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Quetzalcóatl se encontraba sentado en la habitación, rodeado de los restos de un imperio perdido, sosteniendo un teléfono celular en su mano. Se trataba de un delgado rectángulo de vidrio, metal y cristal líquido, lo último en artefactos de alta tecnología... Y aún así, increíblemente rudimentario, en comparación a la tecnología de su juventud.

Cada día Quetzalcóatl lamentaba la pérdida de su mundo. Alguna vez había sido adorado como un dios, ahora estaba casi en el olvido, recordado en una retorcida colección de historias y canciones populares que apenas insinuaban su verdadera naturaleza. Pero su tiempo regresaría. Había gobernado a la humanidad en el pasado, y lo haría una vez más. Incluso ahora, los planes para regresar a los Inmemoriales a la Tierra estaban en su lugar. En dos años, tres a lo mucho, la humanidad sería nada más que esclavos de nuevo. Había, sin embargo, algunos inconvenientes, ciertos Inmemoriales y de la Siguiente Generación y humanos inmortales, que permanecerían al lado de los humanos y lucharían. Deberían ser eliminados, pero con cuidado, discretamente, calladamente. Scathach presentaba un particular problema. No había punto en enviar asesinos en su contra: ella había sobrevivido a innumerables atentados contra su vida. y, después, iba invariablemente en busca de quienes los enviaron.

Quetzalcóatl estaba autorizado para utilizar métodos más elaborados para matar a la Sombra.

Apretó Enviar y vio un número con código de área 702 desplazarse por la pantalla. La llamada fue contestada en el primer tono.

—Está en camino —comentó.

—¿Sola?

—Uno de mis sirvientes la lleva, un humano inmortal conocido como Billy the Kid —el Inmemorial suspiró—. Ella me dijo que lo mandará de vuelta, pero conozco su naturaleza: querrá ayudarla —los labios de Quetzalcóatl se torcieron en una mueca—. Así que mantente alerta, podrás tener dos enemigos.

—Si se alía con ella, entonces morirá con ella.

El Inmemorial se encogió de hombros.

—Sería una pena. Su pérdida sería un inconveniente. Si pudieses evitarlo, te estaría agradecido.

—Tengo un grupo de cucubuths a los que he hecho pasar hambre la semana pasada y un puñado de vampiros bebedores de sangre a los que no he permitido alimentarse por un mes. Una vez que los deje libres no habrá escapatoria para Scathach o su acompañante.

—No tengo por qué decirte que seas cuidadoso, pero déjame darte una amistosa advertencia: nunca has tratado con al alguien como la Sombra antes —dijo Quetzalcóatl.

—Ah, pero lo he hecho, Inmemorial. Lo has olvidado: Scathach me entrenó

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