XVII

Emma pudo reconocer a los hombres de la Camorra apenas llegaron.

Entre todo el mausoleo repleto de blanco —estaba claro que la boda se celebraría en los jardines, tal y como le había dicho Ana: Nicola no permitía la entrada a nadie a la casa a no ser que fuera estrictamente necesario— destacaban con ropas negras. Él único que llevaba una pieza blanca era, quien Emma asumía, Alessandro Visconti, el hermano del Capo y el novio. Llevaba una flor blanca en el bolsillo del traje negro, al igual que el hombre a su lado, alto e imponente. Ambos tenían una belleza cruda y mortal. Ambos dirigían Chicago: Matteo y Alessandro.

Emma los observó con mucha más precaución de la que quería. Ambos platicaban con Nicola y a pesar de la formalidad, Emma podía sentir la tensión en el aire. Eran lideres y asesinos con complejo de reyes platicando entre ellos.

Emma miró un poco más a Matteo mientras se acercaba y al vacío junto a él.

Había llegado hace poco. Que la boda se oficializase en la tarde del sábado le había permitido el tiempo para pasar la mañana con Julia Bianchi. Julia solo tenía apenas diecinueve años, pero poseía una determinación la mirada que casi había entumecido a Emma: ella estaba dispuesta a casarse con Alessandro como si se tratase de una misión con la familia. Emma había estado observando como todas las tías y primas de Nicola la arreglaban como una muñeca y cuando no aguantó más, tuvo que irse.

Ella era como Julia, prometida a alguien sin realmente saberlo y elegirlo. Pero Nicola... Nicola se sentía distinto.

Se había sentido distinto la noche anterior cuando se escabulló a su habitación y se detuvo en su puerta por segundos, quizás minutos, solo debatiendo ante la habitación cerrada. Pero entonces, cuando Emma se adentró y lo encontró ahí, revisando un par de papeles sobre la cama, mirándola con los iris oscurecidos en cuanto la encontró, recorriendo su cuerpo con esa fascinación que solo Nicola le entregaba... ella no pudo evitar lanzarse a sus brazos, tal y como había hecho la noche anterior a esa y acurrucarse contra su cuerpo, sintiéndolo enteramente, entregándose a él a la sensación de absoluta tibieza que la envolvía cuando tocaba su piel.

Y Nicola se había sentido tan bien. Cuando él la abrazó con fuerzas, cuando le permitió acomodarse en su regazo. Cuando la envolvió con sus brazos mientras Emma se enterraba en el hueco de su cuello y los acomodó a ambos en la cama, envolviéndola con la manta, acomodándola contra su cuerpo. No hicieron más que besarse. Ni siquiera necesitaron hablar. Emma la tocó, acarició sus cicatrices, intento contarlas y se detuvo cuando se dio cuenta de que eran demasiadas. Cuando él la tocó entera y completamente, como si fuera la primera vez, como si descubriera su cuerpo —como si no la hubiera deshecho en placer ya—... y Emma no dudó cuando cedió, cuando se entregó en suspiros de gusto y cuando tembló sobre sus piernas, las manos de Nicola llevándola al cielo.

Nicola solo la observó, todo el tiempo, la mirada gris tomándola con esa fascinación y tormento. Con deseo y desesperación. Y con algo más... siempre, más.

Él la miraba a veces como si creyera imposible que ella estuviera ahí. Otras, como si fuera lo más hermoso que alguna vez hubiera visto.

Y cuando Emma había despertado en su cama, en sus brazos y le había susurrado que por favor tuviera cuidado hoy, él la había besado como si tuviera miedo de que pudiera romperla.

Entonces, Nicola no se sentía en lo absoluto como si Emma no tuviera elección al estar con él.

Mientras ella se acercaba a él con el guardia que le había asignado —para su sorpresa, Sandro estaba en ese equipo— ya no tenía duda de eso.

Cuando se detuvo a su lado, ambos hombres ya la habían percibido. Los ojos de Nicola la encontraron de inmediato. Emma se dio cuenta de que siempre lo hacían. Siempre la encontraban. Ella tomó el brazo que él le brindó y deteniéndose a su lado, miró a los dos hombres frente a ella.

La intimidaban, con su altura y complexión, con el peligro que ambos desprendían. Pero Emma vivía con un monstruo, así que no permitiría que otros dos la asustaran.

Por lo tanto, ladeó la cabeza y murmuró suavemente:

—Buenas tardes, señores.

Ambos hombres parpadearon una vez y ese fue el único símbolo de sorpresa que Emma obtuvo de ellos.

Nicola hizo las presentaciones, confirmando la sospecha de Emma:

—Matteo Visconti, Emma Calvari. Mi prometida. Y Alessandro, quien viste en la fiesta de compromiso —Emma se ahorró el tener que decir que no había visto a Alessandro porque estaba ocupada librándose del camorrista que había intentado intervenir por ella. Ya casi tenía el suceso olvidado. En lugar de ello, asintió. Murmuró una suave felicitación a Alessandro y luego miró a Matteo.

—¿Dónde está mi hermana?

Sintió a Nicola tensarse cuando Matteo la miró. Era alto, casi tanto como Nicola, por lo que Emma alzó la mirada para clavarla en sus ojos.

Matteo sonrió pequeñamente cuando contestó:

—Le era imposible viajar con un embarazo de seis meses. Pero me envió un mensaje para ti, algo sobre felicitaciones por el compromiso. Julieta aún tiene la increíble inocencia de verme como su mensajero —la sorpresa estalló en Emma y ella tuvo que agarrarse de Nicola para estabilizarse.

—¿Julieta está embarazada? —dijo casi sin aliento. Dio un paso hacia Matteo, la emoción abarcándole el pecho—. Dios mío. ¿Es un niño a una niña?

La sonrisa de Matteo perdió ese filo violento y tenso cuando respondió:

—Un niño.

Emma se llevó la mano al pecho, sintiendo una emoción profunda ahí.

—¿Cuándo puedo verla?

Cualquier suavidad en el rostro del Capo de Chicago se borró al instante y una capa dura cobró vida en sus ojos. Era letal. Eso hizo que Emma se diera cuenta de que, cando el Capo habló de su hermana, lo hizo con una suavidad casi lenta, pero al mismo tiempo, depredadora y posesiva... la forma en la Nicola hablaba y miraba a Emma.

Entonces, Julieta tenía al Capo de Chicago. Aquello casi la hace sonreír.

Y, dios. Su hermana embarazada.

—Julieta no puede salir de Chicago —y miró a Nicola, tenso. —Creo que puedes entenderlo.

—Es peligroso, Emma —dijo Nicola, quien se había mantenido en un silencio tenso en todo momento. Probablemente esperando que, ante la más mínima mirada hacia Emma, dispararle al Capo.

—Yo puedo ir a verla —dijo, sin pensarlo pero con convicción—. No la veo en años. Quiero verla antes del parto.

Sintió a Nicola quedarse rígido. Él y Matteo compartieron una mirada, una de Capo a Capo. En todo momento, Alessandro se mantuvo en un silencio cuidadoso junto a su hermano. Poseía la misma mirada de Andros, quien observaba todo el intercambio desde cerca. Como si, ante la más mínima amenaza, ellos ya tendrían su arma afuera, sin seguro y con el dedo en el gatillo.

—Tendrás mi palabra de que si tu prometida visita Chicago, lo hará con mi absoluta protección. Es una promesa.

Nicola dio un movimiento con la cabeza, tenso aún.

—No esperaba menos.

Matteo miró a Emma.

—Puedes visitar a tu hermana cuando desees. No tendría opción, de todas formas.

Emma asiente, respirando con alivio. Lanza una mirada a Nicola, quien no ha dejado de sujetarla, sin permitirle alejarse de su lado. Nicola se acerca y deja un suave susurro en su oído:

—Luego lo hablamos.

Emma mira a Matteo.

—¿Lo sabe nuestro hermano? —pregunta.

—Agradecería que no se lo dijeras. Julieta solo quería que tú lo supieras.

Aunque Emma está sorprendida, siente a Nicola asentir.

—Mantendremos silencio.

Matteo asiente, y ese es una especie de gesto de agradecimiento corto. Emma mira entre ambos, dándose cuenta de que entre ambos Capos existe una especie de respeto más infundada que por la boda. Hay algo que ninguno de los dos está contando.

Ella carraspea y retrocede, murmurando:

—Iré a ver cómo está la novia —eso toma la atención de Alessandro, quien la mira tal vez por primera vez desde que Emma se presentó. Pero él no dice nada, solo la observa retirarse. El silencio queda tras Emma.

Ninguno de ellos es consciente del caos a punto de desatarse.

(...)

Julia Bianchi había desaparecido.

Las tías y prima de Nicola gritaban y corrían por toda la gran casa. Los nervios y el terror inundaban el aire y entre gritos y el llanto de la madre de Julia, Emma apenas pudo entender cuando la madre le gritó a Nicola:

—¡Se la han llevado!

De ahí, la familia entera se había vuelto caos. Los hombres salieron a recorrer la casa con armas desenfundadas mientras Nicola informaba a los hombres de la Camorra.

Emma no se lo podía creer. Agarrada al brazo de Elio, que la conducía a toda prisa hacia donde estaban los capos, preguntó:

—¿Cómo se la pudieron haber llevado de la propia casa?

Elio negó, su expresión mostrando la preocupación con líneas tensas en su rostro:

—No lo sabemos. Pero no hay rastro de ella. Es como si simplemente se hubiera esfumado del aire.

A quien primero vio Emma fue a Klaus, quien llevaba el traje revuelto, como si alguien le hubiera estrujado fuertemente la camisa. La expresión enfurecida, más la postura tensa, le advirtió a Emma que no había un buen indicio de lo que ocurría dentro del despacho.

Matteo y Alessandro estaban sentados frente a Nicola. Matteo se inclinaba y, mientras Nicola y él hablaban, Andros permanecía de pie junto a la puerta. No había rastro de Dante. Cuando Emma entró, alcanzó a escuchar:

—¿Me estás diciendo que se roban a la prometida de mi hermano en tu propia casa, bajo tu protección y tú no tienes ni la más mínima idea de quien puede ser? —Matteo se inclinó hacia delante, la postura firme, los músculos tensos bajo el traje demostrando que, como todos los hombres en la sala, bajo el traje caro se escondía una bestia—. ¿Quieres jodidamente jugar este juego, Nicola?

—Siento interrumpir —murmuró Emma, sintiendo el corazón correr con prisas cuando ambos capos la miraron. Los ojos de Nicola se oscurecieron y él de inmediato le lanzó una mirada a Elio, y Emma sabía que él le iba a ordenar que se fuera, por lo que antes se lanzó, diciendo— Hablé con todas las mujeres. Julia salió a los jardines a esperar a su padre para encaminarse al altar cuando desapareció. Nadie la vio irse y mucho menos con alguien desconocido alrededor. De hecho, no estuvo con más nadie en la familia.

—¿Qué mierda significa eso? —ladró Matteo.

Alessandro estaba tan quieto que a Emma le daba escalofríos. Él simplemente observaba, sentado frente a su hermano y Nicola, con un vaso de whiskey servido.

—Significa que quien se la llevó ya estaba aquí —responde Nicola y sus ojos buscan a Emma. Ella reconoce en él una furia fría y además, preocupación. Pero más que por la situación, él parece preocupado por ella. Le lanza una mirada a Elio y masculla: —Llévate a Emma.

—Me prometiste una maldita boda, Bianchi —masculla el Capo de Chicago y la tensión de la habitación incremente cuando ambos capos se miran— ¿Dónde mierda está la novia? No voy a tolerar que la huida de una chiquilla sea una falta de respeto.

—Julia no huyó —Emma se encuentra diciendo, casi sin dudarlo. La mirada de Matteo la encuentra y Emma sabe que Nicola la está mirando con esa ira reprimida en los ojos, exigiéndole que se calle y se largue, pero ella no lo hace. En su lugar, dice: —La encontré esta mañana. Estaba completamente segura de casarse. Lo sé.

—Entonces se la llevaron. ¿Quién mierda fue?

Nicola se mantiene en silencio durante segundos en los que Emma siente que podría ahogarse con la tensión cortando el aire. Pero entonces, él murmura:

—Tenemos un traidor entre nosotros —Emma se queda quieta de sorpresa, mirando a su Capo observar al otro hombre a los ojos, de monstruo a monstruo. Que Nicola declare eso ante la Camorra significaba que ya no tenía sospechas de ellos... eso estaba claro. La Camorra no se arriesgaría a secuestrar a una mujer Bianchi en su propio territorio. Era un fallo al honor, y por todos los dioses, los hombres de mafia vivían por ese maldito honor. Pero que alguien lo hiciera significaba algo más.

Los jefes de Chicago parecieron llegar rápidamente a la misma conclusión, porque Matteo se inclinó hacia adelante, murmurando:

—Un traidor a la Cosa Nostra se llevó a prometida de mi hermano —se llevó una mano a la barbilla, rascándose la mandíbula cubierta por una barba. Luego observó a Nicola, de capo a capo—. Quieren quebrar la alianza y ponernos en contra.

—Si. Quieren que vayamos a la guerra entre nosotros.

—Joder —masculló Klaus.

—Continuemos con la boda —pronunció Alessandro por primera vez. Emma lo observó, sorprendida—. Envía a otra de las mujeres de tu familia al altar.

Matteo no pareció inmutarse.

—La tregua continua con la boda. Mis hombres esperan vernos llegar con una siciliana tomada del brazo para poder empezar a recuperar las rutas entre el norte y el este. A partir de ese momento empezará el comercio que hemos establecido. No nos importa la maldita mujer. Solo envía a una Bianchi al altar.

La franqueza de Matteo hizo que a Emma se le congelara la piel, horrorizándola. ¿Ese era el marido de su hermana? ¿El que hablaba de las mujeres Bianchi como si fueran un maldito accesorio con apellidos?

Nicola lanzó una mirada hacia Klaus. Luego a Elio, quien continuaba detrás de ella, protegiéndola discretamente, porque Emma sabía que, desde el momento en el que habían entrado, había puesto la mano sobre su arma, evaluando con ojos discretos a los soldados de la Camorra que como él, respaldaban al Capo.

Elio no tardó en responder:

—Ninguna de nuestras primas aún no están en edad de casarse. Solo Sofía.

Algo recrudeció en los ojos de Nicola. Él miró a Alessandro.

—Sofía es la hija de uno de mis tíos que maté apenas tomé el mando. Hija de traidor.

Emma intentó rebuscar en su memoria el rostro de alguna de las primas de Nicola. Buscando alguna que estuviera en edad de casarse. No recordó a ninguna.

Pero en ese momento llamaron a la puerta del despacho. Emma casi se tambalea cuando una joven, tal vez un año o un poco más menor que ella, se adentró en la sala. Tenía una belleza casi inocente, con la piel clara y los cabellos del castaño oscuro de los Bianchi... y los ojos claros, casi verdes.

—Con su permiso, Capo, me disculpo por escuchar su conversación e interrumpir —murmuró, la voz suave y tranquila. Emma estaba sorprendida: pocos podrían detenerse entre dos capos y tantos hombres de la mafia y permanecer tan firmes y tranquilos.

—Sofía —reconoció Nicola, la voz tensa—- ¿Qué haces aquí? Conoces el castigo por escuchar conversaciones. No tolero a los soplones.

Emma reconoció el tono de la voz de su prometido: era el que prometía peligro.

—No era mi propósito, primo. Pero vengo lista para tomar el lugar de Julia. Lo había decidido antes de acercarme. Sabía que necesitarían a una novia en cuanto mi prima desapareció, y soy la última opción, pero también la que necesitan —había tal tranquilidad en su voz, que no parecía que decía aquello por la indiferencia de su comportamiento. Era como si se hubiera preparado para ello. Como si estuviera lista.

Emma dirigió una mirada hacia Nicola, deseando que Nicola lo viera lo inusual e ello, que se sintiera tan horrorizado como la propia Emma... pero él observaba a Sofía, analizándola.

—La hija del traidor —murmuró Matteo y lanzó una mirada hacia Alessandro, quien observaba a Sofía con cierta atención pero, a cualquier apariencia, no tenía más que una mirada indiferente y analítica. —¿Cómo te apellidas?

—Bianchi, señor —murmuró Sofía y el único indicio de alguna emoción más que la extraña quietud y tranquilidad, fue el ligero temblor de sus manos que Emma notó cuando la joven se acomodó el cabello.

—¿Sabes lo que estás dispuesta a aceptar, Sofía? —le preguntó Nicola.

—Lo sé. Una tregua entre nuestras familias. Estoy dispuesta a aceptarlo para arremedar el error de mi padre, primo.

Emma entendió. Un horror frío le recubrió la piel: Sofía se ofrecía tan libremente... por honor.

Nicola miró a Sofía por segundos. El silencio pesaroso hizo que Emma dudara, pensando en la decisión que Nicola tomaría.

Pero él no lo hizo. En su lugar, miró a Alessandro.

—Toma tú la decisión. ¿La deseas como tu esposa?

El hombre ni siquiera lo miró. Alessandro era, sin duda, menos aterrador que Matteo... pero mucho más frío. Se preguntó que veía Sofía ahora: si a su futuro marido, un desconocido de una belleza fría y un nombre mortal, o a un verdugo al que se entregaba voluntariamente.

Y él solo dijo, mirándola:

—Busca un vestido blanco.

Entonces, la decisión estaba tomada.

(...)

La ceremonia fue en absoluto silencio. Nadie expresó ni una palabra.

Solo apenas Sofía caminó hacia el altar, Emma pudo escuchar a Nicola y Klaus hablar.

—Permíteme salir a buscar a Julia —había dicho Klaus en un susurro firme, la mirada en el altar.

—La perdiste bajo tu vigilancia, ¿y esperas que te entregue tu búsqueda? —murmuró Nicola duramente.

Klaus no cedió.

—La encontré —y esta vez lo miró—. Sabes que lo haré.

Pasaron segundos. Emma observaba la ceremonia. La pronunciación casi fría de los votos de cada uno de los novios. Nadie se atrevía a hablar. Solo la parte derecha del salón, donde la Camorra se sentaba, era abiertamente tranquila. La Cosa Nostra solo irradiaba tensión.

—Encuéntrala —fue todo lo que dijo Nicola.

Luego ambos permanecieron en silencio.

Él no le había dicho ni una palabra desde que salieron del despacho. Emma sentía la furia fría que él emanaba de cada parte. La mitad de sus soldados habían regresado sin noticias de haber encontrado a Julia. Se la habían llevado en su propio territorio y eso era un golpe durísimo en contra de su mando. Era una clara demostración de que su protección tenía puntos débiles, y habían dado en uno de ellos.

Pero la furia de Nicola era solo la calma antes de la tormenta.

Poco después de que la ceremonia acabó y Sofía fue entregada oficialmente a la Camorra, Alessandro tomándola como esposa, Nicola y ella se pusieron de pie. Emma pudo ver de reojo a su hermano, junto a varios lugartenientes, reunirse rápidamente. El ambiente era tan tenso que Emma se preguntó cuanto faltaría para la brutalidad desatarse.

Nicola la sorprendió cuando la agarró de la mano, comenzando a tirar de ella, apartándola ante todos. Emma no dijo nada y él tampoco, no lo habían hecho desde el despacho, que él la intentó echar luego de la reunión con Matteo.

Nicola la condujo a través del panteón hacia la sala donde se realizaría la fiesta. Las apariencias intentaban mantenerse y la desaparición de Julia debía ser un secreto para la Camorra —los Capos habían acordado eso, paro no quebrar la tregua— y por lo tanto habían sacado a la madre de Julia del lugar donde sería la fiesta y solo el grupo de soldados de Nicola habían desaparecido para la búsqueda de Julia, dejando los asientos vacíos. Y ahora Klaus se sumaba a ellos.

Nicola la llevó hacia los pasillos que adentraban hacia la casa, oscuros debido a que la zona no era para los invitados. Emma frunció el ceño, confundida.

—¿A dónde...?

No alcanzó a terminar la pregunta cuando su espalda se posicionó contra la pared y el cuerpo de Nicola recubrió el suyo, manteniéndola contra ella, recargándola con sus brazos y sosteniéndola de pronto. Todo sucedió tan rápido que Emma dejó escapar un jadeo sorprendido, sus manos aferrándose a los hombros de Nicola al instante, sosteniéndose de él.

Y antes de que dijera una palabra, la boca de Nicola tomó la suya, furioso.

Aquel beso le supo a gloria. Furioso, con fuerzas, la devoró haciéndola sumir en fuego, haciéndola olvidarse de donde estaban y entregándola solo a él. Emma se entregó, más gustosa que nunca, abriendo sus labios para él, mordiendo, probando y jadeando ante la ira que Nicola golpeteaba contra su boca.

Y Emma lo tomó todo y se encontró hambrienta de más.

Nicola se separó casi solo centímetros para decir en un murmullo ronco y mordaz:

—Nunca más te vas a exponer así —y lo dijo con tanta ira, con tal mordacidad... que Emma sonrió—. No vuelvas a ponerte en peligro. Esa reunión pudo haber acabado de una forma distinta y si tú hubieras estado ahí... Nunca más, Emma. Vuelves a exponerte de esa forma y te juro que te voy a malditamente encerrar en la casa.

Toda esa ira, toda esa furia...

Ema lo besó.

Casi gimió en sus labios. Nicola había estado tan mordaz, tan furioso... por ella. Preocupado por ella. Pese a lo sucedido, que agregaba una carga a esa ira mortal y fría suya... él estaba preocupado por ella.

Cuando se separaron, lo besó más. Dejó un beso en cada parte de su rostro hasta que estuvo segura de que su boca supiera a él. Y Nicola nunca la soltó, nunca la detuvo. Cuando ella se alejó para mirarlo, él abrió los ojos y Emma se sorprendió de la intensidad que encontró en su mirada. Se preguntó si alguna vez podría retratar algo tan bello, la cicatriz, sus ojos, su boca... cada detalle.

—Dilo.

Emma sonrió lenta y pequeñamente.

—No me pondré en peligro.

—Esto no es un juego, Emma.

Ella asintió.

—Lo sé.

—¿Y por qué ríes?

Su sonrisa se encogió un poco, pero no desapareció. Le pesaba el alma. Le preocupaban demasiado los sucesos ocurridos. Julia y Sofía Bianchi. El traidor de la familia. Toda y cada una de esas cosas.

Pero con Nicola se desvanecía.

El hombre más peligroso que alguna vez hubiera conocido... la tranquilizaba.

—Porque eres hermoso —pronunció entonces, tan bajito que solo ellos dos podrían haberlo escuchado y el agarre de Nicola se apretó en sus caderas, por donde la sostenía—. Y besarte acaba de sentirse demasiado bien para ser real.

—Emma —murmuró Nicola, la voz ronca y baja enviando una corriente eléctrica por cada rincón de su cuerpo.

Ella deslizó la mano que se aferraba a su hombro hacia su rostro y lo acarició.

—Vamos a encontrar al traidor. Y a Julia.

Nicola asintió duramente, la mirada aclarándose con una resolución peligrosa.

—Lo haré.

Ella asintió, porque lo sabía.

—Tú sospechas quien es. Le harás pagar.

—Pagará con sangre, Emma. No seré piadoso. Nos atacó en el restaurante, y atacó mi territorio. Se metió en mi casa y tomó a una de mis primas. No vivirá.

—No lo hará —Emma concordó suavemente y Nicola se dio cuenta de que lo que ella hacia, de ese intento que ella tuvo de calmarlo; porque de pronto, la acercó más a él, casi enterrándose en su cuerpo y pegó su frente contra la suya, aspirando su aire. Emma entreabrió los labios, aquella cercanía pareciéndola tan correcta como respirar.

Y ellos estuvieron así por segundos, casi minutos... Nicola le susurró después un par de explicaciones. Emma solo asintió. Había que terminar la ceremonia. Ellos se separaron a duras cuestas y su cuerpo se sintió frío después de ello, pero Nicola le dio la mano.

Y no la soltó en toda la noche.

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