VI
El primer día de clases en Nueva York —apenas tres días luego de su encuentro con Nicola—, Emma recibió una caja de regalo bien temprano en la mañana. Cuando la abrió, un aro de luz resplandeció enseguida. Era un aro de oro blanco, fino y hermoso, cubierto de diminutos diamantes redondos.
Su anillo de compromiso.
Se guardó las emociones que subieron hasta su garganta y cerró la caja de golpe, pensando en lo dulce que sería lanzarla desde el edificio más alto de Nueva York. Pero no era una buena idea y dudaba que a Nicola le gustase mucho.
Emma no quería gustarle, de todas formas. Tal vez, si encontraba una forma en la que él la hallase repugnante y decidiera romper ese compromiso... aunque la idea le resultó agridulce y no supo decir por qué. Frustrada, lanzó la caja sobre la mesada, donde su café dulce reposaba tranquilamente y bufó, enfurecida de pronto consigo misma.
—¿Qué sucede? —preguntó Ana, entrando a la cocina luciendo como si acabara de despertar, a pesar de su vestido liso y rostro limpio. Emma le dedicó un intento de sonrisa y con un gesto, apuntó hacia la caja mientras tomaba su taza de café.
—Eso pasó —dijo. Ana se acercó y tomó la caja, la sospecha formándose en su rostro y confirmándose cuando abrió la tapa. Tomó el anillo entre sus manos, luciendo sorprendida. —Llegó en la mañana o al menos, Luciano lo envió a su habitación.
—¿Es tu anillo de compromiso?
—Ojalá no lo fuera.
Ana frunció el ceño. Emma la observó con cierta confusión.
—¿Qué pasa?
Su cuñada sacudió la cabeza.
—Nada —le dijo, pero después dudó—. Solo que... tu anillo de compromiso no era así.
—¿Qué anillo?
—El primero que él te entregó... cuando cumpliste dieciséis. Lo perdiste en el accidente, pero no creí que él fuera a entregarte un modelo distinto.
—Ni siquiera me lo vino a entregar él, solo lo envió —Emma contestó, el comentario sintiéndose amargo en su boca, pero no más que la sensación de lo que le dijo Ana. Por primera vez, deseó recordar al menos la forma que tuvo aquel anillo... o algo. La confusión la aturdía. No sabía si deseaba recordar o no. No sabía nada, en general, y la cabeza ya comenzaba a dolerle.
Ana dejó la caja de lado, dedicándole una sonrisa a medias.
—¿Es hoy tu primer día, no?
—Si —dijo Emma—. Hoy empieza la cuenta regresiva.
Ana se acercó y tomó su mano.
—Tal vez no sea tan malo como crees —le dijo su cuñada suavemente, apretando su mano—. Nicola y tú, él...
—Él me quitó mi libertad, Ana —dijo ella, obstinada. Su cuñada sacudió la cabeza— ¿Qué?
—No es como crees. Pero no me corresponde a mí decírtelo.
Luciano aprovechó ese momento para entrar, vistiendo una camisa blanca por dentro de unos pantalones oscuros. Su mirada primero fue a Ana, brillando levemente y luego cayó en Emma. Su hermana enarcó una ceja, mirando el arma que reposaba tranquilamente sobre el cinturón de Luciano. Supuso que esa no era la única que él llevaba encima, pero si la más visible.
—¿Andas armado por la casa?
Luciano no la miró, yendo directamente por un café. Ana pareció ponerse en acción, sentándose frente a Emma y observando a su marido. Luciano sirvió un café para Ana y luego pareció servirse el suyo. Emma estaba ligeramente sorprendida.
—Si —le dijo su hermano— y tal vez tú deberías estarlo.
Emma rio.
—Ni siquiera sé disparar y además, va en contra de mis principios. Soy una artista.
Luciano la miró con una especie de incredulidad.
—Y también una princesa de la mafia —murmuró. Ana se rio y su hermano la observó brevemente.
—No voy a llevar armas a la universidad —dijo Emma.
—Está bien. No es completamente necesario, de todas formas. Asigné un hombre para vigilarte y Nicola también envió a alguien.
—¿Qué?
—Es uno de sus hombres de mayor confianza. Será tu chofer y fingirá que asiste contigo a la universidad para poder acompañarte todo el tiempo.
—¿Puedo siquiera quejarme?
—No —dijo su hermano—. No lograrás nada.
Emma bufó, la frustración acrecentándose en su pecho.
—Me envió un anillo de compromiso. Es ridículo, ni siquiera lo trajo él mismo. Como si fuera una estúpida cosa que necesita marcar como su propiedad.
—¿Querías verlo?
—No me refiero a eso —Emma rebatió, indignada.
—No actúes como una niña, Emma. No es el fin del mundo y es menos peor de lo que crees. Siempre has sabido que estaba en tu destino un matrimonio arreglado.
—Nicola es un monstruo.
—Todos lo somos y debes acostumbrarte a ello, porque te protegemos y entregamos la vida por ti. Tal vez te consentí mucho al dejarte marchar a Italia y olvidar el mundo al que perteneces, pero recuérdalo, Emma.
Luciano estaba siendo objetivo, Emma lo sabía, pero cada palabra le caía como una cruel yaga. Como si su hermano estuviera jugando a los dardos sobre su espalda. Su mirada cayó en Ana, quien la estaba observando con una suavidad dulce y atenta. Ella parecía ser feliz y lo que era aún más. Parecía amar a su hermano. Emma se preguntó si era posible. Si se podía ser feliz con ese destino.
Si podía llegar a amar.
¿Aunque siquiera Nicola sabía lo que era amar y ser amado?
Emma negó y dejó la taza de lado. Se puso de pie y le lanzó una última mirada a su hermano.
—Me tengo que ir.
Él asintió.
—El soldado de Nicola te espera afuera.
Y no dijo ni una palabra más. Emma sabía que Luciano era un hombre de pocas palabras, analítico y frío... pero nunca cruel, al menos no con ella. La quería. Y lo que le había dicho, era tal vez, tan cierto como su propio nombre.
Pero a ella le costaba aceptarlo, aunque sabía que debía hacerlo.
(...)
El soldado de Nicola resultó ser uno de los hombres que habían intercedido con ella aquel día y también, uno de los que Emma espió. Las mejillas se le sonrojaron al verlo. Solo esperaba que, entre todo el percance con el soldado de la Camorra, ninguno de ellos se hubiera dado cuenta de que ella estuvo, de hecho, escuchando su conversación.
Nadie había hablado de lo sucedido en la fiesta de compromiso y ella asumió que no era su deber hacerlo.
Era el más joven de aquellos hombres y Emma asumió que tal vez tenía su edad, aunque la mirada oscurecida que poseía le delataba su vida como hombre de la Cosa Nostra. Su rostro le resultaba familiar. Sus rasgos, su postura... cuando ella se acercó, su mirada permaneció sobre ella. Estaba apoyado en el capo de un auto negro moderno y brillante, pero lo suficiente nuestro para no delatar que pertenecía a la mafia.
—¿Eres tú a quien enviaron a vigilarme? —preguntó suavemente, sin aquella frustración y enojo que había compartido la última semana. El alma ya le pesaba.
Él sonrió.
—Mi nombre es Elio —le dijo y ella recordó, asintiendo. Él se reincorporó. Emma lo miró con duda.
—¿Te conozco de antes? —preguntó de repente y supo que lo había sorprendido.
—El día de la fiesta de compromiso —empezó a decir, con cuidado.
—No —Emma lo interrumpió. —¿De antes? Me pareces familiar.
Elio desvió la mirada.
—Soy hermano de Nicola —murmuró.
A eso se debía, pensó Emma. La familiaridad y lo conocido de sus rasgos evidenciaban su relación con Nicola. A diferencia de la altura impresionante de Nicola, Elio era un poco más bajo, pero su cabello y la sombra oscura de sus rasgos eran las mismas. Solo que, donde los ojos de Nicola eran grises, los ojos de Elio eran de un verde oscuro.
Ella asintió.
—Mi futuro cuñado, entonces.
Una sonrisa a medias se extendió por la boca de Elio, relajándose de pronto.
—Escuché que te enfrentaste a él respecto a la fecha de la boda. Eso no lo suelen hacer muchos.
—Pues deberían hacerlo. Necesita a alguien que le quite la arrogancia —Emma masculló, frunciendo el ceño. Cuando se dio cuenta de su arrebato, miró hacia Elio. Él sonría —Supongo que no vas a asumir que es traición.
—Si fuera así, estuvieras traicionando a Nicola desde que tienes trece años. Tu boca siempre ha sido una de tus mayores cualidades.
La resolución cayó sobre Emma como una ola fría.
—Me conoces de antes —dijo ella entonces, comprendiendo... y luego sacudió la cabeza— No te recuerdo.
La mirada de Elio se convirtió en una pared fría. Él asintió.
—Lo sé —y se alejó de ella, dando una vuelta al auto. Parecía haber enfriado cualquier tipo de calidez que hubiese existido en aquel lapso de conversación. Él la miró— Ahora, vamos. No queremos llegar tarde a nuestro primer día.
Emma se tragó el comentario mordaz. Estaba demasiado pensativa, confundida y abrumada para poder decir algo.
Si Elio lo notó, no dijo nada.
(...)
Su día en la universidad resultó mejor de lo que creyó. Elio pareció convertirse en su sombre una vez dentro de la institución y no la abandonó ni siquiera cuando Emma se sumió en las prácticas de danza extracurricular que había tomado en su catálogo. Pero nunca le dirigió la palabra más que en el intercambio de en la mañana, como si Emma accidentalmente hubiese cerrado cualquier intención de plática cuando dijo que creía conocerlo.
El resto del tiempo lo pasó sola. No había hecho amistades ni n Sicilia ni en Venecia, porque sabía que su tiempo en Italia era limitado, pero tampoco deseaba hacerlas en Nueva York. Una amistad significaba algo peligroso en su mundo, no para ella. No podía encadenar a alguien a la Familia y mucho menos sin que ese alguien estuviera consciente de quien era ella.
Solo que, cuando salió de la universidad poco luego de las cuatro, no era Elio quien esperaba por ella afuera.
Era Nicola.
Se acercó con calma, sin querer que su expresión delatara la sorpresa que la había invadido —además de una sutil sensación de gusto y calor; ella culpaba a la belleza de Nicola por ello y su sentido natural de querer admirarlo— y cuando estuvo lo suficiente cerca, murmuró:
—¿Qué haces aquí?
La sonrisa de Nicola fue lenta, llena de cierta emoción desconocida. Parecía tan fuera de lugar ahí, en medio del aparcamiento de la universidad. Vestía enteramente de negro y Emma no necesitaba inspeccionar su cuerpo a detalles para determinar cuantas armas había escondidas en su ropa. Nadie parecía mirarlo, como si hasta las pocas personas que quedaban en el campus tuvieran terror de él. A sus ojos, Nicola Bianchi era el nombre de un empresario de renombre, con todas aquellas compañías que no eran más que una tapadera. Emma sabía quien era él, el Don, el monstruo.
Los ojos del Capo, pesarosos, cayeron sobre su mano.
—Veo que no te has puesto el anillo aún —espetó, sus ojos sobre su dedo anular. Emma retiró la mano, ocultándola tras su espalda. Nicola la observó a los ojos. Parecía serio y tenso. Intentó buscar alguna similitud con el hombre que la había encerrado entre sus brazos hacia apenas días, abarcándola enteramente... y estaba ahí, bajo la capa tormentosa de sus ojos y parecía querer tomarla una y otra vez, sin arrepentirse apenas. La piel de Emma, cada parte de ella, ardió ante el mero pensamiento.
—Esperaba algo más.
—¿No te gustó? —preguntó—. Podemos deshacernos de ese y escoger el modelo de tu preferencia.
Ella apretó los labios, sintiéndose repentinamente enfada sin motivo. Dio un paso hacia él, el aire fresco acariciándole la piel. Se suponía que era primavera en Nueva York, por lo que ella vestía un vestido que le caía hasta los tobillos, de colores claros y modelo veraniego, de tirantes y escote recto. El cabello castaño le caía por la espalda, las puntas húmedas debido a la ducha que se había dado tras la clase de danza. El frescor le puso los pelos de punta.
—Esperaba algo más personal. Que me envíes mi anillo de compromiso por correo no es lo que yo llamaría un detalle. ¿Cómo lo escogiste? ¿O enviaste a tu secretaria a que lo escogiera por ti?
—No tengo secretaria, Emma. No soy un hombre de negocios. Y tampoco lo envié con correo. Luciano te lo debe haber entregado. No pensé que te preocuparas tanto, dado tu renuencia a este matrimonio. Creí que el anillo era el menor de tus problemas.
Emma respiró con fuerzas, frunciendo el ceño. Se suponía que era cierto, que ella debía sentirse tal y como Nicola lo había descrito.
Sacudió la cabeza.
—Si voy a estar encadenada a ti, no quiero sentir que soy una cosa.
—Seguirás creyéndolo mientras creas que este matrimonio es un castigo.
—¿Me has dado otra opción para no creerlo? No. En su lugar, me lo has arrebatado todo. Mi futuro, mi libertad y mi vida. Incluso la oportunidad de amar de verdad.
La mirada de Nicola se encendió como fuego y Emma entendió que había cometido un error, porque la furia del Capo no se compraba con nada. Si alguna vez ella creyó que él aterrorizaba, era porque nunca había visto la forma en la que él la miraba a ella en ese instante.
Emma tuvo el presentimiento de que Nicola podría destruirlo todo en ese segundo.
El capo dio un paso hacia ella.
—Entra el auto, Emma. —le dijo, su tono de voz pudiendo dejar lívido hasta el más valiente de los hombres. Ella no retrocedió ni se movió a pesar de ello y del temblor temeroso de sus latidos. Nicola lo percibió y dando otro paso hacia ella, dijo—. Entra ahora. No me hagas obligarte y hacer algo de lo que después me pueda arrepentir.
Iba en serio. Nicola la asustaba, realmente lo estaba haciendo. Finalmente veía en él la mirada de monstruo que tanto le había acusado.
Y todo porque ella había sugerido amar a otro hombre.
Malditos sean todos los italianos posesivos.
Ella suspiró, deseando poder enviar todo al infierno y simplemente huir, pero no lo hizo. En su lugar, caminó, pasando por el lado de Nicola y simplemente siguiendo. Entró al auto, tragándose una maldición cuando el aroma de Nicola la envolvió entera.
Él entró segundos después y su presencia le trajo una carga al ambiente de toneladas. Ella sentía que apenas podía respirar con él a su lado. Lo miró, tragándose su orgullo. El perfil de Nicola lucía tenso, la mandíbula apretada y la mirada convertida en piedra. Parecía estar conteniéndose. Emma no dijo nada hasta que salieron de los límites de la universidad
—¿A dónde me llevas? —preguntó, su voz cortando el silencio en un sonido mucho más suave de lo que hubiera deseado. Quería estar enojada, furiosa. Quería ser tan valiente como enfrentar a su Capo y a su hermano y atreverse a escapar. Quería querer eso... pero no lo hacia.
Porque en su lugar, quería observar a Nicola.
—No lo sé —él respondió y las palabras lucían tan extrañas en su boca.
Emma se recostó contra su asiento. Intentó encontrar esa calma de su ser de la que tanto se había sentido a gusto, pero en su lugar lo único que encontró fue ese calor que la compañía de Nicola traía consigo. Se llevó una mano al pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón. ¿Tan rápido estaba enloqueciendo?
Consideró sus palabras. Había aceptado ese compromiso y sabía que no había otra opción además de ese matrimonio. Pensó en Ana y Luciano. En como Ana observaba a su hermano y en como él la observaba de vuelta, como si fuera lo único brillante en la habitación, lo único que importaba. Ana había estado en su posición un día y el mundo no se le había caído. Y ella parecía libre y feliz. Su matrimonio no había sido una prisión.
Emma observó a Nicola. De pronto, él la observó de vuelta. Con sus manos en el volante, el auto detenido en una avenida, la mirada oscura y poderosa...
—¿Qué es lo que quieres de mi? —se encontró preguntando, de repente, la voz suave y baja. La mirada de Nicola se oscureció.
—A ti —dijo simplemente.
—No —Emma negó— Quieres a la que persona que era antes del accidente. A la persona que ni siquiera recuerdo y que ya no existe. Quieres a la princesa que estaba construida para ser tu dulce esposa... yo no soy así. Ni siquiera recuerdo haberte conocido. No soy ella.
La mirada de Nicola empezaba a desesperarla. Necesitaba que él entendiera, que lo supiera. Pero él la observaba con los ojos oscurecidos, tan o más intensos que antes.
—Te quiero a ti, Emma. A la que eras y la que eres. Lo quiero todo y no me voy a cansar hasta que tenga cada parte de ti bajo mis manos, hasta que te haya probado y me sepa tu sabor tanto como tu nombre.
Ella suspiró, necesitando repentinamente aire frío contra su piel. La reacción de su cuerpo a Nicola era abismal, era caliente y desconocida. Él parecía despertarla, despertar sus sentidos y cada centímetro de su piel.
—Nicola —dijo, la voz delatando la forma en la que su cuerpo reaccionaba. Él la observo, cada más primitivo el deje de su mirada. Necesitaba respirar, pero de pronto, no quería moverse. No quería apartarse de él. Su cuerpo la estaba enloqueciendo—. No entiendo.
—No busques más respuestas ni pienses más —él dijo, sus ojos volviendo a la carretera. Emma sonrió, deseando creer lo que él le decía. Nicola no estaba siendo cruel, simplemente dándole la alternativa.
—Llévame a comer —dijo de pronto, sorprendiéndose a sí misma. —Comida italiana.
Nicol la observó con cierta curiosidad. Ese hombre, tan increíblemente bello y aterrador, la observaba con una sutil intriga bajo sus ojos oscuros.
—¿Qué quieres hacer, Emma?
Ella simplemente se encogió de hombros, desviando la mirada.
—Intentando creer que mi matrimonio no será una jaula y que mi captor no es un monstruo desconocido —dijo, la voz baja— y tratar de engañarme creyendo que puede salir bien.
Nicola no dijo nada y Emma lo agradeció, cayendo en un pensamiento: ella misma estaba comenzando a crear su mentira y peor aún, creyéndola.
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