Cap. 1: Bienvenido, señor Kira

Narra Kira

Sólo hay oscuridad a mi alrededor. Me siento flotar en la nada, mientras mis recuerdos se mezclan en mi mente, perdiendo sentido y noción.
Aún puedo acordarme de los hechos más recientes. El idiota de Josuke y sus amigos, Hayato, aquel mocoso malcriado... Shinobu, la mujer de la cual fingía ser esposo... Y la chica del cabello rosa y ese maldito callejón embrujado.

¿Por qué tenía que sucederme esto a mí? Yo sólo quería tener una vida tranquila... Supongo que en parte me lo he ganado, tendría que haber sido más cuidadoso.

Una repentina luz se hace visible al frente, en la lejanía. Poco a poco va haciéndose más grande, más cercana...
Me veo cegado por la intensidad de dicha luz, y debo parpadear un par de veces para que mis ojos se acostumbren a la nueva iluminación. El entorno comienza a cobrar sentido a mi alrededor, y me descubro de pie en el medio de una gran avenida.

Esta ciudad... no es Morioh. No puedo reconocer en dónde estoy parado, y cierta desesperación comienza a apoderarse de mí...
¿Dónde diablos me encuentro?

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Narra (T/N)

Ah, Tokio... la horriblemente grande ciudad japonesa que todos los turistas quieren conocer. Pero cuando vives allí, descubres que nada es tan fácil como se piensa.
No soy completamente japonesa, podría decirse. Mi madre vino hace muchos años de viaje, y terminó enrolada con un japonés, con el cual se casó. Y sí, ese japonés es mi padre. Mi madre consiguió la nacionalidad japonesa, y al final nunca se marchó. Y luego, nací yo.

Bueno, pero la historia de mi vida no viene al caso ahora.
Me encontraba de camino a una tienda a la salida del trabajo. Debía reabastecer mis alacenas, que hace bastantes días que las tenía abandonadas.
Ahora que me había mudado sola (finalmente), había descubierto lo complicada que era realmente la vida de una adulta. Por suerte tenía un trabajo, que me aportaba las suficientes ganancias para pagar la renta y comprar comida. Pero nada más.
¿Veía un vestido que quería comprarme? Nop, no alcanza el dinero.
¿Quería un nuevo par de zapatos? Ni en sueños.
¿Salir a comer con amigos? Claro, y luego no podría comprar víveres por una semana.

La vida es difícil. Mis padres querían convencerme de que todo mejoraría una vez que conociera al "amor de mi vida" y asentara cabeza con él. Sí, porque enamorarme, casarme y tener hijos arreglaría todo, ¿verdad? Ya no tendría que pagar cuentas, ni ir al trabajo, ni salir a comprar los víveres.
Pero bueno, cuando a los padres se les mete algo en la cabeza, es difícil convencerlos de lo contrario.
Y de hecho, mis padres estaban bastante obsesionados con que yo encontrara una pareja. Y eso se debía a que yo jamás me había interesado seriamente por nadie. No era que no me interesaran los hombres ni nada de eso, lo que sucedía era que no tenía tiempo para preocuparme por un noviazgo.
Primero, habían sido mis estudios universitarios (que no fueron para nada sencillos), y ahora, con mi trabajo, estaba hasta el cuello con cosas para hacer.

Me había graduado de técnica informática, y ahora me encontraba metida en una oficina, tecleando ruidosamente durante gran parte del día. Y lo peor: todos en la oficina nos veíamos igual de tristes y desgraciados.

Pero bueno, al final terminé hablando otra vez de mí misma... Mejor será que regrese al tema en cuestión.
Me encontraba de camino a la tienda de víveres, rumiando para mis adentros algunos insultos que me gustaría poder decirle a mi jefe, cuando oí cierto tumulto a algunos metros delante. Observé con curiosidad, y pude ver a un extraño sujeto parado en el medio de una avenida, sin mover un músculo.
La luz del semáforo estaba en rojo, pero sabía que no tardaría en cambiar. Los autos tocaban sus bocinas con insistencia, sin lograr que el tipo se apartara del medio.

Como buena ciudadana que soy, sentí que era mi deber ayudar, tanto al sujeto como a los automovilistas que estaban allí. Corrí lo más rápido que pude, esquivando gente por aquí y por allá, hasta que finalmente logré llegar hasta la avenida.

-¡Oiga, debe salir de la calle! ¡La luz está a punto de cambiar!- le grité desde cierta distancia, señalándole el semáforo.

El sujeto me observó extrañado. Noté que estaba elegantemente vestido, y vi que su cabello era bastante peculiar. Era completamente blanco, a excepción de algunos mechones negros que sobresalían. Sus ojos eran negros, y se notaban fríos y calculadores. Pero había algo en su mirada, algo perturbador que no lograba definir del todo...
Finalmente decidí acercarme a él y escoltarlo hasta la acera, donde ambos estaríamos a salvo.
Caminé en su dirección y me situé a su lado.

-Señor, venga conmigo- le pedí, tomándolo del brazo y obligándolo  venir conmigo.

No me tomó demasiado convencerlo, ya que a los pocos instantes habíamos llegado al otro lado de la calle.
Realmente no fue un rescate heroico ni nada de eso. No tuve que saltar frente a un auto y empujar al tipo para salvarlo, pero supongo que esas cosas no son algo que pase muy a menudo. De cualquier forma, fue divertido imaginarme como toda una heroína...

-Ey, ¿me estás escuchando?- me preguntó el peliblanco, acercando su rostro al mío.

Estaba tan perdida en mis pensamientos, que ni siquiera había notado que me estaba hablando.

-¿Eh? Lo siento, ¿qué decías?- indagué.

-Te estaba preguntando qué es este lugar- soltó, observando con desconfianza a su alrededor.

-Pues, yo diría que este lugar es una ciudad, ¿no le parece?

-Sé lo que es, mujer. Es sólo que... no sé dónde estoy.

Él parecía realmente desorientado. Tal vez había sufrido un golpe en la cabeza o algo así. ¿Debería llevarlo a la estación de policía?

-Estamos en Tokio, señor- le informé.

Su expresión se contorsionó en una mueca de sorpresa y duda.

-No, eso no puede ser posible. Hace un momento yo...- se interrumpió, y se dedicó a observarme cuidadosamente -. Tú no eres japonesa.

Rodé los ojos. Sí, casi todo el mundo me confundía con una occidental, ya que había sacado los rasgos más parecidos a los de mi madre que a los de mi padre.

-Soy japonesa, pero eso no es lo que importa ahora... ¿Usted se encuentra bien? ¿Se golpeó la cabeza o algo así?

-No. No lo creo. Pero yo debería encontrarme en Morioh ahora mismo...

¿Morioh? Jamás había escuchado sobre ese sitio. Lo mejor sería dejar a ese sujeto a solas, no parecía estar demasiado bien de la cabeza. Si necesitaba ayuda, mejor que fuera a una estación de policía.

-Señor, debo irme. Tenga cuidado al cruzar las calles la próxima vez.

Y con eso, emprendí la marcha. No volteé la mirada en ningún momento, pero sentí que el tipo estaba siguiéndome. Traté de no alarmarme, y continué con paso apurado hasta que llegué a la tienda. Una vez adentro, me mantuve escondida entre las góndolas hasta que lo vi seguir de largo. Tal vez no me estuviera siguiendo, después de todo...

Hice mis compras, y salí. Prácticamente me había olvidado del sujeto, por lo que retomé mi camino a casa sin preocupaciones.
No fue hasta que llegué, metí las llaves en la cerradura y abrí la puerta que me di cuenta de que estaba equivocada. El sujeto sí me había seguido.

Mientras abría la puerta, sentí que una mano me tapó la boca desde atrás, y una voz grave me dijo que no intentara nada.
El terror me paralizó, y las bolsas de alimentos terminaron desperdigadas por todo el suelo. El tipo me llevó hasta el interior de la casa, y cerró la puerta de una patada.
Las lágrimas se agolparon en mis ojos. ¿Ésto era lo que ganaba por haber ayudado a un tipo a cruzar la calle? No quería ni imaginarme las cosas que haría conmigo a continuación...

-Mantente en silencio, o te haré volar en pedazos- me amenazó, mientras me soltaba lentamente.

Me alejé lo más que pude de él y busqué con la mirada algo que pudiera servirme de arma. Sólo encontré un viejo velador de mesa, que estaba junto al sillón del living.

-¿¡Qué diablos quieres!? ¡No tengo dinero ni nada de eso, así que márchate!- le grité.

-No quiero nada de eso. Sólo necesito que me ayudes a regresar a Morioh- me contestó él, sereno e impasible.

Me quedé perpleja, apuntando hacia él mi velador.

-No sé qué diablos es eso, y menos voy a saber dónde queda.

-Dijiste que estábamos en Tokio. Debe haber algún tren que lleve hacia la ciudad de Morioh.

Pestañeé varias veces, e hice memoria. Pero no recordaba haber oído jamás de una ciudad con ese nombre.

-No hay ninguna ciudad llamada así. ¡Vete de mi casa!- solté.

Ahora él era quien estaba perplejo. Se cruzó de brazos y se acercó a mí con paso lento. Las piernas me temblaban, y retrocedí como pude a medida que él avanzaba.

-Oye niña, hagamos un trato. Me iré si me ayudas a encontrar un medio de volver a Morioh- me dijo, mientras se ponía frente a mí.

El hombre me tomó del mentón en un rápido movimiento, sin darme tiempo a reaccionar, mientras que con la otra mano me quitaba el velador.

-¿Qué dices? ¿Me ayudarás, o prefieres acabar hecha pedazos?- insistió.

¿Qué podía hacer? Sin más remedio, asentí con la cabeza, siendo aún sujetada por el desconocido.

-Bien. Mi nombre es Yoshikage Kira. Y tú eres...- me hizo un ademán para que hablara.

-(T/N)...- musité, temerosa.

-(T/N). Trataré de recordarlo. De cualquier forma, espero no tener que hacerlo. No quiero pasar ni un segundo más en esta pocilga...

Y dicho eso, el sujeto me soltó y dejó el velador en dónde pertenecía. Luego, tomó asiento tranquilamente en mi sofá.

-Trae un mapa, te mostraré dónde queda Morioh. Y prepara café, ¿quieres?- me ordenó, petulante.

Básicamente me encontraba secuestrada en mi propia casa, por este malnacido llamado Kira... Tendré que ayudarlo cuanto antes, sólo así podré hacer que se vaya...

To be continued ------->

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