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- Me malinterpretan, se supone que la tierra debe ser purgada, pero aún así sigo siendo el malo, quizás no el que se lleva todo el crédito, pero desvalorizan mi trabajo para mantener limpia ésta mierda, a veces solo quisiera algo de empatía, no es maldad, es justicia- musitó, olvidando por completo que él se trataba de un demonio y que, la maldad debería primar sus pensamientos. Suspiró con una sonrisa sarcástica, tomándose las costillas tratando de apaciguar el dolor agudo que sintió cuando llenó sus pulmones de aire, estaba harto de siempre pasar por lo mismo, era golpeado brutalmente hasta quedar inconsciente. Los demás lo aborrecían, y en cada encuentro por "casualidad" lo golpeaban. Mirando el amplio cielo teñido de negro, sin luna y tenues destellos de estrellas lejanas, detuvo su mirada en una en particular- de verdad quisiera que me dieras una oportunidad... ojalá pudiera ser digno de ti oh precioso ángel. Sonrió con tristeza.

Antes de bajar de la gran terraza de aquél edificio y mirando de soslayo una última vez a ese lucero inconfundible, lo vio apagarse de repente, sabiendo con exactitud lo que aquello significaba...

Sonriendo para sus adentros, súbitamente abrió sus gigantes y abundantes alas negras, agitándo y oscilandolas de atrás hacia adelante, levantando el poco polvo que se encontraba en ese lugar, con un brillo perturbadoramente atrayente emanado de las mismas, que con bordes plateados y plumas afiladas como cuchillos daban la impresión acertada de estar frente a un ser sobrenatural y sublime.

Sin dudas era un ángel precioso, con un rostro perfecto en ángulos puestos a medida, cuerpo fornido y unos ojos profundos y negros como manantiales repletos de la oscuridad más pura en algún sentido maldito, pero su belleza tenía tanta contrariedad a lo que en realidad era, aunque de todas maneras encajaba a la perfección.

Es que en realidad era así. Los demonios fueron ángeles en sus principios.

Encogiéndo sus alas en su espalda para evitar que la gente las viera y alisando con sus manos la camisa negra de seda brillante que llevaba puesta y sus pantalones de cuero como segunda piel, caminó hacia la puerta que conducía a las escaleras para bajar nuevamente a los pasillos de ese complejo pútrido de departamentos.














Estaba erguido en una esquina de la pequeña habitación, como casi todas las noches que era llamado por esa niña, que ahora se encontraba debajo de su cama tapando con fuerza sus oídos, presa del pánico al verse indefensa y desamparada.

La oía sollozar siempre por la misma historia que se repetía incesantemente luego de que su padre llegará del bar.

Su madre llorando y gritando que por favor sé detuviera, su pequeño hermano de a penas tres años siendo azotado por no calmar su llanto.

Las imágenes más desgarradoras sucediendo cada noche que ella solicitaba su presencia, él era un ángel guardián. Se encargaba de protegerla siempre, pero no podía interponerse con los protegidos de los demás, esa no era su misión.

Sentía su corazón estrujarse de la impotencia que calaba en lo profundo de su alma, pero debía mantenerse imparcial y obedecer las reglas, sino su castigo podría convertirse en su destierro.

- Dónde se supone que estás?, no oyes que te necesita? , Está agonizando maldita sea- repetía entre dientes, apretando los puños y derramando lágrimas de dolor ajeno, con sus pulcras y perfectamente detalladas alas blancas con bordes dorados, extendidas en modo alerta preparado para un despegue improvisado.- si sólo pudiera acercarme..., no, basta, enfócate, vamos Taehyung solo cuida de Yuqi.- pronunció esas palabras casi con asco de decirlas mirando al techo de la habitación.- ella es tu misión, no puedes interferir por nadie más. - suspiró cerrando sus ojos- ...lo siento pero a veces eres tan injusto... esa criatura está sufriendo y a ti pareciera no importarte...






Apoyado contra el marco de la puerta del balcón se encontraba con una sonrisa ladeada, de vez en vez, cuando la brisa nocturna ayudaba, podía mirar hacia dentro de la habitación al momento en que las cortinas se mecían.
Siempre la misma rutina, él venía, se paraba en esa esquina y vigilaba a la niña debajo de su cama, no le veía sentido a eso pero tampoco se detuvo a analizar mucho la situación, solo pensó que se trataba de un terror nocturno y la niña necesitaba contención. Le resultaba relajante mirarlo, aunque siempre llevara una expresión de angustia, no sabía aquello que afligía al ángel, pero quería averiguarlo, solo que no sabía cómo, ya que las veces que intentó acercarse fue ignorado o simplemente tratado con repúdio, y eso no lo hacía sentir bien. Se supone que los ángeles son buenos y amables, se decía todo el tiempo, pero ese ángel distaba mucho de serlo, por lo menos con él, aún así no se quejaba, eran de mundos distintos.

Mientras seguía admirando a aquel ser sin que se percatase de su presencia sintió una fuerte ráfaga de viento frío y tajante acompañado de un alarido proviniente de una mujer.

Arrugó su frente en claro signo de desconcierto, algo no estaba bien y menos aún que pudo sentir otra presencia siendo ésta uno de los suyos. Lo cual no era un buen presagio.

Los demonios eran seres territoriales y para nada amigables, eran competitivos y sanguinarios con sus pares, por lo general no suelen sentir sus presencias ya que desataría una batalla campal a cada segundo. Pero habían excepciones y esas existían para alertar sobre el posible quiebre del balance. Todos tenían sus misiones, un motivo que los llevó hasta ahí. Pero había otros que disfrutaban el dolor ajeno y el sufrimiento de inocentes y esos eran los demonios que más había que temer.

El mundo demoníaco se dividía en sociedades, algo así como clases. Los de clase baja eran los ángeles más bellos pero que habían cometido el pecado de desobedecer a sus misiones e interferir con otros protegidos.
Los de clase media eran los que disfrutaban de castigar a la gente que hería, traicionaba o estafaba a los más débiles y los de clase alta los que se aprovechaban de su poder para someter y torturar la mente de las personas para su propio placer, haciendo honor a su nombre de especie, estos eran desagradables no les importaba si era mujer, hombre o niño, su sed de control sobrepasaba los límites que estaban establecidos. Eran los reyes del Inframundo.

El más temido de todos era Surgat, ya que como protegido de lucifer era el que más libertad tenía de hacer cosas sin tener consecuencias, porque a la hora de la lucha era la mano derecha del ángel caído y eso lo dejaba en una posición alta para hacer y deshacer a su antojo, siempre y cuando no afectará a su amo.

Es el único que, una vez que tomaba el cuerpo de alguna persona, no podía ser expulsado, por lo cuál cada vez que eso ocurría terminaba todo en tragedia a favor de Surgat.

Por ende el más temido ser entre los humanos y los demonios, porque llevarle la contraria o entrometerse en su camino era igual que hacerlo con el altísimo.

Taehyung escucho el grito de la mujer que se encontraba en el comedor y batió sus alas con fuerza volviendo sus ojos rojo fuego, debía interferir ya no soportaba el dolor de no poder hacer algo.

Jungkook volvió su atención rubio y vio como el ángel movía sus alas de manera violenta lanzando olas de viento en la habitación haciendola temblar.
Se sorprendió en demasía cuando vio las alas ajenas adoptar un tono gris opaco estremeciéndolo mientras una sensación de peligro le recorría por toda la espina dorsal.

"Por favor no te metas, no cometas mi error."

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