1. Bienvenido a tu nueva casa
La boca de Camille aun no se cerraba, y todos le estaban mirando, con sus bocas abiertas y ojos sorprendidos. El asintió ligeramente, respondiendo a sus preguntas sin formular. Al menos ellos le entendía lo horrible que sería tener que irse por todo el verano. Sus padres no lo comprendía. Les daba igual mandarle lejos, su madre siempre preocupada por "su bien" y su padre siempre siendo el rostro del poder. Tenía una compañía poderosa y no le podía importar menos su hijo, por lo que prefería mandarle un montón de dinero y listo. No que el guardarropa de Magnus se quejara. El y Camille siempre se gastaban su dinero en cosas ridículamente caras, cosas que no necesitaban. Will fue el primero en hablar.
– ¿Estas de coña? – Jem frunció el ceño.
– Lenguaje Will, – su mejor amigo le lanzó una mirada irritada y Jem siguió hablando. – Magnus ¿es real? Porque necesitamos una explicación y Charlotte nos va a matar si llegamos tarde. – Miró hacía su reloj y esperó por la respuesta de Magnus. Charlotte era su madre adoptiva, una mujer de negocios que había conocido a los dos e inmediatamente les ofreció un lugar donde vivir. Jessamine vivía con ellos también, odiando todo acerca de Charlotte y la forma en la que el hogar de acogida funcionaba. Pero tenía diecisiete años, lo que significaba que no podía ir a ningún lado, y Charlotte nunca se desharía de ella, sintiendo que era su deber con los padres de Jessamine (amigos cercanos de Charlotte), el cuidar a su hija. El esposo de Charlotte, Henry, hace mucho que se había acostumbrado a que su esposa trajera extraños a su casa y mejor se enfocaba a sus avances tecnológicos que hacía en su trabajo. El hombre era un genio, pero en la opinión de Magnus, estaba un poco loco. Henry era una de las pocas personas adultas que a Magnus le gustaba escuchar, por la forma en que explicaba y sugería cosas imposibles de su inspiración.
– ¿Magnus? – Jessamine sacudía su mano enfrente de su rostro. – ¿Vas a explicarnos o vamos a tener que torturarte por información? –
No muy seguro de si era broma o no, Magnus suspiró. – Es complicado. Ni siquiera yo mismo se mucho. Todo lo que se es que mi maravillosa madre me sorprendió con tres males y un boleto de avión esta mañana. – Camille miraba a la mesa. Ragnor aun parecía no saber que decir pero tenía una mirada de simpatía. Camille era una hija mimada y Charlotte amaba demasiado a sus tres chicos, así que solo Ragnor entendía por lo que estaba pasando. Era difícil escuchar que tus padres no te querían alrededor, pero era algo común para Ragnor.
– Así que, – dijo Camille tomando una servilleta entre sus dedos. – ¿Cuándo te vas? –
– Esta noche, – dijo Magnus bajito. – Tengo que comenzar a empacar. –
Camille suspiró fuertemente. – ¿Nos llamarás? ¿Todo el tiempo? –
– ¿Qué otra cosa podría hacer? – preguntó, tomando su mano sonriéndole. Realmente, no estaba seguro de que iba hacer tres meses enteros de su verano ahí, pero rogó por que no fueran cosas de agricultura. Si tenía que levantar aunque fuera un poquito de popo, iba a hacer un berrinche. Magnus miró a todos en la mesa, por última vez.
– No quiero que te vayas, – admitió Ragnor. – No será igual de divertido sin ti. – Ragnor y Magnus se miraron, habiendo sido amigos por más tiempo que los otros, era extraño decirse adiós por tanto tiempo.
– Yo tampoco quiero irme, pero mi mamá no me está dando muchas opciones. – Se levantó lentamente haciendo chirriar la silla, y que Camille se encogiera con el sonido. Se estiró, tronando su cuello y haciendo que Camille se retorciera. Su relación probablemente no funcionó porque Magnus siempre estaba intentando molestarla, pensó con una sonrisa.
– ¿A dónde vas? – preguntó Jessamine un poco ofendida. – ¡Acabas de llegar! Sin mencionar que no forzaste a venir aquí con todo y resaca, tiras una bomba y ni siquiera me ofreces una de tus papas!, – exclamó tomando una de las papas en cuestión, cubriéndola en cátsup y comiéndosela agresivamente.
Magnus giró los ojos y le empujó el plato. – Tengo que empacar, ¿recuerdas? –
– ¿Necesitas ayuda? –
Sonriéndole a Camille neguó. – Mejor vayan a dormir, se ve que lo necesitan. –
Chupándose los dedos, Jessamine se levanto, – ¡En camino! Tengo mejores cosas que hacer que quedarme con ustedes todo el día a despedirme. – Los demás giraron los ojos, pero se despidieron de ella.
– Te voy a extrañar, – dijo Camille. – No es divertido ir de compras con Ragnor. –
– ¡Soy divertido! – dijo Ragnor, separándola de Magnus y abrazándola. Como siempre, Ragnor le dio golpecitos en la espalda a Magnus y luego le despeinó. Jem le apretó el hombro en comprensión, con una sonrisa amble. Will le despeinó el cabello para molestarle. Agradecido de que no le pusieran triste, Magnus se despidió de todos con una sonrisa y se fue.
Comenzó a caminar hacía casa, y cuando pasó la ventana en la que sus amigos estaban sentados, puso su palma en la ventana. Le miraron con una sonrisa y le saludaron con la mano. La imagen de sus amigos sentados- riendo, despidiéndose y sonriéndole, y Camille lanzándole besos- fue suficiente para hacerle sonreír y olvidarse de su viaje. Lanzándoles un beso de vuelta todos le dieron sonrisas tristes, se giró y camino hacia casa.
Al segundo en que se acercó a casa pudo oler la frustración de su madre. Checando su cabello en la ventana principal, Magnus buscó la llave en sus bolsillos. Antes de que la terminara de encontrar, la puerta se abrió. Su madre estaba ahí parada, con una mano en su cadera y la otra agarrando el pomo de la puerta con sus nudillos blancos.
– ¿Dónde diablos estabas? –
No dejó que su tono molesto le afectara, así que solo entró a la casa y dijo. – ¿No viste mi nota? – Ella azotó la puerta, haciendo eco en la casa.
– Oh, si vi la nota, – dijo ella mordazmente, sacando de su bolso el arrugado papel. Magnus miró a su madre, con la perfecta ropa, la falta de joyas y ese raro delantal a la cintura que siempre usaba. – Querida mamá, – comenzó a leer. – Voy a salir. Comenzaré a empacar tan pronto como vuelva, Magnus. – terminó arrugando la nota. – Por una vez en tu vida Magnus, sal por la puerta principal y dime a donde vas. –
Magnus sonrió. – Pero entonces donde quedaría toda la aventura y la diversión. –
Sus ojos se abrieron y Magnus pensó por un momento que le iba dar un sermón, pero solo resopló y pasó su mano por su cabello. – Solo empaca tus cosas Magnus, me rindo. – Se limpió las manos en su delantal y se fue hacia la cocina. Magnus vio como se iba. Sintió como que debió disculparse, pero no podía hacerlo, su orgullo era más grade. Hiso una nota mental de se un poco más amable de aquí hasta que se fuera, por su salud mental.
Conectando su iPhone en las bocinas, puso música y comenzó a guardar cosas que consideró podría necesitar. Comenzó con lo básico, cepillo de dientes y similares. Una vez que llenó la primer maleta con cosas necesarias, comenzó a llenar las otras dos. Trató de imaginar la clase de ropa que podría necesitar, poniendo toda clase de playeras y pantalones en la maleta. Sostuvo un traje de baño, preguntándose si habría un lugar decente donde nadar a donde fuera que su madre lo estuviera mandando. Magnus decidió llevarlo, lanzándolo a una maleta y finalmente cerrándolas. Después de sentarse en ellas, se las arregló para cerrar el cierre. Y luego comenzó a ver cosas para su viaje.
Magnus ya había decidido llevar su computadora, pero también tomó un cuaderno de bocetos con el. Amaba dibujar, más específicamente, diseñar. Amontonando todo en una mochila, y dándole a su cabello y su delineador un último toque, arrastró las maletas fuera de la cama y abrió la puerta. Su mamá estaba ahí y sonrió al ver las maletas.
– Parece que van a explotar, – dijo ella, intentando aguantar la risa. Magnus le sonrió, viendo lo graciosas que se veían. Entre los dos bajaron las maletas hacía la puerta principal. Magnus miró el reloj, aun tenia media hora antes de irse. Preparándose para sentarse a esperar, su mamá le tocó el hombro. – Tengo algo para ti, – alzó la ceja y ella le guió al comedor.
Era como la cocina, moderno y pulcro. Todo era demasiado lujoso que parecía más sacado de un catalogo, más que un comedor real. Lo único fuera de lugar era el regalo y la comida servida. Magnus se sentó en una silla enfrente de ella. Su madre le había hecho un postre llamado pofferjes. Le miró y le sonrió mientras ella acariciaba su cabello.
– Se que es tu favorito, –dijo ella. – Solo quería disculparme. Se que no quieres ir a este viaje y no me gusta forzarte. Es solo que creemos que es lo mejor para ti, alejarte un poco, descubrirte a ti mismo y tener un poco de aventura que no involucre música a todo volumen y alcohol. – Se veía como que quería decir algo más, pero Magnus la interrumpió.
– No estoy enojado contigo, – dijo. Magnus si estaba enojado, pero tomársela en contra de su madre parecía cruel. Ella realmente no quería herirle, aunque si lo estaba haciendo. – Se ven bien, – dijo él sonriéndole, aunque fuera una media sonrisa, le hiso sonreír a ella, la cual fue a la cocina por un vaso de agua.
Mientras comía su postre escuchó a su madre decirle. – ¡Abre el regalo! –
Magnus le sonrió a su madre mientras entraba al comedor. Puso el vaso enfrente de él y se sentó. Haciéndole señas, esperó pacientemente a que Magnus abriera el regalo. Magnus preguntó. – ¿Qué es? –
– ¡Solo ábrelo! –
Asintió y arrancó el papel. La boca de Magnus cayó abierta mientras veía a su madre en shock. – Tienes que estar bromeando. – Su madre negó sonriendo enormemente.
– Es la nueva cámara profesional que querías, para que puedas tomar un montón de fotos de ropa y eso que te gusta. – Ella a penas había terminado de hablar cuando Magnus se levantó y se lanzó a abrazarla. Aplaudiendo como un niño pequeño, abrió la caja y sacó la cámara, ajustando el lente tomó una foto de su madre sonriendo. Su sonrisa cayó.
– ¡Magnus! ¡Esa foto debe salir horrible! – trató de tomar la cámara pero el no se lo permitió, volviendo a comer su poffertjes.
– Te ves hermosa, – dijo mientras se sentaba. Su madre negó y le entregó un folder.
– Magnus, te vas a estar quedando con una amiga mía, su nombre es Maryse. Su esposo se llama Robert y ellos tienen una granja en Texas. También tienen cuatro hijos...– Magnus se atragantó con su comida.
– ¡¿Cuatro?! – miró a su madre incrédulo. – ¿Tienen cuatro hijos? – el miedo de tener que compartir cuarto con un montón de niños, o peor, tener un montón de niños molestándole todo el día, de repente le golpeó. Su madre suspiró.
– Si, tienen cuatro hijos. Alec es de tu edad, Isabelle y Jace tienen dieciséis años y Max tiene nueve. No me mires así, no tendrás que compartir cuarto con ninguno de ellos.
– Pero si tendré que compartir casa con ellos. ¡No puedo creer que hayas esperado hasta ahora para decírmelo! –
– Te lo hubiera dicho antes pero decidiste huir de casa, – dijo suspirando. – Magnus, solo intenta ser amable. Maryse está siéndolo al dejarte quedar en su casa. Regrésale el favor. –
Magnus bufó terminándose su comida y tomándose el agua. Tan pronto como terminó tocaron a la puerta. Su madre jadeó y le apresuró.
– Vamos Magnus, debe ser el taxi. – Caminaron hacía el vestíbulo donde le dieron las maletas al conductor y subiéndolas al auto. Tomando su última maleta, dejó la casa.
Armado con su equipaje y su cámara, preparado para enfrentar lo que sea que este viaje de verano le tuviera preparado, Magnus le dio un abrazo a su madre. No estaba de buen humor, el no quería viajar a través del país para vivir con un montón de niños campesinos.
– Adiós, – dijo su mamá dándole una sonrisa. – Trata y diviértete. Toma muchas fotos para mi. – el asintió y se subió al taxi, azotando la puerta
– Adiós mamá, – dijo Magnus volteando para tomarle una foto a su mamá parada en frente de la casa despidiéndose. Se giró y entró a la casa, y Magnus se dirigió hacia el aeropuerto. Una vez que llegó, se dio cuenta de lo mucho que tendría que esperar antes de que toda su maldita aventura iniciara. Su irritación aumentaba mientras hacía fila para checar equipaje, por lo que Magnus decidió mandarle un mensaje a Camille.
M: Adivina que
C: ¿Qué?
M: tienen cuatro hijos, ¡cuatro!
C: OMG
M: lo se
C: ¿y que vas a hacer?
M: no tengo idea
Mientras esperaba por la respuesta de Camille, Magnus avanzó finalmente a donde registraban las maletas. Pagó por equipaje extra y recibió su boleto de abordaje. Notando que ya iba atrasado corrió hacía el área de abordaje y se sentó a esperar. Camille ya no había respondido por lo que decidió ir a buscar algo que comer. Después de pelear con la maquilla dispensadora y tener que recibir la ayuda de un niño de ocho años, Magnus volvió a su asiento con un dulce en su mano.
– ¿Qué haces? – Magnus brincó, era el niño de la maquina. Tenía cabello café y ojos verdes. Era lindo pero tenía una sonrisa un poco malévola. El niño se sentó al lado de Magnus y le vio jugar.
– Se llama Temple Run. –
– Se ve divertido, –
– ¿Quieres jugar? – le dijo suspirando y reiniciando el juego.
– ¡Claro! – el niño tomó el teléfono, se acercó más a Magnus y le sonrió, sus dos dientes de enfrente le faltaban. – Mi nombre es Julian pero todos me llaman Jules. –
– Bueno Jules, – le dijo Magnus sonriendo. – El objetivo del juego es no morir. –
– Obviamente, – le dijo sonriendo.
A cada segundo el niño le caía mejor, Magnus le explicó rápidamente las reglas y el niño asentía cada vez que le decía algo. Después de unos minutos de estar jugando Magnus escuchó una voz que llamó a Jules. Volteó para ver a una joven chica.
– ¿Jules? ¿Qué estás haciendo? Tenemos que abordar pronto. – Se veían casi de la misma edad, pero la niña se veía más madura. Era rubia con ojos azul oscuro.
– Estoy jugando, – dijo mostrándole el teléfono como prueba. – El es Magnus, Magnus ella es mi mejor amiga Emma. – El la saludo, obteniendo una sonrisa de la niña.
– De todos modos, ya tenemos que irnos, – dijo la niña tomando la mano de Jules. Asintió y le entregó el teléfono a Magnus. Magnus le detuvo antes de que se fuera.
– Hey tu, – le dijo entregándole su dulce, y los ojos del niño se iluminaron. – Te lo mereces. –
– Gracias, – dijo Jules dándole una gran sonrisa.
Magnus vio a los niños desaparecer. Guardó su teléfono y se formo para abordar. La fila avanzo sorpresivamente rápido y antes de que Magnus lo supiera, ya estaba sentado en si sitio en el avión. Se puso sus audífonos, puso música y se puso a dibujar. Primero dibujó un vestido, pero terminó dibujando algo que se veía simple y común. La falta de inspiración le hiso gruñir y terminó el resto del viaje viendo la película en la pantalla. Era una situación que le hacía querer estrellar la cabeza en la mesa de bandeja, la película era terrible. Pero con curiosidad de cómo terminaría, se quedó viéndola hasta el final. Una vez que terminó se giró hacía la mujer de al lado.
– Acabo de desperdiciar tres horas de mi vida. – dijo, frunciendo el ceño, viendo a la pantalla en negro. Ella se rió un poco y luego bufó.
– ¿Valió la pena? – le preguntó, tratando de contener la risa.
– No, acabo de decir que desperdicié mi tiempo. – dijo alzando una ceja.
– ¿No te gustó la forma en que Adrian y Gabi terminaron juntos al final? –
– No... – se detuvo. – Oh por dios, – ella se rió de nuevo. – ¿Ya la habías visto? ¿Y me dejaste sufrir durante toda la película? –
– Algo así, – ambos se rieron. – Mi nombre es Rebecca por cierto. –
– Magnus, – se dieron la mano, aun riendo. – Por favor dime que este vuelo aterrizará pronto. –
– Estás de suerte. Puedes ver nuevo esa película y después de ello, aterrizaremos. Tienes la oportunidad de ver las incomodas escenas de cortejo una vez más. Fue lo que le dio vida a la película, desde mi punto de vista. – dijo aun riendo.
– Estás bromeando ¿verdad? –
– Claro, – dijo ella girando los ojos. – Duerme chico. Todas las películas que hay son una mierda. Te despertaré quince minutos antes de que aterricemos. –
– Eres la mejor. Te acabo de conocer y ya te considero mi mejor amiga. –
– Juzgando el acento neoyorkino, creo que no tendremos la oportunidad. ¿A quien visitas? ¿familia? – Se inclinó en el asiento negando con la cabeza.
– Vacaciones forzadas. Estaba de fiesta mucho y mi mamá se harto. Voy a quedarme oficialmente con unos completos extraños. –
– ¿Oh? –
– Si una familia llamada los Lightwoods. – Rebecca casi se ahoga con su bebida.
– ¿Los Lightwood? – ella sonrió. – Que casualidad. Mi hermano es amigo de ellos. Son prácticamente nuestros vecinos. Quizá podamos ser amigos. –
– ¿los conoces? – dijo Magnus. –. ¿Son buenos? ¿Son raros? ¿Me van a poner a levantar popo? – Rebecca rió.
– Los Lightwood son bastante amables, aunque muy tradicionales. No son demasiado extraños aunque no estoy muy segura de sus hijos. Pueden llegar a ser bastante extraños, aunque encantadores. Y no estoy muy segura sobre lo último. – Magnus suspiró.
– Bien, ahora con el conocimiento de que volveremos a hablar de nuevo, voy a dormir y tomar tu oferta de despertarme. –
Como dijo, le despertó unas horas después, minutos antes de que aterrizaran. Fue al baño, arregló su cabello en el baño y terminó garabateando por los últimos minutos del viaje.
El y Rebecca hablaron por un poco más, bajándose del avión juntos. Rebecca miró sorprendida las tres maletas de Magnus y le dio una sonrisa burlona.
– La vida en el campo te va a golpear duro, chico de la gran ciudad. – Rieron un rato más, antes de despedirse cuando una pequeña mujer con pelo rizado le hiso señas a Rebecca. Antes de que se fuera, le apuntó a una mujer en la multitud y le dijo. – Ella es Maryse. –
Magnus asintió y le agradeció, caminando hacía la mujer, notando un letrero en su mano que decía su nombre en tinta negra. Ella tenía unos impresionantes ojos azules y cabello negro. Había algo sobre ella que imponía respeto, pero se veía bastante casual con sus pantalones y una camisa negra.
– Hola, – dijo Magnus, moviendo sus pies incómodo. – Soy Magnus, – Ella asintió y se levantó.
– Hola Magnus, – le dijo sonriéndole. – Soy la amiga de tu mamá Maryse, como supondrás. ¿Ya recogiste tu equipaje? –
– Em, si. – dijo señalando sus tres maletas.
– Tu mamá no bromeaba sobre ti, ¿cierto? – dijo riendo. Maryse tomó una de las maletas y la jaló con facilidad. – Vamos Magnus, la camioneta está de camino.
La siguió fuera siendo golpeado por una ola de calor instantáneamente. El sol brillaba, aunque el aire era fresco y limpio en comparación con el de Nueva York. Magnus lo respiró, dejando que el cálido sol calentara su rostro y encogiendo sus ojos por la luz. Maryse estaba esperando por el, tenía el presentimiento de que no era una mujer realmente paciente, por la forma en que golpeaba el piso del pavimento con su pie.
– ¿Vamos a superar esto del silencio? – le preguntó ella. – Por el teléfono tu mamá mencionó que estabas bastante molesto. ¿Eso va a continuar? – Estaba triste por pasar el verano sin sus amigos, y entre odiar este verano o tomarlo como una aventura, decidió tomar la primera opción.
– Si, – bufó Magnus. – Comenzando ahora. – Ella rió.
– Bueno, la camioneta esta ahí. Si no estás demasiado molesto, podemos subir en ella y conducir a casa. – Magnus negó. – Cierto, no tu casa. – dijo Maryse. – Lo superarás pronto. Puede que creas que esa actitud de adolescente te va a llevar a casa, pero te equivocas. Solo me obligará a intentar más que esto sea divertido para ti. Te daré una semana. Puedes autocompadecerte por una semana y después te voy a hacer levantar popo. – Sus ojos se abrieron y Maryse rió. – ¿Tenemos un trato? –
Magnus tomó su mano y accedió. Tenía una semana para sumirse en enojo y entonces se compondría. Magnus supuso que era justo. Entraron en la camioneta, y acomodó sus maletas en el maletero. Maryse puso una canción country, encogiendo la nariz, Magnus miró por la ventana y rápidamente sacó su cámara para tomar fotos.
– Tu silencio nunca me va a molestar, – le advirtió Maryse, mirándole por un segundo antes de volver los ojos a la carretera. – Mi hijo mayor pasó ocho meses sin hablar cuando tenía doce, – los ojos de Magnus se abrieron sorprendido. – Aun no tengo idea de porque. Simplemente dejó de hablar un día y comenzó de nuevo ocho meses después. – Pasaron una bifurcación y Magnus no veía nada parecido a un pueblo. Maryse le explicó. – La casa está a veinte minutos del pueblo. Caminado se toma más obviamente, pero no lo hacemos seguido. Voy al pueblo al menos una vez a la semana a veces dos. –
Magnus trató de imaginar un viaje al "pueblo"- un pequeño pueblo en medio de la nada con tiendas inservibles- siendo la gran cosa. Trato de imaginarse una semana sin ir de compras y luego se dio cuenta de que serían tres meses sin nada parecido a lo que hay en casa. Tratando de sacar las malas ideas, Magnus volvió a encender su cámara y mantenerse ocupado. Veinte minutos después tierras de cultivo y música country, llegaron a una bonita casa.
Maryse se bajó de la camioneta y rodeo el coche para bajar sus maletas, pero Magnus se quedó ahí sentado por un momento. Había esperado una casa destartalada, quizá rústica. Pero en frente de él estaba la casa de rancho más bonita que había visto. Estaba rodeada de cultivos verdes y un increíble jardín rebosante de plantas. Podía ver caballos en el pasto a un lado de la casa y se escuchaba un río cerca. La casa era blanco hueso, no estaba sucia y tenía un techo café con ventanas en las cuales se reflejaba el sol. Tomando su cámara, Magnus tomó docenas de fotografías de la casa. Había algo sobre ella que la hacía encantadora y tenía suficientes elementos de campo como para hacerla de granja.
Giró para ver a Maryse sosteniendo una de sus maletas. Magnus se apresuró a tomar la otra y ella se rió de la expresión de su rostro. – Bienvenido a tu nueva casa por los próximos tres meses, Magnus Bane. –
Jeje nuevo cap. Y para el próximo capítulo aparecerá nuestro adorable Alec 😍 😍 😍
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