Capítulo 13
Capítulo 13
Carne fresca
La niebla lo cubría todo. Solo los troncos de los árboles más cercanos eran susceptibles de ser divisados por Zekken. Hacía más de una hora que había perdido el norte siguiendo a este peculiar Binamon. Y mientras más se adentraba en el corazón del bosque, más complicado y tenebroso se hacía el avance. En ocasiones, perdía por completo el rastro del Lobo Phanein que le guiaba. De no ser porque se encontraba en una prueba para la academia Vyndelard, pensaría que el lobo lo estaba llevando a su guarida para comérselo. Pero supuso que los profesores no dejarían que ningún aspirante falleciera en la primera prueba.
¿No?
Volvió a perder el rastro de Jana. Intentó llamarla por medio de su enlace, pero aunque gritó su nombre varias veces, la respuesta telepática no le llegó. Eso le hizo detenerse en seco. ¿Y si lo estaban engañando? ¿Y si de verdad lo llevaban a una trampa? Se supone que había pedido ayuda y tenía que seguirla, pero si así era... ¿Por qué corría tan rápido? Era imposible seguirle el paso de esta manera.
Los pensamientos negativos de Zekken cobraban más fuerza cada vez que rondaban en su cabeza. ¿Por qué un Binamon tan fuerte como un Lobo Phanein necesitaría ayuda de una persona? ¿Qué tenía Zekken que un Lobo Phanein no pudiese conseguir? Si lo pensaba con seriedad y lógica: no había nada de él que pudiese darle, salvo... la oportunidad de salir de ese bosque como uno de sus compañeros Binamon. Pero si ese era el caso. ¿Por qué se adentraban al bosque y no volvían hacia la playa para el registro? No... Algo en toda esta situación no andaba nada bien.
Zekken volvió sobre sus pasos. Definitivamente, no pensaba quedarse atorado en un bosque de mala muerte a esperar que algún Binamon decidiera convertirlo en alimento. Empezó a correr, pero se detuvo a los dos pasos.
Contempló a su alrededor. ¿A dónde podría correr? ¡No tenía ni idea de a dónde estaba la playa!
Resolvió avanzar en línea recta. Sopesó un árbol angosto, y luego otro, y luego otro más, y continuó así, corriendo a gran velocidad, evadiendo árboles angostos una y otra... y otra vez.
Corrió en un único sentido. Solo hacia adelante. Solo hacia el frente. A algún lugar tenía que llegar. Quizá a la costa, o al cordón montañoso, o al volcán, realmente le daba igual, mientras pudiese orientarse un poco, pero...
Tras sortear el mismo árbol durante varios minutos, decidió frenar frente a él. Suspiró al entenderlo. No era tonto, y de hecho, por su mente ya había cruzado la idea de haberse quedado atrapado en un bucle antes de empezar a correr en linea recta. Pero fue cuando decidió contemplar con más detalle el árbol cuando finalmente se dio cuenta: la misma madera, el mismo grosor, el mismo despliegue de ramas... este árbol se repetía hasta el cansancio.
Sus sospechas habían acertado: esto era una trampa. Su corazón empezó a latir con más fuerza al imaginar que alguien o algo podría salir en cualquier momento y atacarle. Se sentía vulnerable, asustado, aterrado...
Había sido engañado como un tonto. ¿De verdad pensaba que sería tan sencillo conseguir un Binamon tan poderoso?
Resopló con ira. Intentó correr hacia otra dirección, pero ese árbol volvía a interponerse en su camino en cada intento, y sin importar hacia dónde se dirigiera.
Muy tarde fue cuando Zekken se percató de que ya no había más árboles a su alrededor. Solo uno, que era la única cosa que tenía como punto de referencia, mientras a su alrededor, el blanco-gris de la niebla se volvía poco a poco más espesa. Cubriéndolo todo...
Sus manos empezaron a temblar, incesantes, nerviosas...
—¡¡¡Ayuda!!! —gritó, sin saber hacia dónde mirar, y sin saber, si realmente alguien podía escucharlo—. ¡Por favor! ¡¡Ayuda!!
Agotado de no obtener respuesta de ningún ente animado o inanimado, decidió seguir su instinto de supervivencia. Observó al árbol. Si era la única cosa que había en este sitio, sería también alguna puerta de salida.
Observó con ojo crítico: el tronco se perdía a los cuatro metros de altura de su vista, no había una copa que pudiese apreciar con claridad porque la niebla le ocultaba. ¿Y sí...?
No, nada de conjeturas. ¡Tenía que probar! Rodeó el árbol con sus brazos sin inconvenientes —era bastante delgado, como un tubo—, y se dispuso a trepar. El alma de Zekken era de naturaleza inquieta. Nunca permanecería inmóvil sin hacer algo para solucionar sus problemas. Quizás por esa razón Dante y él se llevaban tan bien. Trepó hasta la cima, hasta que su cuerpo, así como la copa del árbol, quedó totalmente envuelto en la niebla.
*****
—¿Cómo estás? —preguntó Dante, acercándose a Kaiza con una sonrisa—. ¿Puedes continuar?
La joven asintió. Se encontraba sentada al borde de un despeñadero de proporciones titánicas, con la inmensidad del bosque de frente. No variaba mucho del paisaje que ya habían visto al emprender el viaje, solo que ahora, el volcán ya se encontraba mucho más cerca que antes.
Ambos habían acordado descansar un poco para recuperar energías. Pero ya era hora de volver al viaje. Ayudándose por la mano que le cedió su pelirrojo amigo, se incorporó y se sacudió la tierra del pantalón.
—Estoy bien. Pensaba en Zekk —dijo ella—. ¿Crees que ya terminó su prueba?
—Bueno. Sinceramente espero que sí.
—¿Y si no lo consigue?
Dante resopló acompañando el gesto con una sonrisa confiada.
—Es casi imposible no conseguirlo, Kaizy. Tenemos tiempo de sobra...
—Bueno... yo todavía no logré enlazarme a ningún Binamon. Y ya hicimos varios intentos, me viste, simplemente no puedo. No sé qué hacer...
—Debes relajarte —le dijo su amigo—. Ya habrá alguno que se quiera enlazar contigo. Sé que hasta ahora no se pudo, pero no pierdas la fe. Mira... —Apuntó a un Binamon a la distancia, que se encontraba de pie sobre una roca—. ¿Por qué no probamos con ese de allí?
Kaiza resopló con un tinte de ira en su interior. Sabía que las palabras de su amigo eran a favor de ponerle buena voluntad a la situación y darle ánimos. Pero estaba agotada de tantos intentos fallidos. Agotada y muy frustrada...
Algo en su interior se revolvía con amargura cuando hablaba con un Binamon y el mismo no le respondía. Eso, por alguna razón que desconocía, le hacía hervir la sangre del cuerpo en rabia. ¿Por qué le sucedía esto solo a ella? ¿Por qué Dante no tenía este problema? Ya habían visto pasar a varios aspirantes que volvían desde el cordón montañoso retornando su dirección a la playa: todos con Binamons acompañándolos. Hablando con ellos y riendo...
Sintió una punzada en medio de la boca del estómago al dejarse llevar por los pensamientos negativos rondando en su cabeza: ¿Qué iba a pasar con ella si no conseguía enlazarse a ninguno? ¿Y si no conseguía ingresar a la academia? ¿Cómo podría cambiar su vida y salir de Quarr, entonces?
Kaiza quería dos cosas con muchísima fuerza: convertirse en una Binamer: quería ser toda una guerrera. Vestir los colores del uniforme militar de la academia Vyndelard. Estar rodeada de bellas criaturas Binamons, cuidarlos y protegerlos. Amaba la naturaleza, y por contraste, odiaba a Quarr y su urbe sucia, repleta de tierra, mugre, polvo y olores pútridos y asquerosos.
Quería vivir en la naturaleza, contemplar los atardeceres, abrir un centro de cuidados Binamons y alojarlos a todos en su propio parque natural, pequeño, tampoco nada del otro mundo, y ubicado en cualquier rincón apartado de Xanthia.
Suspiró. Si... sabía que era un sueño complicado de conseguir con la guerra latente entre los continentes. La paz se había sectorizado y las tierras más alejadas de los conflictos —como Quarr—, serían alcanzados por el fuego de la batalla más temprano que tarde.
Pensar en tener su propio parque era algo infantil, porque, a su vez, pensar que la paz que gozaban sería duradera era algo utópico. Aun así, ella quería soñar...
—Bien... —dijo Kaiza, adelantándose a Dante para abordar al Binamon sobre la roca—. Vamos a intentarlo de nuevo.
La peli violeta levantó las manos y mostró las palmas al frente en señal de paz. Un gesto conocido popularmente para demostrar a un Binamon no enlazado, que no se le quería hacer daño de ningún tipo. El binamon percibió su aproximación de inmediato: sus orejas, presentando ángulos filosos y rígidos, se irguieron, junto a su cabeza.
Era un pequeño Zorro Primigenio. No era de gran tamaño, apenas llegaba a las rodillas de Kaiza, pero su hocico, sus patas, su cabeza, y todo su cuerpo, era enteramente compuesto de fragmentos y plaquetas de piedra grisácea que se rejuntaban en un «todo», que le brindaba la apariencia de un pequeño zorro.
Los Zorros primigenios eran, como los dragones y otras varias especies de Binamon más... capaces de verse de manera diferente dependiendo del Reino del cual forman parte.
Kaiza no necesitaba ser una erudita en la materia para saber a cuál reino pertenecía este animalito tan adorable. Aunque su sorpresa fue notoria al contemplarlo más de cerca: en distintas zonas de su cuerpo, había fragmentos de piedra y plaquetas que no se unificaban la una con la otra. Si no que sufrían de un fenómeno particular que les permitía permanecer juntas, pero sin nada intermedio, tangible o visible por ojos humanos, además de aire.
Las orejas eran el ejemplo visual por excelencia: flotaban y se mantenían siempre en la misma posición con respecto a la cabeza del Zorro, pero cambiaba —subían y bajaban—, si manifestaba cambios en sus emociones como el miedo o la sensación de alerta.
Asimismo, la cabeza también presentaba este fenómeno con las plaquetas de piedra en la zona de las cejas y los ojos, lo que le permitía a otras especies —como Kaiza—, reconocer expresiones.
El zorro agitó sus dos colas —lo único en su cuerpo que se veía en una tonalidad distinta, ya que se hallaban, ambas, recubiertas de un musgo que las teñían de verde— y permaneció atento a los movimientos de la chica.
—Kaiza... —dijo ella, apuntando cuatro dedos hacia su pecho—. Kaiza.
El Binamon se quedó con la mirada fijada en ella, inclinó la cabeza y su cuerpo tomó una postura defensiva. Retrocedió un paso, luego otro más, y se marchó corriendo hasta perderse en un desnivel rocoso.
Dante resopló.
—No te preocupes, podrás hacerlo en la próxima...
—¡Ya! Sigamos de una vez... —Kaiza se adelantó ocultando la pena en su rostro—. Busquemos a tu Binamon y terminemos con esto.
Dante asintió y la siguió, pero era muy claro para él que su amiga no estaba pasando por un buen momento. Pero también notaba que había algo bastante peculiar con la imposibilidad de Kaisy de poder enlazarse a un Binamon. Él no era un experto, pero su mentor Ghale le había enseñado algunos secretos sobre los Binamons a él y a su hermana Maya cuando eran más pequeños.
Uno de esos secretos era: mantener la compostura mental. Mientras descendía un desnivel rocoso y avanzaba hacia un estrecho sendero de enormes muros de piedra a los lados, sonrió al recordarlo.
Más que nada, porque en el recuerdo había una escena muy graciosa de Ghale intentando cambiar las herraduras de Mimoso y había recibido una brutal patada del mismo. En ese entonces, Dante tenía alrededor de los doce y recordaba haberse destartalado por completo de la risa.
Pero también recordó lo que su mentor le dijo unos segundos después: los Binamons sienten el miedo ajeno. Si sienten miedo, ellos lo sentirán... y podrían suceder dos cosas. El enlace disminuirá, en caso de haberlo establecido, pero en caso de no tener el enlace y se dé el primer encuentro con la criatura: ese miedo provocará que el Binamon sienta que la persona en frente es débil.
De la misma manera que los humanos juzgan a los Binamons, los Binamons juzgan a los humanos. Es una ley de la naturaleza, aunque no sea un ideal, no debe de juzgar un libro por una portada, la realidad es que todos lo hacen. Y el enlace jamás se llevará a cabo.
Dante tuvo una revelación.
Probablemente, era eso lo que sucedía con Kaiza: quizás tenía miedo y eso le perjudicaba a la hora de enlazarse a un Binamon. Valía la pena intentar hablar con ella y, si sus sospechas eran acertadas, buscar la forma de hacerla sentir mejor y sin ningún tipo de temores.
Dante apretó el paso hasta llegar a ella, enunció las primeras letras del nombre de su amiga, pero entonces se vio interrumpido por un sonido atronador no muy alejado de su posición.
Levantó la mirada: venía del volcán, o al menos eso parecía. Kaiza y Dante ya se encontraban muy cerca. Hace mucho que habían dejado de ver el precipicio y las vistas aéreas de la isla Vynder. El camino se había tornado más complicado de seguir, se habían topado con un sendero estrecho de enormes riscos como paredes; y al final del mismo, se levantaba el volcán.
Al parecer no había forma alguna de acceder hacia allá, pero habían llegado al lugar adecuado, ya que no eran los únicos allí.
Dante vio más personas al frente. Siguiendo por la misma y unilateral trayectoria, el sendero se cerraba por completo tras unos cuantos metros, imposibilitando la salida hacia cualquier dirección. La única forma para un humano de continuar sería volver sobre sus pasos, salir del sendero y buscar otro camino.
Otro sonido más, esta vez, pareció una explosión. Kaiza no le dio tiempo a Dante de reaccionar y empezó a correr en dirección a la marabunta de aspirantes amontonados a los pies del volcán.
Y finalmente, lo vieron.
Una criatura de poco más de un metro de altura, batió sus alas a favor del viento, sobrevoló por encima de las cabezas de los aspirantes a una tremenda velocidad y aterrizó en una enorme y puntiaguda roca que marcaba el fin del sendero.
Sus escamas escarlatas resplandecieron, rebotando con los rayos del sol; sus ojos, como dos orbes negros, eran grandes y expresivos. Mostraban una seguridad sin igual, que era corroborada por su porte —de mirada alta y pecho inflado—.
Dio tres sonoros latigazos en la roca con su cola y mostró los colmillos afilados de su dentadura en una sonrisa socarrona.
—Genial... —espetó el dragón, con una voz rasgada y divertida, hablando el idioma de los humanos, mientras apuntaba sus ojos y el cuerno más grande de su frente directo hacia Dante y Kaiza—. Carne fresca...
*****
Sacó la cabeza hacia afuera y respiró. Sus pulmones recobraron un poco de aire y contempló con ojo avizor lo que le rodeaba. La niebla seguía siendo un impedimento visual para Zekken. En algún momento en el que trepaba por el árbol, su cuerpo había sido atrapado por una gravedad contraria que le llevó a caer hacia arriba.
Lo siguiente que recordaba era sentir que se sumergía en algo similar al agua. Por suerte, encontró la salida con bastante facilidad, siguiendo los rayos de luz que se reflejaban en la superficie.
Salió del agua con prisa —parecía ser que se encontraba en un lago—, sus ojos apuntaron a distintos sectores en su periferia cercana. Había mucho que procesar, pero al menos, parecía que había abandonado aquel bucle neblinoso en el bosque.
¿O no lo había hecho? No estaba muy seguro, todavía había una leve capa de neblina que recubría los cielos y las zonas más alejadas. A su vez, se hallaba en algún lugar con presencia de Binamons, e incluso personas, lo que le brindó un respiro a su salud mental.
Se hallaba en un claro. Los árboles que le rodeaban ya no eran los típicos troncos con hojas verdes, voluptuosas y pomposas, sino que eran más extraños. Sus troncos eran de madera violácea, cuyos frutos parecían ser esferas de cristal con luces que rotaban de intensidad, pero manteniendo un brillo suave.
El lago por el que había salido tenía un líquido turquesa muy llamativo y casi mágico a la vista, con una pequeña cascada de un metro y medio, tan ancha que cubría la mitad completa del lago. Aunque, como dato curioso que Zekken contempló, es que el agua no parecía fluir hacia ningún lado por alguna otra vertiente. Simplemente finalizaba allí.
Escuchó una voz resonar en su cabeza y volteó con prisa.
«Finalmente, llegaste», escuchó del mismo Binamon que había encontrado en el bosque de Zánitas. Jana, la loba Phanein.
—¿Y este lugar?
«Es nuestro escondite», contestó ella, sentada sobre sus dos patas traseras. Su enorme cola flameaba como una fogata delgada y larga que siempre se hallaba encendida. «Atraemos humanos aquí cada año, en la ceremonia de enlace y selección. Y les hacemos un pequeño test para evaluarlos como dignos compañeros. Tú ya lo has superado».
—Oh, ¿lo del árbol? —preguntó Zekk, todavía se hallaba un poco confundido. Echó una mirada a un grupo de tres chicos que también conversan con otros lobos Phanein más allá del claro—. ¿Pero por qué la prueba? ¿Serás mi Binamon si la completo? ¿Y esos chicos de allá? ¿También la han superado?
«A la primera pregunta: no, yo no seré tu compañera. Y por las demás: si, ya han superado la prueba. Ellos están ahora eligiendo a su Binamon».
Ese dato sorprendió a Zekken, gratamente.
—Espera. ¿Puedo elegir a un Binamon de aquí?
La loba Jana bufó.
«Podrás, en su momento. Antes... quería pedirte un favor», dijo ella.
Zekken enfocó toda su atención en la Binamon. Ella quería un favor, y si quería tener un buen primer compañero, tenía que atender a todo lo que le dijeran.
—¡Claro! Te escucho.
«Verás, los lobos Phanein tenemos manadas. Algo que los humanos conocen más como: clanes. Somos Binamons guerreros por excelencia. Queremos que nuestra raza expanda sus horizontes más allá de la isla y más allá de Xanthia. Entrenamos constantemente a nuestras crías y las enviamos con futuros Binamers como tú. Queremos que progresen, y por lo general, nuestros enviados suelen ser los más fuertes de todos».
—Eso es... —Zekken hacía un esfuerzo sobrehumano para no saltar de la alegría. No podía creerse haber terminado en un lugar en donde, prácticamente, podría elegir entre varios lobos superfuertes... ¡Era un sueño!—, increíble.
«¿Recuerdas que cuando nos vimos te pedí ayuda?».
—Si... ¿Era un truco para atraerme a tu guarida?
«No. Es porque de verdad necesito de tu ayuda, Zekken. Este año podrás elegir entre más de diez candidatos. Diez lobos Phanein muy bien entrenados, de distintos reinos: bosque, fuego, agua, luz... podrás elegir a quien tú desees. Estás en todo tu derecho por haber pasado mi prueba».
—Pero... —se anticipó Zekken.
«Pero... te pido que elijas a mi hija».
Zekken arrugó el entrecejo. ¿Eso era todo?
—¿Eh? ¡Oh! ¡Genial! —dijo, aliviado—. Claro, si... la verdad que no tengo problema. ¡Quiero decir! Al principio pensé que tú serías mi compañera, pero...
«No lo entiendes, Zekken. Mi hija no es un lobo Phanein como los demás... ella... no nació del todo bien. Tuvo problemas. Jamás crecerá como los demás lobos cachorros que ves por aquí. Su desarrollo está incompleto y... en nuestra manada, si un lobo no es fuerte, si un lobo no puede seguir el paso: se le exilia».
—¿Qué...?
«Este año es el último que puede aplicar para la selección. Hace tres que lo está intentando y ningún humano la ha seleccionado. Yo vi algo en ti... vi algo en tus ojos... en tu corazón...».
—Pero... ¿Qué problema tiene tu hija? —preguntó Zekken, sin comprender—. Que no crezca no puede ser tan malo. Su magia es la que importa...
«No tiene magia, Zekken», dijo Jana bajando la mirada, apenada y con la voz al borde del colapso. «En todo este tiempo no ha sacado a relucir su poder... y solo creo que será capaz de hacerlo si es acompañada por un Binamer que le cuide y la instruya. Nosotros... más no podemos hacer. Yo... más no puedo hacer por ella».
De repente, se escuchó un rugido.
Justo detrás de Jana, un pequeño Binamon idéntico a ella, pero mucho más pequeño se hizo ver. Tenía un pelaje azul-negruzco, sin el característico brillo que poseen todos los lobos Phanein y su cola era mucho más corta: su mirada más agresiva se clavó en Jana. Parecía decirle algo, pero Zekken no le comprendía. Luego, finalmente, sus miradas se cruzaron.
«¡Ni siquiera lo consideres!», Zekken la escuchó a la perfección. La pequeña loba Binamon también se había enlazado a él.
«¡Se lo repetí a mi madre mil veces! ¡No quiero la compasión de ningún humano! Lo que hizo no estuvo bien... te apartó de los demás y te contó una historia deprimente de mi vida para que me elijas. ¡Y no es lo que quiero! ¡No quiero que me elijas! De hecho... ¡Yo no te elijo a ti! ¡Así que vete y busca a otro Binamon que llene tus egoístas expectativas! ¡Todos ustedes son iguales!», sentenció la pequeña loba, y se marchó.
«¡Jun!», le llamó su madre, se volteó hacia Zekken y agachó la cabeza en señal de disculpas. «Lo lamento...». Y también se marchó.
Zekken quedó perplejo, pensativo, taciturno... hasta que alguien se le acercó.
—Ah, la triste historia de Jana y su hija Jun... —dijo un joven, acercándose a Zekk. Su cabello era negro y muy corto: de párpados caídos y mirada despreocupada. Junto a él, iba un lobo Phanein con un hermoso pelaje amarillo, seguro perteneciente al reino luz—. No te preocupes. A mí me contaron la misma historia. No te dejes llevar por ellos. Son una manada que no prospera en el bosque. Mira... todavía quedan muchos Binamons para elegir. Te recomiendo un Lobo del reino fuego que parece ser la bomba. ¡Te encantará! —Le palmeó la espalda—. No pierdas tu tiempo con esa niñita malcriada...
Zekken permaneció embutido en sus pensamientos. La línea de su visión permaneció en aquellas dos lobas durante un rato, luego cambió hacia una zona arbolada en dónde otros lobos Phanein más grandes y aparentemente más fuertes, jugueteaban y corrían de un lado a otro.
—¿Hay uno del reino bosque? —preguntó.
El chico sonrió.
—¡Claro que si! ¡Vamos a verlo!
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