Capítulo 12


Capítulo 12

El forajido

Los aspirantes a Binamers se desplegaron con un objetivo claro en sus mentes y un hambre voraz en sus corazones. Tal como los profesores les habían explicado, tiempo tenían, incluso de sobra. Quince horas resultaba hasta demasiado extenso. Así que había mucho que hacer y un vasto territorio que recorrer. Ahora mismo, más de doscientos adolescentes empezaron la prueba a las nueve en punto de la mañana.

La mayoría inició corriendo, como si se tratase de una carrera, aunque no se demoraron en descartar esa agotadora labor y mantener la calma en sus energéticos cuerpos. Fue más pronto que tarde en que se empezaron a formar grupos y parejas. Había mucha gente recorriendo los límites, todos tenían bastantes dudas y la mejor manera de disiparlas era interactuando con otros semejantes a la situación. Algunos se devolvieron a la playa a preguntar alguna directriz más a los profesores, pero ninguno de ellos largó palabra alguna: más bien se encontraban en una especie de receso laboral, disfrutando del paisaje de la playa con los aspirantes de la academia que ya poseían Binamons. Ellos no la estaban pasando nada mal. Pero no ayudarían en lo absoluto a los que sí hacían la prueba.

Entre tanto, el trío de Dante, Zekk y Kaizy decidieron —más por inercia a seguir al grueso de aspirantes, que por decisión propia—, recorrer la pradera de Fiyu, ubicada al sur, justo después de la playa. La misma era una buena y muy amplia localización para bordear el bosque Zánitas —y elegir adentrarse allí en cualquier momento—, o continuar de largo hacia el oeste para llegar al cinturón montañoso de Adreel.

Había muchos otros sitios muy buenos a explorar y rebuscar. Pero el que más rechinaba en la cabeza de Dante era ese enorme volcán hacia el norte. Había que sopesar el bosque entero para llegar hasta allá, y no parecía un camino muy sencillo. El terreno era irregular, se perfilaba a ganar altura conforme iban avanzando, lo que lo volvía un punto de difícil acceso.

Dante decidió correr y subir al punto más alto de una pequeña meseta de medio metro de altura. Había que decidir ahora qué camino tomar.

—¡Bien! Hay que pensar hacia dónde iremos... —empezó a decir el pelirrojo—. El volcán me tienta mucho, pero está lejos.

Kaiza tomó asiento a los pies de Dante, en la misma meseta. Cruzó las piernas y se recostó sobre sus propios brazos con la mirada al cielo.

—¿Sabes? Pensaba lo mismo —admitió Kaisy—. El volcán debe tener Binamons del reino fuego. Sinceramente, no me molestaría tener uno así. Yo creo que podemos llegar sin importar lo lejos que esté.

—Si, pero sería viajar mucho y no asegurarnos de nada... —dijo Zekken. Quien se recostó sobre las piernas de Kaiza—. Creo que hay que votar y elegir un lugar. Empecemos allí, vemos algunos Binamons y charlamos con ellos.

Los rostros de Dante y Kaiza hicieron dos cosas: expresar una mirada de notoria confusión y clavarse en Zekken.

Él sonrió.

—Piénselo un poco. ¿Qué mejor que los Binamons locales para darnos información sobre el lugar? Y sobre ellos mismos. Hacemos un enlace con ellos, dialogamos, y con un poco más de panorama, podremos evaluar hacia dónde iremos y cuál Binamon registraremos como nuestro primer compañero.

—¡Zekk! —Dante brincó hacia tierras bajas, se postró de rodillas y se aferró a su amigo—. ¡Eso es lo más inteligente que has dicho desde que te conozco!

—Debo decir que me parece un... planazo —Kaiza sonrió y le acarició el pelo—. Te mereces un nuevo corte gratis.

—Oh, no. Prefiero que lo dejes así, me encanta. Pero gracias.

—¡Bien! —Dante se volteó—. Veo Binamons cerca de aquel río. ¿Alguien quiere hacer una carrera? Buscamos información y volvemos aquí en media hora. ¿Va?

—¿Media hora? ¿No es poco? —preguntó la peli violeta—. Yo jamás hice un enlace. No sé que tengo que hacer.

—Yo tampoco —admitió Zekken.

—Es... —«Fácil», pensó Dante, pero cambió la palabra a último momento—, verdad. Yo... tampoco. Bien. ¿Una hora? ¿Y vemos qué tal nos va?

El grupo acordó volver a reunirse en una hora y se desplegaron tomando caminos diferentes. Dante se dirigió hacia un río angosto que había a unos pocos metros de su posición, mientras que Zekken intentó probar suerte en cerca del punto en que los primeros árboles del bosque empezaban a rejuntarse; por último, la joven Kaiza cruzó el río, y continuó su camino por la pradera en busca de algún Binamon salvaje cercano.

Zekken echó un vistazo a su entorno. Desde su posición podía ver —un poco claro—, a Dante, deambulando por los alrededores del río. Intentó divisar a Kaiza colocándose en punta de pie, pero no lo logró. Se había alejado bastante. Volvió a enfocarse en su tarea y continuó en la búsqueda de algún Binamon.

No le fue difícil, las criaturas se desplegaban libres por todo lo ancho y largo del bosque. Había elegido el lugar perfecto. El equilibrio entre Binamons voladores, terrestres y marinos siempre estaba muy bien balanceado en los bosques. Pero también tenía en claro que, por lo general, siempre eran los más débiles los que se podían encontrar en este tipo de lugares, salvo excepciones muy puntillosas.

Desde siempre, Zekken había adorado los Binamons del reino del bosque: aquellos con capacidades variadas sobre el control de la tierra, las plantas, y un etcétera muy extenso como para enumerarlos ahora mismo. Su madre, antaño, había sido una Binamer que había servido en unas cuantas batallas pacíficas para mantener el orden en Xanthia.

En aquella época, no había guerra como ahora, y los Binamers podían ser libres de explorar el mundo a su antojo, conocer millares de exóticos y diversos tipos de Binamons, descubrir con sus propios ojos cada secreto enterrado en cada una de esas misteriosas criaturas y vivir apasionantes aventuras.

Las batallas con Binamons se encontraban relegadas a competencias, torneos, o algunas bonitas exhibiciones. Por desgracia, esos tiempos de paz ahora eran una sombra que buscaba desaparecer con cada nuevo despertar del sol en las mañanas.

Desde que el continente de Galassia envió a sus ejércitos a destruir a un poblado entero, dentro de sus propios territorios, para tener una excusa de iniciar una guerra y así apropiarse de los mejores territorios de Xanthia, nada había sido igual en el mundo.

Muchas islas comenzaron a ser brutalmente masacradas en pos de poseer puntos estratégicos. Si bien existía desde hace mucho tiempo la academia Vyndelard para formar a los mejores Binamers y así poder hacer frente a cualquier ejército enemigo, lo que antes era una academia de instrucción académica y práctica, ahora se había militarizado por completo.

Aunque los profesores quieran profesar buenas intenciones diciendo que los Binamons son amigos, la realidad oculta en todo esto es que ellos son, fueron, y siempre, por siempre y para siempre, serán... armas.

Y Zekken no era tonto: sabía que si quería sobrevivir a lo que fuera que pasara en su futuro, tanto inmediato como lejano, su arma tenía que ser la mejor de todas. Su Binamon tenía que ser el mejor de todos. Sin importar qué.

Conocía la clasificación de Binamons. Tenía un juego de cartas muy colorido y cool, que de pequeño le había enseñado mucho sobre estas criaturas. Había distintas clases: los «usuales» eran los más abundantes. Los veía en todos lados, pájaros, ratas, serpientes, caballos, monos, e incluso dragones pequeños... no se diferenciaban en gran medida —físicamente hablando—, de los animales convencionales. De hecho, podían tener rasgos muy parecidos, pero la diferencia concreta entre ambos —animales y binamons—, es que los últimos tienen la peculiaridad de poseer magia. Zekken evaluó que si iba a tomar de compañero a un Binamon usual, tenía que ser uno muy bueno, como la gran águila de Zerafina, Atlas.

La clasificación continuaba con los «poco usuales» —como Libie, la libélula—. Este tipo era un poco más complicado de encontrar.

El joven siguió metiéndose cada vez más en el interior del bosque: la separación entre árboles se empezaba a acortar y caminar en línea recta resultaba algo imposible; la copa de los árboles se rejuntaba en el cielo, formando una capa que lo protegía del implacable sol, pero que también le despojaba de buena iluminación diurna.

Los sonidos caóticos a su alrededor se mezclaban en un eco de bosque inconfundible: brisa soplando, ramas sacudiéndose, pisadas de animales o Binamons salvajes en la periferia, graznidos y aleteos de aves arriba a lo lejos, tierra siendo removida por alguna criatura a sus espaldas, sonidos de insectos variados...

Pero Zekken ni siquiera lo percibía. Su mente se hallaba inmersa en la idea de hacerse con el mejor de todos los Binamons en este lugar. Continuó avanzando sin percatarse de lo lejos que había llegado. Después de todo, pensar en porcentajes era mucho más divertido.

Porque tal y como había visto en las noticias el día anterior, se decía que existía una probabilidad del 42% de encontrarse con un Binamon usual. Pero también, existía una suculenta probabilidad del 32% de toparse con uno poco usual. Lo que le vendría muy bien si quería arrancar la academia con buen pie.

Mantuvo esa probabilidad en su cabeza. Conocía que el porcentaje de encontrarse con uno «inusual» —devastadoramente bajo, pero también, ellos eran devastadoramente fuertes—. Pero no se creía con tanta suerte como para encontrar uno así.

Por eso, cuando el joven rodeó un gran árbol de extensas raíces, su corazón se detuvo por un segundo cuando dos iris estirados, envueltos en dos ojos de un potente brillo amarillo, se clavaron en su persona. Las probabilidades se esfumaron de su cabeza: ahora mismo estaba observando a un Binamon inusual...

A pocos metros, devolviéndole una feroz mirada, se hallaba un lobo Phanein: su complexión era similar a la de un lobo normal, pero su tamaño le superaba por unos centímetros extra; su pelaje parecía estar brillando por fuera en un tono verde mágico, mientras que en la zona interna —en las raíces del pelaje—, se encontraba oscurecida y negruzca. Cómo si la luz no diera en el interior de él.

La criatura se encontraba de pie sobre sus cuatro patas. Tenía una cola —mucho más larga que los lobos convencionales—, que llegaba al metro y medio, que levitaba sin la necesidad del viento, —de la misma manera que lo hacía el resto de su pelaje—. Sus orejas, en punta y siempre en dirección al cielo, también eran bastante alargadas, pero firmes. A vistazos apresurados podría confundirse con dos cuernos.

Su mirada —de ceño fruncido— se asentó directamente en Zekken. Él tragó saliva, atónito. Le era imposible ignorar los símbolos que aquel Binamon presentaba entre medio de sus ojos y a lo largo de su frente: eran tres pequeñas esferas orientadas en vertical. La del medio era un poco más grande y era la única envuelta por una delgada línea en forma de rombo.

Zekken alzó las palmas en señal de paz mientras su corazón palpitaba a toda máquina y sus rodillas no paraban de temblar. Conocía esta criatura. La recordaba del juego de cartas que jugaba de pequeño. Y había un detalle que no cuadraba. El joven se arrodilló para permanecer a la misma altura.

—¿Estás bien? —preguntó. Su voz salió más suave de lo que hubiese preferido. Carraspeó la garganta y lo volvió a intentar—. Quiero ayudarte. Sea lo que sea que estés haciendo a estas horas, no debe ser casualidad. Eres una especie de Binamon fantasmal del reino bosque, ¿no es así? En mi experiencia, y no es mucha, tu tipo sale solo de noche. ¿Qué te ha traído por aquí?

Los músculos del Binamon se tensaron. Mostró los dientes durante un breve segundo y su pelaje se erizó. Parece que no entendía nada de lo que Zekken le decía. Y era lógico. No tenían el enlace establecido todavía.

Tenía que encontrar la manera de entrar en confianza. Y no se le ocurrió otra cosa que un improvisado lenguaje de señas. Apuntó con ambas manos a su pecho y recitó:

—¡Zekken! ¡Zekken! —dijo dos veces, de manera pausada. Luego, le apuntó con ambas manos de la misma manera y dejó un espacio de silencio.

«Jana. Soy Jana...», escuchó con fuerza y claridad dentro de su mente.

Zekken quedó perplejo. Sus pupilas se dilataron y brillaron de emoción. ¡El enlace! Lo había logrado.

—¿Jana? —Sonrió, todavía incrédulo. Esto le parecía increíble, pero bastante sencillo por alguna razón.

«Necesito ayuda. Sígueme... Zekken».

La loba echó a correr de inmediato tras decir esas palabras, y Zekken, por otro lado, se olvidó por completo del trato que había hecho con sus amigos... y la siguió.

*****

—¿Dante? —preguntó Kaiza, acercándose finalmente hacia él. Lo había visto charlando con un grupo de cinco Binamons cocodrilos en la orilla del lago, bastante animado y enérgico.

El joven se volteó. Sus ojos echaban chispas de la emoción. Se alejó del grupo y se aproximó hacia su amiga con una enorme sonrisa tonta en su cara. Parecía estar divirtiéndose.

—¡Kaizy! ¿Cómo te fue?

—Bueno. Eso iba a preguntarte yo a ti... —dijo la joven, con un tinte leve de pena—. Yo no tuve suerte. No pude hacer un enlace con ninguno todavía.

—¿Qué? ¿Con ninguno? —preguntó él confundido—. ¿De verdad?

—Si, pero veo que tú si... —La joven fue astuta para evitar el tema de conversación—. ¿Qué averiguaste?

Dante sonrió.

—Bueno. Ese grupo de Binamons de allá me contó que...

—¿El grupo? —preguntó Kaiza, arrugando el ceño—. ¿Te enlazaste a todos ellos a la vez?

Los ojos de Dante se abrieron, al igual que su boca. ¿Había hablado de más?

—Bueno, si... ¡No! Solo fue a uno. Él me decía lo que decían los demás... —Dante carraspeó la garganta—. Mira, la cosa es así: este lugar tiene distintas divisiones. Mientras más nos alejamos del punto inicial, es decir, de la playa Izzi. Habrá Binamons más poderosos, pero también peligrosos. ¿Bien? En esta pradera están los más tranquilos. El bosque tiene Binamons muy variados y dispersos, ahí te puedes encontrar lo que sea si tienes suerte. Pero mientras más lo haces, hay muchas probabilidades de que termines perdido en el corazón del bosque y no puedas salir. Si te fijas bien, hay una capa de niebla que se ve mucho más adelante. Es parte de un hechizo Binamon.

Kaiza se sintió intrigada.

—¿Y dices que es mejor no ir al bosque, entonces?

—Bueno. Definitivamente, hay que pasar por ahí si queremos llegar al volcán...

—Oh. ¿Así que «queremos» llegar al volcán? —repitió ella enfatizando el plural de la oración.

Dante sonrió. Como si estuviese guardando una sorpresa para el final.

—¡Sí! Me dijeron que en el volcán hay un gran Binamon muy poderoso, majestuoso, enorme y del reino fuego. —Hizo una pausa para agregar dramatismo—. Un Binamon dragón. Se le conoce como: el forajido.

Kaiza, definitivamente, se quedó perpleja.

—¿Un dragón? ¿Viviendo aquí? ¿No son muy raros?

—¡Lo sé! Y también dicen que todos los nuevos aspirantes quieren dar con él cada año, pero jamás han logrado convencerlo de enlazarse a ellos. —Dante se enderezó, sacando pecho—. Yo lo haré. Yo lo convenceré, Kaizy. Quiero que mi primer Binamon, sea un dragón.

Una mano se posó sobre el hombro de Dante. La sonrisa de la peli violeta se ensanchó.

—Sabes que te quiero, amigo. Pero no aspires tan alto o caerás muy fuerte.

—¡No! Lo digo en serio. ¡No me iré de aquí sin mi dragón!

—No es... tuyo.

—Ok, como sea. Tú me entiendes. No me conformaré con una... no sé, una rata bonita. Quiero un Binamon fuerte. Y teníamos razón. Ese Binamon se encuentra en el volcán. Yo diría de ir hacia allá. ¿Qué te parece?

Kaiza se encogió de hombros.

—Ok, como quieras. ¿Pero qué hacemos con Zekk? Todavía no vuelve...

—Zekken debe de haberse enlazado a algún Binamon ya —conjeturó Dante sonriente, mientras daba los primeros pasos en dirección a las montañas—. Él es el más puntual de todos nosotros. No nos habría dejado aquí si no fuese por algo importante. Yo digo que sigamos.

—¿En serio? ¿Crees que él ya consiguió enlazarse a algún Binamon? —Kaiza bajó la cabeza, dubitativa.

—Sí, es lo más seguro —dijo Dante sonriente, llevando la delantera.

El corazón de Kaiza se dejó llevar por una punzante amargura. Intentó pensar en otra cosa. No quería dejarse caer anímicamente junto a su mejor amigo. Suspiró suavemente y forzó una sonrisa.

—Entonces. Hagamos lo mejor que podamos, Dante.

El joven le devolvió una mirada empapada de emoción al voltearse.

—¡Esa es la actitud, Kaiza! ¡Vamos a buscar a ese dragón! ¿Y quién sabe? —dijo él, divertido, y le guiñó el ojo—. Quizás tenga un amigo para ti.

A Kaiza esa sentencia le pareció tonta. Ya era demasiado improbable que hubiese un solo dragón en la isla, mucho menos podría haber dos. Pero sonrió de todas formas, albergando esa esperanza en sus adentros. Solo porque quien había dicho esa tontería... había sido Dante. Y ese gesto le gustó.

El grupo reducido de Dante y Kaiza trazaron rumbo hacia el cinturón montañoso de Adreel; según la información que había recolectado Dante, era el mejor lugar para acercarse al volcán, gracias a que rodeaba el bosque al completo y evitarían deambular en círculos por el corazón del mismo.

Si bien era verdad que caminarían durante un tramo mucho más extenso, empinado, con precipitaciones y desniveles más complicados de sortear, el camino de vuelta —al conocerlo—, se haría más sencillo.

Al principio les costó bastante avanzar y sortear los terrenos elevados; en ocasiones tenían que escalar escalinatas de un metro —o hasta más—, de altura. El camino presentaba un sendero transitable, lo que hacía más sencillo la ubicación espacial de la dirección a dónde querían llegar, pero de todas formas, el avance era lento y agotador.

Kaiza revisó su reloj: ya habían pasado tres horas desde que habían partido desde la pradera, más una hora y media desde que la ceremonia había empezado. Y aunque sus cuerpos, se encontraban agotados físicamente, por alguna razón no tenían ni sed, ni hambre.

Ambos atribuyeron el hecho a la adrenalina de querer completar la prueba lo más rápido posible, hicieron caso omiso a sus dudas, y continuaron su rumbo hacia el volcán. Ahora se encontraban en terreno elevado y les era posible vislumbrar el bosque en su totalidad con la inmensidad del mar, unificándose con el cielo en el horizonte. Y al norte, el gran volcán los esperaba...

El camino que tenían, todavía era muy largo.

*****

Zerafina se encontraba descansando plácidamente en una reposera en la playa, con un hermoso bikini blanco puesto, junto a otros estudiantes que hacían lo mismo que ella, ubicados todos en hileras.

Uno de los guías del barco —que trabajaban también para la academia—, se le acercó para ofrecerle un cóctel de frutas. Ella lo aceptó, gustosa. Pero cuando intentó tomarlo, se sintió extraña: sin apetito e hinchada...

Recordó un detalle y se inclinó para ver a su profesora. Ella también reposaba, plácidamente en la playa, solo qué acostada en la arena.

—Profesora, Olive. ¿Puedo pedirle que deshaga el hechizo de su Binamon?

La mujer se levantó con ojos desorbitados. Se había quedado completamente dormida.

—¡Es verdad! Me olvidé que ustedes ya no necesitan ese hechizo, perdón. —Se dirigió a su Binamon. Quien también descansaba plácidamente a su lado. Era el mismo unicornio que les arrojó la llovizna a todos los alumnos: y los hechizó para que ninguno sufriera hambre durante toda la prueba—. ¡Hey!

El Binamon levantó su cabeza de repente, con ojos desorbitados. También se había quedado dormido.

—Quítales el hechizo de saciedad, por favor.

Tras relinchar una queja, el cuerno del Binamon brilló durante unos segundos, y al instante siguiente, los estómagos de todos los alumnos que descansaban, también, plácidamente en la playa, rugieron voraces. Todos se levantaron con ojos desorbitados.

—¡Hecho!

—Gracias, profesora... —sonrió Zera, y dirigió su mirada más violenta hacia uno de los guías—. Tráeme comida. ¡Ahora! —Se contuvo de repente, y sonrió apenada—. Por... favor... Me muero de hambre.

El guía asintió y corrió frenético a buscar hamburguesas para todos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top