3- Con la trata no hay trato.

  A Alain le asquean estas fiestas con hombres poderosos que siempre acaban en lo mismo: en orgías.

  ¿Para qué, entonces, montar esta parafernalia en la mansión de su jefe en Villefranche-sur-Mer, en plenos Alpes marítimos? El chico tuerce la boca al verlos caminar alrededor de la sala de baile, con sus trajes de Armani, Tom Ford o Marc Jacobs. Fingiendo, todos, que se trata de un acontecimiento social en la residencia de un empresario de éxito, Morandé. Rodeados de mujeres despampanantes y chicos hermosos. Escondiendo la vergüenza de saber que es una especie de puja, para conseguir un compañero sexual con el que pasar parte de la noche. Y, si la apuesta es alta, al final viene lo mejor... Para ellos.

  A diferencia de otros sitios, en los que se arrastra de un lado a otro al mismo personal, Dominique ficha para estas ocasiones especiales a actrices, a modelos y a los miembros más destacados de su harén. Por desgracia, el atractivo de Alain causa sensación entre esos depredadores que pasan por gente honorable. Como Allamand, uno de sus asiduos, quien cerca de él coquetea con un grupo de adolescentes preparados para el matadero: ese sinvergüenza fue uno de los redactores de un proyecto de ley que criminalizaba a los clientes de las prostitutas y está ahí, tan fresco, acostándose con menores, chicas y chicos.

  Pero Morandé se lleva la palma. ¡Cómo lo aborrece! Enfrascado en una de sus charlas de negocios en las que comercia con carne humana, no repara en la mirada de Alain. Él se encuentra en un rincón, esperando a Marguerite. Si el odio matara, Dominique caería fulminado en ese momento. ¿Por qué, si está enfermo, no se muere y deja a todos en paz?

  Alain aparta la mirada cuando la chica le hace un gesto imperceptible para los demás. Sale caminando rápido, detrás de ella. Entran en uno de los baños y trancan la puerta. Ambos detestan estos saraos, en los que deben fingir lo que no son. Encerrarse durante media hora en el servicio es la forma de tomar la revancha. Un modo silencioso de protesta.

ᅳ¿La has traído? —le pregunta Marguerite, ansiosa.

ᅳSí, me la ha dado Cruella de Vil —así llaman ellos dos a Morandé cuando él no los puede escuchar.

  Le pasa unas rayas de cocaína, la única manera de soportar el abuso durante la madrugada entera.

ᅳGracias, Alain —expresa la joven, mirándolo fijo con sus ojos atigrados.

  El chico empieza a besarla como si le fuera la vida en ello. Ella le desabrocha el pantalón con rapidez y Alain le levanta la falda, así como están, parados. Comienza a hacerle el amor y gimen con ganas. Serán los únicos orgasmos verdaderos que tendrán esa noche: Marguerite deberá acostarse con cualquiera y él se encuentra obligado a tener sexo sólo con varones, cuando le atraen las mujeres.

  Por eso aborrece a Morandé con toda su alma y sería capaz de matarlo con las propias manos. También porque lo compró en un orfanato de Bucarest, cuando tenía doce años y desconocía que los hombres podían dar tanta repugnancia. No se molestó en explicarle nada: simplemente lo forzó esa misma jornada, en la habitación del hotel. Ya en Francia, lo reservaba para sí y para clientes especiales. Y, lo peor: no le permitía tener sexo con chicas, no entendía por qué. Siempre obligaba a todos a hacer lo que más odiaban o los privaba de lo que más les apetecía, por simple capricho. Una sola vez le preguntó y Cruella  le contestó:

ᅳYo sé lo que le conviene a mi negocio, Souris [*]. No entiendo por qué te quejas. ¿Acaso te trato mal? Te guardo para mí y para unos pocos clientes, no tienes que estar en el Moulin Rouge todas las noches ni haciendo la calle. ¿No te gusta estar en mi cama, abrigadito, mon cœur?

  En esas circunstancias le resultaba difícil controlar el asco y no vomitar, como si tragara agua de un pantano hediondo. Afortunadamente, ahora tiene veinte años y sabe que puede contar con Aliosha y Marguerite para hacerle la vida más fácil. La esposa de Dominique, incluso, recibió una paliza cuando intentó sacarlo de sus garras al llegar de Rumania.

ᅳ¡Te puedo perdonar muchas cosas pero que violes a un niño jamás!

  Y su marido la molió a golpes y tuvo que estar un mes ingresada en el hospital, mientras abusaba de Alain como le venía en gana.

  Cuando cumplió los dieciocho años, esperó a que Cruella de Vil durmiese su borrachera y se coló en la habitación de Aliosha, dos plantas más abajo.

ᅳ¿Necesitas algo, cariño? —le preguntó la muchacha, mientras dejaba sobre el tocador el cepillo con el que peinaba su larga cabellera rubia.

ᅳA ti —expresó él, acercándose a ella y comiéndola con los ojos.

  Y era verdad. No lo había intentado antes, aunque se moría de ganas, porque sabía que Aliosha lo rechazaría por ser menor. Era complicado mantener los principios con Morandé cerca, pero ella igual lo intentaba.

  Se sintió un conquistador por primera vez. Aliosha era toda dulzura, parecía hecha de caramelo. Se olvidó de esos hombres con trajes finos y modales rudos, que lo dejaban lleno de moretones al acabar el servicio.

  Alain le empezó a quitar el camisón transparente y lo dejó caer sobre el suelo. ¡Era tan hermosa, tan suya! La llevó hasta la cama y, ya ahí, se aferró a sus pechos.

ᅳ¡Al fin, Dios mío! —exclamó, mordiéndolos delicadamente.

  Aliosha comprendía que debía quedarse quieta y dejarlo hacer. ¡Le daba tanta pena al principio! Se veía reflejada en Alain. Aunque pronto el deseo le hizo olvidar todo lo demás.

  Alain la penetró y comenzó a moverse. A hacerla gozar, como nunca nadie lo había hecho, en esos años grises que llevaba al lado de Dominique. Tanto disfrutaron que, a partir de esa noche, dos o tres veces a la semana, el chico le ponía varias gotas de somnífero en el vaso de whisky de Cruella de Vil y repetían la experiencia hasta terminar exhaustos. Aliosha le enseñó todo lo que debía saber sobre el sexo que le interesaba, el heterosexual.

  Ahora ella está enamorada de Marcello y él se divierte con Marguerite. Pero siguen siendo muy cercanos: convertir en cornudo a Morandé, por partida doble, además de ser un placer se había convertido en una obligación. Alain y Aliosha se encontrarían más tarde, después de la fiesta. Ella también las odia, aunque nadie lo diría al verla ir de un empresario a un político con una bella sonrisa.

  Dos o tres gotas de somnífero y Dominique Morandé dormirá como un angelito. Alain sonríe, impaciente.


[*] Ratón.





 Canción de Ed Sheeran, The a team  

https://youtu.be/UAWcs5H-qgQ



En el vínculo externo os dejo el video de una campaña: todos deberíamos sumarnos. 


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