Capítulo 14
Capítulo 14
Primer enlace
—¿Puede hablar...? —preguntó Dante, atónito. Aunque la respuesta a su pregunta era obvia, el hecho le resultó impresionante.
Si bien había escuchado en su cabeza muchas voces de Binamons a lo largo de su vida, jamás los había visto mover sus fauces para comunicarse, como era en el caso de este pequeño y peculiar dragón rojo.
Había más gente en el sendero, ubicados próximos al Dragón. Kaiza percibió con rapidez que todos tenían Binamons junto a ellos. Aunque había otro detalle que también fue capaz de notar al segundo siguiente, y era, que todos aquellos Binamons parecían estar en muy mal estado.
De la porción de aspirantes a Binamers, uno de ellos tomó la delantera y avanzó hacia el dragón. Era un muchacho alto que destacaba por llevar una boina de color azul chillona, en una isla con más de treinta grados de temperatura media.
Kaiza y Dante se percataron de dos cosas sobre aquel sujeto, además de la ridícula boina que le cubría los rizos castaños. Lo primero era en su andar, su porte y su forma de desenvolverse: parecía furioso. Lo segundo, y quizás la razón por la que se encontraba así de enojado, era porque cargaba un Binamon entre sus brazos que no parecía encontrarse nada bien.
—¡Eso no es posible! —Aseveró «chico boina» mientras sostenía a su Binamon con un brazo y con el otro, apuntando su dedo juzgador hacia el frente, señalaba directamente hacia el dragón—. ¡No puedes ser tan rápido! ¡No es normal! ¡He estudiado tu clase toda mi vida y jamás podrían volar de esa forma! ¡No sé qué hiciste pero es trampa!
Una vez más, los perlados y filosos colmillos del pequeño dragón rojo aparecieron para demostrar una sonrisa socarrona y divertida. En un movimiento ágil y haciendo alusión de una precisión sin igual: el dragón batió sus alas, despegó del punto de apoyo de la roca en la que se hallaba, zigzagueó y se posicionó frente a chico boina y su dedo. Mordisqueo al aire, solo para asustarlo. El chico retrocedió, despavorido.
—¡Oh, perdón! Creí escuchar a un niñito quejarse porque mamá y papá no le enseñaron a perder un duelo —dijo y avanzó una serie de pasos que obligó al chico boina a seguir retrocediendo—. ¡Piérdete! Ni siquiera tu dedo es digno de que me lo coma. Y para la próxima, te daré un consejo, niñito: en la vida hay reglas y excepciones. Con los libros conocerás las reglas, pero es afuera, en el mundo real, donde te toparás con las excepciones.
A modo de advertencia, y solo porque le gustaba divertirse, el dragón rojo echó una llamarada fugaz a los pies del chico. Verlo saltar y correr despavorido le divirtió infinitamente.
El dragón rápidamente cambió su foco de atención hacia el grupo de aspirantes. Sus ojos parecían demostrar, en sus destellos, un hambre de batallas sin igual.
—Bueno, pequeñas sanguijuelas bípedas. ¿Quién sigue? —preguntó, pero no tuvo respuesta. Al parecer, echar una mirada a los cordones de las zapatillas era la prioridad máxima en estos momentos para aquellos chicos.
—¿Qué? ¿Ya está? ¡¿Esté es el espíritu de esta nueva generación?! —preguntó el Binamon, impaciente—. ¡Vamos! ¿Qué tal ustedes? —dijo contemplando a los recién llegados: Kaiza y Dante—. ¡Bah, ni siquiera han hecho un enlace! Hagan algo bueno, busquen un Binamon, y si quieren un desafío, estaré aquí todo el día.
Dante dio un paso al frente.
—Espera, espera, espera... ¿Qué está pasando? —preguntó Dante, confundido—. ¿Qué es esto?
Por desgracia, no tuvo respuesta del dragón: el mismo volvió a desplegar vuelo hacia el cielo y aterrizó justo en la cima de su roca. Dio cuatro vueltas exactas en el lugar y se echó de panza a descansar.
Una muchacha de cabello corto que usaba una vincha enorme de tela de color blanca, se le aproximó. Ella también llevaba a un Binamon ave entre sus brazos que parecía noqueado.
—Lo siento. Quizás no entiendan mucho de qué va todo el asunto...
—Sí, estamos un poco perdidos —admitió Kaiza—. ¿Qué fue todo eso? ¿El Binamon está peleando con humanos?
—Oh, no. Claro que no —explicó la muchacha—. Él pelea contra otros Binamons... —dijo haciendo alusión al que llevaba consigo—. Este es el reto del forajido. Verán: el Binamon dragón de allá, hasta dónde pude escuchar cuando dio su larga y tediosa auto presentación... Tiene cientos de años. Y su anterior Binamer era Feuer, el forajido.
—¿El de los cuentos? —preguntó Kaiza, pensativa—. ¿El viejo justiciero de los cuentos de niños al que la ley perseguía?
—Sí, el mismo —Añadió chico boina. Quien se aproximó a la ronda para conversar—. El que usaba un ridículo antifaz y sombrero. Eso da igual. Este dragón tiene años de experiencia y un nivel de batalla impresionante. No lo creía hasta que venció a mi Binamon como si fuese un simple saco de papas.
—Vinimos aquí porque una manada de Binamons nos dijeron que están realmente cansados de él —añadió la chica vincha, echando un resoplido y una mirada al dragón a la vez—. Lo único que busca es pelea. Y ya no hay Binamon en la península que lo soporte. Y por lo poco que hablamos con él, es un pedante.
—Es increíble... —Dante no quitó sus ojos del dragón en toda la plática.
—¿Y de qué va el desafío? ¿Vienes con un Binamon y lo retas a un duelo? —preguntó Kaiza.
—En efecto —dijo chico boina—. Lo haces para medir la fuerza de tu Binamon. De hecho, el mismo dragón armó su propio sistema. Si un Binamon puede alcanzarlo y darle un solo golpe, es un poco fuerte. Si puede darle más de un golpe, es medianamente fuerte. Si puede llegar a golpearlo tres veces, podría ser el mejor Binamon que encuentres en toda la península.
—De ganarle, ni hablemos... —dijo chica vincha.
—Eso... es un poco egocéntrico. ¿No? —preguntó Kaiza.
—Es muy egocéntrico, pero también es muy fuerte —Chico Boina acarició a su Binamon. Era un pequeño mandril del reino del agua que ahora descansaba recostando en su brazo derecho y parte de su hombro—. Mi Binamon no fue capaz de asestar ni un solo golpe. ¡Y se supone que los dragones detestan la magia acuática!
—Si quieren hacer el reto, son libres, pero desde ya les digo que es un caso perdido y solo los estresará —dijo la chica. Luego, ambos se marcharon junto a sus compañeros.
Entre tanto, Kaiza y Dante permanecieron atentos al dragón. Mientras nadie lo retara a un duelo, permanecía descansando.
—Bueno, amigo. Aquí está tu dragón... —dijo Kaiza, depositando su mano en el hombro del pelirrojo—. Suerte con él. Yo me iré...
—¿Qué? —Dante no lo captó a la primera porque sus ojos todavía no se habían despegado de aquel Binamon. Tardó unos segundo en volcar su atención a Kaiza—. Espera... ¿Ya te vas? ¿Por qué? ¡Recién llegamos!
—Bueno. Para empezar, solo veo a un dragón y ya vi como le pusiste tus tiernos ojitos encima —dijo Kaiza sonriente—. Así que te lo cedo. Aunque creo que será un poco difícil. No veo que tenga intenciones de ser compañero de nadie. Te deseo suerte.
—No... Kaiza. Se supone que haríamos esto juntos.
—Ya te acompañé hasta aquí, Dante. Ahora volveré y buscaré un Binamon para mí. Es lo justo. ¿No?
Dante apretó los labios en una mueca de disgusto. Todavía no se había olvidado del pequeño problema que ella tenía al enlazarse con un Binamon y quería ayudarla con eso.
En un principio intentó instruirla con los conocimientos que había aprendido de su tutor Ghale Rhom, pero ella se le adelantó alegando que ya sabía cómo funcionaban los enlaces y que no era ninguna idiota. Dante percibió asperezas en la forma en que Kaiza le contestaba. Parecía retraída, cómo si le costase hablar del tema. Y no era para menos. Sabía lo importante que era permanecer en la academia Vyndelard para ella.
Junto con Zekken y Zera, habían soñado con esto desde muy pequeños y si esas fantasías de antaño no llegaban a cumplirse, resultaría en un golpe devastador para ella.
Kaiza ya no tenía más que añadir a la plática, se despidió de Dante con una notoria sonrisa fingida y marchó rumbo a su propia aventura personal para buscar a su propio compañero Binamon.
Pero antes...
—Kaiza, espera. —El pelirrojo le sujetó de las manos. Ella las abrió y descubrió que él le había dado algo especial—. Quiero que tú lo tengas.
Kaiza lo rechazó.
—Es tu regalo. Ella te lo dio a ti —dijo ella endureciendo el rostro.
—Y ahora es tuyo. Porque yo quiero que lo tengas. ¿Ok?
Kaiza llevaba su hermoso cabello violáceo atado en un rodete desarreglado que se meneó hacia los lados al expresar su negativa.
—No se regala lo regalado. Es de mala educación.
Dante sonrió.
—¿Y desde cuándo a ti te importan las reglas?
Kaiza intentó evitarlo, pero finalmente, una sonrisa se escapó de sus labios y terminó sucumbiendo al encanto —y pesadez— de Dante, y aceptó el collar. Ese tan dichoso collar que, supuestamente, hacía hablar a los Binamons.
Y ahora si, Dante finalmente vio marchar a su amiga, deseándole en sus adentros, toda la suerte y buena fe del mundo. Por su parte, él ya sabía que era lo que tenía que hacer. Sus pasos transitaron el estrecho sendero de la base del acantilado hasta llegar a la roca en dónde se situaba el dragón.
—Pon tus «ojitos tiernos» sobre otro Binamon, amigo... —dijo el dragón, sin modificar su postura, y sin siquiera abrir los ojos para hablar—. Yo no estoy «en el mercado». Ya me retiré.
El muchacho se sorprendió. No esperaba eso. De todas formas no pensaba dejarse pisotear así de fácil.
—Vaya. Veo que te gusta fisgonear las conversaciones de los demás. Buen oído.
—No es mi culpa que hablen tan alto.
—Bien, como sea. ¡Vengo a ofrecerte un trato!
—¿Y por qué me gritas? —El dragón sacudió la cabeza, molesto—. Ve a hacer otra cosa. Ya te explicaron que es lo que yo busco. No voy a ser el compañero Binamon de ningún niño llorón.
—¿Estás seguro? Porque según me dijeron. Te gusta pelear. ¿Qué te parece si te ofrezco la mejor batalla que puedas imaginar jamá...? —Dante tuvo que interrumpir la frase para esquivar una llamarada que casi le da en los pies—. ¡Hey!
—No me interesa. El único trato que acepto es darle una paliza a los Binamons que consigas por ahí. Si no tienes ninguno, te recomiendo los Zorros Primigenios. Son muy bonitos y sumisos. Los amarás. Ahora vete.
Dante resopló. De verdad que este Binamon era pedante y engreído. Si quería convencerlo de alguna manera, tenía que encontrar la forma de que su propuesta sea lo más tentadora posible. ¿Pero cómo tentar a alguien que, por lo que le habían dicho, ya lo había vivido todo? Quizás podría empezar por, justamente, ese hecho: el pasado.
—¿Es verdad que fuiste compañero de Feuer el Forajido?
El dragón sonrió levemente.
—Hace muchos años, sí. Era una gran persona.
—Pensaba que era un cuento. Y a propósito, ¿tú eras el dragón que aparece en él? ¿El gran y enorme dragón dorado?
—¿Me ves grande? ¿Me ves enorme? ¿Me ves dorado? —El dragón chistó y por primera vez en toda la plática abrió uno de sus ojos para observar a Dante—. No creas todo lo que lees. Me «agigantaron» en las historias por marketing, chico. Pero en efecto, el dragón compañero de Feuer... era yo.
—¿Cómo es tu nombre? No lo mencionan los cuentos...
El dragón encogió los hombros y se aclaró la garganta antes de volver a acurrucarse entre sus patas delanteras para dormir. Al parecer había vuelto a perder el interés en la conversación. Pero no podía darse por vencido. Tenía que recuperar su atención. Y tenía que hacerlo a cualquier costo...
—Bueno. Supongo que como el compañero de Feuer el Forajido, habrás vivido muchas aventuras y habrás luchado con muchísimos Binamons de todo tipo. Así que yo calculo que es por eso que buscas pelear con los Binamons más fuertes de la península, pero la verdad es que aquí no encontrarás gran cosa. —Dante no tuvo respuesta, pero no importaba. Porque lo siguiente que diría, sería crucial—. Si aceptas mi trato y me acompañas como mi compañero. Te prometo, como que mi nombre es Dante, que te haré enfrentarte a los más fuertes Binamons jamás conocidos.
—¿Sabes cuántas personas me han intentado seducir con esa promesa, niño? —dijo el dragón, su mandíbula se expandió y dejó salir un prolongado bostezo—. No hay nada que me garantice eso.
—¿Y si te dijera que podrías enfrentarte a un poderoso binamon ahora mismo? ¿Eso sería suficiente garantía?
—Puede. Pero, te diría que me lo traigas y ya...
—Eso no puedo hacerlo porque no es mío. Pero sé dónde encontrarlo... y podemos ir ahora.
El dragón se vio tentado a sonreír.
—¿Qué clase de Binamon es? ¿Un inusual? Eso no me tienta en lo absoluto, te lo aviso. A menos que me lleves con un Binamon de clase «único» como yo, paso...
Dante sonrió. Se aproximó a la roca y a sabiendas de que el Binamon podía escucharlo a mucha distancia, le susurró...
—Es un legendario.
Y ahora si, los ojos del dragón se volcaron en Dante, con total atención.
*****
—¡Zekken! —espetó Zerafina con una enorme sonrisa pegada a su rostro—. ¡Eres el primero en llegar! ¡Felicidades!
Zerafina corrió hacia él. La muchacha todavía se encontraba vestida con traje de baño, pero esta vez estaba oculto con una camiseta a franjas amarillas y ajustada al cuerpo que le sentaba muy bien. Su mirada de felicidad saltó de los ojos de Zekken a los tiernos ojos del Binamon que le acompañaba. Se trataba de un Lobo Phanein del reino bosque. Su pelaje era de un color verde oscurecido; tenía una mirada aterradora y encantadora a partes iguales. Zera se inclinó para observarlo y el Binamon se dejó acariciar sin inconvenientes.
—¡Un lobo Phanein! Es... —Zera buscó la forma más gentil de disimular—. Genial. —La rubia sonrió para su amigo—. Parece que este tipo de Binamons abunda bastante por el bosque. ¿Eh?
—Si... la verdad es que tuve mucha suerte para... —Zekken arrugó el entrecejo—. ¿Cómo? ¿A qué te refieres? ¿Cómo qué... abundan?
Zera mostró sus dientes en una sonrisilla pícara. Como si quisiese decir algo, pero sin herir la susceptibilidad de su amigo.
—Bueno, solo digo... —Se volteó para observar hacia su retaguardia—. Que hay bastantes con lobos así.
Ambos se encontraban amparados del sol bajo un tinglado hecho de tablones y troncos que se erguía en el punto exacto entre el inicio de la playa y al final de la pradera. El lugar era el punto de encuentro para que los alumnos que ya habían seleccionado a un Binamon y hecho el correspondiente enlace con ellos, los registraran de manera oficial para conseguir sus primeras tarjetas Binamons.
Ya había una enorme cantidad de nuevos y futuros Binamers esperando el final de la ceremonia: algunos de ellos recorrían las inmediaciones, platicando y conociéndose por medio de la telepatía del enlace; otros intercambiaban experiencias y anécdotas con sus colegas afines, comparando las habilidades de sus respectivos Binamon; y algunos cuantos más fueron a otro nivel y aprovecharon la extensión del tiempo de la ceremonia para librar batallas en una arena improvisada con rocas junto a la pradera.
A Zekken ninguno de esos detalles le había llamado la atención en particular. Pero como le había dicho su amiga, si había algo bastante sospechoso si ponía a observar con atención el panorama general, y era que, la mayoría de los Binamons registrados eran Lobos Phanein.
De repente, su mirada saltó de uno a otro. Ni dos, ni cuatro, ni diez... podía decir, sin temor a equivocarse, que más de un 60% de los Binamons que se estaban registrando eran del mismo tipo que él tenía. Zekken quedó perplejo y se dirigió a su Binamon.
—¿Me mintieron? ¡Me dijeron que eran especiales! Los mejores de...
—En realidad, no te mintieron —dijo Zera divertida—. Si puede que sean los mejores Lobos Phanein. Solo que aquí, son muy usuales.
—¿De qué hablas? ¿Cómo que muy usuales? Se supone que son raros de encontrar...
Zerafina echó una mirada de extrema confusión.
—¿Quién te dijo eso?
—Las cartas... Binamon...
—¿Las...? ¿El juego de cartas? —preguntó ella, regalándole una mirada como la que se le da a un niño pequeño cuando fue demasiado inocente y le vieron la cara.
Así se sintió Zekken. Un completo niño estafado. Consumido por la ira, la frustración y la rabia, y a fuertes y rotundos pasos, se alejó de su amiga a toda velocidad, alegando que volvería pronto con otro Binamon. Por suerte, para él, todavía le quedaba bastante tiempo.
Zerafina lo despidió alzando la palma, expectante de su trayecto y esperando que le fuese mejor en su búsqueda a partir de ahora. Todavía había bastante tiempo como para darse una buena recorrida por el bosque. Zekken se encontraba tan rabioso y colérico que abandonó por completo a su Binamon, y en el camino, por poco, se choca con Dante. Ni siquiera se molestó en levantar la mirada para disculparse y continuó su camino.
Dante se aproximó a Zera, confundido.
—¿Y a este qué le pico?
—Fue a buscar otro Binamon, nada más —le respondió Zera. La rubia observó con una sutil sonrisa que el pelirrojo venía acompañado de una criatura bastante especial—. ¿Y este chico tan lindo quien es? —El dragón llegaba hasta la altura de la cintura y tenía una mirada muy expresiva de enormes ojos—. ¿Es tu Binamon? ¿Elegirás un dragón pequeño?
—Pequeñas tus te...—empezó a decir el dragón, pero Dante le cerró el hocico con la mano a tiempo.
—¡Ni se te ocurra hablarle así!
El dragón se zafó de las apestosas manos de Dante y echó un poco de humo al aire en un aviso implícito de que, si lo volvía a tocar, lo próximo que escupiría no sería solo humo.
—¡Vaya! Así que habla...
—¿Es ella? —dijo el Binamon, impaciente.
—Si es ella, pero aquí no... —dijo Dante. Luego observó a Zera—. Amiga... ¿Podemos ir a un lugar más privado?
*****
—Bueno... —Zerafina comenzó la frase endureciendo el semblante. Había algo extraño en la actitud de su amigo que le tenía preocupada—. ¿Qué hacemos aquí, Dante?
El pelirrojo sacudió su cabellera, despreocupado y con cierto tono de pena traducido en sus ojos.
—Supongo que es mejor explicar las cosas rápido —dijo el joven.
Tanto él como Zera y el dragón se encontraban resguardados detrás de una enorme roca a unos cuantos metros de la playa, en la pradera sur de la península. Dante apuntó con la palma cerrada al Binamon a su lado.
—Él y yo hicimos un trato. Si le doy una batalla desafiante se unirá a mi como mi compañero. Y se me ocurrió que...
—¡No! —soltó el dragón, hundiendo su garra en la tierra—. Lo que habías prometido fue un Binamon legendario...
—Ok. Eso fue mentira —admitió Dante con una sonrisa nerviosa—. No conozco ningún Binamon legendario. ¡Pero ella es muy buena! Dará una gran pelea. ¿No era eso lo que querías?
Zerafina se calmó en su interior. Parecía ser que Dante no venía a chantajearla, ni nada parecido. Largó el aire almacenado en sus pulmones y contempló al dragón mientras discutía con Dante por la enorme mentira.
—¿Entonces le diste a él el caramelo que te regale? —preguntó ella.
—Oh... —Dante casi había olvidado que había sido Zera quien le había obsequiado el collar—. No. No hizo falta. Se lo di a Kaiza. Este ya hablaba.
—¡¿Cómo que «este»?! ¿Con quién te crees que estás hablando, mocoso?
—¿Se lo diste a ella? —continuó Zera, absorta en la noticia. Eso le dolió un poco.
—Sí, lo siento. De verdad —contestó Dante torciendo el labio—. Sé que fue tu regalo, pero ella tenía problemas con el enlace...
—¡¿Me estás escuchando, niñato?!
—¡Oh! ¿De verdad? —Zera quedó todavía más impactada. Ese problema era bastante grave—. ¿Y le dijiste que debe calmarse? ¿Quizás estará nerviosa por algo? ¿Hablaste con ella?
—Sí. Aunque muy poco... ella quiso solucionarlo por su cuenta y se marchó. Ahora no tengo idea de dónde está...
—Espero que pueda resolverlo. Sé por experiencia propia que no es muy sencillo...
—Lo sé. Ghale me habló de eso. Dice que...
La mirada del pequeño dragón de escamas escarlatas y paciencia nula saltaba entre Dante y Zerafina, escuchando —quien sabe por qué— la conversación entre ambos. De repente, entró en razón de nuevo y su ira ascendió por su garganta en forma de fuego.
—¡¿Esto es en serio?! —El dragón sepultó el hilo de la conversación echando una llamarada de advertencia entre ambos irrespetuosos humanos—. ¡Me prometiste una batalla! Hice un camino muy largo para llegar hasta aquí... ¡Con mis patas! Porque tú, bípedo insolente, no puedes volar. ¡Así que no me iré sin mi pelea!
—¡Oh! ¡Si! Y esa batalla se dará... —Dante observó a la rubia, como pidiéndole permiso—. Si tú quieres...
—¿Yo? Encantada —respondió apenas pudiendo guardar dentro de ella el rostro repleto de entusiasmo. Lo siguiente que hizo fue dirigirse hacia el dragón—. Bueno, pequeño amiguito. Espero darte la batalla reñida que deseas. Estoy segura de que mis Binamons darán lo mejor.
Zerafina y Dante dejaron entre sí una separación prudencial para que sus Binamons pudieran luchar tranquilos. La chica sonrió sin ser percibida por sus contrincantes. Mientras contemplaba a ambos discutiendo tácticas de batalla, le pareció que hacían una pareja bastante peculiar y divertida. Ambos eran tal para cual... y Zerafina le habían entrado muchas ganas de ayudar a Dante.
—Déjame ver si lo entiendo —dijo la rubia mientras hacía sonar los huesos de su cuello. Como si ella también se estuviese preparando para la batalla. Y de hecho, lo estaba haciendo—. Si Dante logra hacerte enfrentar a un poderoso Binamon. Aceptarás ser su compañero. ¿Es así?
El dragón echó un vistazo de reojo a Dante, como si evaluase esa posibilidad.
—Quizás... no me gusta estar atado a nadie. Tiene que ser una batalla espectacular...
—Perfecto —dijo Zerafina, buscando entre sus cartas, al Binamon adecuado.
—¿Usarás al águila? —preguntó Dante con curiosidad—. Creo que los otros son muy pequeños. No me lo malinterpretes...
Zerafina sonrió.
—No. Puede que Atlas sea un Binamon aéreo como este dragón, pero no tendrá oportunidad contra sus llamas. Se la pasará esquivando toda la batalla y las escamas de tu Binamon parecen ser resistentes...
—¿Sabes? Esta niña me cae bien... —dijo el dragón.
—Y además, buscamos entretenernos. ¿No es así? —prosiguió Zerafina.
Por fin, la rubia eligió una de las cartas y apuntó su reverso hacia el frente.
De repente, una luz envolvió su mano, parte de su rostro y una zona del césped frente a ella: de la gema incrustada en la carta, se desprendieron partículas luminiscentes que se separaron y se rejuntaron en el césped para formar a un Binamon en particular. Dante al verlo sintió escalofríos.
Ni Pip, ni Libie, ni Atlas habían sido convocados...
El Binamon reptó por el césped hasta encontrar un fragmento de piedra lo suficientemente grande como para rodearlo con su alargado y escamoso cuerpo. Su cabeza se bamboleó de un lado a otro hasta que sus ojos —dos esferas amarillas dentro de una mirada siniestra—, se encontraron con los ojos atemorizados de Dante. Su lengua siseó de manera perturbadora.
—¿Ragnar? —Dante no lo comprendía—. ¿Qué hace él aquí? —Su mirada buscó una respuesta en Zerafina—. ¿Por qué tú lo tienes?
—Larga historia. ¿No íbamos a pelear? —dijo Zera divertida.
—No entiendo... ¿él no estaba?
—Dije larga historia, se supone que no tienes que seguir preguntando después de que digo eso —Zera suspiró con una sonrisa—. No. Por suerte... no murió. Estaba vivo, pero por muy poco... Recuerda que la familia Grunger son reconocidos médicos y profesionales de la salud Binamon. Sus cuerpos no funcionan como los nuestros, Dante. Pueden tolerar más daño y recuperarse más rápido que humanos como nosotros. Ragnar, además, es un luchador nato. Salió adelante muy rápido.
—¿Y... Vikram? ¿Él no era su compañero?
«Era...», Dante escuchó las palabras de Ragnar en su cabeza. La serpiente alada parecía furioso al recordarlo.
—Supongo que lo escuchaste. ¿No? —preguntó Zera levantando el mentón divertida—. Ragnar ahora detesta a Vikram. Su sed de poder casi nos mata a nosotros y a él también. Así que ya no son compañeros.
—Increíble...
—¿Ya terminó la telenovela? —preguntó el dragón, de nuevo se había echado de panza, con la cabeza apoyada de perfil sobre sus patas delanteras—. ¿Podemos empezar?
—Muy bien... —empezó a decir Zerafina—. Ragnar y yo estamos listos. Así que ahora, vamos a establecer las reglas. Ambos son Binamons voladores y terrestres, así que lo haremos interesante: no habrá límites en la pista.
—¿Cómo? —preguntó Dante, sin comprenderlo—. ¿Pero entonces cómo vamos a...?
—¡Perfecto! —espetó el dragón, colocándose en cuatro patas—. ¡Al fin alguien que habla mi idioma! ¡Sin paredes, sin límites!
—Me alegra que te agrade la idea —dijo Zera, feliz.
—¡Hace tiempo que no peleo con una anguila voladora! ¡Prepárate!
«Soy una serpiente alada, perro de bolsillo». Si Ragnar pudiese hacerse escuchar, le hubiese dicho eso. En cambio, desplegó las alas de entre sus hendiduras, adoptando una posición de batalla.
El dragón rojo hizo lo mismo. Sus alas se agitaron y sus garras delanteras se clavaron al césped. Sus ojos brillaron en total y completa determinación.
—¿Alguna vez has hecho un enlace, muchacho? —preguntó el dragón, sin desviar la mirada de su rival.
—Sí, bastantes veces...
—No... no hablo de la telepatía. Hablo del verdadero enlace. —El dragón echó un breve vistazo a su retaguardia para conectar una mirada —en extremo seria—, con Dante—. Hablo de esto...
Y entonces, como si una explosión sucediera dentro de su cuerpo, en tan solo un segundo, Dante sintió como su corazón se estrujaba, cómo sus dedos se entumecían, como su cuerpo vibraba, y como una sensación vertiginosa y fugaz le invadía en cada rincón de su interior. Como si ahora pudiese ser consciente de cosas que antes no. Como si hubiese abierto una puerta sensorial completamente novedosa para él. Como si pudiese percibir el flujo de su propia sangre recorriendo dentro de sus venas y el latido de su corazón sacudiendo su pecho en segundos coordinados...
Hasta que se dio cuenta de que no era su sangre, no era su corazón y no era su fuego el que sentía, sino más bien, eran el de aquel dragón frente a él.
Su mente empezó a notar su calor interno, sus deseos de comenzar la batalla, su ansia de victoria y su vigor por darlo todo. Dante podía sentirlo todo.
—¿Cyro...? —preguntó él. De repente, ese nombre se le había venido a la cabeza, por alguna razón.
—Así es. Ese es mi nombre —El dragón sonrió y volvió la mirada al frente—. Bienvenido a tu primer enlace... Dante Van-Ranger.
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