Un oído terrible

Las doncellas comenzaron a retirar los diferentes platos vacíos de la gran mesa del comedor, mientras la familia de nuestra historia y sus invitados disfrutaban de una buena copa de ginebra.

Las gemelas se habían retirado a su alcoba y el resto disfrutaba de una muy entretenida conversación:

- No, mi Lord - Elsa dejó escapar una suave risa. Sus mejillas se encontraban levemente sonrojadas debido al licor, el cual no era de su agrado. Pero, no iba a dar la oportunidad de mostrarse "inferior" a los hombres frente al Barón de Worthing. Suficiente había tenido ya con escuchar sus constantes mofas durante toda la cena. - Solamente recibimos monturas para ocasiones especiales, usted me entiende. Ayer recibimos una invitación al palacio real. Por lo que necesitamos caballos fuertes y resistentes para todo el trayecto. Debemos tenerlo todo a punto - ella inclinó ligeramente la copa hacia el barón y, a su salud, bebió.

- ¿Invitación al palacio real, decís? - este le sonrió forzosamente, aquella muchacha no le profesaba confianza. ¿Qué clase de mujer era aquella que regentaba, se encontraba al tanto de todo y era capaz de beber más de dos tragos de licor sin inmutarse? - Supongo que su padre estará enterado de dicha carta, ¿cierto? - 

- Por supuesto. Todo aquello que sucede en esta residencia pasa primero por mis manos y acto seguido por las de mi padre - Lady Elsa se irguió en su incómoda silla recubierta de terciopelo azul real. Aquel hombre lograba sacar lo peor de ella.

- Supongo, también, que su padre se encuentra muy ocupado, y solamente por ello delega en su hija la responsabilidad de su hacienda. ¿Me equivoco? - Connor Lancaster esbozó una sonrisa lobuna, y sus labios se movieron lentamente en la mente de todos los comensales al pronunciar "hija" con aquel tono sumamente despectivo. 

Aquello fue el detonante. Lord Garden mantenía su postura, sin articular palabra; aunque atento a la peliaguda conversación. No sería de su agrado despedir a sus huéspedes a patadas. En realidad apoyaba a su hija, la única que poseía verdadero poder en aquella residencia. 

- Padre... - comenzó Eira, consciente de que una guerra civil en el comedor no sería de lo más agradable para su estancia allí. 

- Tú calla, muchacha - le cortó su padre, sin desviar su mirada de las dos pupilas azules que le lanzaban llamaradas desde el otro extremo de la mesa. Lady Elsa, acalorada de rabia y los ojos ardientes, separó sus labios para dejarle claro a ese señorucho dónde estaban los límites; mas no pudo. Las puertas del gran y lujoso comedor se abrieron de par en par tras unos débiles golpes en la superficie de madera. Dora, la doncella, apareció en el umbral. 

Todos los allí presentes desviaron su atención hacia la intrusa, que, con vergüenza se aproximó con paso rápido hacia su señora. 

- Disculpen que les moleste, mis señores - se disculpó ante aquella gente y se inclinó levemente. - Pero debo informarle, Lady Elsa, que Lord Hugo acaba de llegar - 

Elsa le dedicó una sonrisa cómplice a su doncella. 

- Gracias, Dora. Dirígete a mi alcoba, me ayudarás a prepararme - le dijo esta, a lo que la doncella se inclinó nuevamente y salió de allí a paso rápido. Sus pequeños pasos resonaban en toda la sala, hasta que por fin el eco desapareció. Cuando el leve ruido cesó, Lady Elsa dirigió sus ardientes pupilas hacia el desvergonzado barón que se encontraba frente a ella. 

- Tenía razón, Lord Lancaster, que mi padre se encuentra muy ocupado - comenzó la señorita, levantándose de su silla lentamente, copa en mano. - Pero eso no quita, ni mucho menos, que yo o cualquier mujer no pueda regentar cualquier chabola mejor que lo haría usted. De este modo, y con todos mis respetos, le pediría que cerrase la boca de una vez. Me molesta sobremanera la cantidad de  estupidez que he llegado a descubrir en su persona - y dicho esto, Lady Elsa, toda erguida y elegante, ingirió de un solo trago el contenido que quedaba en su copa. Notó el licor descender mientras su garganta abrasaba, sin embargo, no permitió que un solo músculo de su cara se moviese. Con un golpe seco, volvió a dejar la ahora copa vacía sobre la mesa. - Buenas noches - y dando media vuelta, se dirigió hacia la salida de aquella rancia estancia. La punta de sus zapatos de tacón producía un eco al chocar contra el suelo de piedra, cosa que enfatizaba su digna salida y la producían una satisfacción interna inimaginable. 

Al cruzar por las altas puertas de madera, suspiró profundamente y apoyó su cuerpo en una de las paredes del corredor. Se permitió relajarse y sonreír abiertamente. Se sentía orgullosa de sí misma, haber contestado a aquel viejo estúpido le resultaba la mejor idea que podía haber tenido en años. Una risa se escapó de sus labios al recordar lo que había dicho y la cara de sorpresa e indignación del barón. Ver los músculos de su cara contraerse en una mueca, sus ojos abrirse de par en par y sus pupilas dilatarse. Ese momento no tenía precio en su memoria. 

- Ha estado maravillosa ahí dentro, milady - una voz que reconocería en cualquier parte la sobresaltó de pronto. Su corazón dio un vuelco y ella saltó en su sitio, soltando un pequeño grito. 

- ¡Jack! - le repredió esta. - ¡Me has asustado! - 

- Lo siento, milady - se disculpó el, agachando algo la cabeza en señal de respeto. 

- Deja de llamarme milady. Me suena horrible - Elsa arrugó la nariz y comenzó a caminar, dirigiéndose hacia la gran escalinata central que conducía hacia su alcoba. - Y deja de hacer reverencias cada vez que me ves, no soy la reina - rió esta, divertida, cogiéndose los bajos de su vestido. 

Jack, quien le seguía, no pudo evitar dibujar una amplia sonrisa en su rostro. El licor le sentaba realmente bien a su señora. No había podido evitar observarla mientras, apoyada en la pared de piedra, se encontraba en otra esfera, riendo.

- ¿Llevas ahí todo el tiempo? - preguntó ella, subiendo las escaleras con elegancia. Sus zapatos continuaban resonando.

-Sí, milady - al decir esto, se arrepintió al instante. Elsa frenó en seco y se volvió para mirarle de forma severa, a lo que después rió.

- ¿Qué haces en la residencia a esta hora? - ella descendió un par de escalones alegremente y enlazó su brazo con el del rubio, quien la miró estupefacto. - Deberías estar en casa -

-Lo sé, me entretuve un poco con los caballos - rió Jack, disfrutando de la compañía de su señora. No había cosa de la que disfrutase más.

-¿Se encuentra ensillado mi caballo? Lord Hugo está esperándome - preguntó la rubia, caminando ahora por el corredor, deteniéndose frente a la puerta cerrada de su cámara.

Jack arrugó su nariz, deteniéndose con ella.

- ¿Ese patán? - automáticamente cubrió su boca con sus manos, cerciorándose de lo que había dicho. Mas no volvió a preocuparse, puesto que Elsa soltó una carcajada profunda. No pudo contenerse y le acompañó, riendo con ella. - Lo siento, no debería haber dicho eso. -

Elsa continuaba riendo.

-No te preocupes. Es cierto que es un patán - continuó riendo. - Necesitaré que te quedes por un tiempo más, ensillarás mi caballo cuando yo acuda a los establos -

Las largas risotadas comenzaron a llegar a su fin, transformándose en suaves risas. Sus miradas se encontraron, por primera vez en la noche. El corredor se encontraba oscuro; únicamente lo alumbraban la tenue luz que emanaba de los dispersos candelabros. Las mejillas de la dama continuaban sonrojadas, y su sonrisa parecía iluminar la residencia al completo. Jack, con los ojos y el corazón encendidos, no supo o no pudo pensar. Las ásperas yemas de sus dedos se aproximaron a las ardientes mejillas de su señora, rozándolas, acariciando su suave piel. Elsa, como reflejo, sostuvo la mano del mozo. Cerró sus ojos, disfrutando del tacto, de la sensación. Mas no le detuvo. Jack continuó con sus caricias, descendiendo ahora por la línea de su mandíbula, recorriéndole toda. La rubia no podía o no quería detenerle. Sus ojos atentos a la tensión de los brazos de él, sus notables músculos apretados por la tela de la fina camisa blanca, algo manchada. Los ojos de él recorriendo cada línea que sus dedos acariciaban.
Acarició sus labios. Elsa cerró los ojos, respirando con algo de dificultad. Daba por hecho que si alguien los viese allí, tendrían serios problemas. Mas no le importó. Le dejó hacer.
Acarició primero el labio superior, aquel apetecible y rosado labio. Elsa entreabrió ligeramente su boca, soltando una respiración. Acarició después el labio de abajo, tan grueso, tan suave. Morderlo sería su perdición, él lo sabía. Sin embargo, se detuvo ahí. Elsa, con un lento movimiento, atrapó el pulgar del muchacho entre sus dientes, sorprendiéndole a el y a si misma. Acto seguido, las pupilas de Jack se dilataron, sintiendo un extraño calor en su abdomen y en su rostro. Sus miradas se encontraron nuevamente. Azul con azul, una batalla oceánica.
Los dientes de la señorita redujeron levemente la presión, rodeando el pulgar con sus labios, para luego dejarlo escapar de su boca.

Jack pareció volverse loco. Elsa lo volvía loco. Nunca había respondido así ante él, nunca le había permitido acercarse demasiado. Nunca había reído en exceso junto a él, y mucho menos aceptado sus caricias. Podría ser que por ello mismo, el muchacho se armase de valor y dirigiese su gran mano hacia la estrecha y delicada cintura de su señora. Esta dio un leve respingo, estaba seguro de que ningún hombre había osado tocarla, y estaba seguro de que ella tampoco lo hubiese permitido. Por lo que sonrió. Ampliamente. Y mirándola fijamente a los ojos, tomó su cuello, instándola a retroceder. La espalda de la señorita chocó contra la fría pared. El muchacho pegó su cuerpo al de ella, sus respiraciones chocaban entrecortadamente. Elsa se encontraba cada vez más acalorada, nunca había tenido a un muchacho tan cerca. Las piernas le temblaban y sus sentidos estaban completamente atorados. El dedo índice de Jack se posó en su clavícula, acariciándola, descendiendo por su escote, haciendo a la dama reprimir un jadeo. Continuó por la línea de su vestido, siguiendo por encima de la tela con su dedo. Llegó hasta su ombligo, y osó a descender un poco más. Esta vez, no pudo reprimir el jadeo, a lo que Jack levantó su vista. Tomó su cara entre sus manos y la besó en la punta de la nariz. Mas no pudieron separar los ojos de los labios del otro.

-Jack... - suspiró Elsa, en su cabeza pedía a gritos que por fin la besara.

Pero eso no sucedió. La puerta de su habitación se abrió de par en par, sorprendiendo a ambos. Jack puso distancia al instante, y la cabeza de Dora asomó por el umbral.

-¡Oh, milady, estáis ahí! - se sorprendió ella. - Ya iba a bajar a buscaros, Lord Hugo debe llevar un largo rato esperándola - cogió el brazo a su dama y la guió dentro de su cámara. -Buenas noches, Jack - se despidió esta, y cerró la puerta en sus narices.

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-Ven aquí, Dora - Elsa abrió las puertas de su vestidor, y buscando entre sus vestidos, Dora se posicionó detrás de ella. - Vamos, dime el color que más te agrade -

- El rosa, milady - sonrió ella, vergonzosa. No creía que pudiera vestir alguna prenda de la gente de la alta nobleza.

-Mmm... - Elsa no hacia otra cosa que revisar entre sus vestidos una y otra vez, rosa tenía poco. - Vamos, escógelo tu. Yo iré a vestirme con el mio - la sonrió y se acercó a su cama, dejando a Dora patidifusa.

-¿El que yo quiera, milady? - preguntó incrédula.

-El que tú quieras, Dora - respondió exhausta. Suspiró profundamente mientras dejaba que su vestido color lila resbalase por sus hombros hasta quedar tendido en el suelo. Seguía pensando en Jack. En qué hubiera sucedido si Dora no hubiera abierto aquella puerta. Pero el deber era más importante que pasiones de chiquillas, así que cogió el vestido de noche y se enfundó en él. Era un delicado vestido de algodón egipcio, bordados florales dorados resaltaban sobre una tela en un precioso azul, adornado con tul negro. No le parecía la ocasión que habría elegido para ponérselo, pero pensó que un paseo con un futuro marqués era una razón de peso. Tomó asiento en su cama y procedió a calzarse sus botas de tacón en color negro.

-Milady, ¿puede venir un momento? - la llamó Dora desde el vestidor. Elsa finalizó con su tarea y cruzó la gran habitación. - Me gusta este - le mostró un sencillo vestido en color rosa pastel, adornado con in delicado cinturón dorado y una fina capa del mismo color.

-Te quedará como un guante - sonrió la dama, cogiendo el vestido y unas elegantes botas de tacón blanco y tendiéndoselo todo a la doncella. - Vamos a vestirte -

La doncella se desprendió de su uniforme y el rubor de sus mejillas se hizo notar. Se enfundó en el vestido que le tendía su señora y esta abrochó los botones. Ambas se situaron frente al gran espejo del vestidor, contemplando sus reflejos. Dora no parecía ya más una simple doncella.

- Estás preciosa, Dora - alagó Lady Elsa, tomándola por los hombros y sonriéndola en el reflejo. - De hecho, es todo tuyo -

Dora abrió su boca, y se volvió para enfrentarse a su sonriente señora. No podía articular palabra.

-No admito un no, Dora. Mañana enviaré a un mozo que te lo lleve a casa - sonrió y dando una palmada en el aire, sacó de su estupor a la morena de apretados rizos. - ¡Peinémonos, a prisa!-

Ambas rieron, dirigiéndose al cuarto de baño. Lady Elsa tomó asiento en el alto taburete de madera y Dora procedió a cepillarle y recoger su cabello en un elaborado y elegante recogido. Cubrió de polvos su rostro y puso carmín en sus labios. Esparció unas gotas de perfume en su cuello y muñecas, quedando la dama lista para la ocasión.

- Vamos, siéntate - Elsa se puso en pie e indicó a Dora que se sentase, ella la cepillaría y espolvorearía su tez con polvos. No era algo que no hubiera hecho nunca.

La doncella tomó asiento algo tímida, y pronto Elsa descubrió que resultaba casi imposible cepillar un cabello tan rizado como el suyo. Se detuvo a pensar qué recogido hacerla, y finalmente se decantó por la trenza de la lechera, muy de moda entre las damas de la alta nobleza. Decoró su cabello con unas sencillas horquillas de motivos florales dorados y espolvoreó el rostro de la muchacha, poniéndole algo se color en sus mejillas. Con un carboncillo negro dibujo una fina línea en el contorno de sus ojos, y también usó perfume en ella. Dora se veía distinta, cegadora, fantástica. Y también se sentía así.

-¡Perfecto! - Dora abrazó a Elsa cuando se puso en pie y se mantuvieron de este modo durante unos largos segundos.

- Le agradezco mucho todo esto, milady - Dora se enjugó las lágrimas que asomaban por sus ojos, sintiéndose la persona más dichosa del planeta.

- No hay por qué darlas, amiga - esta vez fue Elsa quien le abrazó - Y prohibido llamarme milady. Esta noche soy solamente Elsa. O Lady Elsa, como gustes. Ahora a prisa, nos están esperando - ambas rieron y, ciñéndose sus capas al cuello, salieron de allí. Descendieron la larga escalinata a toda prisa, y a paso ligero pronto llegaron a las cuadras, donde Lord Hugo y Henry les aguardaban, observando todos los caballos, comentando amigablemente entre ellos.

Los caballeros notaron la presencia de alguien más y se volvieron, solo para encontrarse con las más bellas damas de toda Gran Bretaña. Los ojos de Henry resplandecían en la oscuridad del lugar, no pudiendo apartar sus negras pupilas del cuerpo de su prometida.

Elsa les reconoció a ambos al instante, y con una reverencia y un aleteo de pestañas, saludó a ambos.

- Buenas noches caballeros. Henry - sonrió ampliamente. - Lord Hugo - se inclinó haciendo una excelentísima reverencia, la mejor que había hecho en su vida, pensó. -Estoy encantada de que podamos compartir esta maravillosa noche -

- No hubiera podido decirlo mejor, Lady  Elsa- Lord Hugo se aproximó a ella e, inclinándose, tomó su manos para besarle galantemente.

Ambos se sonrieron, forzándolo o no.

- ¿Puedo preguntar quién es esta bella dama que os acompaña, milady? - rió levemente, y con una reverencia besó también la mano de Dora, quién se sonrojó al instante.

- Esta, milord, es Dora, mi amiga y confidente - rió Elsa suavemente. - Nos acompañaran ella y su prometido, Henry, en esta noche estrellada -

- Magnífico, entonces - les dirigió una cálida sonrisa a todos. - Un placer, Lady Dora. Lord Henry - 

- Oh, milord, yo no soy...- comenzó a decir Dora; mas frenó su lengua cuando vio la mirada severa de Lady Elsa. - Un gusto, Lord Hugo.

En ese preciso momento, Jackson Overland apareció corriendo en la oscuridad, preparado para ensillarle el caballo a su señora. Preparado también para verla tomada del brazo de un lord patán.

- Discúlpeme, mi señora, surgieron algunas complicaciones con su hermana - se disculpó este, agachando la cabeza como de costumbre.

Elsa reprimió su lengua para decirle que no le llamara milady ni volviera a agachar la cabeza o quedaría despedido; pero eso a Lord Hugo no le causaría una buena impresión. Y en verdad, odiaba eso.

- No te preocupes, Jack - una leve sonrisa asomó en su boca, recordando también lo que había sucedido algún tiempo atrás en el corredor de la tercera planta. - Ensilla a Glaciar, por favor -

Ensilló al corcel a toda prisa y rápido se despidió, dejando a Elsa con el corazón desbocado.

- ¿Paseamos?- dijo esta, aunque no esperaba respuesta alguna. Lord Hugo le ofreció su mano para ayudarla a montar, mas esta la rechazó, y con un fuerte impulso de sus botas en la gravilla se encontró a lomos de su montura.

Lord Hugo rió ante el gesto y montó también. Salieron de las cuadras y comenzaron a pasear por los amplios jardines de poca iluminación, junto al río. Henry y Dora cabalgaban algo rezagados, sumergidos en una entretenida conversación.

-Sois orgullosa, Lady Elsa - comentó Lord Hugo, mirándola de soslayo. - Poseéis un carácter fuerte para una mujer -

- ¿Qué queréis decir con "para una mujer"? - Lady Elsa lo enfrentó mirándole directamente, algo molesta. No le gustaría terminar discutiendo con este caballero.

- Era un simple comentario, milady, no era mi intención ofenderla - rió Hugo, pasando una mano por su cabello, despeinándolo. Elsa le miró con una mueca de desprecio, mas no le agradaban ese tipo de comentarios y por ende, este muchacho idiota se reía de ella. - Sé que soy apuesto, milady, pero no es necesario perder el sentido contemplándome. ¿Puedo decir que os veis realmente hermosa esta noche?-

Lady Elsa elevó una ceja, incrédula. ¿Este lord quién pensaba que era?

-Ni para vos ni por vos, milord- ella se irguió sobre su montura, aligerando al corcel.

-Pamplinas - río él, apresurando también su caballo, y quedando frente a ella, hizo que esta detuviera al suyo. - Debo suponer entonces que otro caballero os tiene cautivada - 

- Antes os consideraba idiota, pero ahora hallo que vuestra estupidez alcanza limites insospechados - se enfrentó la dama a su acompañante, con rabia. Engreído.

-Oh, vamos, no me guardará rencor por detener a su caballo, o sí? - el pelirrojo desmontó y se aproximó a Glaciar en pocas zancadas. Acarició su morro con ternura y este le bufó en la cara. Lady Elsa dejó escapar una risotada, a lo que el lord le miró divertido. - ¿No desmontáis, milady? - 

-Deme una razón por la cual debería hacerlo - alzó la muchacha su ceja.

- Este escenario es idílico: la inmensa fuente, aguas borboteantes, la espesura de vuestros jardines,  las estrellas... - giró sobre sí mismo, indicando con su mano cada cosa que nombraba. Elsa rió suavemente. 

- Todos los días contemplo esta fuente, la espesura de estos jardines y estas estrellas. Os recuerdo que son mis jardines, mi fuente y mis estrellas - la dama descendió de su caballo y se aferró a sus riendas. Comenzaron a caminar ambos. 

- Oh, ¿las estrellas también son de su propiedad? - preguntó divertido Hugo, mirando a la dama que lo acompañaba. Esta se encontraba inmersa en sus pensamientos, dirigía su mirada hacia el manto oscuro que los cubría.  Bajo la luz de la luna, la pálida tez de la joven se veía como porcelana, y su iris azul resplandecía en la noche. Su cabello recogido, todo rubio, se encontraba ahora algo despeinado, pero siempre en su lugar, donde debía estar. 

- Por supuesto - rió pensativa, devolviéndolo la mirada - Aunque no logremos alcanzarlas, algunas están dentro de mi hacienda. Por lo tanto también me pertenecen - 

- Sorprendente teoría - este se detuvo frente a la joven, que también se detuvo algo extrañada. - ¿Bailáis? - 

- ¿Disculpe? - la muchacha parpadeó varias veces, insegura de si su oído habría escuchado correctamente. 

El joven la tomó por la cintura, mientras que su otra mano se aferró a la de la dama. Esta, aunque algo incómoda, también posó su mano en su hombro. 

- Lord Hugo, no deberíamos... -

- Nodeberíamos, no deberíamos... Deje de pensar de una vez, demonios - protestó él, y acto seguido comenzó a moverse en aquella parte del jardín. Elsa seguía sus pasos, su cabeza descansaba en el pecho de Hugo, quien tarareaba una melodía muy en boga en la corte. 

- Tenéis un oído terrible, milord - sonrió Elsa, sin embargo continuaron su danza. 

- Cantad conmigo, entonces - propuso él, a lo que la señorita comenzó a cantar tímidamente. Se encontraban sumergidos en una atmósfera mágica. Por un momento incluso ellos mismos creyeron encontrarse bailando en la corte, rodeados de otras muchas parejas, danzando a su vez. Grandes arañas de transparentes cristales colgaban del alto techo abovedado, las copas de cava tintineaban chocando entre sí y las conversaciones ajenas a ellos se enlazaban con el melodioso sonido de la orquesta, la cual representaba aquella canción. Pronto, los pies de Lady Elsa chocaron con el ancho borde de piedra que rodeaba la gran fuente, perdiendo el equilibrio. Rápidamente, Lord Hugo la sostuvo por la cintura con una mano, mientras la otra sostenía su cuello;  impidiéndole caer. Ella soltó un respingo al comprobar que sus rostros ahora se encontraban a escasos centímetros, y que las respiraciones chocaban agitadas. No pudo evitar descender su mirada hacia sus labios; carnosos y apetecibles. Él se aproximó un poco más, ahora sí, a sus labios los separaban pocos milímetros; casi podían sentirlos juntos. 

La sonrisa arrogante que se dibujó en la cara de él fue el acabose.

  - ¿De verdad queréis besarme, milady? - comentó con tono divertido. Él había conseguido que la inescrutable Elsa se rindiese ante sus encantos, era algo de lo que estar orgulloso. Sin embargo, se mofaría de ella por eso cada vez que tuviera oportunidad.  Aunque la diversión le duró más de lo que él esperaba. Asqueada, Lady Elsa comenzó a golpear su pecho haciendo que el Lord la soltara de su agarre, y en la posición en la que se encontraban, ella cayó de bruces dentro de la fuente. 

Él reprimió una carcajada cuando ella emergió nadando en el frío agua. Su recogido se había deshecho por completo, quedando su cabello suelto y enredado. 

- ¡Malnacido! - nadó hacia el bordillo y se aferró a él. El lujoso vestido pesaba aún más empapado, y resbalaba continuamente. - ¡No se quede ahí parado! - 

Hugo reaccionó y aferrándola de ambas manos, la sacó de aquella fuente sin esfuerzo alguno. No pudo evitar contemplar la figura que se mostraba ante sus ojos. Debido a que el vestido de Elsa se encontraba completamente empapado, desprendiendo agua por todos lados, también sucedía que se ceñía al cuerpo de la joven, definiendo la curva de sus caderas, la v que se formaba algo más abajo de su ombligo, sus abultados pechos... Las transparencias podía apreciarse mientras Lady Elsa continuaba gritándole, mas este no escuchaba. 

- ¡¿Os encontráis demente?! ¿Cómo se os ocurre soltadme? ¿Imagináis qué hubiera llegado a ocurrir si no hubiese sabido nadar? - esta continuaba furiosa, aquel estúpido había conseguido sacarla de sus casillas. Levaba gritándole algo más de dos minutos seguidos, con un vocabulario muy poco propio de una dama, el cual había aprendido de Dora. Sin embargo, la señorita notó que el lord sólo paseaba la vista por su cuerpo. Agachó su cabeza para comprobar qué diantres contemplaba el lord; y entonces comprendió. Furiosa, levantó la vista y le propinó una sonora bofetada en toda la mejilla, suficiente para sacar al joven de su estupor. - ¡Apartad la vista, grosero! - trató de tapar sus notables virtudes lo mejor que pudo, mientras decidió que lo mejor era dar el paseo por finalizado y comenzó a caminar aprisa, alejándose de Lord Hugo. Este, por segunda vez, dirigió su vista hacia sus atributos traseros, botando al compás del balanceo de sus caderas. 

- ¡Dejad de mirarme, descarado! - le reprendió Lady Elsa sin siquiera volverse a mirarle. Conocía demasiado bien a los hombres. 

- ¡Estirada! - gruñó Lord Hugo como respuesta. ¿Qué se pensaba aquella dama?

- ¡Váyase al infierno! - 







Nuevo capítulo lectores!!!! Espero de corazón que os haya gustado. Ya sabéis que acepto sugerencias, críticas... Cualquier cosa que se os ocurra, estaré encantada de leer vuestros comentarios! 

Ahora me encuentro bastante ocupada con los estudios, pero intentaré escribir y subir cosas nuevas cada semana; tanto en esta novela como en mi Fanfic (Love Lines). 

Muchas gracias por leer, no dudéis en votar y comentar!

Os quiero!!!

xoxoxoxoxoxoxoxo 

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