VII
Nicola cumplió con su pedido y la llevó a un restaurante a las afueras de la ciudad, que lucía decente, casi refinado. Cualquiera que hubiera sido su pensamiento, se desvaneció cuando salió del auto y Nicola le posó la mano sobre la parte baja de la espalda, solo la tela de su vestido en medio que de pronto, se sintió demasiado gruesa. A Emma casi la recorre un estremecimiento ante el calor sobre su piel y Nicola lo percibió, su agarre endureciéndose sobre su espalda.
Emma no podía pensar en mucho, como si la cordura se le esfumara de la cabeza ante el toque en su piel. Miró al Capo una vez más, absorta en las líneas duras que definían su rostro, en la irregular y burda que lo cruzaba, sin arruinarlo, solo embelleciéndolo... y en la forma en la que su mirada se había convertido en algo letal, reforzándose tras esa dureza a medida que se acercaban al restaurante.
Al momento en el que entraron, el mozo que cuidaba las puertas bajó la mirada y dio un asentimiento, entrando rápidamente antes de ellos, guiándolos en el salón. Quien fuera que estuviera ahí, entre las mesas, bajó la mirada y solo un par de hombres se atrevieron a mantener la cabeza en alto, asintiendo brevemente a Nicola, todo en una sutil señal de respeto.
El restaurante pertenecía a la Familia, Emma entendió rápidamente.
Una vez que estuvieron sentados en una mesa apartada del resto, que se encontraba en una habitación pequeña de paredes rojas y un pequeño candelabro de luz amarilla, el mozo se retiró sin antes hacer un gesto hacia Nicola. Pero él ni siquiera lo observó, su mirada caía en Emma. Emma, quien vestida totalmente fuera de lugar, se removió con incomodidad, reconsiderando el hecho de estar ahí.
Pero la mirada de Nicola sobre ella la hacía sentir tantas cosas... la más poderosa de estas pudiendo ser lo deseada, tentativa, que se sentía en ese momento.
Tragó con dureza, su mano alcanzando el vaso de agua que le habían colocado y bebiendo, sintiéndose acalorada. El teléfono de Nicola sonó y él se lo llevó al oído sin una mirada. Emma observó de reojo.
—Está conmigo —dijo tras segundo. La mirada de Emma se elevó. A través de la línea pareció surgir otra respuesta, pero Nicola no se tomó la molestia de contestar y simplemente colgó.
—¿Luciano? —ella preguntó. Nicola dio un asentimiento. Ella deslizó la mirada a su alrededor, buscando una forma de escapar del silencio y de la mirada de Nicola —. Este lugar te pertenece.
—Lo hace —él contestó simplemente. Emma tarareó un asentimiento.
—¿Tienes el respeto de tus soldados, siendo tan joven?
La mirada de Nicola se convirtió en piedra.
—Tengo más sangre en mis manos que cualquiera de mis soldados. El respeto se gana con sangre. El honor les prohíbe desafiarme. Quien lo intente, será una demostración de que tengo lo que me pertenece.
Emma entendía ciertos aspectos de Nicola. Era poderoso, siniestro y letal. Sabía quien era y lo que hacia. No actuaba como si el mundo le perteneciera, no; el mundo simplemente lo hacía.
Ella no sabía si estar asustada o fascinada.
—Tengo recuerdos de tu padre —ella murmuró y viéndolo, notó la furia iracunda que envolvía su expresión pero tan pronto como lo hizo, desapareció. Emma creyó no haberlo visto en realidad—. Pero no recuerdo su muerte. ¿Cuándo fue?
El mozo decidió aparecer en ese momento, llevando una botella de vino que Emma no recordó que habían pedido. Supuso que aquel lugar conocía tanto a su Capo que conocían su servicio de preferencia. Quitó el corchó en un sonido gustoso y a su vez, comenzó a servir las copas. Nadie habló en ese momento, solo hubo miradas.
—¿Desean ordenar? —preguntó el mozo, la voz tranquila. El capo ordenó dos pedidos, sin siquiera consultar y una sorpresa tibia la envolvió cuando escuchó que él pedía su plato favorito sin siquiera preguntarlo. Decidió no dedicarle su raciocinio a aquel pensamiento.
Una vez que él mozo se había ido, él la observó.
—Lo maté —dijo simplemente y Emma tardó un segundo en entenderlo antes de que toda la piel se le congelara.
Hablaba del anterior Capo. De su padre.
—¿No es traición? —preguntó ella suavemente, sin saber que más decir.
—Fue un castigo a su traición —él dijo y por el tono brusco de su voz, algo le dijo que eso era lo único que iba a obtener de él.
Decidió preguntar algo más. Algo que rondaba en su cabeza, provocándole suaves pinchazos de dolor cada vez que le dedicaba demasiado esfuerzo.
—¿Cómo nos conocimos?
Los ojos de Nicola se convirtieron en una sensación caliente, casi tibia y ella lo observó con cuidado.
—No creo que te sea útil saberlo.
—Pero quiero hacerlo —murmuró.
Los ojos de Nicola lucían casi... suaves.
—Tenías doce años la primera vez que asististe a la fiesta de fin de año que celebraba mi padre —le dijo, la voz baja y ronce. A Emma se le erizó la piel, intentando imaginar un escenario que en su cabeza no existía—. Yo estaba en una reunión con ellos, mi padre y sus hombres. Entre ellos, tu hermano. Espiaste la conversación desastrosamente y me enviaron a buscar quien hacia tantos ruidos alrededor de la puerta. Y te encontré.
El interior de Emma era cálido, sin saber por qué. La cabeza le dolía por el esfuerzo de intentar recordar ese momento. La mirada se le tornó borrosa cuando alcanzó la copa de vino, el líquido enfriando sus sentidos muy levemente.
—¿Tenías que matarme si me encontrabas? —preguntó.
Nicola la observó, absorto.
—No lo hubiera hecho. Tendría que haber manchado el vestido blanco que llevabas y lo único que yo podría manchar de ti, sería la sábana de nuestra noche de bodas.
A Emma las mejillas se le tiñeron de un rojo intenso.
—Repugnante —murmuró, negándose a aceptar cualquier otra sensación de su cuerpo. Nicola no sonrió, pero sus ojos sobre ella ninguna se habían sentido tan tibios. Una pregunta le vino a la cabeza, ella inclinándose antes de poder pensarlo. —¿Cuántos años tenías?
—Catorce.
A ella se le escapó un pequeño jadeo.
—¿Catorce años y ya participabas en las reuniones de tu padre? —preguntó, incrédula.
La expresión de Nicola se enfrió.
—Maté a mi primer hombre a los once años, Emma. A los catorce podría haber matado a mi padre de haber tenido la oportunidad.
Aquello le sentó como un balde de agua fría. No podía olvidar, ni tan solo por segundos, que quien estaba frente a ella era un monstruo.
—Eras extremadamente joven. Un niño.
—Para ese momento, había dejado de ser un niño hacía mucho.
A Emma un estremecimiento la recorrió.
—¿Nunca hubo nadie que te intentase proteger de eso?
—Nunca lo necesité. Esto es lo que soy.
Emma lo observó. Él estaba consciente de lo que era, de lo que ella pensaba sobre él, de lo que todos a su alrededor creían. Estaba consciente de que cada persona a su alrededor le respetaba tanto como le temía.
—¿Qué hiciste entonces? —ella preguntó— Cuando me encontraste.
—Te llevé lo suficiente lejos para poder estar cerca de la fiesta. Te reconocí. A partir de ese momento estabas en deuda conmigo.
—¿Todavía sigo en deuda?
—No. Lo pagaste cuando aceptaste casarte conmigo.
—¿Te arrodillaste ante mi?
Nicola sonrió.
—Amabas verme de rodillas.
El calor que provocaron sus palabras esta vez fue distinto, casi más peligroso que los anteriores. Emma se inclinó hacia adelante, la respiración escapándosele ante la sensación que la recorrió.
—No podría imaginarte inclinado ante mi, Nicola.
Y la sonrisa de él se volvió astuta, casi juguetona. Casi como si él supiera algo que ella no.
Entonces, el estruendo vino de la habitación continua a ellos.
—¡Al suelo! —gritó Nicola y tan solo segundos después, un tiroteo abrumó desde afuera. La fina pared roja que los separaba del resto comenzó a abollarse hasta que pronto los agujeros se abrieron paso y antes de que Emma hubiese podido reaccionar, Nicola había sacado dos pistolas, quitándole el seguro y enviándole una mirada—. ¡Abajo, Emma!
Ella rápidamente se tiró al suelo, agachándose bajo su mesa. Desde ahí, vio a su Capo arrojarse hacia el exterior y el estruendo seguido de los disparos. Los gritos y el ruido eran caos, y a ella el corazón no cesaba de latirle, asustado y desesperado. Miró hacia la espalda de Nicola, viéndolo moverse ágilmente, su dedo apretando el gatillo una y otra vez, ambas armas apuntando y disparando. Emma escuchó gritos de mujeres entre el impacto de las balas.
Era un ataque. Alguien estaba atacando el restaurante que pertenecía a la Familia y Emma sabía que eso significaba algo terrible y mucho más cuando el Capo estaba ahí. Nicola parecía un arma humana, moviéndose entre mesas y disparando. Emma vio que los atacantes eran varios, casi quince hombres que de a poco, se iban derrumbando en el piso en agujeros en el medio de la frente. Habían hombres de los suyos también caídos y mujeres. Emma no los miró, sintiendo la bilis subiendo por su garganta.
Los ruidos se detuvieron y Emma vio a Nicola dejar caer su arma, sacando dos cuchillos asombros de su pecho. Finos y alargados, levemente curvados, Emma se estremeció al pensar en las historias que venían de ese par de cuchillos gemelos. En Sicilia se habían hablado historias de Nicola y su extraña y sádica predilección por los cuchillos. Le llamaban El Carnicero, La Hojilla, La Bestia.
Ella estaba a punto de descubrir por qué.
Sintiéndose con la adrenalina invadiendo sus venas y el miedo latiendo a la par de su corazón, se arrastró, tomando el arma que Nicola había dejado caer. Se escondió tras la pared rápidamente, ignorando los gritos. Los camareros habían salido de la cocina con armas en mano y los atacantes no dejaban de entrar en el restaurante. Emma observó como un cocinero, de aspecto regordete, salía alzando un cuchillo y antes de correr a la sala, un disparo atravesó su pecho. Ella apartó la mirada rápidamente, un grito ahogado en su pecho.
Nicola no había dejado caer la pistola en vano, ella comprendió rápidamente. Estaba cargada La sostuvo contra su pecho con fuerzas, las manos temblándole. Recordó a su hermano burlándose de ella en la mañana, diciéndole que debía llevarse un arma y aprender a disparar. Una risa histérica se escapó de sus labios. Miró la pistola, deseando que su vida no dependiera de ello. No sabía disparar, pero podía asegurar que el seguro estaba quitado. Solo era apretar el gatillo.
Emma se dio cuenta de esa resolución cuando un hombre se acercaba a ella, aprovechando que el caos se desataba en el restaurante. Nicola no estaba en su visión y ya el hombre la había detectado ahí, escondida en el piso, atrás de la pared agujereada. Emma sabía que era un atacante, con el rostro manchado de sangre y el rifle con el pecho. Tembló, alzando la pistola.
—No te acerques más.
El hombre sonrió, la mirada burlesca.
—Pequeña rata. Ya tengo lo que estaba buscando.
Emma tenía que disparar, lo sabía. Solo era apretar el seguro. Solo era eso.
Pero no podía.
No lo hizo.
Antes de darse cuenta, un cuchillo atravesó al hombre por la espalda. Una, dos, tres... cinco veces, la punta sobresaliendo desde su espalda a su estómago. Emma se congeló, sin poder dejar de ver, con un grito en sus labios. Sentía la bilis en su garganta y sabía que estaba a punto de vomitar cuando una mano se envolvió en el cuello del hombre, ensangrentada, brutal... y le apartó la cabeza, el cuchillo saliendo de su cuerpo solo para que él pudiera aventarlo contra el suelo.
Emma gritó.
Los ojos de Nicola, tras el hombre, cayeron en ella.
Emma pudo sentir el terror en cada parte de su cuerpo. La mirada de Nicola era lo que se describía en las peores pesadillas de un hombre. La furia que oscurecía sus ojos parecía insaciable, siniestra... y entonces él la observaba a ella.
El mozo que los había atendido cuando llegaron se acercó a él, ambas manos ocupadas por largos cuchillos ensangrentados y Emma se percató en ese momento de que el sonido de disparos había cesado. No se escuchaba más que su respiración errática y los gritos de hombres ahí fuera.
Nicola miró al mozo.
—Enciérralo y pide que le hagan una transfusión de sangre —apuntó con la mirada al hombre, a quien le habían arrebatado el fusil y ahora se desangraba en el suelo, la sangre expandiéndose a su alrededor—. No se puede morir hasta que sepamos quien lo envió.
—Tenemos varias bajas, señor.
La mirada de Nicola encontró la del mozo.
—Haz un recuento y reúne los nombres. Avísales a la familia. Se les hará la retribución correspondiente por sus pérdidas.
El mozo asintió, tomando las muñecas del hombre y comenzando a arrastrarlo, los cuchillos enganchados a su cinturón. Emma dejó de mirar.
Nicola se acercó a ella.
Y Emma no retrocedió, no pudo, aunque fue el primer impulso.
Dejó la pistola caer de sus manos y esperó que algo le quitara el peso de los hombros, no lo hizo.
Los ojos de Nicola prometían mil infiernos y su expresión era la del monstruo que tanto ella había escuchado, la expresión que haría al más grande de sus hombres retroceder... pero cuando se acercó a ella, había algo aún más oscuro en él. La inspeccionó con sus ojos grises, su mirada pesando donde fuera que se posara sobre su piel. Cuando la vio intacta, sin heridas —porque ella se había ocultado como una cobarde, sin luchar, dejado a sus hombres morir....— la tormenta pareció disiparse brevemente de sus ojos.
Pero entonces, se agachó ante ella. Retiró su mano y de su propia chaqueta oscura, extrajo un pequeño pañuelo blanco que se comenzó a teñir de rojo, porque Nicola tenía las manos ensangrentadas.
Y él estiró la mano y pasó el pañuelo por su rostro, limpiándola. Esas manos de asesino, de monstruo, la tocaron con tal delicadeza y cuidado que Emma tembló.
Él le limpió una gota de sangre que le quedó en la mejilla, como si todas sus ropas no estuvieran empapadas de ella, como si en el arnés de su pecho no reposaron los dos cuchillos que habían asesinado a todos los atacantes brutalmente, sin una pizca de remordimientos.
Y Emma nunca retrocedió de él.
—Te voy a sacar de aquí —él murmuró, rompiendo aquel silencio doloroso.
Ella tardó segundos, pero asintió.
Con una calma y cuidados sorprendentes, él se inclinó hacia ella y la tomó en brazos. La elevó con cuidado y Emma se pagó a su pecho, sosteniéndose... dejándose sostener. Cruzó su cuello con sus brazos, intentando refugiarse en esa piel caliente, en su cuerpo tibio, en su aroma opacada por el olor metálico de la sangre.
Él la sostuvo en alto, su mirada pesarosa y letal en ella.
—Cierra los ojos —le dijo, la voz baja.
Emma lo hizo.
Y él comenzó a caminar, atravesando el restaurante, sacándola de ahí. El hedor de la sangre se le pegó a la punta de la nariz, casi haciéndola estremecer y sollozar; Nicola la apretó con fuerzas contra su pecho.
Y se sintió aterrorizada, de pronto.
Aterrorizada de lo segura que se sentía ahí, en los brazos del monstruo.
Dejó caer la cabeza contra su pecho y, con los ojos cerrados, se dejó llevar.
Apenas Nicola la dejó caer en el asiento de su auto, ella comenzó a temblar. Lo vio rodear el auto, alcanzo su teléfono y murmurando hacia la pantalla pegada a su oído. No escuchó la conversación pero por la postura del Capo, no era nada bueno. No, claro que no. Uno de sus restaurantes había sido atacado. Él mismo había sido atacado. Su territorio, la Familia. Eso significaba guerra, fuera quien fuera el que hubiese organizado el ataque.
Cuando Nicola entró al auto, posó sus manos sobre el volante, las palmas, dedos y nudillos ensangrentados. Ella lo observó, el corazón latiéndole tan fuerte que temió que él pudiese escucharlo.
—Eran rusos —ella dijo bajito, las palabras rompiendo el silencio. Su afirmación la hizo estremecer, recordando el hombre al que Nicola había apuñalado cuando intentó tocarla. Su voz tenía aquel acento.
Nicola asintió.
—La Bratva —dijo.
Aquello era malo, Emma lo sabía.
Era la guerra.
—¿Cómo llegaron a nosotros?
Por el silencio que le siguió a su pregunta, Emma supo que Nicola no sabía la respuesta a ello.
Ella guardó silencio, dejando que la respiración se le escapara temblorosa de los labios. Las imágenes grabadas a fuego en su cabeza no dejaban de repetirse. La forma en la que Nicola había apuñalado al hombre, el brillo retorcido y salvaje en sus ojos mientras lo hacía, hasta que la miró. Y luego corrió a ella y le limpió la sangre de la mejilla y la cargó en brazos, le pidió que cerrara los ojos, para que no viera lo que estaban a punto de cruzar... y la sacó de ahí.
Él cuidó de ella.
De una forma retorcida primero, luego cautelosa, lo hizo.
Y Emma tenía el presentimiento de que no era la primera vez que lo hacía.
(...)
Nicola condujo hasta la casa donde vivía junto a Luciano y su familia, deteniéndose. Cuando Emma intentó bajar del auto, él estaba ahí, frente a ella, sosteniéndola con ambas manos. Luego, no la soltó y Emma tampoco le pidió que lo hiciera.
Luciano estaba ahí, en la entrada, esperándola. La tensión era palpable en el aire y Emma sabía que Nicola tenía mucho que discutir con Luciano. Pero ninguno dijo ni una palabra, no hasta que Nicola se detuvo frente a su hermano y dijo:
—Emma se viene a vivir conmigo.
Y ambos se quedaron rígidos de sorpresa.
—¿Qué? —Emma jadeó.
La mirada de Nicola se posó sobre ella, fría, la tormenta ocultándose tras aquellos muros de piedra grises.
—Mi casa es el lugar más seguro de Nueva York. Te quiero ahí, donde diez hombres morirían primero antes de que alguien toque un centímto de tu piel.
Emma jadeó.
Luciano intrrumpió esa conversación de miradas que Emma no sabía que tenían.
—Es rídiculo, Nicola. Tengo seguridad suficiente aquí y mi casa nunca ha sido atacada. Soy el protector de Emma hasa el día de su boda y sé cumplir perfectamente mi papel.
Los ojos de Nicola se posaron sobre su hermano y ella se preguntó, solo por un segundo, si Luciano no tenía miedo de aquello que veía en los ojos del Capo.
—SI crees que voy a dejar a mi prometida en un terrero desprotegido luego de un ataque de la Bratva en el mismo centro de mi territorio, estás equivocado, Luciano. Y podrás ser el protector de Emma, pero yo soy tu Don.
Emma se tensó, sintiendo cada vez el frío en el ambiente, la forma en la que las cosas se estaban complicando cada vez más. Y, por todos los dioses, sabía que Nicola estaba enteramente bañado en sangre con los cuchillos, Los Gemelos, colgando de su pecho.
—No hablen como si no estuviera aquí —murmuró y su voz sonó rota, delatando cuanto la había afectado lo sucedido hacia apenas unas horas. el agarre de Nicola, que se había posado en su espalda, se tensó cuando de pronto, ella se alejó—. Yo decido donde me quedo. Yo. No me importa quien dé la orden.
Podía sentir el peso de los ojos de Nicola sobre los de ella, pero no lo miró.
—No tienes que ir con él, Emma. Puedo protegerte —dijo Luciano, su mirada seria sobre ella. Emma lo sabía. Su hermano la había cuidado desde el primer momento que despertó en el hospital.
—Lo sé —ella dijo, la voz baja—. Pero no puedo permitir que te acusen de traición por desafiar la orden de tu Capo por mi culpa.
Porque ella podía escapar de las decisiones de Nicola, enfrentarse a él tantas veces como le latiera en las venas y desafiarlo... pero Luciano no.
La comprensión se abrió pasó en los ojos de Luciano. Él asintió.
—Mandaré a recoger tus cosas.
Emma tragó, asintiendo. Luciano se apartó, retirándose para hacer los movimientos que correspondían, fuese cual fuese. Ella sabía que el ego y orgullo de Luciano como un Calvari en toda regla, estaban heridos en lo más profundo ante el desafío que le había presentado y la mera insinuación de Nicola de que su casa no estaba lo suficiente segura.
Enfurecida —aliviada de sentir ese fuego de la ira sobre el frío terror que invadía su sangre— se volteó a su Capo. Lo encontró mirándola bajo las luces de las farolas que iluminaban la entrada de la mansión.
—Voy contigo para evitar un enfrentamiento con mi hermano —siseó, sabiendo que Nicola lo había hecho sin siquiera consultarla. Ni siquiera sabía cuándo había tomado la decisión.— Pero que sea la última vez, Nicola, que haces algo sin mi consentimiento.
—¿Estás amenazando a tu Capo, Emma? —le preguntó él tranquilamente; llevaba dos cuchillos letales y el peligro en sus ojos, sin embargo, su voz era tranquila.
—No. Le estoy advirtiendo a mi futuro marido que ya sé dónde guarda sus cuchillos.
Y Nicola hizo algo que ella no esperaba. No en medio de ese caos, no en medio de todo lo que sentía, no de él.
Sonrió.
—Vuelves a casa, Emma —él le dijo—. Si que me entierres un puñal por la espalda es el precio, entonces estoy dispuesto a pagarlo.
Y ella quiso maldecir. Quiso correr, también. Sintió furia, ira, frustración, un viejo terror aún fresco entre la sangre.. y algo más.
Se quedó mirándolo, dándose cuenta, de pronto, que comenzaba a sentirse fascinada por aquel monstruo.
Incluso después de haber visto su verdadero rostro.
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