Capítulo 15
Capítulo 15
La traición
A una velocidad vertiginosa, los Binamons se impulsaron hacia el cielo y sus cuerpos colisionaron.
Cyro el dragón buscó encestar una acometida en pleno vuelo, pero Ragnar la serpiente alada fue capaz de bloquearlo con un coletazo. El cielo silbaba con sus maniobras aéreas, y el viento implosionaba en cada nuevo choque entre ambas criaturas.
El dragón no vacilaba en ir al impacto. Se alejaba prudencialmente, viraba de dirección, maniobraba en el aire, daba unas cuantas volteretas para confundir a su rival y volvía a atacar con sus cuernos frontales como lanzas. La serpiente alada se vio acorralada entre cada intento. La velocidad con la que se movía Cyro era superior en todo aspecto. No había ni un solo movimiento que no estuviese calculado.
Cyro era un Binamon con una experiencia y una trayectoria destacable, y eso podía apreciarse a cada segundo de batalla, mientras que Ragnar, por otro lado, solo se había forjado junto al volátil de Virkam. Sin contar la última batalla, en la que su magia había sido adulterada para volverse todavía más poderoso, hacía mucho tiempo que no tenía una pelea tan reñida.
A Zerafina, por su lado, no le gustó en lo absoluto cuando Ragnar empezó a gastar su magia con ataques de hielo para intentar defenderse.
Cyro realizó una maniobra evasiva en pleno vuelo, evadió un rayo de tonalidad azul que terminó por congelar un árbol del bosque. El dragón se movía en el aire con una destreza que lo hacía ver todo muy sencillo, llegó a un punto alto sin ser tocado por la lluvia de ataques de su rival y se dejó llevar por la gravedad para caer en picada hacia el suelo.
Rozó el césped, sobrevoló las cabezas de los aspirantes a Binamers que se hallaban en la caseta de registro y trazó rumbo hacia la playa en un zigzag constante. El hielo se apoderó de fragmentos del suelo, muros, algunas butacas de la caseta, un cartel de bienvenida que había al inicio de la playa, pero en ningún momento estuvo cerca de alcanzar a Cyro.
La serpiente alada se sintió insultada. Odiaba esa actitud de ligereza con la que se manejaba ese pequeño y molesto dragón de bolsillo. Aumentó la velocidad de vuelo y lanzó otro relámpago más.
Cyro lo evadió con otra pirueta. Sus pezuñas rozaron la arena y sus dientes perlados se hicieron notar en una sonrisa socarrona. Ya lo tenía.
—Se terminó, anguila... —espetó el dragón, para sí mismo.
Batió sus alas, levantando un rezago de arena que golpeó a Ragnar. La serpiente continuó volando sin prestarle atención, pero en esos escasos segundos en el que perdió de vista a Cyro, fueron su perdición.
El dragón trazó un círculo perfecto alrededor de Ragnar, a una velocidad inimaginable; la arena se levantó como un pequeño torbellino. Pero había algo más. Insertas y ocultas dentro de la arena, Cyro había expulsado diminutas y pequeñas partículas de fuego: eran como chispas que se mezclaron con el vórtice de arena y cuando el dragón chasqueo los dientes; explotaron... y el fuego envolvió por completo a Ragnar.
El siguiente paso era sencillo. Cyro se colocó encima, cortando el único camino de escape y juntó toda la magia que su mandíbula le permitió. Sus dientes se iluminaron al rojo. Sus ojos eran dos estacas clavadas a su rival. Ansiando la resolución definitiva. Su pecho se infló y expulsó una feroz llamarada de sus fauces.
Pero entonces, Zerafina entró en escena.
El enlace tiene varias fases. La primera, y la más sencilla de todas, es la conocida como «telepática». Un Binamon y un humano comparten un enlace mental que les permite entenderse sin hablar el mismo idioma. Dante estaba acostumbrado a entrar en esta fase con casi cualquier Binamon que se le cruzara.
La segunda fase del enlace es un poco más complicado de realizar. Se le conoce como enlace de «percepción». Este es ideal para cuando las batallas son lejanas y se debe conocer el estado del Binamon en todo momento. En esta, el Binamer enlazado podrá experimentar en su organismo todo aquello que el Binamon experimente. Y viceversa...
En este estado, el miedo que siente uno, lo siente el otro. Y Zerafina sintió ese temor recorriendo por completo el cuerpo de Ragnar. En este tipo de enlace, quien domine sus emociones, dominará la batalla.
Cyro era capaz de ignorar el subidón de nerviosismo y estrés que le transmitía un inexperto y atemorizado Dante, y lo resolvía con su exceso de confianza y pericia. Para Dante, por otro lado, todo parecía una montaña rusa de emociones. Cada maniobra en el aire era capaz de percibirla como si él mismo lo estuviese haciendo. Se sentía mareado y sus piernas le temblaban, al borde de un colapso mental.
Pero ahí no se terminaba. Porque había un tercer tipo de enlace. Uno que, ni Dante ni Cyro, podían concretar todavía. Pero Zerafina sí. Este enlace resultaba el más difícil de los tres y se debía de tener un gran nivel mente-cuerpo y una gran confianza para lograrlo.
El enlace de «control». Este tipo de enlace permite al Binamer trazar estrategias con sus Binamons y ejecutarlas como si ellos mismos estuviesen en el campo de batalla. Zerafina podía percibir y sentir lo que le sucedía a Ragnar. Sabía que no iba a intentar escapar del torbellino de fuego, y también se había anticipado a que Cyro bloquearía la única salida de allí.
Si recibía ese ataque, Ragnar no lo contaría. Lo único que Zerafina podía hacer ahora era tomar el control y salvarlo por su cuenta. La rubia cerró sus ojos y se concentró.
La percepción de Ragnar, ahora, era la suya.
Su mente se enfocó e imaginó que movía su cabeza, primero hacia abajo, luego hacia la izquierda, y arriba... Ragnar hizo exactamente lo mismo dentro del vórtice de fuego.
Mientras tanto, Cyro atacó y lanzó una llama brutal y peligrosa de sus fauces, pero en ese mismo momento, un relámpago congelante lo atravesó de lleno, ingresó a la mandíbula de Cyro y el dragón —junto con Dante—, sintieron un gélido helado penetrando en sus cabezas.
El dragón cayó al suelo, su cuerpo se desparramó entre la arena; recobró el sentido usando sus garras delanteras para frenar la inercia; se asentó al suelo, flexionó las rodillas para empezar un nuevo vuelto, pero antes de poder lograrlo, Zerafina se le anticipó.
Los siguientes relámpagos impactaron en la espalda del dragón, congelándole las alas; dos más fueron a los pies, para mantenerlos clavados al suelo. Dante sintió un escalofrío recorriendo su organismo. Era cómo si estuviese embutido en medio de una montaña de nieve. Suspiró. Su aliento salió evaporado por el frío que su organismo sentía.
Aun así, Cyro no pensaba rendirse. Concentró otra llamarada en su mandíbula, y con una tremenda ira creciente en su interior, despedazó el hielo con las llamas.
Sin embargo, ya era tarde para él, Ragnar volvió a atacar con un relámpago aún más grande y severo. La arena salió desprendida hacia el cielo en el ataque y el dragón quedó completamente congelado dentro de un cristal.
Dante se desplomó en el suelo, completamente agitado —y no había hecho nada, a decir verdad—; aun así, su cuerpo se sentía como si él mismo hubiese librado toda la pelea.
Zera le tendió una mano, sonriente. A Dante le demoró un poco de tiempo recuperarse de aquella increíble experiencia. Jamás había vivido nada igual. Él había visto decenas de batallas de Binamons en la televisión y había escuchado del poder del enlace, pero vivirlo por cuenta propia era un cantar completamente diferente.
Se sentía impresionante... y ya quería volver a hacerlo. Definitivamente, retaría de nuevo a Zerafina en el futuro.
*****
La noche había llegado y a la ceremonia de enlace y selección le restaban los últimos cuarenta minutos. La luna era una belleza visual formidable, esférica, de aspecto galvanizado, y alumbrando en el alcor del cielo nocturno.
Dante se encontraba embelesado con la belleza de su nueva carta Binamon: en el anverso se hallaba la foto de Cyro, el dragón «forajido».
Finalmente, lo había conseguido: su primer Binamon.
Si bien era uno parlante, gamberro y adicto a las peleas. Resultaba una combinación intrigante para el pelirrojo. Ya albergaba deseos de volver a verlo y luchar juntos, pero ahora no quería molestarlo. La pelea con Ragnar y Zera habían dejado al dragón de bastante malhumor y se había marchado rumbo a las montañas de nuevo a descansar.
«La próxima vez, el resultado será distinto», fue lo que le había dicho el dragón mientras rechinaba los dientes intentando tragarse su rabia antes de echar vuelo a su guarida. Dante tuvo que quedarse con ganas de conocerlo más, pero ya habría tiempo para ello. Por lo pronto, ver de nuevo a Zekken le quito ese pensamiento de la cabeza.
Al fin su colega había vuelto. Zerafina le había comentado lo que había sucedido con él y el presunto «engaño» de los lobos Phanein. Ella sostenía que si bien son buenos Binamons, también son sencillos de adquirir y era más beneficioso utilizar el extenso periodo de las pruebas para poder obtener uno diferente. Los voladores, como el dragón de Dante, eran una de las mejores opciones según la rubia.
—Espero que esta vez elija a uno mucho mejor y más fuerte que un lobo —dijo Dante.
Por eso, cuando Zekken terminó de registrar a su Binamon y se reunió con ambos, la sorpresa de sus amigos fue notoria. La carta que Zekken traía consigo también poseía un lobo Phanein... y además muy pequeño.
Dante fue el primero en hacer una mueca extraña y preguntarle por ello.
—¿Qué pasó...?
Zekken tomo asiento. Dante y Zera habían permanecido sentados en unas butacas que era como una especie de sala de espera gigante dentro del tinglado. El joven se encogió de hombros, como restándole importancia al asunto.
—Su nombre es Jun —contestó Zekken a secas—. No la elegí por nada en especial. Según me informó su madre, ella no tiene magia por alguna razón.
La mueca extraña de Dante se intensificó aún más, ahora se le sumaba una apertura de boca chueca y labio inferior izquierdo semi alzado.
—¿Pero por qué? Literalmente hay miles de Binamons... y todos tienen magia. ¿Y eliges a uno sin magia?
Zekken asintió con una sonrisa nostálgica en su rostro.
—Mira, al principio pensaba igual que tú, amigo. Quería al más poderoso de todos. Pero luego me encontré con la madre de Jun. Ella me llevó a un claro y me rogó que si no la elegían sería sacrificada. Yo no sé si esa parte es real o no, pero me da lo mismo. Cuando me dijo que este Binamon no tenía magia, o al menos, no la había desarrollado todavía... me hizo acordar a mí.
Zera y Dante ya sabían a lo que él se refería. Zekken había sido huérfano durante gran parte de su niñez hasta que tuvo la suerte de ser adoptado por una mujer anciana.
Zekken le llamaba nana, porque siempre le pareció más a una abuela que a una mamá. Fue gracias a la bondad de su nana que Zekken pudo salir adelante en su vida, estudiar y poder aplicar para ser un futuro Binamer. Prácticamente le debía todo.
—Al principio le ignoré —prosiguió Zekken—, y ella le echó una rabieta a su madre por intentar persuadirme, y no voy a mentir, me pareció una Binamon pedante y mal educada. Así que pensé en traerme otro. Cuando llegue aquí y me encontré con Zera de nuevo, y me di cuenta de que casi todos tenían lobos Phanein, fue como si el mundo me dijera... ¿Serás como todos los demás? ¿Harás lo mismo que todos?
»Y no lo toleré. Me fui muy enojado y frustrado a buscar otro Binamon al bosque de Zánitas. Me enlacé a unos cuantos, pero mi cabeza no dejaba de pensar en Jun. ¡Odiaba eso! Pero... esa Binamon maleducada y pedante me hacía acordar a mí en casi todos los aspectos.
»Ustedes ya lo saben. Yo en mi infancia...—Sostuvo la carta con una mano y le dio toquecitos con el dedo con la otra—. Era igual. A mí nadie me quería adoptar porque era yo quien los espantaba. Yo elegía ser un maldito estúpido cuando alguien venía interesándose por mí. Porque yo no quería que me eligieran por lástima. ¡Odiaba que me vieran por lástima! Así que, claramente, pasé muchísimos años sin que nadie se me acercara. El resto de los niños comenzaron a marginarme y llegó un momento en que creí que nadie jamás me adoptaría. Hasta que llegó una mujer: cabello platinado y siempre recogido en un rodete, un poco encorvada pero bastante alta. Muy risueña. Exploró todas las opciones, hasta que decidió quedarse conmigo... sin siquiera hablarme. Yo seguí en mi papel de idiota y le grité: «¡Seguro me quieres para que haga tu trabajo pesado porque soy n...! —Zekken se mordió los labios, tragando su angustia—. Cuán equivocado estaba. Tuve mucha suerte de que Nana se fijara en mí y decidiera sacarme de esa pocilga. Y es un regalo que me hizo la vida y que jamás podré pagarle.
»O eso pensaba...—dijo Zekken levantando la mirada—. Porque luego reflexioné y llegue a la conclusión de que quizás si podía hacer algo como mi Nana, y ayudar a un Binamon en problemas. Quizás así podría empezar a pagarle a ella. No con dinero, ni nada así, porque no tengo, por desgracia... pero si con la misma buena voluntad que ella tuvo conmigo.
Zerafina le tomo de la mano y las lágrimas de Zekken fluyeron con libertad.
—Nana vio en mí algo que ni yo mismo veía —El joven guardó silencio—. No es algo usual que un Binamon no pueda desarrollar su magia. Creo que hay algo que está interrumpiendo su magia y me gustaría averiguar lo que es —dijo Zekken, con ojos resplandecientes de determinación—. Por eso lo seleccioné como compañera. No me importa su poder. No me importa lo que «me pueda ofrecer». Yo he decidido que quiero ayudarla, como Nana me ayudó a mí.
El hombro de Zekken recibió dos palmadas de parte de Dante.
—Haces lo correcto, amigo mío.
Zerafina le dedicó una sonrisa.
—Es de las actitudes más nobles que he visto, Zekken. Estoy segura de que en la academia podrás ayudar a tu Binamon. Eres una gran persona.
Zekken agradeció las palabras de sus amigos y la plática continuó hacia terrenos más divertidos y amenos. Las horas continuaron su curso, la noche cayó y la mayoría de los participantes ya habían vuelto para registrar a sus primeros Binamons.
Pero había algo que preocupaba a Dante y sus amigos. Se trataba de Kaiza. Ella todavía no había vuelto y la última vez que Dante la había visto había sido poco después de encontrarse con Cyro. Zekken ya se encontraba al corriente de la situación de Kaiza y su imposibilidad de enlazarse con los Binamons porque Dante y Zera ya se lo habían mencionado.
Por lo que, mientras la hora límite se aproximaba cada vez más a su final, la preocupación iba creciendo en el interior de cada uno. Hasta que, de repente, se hizo un anuncio al grupo en su totalidad. Quienes ya habían logrado enlazarse y querían marcharse rumbo a la academia, podían hacerlo abordando en el mismo barco con el que habían arribado a la isla.
Con cinco minutos antes del final, embutidos en la oscuridad de la noche y alumbrados por la claridad de la luna y las estrellas en el cielo: su profesora, de las pocas personas que se habían quedado, se les acercó.
—¿Todavía no ha vuelto? —preguntó la profesora Olive en medio de un bostezo y con unas claras ojeras bajo sus párpados.
—No... —respondió Zekken, preocupado—. ¿Es posible que le haya sucedido algo malo?
—Lo dudo. No hay Binamons agresivos en estos lugares —respondió la profesora.
—¿Está segura? Quizás haya alguno que se pueda meter a la isla desde afuera —preguntó Dante.
—No. En ese caso sonarían las alarmas de la barrera mágica que rodea a la isla. Es imposible que algo ingrese aquí sin que lo sepamos —contestó la profesora de forma mecánica. Como si estuviese leyendo un manual—. Créeme. Está bien.
Pero aunque la profesora lo prometiese, a Dante no le fue suficiente aquello. Tenía que asegurarse por sus propios medios. Con la excusa de ir al baño, se dirigió a un sitio aislado en la playa.
—¿Por qué me molestas...? —dijo Cyro, luego de ser transportado. Se encontraba echado en el suelo y apenas movió su cabeza para hablar—. Escucha bípedo, hay que establecer reglas. Debes contactarme primero con el enlace. No quiero que estas convocaciones sin aviso se vuelvan una costumbre. ¿Qué pasa si estoy defecando y me llamas? Te juro que te rostizaré si eso sucede.
—Tengo un problema —dijo Dante, agachándose para susurrarle.
—Te escucho de lejos. No hace falta que te acerques...
—No importa eso. ¿Puedes ayudarme a encontrar a mi amiga? ¿Recuerdas a la chica de pelo violeta que estaba conmigo?
—No.
—¡Pero si nos hablaste a los dos!
—Lo siento. Hablo con muchos bípedos en estas pruebas. No entiendo por qué todos tienen los pelos coloridos. Eso hace más difícil que los recuerde.
—¿Cómo puede hacer eso más difícil...? ¡Bah! Cómo sea, necesito que encuentres a mi amiga. Todavía no ha vuelto y...
—¿Y yo por qué haría eso? —dijo el dragón, sus enormes ojos demostraban incredulidad—. ¿Desde cuándo me he vuelto tu esclavo? ¿Cuándo firmé ese contrato? Porque yo solo acepté ser tu compañero, que recuerde...
—¡Porque te necesito! La ceremonia está por finalizar y puede que ella esté en peligro...
—¿En peligro? ¡¿Aquí?! —Todavía echado en la arena, las fauces de Cyro se alzaron soltando una voraz carcajada—. ¿Si tienes alguna idea de dónde estamos? Este es sin duda el lugar más aburrido, ergo, más seguro del planeta, niño...
Y como si el destino le quisiese dar una lección al dragón, un evento repentino llamó por completo la atención de ambos, y de toda la isla...
Un estruendo resonó a la distancia con brutalidad. El suelo se sacudió y la tierra vibró bajo los pies de Dante y de Cyro; los árboles del bosque se bambolearon ante la onda expansiva de un relámpago que surco el cielo y descendió hacia la zona más alejada de la península. El sonido que se escuchó fue como el rugir de la tierra pidiendo clemencia. Al siguiente segundo le siguió uno más, y otro más...
Dante y Cyro se quedaron pasmados al contar doce relámpagos sucesivos impactando en el mismo sitio, uno con más vertiginosidad y potencia que el anterior, culminando con una explosión devastadora.
*****
Kaiza Shyler ya no lo toleraba. Había vuelto a chequear su reloj. Tan solo le quedaba una media hora hasta que la prueba diera por finalizada y ella todavía no había conseguido enlazarse a ningún Binamon.
Tenía la espalda firme, posada sobre una enorme roca que había embutido en una pequeña playa al norte de la península. Enterró sus pies en la arena y se sujetó las rodillas, envolviéndola con sus brazos. El suspiro desalentador llegó poco después. Lo había intentado todo.
Había perdido la cuenta de cuantos Binamon la habían rechazado. Parecía ser invisible a sus ojos. No entendía por qué ninguno se le acercaba siquiera a sentir su presencia. Era como si cada vez que lo intentase, ellos le percibían y se marchaban. Sintió un pinchazo amargo que le oprimió en el pecho al pensar en ello.
¿Por qué tenían que alejarse así? Se mordió los labios intentando que esa sensación de soledad no fuera agravada por los recuerdos de su pasado. Pero ya era tarde para ella. Sus pensamientos se arremolinaron como nubes oscuras a su alrededor.
Una lágrima se derramó por sus mejillas, salvaje, hasta llegar a saltar hacia sus rodillas. Sin saber por qué, se hizo presente en su cabeza la traición de su hermano: una traición que le había dejado una infernal cicatriz en su corazón.
Su mente la trasladó hacia su niñez. Cuando tenía a su hermano como a un ídolo... cómo a su héroe. Una persona honesta que trabajaba de sol a sol. Que pasaba pocas horas en su hogar porque tenía que traer el alimento para ayudar a su pequeña hermana y a su madre convaleciente.
Kaiza, por supuesto, siempre que podía le ayudaba. Ella se quedaba en casa y cuidaba a su madre, mientras su hermano salía cada día a buscar las dos rodajas de pan y la botella con un litro de leche que le correspondía cada día. De vez en cuando, la fortuna les regalaba un trozo de carne y algunas verduras a media putrefacción para preparar un guiso. Aunque no sucedía muy a menudo.
Kaiza siempre se había encargado de mantener a su madre lo más estable posible. Era una persona bastante mayor que había tenido a sus hijos a avanzada edad, y apenas podía mantenerse fuera de la cama sin sufrir severos dolores en todo su esquelético y desnutrido cuerpo.
De todas maneras su madre intentaba siempre ofrecerle una sonrisa cada vez que podía, aunque fuese lo único que podía brindarles.
Fue a los catorce años de la peli violeta que su vida, una vida que pendía de un hilo muy delgado, terminó por derrumbarse con dos devastadoras noticias. La primera fue cuando recibió una carta que tenía la letra de su hermano. En materia de cartas, esta no resultaba para nada extensa. Solo tenía una pequeña y confusa frase: "Lo lamento, hermanita".
Ella no lo comprendió hasta que pasaron diez días sin saber nada sobre él; siguió sin comprenderlo cuando pasaron veintitrés días y un grupo de hombres acudieron a su humilde hogar, gritando y bramando frases de tipo «tu hermano nos debe dinero», y se llevaron todo lo que les fue posible cargar en sus brazos. Y finalmente, en el día veinticuatro, cuando encontró a su madre sin vida en la habitación con las muñecas empapadas en rojo... lo entendió todo.
Había sido traicionada.
Volvió a chequear su reloj. A la competencia le restaban los últimos cinco minutos. Suspiró una vez más. De nuevo, sintió cómo su vida se llenaba de amargura. Definitivamente no tenía suerte. La vida se había encargado de pisotearla desde que había nacido y así sería hasta su muerte. Ella nunca destacaría en habilidad e inteligencia como Zerafina; ella no tendría la destreza y fortaleza de Zekken, y mucho menos podría ser tan optimista y valiente como Dante.
Ella no era nada. Solo una carga. Una persona a la que tenerle lástima y a la que la gente mira de reojo porque evitan el contacto visual. Se sentía destrozada, herida, vulnerable y completamente enfadad...
«¡Ayuda!».
Y entonces escuchó algo. Su mirada se levantó y su cuerpo se revolucionó. ¿Qué había sido eso? Lo había escuchado a su lado, pero no encontró nadie al observar a su alrededor.
«¡Ayuda! ¡Por favor!».
Esa voz, de nuevo. Era una voz dulce, que podía confundirse con la de un niño. Parecía venir desde el mar. En este punto de la noche el oleaje se confundía con el matiz oscuro del cielo; Kaiza se acercó a la orilla para cerciorarse de no haber odio mal. Sus esferas turquesas, todavía cristalizadas y enrojecidas de su incesante y reciente sollozo, buscaron el origen de aquel llamado de auxilio con tenacidad, pero sin suerte.
«¡Ayuda!».
De repente su corazón se revolucionó. No era capaz de encontrar nada en las lejanías. Agotada de esperar, su cuerpo sintió la urgencia del llamado y se internó en el agua sin meditarlo. La voz continuó repercutiendo como tambores dentro de su cabeza mientras sus braceadas la llevaban hacia terrenos más alejados de la orilla.
No estaba segura de si lo que estaba escuchando era real o no, jamás había tenido un enlace antes, de lo único que podía estar segura era que tenía que hacer algo para localizar a esa voz.
Entonces, de repente, se sumergió. Kaiza empezó a perseguir una luminiscencia tenue que se abría camino en una totalidad de oscuridad en el fondo del océano. Braceó y pataleó hasta que su cuerpo se colocó completamente boca abajo.
«¡Que alguien me ayude!», volvió a escuchar, con una estridente fuerza. Como si su mente tuviese paredes y el sonido de aquella voz le rebotara en cada una de ellas, como un eco atronador.
Kaiza apenas podía entenderlo cuando llegó al fondo. Ella había pensado que se encontraría con alguna clase de Binamon en el fondo del mar. Pero no fue así. Esto era completamente distinto. No tenía lógica. Si bien Kaiza nunca había escuchado la voz de un Binamon en su cabeza, sabía cómo funcionaban los enlaces, el Binamon tenía que encontrarse en un radio cercano de la persona a enlazarse.
Pero lo que estaba observando ahora mismo, la fuente de aquella potente luz, no provenía de ningún Binamon. Al menos no de su propio cuerpo. Lo que Kaiza encontró, atorado en una roca, imposibilitado para moverse hacia cualquier dirección...
Era una carta Binamon...
Kaiza hizo lo propio y la tomó...
Y doce relámpagos le impactaron esa noche.
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