Preludio
Elsa caminaba inquieta, encerrada entre las cuatro paredes de su despacho. Aquel día seguía lluvioso, y no había señales de que fuese a amainar pronto. Como también andaba frío, eligió un vestido de terciopelo en color verde botella, de mangas estrechas y con el cuello cerrado. La dama se encontraba nerviosa, frotándose ambas manos, llendo de la ventana a la chimenea, de la chimenea a su mesa, y de su mesa a la ventana. Y vuelta a empezar. Su cabello, que caía como una cascada dorada a su espalda, se movía también al son de sus pasos. Finalmente, oyó lo que llevaba toda la mañana esperando: unos suaves golpes en su puerta. El corazón de Elsa se detuvo durante unos instantes, pero enseguida volvió a latir. Tomando una gran bocanada de aire, se aproximó con paso lento hacia su mesa; situada en el centro de la sala. Retiró la pesada silla de madera delicadamente policromada, haciendo un desagradable ruido al rozar contra el suelo de piedra. Tomó asiento, entrelazando sus manos sobre la plana superficie de la mesa. Soltó un largo suspiro, y se irguió en su asiento.
- Adelante - habló, de forma solemne, indicando a la persona que aguardaba tras la puerta que debía pasar. Dicha puerta se abrió lentamente, emitiendo un quejido, y tras ella se vio aparecer una cabellera rubia y despeinada, sobre unos ojos azules y tristes. - Buenos días, Jack - saludó Elsa a su cabizbajo invitado, sin ningún rastro de felicidad en su rostro. El muchacho cerró la puerta tras de sí, y se quedó ahí plantado, sin mover un músculo, retorciendo la boina entre sus manos. - Siéntate - sentenció la mujer, mientras lo miraba impasible; esperando alguna reacción por parte del joven.
El chico entonces levantó su mirada, y se posó sobre la de su señora. Se fijó en su rostro, duro como las rocas; con la mandíbula apretada, los párpados relajados, y las cejas levemente arqueadas. Los labios, esos mismos que aquella noche habían sido suyos, dibujaban una carnosa línea recta. Sin embargo, toda ella denotaba cansancio. Unas profundas ojeras habían hecho un surco debajo de aquellos magníficos ojos, y su piel se hallaba algo más pálida de lo normal. Volvió a bajar la mirada, y avanzó un par de pasos con lentitud. No tenía ninguna prisa. Sabía perfectamente lo que iba a suceder. Se acercó a una de las sillas, y se situó tras ella, apoyando sus manos en el respaldo. Jack se quedó estático entonces.
- Jack - lo llamó Elsa, sin quitarle la mirada de su rostro decaído. Este volvió a levantar la vista.
- Milady, siento mucho... - comenzó a hablar, arrugando su entrecejo y con los ojos implorantes; desesperado ante la idea de perder en un instante dos de las cosas que lo sujetaban a este mundo: ella y su empleo. Sin embargo, ella lo cortó enseguida.
- Siéntate - repitió ella, sin mover siquiera un músculo en su pálido rostro, sin desviar ni un segundo la dura mueca de su cara. Sin embargo, lo demandó con fiereza, como una madre molesta que riñe a su hijo.
Jack calló y miró hacia la silla sobre la que se apoyaba, soltando un resignado suspiro. La retiró unos centímetros, y después, tomó a siento. Solamente una mesa de madera de roble macizo separaba sus cuerpos, distantes, y fríos. El chico continuaba estrujando la boina entre sus manos.
- No quiero que vuelva a repetirse - declaró ella, hablando por fin. Sus ojos seguían fijos en los de él, pestañeando a la vez que hablaba. Estaba muy erguida en su silla, y sus manos entrelazadas sobre la mesa no se movieron ni siquiera un instante de su sitio. - Aunque no te despediré - continuó, a lo que el rostro del chico se iluminó por completo. Ella arrugó el entrecejo. - No te despediré, pero no quiero que contactemos más de lo estrictamente necesario - aclaró, volviendo a relajar sus facciones. - No podemos seguir siendo amigos, no podemos pasear, no podemos hablar de otra cosa además de caballos, no puedes esperar a que acabe tu turno para verme... - enumeró ella, impasible desde el principio hasta el final. Sin embargo, lo que estaba a punto de decir se le quedó atravesado en su garganta. Era un nudo contra el que luchaba, sin querer siquiera luchar. Respiró hondo y exhaló todo el aire que había en sus pulmones. - Y mucho menos puedes acercarte a mí - terminó parpadeando rápidamente un par de veces. Notó como sus mejillas comenzaban a calentarse y que sus ojos se aguaban; por lo que sorbió levemente su nariz y se levantó de inmediato, dando la espalda a su invitado. No quería que a viese derrumbarse, tenía que resultar seria en aquello.
Aún así, habiendo escuchado atentamente las duras palabras de su señora, el muchacho hizo caso omiso. Dejó la boina sobre la mesa y se puso en pie, sabiendo a ciencia cierta que algo no andaba bien con ella. Se acercó a ella lentamente, midiendo cada uno de los pasos que daba. Sus ceño se mantenía fruncido. Estiró uno de sus brazos para rozarla suavemente. Ella continuó dándole la espalda, inmóvil.
- Elsa, siento de veras lo que sucedió anoche - se disculpó él, sus palabras salieron sinceras de entre sus labios. Se sentía mal por ella; sabía todo lo que significaba su reputación, sabía quién era él y quién era ella. Y que aquello no podía ser. La comprendía, comprendía su mundo y todo lo que aquello conllevaba. Con lo que se acercó aún más a la joven, ahora posando sus manos en sus muñecas, atrapándola en una suerte de débil abrazo; cálido y amargo. - Pero has de saber que no me arrepiento de nada -
Elsa de pronto se giró, soltándose de aquel abrazo. Sus ojos llameaban furiosos, y la sola cercanía de aquel muchacho le resultaba inquietante. Su delicada mano viajó rápidamente en el aire para ir a estamparse sobre la mejilla del rubio; lo que le hizo girar la cara debido al golpe.
- Por supuesto que no te arrepientes de nada, grosero - le espetó ella, entre dientes, mirándolo fijamente en una mueca llena de rabia y frustración. Jack entonces osó mirarla. Levantó sus pestañas y sus ojos azules la miraron entrecerrados. Sobre su mejilla izquierda descansaba la marca, roja, de la mano de su señora; y bien podía jurar que ardía en su rostro. - Cualquier persona de esta hacienda estaría encantada de compartir lecho conmigo. Soy la señora.
Pero, aún habiendo desafiado a su señora, él quería más. No podía quedarse así, ahora que la había probado no quería zafarse de ella tan fácilmente. Estaba deseando, implorando al cielo por tenerla de nuevo entre sus brazos. Su pecho ardía, no daba crédito a lo que aquella mujer estaba imaginando.
- ¿Realmente piensas que me acosté contigo sólo porque eres mi señora? - preguntó él, erguido y desafiante. Sus ojos lanzaban chispas y la situación se caldeaba aún más.
- Es una de las posibles razones, sí - contestó ella, levantando su barbilla hacia él, mirándolo de nuevo con una expresión severa.
- No puedes estar más equivocada - gruñó él, más molesto consigo mismo por haberla hecho creer aquello; que con ella por creerlo. Dio un par de pasos hacia ella, que observaba impasible cada movimiento que este realizaba. - Lady Rose es también mi señora, y no deseo entrar en su alcoba.
La muchacha rubia frunció el ceño y arrugó la nariz, dispuesta a contraatacar. Diría lo que fuera con tal de convencerlo de que aquello había sido una idea nefasta, y de que no se podía volver a repetir, y de que ella no lo deseaba tanto como él.
- Mi hermana no es la legítima heredera - sentenció ella, con la voz grave, vocalizando despacio, saboreando aquella dura insinuación en su boca. Elevó una de sus cejas, aparentando ser ella la que llevaba las riendas de la situación. Jack, simplemente, dejó caer su mandíbula. Su boca permaneció abierta de asombro ante tales palabras durante unos instantes; para luego volver a cerrarla. Apretó los dientes, haciendo que los músculos de su cara se contrajeran. Dirigió su mirada al suelo de piedra, y cruzó ambos brazos sobre su pecho. Bajo el escrutinio de la joven, el chico avanzó un par de pasos más, hacia ella. Sus cuerpos apenas se rozaban, pero Elsa no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer y moverse un solo milímetro.
- Perdonadme el atrevimiento, milady, pero resulta que vos tampoco lo sois - escupió él, rabioso, mirándola directamente a los ojos, abrasando sus pupilas. Ella entonces mantuvo su mirada, apretando su mandíbula.
- ¿Disculpa? - preguntó, habiendo escuchado perfectamente lo que el mozo acababa de decir.
- ¿Qué creéis que pasará cuando una de vosotras contraiga matrimonio, y por consiguiente tenga hijos? - preguntó él de forma retórica, encogiendo los hombros. - ¿Qué creéis que pasará si el hijo que nace es varón?
Elsa no pudo responder a aquello; ambos conocían de antemano la respuesta. Era algo sobre lo que Elsa había estado cavilando desde que su tercera madre dejó este mundo, y era algo que realmente temía. ¿Quién sería ella, sino? ¿Quién sería ella si aquello llegaba a suceder? La línea de sucesión lo dejaba bien claro. Pero eso era lo que Elsa sabía hacer, y lo que hacía bien, y lo que llevaba haciendo toda la vida. Y estaba convencida de que, si lograban arrebatarla aquello, ella desaparecería como una nube de humo en un día de viento. Toda su identidad y su vida, al traste.
Arrugando la nariz, y guardándose no sin dificultad de maldecir a aquel muchacho en varios idiomas, se dirigió al labrado mueble donde escondía sus botellas de licor. Extrajo la botella transparente, con una pegatina en rojo sobre ella. Tomó también una copa entre sus delicadas manos, quitó el tapón de la botella con sus ágiles dedos, y se sirvió una generosa cantidad de anís. Vació de un solo trago su contenido, para volver a servirse de nuevo. El anís español resultaba ser de su agrado; dulce y ardiente a la misma vez. Posó la botella de cristal sobre la mesa, despacio, cavilando. Así como estaba, dándole la espalda a Jack y apoyada sobre la mesa, reprimía sus arduos deseos de estamparle la botella en la cabeza. Respiró profundamente varias veces, intentando calmarse. Había logrado sacarla de sus casillas, algo que no sucedía muy a menudo.
El muchacho rubio se encontraba de pie, observándola desde atrás, apoyado en la ventana. Callado. Sin embargo, su cabeza no se detuvo ni un instante. Llevaban conociéndose y compartiendo momentos juntos dos años. Lo habían vivido casi todo, y casi todo lo habían vivido juntos. Y, aún así, nunca había tenido lugar una riña como aquella. Su señora estaba realmente molesta, pero era algo que Jack no alcanzaba a comprender. ¿Era por el hecho de que habían dormido juntos? No parecía muy molesta con aquello. ¿Pensaba ella realmente que sólo lo había hecho porque era su subordinado? ¿Esa idea tenía ella en su cabeza? Y si era así, ¿por qué se enfadaba tanto?
Elsa se giró sobre sí misma. Al hacer girar su melena, un mechón de pelo se posó sobre su pecho. Descargó el peso de su cuerpo sobre el borde de la mesa. Se cruzó de brazos y dio un pequeño sorbo a su copa, mientras oteaba el horizonte por la ventana. En cambio Jack, en el otro extremo de la sala, la escudriñaba a ella. Como todos, aquel vestido verde de terciopelo realzaba su figura, desde la curva de sus caderas a la estrechez de su cintura, pasando por el abultado de sus pechos apretados bajo la suave tela. Ni una sola arruga, ni un solo botón, ni bordados, ni cintas, ni ningún tul acompañaban su vestido. Era simplemente, terciopelo verde. Y, al igual que su cabello, que caía ahora a ambos lados de su cara, suelto y libre, enmarcándola. Contempló su cara, visiblemente cansada. Y entonces, y sólo entonces, se detuvo a pensar. Se detuvo a pensar en el hecho de que la estaba contemplando. Mejor; la estaba escudriñando, con admiración, deseo, y ternura. Se detuvo a pensar en cómo le calmaba contemplarla, y que él ya no quería continuar con la acalorada discusión. Y se detuvo a pensar, de nuevo, por qué ella se molestaba tanto con él. Y por su cabeza pasó seguidamente su imagen, desde fuera, de la situación. Se vio a sí mismo allí parado, contemplándola. Ambos callados. Y entonces, el chico comprendió.
Se irguió lentamente, procesando lo que su cabeza acababa de descubrirle. Ya no estaba apoyado en la pared, y ya no tenía el ceño fruncido.
- Elsa - llamó él, sin quitarle los ojos de encima a la muchacha. Sus iris azules brillaban a la luz de las llamas, y su voz se hacía eco entre las paredes de la estancia. Sus facciones estaban relajadas, al igual que su cuerpo; pero sus ojos se mantenían abiertos como platos, excitado y asombrado por lo que ahora sabía.
Ella lo miró de soslayo, para después continuar mirando las gotas de agua que chocaban contra el gran ventanal.
- Dirígete a mi con propiedad, mozo - comentó esta, volviendo a beber tranquilamente de su copa. Pero él no podía contenerse. De hecho, ni tan siquiera sabía qué era lo que le ocurría en su interior, él ya no era dueño de su boca ni de sus palabras; y mucho menos de sus acciones.
- Tú me quieres - habló.
Elsa escupió su bebida dentro del vaso, y lo miró con los ojos muy abiertos. Jack seguía en la misma postura: inmóvil, relajado, y sorprendido.
- ¿Qué? - preguntó, deseando que lo que había dicho hubiesen sido producto de su imaginación. Jack entonces acortó la distancia que los separaba en apenas dos zancadas, deteniéndose a escasos centímetros de ella. Elsa no tuvo tiempo para reaccionar, apenas si pudo ponerse en pie mientras veía a Jack acercándose. Él se inclinó levemente sobre ella, a lo que la rubia arqueó su espalda y se inclinó hacia atrás a su vez. Entre ellos sólo estaba la copa de anís, descansando entre los dedos de la dama.
- Que tú me quieres, Elsa - volvió a decir Jack, mirándola a los ojos, esta vez relajando los párpados. Seguía sin saber por qué continuaba diciendo aquello, pero, francamente, le importaba poco. Ya sabía la verdad.
- Eso no son más que pamplinas - balbuceó ella, negando rápidamente con la cabeza. Sentía cómo sus sentidos se nublaban y su vista se emborronaba; su corazón latía a toda velocidad y la sangre se acumulaba en sus orejas. El despacho daba vueltas alrededor de ella mientras su mirada se mantenía ocupada esquivando los brillantes ojos de Jack.
El chico rozó sus ásperas y callosas manos con las de ella, y suavemente, le quitó la copa de las manos. Ella levantó la vista cuando ya no había nada entre sus dedos, nada con lo que distraerse, nada a lo que mirar. Sus pupilas desoladas fueron a caer sobre las llameantes del mozo, que inclinaba, cada vez más, su cuerpo sobre el de ella. Elsa arqueaba cada vez más su espalda, evitando que sus cuerpos se rozasen. Bien sabía que, en cuanto lo hicieran, estaría perdida. Pero a Jack parecía divertirle aquel juego. Únicamente estaba inclinándose para poder ser capaz de dejar la copa sobre la mesa; sin romper ni un segundo la magia que conectaba ambos iris. Sin embargo, una vez la hubo depositado sobre la superficie de madera, no volvió a erguirse. Al ver la reacción de Elsa se inclinó aún más sobre ella, haciendo que esta finalmente se sentara sobre la resistente madera, también inclinada hacia atrás. Si seguía inclinándose, lo único que conseguiría sería tumbarse, por lo que no le pareció buena idea. Él entonces posó sus manos sobre la mesa, a ambos lados del cuerpo de la dama. La temperatura en la estancia había aumentado considerablemente, y ya ni siquiera eran capaces de escuchar el ruido de la tormenta que se desataba en el exterior.
Elsa sintió cómo Jack hacía presión con una de sus rodillas, consiguiendo así separar sus piernas temblorosas.
- Jack - balbuceó ella, intentando impedir aquello que ya no tenía vuelta atrás. Ni siquiera ella era capaz de huir de aquel momento, y no estaba segura de querer hacerlo. El chico dio un corto paso para hacer esfumarse la corta distancia que los separaba. Las piernas de Elsa quedaron a ambos lados de su cuerpo, colgando de la mesa donde continuaba sentada. Así, ante este leve movimiento, Elsa notó cómo sus entrepiernas chocaron por encima de la tela. Ella, sin romper aquel contacto visual que mantenían desde minutos atrás, posó una temblorosa mano sobre su fornido pecho, pero ni siquiera hizo algo de fuerza. Él puso una mano en su nuca, acercando sus rostros. Su respiración golpeaba contra su cara, y sólo en ese momento rompieron el contacto visual para descender un poco más: hacia sus labios. - Jack - volvió a llamar Elsa, cuyo pecho subía y bajaba en una pesada respiración. - Jack, yo no te qui... - al intentar terminar aquella frase, el rubio hizo presión con su mano en su nuca y, finalmente, la besó. Ella, que aún tenía la mano en su pecho, encerró su camisa en su puño, atrayendo aún más sus cuerpos. Jack movió sus caderas hacia delante una vez más, volviendo a chocar con las de Elsa. Esta emitió un suave jadeo sobre su boca, lo que le hizo sonreír. Sus lenguas se enrosacaban calientes la una con la otra, y ambos comenzaron a excitarse aún más. Ella comenzó a desabotonar rápidamente su camisa, dejando un torso completamente desnudo. Lo acarició con una de sus manos, mientras que la otra estaba ocupada hundiéndose en sus mechones de pelo rubio. Sin embargo, las manos de él viajaban a un lugar diferente. Con una mano en su nuca, la otra descendía desde su pecho, pasándolo por alto, hasta su vientre. Pero no se detuvo ahí. Continuó camino abajo, hasta llegar a su entrepierna. Elsa le mordió su labio inferior al notar su mano acariciando aquel cálido punto por encima de su vestido. Y aquello fue lo que colmó el vaso. Jack, completamente excitado, comenzó a levantar las faldas de su vestido con una mano, y con la otra se desabrochó los pantalones. Elsa continuaba besándole apasionadamente, clavando sus uñas en su pecho mientras notaba las faldas de su vestido a la altura de su cintura. Jack apartó sin ningún tipo de cuidado su ropa interior, notándola completamente empapada. Él separó sus bocas para coger aire. Se miraron a los ojos, jadeantes.
- Me quieres - logró articular él con la respiración agitada, mientras introducía su miembro en ella. Ella escuchó lo que este decía, más no fue capaz de responder. Sintió cómo se introducía en ella lentamente, y sólo pudo entreabrir sus labios y soltar un jadeo. Negó entonces con la cabeza, negando lo innegable. Ella sabía tan bien como él que le quería. Sin embargo, se avergonzaba de sus sentimientos. ¿Qué diría cualquiera si la viera así, como estaba en ese momento?
Jack lo introdujo completamente, haciéndola gemir de nuevo. Ella se aferró a su espalda, esperando ser embestida de nuevo con otra oleada de placer. Él entraba y salía lentamente, mientras la miraba intensamente, jadeando. Ella arrugaba su entrecejo y movía sus caderas, pidiendo más. - Dilo - susurró Jack, aumentando un poco el ritmo. Elsa gemía, pidiendo más. Él se acercó a su orea y la mordió, mientras continuaba aumentando el ritmo. - Quiero oírlo, Elsa - le susurró al oído, para luego descender por su cuello, acariciándolo con su lengua caliente. Ella inclinó su cabeza hacia atrás, muriendo de placer.
- No... - consiguió decir esta entre gemido y gemido. Ahora, Jack la embestía con furia, gozando de sus cuerpos chocando. Toda la mesa se movía y hacía ruido, e incluso la copa de anís calló al suelo, rompiéndose en mil pedazos. De pronto, él puso una mano sobre su boca, haciéndola callar. Sin embargo, él no se detuvo en sus movimientos. Al instante, tres golpes sonaron en la puerta del despacho.
Elsa abrió los ojos como platos, deseando que no fuese ninguna de sus hermanas las que llamaban a la puerta.
- Deberías contestar - susurró Jack con una sonrisa lobuna, mientras entraba y salía de ella con fuerza. Ella negó con la cabeza, respirando con fuerza por la nariz; indicándole que no podría. Él quitó la mano de su boca y la dirigió hacia su clítoris, el cual comenzó a masajear a su vez. Ella entonces mordió su pálido cuello, ahogando un gemido que probablemente se hubiese escuchado en todos los rincones de la residencia. Sus uñas se clavaban en su ancha espalda y trazaban surcos de color rojizo sobre ella; lo que lo excitaba aún más.
- Estoy reunida - con muchos esfuerzos, Elsa logró articular aquellas dos palabras. Que fueran audibles resultó todo un milagro.
- De acuerdo, estaré en mi alcoba - habló Rose a través de la puerta, a lo que Elsa cerró los ojos con fuerza maldiciendo a Jack y a toda la humanidad en general en su cabeza. Se oyeron los pasos alejarse, mientras el rubio movía los dedos y sus caderas cada vez más deprisa, cada vez con más fuerza. El pecho de la dama subía y bajaba descontrolado.
- Elsa, estoy llegando - avisó el muchacho, jadeando cada vez más fuerte.
- Fuera, por favor - respondió esta, mirándolo a los ojos. Él negó con la cabeza, riendo. Ella abrió los ojos como platos. - Por favor, Jack - imploró esta, cerca del llanto ocasionado por aquel tamaño placer que estaba sintiendo en sus entrañas.
- Dilo - ordenó Jack, devolviéndola la mirada, con expresión seria. Apretaba la mandíbula mientras jadeaba, y alguna gota de sudor adornaban su frente. Los músculos de sus brazos estaban tensos, sujetando con sus manos el gran trasero de su compañera, y en su cuello se hacía notable una vena de color azulado.
- Te quiero - susurró ella, aguantándole la mirada. Se acercó a su boca y lo besó apasionadamente. Él emitió un grito gutural y ahogado contra su boca, mientras sacaba su miembro de ella. Después, continuó besándola, esta vez despacio, de forma suave y tierna. Separó sus bocas y la miró, pasando una mano por sus cabellos.
- Yo también te quiero, Elsa - habló él, con una gran sonrisa dibujada de oreja a oreja. Abrochó de nuevo sus pantalones, y ella volvió a colocar las faldas de su vestido en su lugar original. Bajó de la mesa, y con el corazón en la mano, lo acompañó hasta la puerta. Antes de abrir, se besaron de nuevo.
- No harás nunca caso de lo que te diga, ¿verdad? - preguntó ella, apoyada contra la pared.
Jack rió suavemente y negó con la cabeza.
- Estaría loco si me dijeses que no puedo verte y yo te hiciera caso - respondió, volviendo a besarla.
Ella apoyó la mano en su pecho, y haciendo una suave presión, tomaron distancias.
- Vete, nos hemos demorado mucho - le indicó, abriendo la puerta para él.
- No me importaría demorarme más - respondió él con una sonrisa ladeada, saliendo al gran corredor, iluminado vagamente por la luz de las velas.
Elsa puso los ojos en blanco, pero después soltó una suave risa.
- Vamos, zalamero - le riñó, quedándose tras la puerta, esperando a que Jack diera media vuelta y se marchase.
- Te quiero - murmuró este en un susurro apenas audible. Elsa se sonrojó y Jack rió, mandándola un beso con la mano para luego dar media vuelta y caminar hacia las escaleras. Elsa lo vio marcharse y cerró la puerta. Se apoyó en esta, y miró hacia la copa de cristal que permanecía hecha pedazos en el suelo. Esbozó una pequeña sonrisa y suspiró, con las mejillas todavía acaloradas.
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