Cuatro jinetes

(OS RECOMIENDO PONER EL AUDIO DE FONDO DE LECTURA ^^ espero que disfruten del capítulo)


Aquella semana resultó especialmente lluviosa. Los establos se inundaron la mayoría de los días, haciendo que los jornaleros trabajaran el doble. Hubo poca actividad entonces en la residencia, tampoco había muchas cosas que hacer; además de beber vino, leer y hablar junto al fuego. Lady Elsa pasó la mayor parte de la semana encerrada en su despacho. Recibía misivas y enviaba más misivas acerca del baile real que la Reina Madre celebraba en la próxima luna llena, a la que acudirían con su padre; y de dicho viaje debía ultimar los detalles lo más pronto posible. 

Lady Rose y Lady Eira no hacían más que resguardarse en una habitación contemplando las llamas en silencio (y en ocasiones, no tan en silencio), sin tener mayor interés en estar con su familia fuera de los horarios de comidas. 

Lady Marian y Lady Flora eran otro asunto. Frecuentaban poco las zonas comunes, no osaban relacionarse con casi nadie, y rara vez se las veía parlanchinas. A su familia les resultaba un tanto extraño, y puesto que nadie las controlaba y no causaban problemas mayores, continuaban sin prestarles mayor atención.  Sin embargo, nadie podría imaginarse qué clase de cosas hacían ni dónde podrían esconderse. 

Ambas eran de cabello azabache y apretados rizos, de tez pálida, rostro cuadrado y unos ojos del verde más intenso en los que se pudiese posar una mirada. Su expresión resultaba curiosa, mentes llenas de preguntas. Era por ello que frecuentaban la gran biblioteca, mas no solían detenerse mucho en la búsqueda de información. 

Así, aquel día lluvioso de aquella semana lluviosa, Marian y Flora se encontraban fisgoneando en la gran biblioteca. 

- ¿Has encontrado algo, Flora? - preguntó Marian, trepando por una escalera en busca del tomo en cuestión. 

- Por el momento no - respondió esta, tomando entre sus manos pesados libros cubiertos de fino polvo de la parte baja de la estantería. Los dejó caer en una de las mesas de roble macizo, dejando escapar un bufido de entre sus finos labios. - LLevamos buscando horas, ¿estás segura de que aquí lo encontraremos? - 

- Estoy segura - contestó segura Marian, bajando la escalera con una pila de libros igual o más polvorienta que la de Flora. Se aproximó a la mesa donde se encontraba su hermana, y resopló a su vez cuando soltó los libros. - Oí mencionar una vez al Maestre Tarly acerca de ello - 

Comenzaron a hojear todos los tomos que había en la mesa, sin obtener mayor resultado que mucha palabrería y paja añadida de la que no sacaban nada en claro. La oscuridad se cernía sobre la residencia, haciendo que pronto todos los candelabros fueran encendidos. Las gruesas gotas golpeaban los cristales de las grandes vidrieras de la sala, brindándole a la estancia un toque lúgubre y algo siniestro. Pronto, Flora exclamaba sorprendida, haciendo saltar a Marian. 

- Idiota, me has sobresaltado - rió esta, levantando así la vista de su lectura. - ¿Qué has encontrado? - 

- Exactamente lo que buscábamos - la sonrisa lobuna de Flora indicaba que no debían buscar más; su trabajo allí había terminado. 

Todos los libros fueron depositados de nuevo en las estanterías y como si allí no hubiese ocurrido nada, cogieron el libro correcto y se dirigieron al fondo de la estancia, aprisa. Una vez estuvieron en la sección de carpintería, volvieron su cabeza hacia todos lados, cerciorándose de que ninguna doncella ni maestre anduviese por allí. Ambas muchachas se miraron y, deslizando sus dedos por los primeros cinco tomos de color verde pistacho, se quedaron quietas, aguardando. Pronto, aquella estantería comenzó a descender y desapareció entre las baldosas, quedando así un hueco en el suelo de tres metros de diámetro, aproximadamente. Una corriente de aire frío ascendía de la abertura, y si se intentaba adivinar el fondo, únicamente se observaba oscuridad. Flora comenzó a descender por la deteriorada escalera de metal que había situada próxima a la pared del óculo recién abierto, y Marian hizo lo propio. Las cabezas de las señoritas desaparecieron en la oscuridad, y así, la estantería volvió de nuevo a su lugar, sin hacer el menor ruido. 

Los cuatro metros de escalera abajo fueron descendidos con rapidez. Marian y Flora posaron finalmente sus botas en el húmedo suelo de piedra, y miles de antorchas llamearon súbitamente, colocadas estratégicamente en las altas y gruesas paredes que rodeaban el corredor. El murmullo del agua pronto se hizo audible, y un arroyo de agua cristalina comezó a correr de un extremo a otro del pasadizo. Ellas comenzaron a caminar hacia la derecha, haciendo resonar sus botas por toda la estancia. Unas anchas escaleras ascendentes se abrían paso a un lado (por las que también descendía el arroyo), y unas escaleras descendentes al otro. Comenzaron a descender aquellas escaleras, iluminándose así progresivamente aquel pasillo. Acabaron frente a un gran portón de madera, guardado por cuatro grandes candados de metal. Marian movió una losa de piedra de la pared, y cogió una gran llave oxidada. Introdujo dicha llave en cada una de las cerraduras, haciendo caer pesadas cadenas a los lados de la puerta. Pronto, esta resultó abierta, y unas nuevas escaleras descendían excavadas en el suelo. Flora agarró dos antorchas y cerraron la puerta tras de sí. 

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"Estimado Lord Cheltenham: le escribo esta misiva con razón de nuestro viaje hacia nuestra querida Londres, donde reside nuestra bien amada Casa Real. Imagino que tendrá noticias acerca del festejo organizado por nuestra Reina Madre, y así imagino que acudirá a dicho festejo. La casa Garden partirá la próxima luna menguante, por lo que le pido permiso para descansar durante esa primera luna en vuestra residencia. Le ruego disculpas por las molestias y espero ansiosa su respuesta.

                                                                  Lady Elsa de la casa Garden, de Wales"

El pergamino fue doblado varias veces y lacado con cera azul, sellado con el estandarte de la casa: un dragón alado coronado por cuatro rosas. Era bastante original, a decir verdad, y aunque nadie sabía de su origen, aquel estandarte llevaba en aquella casa desde los inicios de la misma. 

Lady Elsa se levantó de la alta silla de terciopelo azul real y haciendo resonar sus botas de tacón, abrió la puerta de su despacho. Cruzó por los pasillos y ascendió por varias escaleras, las cuales conducían hacia el ala este. Un manojo de llaves colgaba de su dedo índice. Arremangó los bajos de su vestido gris y ascendió un par de escalones más, encontrándose una puerta de madera. Introdujo una de las llaves en la cerradura de marfil. La puerta se abrió con un sonoro 'clac' y pasó dentro, cerrando la puerta tras de sí. 

Un olor fuerte inundó sus fosas nasales, haciéndola respirar hondo varias veces para lograr acostumbrarse. Aquella sala, aunque ventilada por las muchas arcadas abiertas en la pared, continuaba guardando un peculiar olor. Y es que la estancia resultaba ser el palomar. Cientos de blancas palomas entraban y salían a todas horas llevando y trayendo mensajes alrededor de su cuello. Elsa se acercó a uno de los huecos donde descansaban, cogiedo a una de ellas, posándola en su brazo. Con un delicado lazo de raso azul prendió su diminuto pergamino alrededor del cuello del pájaro, y se acercó a uno de los vanos. 

- Al ducado de Cheltenham, bonita, a prisa - le susurró a la delicada paloma, y haciendo un leve movimiento con el brazo, esta emprendió el vuelo bajo la lluvia. Continuó un largo rato contemplando el horizonte, apoyada en uno de los montantes de las arcadas. Suaves gotas de lluvia refrescaban su rostro gracias al frío viento que las dirigía en su dirección. Una blanca paloma la sobresaltó entonces volando a ras de su cabeza, posándose en el pilar central de la estancia. Lady Elsa controló pronto su agitada respiración y se dirigió a esta. Llevaba en su cuello un diminuto pergamino enroscado. Deshizo el lazo de cuerda y tomó el pergamino. Se encontraba lacado simplemente con un poco de cera blanca; no había estandartes o alguna indicación de su paradero. Intrigada, desenroscó el pergamino y leyó su contenido; sorprendiéndose de que fuera para ella. 

"Milady, sabe que puede acudir a nuestra casa siempre que quiera. Amy está muy ilusionada. Sin embargo, entiendo que no pudiera venir con este temporal

                                                Jackson Bennet."

Aquel pergamino logró sacarle una amplia sonrisa, y enroscándolo de nuevo salió de allí y volvió a cerrar la puerta con llave. En su camino hacia su despacho, se cruzó con una doncella. 

- Avisa a mis hermanas - le indicó, sin detenerse si quiera. - Que acudan a mi despacho, es urgente. Y traeme vino -

Dicho esto, volvió a resguardarse en su despacho.

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Tres suaves toques resonaron en la puerta, para acto seguido ser abierta. Una cabeza pelirroja asomó por el umbral, seguida de las dos gemelas. Lady Elsa se encontraba de espaldas a ellas, al fondo de la sala, sentada en la repisa interior del gran ventanal, contemplando el temporal. La chimenea se encontraba encendida, las llamas crepitaban brindándole calor y un toque acogedor al frío espacio. La corta cola de su sencillo vestido gris caía hasta el suelo, extendida perfectamente bien, elegante, sin una arruga. Su cabello se encontraba suelto; ondas de color oro caían en cascada por su espalda. Una fina y  delicada copa de vino descansaba entre sus frágiles dedos, ricamente decorada con relieves florales.

-Acercaos, queridas - las indicó Elsa, poniéndose en pie con el semblante serio, imponente. Continuó mirando por el ventanal, dándole cortos sorbos a su bebida.

Las tres hermanas se acercaron al fondo con paso solemne, tacones traqueteando. 

-Os preguntaréis la razón por la que os he hecho llamar - interrogó, girando sobre sí misma, enfrentando a sus hermanas. Ni un atisbo de sonrisa se apreciaba en sus carnosos labios. Solamente se encontraba allí, en pie, con un brazo cruzado sobre su pecho y el otro apoyado en él, sosteniendo la copa elegantemente. Impasible.

- ¿Ocurre algo malo? - preguntó Flora insegura, tomando asiento en la repisa interior donde antes descansaba Elsa; y Marian hizo lo propio. Rose se mantenía en pie, junto a su hermana mayor.

- No - respondió la rubia, apoyando su espalda en la pared, permitiéndose relajarse un poco. - Vamos a hacer algo malo. Esta noche. Y no puede salir de este despacho -

Las tres hermanas se miraron intrigadas, sonriéndose entre sí.

- Vaya, Lady Elsa quiere saltarse las reglas - bromeó Rose, dándole un pequeño codazo a Elsa. - Incluso está empezando a beber vino-

Todas rieron ampliamente, incluida la mayor.

- Una vez al año no hará daño - sonrió esta, aproximándose a la maciza mesa y dejando la copa encima. Cogió un pergamino enroscado sin lacar, y cruzó de nuevo la habitación en unas pocas zancadas. Tendió dicho pergamino a sus hermanas; de este modo todas podrían leerlo.

- ¿Jack te invita a su casa? - preguntó Rose justamente cuando terminó de leerlo. Alargó el brazo para acercar el pergamino a las gemelas, las cuales lo cogieron ansiosas.

- ¿Por qué menta a Amy? - todas fruncieron el ceño, algo confusas. ¿De qué se trataba todo aquello?

-Aguardad, debo explicároslo todo - Elsa dejó escapar una pequeña risa ante la expresión de sus hermanas. Volvió hacia la mesa y rellenó su copa con más vino, y se acercó en cortos y lentos pasos hacia la chimenea. Allí se quedó, contemplando el crepitar de la madera quemándose, mientras hablaba. - Tuve una conversación con Jack hace poco, aproximadamente una luna. En ella comentamos el cumpleaños de su hermana Amy, la que sabéis que tiene vuestra edad - la rubia se giró para mirar sonriente a las dos gemelas, y estas asintieron, empezando a comprender un poco aquello. Elsa volvió a girarse hacia las llamas, y bebió despacio de su copa. Acto seguido, continuó. - Bien, ya que vosotras hacéis buenas migas con Amy y yo aprecio a Jack, le propuse el acudir a su cumpleaños, llevando viandas y permaneciendo allí en la fiesta posterior -

- Aguarda... ¿Nos estás diciendo que vamos a una fiesta... a casa de Jack? - preguntó Rose emocionada, acercándose a su hermana en pocas zancadas, haciendo que esta la mirase. Lady Elsa elevó una ceja ante el entusiasmo correspondiente de sus hermanas.

- Algo así, sí - sonrió dubitativa, no había terminado de contarles todo. - Aunque no se si lo siguiente os gustará -

- Suéltalo, Elsa - la animó Marian, acercándose también. Las gemelas se sentaron en la repisa de la chimenea; comenzaban a bajar aún más las temperaturas y resultaba agradable permanecer junto a la hoguera.

Lady Elsa soltó una carcajada.

- Un momento, intuyo que vosotras también estaréis sedientas - dio media vuelta y se dirigió uno de sus muebles. En uno de los huecos que custodiaban puertas ricamente decoradas con bajorrelieves florales guardaba una serie de copas; y del cual extrajo tres. Volvió a cerrar la portezuela y cogió la jarra de vino, para después tomar asiento al lado de sus hermanas, junto al acogedor fuego. Rellenó todas las copas y continuó hablando.

-Bien, padre no puede enterarse. Sabéis que sería peligroso. Para nuestra reputación, quiero decir, ya me entendéis. - suspiró profundamente. Las oyentes asintieron. - De este modo, iremos entrada la noche. No acudiremos a cenar con padre, inventaos una excusa. Padre se irá a dormir a las nueve, como cada noche. Con lo cual, nosotras a las doce tendremos vía libre. Así, os quedaréis en vuestras respectivas habitaciones hasta que yo acuda a buscaros. Os he dejado unas ropas que debéis poneros, ya que no podemos ser reconocidas. Una vez que estemos todas preparadas, acudiremos hacia los establos por la parte oeste, evitando así ser escuchadas. Nuestros caballos estarán ya ensillados y partiremos aprisa. Tened en cuenta que fuera cae un temporal; cuanto antes lleguemos mejor. Regresaremos a casa algo antes de la salida del sol, solamente para asegurarnos que nadie nos ve, puesto que padre no hace vida hasta la hora de comer. ¿Alguna pregunta?-

Los ojos de sus hermanas se encontraban ampliamente abiertos y sus expresiones eran de sorpresa.

- ¿Todo esto lo has pensado tú? - habló perpleja Flora.

Elsa sonrió orgullosa.

- Todo el día aquí encerrada da para pensar mucho - el tintineo de las copas se impregnó en el ambiente cuando las cuatro brindaron, y todas bebieron al mismo tiempo, saboreando aquel delicioso vino. 

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Marian y Flora terminaron de calzarse los zapatos con algo de dificultad, era algo que jamás habían llevado puesto. Pronto, unos suaves toques en la puerta de su cámara las puso alerta. Ambas se pusieron sus batas de raso azul de pelo, ocultando así sus ropas de hombre. Marian se dirigió hacia la puerta, y la abrió con cautela. Por el estrecho hueco que se abría pudo ver dos cabezas, a las que dejó pasar rápidamente, y de nuevo cerró la puerta. 

La alcoba estaba únicamente alumbrada por la chimenea encendida y una par de candelabros a los lados de las altas camas. 

- ¿Estáis listas, niñas? - Lady Elsa también llevaba sobre sus hombros su bata gris de pelo, ocultando, al igual que Lady Rose bajo su bata roja, sus respectivas ropas de hombre. Ambas llevaban en sus manos dos bolsas de cuero, en las que guardaban algunas viandas y botellas de licor.

Las gemelas asintieron y, tomando cada hermana un candelabro, salieron con sigilo de la alcoba. Anduvieron por los pasillos del ala oeste con cautela, la residencia se encontraba bajo un silencio sepulcral. Descendieron las escaleras que salían a las cocinas, las habitaciones de algunas doncellas y contiguamente los jardines establos. La lluvia caía suavemente a esas horas de la noche, lo que facilitó algo su huida. La llama de las velas se apagó como consecuencia del viento y la fina lluvia, y cruzaron rápidamente el camino embarrado hacia los establos. Una vez allí, pudieron respirar tranquilamente, resguardándose del temporal. 

Se quitaron sus capas y las depositaron en el almacén, ocultas de los ojos de cualquiera que pudiese merodear por allí. Todas llevaban las mismas ropas, conseguidas gracias a la ayuda de Dora: una gruesa camisa blanca, unos pantalones negros de vestir de hombre, sujetados por unos tirantes a su vez negros, y unos sencillos zapatos también de color negro. Una gruesa y larga chaqueta negra las protegería del frío, y una sencilla boina gris ocultaría sus cabellos ante los curiosos que pudiesen reconocerlas. Así, todas mantenían sus largos cabellos recogidos en un moño alto, facilitando esta tarea. 

Caminaron por el gran establo, buscando la puerta que las condujese a sus respectivos caballos. 

- Me siento extraña con estas ropas - rió Rose, abriendo el cerrojo que custodiaba a Angus, su oscuro percherón. Este relinchó al verla, feliz. Colgó las dos bolsas de cuero a los lados de la silla, y se aseguró de que estuviesen bien sujetas. 

- Lo sé, también para mí es extraño - Elsa acompañó a su hermana riendo a su vez, montando sobre Glaciar y deteniéndose, esperando a las demás. 

- Debemos decir que estas ropas, aunque sean de mozo, nos sientan estupendamente - acotaron las gemelas, saltando también sobre sus monturas: dos mustangs de color alazán. 

- Nunca me imaginé vestida de esta manera - sonrió Rose, contemplándose a sí misma, mientras sus caballos andaban al paso por los pasillos del establo, en fila de uno. Elsa encabezaba la partida, la seguían las gemelas, y terminándola, se encontraba Rose. - ¿Estáis seguras de que no nos recocerán? - 

- Completamente segura - respondió Elsa, firme, impasible. - Vamos, no hay ni un segundo que perder - agitaron sus riendas, y todos los caballos comenzaron a galopar lejos de allí. 

No era un camino especialmente largo, aunque las damas de nuestra historia tuvieron que dar un rodeo extra para no ser vistas por los guardias. Cruzaron el puente que salvaba el río, las gotas de lluvia azotaban su cara por la velocidad de la huida, y el viento tampoco ayudaba mucho en esta tarea. El barro de los caminos las ralentizaba algo, pero no se hicieron de rogar. Se demoraron en llegar al poblado alrededor de una hora, y finalmente llegaron a la puerta en cuestión. 

Descendieron de sus caballos aprisa, la lluvia comenzaba a ser cada vez más fuerte y no querían presentarse completamente empapadas. Cogieron nuevamente las bolsas de cuero y aseguraron sus caballos en los fuertes postes del porche, junto a los demás. Intuyeron entonces que habría ya bastantes invitados dentro, y que la fiesta estaría algo avanzada. Ascendieron las pocas escaleras de madera que daban a la entrada principal, y Elsa golpeó varias veces la puerta. Los cuellos de sus chaquetones permanecían estirados, el frío intentaba colarse entre sus ropas. 

La puerta se abrió entonces, y dejó expuesto la escena que se desarrollaba en el interior. Dos sencillas mesas se situaban en el centro de la sala, repletas de comida y bebida. Había mucha luz en el interior, y la animada música impregnaba el ambiente. Pudieron reconocer a alguna de sus doncellas y algunos de sus mozos; mas no conocían a la mayoría de las personas que bailaban, bebían y reían. La mayor parte de los invitados eran hombres jóvenes, altos y fuertes, vestidos de forma similar a ellas. Algunas mujeres y algún niño merodeaba también por allí. 

El hombre de barba castaña que abrió la puerta se quedó apoyado en el marco, mirando a los nuevos invitados que querían entrar en la casa. Miró a las cuatro muchachas de arriba a abajo; no tenía ni idea de quién eran aquellos intrusos. Sostenía un cigarrillo a medio consumir entre sus dedos.

- ¿Qué queréis? - preguntó, dándole una profunda calada a su cigarro. 

- Venimos al cumpleaños de Amy, somos amigas de la familia - respondió Elsa resuelta y muy educadamente, haciendo una ligera inclinación con la cabeza. El mozo, al oír a aquellos muchachos hablar de sí mismos en femenino, elevó una de sus cejas. Se inclinó sobre sí mismo para observar mejor a las gemelas situadas detrás de Elsa, y se estiró de nuevo para observar al ser humano extraño con el que hablaba. Acto seguido se giró y gritó:

- ¡Jack, baja! - volvió a girarse hacia ellas y con el ceño fruncido continuó escaneándolas. Elsa comenzaba a sentirse incómoda; aquel hombre empezaba a resultarle algo antipático. 

- ¿Podría dejar de escudriñarme, por favor? - le pidió esta, algo molesta, tapándose mejor con el largo abrigo. 

El extraño soltó una carcajada ante el elegante tono que empleó aquella moza, y tiró su cigarro al suelo, a los pies de la rubia. 

- Como tú digas - soltó el humo por su boca, cambiando su peso de una pierna a otra. Una rubia cabeza se vio entonces entre la multitud que festejaba, y Jack apareció entonces detrás del castaño. Ambos hombres se quedaron parados en la puerta, mientras continuaban contemplando a las cuatro mujeres paradas en el umbral. 

- Jack, soy yo - rió Elsa, ante la ceja levantada del rubio. Este levantó los ojos para mirar su rostro fijamente, y estos se abrieron como platos. 

- ¡Lady Elsa, ha venido! - se sorprendió él, extendiendo un brazo para coger el suyo, y así dirigir a las cuatro hermanas al interior de la casa. El castaño los miró extrañado y cerró la puerta. 

- ¿Es una lady? - le preguntó a su amigo, quien le miró con cara de circunstancias. 

- No, es una chanza entre Jack y yo, ¿verdad Jack? - Elsa acudió en su ayuda, y miró al rubio insistentemente. Este asintió, y su amigo dio media vuelta y se fue a mezclarse con el resto de los invitados.

Jack volvió a mirar a las cuatro damas que se encontraban paradas en su casa, perplejo. No podía creerse que hubiesen llegado. Tenía a las herederas de la casa Garden en su salón, y él estaba algo ebrio. Debía controlarse. 

- Lo siento, miladies, casi las descubro - se disculpó este, haciendo una ligera reverencia.

- Si dejases de llamarnos milady y de hacer reverencias, todo resultaría más fácil - rió Rose, despojándose de su abrigo, revelando sus ropas. Jack abrió los ojos como platos. 

- ¿Ropas de hombre? - preguntó sonriente. Aquellas muchachas eran en verdad muy ocurrrentes. 

- Pensamos que así sería más fácil camuflarnos - sonrió Marian, quitándose también su chaqueta. - ¿Dónde está Amy? - 

- En su habitación, preparándose para irse a dormir - explicó Jack, tomando las chaquetas de las tres señoritas. También se quitaron sus boinas y se las tendieron al chico. - Mañana tiene escuela, y ya es muy tarde para que ande despierta. - 

Elsa les tendió a sus hermanas una de las bolsas de cuero. 

- Vamos, subid a darle su regalo - indicó esta, a lo que las gemelas protestaron. 

- ¿No subes con nosotras? - preguntó Flora, a lo que Rose rodó los ojos y se las llevó a empujones escaleras arriba, guiñando un ojo a su hermana mayor. Esta la respondió sacándola la lengua, y finalmente se quedó a solas con Jack. 

- He traído algo - sonrió esta, tendiéndole al chico la bolsa. 

- No era necesario, y lo sabes - rió este, tomándola con sus fuertes manos. - Vamos, dame el abrigo, debe de estar empapado -

Elsa se quitó su chaqueta, mostrando así como sus atributos femeninos se marcaban aún más enfundada en aquellas ropas. Jack se quedó perplejo ante aquella imagen; jamás hubiese podido imaginar que una mujer pudiese verse tan deseable. Un calor picante ascendió por su estómago por sus mejillas, y tomó el abrigo y la boina de su señora de manera torpe. 

- Déjame decirte que estás estupenda - suspiró este, a lo que Elsa se sonrojó notablemente. 

- Oh, Jack, deja de decir tonterías - rodó los ojos quitándole hierro al asunto, y añadió: - Vamos, sirvámonos una copa. He traído wisky y ginebra - 

Ambos rieron, dirigiéndose hacia las mesas. Jack depositó las chaquetas en uno de los percheros situados en la pared, y tomó dos copas limpias de encima de la mesa. Elsa sacó de la bolsa ambas botellas. 

- ¿Qué prefieres?- le preguntó, a lo que Jack extendió su brazo para coger la botella de wisky. Sirvió en los dos vasos una generosa cantidad de alcohol y dejó ambas botellas en la mesa. Le tendió uno de los vasos a su señora y brindaron. 

Jack se relamió los labios después de beber, y se pegó algo más a la dama. 

- Excelente licor - rió el guiñándole un ojo a la rubia. Esta acompañó su risa, e intentó desviar la conversación. 

- ¿Quién era el hombre que nos ha abierto la puerta? - le preguntó intrigada, tomando asiento en uno de los bancos que rodeaban las mesas. Dejó la copa encima de la mesa y procedió a desabotonar un par de botones del cuello de su camisa, dejando ver algo de su abultado escote. Jack no pudo evitar sofocarse ante la sensual escena que se le brindaba y bebió un par de tragos más para tranquilizarse. Aquello no podría acabar bien si no mantenía la calma y el control. 

- Dario Nahaaris, un viejo amigo de la infancia - sonrió Jack, observando a su amigo mientras bailaba con otro hombre. El ambiente estaba muy animado y la mayor parte de los invitados disfrutaban bailando. - ¿Os ha molestado? - 

- No, en absoluto - negó Elsa, volviendo a ponerse en pie, copa en mano. - Simplemente es un poco extraño - 

Jack soltó una carcajada ante el comentario de la muchacha. 

- Es cierto, lo es - y haciendo chocar sus vasos de nuevo, ambos vaciaron de un trago el recipiente. - ¿Bailas? - 

Elsa se quedó paralizada ante aquella petición. ¿Bailar? ¿Ella? Paseó su perpleja mirada por el alborotado pelo del hombre que se erguía frente a ella, sus brillantes ojos azules, sus mejillas sonrosadas, su brazo extendido hacia ella invitándola a la pista de baile improvisada. 

- Lo siento, yo no bailo - balbuceó con algo de esfuerzo en respuesta a la petición, excusándose. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba bailando, y no creía saber cómo moverse ante aquella extraña música. 

- Oh vamos, estoy seguro de que bailáis, y mejor que cualquiera de esta sala - rió el, extendiendo ahora ambos brazos para tomar sus muñecas. Su respiración se agitó, y justo cuando iba a negarse de nuevo, sus hermanas descendieron escandalosamente las escaleras junto a Amy, que llevaba puesto su regalo: un precioso y elegante vestido azul confeccionado especialmente para ella. 

Comenzaron a correr por toda la sala hasta llegar a Elsa y Jack, a los cuales cogieron por ambos brazos y los empujaron, literalmente, hacia la pista. 

- ¡Baila, Elsa, es divertido! - Rose reía mientras se movía al ritmo alrededor de Elsa, acompañada por las gemelas, Amy y algún que otro hombre. 

Elsa elevó ambas cejas en un gesto sensual y comenzó a caminar lentamente hacia el tal Dario Nahaaris. Una vez estuvo frente a él, lo agarró por su camisa y le pegó a ella. Este se quedó perplejo, para después relajarse y disfrutar de la cercanía que se le ofrecía. 

- Tráeme una copa - pidió Elsa, separándose del hombre y volviéndose hacia sus hermanas, comenzaron a bailar. 

Pronto los peinados fueron deshaciéndose, las botellas a vaciarse, el licor a surtir efecto, los botones a desabrocharse, los cuerpos a pegarse; el calor de la sala ascendía por momentos. Las gemelas y Amy cayeron rendidas encima de las mesas, los muchachos continuaban bailando. La casa comenzaba a encontrarse cada vez más vacía: a altas horas de la noche no quedaban más que unos cuantos hombres en pie y las dos damas mayores. Rose empezó a mostrar su creciente interés por Dario, sus cuerpos sudaban y se movían juntos al son. Elsa era rodeada por los demás hombres, los cuales bailaban con ella como depredadores. Todos allí estaban completamente borrachos. 

Jack se encontraba sentado en uno de los bancos, botella de whisky en mano, observando a su señora bailar sin control junto a sus amigos, todos ebrios. El deseo aumentaba dentro de sí en su cuerpo, la embriaguez, también. Observaba a la pelirroja enroscar sus brazos alrededor del cuello de su amigo Dario, y cómo sus bocas se unían, devorándose salvajemente. Todos comenzaron a silbar mientras contemplaban la sensual escena; Elsa se apoyaba en uno de los hombres, mientras reía. Se veía perfecta, radiante, divirtiéndose como nunca. Aquel hombre la sujetaba por la cintura, contrarrestando el peso de sus cuerpos, evitando así que ambos cayeran. La rubia giró su cabeza, buscando con su mirada a Jack, al cual encontró observándola desde las mesas, bebiendo a morro. Esta le sonrió y se soltó del agarrre del hombre, y comenzó a caminar en su dirección. A Jack le resultó como un espejismo. Aquella mujer que lograba volverle loco se acercaba, moviendo sus caderas de la forma más sensual jamás imaginada, enfundada en aquellos pantalones que marcaban aún más su esbelta figura. Sus atributos superiores botaban a su vez, dejándose entrever por su camisa desabrochada a la altura del esternón, y su cabello suelto y libre caía en cascada por su espalda, culminando en perfectas ondas. Al llegar a su altura, la dama se agachó para quedar frente a frente, y los ojos del chico se desviaron al escote que se le ofrecía tan amablemente. 

- Ven a bailar también, Jack - fue lo único que atinó a decir la señorita, balbuceando algo y arrastrando suavemente las palabras.  

Él la dedicó una sonrisa lobuna; sus coloradas mejillas delataban su estado y pensaba que no podría aguantar un segundo más sin lanzarse a su boca. 

Elsa contemplaba a Jack desde cerca, su cabeza daba vueltas y sólo quería divertirse. Divertirse junto a él. Ante la nula respuesta del chico, esta se arrodilló frente a él, observándole desde abajo. Posó ambas manos en los muslos de él para lograr sujetarse, e hizo un suave movimiento con la cabeza para apartar un mechón de cabello que caía por su cara. 

- ¿Qué te pasa? - preguntó ella. Ante aquella imagen Jack sólo pudo sonreír. Sonreír como un necio. 

- Tú - logró responder él, y Elsa parpadeó varias veces, perpleja. 

- ¿Yo? - preguntó frunciendo el cejo, sin entender nada. Él asintió varias veces, y se giró para coger otra botella de whisky a medio beber. Le dio un gran trago. Elsa se puso nuevamente en pie, y le arrebató la botella de las manos. Seguidamente dio ella otro gran trago, ya no notaba el ardor que descendía por su garganta gracias al licor. La rubia se sentó en las piernas del muchacho, mirándole fijamente con los ojos algo rasgados. El licor la sentaba de maravilla. Jack sacó un cigarrillo del bolsillo de su camisa, y se lo encendió con una cerilla. 

- Acércate - le pidió este, a la vez que le daba una gran calada. Elsa se acercó despacio a su boca, haciendo un leve movimiento con las caderas que Jack no pasó desapercibido. Él soltó el humo suavemente en los labios de ella, la cual fue aspirando el humo que este le ofrecía. Ella expiró el humo de manera sensual, y cogió el cigarro de los dedos del hombre sobre el que estaba sentada. Le dio una calada, mirándole fijamente a los ojos, aleteando sus gruesas pestañas. Sus rostros se encontraban a escasos centímetros, el humo del tabaco se mezclaba en el ambiente festivo. La estancia ahora pobremente iluminada, la chimenea encendida, la música, los bailarines, y el olor a tabaco le daban algo de acogedor a la situación, por lo que Jack no dudó en posar sus manos sobre los glúteos de la mujer que permanecía pegada a su cuerpo. Esta respiró profundamente y dejó caer sus pálidos brazos en sus robustos hombros, relajada. Las fuertes y grandes manos del joven apretaron su agarre, a lo que Elsa movió nuevamente sus caderas; movimiento que esta vez tampoco logró pasar desapercibido. 

Jack, loco de deseo y cegado por el alcohol y su generosas vistas, soltó una maldición al aire y sin pensarlo dos veces, unió sus labios con los de ella. Sus bocas se movieron al compás, deseosas de adentrarse más una en la otra. Él comenzó a masajear fuertemente la zona que tenía bien agarrada, y Elsa dejó caer sus manos por su pecho, desabrochando los botones de su camisa lentamente. Sus piernas temblaban levemente, ambos ardían de pasión. La tensión comenzaba a deshacerse, era algo que llevaban esperando durante mucho tiempo. Los delicados dedos de la rubia pasearon por el desnudo pecho del mozo, descendiendo cada vez más en su trayectoria. Sus labios continuaban devorándose, mordiéndose, disfrutándose. Una de las manos de Jack se movió hasta el pálido cuello de Elsa, profundizando más el beso. La otra se dirigió a los botones de la camisa de su compañera, los cuales comenzaron a caer rápidamente. Elsa separó sus bocas, deteniéndose en su tarea, tomando aire. 

- Vayámonos - le pidió esta. Se miraron a los ojos, como buscando en el interior de su alma. Sus ojos azules se encontraban brillantes, sus mejillas rojas, sus pechos agitados.  Los dos amantes se levantaron de su asiento, y cogiendo una botella y algo de comer, desaparecieron escaleras arriba. 

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