V
Nicola aceptó el encuentro para el día que Emma lo había fijado. Esa fue la única respuesta que recibió de él hasta el día fijado.
Y no sabía si aquello le gustaba o no.
Pasó el resto del tiempo intentando dejar escapar las emociones mediante el arte. Cantó, pintó e intentó bailar, pero nada despegaba la marea de sentimientos que la envolvía.
Hasta el día que alistó para recibir a Nicola. En ese momento no sintió nada.
Hasta que lo vio.
Sentado en el centro de la sala de la gran casa donde vivía junto a Luciano, lucía como un rey. Había llegado unos minutos antes de que le avisaran a Emma, pero en ese lapso de tiempo parecía haber convertido la casa en suya. La silla central donde estaba había perdido cualquier signo mundano y ahora parecía un trono, aunque quien estuviese sentando en ella fuese un monstruo.
Emma apretó los labios. Aun no se había percatado de su presencia, por lo que aprovechó para darle una mirada al salón. Luciano conversaba con el Capo, la voz baja. Habían dos vasos servidos sobre la mesa con un líquido ambarino. Emma casi frunce el ceño. No solo estaban Nicola y Luciano. También había un hombre joven en la puerta, vigilando todo con una mirada imperturbable. Él ya la había notado, pero no había hecho ni un solo movimiento. No había rastro de Ana ni de Massimo en la sala, ni tampoco de esos dos hombres que ella había intercedido en la fiesta de compromiso.
Se adentró por completo a la sala. Pudo jurar que sus pasos fueron tan silenciosos como sus sandalias lo permitieron, pero de pronto la conversación se detuvo y los ojos de Nicola, como los de un halcón, estaban posados sobre ella.
Emma casi pierde el aliento. Pero pudo controlar su expresión esta vez, a pesar de aquella sensación abrumante que la recorrió de pies a cabeza cuando lo vio.
—Nicola —ella murmuró, sin saber que más decir. Se suponía que era un saludo. Pero en los ojos del Capo un brillo se extendió y Emma no supo si aquello era bueno o no. Pero en un impulso, él estaba de pie. Luciano también, su mirada posada sobre su Capo. El hombre de la puerta hizo un movimiento, como si se pusiera en alerta.
—Emma.
La forma en la que el Capo pronunciaba su nombre hizo que un estremecimiento la recorriera. La mirada de él pareció oscurecerse ante ello, casi como si conociera el motivo. Casi como si supiera todo lo que Emma sentía y pensaba.
—¿Querías verme? —preguntó, aquello escapándosele de los labios sin siquiera pensar que tan correcto sería. ¿El Capo le robaba su libertad y además de eso, esperaba recibir buenos modales?
Pero no hubo furia en la expresión de Nicola, no. En cambio, una sonrisa de extendió por sus labios, estirándolos pequeñamente. La cicatriz atravesaba parte de ellos, Emma notó. Aquella sonrisa no tenía nada que ver con aquel gesto de locura, siniestro, que le mostró al hombre de La Camorra cuando estuvo a punto de pegarle un tiro en la cabeza.
—Estoy aquí para ello —respondió.
Emma frunció el ceño.
—Me parece sin sentido, ¿No? Si ya elegiste la fecha para la fiesta de compromiso sin mi elección, no sé para que me necesitas para elegir la fecha de la boda dado que, en realidad, mi opinión no parece importar para nada.
En la mirada de Nicola brilló fuego. Emma no se sintió amenazada, sin embargo, aunque sabía que debería. Pero él no la observaba como si fuera a castigarla, no. Él en realidad, parecía observarla con una fascinación que la hacía estremecerse.
—Emma —advirtió Luciano, como pidiéndole que se detuviese y mirara con quien hablaba.
—No le hables —murmuró Nicola, el tono abruptamente helado—. Y ya puedes retirarte, Luciano. Tu hermana y yo tendremos un momento a solas.
La mirada de Luciano cayó sobre Nicola como un rayo.
—Sigo siendo su representante y proyector. No te voy a dejar en una habitación a solas con ella. No puedes exigirlo.
—Pero sucede que si puedo, Luciano. Y estas olvidando quien soy, así que ten cuidado con tus palabras.
Emma dio un paso hacia ellos antes de que su hermano dijera algo más.
—Déjanos a solas —dijo y luego, recordando aquel estúpido orgullo italiano y todas las reglas que se imponían los hombres de la mafia, suavizó la voz, bajando la mirada—. Por favor.
Sabía que su hermano quería negarse y no dejarla a solas con Nicola —y le agradecía aquello, que al menos intentara luchar por ella un poco más— pero él era su Capo y negarse a su orden era traición. Y la traición no era un asunto dulce en la Familia. Nunca lo era.
Luciano asintió una sola vez y le lanzó una mirada Nicola, pero este no parecía siquiera interesado en observarlo. Él solo veía a ella. Y la forma en la que lo hacía, lograba que el calor se concentrase bajo su piel de una forma abrumadora. Emma sentía que, de a pocos, no podía respirar. No con él mirándola así.
Al final, Luciano se retiró y los dejó solos. Cuando pasó por su lado no la tocó, pero si le lanzó una mirada que prometía que no iba a dejar de protegerla. Emma le sonrió. Como si ya no estuviera comprometida con monstruo.
Con solo una mirada de Nicola a su dirección, el guardia asintió y se retiró. Luego, sus ojos volvieron a caer en ella.
—¿Me tienes miedo aún, que permaneces tan alejada?
Las emociones corrieron por su cuerpo como sangre caliente. Ella dio un paso hacia él.
—Debería, después de lo que vi. También he escuchado historias.
—¿Hablaban de mi en Sicilia?
El corazón de Emma tambaleó. ¿Él había sabido donde estuvo ella luego del accidente? Ya sabía que no había escapatoria, entonces. Si él lo habría sabido siempre... Emma se preguntó cuanto tardaría en encontrarla si decidía escapar.
—Hablan de ti en todos lados —ella simplemente dijo, optando por no mencionar que había visto al mismísimo monstruo en acción: aquel rostro lleno de locura, aquellos gestos tan aterradores. Se preguntó una vez más que fue lo que lo detuvo de descuartizar al hombre de la Camorra ahí mismo. Su expresión delataba que deseos no le faltaban, pero Nicola no lo hizo.
O al menos, no frente a ella.
—Lo que sea que hayas escuchado, la realidad es peor. Soy el Capo de la mafia del noreste, Emma. Pero no te veas tan aterrorizada de mi cuando también perteneces a este mundo.
—No por elección —dijo y de inmediato se arrepintió. Aquello pudo haber sonado como traición. Pero Nicola sonreía.
—No, no por elección, pero estás en esto. Tu hermano es lugarteniente y tu sobrino pronto seguirá sus pasos. Tu padre era uno de los soldados más leales y crueles de mi padre. Tu cuñada es hija de uno de mis hombres más brutales y tú estás prometida al Don de Nueva York, Emma. Hasta donde puedo ver, estás hundida hasta el pecho. Y según yo recordaba, no solías ser tan cobarde como para estar asustada por ello.
Aquello la llenó de un coraje inmenso. Dio un paso hacia Nicola, sintiéndose furiosa de pronto.
—No sé cómo es la Emma que recuerdas, pero ella no existe. Eres un desconocido para mi. Un monstruo, y no elegí casarme contigo y mucho menos lo quiero. Si pudiera, escapara ahora mismo de ti. Cualquier castigo que la mafia me pueda dar va a ser mejor que esperar la muerte a tu lado.
Emma no lo había esperado cuando de pronto, Nicola estaba sobre ella. La tomó de las caderas, apegándola con fuerzas a su cuerpo y luego la atrapó entre sus brazos, agarrándola por la espalda y con una de sus manos tomando su rostro. La hizo elevar la cara, sus miradas encontrándose y Emma casi contuvo la respiración cuando encontró sus ojos, tan oscuros y peligrosos. Parecían quemar sobre ella.
Su aroma la envolvió, su cuerpo comenzando a arder sobre el de ella y miles de sensaciones inundándola. Debería sentirse aterrada, pero no lo hacía. La emoción latiendo en su pecho era muy distinta al miedo. Y la sorprendía y preocupaba. No debía sentirse así. No debía sentirse deseosa de ese fuego que prometía su Capo, el monstruo que apenas conocía y le había arrebatado tanto.
—Intenta escapar, Emma, y te perseguiré hasta el último rincón del mundo y quemaré todo a mi paso hasta que te encuentre. No puedes huir de mí, porque eres mía. Me perteneces, cada parte de ti. Huye y te encontraré cada vez que lo hagas, porque nunca te voy a dejar ir —gruñó contra su boca y todo lo que ella pudo sentir sobre su piel fue calor; aquello la estaba enloqueciendo. La mirada oscura de Nicola parecía absorber todo lo de ella, sin límites y Emma se sintió verdaderamente aterrorizada en ese momento. No por él, no.
Estaba aterrorizada de todo lo que él le estaba provocando.
—Suéltame —masculló, desesperada por aire. Nicola la miró una vez y sus ojos descendieron hasta su boca. Emma sintió su pulso salir disparado. Él debió notarlo, porque su mirada se tornó peligrosa. Se inclinó sobre ella, su boca a su alcance... pero él no hizo más que rozar sus labios hasta que de pronto, la soltó.
Emma retrocedió, sorprendida. El aire frío la rodeó de inmediato y su piel preció quejarse, pero ella ignoró a su cuerpo con todas sus fuerzas.
Lo miró. Nicola había retrocedido y ahora la observaba con el hielo cubriendo su expresión. Ella creyó haber imaginado todo lo que había sucedido anteriormente... pero no lo había hecho. Podía sentir las huellas de Nicola sobre su piel como si fueran quemaduras.
—¿Qué día has pensado para la boda?
Su voz lucía ahora tan seria, como si hace apenas segundos no hubiese sido un sonido ronco, lleno de posesividad. Él la estaba confundiendo en demasía. Emma se preguntó que tan rápido la locura podía contagiársele, porque de ser así, no tardaría mucho en perderse dentro de aquel matrimonio.
—Quiero graduarme primero—dijo, haciendo el mayor esfuerzo para que su voz sonara bien, como si la hubiera afectado. Nicola asintió y una ola de alivio la recorrió. Al menos no le iban arrebatar su título. Al menos eso le quedaba, su arte.
—Solo te quedan meses, pero puedes hacerlo antes. Solo necesito una llamada.
—No —ella espetó—. Quiero graduarme en el tiempo que me queda. No me quites eso también.
Nicola la observó por segundo y Emma dudó, realmente lo hizo, ante su expresión. Pero entonces él asintió.
—Eso nos da cuatro meses, entonces.
—Si.
—Sabes que no tengo que esperar esa cantidad de tiempo, Emma.
Ella sonrió.
—¿Se supone que ya soy tuya, no? —dijo, con la intención de burlarse, pero la mirada de Nicola se oscureció de una forma abismal.
—Lo eres —murmuró y un escalofrío casi la recorre.
Ella desvió la mirada.
—Entones cuatro meses son más que suficiente.
Él la miró por un tiempo más antes de finalmente dar un asentimiento. Uno solamente.
Emma dejó salir el aire como si aquello que le apretaba el pecho y le impedía respirar se hubiese aflojado un poco. Iba a casarse todavía, si, pero al menos tendría su título y un par de meses más de libertad. Tal vez, un par de meses en los que podría tomar el valor para huir.
Pero viendo al hombre frente a ella, sabría que no sería fácil.
Le había creído cuando le dijo que la perseguiría hasta el final del mundo... algo en su interior, muy recóndito, le dijo que lo haría.
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