Bienvenidos al Circo

Aporte día 7 libre #KiriasuWeek2020
Tema: Circo bajo el ocaso.

Todos los personajes tienen mas de 18 años.

Disclaimer: los personajes de esta historia no me pertenecen son del mundo de Sword Art Online, propiedad de su creador, esto es solo un fanfic sin ánimo de lucro, hecho desde el respeto, cariño y admiración a su trabajo.

capítulo único

Hasta dónde llegaban su recuerdos la llegada del circo ambulante siempre había sido aclamada en la Villa. Las calles refulgían de nuevos colores y cánticos al anuncio de la llegada del gran circo desde Centoria, el mayor espectáculo del mundo, acabando con los ocres y añiles toscos que conformaban la neblina propia en la que se bañan cada día sus habitantes. Contorsionistas, equilibristas, tragafuegos, payasos, magos, monstruos... maravillas de la naturaleza acudían a la Villa por unos días a encandilar a familias y curiosos con su espectáculo.

Pero claro, no todos gozaban de los placeres traídos por estos visitantes en idéntico grado. Un pobre huérfano como él, sin posesiones ni destino, solo podía conformarse con soñar con la llegada de la magia del circo a las calles, así como, con las historias que los villanos contaban sobre sus espectáculos. Año tras año, esperaba ansioso la cabalgata inaugural, rasgando entre codazos, y algún que otro pisotón, un hueco entre el gentío que se agolpaba en las calles para ver el gran anuncio de su llegada.

Sin embargo, ese año, al fin sería diferente. La estricta madame Azurita, jefa del orfanato escuela del pueblo, tras años de tropelías y huidas por su parte de sus escarpados muros, había acordado contratarle como jardinero y chico para todo. Por fin tenía un jornal decente con el que poder escalar en clase social, de rata de cloaca a pobre, a secas. Aún así, y a pesar de que su hospedaje en las habitaciones del orfanato se comía la mayor parte de su salario, había conseguido ahorrar lo suficiente para comprar un boleto de pista.

Era el pase más barato de todos, cierto, y sin derecho a asiento, pero le daba igual. Estaba tan fascinado por el mundo circense que ni siquiera le ofendía ser considerado un paria cualquiera. Y así fue que se presentó en la gran explanada a las afueras del pueblo, que acogía gustosa a aquellos estrafalarios invitados. Según se vio ante el gran cartel de entrada, creyó estar cruzando a otro mundo:

"Bienvenidos al Gran Circo de las hermanas Axiom, directamente desde Centoria a todos los rincones del reino.
Déjanos llevarte a donde reside la magia".

Paró en seco, disfrutando de cada segundo de su afortunada existencia mientras se sucedían las miradas de repulsa del resto de visitantes hacia sus ropas viejas y rasgadas, los murmullos e, incluso, los golpes indiscretos exigiendo que se hiciera a un lado en pro de la preferencia de las clases sociales, no le importaban. Había cumplido su sueño, la impresionante carpa del circo se alzaba imponente ante sus ojos adolescentes como castillo en el aire y, por primera vez, tenía las llaves.

Lo primero que llamó su atención fueron los extraños animales que esperaban en corralas improvisadas con travesaños de madera: extraños reptiles que podrían devorarte de un bocado, animales cuasi mitológicos con enormes orejas y una cola por nariz, caballos moteados con enormes cuellos para alcanzar las copas de los árboles. Sintió que todo lo que prometían era cierto, ¡allí residía la magia!

Puestos de curiosidades, magia callejera, acróbatas... no había un lugar en el que posara sus sedientos ojos grises que no los llenara de color y aventuras. Le encantaba aquel mundo.

—Chiiss, muchacho —una vieja señora de brillantes ojos violetas, ataviada con ostentosos ropajes de gitana, reclamó su atención. —¿Quieres saber lo que te deparará el futuro? Puedo leerlo en tus manos.

—Me temo que no tengo dinero para eso señora —se disculpó amablemente.

—Quizá pueda hacer una excepción a cambio de una promesa —insistió.

—¿Una promesa?

—Si, algún día te pediré algo y deberás dármelo.

Tardó unos segundos en decidirse. Era extraña aquella propuesta pero, teniendo en cuenta que solo pasaría allí ese día, no tenía mucho que perder.

La tienda de la gitana era más espaciosa de lo que aparentaba. Un dulce y a la vez salado olor te recibía envolviéndote en sándalo y aceites naturales provenientes de lugares desconocidos.

—Ven aquí muchacho, siéntate a mi lado —le dijo la anciana en un tono excesivamente persuasivo para su edad—. A ver... ¿cómo te llamas?

—Ka...Kazuto Kirigaya, señora.

—Uhm, enséñame la palma de tu mano, Kazuto.

Sus huesudos dedos recorrieron los pliegues de la mano del muchacho mientras una sonrisa inquietante se perfilaba a lo largo de su rostro.

—Creo que debo darme prisa en pedirte ese favor... —. Soltó su mano y, de la nada, sacó una pipa alargada, dando una fuerte calada que al expulsarla se mezcló con los vapores del incienso.

—¿Por? Me está asustando...

—¡Oh! No tengas miedo muchacho. —Se acercó hasta quedar a menos de un palmo de su rostro. —Solamente dejarás de ser Kazuto, para siempre.

La fuerte carcajada de la anciana retumbó por toda la tienda, apagando casi todas las velas que la alumbraban, hasta el punto que su imagen se desdibujó dejando tan solo el rastro de los brillos de los abalorios que decoraban su cabello.

Kazuto cayó de la silla, asustado y confuso, huyendo despavorido del lugar casi a gatas, entre tumbos y tropezones. La primera bocanada de luz le hizo sentir que todo fue un sueño, ya no oía las carcajadas ni olía aquella mezcla de tabaco y hierbas hipnóticas. Nada. Se armó de valor para mirar una vez más a su espalda, aun con sus rodillas y manos sosteniéndole endeble sobre el terreno de gravilla.

"Madame, Quinella. Adivina."

—Adivina... y loca —farfulló para sí, terminando de incorporarse abandonando aquel inquietante rincón tan rápido como pudo.

Los primeros toques del ocaso manchaban el cielo anunciando el final del día. El último espectáculo estaba a punto de dar comienzo y los villanos se agolpaban en la puerta de la carpa principal, algo más desinhibidos tras una larga jornada de bebida y comida por los puestos del circo. A la entrada rezaba un cartel:

"¿Preparados para tocar el cielo?"

El espectáculo de equilibristas y acrobacias aéreas era el principal reclamo del circo. Llegaban cantares de otros pueblos sobre lo increíbles y asombrosos artistas del circo, especialmente de la estrella de esa función.

Kazuto se acomodó bastante lejos de la pista principal, con el resto de su clase. Estaba casi al borde del camino que unía el acceso con el centro de la carpa. No era el mejor sitio pero, teniendo en cuenta su situación, seguramente gozaba de una vista más despejada que aquellos ricachones que acomodaban por las gradas.

Las luces se apagaron y el maestro de ceremonias comenzó a introducirlos en la acción. En un instante la pista se convirtió en un campo de batalla épico, caballeros, ogros dragones y magos compartieron una danza en la que simulaban una gran lucha por la salvación de un pueblo sacado de leyendas fantásticas. Él espectáculo no tenía parangón con nada que le joven hubiera visto en la vida, estaba fascinado y paralizado por todo aquello que acontencía ante sus ojos, mientras él, paralizado como por arte magia se mantenía como un mero observador.

Entonces ocurrió algo que lo cambió todo. Como caída del cielo, sujeta por unas telas interminables llegó ella, la "diosa Stacia, la diosa de la creación", así la presentaron. Una hermosa mujer de largos cabellos castaños que rozaban el color fuego del sol, comenzó una danza sobre el cielo de que aquel mundo. Usaba su magia y poder para proteger al pueblo sometido por aquellos guerreros de roja armadura que, sin piedad, la lanzaban lanzas y golpes para someterla. Pero ella, con elegantes movimientos repelía sus ataques en una coreografía majestuosa; sosteniéndose, únicamente, en su fuerza y aquellas telas.

Como si de un rayo oscuro se tratara, el cielo de la carpa se ennegreció súbitamente y un gigante cubierto por una túnica oscura y capucha apareció en escena. La diosa le encaró para proteger a aquel pueblo, a todos los que estábamos viviendo ese momento pues, por un instante, el muchacho notó que su mirada iba dirigida a él, suplicándole que la ayudara. El gigante no se amedrentaba ante sus golpes, algunos incluso del apariencia letal. No había detalle en aquella puesta en escena que no sobrecogiera. En cuerpo de Kazuto temblaba de terror, azorado por el miedo a que aquella joven no sobreviviera. Fue entonces cuando, un mal golpe de su oponente hizo que perdiera el soporte de una de las telas y su cuerpo pareciera precipitarse al vacío. Los gritos se hicieron eco por toda la sala y, en ese instante, Kazuto no pudo más.

En un apoteósico despertar de su letargo, salió corriendo en dirección a la pista. Sus ojos ardían de odio, así que, apoderándose de la espada de atrezzo de uno de los artistas, arremetió contra las piernas de madera del gigante, haciéndolo caer desde la altura de sus zancos de un plomazo sobre la arena. Un gran silenció engulló a los presentes, mientras el joven fue derribado por un puñetazo esquivo de uno de los miembros del reparto. Boca arriba, con un fuerte dolor en el abdomen y la respiración aún entrecortada la vio. Se sostenía sobre la única tela que conservaba y le observaba desde la altura del falso cielo con una sonrisa. En un ágil gesto dejó que su cuerpo se escurriera hasta casi alcanzarle. Su rostro quedó sobre el muchacho y sus largos cabellos le rodearon como un aura protectora.

—Mi héroe —le susurró al tiempo que depositaba un dulce beso sobre la punta de su nariz.

Todos los dolores del muchacho se esfumaron por la virtud de aquella mágica caricia, hasta el punto que no fue consciente de aquellos dos matones que sujetándolo de ambas piernas le sacaron a rastras del centro de las miradas del enmudecido publico.

*

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*

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—¡Basta ya! —su grito, casi inaudible para el muchacho entre tanto golpe, se sintió como un bálsamo para el dolor. Atrapó su rostro entre sus suaves manos y le miró con aquellos divinos ojos de miel. Estaba preocupada, preocupada por él. —Madre mía...., son unos bestias, mira cómo te han dejado la cara. —En un gesto cercano y cariñoso le retiró un lago mechón negro de la cara, estaba empapado en sangre—. ¡Descolgadle y llevadle a mi tienda!

—Pero, señorita Asuna, son órdenes de la jefa, no podemos... —se opuso en un tono preocupado el matón de mayor envergadura. Era evidente que la muchacha tenía cierta posición de poder, sin embargo, la orden de aleccionar al muchacho venía de un poder más alto.

—Asumiré la responsabilidad —se mantuvo firme.

—Pero... —insistió.

—He dicho que asumiré la responsabilidad —su tono, su porte y actitud cambió, era como si, de repente midiera más, como si un extraño poder y fuerza emanaran de ellas.

—Como ordenes.

El matón líder, estaba increíblemente molesto con su intervención. Comenzó a soltar las cadenas que sostenían en el aire al muchacho mientras le golpeaban. Cada gesto o movimiento le hacía estremecerse de dolor, le costaba respirar, ver e incluso oír con claridad lo que sucedía a su alrededor.

Le arrastraron hasta una pequeña pero acogedora tienda alejada del bullicio del circo, la joven de cabellos castaños les seguía. Sin compasión ni mesura le dejaron caer sobre el suelo desnudo. Pudo sentir el nauseabundo aliento de uno de sus verdugos justo antes de irse acercándose a escasos centímetros de su rostro. La sangre le caía por las pestañas, quizá fuera el aturdimiento general, pero hubiera jurado que su nariz era la de un credo y que dos prominentes colmillos sobresalían de entre las comisuras de sus labios.

—No te emociones escoria —farfulló contra su oído—, no saldrás vivo de aquí. Cogió su cabeza y le propinó un fuerte golpe contra el piso. Todo se volvió negro.

Las altas fiebres sumieron al muchacho en delirios entre los que no distinguía realidad del sueño. Sentía el tacto suave de unas manos que le acariciaban y sanaban, mientras un cántico en un lenguaje desconocí calmaba sus temblores; lo que le sumió en un sueño más profundo en el que la encontró a ella.

—Hola, ¿quién eres tú?

La niña le observó desde la rama del roble sorprendida. Llevaba una corta melena de un precioso castaño con tintes rojizos que se intensificaban con el roce de los rayos de sol. Estaba encaramada a la rama, boca abajo, y se reía.

—Soy un hada.

—¿Un hada?

—Si, un hada.

—Las hadas no existen — le replicó el niño, curioso y molesto por su actitud aparentemente burlona.

— Entonces, ¿qué soy yo si no soy un hada? — río mientras continuaba haciendo cabriolas entres las ramas.

—Una niña loca, que confunde la realidad con los cuentos.

La pequeña rompió a reír, mientras se dejaba caer de un salto del árbol. Se acercó a él.

—Creo que el único loco aquí eres tú, que no eres capaz de ver más allá de lo que tienes delante...

Se acercó tanto que sus rostros apenas se separaban por un palmo. Entonces el muchacho no pudo creer lo que sucedió, sus ojos, aquellos ojos de un dulce tono miel de la niña se tornaron de un azul intenso. El jovencito dio un salto hacia atrás asustado, cayendo de bruces sobre la hierba.

—Brujería.... —farfulló.

—No, magia —le corrigió la chiquilla, al tiempo que le dedicó una preciosa sonrisa —magia de hadas.

—¿Vas a hacerme daño? —seguía asustado, sin embargo, no podía dejar de mirarla. Era la niña más preciosa que jamás hubiera visto. Sintió que todo su mundo se zarandeaba, pero que, por una extraña razón, no quería dejar de mirarla.

"Ya estoy harto de tus tonterías, regresa a casa o atente a las consecuencias"

La voz profunda y autoritaria de un hombre se oyó no muy lejos.

—¡Oh, no! —la niña se abrazó al muchacho quedando acurrucada entre sus brazos que, por instinto, la acogieron. —Ayúdame, quieren atraparme.

—¿Quienes? —la preocupación en su voz sustituyó a cualquier atisbo de miedo. Su tacto, su olor, le insuflaban una agradable sensación de paz.

—Ellos, mi familia, quieren atraparme, no les gusta que salga a pasear.

—¿Atraparte?

—Si, allí. —La joven señaló a lo lejos, a un gran pico que sobresalía entre los árboles. Un tejado extraño de colores y telas.

—No dejaré que lo hagan. Te protegeré siempre, como un héroe.

La muchacha le sonrió con tal dulzura que sintió la caricia recorrer toda su espalda. No entendía nada, si bien, una asfixiante necesidad de protegerla se apoderó de él.

El escenario del sueño cambió sin sentido, la niña de ojos de hada se fue desvaneciendo entre sus brazos, mientras aquellos extraños cánticos regresaban, llevándole a las profundidades más oscuras de su subconsciente, se sintió gritar, desgañitarse, sin que ningún sonido saliera de su boca, la perdía, perdía su visión entre penumbras y su recuerdo, si es que alguna vez fue real.

Cuando despertó la oscuridad de la noche alcanzaba el interior de la austera tienda. La muchacha no estaba y, para su sorpresa, tampoco sus heridas. Palpó todo su cuerpo confundido, ¿acaso había muerto?

Unas voces provenientes del exterior llamaron su atención, así que, sin pensarlo, salió en su busca, si aquel era su camino hacia el purgatorio, lo mejor era comenzarlo cuanto antes. Total, los pobres como él estaban sentenciados desde nacimiento, así se lo habían enseñado.

No muy lejos de la tienda, en un claro del bosque encontró a los miembros del circo, rodeando con su presencia a dos figuras que, en su interior, se enfrentaban. Agazapado, se coló entre el gentío, hasta alcanzar casi la primera línea. Cual fue su sorpresa al descubrir en el centro del círculo a la diosa, la joven acróbata que le rescató, arrodillada suplicante ante... No lo podía creer, ¡la vieja, era la vieja adivina, que vaticinó su muerte!

—Asuna, has incumplido la norma más sagrada de nuestro clan. Escondiste a un humano, desobedeciendo mis órdenes —su voz sonaba diferente, siseante y seductora, nada que ver con la voz cascada propia de su anciano aspecto.

—Mi señora Quinella, lo lamento. Pero no podía, no podía dejarle morir, él, él me salvó.

—¡Calla insolente!—la gritó al tiempo que con una bofetada la hacía perder la estabilidad y caer a un lado —. ¿Salvarte de qué? Ese insensato fue estúpidamente seducido por ti, como en cada pueblo que visitamos, solo que este fue el Rey de los estúpidos y casi mata a uno de los nuestros en su locura. Y, tú, lejos de asumir las consecuencias de tus actos, te revelas contra mí, contra tu pueblo, para salvar a ese... ese ser inferior.

—Mi Señora yo...

—¡Silencio! —la interrumpió súbitamente, oscureciendo su voz de una forma tenebrosa —Tu osadía la pagarás con el mismo castigo que él merece: la muerte.

Kazuto sintió una punzada en el pecho de dolor, aquella muchacha, aquella muchacha estaba arriesgando la vida por él, un paria que no merecía nada. Esa vieja loca tenía razón, él no podía permitir aquello, no podía permitir que muriera por él. Ella, el ser mas maravilloso del mundo. Su pérdida no tendría parangón, muy al contrario de la de él, un sin nadie...

Mientras el muchacho se debatía entre la angustia de ver a la joven asumir su castigo y cómo reaccionar, la vieja agarró a Asuna por el cuello alzándola en el aire. Su cuerpo, aquel cuerpo enclenque comenzó a trasformarse mientras las hojas, el aire a su alrededor y la luz parecía seguir un baile mágico. El resto de los allí congregados comenzaron a emitir un canto suave, similar al que Kazuto había oido en sus delirios cuando sanaba. Los cabellos blancos de la dama se transformaron en una larga cabellera violeta, su cuerpo rejuveneció por arte de magia, mientras los harapos con los que lo cubría se desprendían, dejándola en la más absoluta desnudez. Mientras, su ojos se tornaron de un amarillo intenso y, al unirse al cántico, algo extraño sucedió. El cuerpo de Asuna se transformó, igualmente, su larga cabellera se volvió de un intenso azul cían, al tiempo que dos alas de libélula crecieron en su espalda. Un aura de esas extrañas fuerzas sobrenaturales la envolvió, era como si su fuerza vital estuviera siéndole arrebatada. Kazuto no pudo más.

—¡Basta! —gritó, saltando al círculo para acabar con aquella abominación.

—¡Ja, ja, ja! —rió la bruja, al tiempo que arrojaba el cuerpo devastado de la muchacha a un lado.

Kazuto fue a su encuentro, arropándola entre sus brazos.

—Perdóname Asuna, perdóname, nunca debí permitir que llegara a este punto —la abrazó, acunándola contra su cuerpo.

—Mucho has tardado en aparecer muchachito... —le interrumpió Quinella.

—No sé qué pretendes bruja, pero te aseguro que no te permitiré que la toques un solo pelo —la enfrenó reflejando la furia en sus ojos.

—Eso tiene fácil solución —sinuosa se acercó a la pareja—, cumple tu promesa.

—¿Mi promesa? —por un momento no recordó muy bien a qué se refería, pero pronto el desagradable incidente de aquella tarde llegó a su memoria—. De acuerdo.

—Entrégame tu nombre.

—¿Mi nombre? —aquella demanda le pareció extraña. ¿Sólo eso? Su mísero nombre. No entendía nada, pero poco le parecía cualquier cosa con tal de salvarla—. Es todo tuyo.

Las risas de todos los allí congregados casi aplacan su voz.

—No lo hagas —con un hilo de voz, Asuna, que había despertado, le suplicaba—, si lo haces te atrapará en este circo para siempre.

—No me importa —le contestó con firmeza. Sus miradas se cruzaron, llenas de amor, un amor que traspasaba mundos. Por alguna extraña razón, desde que la vio se sintió conectado a ella, como si su mundo no hubiera tenido sentido hasta ese momento. Qué mas le daba a un paria como él quedarse en ese lugar, su vida hasta entonces no había sido mas que una lucha por sobrevivir para encontrarla—, solo quiero estar contigo. Y si algún día tenemos que huir, lo haremos juntos.

Ella le sonrió y, aquel gesto, le bastó.

—Espérame aquí. ¿De acuerdo?

Se levantó, acercándose a su destino.

—¿Qué tengo que hacer? —le exigió saber a la Señora de aquel circo.

—Ven...

El coro fantasmagórico regresó, mientras ella, atrapaba la barbilla del joven entre sus finos y afilados dedos. Sus ojos, al igual que había pasado antes con Asuna, se llenaron de una intensidad que daba auténtico pavor, pero él se mantuvo firme, enfrentándola.

—Dilo...—susurró pero Kazuto no entendía bien qué pretendía—¡Di tu nombre! —terminó gritando al tiempo que aquella magia se acentuaba, envolviéndolos.

—Mi nombre es Kazuto Kirigaya —contestó, también alzando la voz, pues el ruido de las voces, hojas y viento que les empezó a elevar por el aire, casi no le permitían oírse a sí mismo.

Algo se escapó de su interior, algo de lo que ella se alimentaba, mientras su risa diabólica disfrutaba de la trama a la que, evidentemente, le había abocado. Lo que no sabía es que él era consciente de ello y, tarde o temprano se las haría pagar, pero antes se había prometido poner a Asuna a salvo.

El cántico se intensificó y le pareció oírla decir: "ya eres mío", justo antes de ser arrojado al cuelo casi inconsciente.

Cuando despertó no quedaba nadie allí, solo Asuna. Tenía su cabeza sobre su regazo y le acariciaba el cabello.

—Por fin despertaste —le sonrió—, estás loco, no debiste, no debiste hacer eso por mi. —Su rostro se ensombreció de tristeza y aquello casi parte el alma del chico.Aún así, seguía siendo igual de preciosa. Se incorporó para quedar frente a ella.

Seguía con ese aspecto extraño de hada, larga cabellera azul, orejas puntiagudas y...ojos azules, aquellos ojos que había visto en sus sueños. Pero no habían sido sueños, de algún modo, en ese momento recordó todo con claridad, aquel encuentro fue real.

—Bueno, prometí protegerte siempre, ser tu héroe.

La joven le miró extrañada, como si no esperara esa respuesta.

—¿Lo recordaste?

—¿Eras tú verdad? —Ella asintió avergonzada. —De repente lo recuerdo todo, es como...

—¿Si hubiera sido borrado? —le interrumpió con una sonrisa cómplice—. Ahora eres uno de los nuestros, es normal que la magia ya no tenga efecto en ti. Fue necesario borrarte la memoria o...

—O descubriría su secreto, lo entiendo —la calmó—, aun así, si llego a saber que el precio era solo un nombre y poder quedarme contigo para siempre, lo hubiera entregado antes. Qué importa ser K...kk...

Algo ocurría, no podía pronunciar su nombre. Miró asustado a Asuna.

—¡Lo siento mucho!—rompió a llorar contra su pecho.—No quería, yo no quería...

—¿Qué sucede Asuna? Explícame, no llores, por favor.

—En nuestro mundo, entregar tu nombre es entregar tu alma terrenal. Has dejado de ser humano, perteneces al mundo de las hadas. Por el día, podemos esconder nuestra verdadera naturaleza y conseguir dinero, comida y lo que nos apetezca de los humanos pero...

—Pero al caer la noche, volvéis a vuestro ser, ¿no? —Su reacción sorprendió a la muchacha, esperaba que se enfadara, que la odiara por haber perdido su humanidad, el mundo que conocía. Sin embargo, él la sonreía divertido, ¿acaso era un loco? —¿Y tendré alas?

—Eh... ya las tienes, igual que orejas de elfo.

El muchacho no era consciente de todos los cambios que había sufrido su cuerpo tras la transformación, así que, sorprendido se levantó, intentando observar sus alas, como un perro que persigue su cola, sin dejar de palparse las orejas, a falta de un lugar donde reflejarse.

—Un momento...¿no tendré hocico de jabalí como el matón de antes no?

La joven hizo un pequeño silencio, buscando engañarle, pero no pudo resistirlo y rompió a reír al ver su cara de estupor.

—Muy graciosa... —se volvió a dejar caer a su lado.

Ambos se miraron, notando un escalofrío recorrerlos el cuerpo. Él la miraba como nunca antes la habían mirado. Ella le hacía sentirse vivo por primera vez. Apartó un mechón suelto que baila frente a su vista y aprovechó para acariciar su rostro.

—Eres preciosa... —le susurró y el rubor se hizo dueño de las mejillas de ambos.

—Siento que hayas perdido todo por mi culpa, de veras... —insistió apenada aún. Nunca antes nadie había hecho tal sacrificio por ella. Ella, solo era un peón más del circo de aquella bruja.

—Pues yo siento que lo he ganado todo —le respondió y, sin esperar a que ella pudiera continuar, le robó un beso. Al que siguió otro, mas suave, mas compenetrado entre ambos. Piel con piel, mientras el dulce sabor de sus lenguas se abría paso, entre caricias que siempre habían pertenecido a ese momento.

Aquellas dos almas se habían encontrado a pesar de pertenecer a mundos diferentes. El destino no siempre era cruel, a veces, a veces también devuelve lo que quita.

—Oye...—la muchacha se separó por un momento, dejando en pausa la ofrenda de amor y caricias de su enamorado—, tenemos que buscarte un nombre.

—¿Ahora?

—Si, ahora —rio consciente de lo que le había turbado su demanda.

—Si elijo uno, ¿puedo volver a besarte?

Ella se sonrojó, pero asintió sin dudarlo.

—Entonces...—dudó unos segundos—te gusta... ¿Kirito? Sería una combinación de mi antiguo nombre, así, de algún modo, sentiría que no lo robó del todo.

—Me encanta, Kirito, mi Kirito-kun —le sonrió y antes, de que pudiera darse cuenta, ya le estaba robando otro beso.

******FIN******

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