Lady Elsa
- Lady Elsa - a ella le pareció escuchar que pronunciaban su nombre, susurrando, para luego desvanecerse. - Lady Elsa, debe levantarse - volvieron a llamarla. Ella de pronto se incorporó en el cómodo camastro sobresaltada, descubriendo a su criada a su lado.
-Sí, sí, estaba despierta - parpadeó elegantemente un par de veces, y un molesto pero efímero dolor se instaló en su cabeza debido a su repentino sobresalto. - Gracias igualmente, Dora.
Dora, su criada más joven, la sonrió cálidamente. Aquella era una muchacha realmente menuda, de cabellos oscuros y rizados, enmarcando en su rostro unos enérgicos ojos negros, y su sonrisa de labios carnosos que no pasaba nunca desapercibida. A pesar de que la chica haría los dieciocho y estaba a punto de contraer matrimonio, no aparentaba más de quince.
Elsa la profesaba un gran aprecio a aquella muchacha sencilla y en ocasiones malhablada. Su padre la había contratado para la fiesta de su décimo tercero cumpleaños, y desde entonces continuaba sirviendo en Plas Newydd. Ya que tenía la misma edad que Elsa, había encontrado una gran amistad en Dora y solían pasar el poco tiempo libre del que disponían juntas. Lady Elsa adoraba a Dora, en todas sus facetas. La admiraba por todo su trabajo, su esfuerzo y humildad, sin haberla escuchado quejarse vez alguna. La admiraba y adoraba porque Dora lo amaba todo, y todos la amaban a ella. Era una muchacha divertida, alegre, humilde, caritativa, empática y luchadora. Y sobre todo, fuerte. Muchas cualidades de las cuales Elsa carecía. Y en cierta parte envidiaba.
- El desayuno está listo, milady - Dora anunció cálidamente, divertida por la expresión de su señora. Estaba segura de que la había asustado un poco y Lady Elsa se encontraba rendida en un profundo sueño.
- Enseguida bajaré - dijo ésta, poniéndose en pie, cogiendo su bata de seda gris y dirigiéndose hacia su vestidor. - Por favor, despierta a mis hermanas y avísalas de que bajen a desayunar, también.
Dora realizó una inclinación de cabeza, y dispuesta a cruzar la puerta de madera para salir de la alcoba, giró sobre sí misma.
- Espera, Dora - la llamó su señora desde el otro lado de su vestidor.
Dora se sobresaltó levemente, pero rápidamente dirigió sus pasos hacia allí.
-Ayúdame a abrocharme los botones, por favor - le pidió Elsa, a lo que Dora la ayudó amablemente. - Ahora que recuerdo, Dora, si te place podremos acudir esta noche a una pequeña escapada en el río.
Dora saltó de alegría, pero pronto se contuvo cuando vio la sonrisa de Lady Elsa, negando con la cabeza. La abrochó el último botón de su vestido y Elsa se dirigió al cuarto de baño, seguida por Dora.
-¿Qué opinas, Dora? ¿Me acompañarás? - le preguntó ésta sonriendo pacientemente, quería escuchar la respuesta de su amiga. Deshizo delicadamente su larga trenza de dormir y Dora cepilló sus cabellos despacio. La escapada se produciría después de la cena, donde el joven que la cortejaba, Lord Hugo, la había invitado a un paseo a caballo a orillas del río. Por supuesto, ella no podría decir que no, ya que sería una tremenda ofensa y su padre probablemente la obsequiaría con una horrible reprimenda por su tamaña insensatez.
El joven Hugo no tenía más de veinticinco años, era alto y apuesto; de porte magníficamente elegante. Sus cabellos rojos parecían ser de seda, y sus hermosos ojos verdes recordaban a los prados donde las bellas flores crecían olorosas en primavera. Unas pocas pecas salpicaban el puente de su nariz, y dos holluelos se formaban en sus mejillas cuando sus apetecibles labios transformaban su expresión de seriedad en una cálida sonrisa. Este elegante Lord resultaba ser el futuro heredero del Ducado de Belfast, y cuyo padre poseía unas riquezas bastante interesantes y llamativas para el Marqués de Gales.
Sin embargo, Hugo no era del gusto de Elsa. Dejadme que lo introduzca mejor: arrogante, narcisita, libertino e irresponsable. Lady Elsa disfrutaba de su compañía únicamente cuando deseaba escapar de su padre, realmente.
Y ya que uno de sus mozos de cuadras era el futuro esposo de Dora, había decidido que querría ir acompañada al encuentro. Pero continuemos con nuestras dos señoritas.
- Dora, contesta algo, por el amor de Dios - Elsa giró la cabeza para mirarla. Dora terminó de cepillarle su cabello, acabado este en un elegante recogido. - Henry puede acudir contigo también -
El rostro de Dora se iluminó y repentinamente cogió ambas manos en las suyas.
-Por supuesto que acudiremos, milady- ésta le agradeció con la mirada, y de pronto la abrazó.
Lady Elsa se tensó de pronto. No estaba acostumbrada al contacto humano, aunque fuera de su amiga. Pero se permitió relajarse y la abrazó también.
- Más tarde hablaremos de los detalles, Dora, ahora acude a llamar a mis hermanas - se sonrieron - Y no te preocupes, te pondrás uno de mis vestidos. Veremos qué cara pone Henry -
Ambas rieron a carcajadas, pero pronto Dora se excusó y salió de allí, debía cumplir sus obligaciones y rápido para poder estar libre después de la cena.
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Para Jackson Benett amaneció demasiado temprano aquella mañana. El día anterior resultó ser el cumpleaños de uno de sus compañeros de trabajo y se habían quedado celebrándolo hasta altas horas de la noche. Sin embargo, debía mantener su trabajo a toda costa si quería que su querida hermana menor tuviera una vida medianamente digna.
Pronto llenó la palangana con agua helada y se lavó la cara. Intentó peinarse su rebelde cabello rubio, cosa que finalmente no consiguió. Pronto se dio por vencido, cerciorándose de que llegaba tarde y no podía entretenerse. Lady Elsa lo había citado en su despacho, y él como responsable de los establos, debía estar allí puntual. Aunque él sabía que Lady Elsa jamás le despediría, no quería ocasionarla molestias y mucho menos ganarse una reprimenda.
Se enfundó rápidamente en sus pantalones marrones sujetados por unos tirantes, y sus botas negras. Buscó su camisa de faenar por toda su habitación, mas no la encontró. Resopló exhasperado y cogió de la silla del pequeño cuarto una camisa blanca, que pensó que aquel día podría servirle. Agarró su chaqueta y salió del cuarto hacia la cocina, donde Amy, su hermana pequeña desayunaba.
-Amy, dile a la señora Dommel que esta mañana he tenido que salir más temprano y que no podré llevarte hoy a la escuela - besó a la chiquilla en la frente y abrió la puerta de par en par para salir a la calle. - También dila que la daré una libra por el favor de llevarte ella - Jack le guiñó un ojo antes de salir y corrió hacia la parte trasera de la pequeña vivienda. Allí se encontraba su caballo Escarcha, sobre el que montó segundos después y galopó a toda prisa hacia Plas Newydd. Era un privilegio que Lady Elsa otorgaba a aquellas personas que trabajaban para su familia. A cada familia de cada trabajador en la residencia le obsequiaba con un caballo fuerte para poder transportarse hacia allí, y como agradecimiento por sus servicios. Lady Elsa era muy generosa con todo el mundo, y Jack lo sabía mejor que nadie.
Hacía ya tres años que el joven había entrado a trabajar allí, aunque el primer año ni se cruzó con Lady Elsa. Entró allí después de la muerte de sus padres, gracias a Dora; eran amigos desde la niñez. Empezó como un simple ayudante en los establos, y aunque el sueldo era significativo, este no cubría el alto alquiler de la casa. Por lo cual, el banco acabó por deshauciarles. Y allí fue la primera vez que la vio. Solicitó una reunión con Lady Elsa para negociar un posible ascenso, y con ello un aumento de salario. Al instante de entrar en su despacho, quedó prendado de ella. Su largo cabello rubio caía ondulado sobre sus hombros y espalda, sus ojos del más cautivador color azul, enfundados con unas largas y espesas pestañas; revisando unos papeles. Cuando ésta se levantó a recibirle, los ojos de Jack captaron cada centímetro de su cuerpo, enfundado en un vestido azul de día. Y cuando ella le sonrió... Oh, ese momento fue maravilloso.
Mantuvieron una conversación larga acerca de su familia, de su historia y de sus problemas económicos. Lady Elsa consideró la propuesta y, habiéndole observado durante su estancia allí y por su buen trabajo, le ascendió a mozo. Y más tarde, para su cumpleaños, les regaló la casa en la que ahora vivían. Y Jack le estaría eternamente agradecido.
Desmontó de su caballo, y dejándolo en su cuadra, corrió hacia en interior de la residencia. No se detuvo siquiera a saludar a los guardias que conocía, ni a las muchas doncellas que por allí faenaban sin descanso. Y así sucedió que, al entrar allí, chocó con alguien, dándose un terrible golpe. Él frenó en seco, y se fijó en la mujer que había derribado. Al instante se arrepintió de su urgencia y maldijo en su cabeza. Sintió cómo sus mejillas ardían de vergüenza y rápidamente se agachó para ofrecer su mano, conteniendo la respiración.
- Mis más sinceras disculpas, milady - se disculpó atropelladamente el joven, bajando la cabeza en señal de respeto y arrepentimiento.
Los ojos azules de la dama se iluminaron por un momento, y ésta se detuvo a mirar la pálida mano que se le ofrecía. Ésta la tomó y su semblante se tornó serio, como siempre debía estarlo.
- No es necesario que te disculpes - dijo Lady Elsa mientras se levantaba sin esfuerzo del duro suelo de mármol, ayudada por la mano de su mozo. Pronto quedaron frente a frente, y Jack se atrevió a mirarla, sólo para encontrarse una solemne mirada.
-¿Se encuentra bien, milady? - le preguntó el rubio, agachando nuevamente la cabeza.
La risa que Elsa dejó escapar de entre sus labios sonó como la mejor melodía que pudiera sonar en cualquier fiesta de la corte. El rostro de Jack se iluminó cuando levantó la mirada y se encontró una sonriente dama. Aquel día, se encontraba más resplandeciente que nunca, a su parecer. Aquel sencillo vestido color malva marcaba cada curva de su cuerpo, haciendo enrojecer a Jack.
- Sólo hemos tropezado, no resulta nada gravoso - dijo la dama, posando una mano en el fuerte brazo del muchacho, ante la sorpresa de este. - Daremos un paseo mientras te explico, ¿quieres? -
La joven dama comenzó a caminar atravesando el largo pasillo que conducía hacia el vestíbulo de la residencia, para salir a los jardines; sientiendo su corazón latir contra su pecho desbocado. Aquel simple muchacho despertaba sentimientos en ella que ni siquiera llegaba a entender. Cierto era que habían compartido largas tardes conversando y alguna vez habían incluso cabalgado juntos, pero nada cruzaba la línea de una sincera amistad. Pero hacía ya un tiempo que Elsa se sentía de aquel modo, sentimiento que la provocaba extrañeza e inseguridad, algo para lo que no estaba preparada.
Jack decidió dejar de mirar el balanceo de las caderas de su señora y escuchar atentamente lo que ésta le estaba comentando.
- Esta mañana me llegó un comunicado acerca de que esperamos nuevas monturas procedentes de la Alta Escocia, unos caballos percherones - fue lo primero que escuchó al intentar prestar atención. - Quiero que te ocupes de recibirlos y encontrarles unas cuadras decentes, te encargarás de su higiene diaria y probar a ensillarlos. También quiero que la mejor montura que llegue esta tarde esté lista justo después de la cena -
- Así lo haré, milady - concluyó él, tomando nota mental de sus indicaciones. Las miradas de ambos se encontraron mientras paseaban por el gran jardín, junto a la banda sonora de pájaros y demás animales.
Elsa se sonrojó cohibida y vaciló.
- Jack, hay algo que quería comentarte desde hace un tiempo - empezó dudosa. Su nombre sonaba tan bien viniendo de sus carnosos labios...
- Puede decirme lo que quiera, milady - sonrió cálidamente, jugando con sus tirantes, algo nervioso. Ese repentino sonrojo en las mejillas de Lady Elsa provocaba que su corazón le hiciera creer cosas que probablemente su señora no sintiera; y se lo reprochaba sí mismo cada día.
- Dora me comentó que tu hermana Amy cumple años la siguiente semana, ¿estoy en lo correcto? -
- Así es - dijo Jack, parando en seco en un recodo del jardín, rodeado de altos arbustos.
- Me gustaría celebrar un festejo por ello - Elsa se detuvo a su vez, enfrentando a Jack y sus profundos ojos azules. Pestañeó un par de veces antes de añadir: - En la residencia no podría organizarlo porque padre me reñiría, pero podremos llevar suficientes convites a tu casa para todos los invitados que deseéis; y yo y mis hermanas acudiremos también.
Jack abrió los ojos de par en par. No daba crédito a lo que oía. Lady Elsa, en su misma casa. Festejando el cumpleaños de su hermana.
- Milady, me resulta una idea maravillosa - dijo él tartamudeando levemente, realizando una ligera reverencia.
Elsa rió ante el gesto, y ante la sorpresa de Jack, ésta le tomó por los hombros y, acercándose a él, le indicó que se irguiera. El tacto de su piel le resultó tan grácil que no pudo resistir unir sus manos y tirar levemente de ella para acercar sus cuerpos.
Las rodillas de Elsa comenzaron a temblar cuando notó el aliento del muchacho golpeando suavemente su rostro. Sus manos entrelazadas, sus pechos rozándose. Oía el latido de su corazón bombeando en sus orejas, completamente alborotado. Por un instante, ambas miradas se detuvieron en los ojos del otro, deseando dar el paso; poder romper la barrera de tres centímetros que separaba sus bocas. Pero algo en el interior de Jack se activó, separándose al instante.
- Milady, yo... mis disculpas, no sé... - tartamudeó el chico, bajando la mirada.
Elsa se irguió con semblante serio y comenzó a caminar, alejándose de él.
- Que no se vuelva a repetir semejante actitud, Jack - ella sentenció, sin dirigirle una sola mirada más.
Elsa se alejaba mientras su pecho subía y bajaba alterado, dando la espalda a Jack. Debía ser más consciente de lo que hacía, su reputación estaba en juego. Además, no podía arriesgarse a caer en brazos de un simple mozo. Su padre la mataría si se llega a enterar, y la fama de su familia caería en picado. Por eso se prometió a sí misma no volver a sentir cosas por aquel muchacho.
De este modo, Jack se quedó inmóvil en el lugar donde minutos antes casi podría haber probado los dulces labios de su señora. Cobarde, se reprochó a sí mismo. Estúpido, también, por haber osado acercarse más de lo permitido. Cualquiera en su juicio le hubiera despedido al instante. Pero Lady Elsa no, y Jack lo sabía mejor que nadie.
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