Capítulo 1
Capítulo 1
Y la aventura...
Una enorme esfera investida en un fulgor azul descendió desde el cielo nocturno a una velocidad descomunal. El impacto alcanzó la habitación en el hogar de Dante, la explosión fue sentida primero como una fuerte sensación de ahogo; como si el aire se esfumara de la garganta y fuese imposible dar una bocanada nueva. Lo siguiente fue un sonido atronador que retumbó en los oídos de toda la familia Van-Ranger; las llamas iracundas, violentas y vertiginosas se unificaron en una onda expansiva que arrasó con todo a su paso.
La estructura de lo que tiempo atrás había sido un hogar para la familia de Dante se vio reducida a una lluvia de escombros que se desperdigó por los alrededores.
Los Binamons en las cercanías —Keydan, el dragón y el unicornio Magnus—, fueron obligados por la urgencia a retroceder. Ambos llevaron a sus jinetes fuera de peligro y salieron a cubierto, en dirección hacia la calle.
Maya se sujetó de los correajes que envolvían parte del hocico y el cuerpo de Magnus y protegió a su hermano intentando formar un escudo con su propio cuerpo. Su mirada ascendió hacia el cielo; no muy alejado de ella, podía divisar con claridad a sus padres montando a Keydan.
Joseph hizo una señal moviendo la palma hacia adelante que le comunicó a Maya que tenían que avanzar en dirección al sur. El tiempo apremiaba más que nunca. Maya asintió, envolvió los extremos del correaje entre sus manos y le ordenó a Magnus ir al galope.
El Binamon comenzó a avanzar, primero a una velocidad moderada, que fue tomando vertiginosidad al poco tiempo. Magnus era un Binamon catalogado como clase alta, quizás no alcanzaba el nivel de un dragón como Keydan, pero si lo suficiente como para ser considerado un valioso elemento de transporte gracias a las enormes distancias que podía recorrer en un tiempo récord para un cuadrúpedo de tal tamaño, y a su vez, por su grandiosa habilidad especial.
En el trayecto por su pueblo, Dante se aferraba al cuello de Magnus con una mirada que intentaba absorber todo a su alrededor. La enorme mayoría de habitantes del pueblo de Brakiel no poseía un Binamon como su padre. No todos eran capaces de «sincronizarse» con ellos, y ahora mismo, no contar con su valiosa ayuda podría resultar crucial para la supervivencia.
Los pocos que tenían un lazo con uno o más Binamons se encontraban defendiendo el pueblo a uña y sangre en la batalla que se libraba en los cielos. Allá arriba el panorama no era nada alentador. Los gritos, los disparos de ráfagas de energía, las llamaradas y los relámpagos resultaban un coro asincrónico que comprimía el pecho y hacía vibrar la piel por el terror.
El unicornio se desplazó entre las calles con una agilidad sin igual, evadió a un grupo numeroso de transeúntes que intentaban, a razón de correr como hormigas desesperadas, ponerse a salvo del peligro. Por fortuna para un atlético y ágil Binamon como Magnus, quien era dirigido por la joven Maya, sortearlos fue pan comido.
A menudo Dante entrecerraba sus ojos al ver como un obstáculo se presentaba en su camino, pero el unicornio lograba evadirlos a todos sin problemas... hasta que llegó algo que ni el Binamon, ni Maya, ni Dante fueron capaces de prevenir.
Anunciando un peligro sin igual, el suelo comenzó a temblar bajo las patas del unicornio; el Binamon trastabilló unos pasos, pero logró continuar con su marcha sin perder el equilibrio. Dante tuvo la brillante idea de echar un vistazo hacia atrás y su semblante palideció ante la presencia de algo en verdad horripilante.
El suelo parecía abrirse a sus espaldas en una enorme grieta que empezaba a recortar las distancias entre ellos; la tierra se separó en fragmentos gigantescos que sucumbían ante la fuerza de gravedad, para ceder ante un enorme vacío que parecía no tener fin. Las calles se desplomaban por completo, y las edificaciones y hogares se veían reducido a escombros que llovían por doquier hacia direcciones erráticas.
—¡Maya! —advirtió Dante, aterrado y con el corazón en la garganta, al ver que la grieta, con un hambre voraz, buscaba devorarlos sin compasión.
Su hermana echó un cabezazo hacia atrás, apretó los dientes y se sujetó, afirmando a Dante al unicornio para que no se cayera con la siguiente maniobra que estaban a punto de realizar. No tenía intenciones de «gastar» la habilidad especial del Binamon ahora, pero el destino no le dejaba otra alternativa.
—¡Hazlo ahora, Magnus!
La grieta los alcanzó al siguiente segundo. Dante sintió como la fuerza de gravedad de la caída comenzó a arrastrarlos hacia el vacío. El unicornio inclinó su cabeza y apuntó su cuerno hacia el frente: el marfil de su ornamenta comenzó a brillar, y así también, lo hicieron las pezuñas de sus cuatro patas.
Un instante después, bajo las pisadas del unicornio, comenzó a materializarse un nuevo camino.
Como si se tratase de un efecto imán, los pedazos de escombros y estructuras desperdigadas por la zona comenzaron a flotar a enorme velocidad para posicionarse bajo las patas del unicornio y formar así un nuevo camino del cual valerse para escapar.
Su cuerno, al brillar, lograba atraer cualquier objetivo que el Binamon necesitase para utilizarlo a su favor. Así, con una agilidad y astucia sin comparación, Magnus logró evadir la grieta que continuó sumergiendo los vestigios de un pueblo que encontraba su punto final esa noche de madrugada.
Las pisadas del unicornio trasladaron a los hermanos Van-Ranger a terreno elevado, dónde una arboleda los esperaba para continuar el camino hacia la costa. Cuando finalmente Magnus pudo afirmarse sobre suelo seguro, en la cima de una colina pequeña, Maya permaneció estática durante unos cuantos segundos, observando con ojos empapados con centenares de sentimientos ambivalentes, como lo que hasta ahora había sido su hogar, presentaba una imagen irreconocible a sus ojos: el pueblo había sido totalmente destruido.
Las preguntas y el razonamiento poco servían en situaciones así, pero Maya todavía era fiel a preguntarse por qué estaba pasando todo esto. ¿Cuál era el motivo de un atentado de violencia tan extrema a un pequeño y pacífico pueblo? ¿Qué estaban buscando?
La respuesta a sus preguntas llegó más rápido de lo que Maya jamás imaginó, y de la mano de nada menos que su pequeño y observador hermanito.
—Que raro —dijo Dante, observando con mucha atención hacia la zona afectada por el temblor. A la altura a la que se encontraban, aquella grieta parecía dibujar una forma circular inmensa. Dante observó hacia dentro, en dónde la oscuridad total no le permitía ver más allá—. Siempre pensé que debajo de nuestro pueblo habría agua. Pero ese pozo parece muy profundo.
Maya no respondió, pero se quedó con aquellas palabras en su cabeza. Lo que decía su hermano tenía su lógica. Por desgracia, no había tiempo para ponerse a investigar ahora, porque descendiendo desde el cielo, a una velocidad enorme y con una fiereza brutal, las fuerzas enemigas comenzaron a disparar a diestra y siniestra sobre aquellos sobrevivientes que todavía se encontraban en las cercanías del pueblo de Brakiel.
«¡¡Cero vida!!», se escuchó el grito de guerra de los soldados enemigos a la distancia. Maya observó al cielo y su corazón se estrujó al ver como un bastión incontable de soldados descendían en picada hacia las inmediaciones de Brakiel, buscando supervivientes y finalizando un trabajo de carnicería, que hacía muchísimo tiempo no se presenciaba en el mundo.
Maya sintió como Magnus se afirmaba al suelo tras divisar un objetivo nuevo sobre sus cabezas. A unos cuantos metros de distancia, un soldado enemigo caía en picada a los lomos de un pegaso rojo como la sangre, trazando rumbo hacía ni más, ni menos, que Maya y Dante.
El pegaso alado: un poderoso Binamon de una categoría élite, era una criatura magnífica con la forma de un caballo que presentaba dos alas de ave enormes, elegantes y aterradoras a partes iguales, se desplegaban a favor del viento y anunciaban con su vuelo, un muy mal augurio para quien tuviese la dicha —o desgracia— de poder presenciar uno.
Los pegasos presentaban habilidades misteriosas, solo conocidas por muy pocos humanos. Dante tuvo la mala fortuna de poder ver a uno en acción esa madrugada que los rayos del sol comenzaron a dar su primera pincelada del día, tiñendo árboles, césped y montañas de un naranja sutil.
Y entonces, sin perder tiempo, el pegaso rojo comenzó a brillar en su frenético descenso; su cuerpo fue investido de pequeñas descargas que fueron creciendo poco a poco hasta quedar completamente cargado de energía; sus ojos resplandecieron, sentenciando a su siguiente víctima con una mirada aterradora; luego batió sus alas en un movimiento veloz y preciso, y de ellas, emergió una ráfaga de relámpagos carmesí que descendieron hacia los hermanos a una velocidad alarmante.
El ataque los tomó por sorpresa. Maya y Dante nada podían hacer para escapar de aquel aterrador destino. El destello duró tan solo un segundo en alcanzarlos, ni siquiera hubo tiempo para parpadear, balbucear o procesar lo que estaba sucediendo. Luego le siguió el estruendo del impacto, y ahí fue cuando todo terminó para ambos. El punto de inflexión. Allí en dónde Dante y Maya supieron... que nada volvería a ser como antes.
El dragón Keydan se interpuso en la línea de disparo en el último instante y la silueta de la espalda de sus padres se dibujó delante de los ojos de ambos hermanos. Los gritos de Joseph y Alda resonaron con crueldad tras el impacto, y se quedaron pegados a los oídos de Dante durante mucho tiempo.
Maya fue quien actuó esta vez. Se valió de la oportunidad que sus padres habían creado para lograr escapar de las garras de aquel pegaso rojo; una vez más, las patas de Magnus comenzaron a brillar, y un segundo después, y fugaz como un rayo, se dio a la carrera a toda velocidad, internándose a través del bosque.
Dante no lo comprendió. Habían pasado demasiadas cosas como para que su cabeza pudiera darle la información correcta en un tiempo acorde. El cuerpo de sus padres, así como el del dragón que los protegía, yacían tendidos en el suelo luego del ataque, mientras ellos se alejaban sin más. Las gotas de las lágrimas de su hermana mojando su cabeza le dieron un indicio de lo que estaba sucediendo, pero Dante no quiso pensar. Todo esto debe de ser un sueño. Uno espantoso, realista y en extremo aterrador. Solo eso...
Sin darse cuenta, él y su hermana ya habían llegado a las inmediaciones del puerto y habían dejado la zona de batalla atrás. La brisa marina los recibía con los brazos abiertos, el mar se dibujaba en el horizonte, esplendoroso e inmenso, y el puerto, aunque pequeño, con apenas unos pares de muelles, esperaban el zarpar de un inmenso barco de tres velas que aguardaba el arribo apresurado de aquellos que buscaban marcharse de las inmediaciones cuanto antes.
Maya descendió de Magnus y ayudó a su hermano a bajarse cuando estuvieron lo suficientemente cerca del puerto. Luego acarició el pelaje del Binamon en señal de despedida. Magnus se encontraba debilitado y sus pequeños ojos negruzcos parecían brillar, intentando no derramar lágrima alguna luego de ver a su compañero Joseph Van-Ranger caído en batalla. Su mirada se fijaba en algún punto del suelo y cada tanto relinchaba con una voz apagada. Dante dedujo al instante que se encontraba tan triste y angustiado como él y su hermana.
El niño lo acarició y sus lágrimas se desperdigaron de forma automática. Como si, al hacer contacto con el Binamon, pudiese sentir exactamente lo mismo que él. La sensación que recorrió su pequeño cuerpo fue extraña, y por un segundo, tan solo por un breve momento, creyó escuchar dentro de su mente la voz de Magnus.
«Era un gran hombre...», fue lo que Dante escuchó y su corazón se estrujó al pensar que no volvería a ver ni a su padre, ni a su madre de nuevo.
—Ahora eres libre —dijo Dante, intentando que su sollozo no irrumpiera sus palabras.
El Binamon lo miró por un segundo. Relinchó y pateó el suelo con una pata.
«Siempre lo fui, niño».
Dante tragó saliva y sus ojos se expandieron por completo. Entonces no había sido su imaginación. Si había escuchado hablar a Magnus. ¿Pero cómo? Jamás le había pasado algo así en su vida. Quería hacerlo de nuevo y preguntarle si sus padres podrían tener una oportunidad de...
«Lo dudo mucho, pequeño», respondió Magnus. Al parecer, sabía exactamente lo que Dante estaba reflexionando.
«El hecho de que me puedas entender lo confirma. Él ya no está. Lo siento mucho».
Dante se vio sumergido en una angustia sofocante. De no ser porque su hermana lo envolvió entre sus brazos, probablemente hubiese cedido y caído de rodillas al suelo. Quería olvidarse de este día, quería desenchufarse de todo este golpe de realidad por tan solo un mísero segundo, pero todavía estaban muy lejos de finalizar este viaje.
Magnus se marchó sin mirar atrás y Maya se encargó de conseguir nueva ropa para Dante, teniendo que vender todos sus anillos —lo poco de las pertenencias que le quedaban— a un hombre que accedió a cambiarlo por una de sus dos chaquetas de pieles.
La chica abrigó a Dante con una chaqueta que le quedaba cinco tallas más grande, pero que al menos le servía para protegerlo del frío, y finalmente hicieron la fila para abordar el barco.
Por suerte, para la dupla, el abordaje fue sencillo. Nada más les bastó con firmar un papel al momento de ingresar con sus nombres completos. Como Maya era mayor de edad, podía llevar a Dante como acompañante sin ningún inconveniente. El pago tampoco fue necesario, puesto que se trataba de un servicio de rescate al estar siendo invadidos de forma repentina por fuerzas enemigas.
El barco tenía instrucciones previas de alojar y trasladar a cualquier individuo que tuviese la necesidad de escapar del continente, y más pronto que tarde, para cuando el último de los pasajeros en la fila pudo ingresar, Dante y Maya, ambos repletos de dudas, inseguridades e incertidumbres; con el corazón en la garganta y los cuerpos impregnados de temor, miedos y angustias; pero con una pequeña luz de esperanza en su porvenir, se lanzaron a la mar...
Y la aventura comenzó.
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