, pero tampoco lo veo imposible. He intentado explicarle lo que pasó, pero... quizás sea mejor que lo escuche de ti.

—No... No... —Vikram negó repetidas veces—. Quédatelo. Estará mejor contigo, eso está claro. Al menos hasta que sepa qué fue lo que pasó conmigo. Y... —Levantó la mirada—. Te lo agradezco.

Zerafina asintió y guardó la carta.

—Bien. Tú mandas.

Cuando las aguas se calmaron y Vikram se disculpó una y otra vez con todo el grupo de amigos, finalmente los superiores se dispersaron.

Por unos breves segundos, Dante, Zekken, Kaiza y Zerafina quedaron a solas. Parecía que habían pasado años desde que no volvían a reunirse de esta manera. Y todo por la conducta evasiva de la rubia.

Conducta que volvió a manifestar; echó una mirada furtiva hacia los tres y perfiló para irse.

—¡Espera! —dijo Kaiza y le sostuvo de la muñeca—. ¿De esto se trataba todo? ¿Esto era lo que no podíamos saber bajo ninguna circunstancia?

Zera se soltó con brusquedad.

—¿Hablas de lo que les dije en la bahía de Quarr? Sí, pero en parte. Obviamente, hay más que ustedes no saben.

—Y creo saber de qué se trata —espetó Kaiza con seguridad.

—Ven conmigo un segundo —sentenció Zerafina, arrastrándo a Kaiza consigo para alejarla de los chicos.

Ellos quisieron intervenir, pero Kaiza los detuvo. Se dirigió a Zerafina y ambas se fulminaron con la mirada.

—Ese Binamon tuyo que vimos en la bahía... —Comenzó la plática Kaiza—. Es un legendario, ¿no es así? Por esa razón tanto secretismo.

—Felicidades, Shyler. Lo descubriste... —La rubia suspiró y le dio un pequeño golpecito con el dedo a la insignia de su hombro—. Escucha bien. ¿Ves estas dos cosas? Hay algo que se llama cadena de mando, y es imposible saltársela simplemente porque sí. Desde que nos enlistamos a esta academia, dejamos atrás gran parte de las decisiones que somos capaces de tomar.

»Nos regimos bajo un orden jerárquico que debemos seguir al pie de la letra. No podemos hablar de más, no podemos emitir opiniones y no podemos desobedecer a nuestros superiores. Así funciona esto desde hace años y así seguirá funcionando. ¿Bien? Por lo que, si, Kaiza... no podía hablar de nada de esto porque había un Barón involucrado, mi familia, la de los Grunger y la de los Lynncester. A eso se le llama secreto de Estado y va mucho más allá que la amistad que podamos tener.

—¿Por eso estabas distante con nosotros?

La rubia negó.

—No te confundas, con Dante y Zekken no tengo ningún problema. La distancia la he puesto únicamente contigo.

—¡¿Por qué?! ¿Qué te hice?

—Simplemente, no tienes madera para permanecer en esta academia. No eres una Binamer solo porque hayas tenido un... «Enorme golpe de suerte». He pasado años de mi vida entrenando para ingresar aquí. Me perdí miles de oportunidades en mi vida para que tú vengas y sobrevivas a doce relámpagos, un legendario te elija y te nombren una de los diez dorados. ¿Qué has hecho y sacrificado para merecerlo Kaiza? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! ¡Ni siquiera eres capaz de enlazarte a un Binamon! ¡No eres capaz de hacer lo más sencillo en esta academia!

—¡Tú no sabes nada de mí! —aseveró Kaiza, en una mezcla de lágrimas y una ira inconmensurable, emergiendo de su interior—. ¡No te reconozco! ¡Carajo! ¡Ya no sé quién eres!

—Bueno. Bienvenida al mundo real, Shyler. —La rubia empezó a alejarse cuando vio a ante y a Zekken aproximarse—. Escuchen bien los tres, en unos meses, las insignias de «los diez dorados» que tienen tú y Dante comenzarán a estar vigentes en la academia.

—¿Y eso qué? —preguntó Zekken.

—Que oficialmente, ellos serán nuestros superiores, Zekk —dijo Zerafina sonriendo de manera irónica—. ¿No han notado que de Baltha en adelante algunos llevan insignias de color dorado? Significa que son parte de los diez mejores alumnos de Vyndelard. Los diez dorados. En pocas palabras, insignia de oro le gana a insignia de plata. Así que tendré que obedecerte... —escupió la rubia—. ¡A ti! ¡Que ni siquiera eres capaz de efectuar un simple enlace de telepatía! ¡Cuando yo domino todos los enlaces a la perfección desde hace años!

Kaiza, Dante y Zekken se quedaron estupefactos. La pelivioleta escondió el emerger de sus lágrimas lo máximo que pudo.

—De todas formas, es solo cuestión de tiempo, las cosas pronto volverán a alinearse... —espetó Zera, dándole la espalda a los tres—. Lo que no saben es que esas insignias que tienen ustedes dos pueden arrebatarse si se las gana en una batalla oficial. Cuando llegue el momento, Kaiza Shyler, más te vale estar preparada —dijo, le observó con el rabillo del ojo, y se marchó—. Porque iré por lo que me pertenece... con todo lo que tengo.

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