4
Scathach no tenía idea de quién era el joven. Un inmortal sin duda, y juzgando por su apariencia, la inmortalidad le había sido concedida cuando aún era muy joven; parecía estar en los últimos años de la adolescencia o en principios de sus veintes. Era guapo, también, con unos brillantes ojos azules. Sus dos dientes frontales eran un poco prominentes, y él mantenía la boca cerrada deliberadamente para esconderlos. Su esencia a pimienta roja estaba manchada por el olor a serpiente de Quetzalcóatl.
Scathach voló sobre el reluciente suelo de madera y descolgó el teléfono en el tercer tono.
—¿Hola?
—¿Recuerdas mi voz?
En su larga vida, Scathach la Sombra había hecho frente a monstruos y desafiado terrores. Había recorrido escenarios de pesadilla y luchado con criaturas que nunca debieron haber existido. Había pocas que la asustaran. Y aún así, sus piernas temblaron al escuchar esa voz. Se dejó caer pesadamente en la silla.
—Ha pasado mucho tiempo —susurró. Scathach se sentía sobrellevada por una oleada de memorias arremolinadas, y todas las buenas eran arrastradas por las amargas —. Pensé que estabas muerto.
—Casi.
—Te busqué —dijo ella, su voz temblaba.
—No lo suficiente —respondió el hombre, con un toque de tristeza en su voz—. Regresé Scathach. Regresé por ti. Busqué por todas partes, pero nunca pude entrarte.
—¿Estás en problemas ahora? —Preguntó bajo—. Iré contigo.
—Estoy en problemas. Terribles problemas. Estoy en Las Vegas. La ciudad está infestada de vampiros y cucubuths. Y están cazándome. Scathach, te necesito. No me fallarás de nuevo, ¿lo harás?
Hubo un grito repentino, que se transformó en un chasquido en la línea... luego silencio.
—¿Hola?, ¿hola?, ¿hola? —Scathach llamó, parándose lentamente.
Escuchó un clic, seguido de un sonido de llamada.
Y, por primera vez en años, la Sombra escondió el rostro entre las manos y lloró lágrimas rojo sangre.
Billy the Kid permaneció incómodo en el marco de la puerta, el costal en una mano y sus botas en la otra, luego miró a Scathach. Sangre, espesa y brillante, se deslizaba por entre los dedos.
—¿Está todo bien?
La criatura que le devolvió la mirada no era, ni por asomo, humana. Su piel pálida se había tensado en las mejillas y la barbilla y sus ojos, completamente rojos, estaban hundidos en las cuencas. La carne en la mandíbula estaba demacrada, dejando al descubierto sus salvajes dientes vampíricos que Billy había avistado antes, y su cabello se había endurecido, formando mechones puntiagudos.
Billy se mordió el interior de la mejilla, tratando de mantener su rostro inexpresivo: nunca había mostrado miedo en su vida. Alzó sus botas.
—Espero que no te moleste, me permití entrar. No quería dejar la pithos en las escaleras. Y me quité las botas. Sé que en tú tipo de artes marciales no está bien que la gente caminé por el piso con los zapatos puestos —miró sus raídos y disparejos calcetines—. Si hubiese sabido, habría traído mejores calcetines. Mi mamá siempre me decía que usara ropa interior limpia y calcetines decentes cuando saliera... —su voz perdió intensidad cuando la criatura detrás del escritorio se levantó. Ella se giró y comenzó a descolgar armas de la pared y a colocarlas en la mesa.
—Mira, no es un buen momento —continuo Billy—. Sólo dejaré esto aquí y me iré. Tengo algo que...
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la Sombra.
—William Bonney... bueno, Billy. Todo el mundo me llama Billy.
—Yo soy Scathach. Nunca me llames Scatty —giró de nuevo hacía Billy. Su cara se había alisado, las facciones vampíricas ocultas. Mientras miraba, el rojo sólido en sus ojos se desvaneció, revelando un par de iris verde hierba. Ella frotó los caminos de sangre seca en sus mejillas—. ¿Tienes auto, Billy?
—Por supuesto. Un Thunderbird 1960, Monte Carlo. Es el modelo de Segunda Generación con 350 caballos de fuerza, V8...
—Vas a hacerme un favor, Billy —interrumpió Scathach.
—¿Voy a hacerlo?
—Lo harás. Y tu Maestro Inmemorial estará encantando de que esté en deuda contigo, de ese modo lo estaré con él también. Él sabe que soy el tipo de persona que toma los favores muy en serio y recuerda cada uno de ellos. Algún día tú necesitaras algo de mí y yo te ayudaré.
—Soy del tipo que está en deuda consigo mismo —dijo Billy con una sonrisa tímida—, es la manera en la que crecí. ¿Qué puedo hacer por ti, señorita?
—Primero, nunca me llames "señorita" otra vez.
—Sí, señorita. Perdón, seño... lo siento, Miss Scathach.
—Sólo Scathach. ¿Tienes planes para el resto del día?
—No realmente.
—Bien, necesito que me lleves a Las Vegas.
—¡Las Vegas! —Billy pareció nostálgico durante un momento—. No he estado ahí desde hace más de cien años. Me quedaba en el Old Adobe Hotel, y creo que estuve en la cárcel una o dos veces.
Scatty lo miró sin decir nada.
Billy se encogió de hombros.
—Fue hace mucho tiempo. Y era inocente, creo... O por lo menos esa vez era inocente. Supongo que no iremos a Las Vegas por los espectáculos.
—Un... un... —ella dudó, buscando la palabra adecuada— Un amigo mío está en problemas.
—¿Qué tipo de problemas?
—Problemas de vampiros —dijo Scathach, reuniendo las armas y metiéndolas en una bolsa de deportes—. Voy a vestirme. Toma la pithos y ponla en el coche, la llevaremos con nosotros.
—Vampiros —farfulló Billy—. Odio los vampiros. Desagradables, con dientes, garras...
La Sombra se detuvo.
—Yo soy un vampiro —dijo, mostrando sus dientes.
Billy recogió la pithos.
—Voy por el auto.
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