Capítulo 16
Capítulo 16
La torre del ascenso
Abrió sus ojos con pereza y aparecieron en sus párpados una sensación de pesadez absoluta. Como si ambos estuviesen sujetos a cadenas adheridas a dos enormes anclas en un descenso constante. Tuvo que hacer un esfuerzo extra para intentar enfocar lo que su visión, difuminada por el agotamiento y los medicamentos que circulaba por su sistema, intentaban mostrarle.
Había un candelabro de velas sobre su cabeza que le brindaba una luz cálida y suave que, de todas formas, ella sentía como si fuesen reflectores encendidos a escasos centímetros de su rostro.
Kaiza apenas movió su cabeza para apartar la mirada. El agotamiento predominaba en todo su ser y ella no pudo resistirse. Sus ojos se cerraron, ya no había más que hacer ante aquella lucha perdida.
La parte más profunda de su mente, aquella que se coloca en actividad para mostrarnos películas oníricas, le trasladaron a la noche anterior. Cuando su cuerpo recibió una llovizna de relámpagos simultáneos.
Recordaba la sensación de la electricidad penetrando y recorriendo cada centímetro de su cuerpo; como sus músculos se contraían, cómo su piel se escocía y como sus huesos parecían vibrar a merced de un padecimiento sin precedentes.
Y luego de todo eso, sintió alivio.
Una fuerza le recorrió al completo desde su interior. Era como si toda energía almacenada en los rayos estuviese acumulada dentro de su pecho; circulase por sus venas, y se liberase con una potencia sin igual.
Sintió cómo de sus manos, de sus pies, de su abdomen, de su cabeza... de su alma, se desprendía un fulgor que resplandeció a su alrededor y sacudió el mar en su totalidad.
Y entonces volvió a despertar.
Y volvió a ver ese candelabro, solo que esta vez estaba apagado. La única iluminación de la sala provenía de una lámpara en la mesita junto a su catre.
Por fin, Kaiza fue capaz de acomodarse y enderezar su cabeza. El agotamiento se le había pasado bastante. Se sorprendió al ver, al menos, tres presencias cercanas a ella y de pie.
Al menos había uno de esos tres rostros que le era familiar: Zerafina Kin-Gher.
La segunda presencia parecía tratarse de un médico, a juzgar por la insignia blanca que pudo reconocer en el logo de su espalda. A él apenas lo veía de perfil, pero pudo distinguirle una barba negra muy pulcra y perfectamente recortada. Su cabello era negro y de mechones largos; pero como estaba en una sala de enfermería, lo llevaba atado.
Escuchó quejas salir de su boca. Actualmente, de los tres que estaban ahí, era el único hablando. Y a quién dirigía su verborragia sobre que «este tipo de incidentes son inauditos en esta institución», era hacia otra persona frente a él.
La tercera presencia se trataba de un hombre bastante mayor a juzgar por sus arrugas. Tenía una capucha cubriéndole por la mitad, la calvicie de su cabeza. Él también presentaba una barba estilo candado y emblanquecida por el pasar de los años.
Su semblante era aterrador y reconfortante, sin saber cuál atribuir como modo estándar. Kaiza dedujo que quizás sería algún otro profesor. Él fue el primero en voltearse hacia la pelivioleta y advertir su presencia.
—Oh, señorita Shyler. Veo que está despierta al fin —dijo el hombre calvo, sonriendo—. Supongo que debe estar un poco confundida. Estuvo dormida casi un día completo. ¿Cómo se siente?
Kaiza solo asintió. Intentó responder, pero tan solo fue capaz de toser. Sintió la garganta tan reseca como un desierto.
El médico se acercó a la mesa, lanzó unas pastillas de un frasco a su mano y las dejó en el regazo de Kaiza. Luego le ofreció un vaso con agua.
—Toma esto. Te hará mejor. ¿Sientes algún dolor inusual en el cuerpo?
Kaiza esperó a terminar de tragar la última píldora antes de contestar.
—Creo que no. Me siento...—Lo meditó un poco—. Bastante bien, a decir verdad. —Luego observó a Zerafina. Detectó que algo en su mirada que le llamó la atención. Parecía verla con... ¿Resentimiento?—. ¿Y los chicos...?
Zerafina apenas modificó las facciones de su rostro al responder. Y cuando lo hizo, definitivamente Kaiza notó aspereza en su tono.
—No están aquí.
—¿Y entonces dónde...?
—Sé que tienes muchas preguntas, jovencita —irrumpió el hombre calvo—. Empezaré a contestar algunas, en orden de importancia. Lo primero, como lo dictan las normas de etiqueta y buena educación, me enorgullece presentarte al distinguido doctor Alexander Flewing. El hombre que estuvo siguiendo tu salud con esmero y dedicación durante las últimas horas. —Dirigió el reverso de su palma en dirección a Zerafina, apuntándola ahora a ella—. A la señorita Kin-Gher estimo que ya la conoce. Ella estuvo comentándome toda la situación de primera mano. Fue también quien la trajo hasta aquí en primer lugar. —Luego estiró su mano, para poder estrecharla con la de Kaiza—. Y por último, me presento: yo soy el director de esta institución. Puede llamarme Rhadaman Thyr-Versen. Soy el director de la academia Vyndelard. A su entera disposición.
Kaiza arrugó el entrecejo, sorprendida.
—¿La academ...? ¡Por Bin! —espetó, dirigiendo una vez más su mirada hacia la rubia—. ¿Qué pasó con la ceremonia de enlace?
Zera torció el labio, disgustada.
—¿No te acuerdas?
Las miradas de seis ojos se posicionaron en la pelivioleta, aguardando aquella respuesta con apetencia. Ella desvió sus ojos y empezó a buscar en su memoria.
—Escuché una voz... —dijo ella—. En el mar. No sé por qué, pero sentí mucha necesidad de seguirla. Me pedía ayuda... y no podía ignorar el llamado.
Los ojos del director y los de la rubia se encontraron por unos breves segundos.
—Luego todo se volvió blanco. Escuché estruendos, como si todo a mi alrededor explotara... y después me desperté aquí.
Tras la explicación de Kaiza, el director pidió disculpas por anticipado y se apartó junto al doctor y Zerafina hacia un rincón alejado de la enfermería.
Kaiza se sintió como una rana de otro estanque. La sensación de soledad todavía se hallaba en lo profundo de su pecho. ¿De qué estarían hablando? ¿Qué era lo que decidían a sus espaldas? Si bien esas preguntas primaban en su conciencia, también había muchas otras. La más importante. ¿Qué le había sucedido en el mar? ¿Qué había sido aquella voz que había seguido? ¿Y por qué lo había hecho sin objetar nada? Ella no era así. Jamás actuaba sin premeditar las cosas y por sobre todo, jamás se arriesgaba de esa manera.
Indudablemente, su forma de actuar en ese momento le hizo sentirse una extraña a sus propios ojos. Acostó su cabeza en la almohada y esperó, pero pronto escuchó que las voces al otro lado de la sala subieron de tono de forma considerable. O bien, en realidad, solo lo hizo una de aquellas voces.
Una que ella conocía a la perfección.
—Lo siento, señor director. Pero me parece injusto. No puede permitirle quedarse luego de lo que sucedió. ¡Es un peligro para todos nosotros! ¿Tiene idea de lo que podría pasar si alguien se entera?
Kaiza no fue capaz de evitar parar la oreja al escuchar la palabra peligro. ¿Pero de quién estaba hablando? Por desgracia, la respuesta le llegó luego de una mirada furtiva y despectiva que la rubia le echó en apenas un segundo. Esa mirada se sintió como una espada atravesándole el pecho. ¿Qué le estaba pasando a Zerafina?
—Lo lamento, señorita Kin-Gher —espetó el director—. Su voz no tiene peso en esta decisión. Shyler se incorporará a Vyndelard.
—Me parece completamente injusto para quienes nos hemos partido el alma y el cuerpo, tantos años de entrenamiento para que ella... —La rubia chistó, furiosa—. ¡No ha hecho nada para merecerlo!
Y ahora, la espada que sentía que se le había clavado al pecho empezó a moverse, a lastimar desde adentro, todo su ser. Sintió un enorme calor ascendiendo por su cuerpo. Ira.
—Sobrevivió a doce relámpagos mágicos... —susurró el doctor—. Lo siento, pero tienes que aceptar que es algo que debe hacerse.
—¿Ah si? ¿Debe hacerse? —cuestionó Zerafina.
El doctor tensionó las facciones de su rostro. El tono que había usado aquella chiquilla no le había gustado en lo absoluto. Aun así, el director le frenó con un solo gesto de su mano.
—Así es —decretó el director con temple—. Debe y se hará lo más pronto posible. No espero que lo entienda, Kin-Gher. Espero que lo respete.
—¡Bien! ¿Qué puedo decir? No puedo objetar absolutamente nada... —Zerafina volvió a echar una mirada a Kaiza. El disgusto, las lágrimas de impotencia asomándose entre sus cristalizados ojos eran incluso palpables. Metió la mano a su bolsillo y le entregó un objeto al director—. Que así sea, entonces. Me disculpo... y me retiro, señor director.
Tras aquellas palabras, los tacos de la rubia resonaron por todo el pasillo de la sala de enfermería hasta llegar a la puerta y perderse de la vista de Kaiza. Ella no podía comprender absolutamente nada. Esa actitud no era habitual en ella. Parecía otra persona. Trago saliva para intentar ahogar la sensación amarga que se manifestó en su cuerpo.
—Lamento eso —dijo Rhadaman—. Supongo que es una situación complicada de digerir para personas que están acostumbradas a siempre ser los distinguidos en cada sitio que pisan. Por desgracia, en mi instituto, el pasado no es influyente en lo absoluto. Podrá ayudar, es verdad. Pero aquí cada quien se gana su puesto.
Kaiza negó con la cabeza, atónita.
—¿Qué le pasó...?
—La señorita Kin-Gher está un poco molesta, pero se le pasará —dijo el doctor—. Por otro lado. Hay buenas noticias para usted.
El director juntó las manos de la pelivioleta y le entregó un objeto en particular. Se trataba de un medallón que brillaba con la potencia de millones de llamaradas de dragón. Kaiza lo reconoció al instante. Dante tenía uno igual.
—Felicidades. Es ahora, por decreto de la junta directiva de la academia Vyndelard: una de los diez dorados —dijo el director con aires de orgullo—. Eres de forma oficial una de las aspirantes mejor capacitada para la academia.
—Un honor muy grande, debo añadir —dijo el doctor, sonriendo—. Como tal, tienes valiosos beneficios. No es algo que debe tomarse a la ligera.
—Por lo pronto, señorita Shyler. Quiero que sepa que le explicaremos todo a su debido momento. Ahora nos hemos visto un poco retrasados. Tenemos que continuar con la ceremonia del Ascenso de la Torre. Así que deberá disculparme por ser tan breve.
—¿Qué? —Kaiza no entendía nada. De hecho, entendía tan, pero tan poco de la situación que tenía que preguntarlo a viva voz—. No entiendo nada de lo que está pasando. ¿Yo una de las mejores? No tiene sentido. No me enlacé a ningún Binamon...
Ambos, director y doctor, compartieron una mirada risueña.
—Oh, señorita Shyler. No podría estar más equivocada... —espetó el doctor. Ambos presentaban un brillo extraño en sus ojos. Como si realmente estuviesen orgullosos de... lo que sea que haya hecho Kaiza.
—Es verdad —continuó el director Rhadaman—. Usted sí se ha enlazado a un Binamon.
—¿Cómo? ¿Cuándo...?
—Y no ha sido un enlace como cualquier otro. —El director extrajo de uno de sus bolsillos, una carta Binamon. La carta brilló y encandiló los ojos turquesas de una asombrada Kaiza. Ella la sujetó con ambas manos, incrédula—. Usted se ha enlazado a un Binamon legendario.
*****
—¿Tú crees que estará bien? —preguntó Dante, volteándose de nuevo para observar entre las cabezas de sus compañeros ingresantes, si podía ver, al menos de casualidad, alguien remotamente parecida a su amiga.
No pudo.
—La profesora Olive nos dijo que ya salió de la enfermería. Créeme, quiero verla tanto como tú, y saber que está bien, pero demasiado milagroso es el hecho de que haya sobrevivido a... eso. —Zekk susurró la última palabra. Dante sabía a qué se refería—. Tenemos que esperar. El ascenso de la Torre está por comenzar y no la veo por aquí.
Dante era incapaz de dejar su pie en un estado de quietud absoluta. Su cuerpo era un rejunte de nervios. Un poco por la ceremonia del Ascenso de la Torre y mucho porque se encontraba bastante preocupado por Kaiza.
Y también Zera, que hacía bastante que no la veía.
Tanto él como todos los alumnos formados en cinco largas hileras, se encontraban vestidos con los mismos colores. El negro de una cazadora de cuello alto, capucha moderna y delgada, dos solapas alargadas en su zona inferior llegando a la altura de las rodillas, con tres botones que se abrochaban en el lado opuesto al del corazón.
Por debajo, una camisa blanca; y pantalones de instrucción. Negros y fabricados con una tela ligera y resistente a partes iguales.
—Si no llega se perderá el ascenso. Este es un momento único. Creo que es dónde nos decidiremos a cuál de los tres castillos asistiremos. Espero nos toque convivir juntos... ¿Te imaginas? Organizaríamos fiestas como en Quarr.
Zekken resoplo.
—Dante. No seas infantil. No podemos hacer eso, aquí las fiestas se terminaron. Lo que tenemos que...
—¿Cómo qué se terminaron?
Ambos escucharon una voz detrás de sus espaldas. Era una voz femenina, de tonalidad segura, que reconocieron desde el segundo uno. Voltearon, y sus miradas se llenaron de asombro al ver a una de sus dos amigas formando justo detrás de ellos.
Dante tuvo que contenerse para no abrazarla, ya que no estaban en el mejor momento a la vista de tantos profesores.
Kaiza Shyler le sonrió.
—Más les vale que si hagamos fiestas. ¿Escuchaste Zekk? Yo estoy con Dante. Da igual a qué castillo asistamos, hay que dar lo mejor. Así que esfuércense. ¿Está claro?
—¡Por Bin! ¡Estás radiante! El uniforme te queda sensacional —le dijo Dante, tomándole de la mano durante unos breves segundos—. Estaba muy preocupado.
—¡Estábamos!
—¡Shhhhh! —dijo una voz, en algún lugar de la marabunta de alumnos formados en fila. Ninguno supo discernir quien había sido.
—Hablaremos más tarde, chicos. Gracias por su preocupación —dijo la pelivioleta compartiendo una sonrisa cálida a ambos—. Pero estoy bien. De hecho, me siento fenomenal.
Ambos le sonrieron.
Y por fin, una nueva ceremonia daba inicio.
Los alumnos se encontraban formados la plaza de las sendas: un patio de formato discoidal con enormes murallas de ladrillos de piedra caliza a los lados, adoquinado con baldosas relucientes de color blanco.
Dos portones enormes de madera al norte y al sur; junto con algunas más pequeñas a sus laterales eran las salidas que conectaban con distintos sectores de la academia.
En el corazón de la plaza, la atracción principal se trataba de una enorme Torre de aspecto ancestral; fabricada con piedras torneadas y talladas al cuidado para brindarle incisuras, cuyos dibujos se trazaban en toda su superficie; el interior de aquellas incisuras siempre brillaban en tonalidades aleatorias, pero mostrando siempre los colores amarillo, naranja y azul.
La torre presentaba un total de cuatro portones de acero. Uno, el más grande, a los pies; y los tres restantes a la cabeza de la torre. Las de la zona superior se expandían mediante puentes flotantes que llevaban a distintos sectores de la academia.
Visto desde una panorámica aérea, la academia era un sitio vasto que partía desde aquella plaza céntrica, expandiéndose, sector por sector, hacia afuera, y presentando así... tres tipos de castillos completamente distintivos uno del otro.
Los castillos de las tres sendas.
Formados en una única fila a espaldas de la torre, se localizaban los profesores y cargos más altos de la academia, junto a su distinguido director. El mismo que había visitado a Kaiza en la enfermería.
El hombre, portaba, al contraste con los alumnos, una cazadora blanca de solapas largas, conocido popularmente como el Uniforme de Gala de los Binamers. En su pecho desfilaban decenas de insignias conmemorativas, una de ellas, y la primera de todas, era exactamente la misma que tenía Dante, y ahora también Kaiza.
Por último, pero no menos importante, en cada uno de sus hombros presentaban charreteras con la insignia que mostraba dos laureles dorados que contenían un total de cuatro estrellas amarillas en su interior. Llevando, con orgullo y determinación, el rango más alto en la academia Vyndelard.
Rhadaman Thyr-Versen se separó del grupo de profesores y avanzó hacia el centro para tener la atención de cada alumno nuevo —ubicados frente a él—, y los de años superiores —que observaban desde los balconcillos alrededor de los muros—. Las miradas de todos se asentaron en el director.
El hombre dio una bienvenida general al grupo. Compartió unas palabras introductorias con el alumnado, y explicó los detalles de esta nueva etapa que se llevaría a cabo, denominado el Ascenso de la Torre.
Dante, Zekken, Kaiza y Zerafina —que se formaba en otro sitio apartado de su grupo—, escucharon cada palabra con total atención.
La ceremonia era sencilla. Cada alumno debía ingresar a la torre. Una vez adentro, pasarían a tomar una serie de decisiones claves que evaluarían su más profunda personalidad. Una vez finalizada aquella serie de decisiones, la puerta de su senda se abriría para dar inicio a una nueva etapa en la vida de los aspirantes a Binamers.
—Detrás de mí y sobre nuestras cabezas, podrán notar los castillos pertenecientes a las tres sendas de la academia Vyndelard —explicó el director con una voz autoritaria, con un color fuerte y áspero; haciéndose escuchar ante todos sin la necesidad de artilugios modernos, o de magia, para lograrlo—. Vyndelard cuenta con dos tipos de educaciones. Por un lado, se les instruirá de forma académica. Asistirán a sus clases en conjunto, sin importar la senda que les haya tocado. Aprenderán sobre este universo y el universo Binamon durante un total de cinco años.
»En segundo lugar, tendrán entrenamiento bélico, emplearán el estilo correspondiente a la senda que les haya tocado, y aprenderán todo lo que se tiene que saber sobre cómo desenvolverse en el arte de la guerra. Con el objetivo de que sean capaces de proteger y servir a la nación Xanthiana.
»Luxia, Ocazus y Noctys son las tres sendas. Erigidas hace más de trescientos años como instituciones separadas, para posteriormente ser fusionadas en lo que hoy conocemos como Vyndelard. La idea no es abrumarlos. Tampoco les diré las especialidades de cada senda, puesto que la selección de cada una deberá nacer de lo profundo de sus corazones.
»La torre que se levanta a mis espaldas tiene tres puertas en la zona superior. Cuando su proceso de ascenso finalice, el puente correspondiente los llevará a la senda seleccionada. Nadie puede decirles que decisiones han de tomar cuando ingresen a la torre. Eso correrá únicamente por su cuenta. Les deseo la mejor de las suertes. Pues, este camino, es solo de ida. —Se efectuó un silencio sepulcral. El director ascendió la mirada hacia sus alumnos en la cima de la plaza, y con fuerza y claridad, su garganta expulsó:—. ¡Determinación y valor!
—¡¡Para defender a Xanthia!!
Las voces de los alumnos superiores rugieron en respuesta a las palabras del director.
El hombre juntó sus talones, los movió en dirección al movimiento de las manecillas del reloj y se marchó. Los profesores presentaron sus respetos golpeando su pecho con las palmas rígidas, a la altura del corazón.
Cuando el director cruzó la totalidad de la plaza y abandonó el sitio, la siguiente en jerarquía tomó la palabra. Se trataba de una mujer que ya pasaba la mitad de los treinta, tenía el cabello platinado en distintos tonos grisáceos y lo sujetaba atado con un rodete de trenzas muy cuidado.
Su rostro era cautivador y temible a la vez; presentaba un rezago de pecas en sus afilados pómulos. Con una mirada de ojos verdes que resultaba penetrante y sagaz.
Las solapas de su cazadora blanca flamearon con su andar. Sobre los hombros, la insignia de su jerarquía como profesora se distinguía a la distancia: dos guirnaldas doradas conteniendo un total de dos estrellas en su interior.
La mujer se presentó como la profesora Addie Nyx, y casi todos los alumnos nuevos emitieron los mismos bullicios colmados de preocupación.
—¿Ella es Nyx? —escuchó Dante susurrar a un alumno.
—¿La controversial heroína de guerra?
—Sí, la que salvó a decenas de familias en ese atentado...
—Sí. Familias del enemigo.
—¿Eso no es traición?
—Mi padre la detesta. No puedo creer que sea profesora...
—¿Cómo logró trabajar aquí?
—Vamos. Si incluso escuché que admiten alumnos de origen Galassiano. Esta academia está cada vez peor. Cuando mi padre venía aquí estas cosas no sucedían...
Dante sintió un fuerte calor ascendiendo por su pecho al escuchar su nación de origen. Cerró sus ojos, y casi por un segundo, pudo volver a revivir todas sus pesadillas en Brakiel.
—¡¡Callados, todos!! —gritó Addie Nyx, y el silencio le obedeció, haciéndose presente al segundo siguiente—. ¡Nadie los autorizó a hablar, sanguijuelas! ¡Atentos! Esto es lo que va a pasar: en orden, desde el primer alumno formado en la quinta fila a mi izquierda, empezarán a pasar hacia la torre. Entrarán y cuando el alumno salga por alguna de las tres puertas de arriba, seguirá el siguiente. ¡¿Fui clara?!
—¡Sí, profesora! —La respuesta de los alumnos no salió del todo coordinada, pero al menos algunos pudieron emitir un tono elevado.
La profesora resopló, molesta. Le clavó la mirada al primer alumno de la fila de la izquierda con desprecio.
—¡¿Qué está esperando?! ¿Una carta de invitación? ¿Quiere tomar el té con sus compañeros? —El chico se alertó y dio un pequeño saltito en su lugar. Empezó a moverse con pasos cuidadosos. Eso no le gustó nada a su profesora—. ¡Vamos! ¡Apúrese! ¡Entre de una vez! ¡No tengo todo el día!
Finalmente, el primer alumno salió disparado e ingresó a las colosales puertas de doble hoja que daban ingreso a la torre. Pasaron dos minutos en extremo silencio. Nada parecía suceder allí adentro, ni siquiera un simple susurro.
Pero entonces, las incisuras interiores de la torre emitieron un potente resplandor naranja; seguido de eso, una de las puertas superiores emitió un sonido atronador, como si se tratase del rugido de un dragón que parecía originarse desde el interior de la estructura. La puerta de la izquierda, se abrió de par en par.
—¡Bienvenido a la senda Ocazus! —se escuchó allá arriba. Y los alumnos formados en la senda correspondiente vitorearon, festejaron y celebraron al nuevo integrante.
Desde la posición en la que estaban Dante, Kaiza y Zekken, no había forma alguna de distinguir a nadie en la parte superior. Se escuchaban festejos y ruidos, pero no podían vislumbrar a nadie. Las únicas certezas que tenían de que el alumno había terminado, eran por el resplandor que ganaba la estructura al finalizar y el estridente sonido de la puerta abriéndose.
—¿Perdón? ¿Necesita que le enseñe a correr, niña? —Interrumpió la profesora Nyx, dirigiéndose a la alumna que seguía en la fila, concentrada en intentar ver más allá del puente superior. Ella negó atemorizada—. ¿No? ¡Entonces muévase!
La siguiente alumna ingresó, y la torre se tiñó de color azul: Noctys.
Al siguiente le sucedió lo mismo: Noctys, también.
Luxia emitió un destello amarillo antes de abrir sus puertas.
Pronto Dante empezó a comprender el sistema. Cuando una puerta se abría y un alumno llegaba a una senda, del interior de la torre se emitía un rugido particular.
Ocazus parecía tener el rugido característico de un dragón.
Luxia presentaba un chillido, como el de un ave.
Y Noctys, por otro lado, tenía otro rugido. Más particular. Era menos grave que el de un dragón y un poco menos agudo que el de un ave. Un punto intermedio al que no sabía bien qué Binamon atribuir.
—Hey, amigo... —susurró Zekken—. No sé qué cosas habrá que hacer allí adentro. Pero... ¿Y si elegimos una senda desde ahora? Al menos, apuntamos mentalmente una, para tener más chances de que nos toque la misma. ¿Qué dices?
—Concuerdo... —dijo Kaiza—. No quiero ir a un castillo inmenso yo sola con gente desconocida.
Dante asintió y meditó al mismo tiempo.
—Sí, me parece bien. ¿Tienen alguna senda en mente?
—Yo ni idea —dijo Kaizy—. No sé en qué se diferencia una de la otra.
—Yo creo que si —dijo Zekken, volviendo la mirada a la torre—. Supongo que los colores que emana la estructura dan una ligera pista.
—¿Qué pasa con los colores? —preguntó Dante.
—Luxia es amarillo como el sol en el día. ¿No? Bueno, Ocazus es naranja, como cuando el sol empieza a esconderse. Por último, Noctys, es azul, simbolizando la noche.
—¡Eres brillante, Zekk! —espetó Kaiza—. Entonces. ¿Elegimos alguno de esos tres?
—Sí, me parece una gran idea —dijo Dante—. ¿Pero cuál?
—¡Chicos! Es Zera... —advirtió Zekken.
Los tres observaron a su amiga ingresar a la torre. Luego de unos pocos minutos, la misma se iluminó y el chillido de un ave rasgó el cielo.
—¡Bienvenida a Luxia!
—¿Qué les parece? —preguntó Dante, observando el puente flotante de la derecha. No era capaz de ver a Zerafina, pero el bullicio se escuchaba desde aquel extremo—. ¿Vamos a Luxia? ¿Cómo ella?
—Por mi bien —espetó Kaiza con seriedad—. Creo que ahora mismo prefiero tenerla cerca. Hay muchas cosas de Zerafina que no me cierran.
Dante recordó el trato que tenía con ella. Era mejor, por su bien, que nadie sospechase de Zerafina, por lo que tenía que hacer lo posible para que Kaiza estuviese de su lado.
—Escucha, Kaizy. Sé que Zera parece rara a veces, pero en la ceremonia de enlace a mí me ayudó a que Cyro me aceptara como su compañero. ¿Y creo que te ayudó a ti también, Zekk? Al darte cuenta de que había muchos lobos Phanein.
—Es verdad. Lo hizo. —Zekk se dirigió a Kaiza—. Al principio elegí un lobo Phanein, pero luego vi que había muchos, así que para no parecer una figura repetida, me volví para cambiar mi elección final. Eso casi me pasa por no mirar más allá de mis pies...
—¿Y cuál Binamon elegiste? —preguntó Kaiza.
—Bueno. Un... lobo Phanein.
Kaiza arrugó el entrecejo.
—Larga historia.
—Y Kaiza... —prosiguió Dante—. Esa noche, la de los relámpagos...
—Ah. Si... Lo sé. El director me lo dijo —se anticipó la pelivioleta—. Zerafina me salvó y me llevó a enfermería. Bravo. Y se lo agradezco muchísimo. Aun así, siento que todo lo que hace y dice... no su verdadera personalidad.
—¿Qué...? ¿A qué te refieres? —preguntó Dante.
—A que, quizás por un segundo, allá en enfermería... —Guardó silencio para observar el puente de la derecha—. Pude ver su verdadera cara... Así que sí. Yo intentaré ir a Luxia. Si quieren, pueden hacer lo mismo.
Y llegó el turno del primero del grupo en pasar a la Torre. Zekken Cruiz echó un vistazo a sus amigos, e ingresó.
Pero lo que ninguno sabía era que allí adentro, la torre estaba preparada para descubrir cualquier tipo de artimaña empleada para intentar elegir una senda a conciencia.
Intentarlo era posible, pero lograrlo, por otro lado, nunca.
Ellos nunca tendrían el control de nada de lo que allí sucediese. Si bien, pronto descubrirían que la evaluación de la torre era sencilla en esencia, sería gracias a las runas talladas en sus muros, que ninguno de los alumnos que quedase abrazado por la luz de su influencia mágica podría, jamás... mentir.
Y fue por esa razón que ninguno de los tres logró ingresar a la misma senda.
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