Capitulo 7
Sus pies estaban clavados en el suelo de cemento debajo de él. Sus piernas, aunque inmóviles, conseguían a duras penas mantenerle en pie mientras que sus brazos sufrían de un leve temblor casi imperceptible.
¿Era miedo acaso? ¿Podría ser frío? Desde luego que hacía frío y él no llevaba encima ninguna chaqueta o abrigo que pudiera protegerle, tan solo un mísero y simple jersey de lana gruesa que como mínimo conseguía defenderle del viento helado a su alrededor y que con persistencia mecía sus mechones rubios.
Mikey estuvo paralizado unos largos minutos. Observó a su alrededor lentamente y muchas de las personas que caminaban por la calle se quedaban mirando, entre curiosos y confundidos, a ese solitario muchacho que parecía perdido. Y lo estaba. A pesar de tomarse el tiempo de mirar a los ojos a esa gente su mente divagaba en mil y un cosas que nada tenían que ver con ellos. Sus ojos viajaron entonces a su espalda, girando lo suficiente para poder ver tras él la Torre que se alzaba imponente y sombría, esa de la que había sido expulsado como un deshecho hacía menos de diez minutos. Y entonces observó sus manos, pálidas y congeladas.
¿Estaba vivo?
¿De verdad había salido con vida de ese sitio?
Su mente pareció darse cuenta de algo y ese algo tenía que ver con el motivo de tantas miradas a su persona. Con urgencia ocultó por completo la pulsera de su muñeca y con la misma necesidad cubrió la herida de su cuello con la palma de su mano. Escocía y dolía un poco pero nada era peor a ese sentimiento de ser observado con pena, vergüenza ajena y asco. Mikey tragó saliva con fuerza y sintió un repentino mareo. Las tripas se le revolvieron con el recuerdo de ser mordido por un vampiro. No, por el mismísimo Hanagaki.
Sintió un asco atroz y sin poder evitarlo vomitó todo lo que había sido obligado a comer momentos antes. No tardó demasiado. Solo bastaron un par de arcadas para echar todo lo que tenía en el estómago. Sus ojitos lagrimeaban y con un inconfundible temblor en el brazo se secó los labios húmedos con la manga de su jersey. Alzó la cabeza y soltó un pesado suspiro.
Sí. Estaba vivo. Seguía con vida y ni siquiera era capaz de explicar por qué.
Pero entonces un vivo recuerdo se aferró con fuerza a su memoria.
-Hana... -para ese momento ya había empezado a moverse.
Comenzó a caminar rápido provocando que las personas se apartaran de su camino con expresiones extrañas. Lo agradeció. Seguía sintiéndose débil y las pocas fuerzas que había recuperado no parecían ser suficientes. Sin embargo, sus piernas comenzaron a moverse mucho más rápido. Y le dolían, no iba a mentir, cada zancada era como sentir una corriente dolorosa trepar por toda su extensión pero no le importó, intentó ignorarlo y con toda su fuerza de voluntad avanzar entre esas calles que tan desconocidas se percibían entonces.
Necesitaba saber que estaba bien. Necesitaba saber que no le habían hecho nada. No podría soportar no haber cuidado de ella, no podría volver a mirar a Draken a los ojos si descubría que Mikey no había sido capaz de cuidar a su niña.
Sintió una presión aguda en el pecho. Corrió lo más rápido que pudo e intentó controlar la pesada y acelerada respiración que oprimía con fuerza sus pulmones. El aire helado del invierno le perforaba la garganta, no sentía los dedos de las manos y la nariz le moqueaba por el frío. Y pese a todo no dejó de correr.
Llegó al edificio de apartamentos donde vivía Draken, el primer lugar al que se le ocurrió acudir, y con desesperación empezó a subir las escaleras que dividían los diferentes largos y estrechos corredores que aglomeraban una extensa hilera de puertas. Los vecinos le miraban entre curiosos y fastidiados. El pecho le oprimía con fuerza la respiración y se agarraba de la barandilla de las escaleras para darse más impulso para subir. No podía más pero no paró. La falta de sangre en su cuerpo seguía pasándole factura. Cada vez más y más.
-¡Draken! -aporreó la puerta del piso de su amigo con los puños, repitiendo el nombre de su mejor amigo una y otra vez. Nadie abría. Y no fue hasta que escuchó una grave y tajante voz a su lado que le hizo detenerse por completo.
-No está -Mikey contempló los ojos oscuros del anciano que se había tomado la molestia de acercarse -. No ha vuelto desde que se llevaron a la niña -entonces la mirada de Mikey observó tras la espalda de ese hombre y no tardó en darse cuenta de todas las personas que le miraban desde las puertas de sus casas. En ese momento apretó los puños y los labios con fuerza, quiso gritar de frustración pero dudaba en que llegara a salirle la voz suficiente para hacerlo.
-Gracias... -musitó y se alejó un par de pasos de la puerta. Su respiración se había vuelto algo frenética y por un segundo no supo qué hacer o a dónde ir. Suerte que el instinto le guio y sirvió de salvavidas para esa situación tan angustiosa.
Volvió a bajar las escaleras a toda prisa. Para ese momento su mente se sentía aún más nublada, las fuerzas en las piernas volvieron a fallarle haciendo que tropezara en más de una ocasión pero sin llegar a caer al suelo del todo.
El sol empezaba a esconderse poco a poco y el frío era cada vez mayor. Sin embargo, él a penas lo sentía.
-Dame eso ahora mismo, Baji -la orden de Shinichiro resultó ser una afilada y cortante petición que bien podría haberle hecho temblar a cualquiera. Claro que Baji no era cualquiera, quizás era de las pocas personas que jamás se dejaría amedrentar, y menos por alguien a quien consideraba su propio hermano. Sin embargo, su mirada se percibió confusa durante un instante y por inercia apretó el puñal que con anterioridad le había arrancado a Shinichiro de las manos.
-¿Estás loco o qué? ¿Qué pretendes hacer con esto? ¿Asesinar a alguien que no puede ser asesinado?
-Piensa con la cabeza, hermano -pidió Takeomi esta vez. Mantenía un cigarrillo en los labios para mantener la calma, una calma que hacía mucha falta en esa situación donde ya nadie la conservaba -, a menos que te conviertas en uno de ellos por arte de magia no conseguirás nada.
-Entonces usaré lo que hemos estado fabricando estas últimas semanas -con aquella última respuesta los ojos de Baji se abrieron más que nunca. Automáticamente le hizo un gesto con el rostro que le exigía mantener la boca cerrada. El problema era que Shinichiro se sentía incapaz de callarse, de no hacer nada, de no decir nada, de no intentar buscar a su hermano bajo ningún concepto, de no intentar vengarse de aquellos que probablemente ya lo habrían... Ya le habrían... Estaba claro que Manjiro ahora estaba...
-Yo estoy con Shinichiro -aquella fue la primera intervención de Draken desde hacía alrededor de una hora. Hasta entonces se había mantenido cabizbajo, sentado en el viejo sillón del pequeño apartamento de los Sano, con el rostro escondido en sus manos e implorando, suplicando, que todo saliese bien.
Emma les mandó una mirada negativa a todos esos hombres que ella creía sin cabeza mientras le tendía a la pequeña Hana un zumo de naranja recién exprimido. La niña ya había recuperado un poco de tranquilidad después de una larga siesta. Hacía ya casi tres horas que la habían encontrando caminando por la calle sin abrigo y muerta de frío. Habían estado recorriendo cada rincón de Lestat para encontrar tanto a Mikey como a Hana y solo cuando hallaron a la pequeña fueron capaces de regresar al hogar de los Sano para descansar un poco y preguntarle, de un modo sutil y con tacto, qué estaba pasando y qué habían hecho con ellos durante su desaparición.
Sin embargo, la pequeña pudo decir poca cosa que ayudara.
Shinichiro miró entonces a Draken y en esa profunda mirada tan parecida a la de Mikey halló cierto agradecimiento.
-No pienso quedarme de brazos cruzados y esperar a nada, todos aquí sabemos lo que pueden haber hecho ya -sus puños se apretaron irremediablemente a ambos lados de su cuerpo. Necesitaba descargar toda la ira que contenía en su interior, romper todos los muebles a su alrededor a puñetazos, pero no lo haría frente a su hija.
-¿Mikey está bien? -la pregunta resultó ser a penas un pequeño hilo agudo distante. Todos los pares de ojos se dirigieron automáticamente a la niña sentada en una de las sillas de la sala con el vaso de zumo fuertemente apretado entre sus pequeñas manitas. Tenía el rostro ligeramente rojo por la tristeza y sus ojitos, húmedos, miraban a su padre con sincera preocupación.
El silencio posterior a la pregunta fue destructivo.
-Seguramente sí, Hana -las manos de Emma acariciaron cariñosamente los muslos de la niña. Sin embargo, Emma no pudo ocultar las lágrimas acumuladas en sus ojos y Hana tuvo la posibilidad de verlas con demasiada claridad. No quiso añadir nada más.
-¡Hey! -Baji solo se dio cuenta de que alguien le había arrebatado el puñal de la mano cuando Shinichiro ya lo tenía en una de las suyas -. ¡Devuélveme eso Shinichiro! ¡Yo quiero recuperar a Mikey tanto como tú pero hay que pensar antes de actuar, joder! ¿Acaso no hemos aprendido nada en todo este tiempo? -Baji se dispuso a perseguir a Shinichiro que sin dudarlo había avanzado hasta la puerta principal del apartamento. Takeomi rodó los ojos con exasperación y Draken se limitó a seguir al mayor porque su cabeza no pensaba otra cosa, estaba nublada por la ira.
-Vamos a perder a dos Sano en menos de un día... -murmuró Takeomi en voz baja, de brazos cruzados y agachando la mirada al suelo con decepción.
Shinichiro ignoró los constantes gritos de Baji a sus espaldas y estuvo a punto de tomar el pomo de la puerta para abrirla, estaba dispuesto a salir ahí fuera y atentar contra la vida de todos y cada uno de los vampiros con los que se cruzara. Le daba igual su destino, su alma le decía que su hermano estaba muerto, Mikey estaba muerto igual que Izana. Así que le daba igual morir, no le quedaba nada.
Aunque...
¿De verdad no le quedaba nada?
-Shin... -su mano se detuvo justo cuando sintió algo tirar de la muñeca contraria, de esa que sujetaba el puñal con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. Lentamente su mirada descendió lo suficiente como para ver a su lado a Emma arrodillada y con los ojos fuertemente cerrados. Y así, a pesar de no abrirlos, las lágrimas descendían por sus mejillas en abundancia. Todos habían tomado silencio y todos observaban a la menor de los Sano sin decir ni hacer nada. Shinichiro sintió el temblor en las manos de su hermana, un temblor descontrolado y demasiado evidente -. No lo hagas... No... Yo no p-podría soportarlo -murmuró con los labios apretados.
Shinichiro parpadeó y sus ojos picaron por las inminentes lágrimas que evitó soltar a toda costa. No, no había perdido todo. Sin embargo, ¿por qué dolía como si lo hubiera hecho?
-Ya no más... Por favor... V-v-voy a perderos a todos -y con la última palabra rompió en llanto. Los sollozos de Emma resonaron con fuerza entre las cuatro paredes que los abrigaban. Shinichiro apretó los puños y varias lágrimas rebeldes escaparon de su rostro sin poder evitarlo. Sintió el agarre de Emma incrementar con desesperación, mostrando así esa angustia de la que la joven estaba siendo víctima. La ansiedad y el temor a quedarse sola, a perder a sus tres hermanos mayores, esos que habían jurado y perjurado protegerla durante toda su vida.
Y no podía hacer otra cosa que arrodillarse y suplicar. Otros cortitos sollozos se escuchaban desde la esquina y Hana se restregaba los ojitos con los puños mientras un puchero temblaba en sus rosados labios.
Y quizás debería quedarse con su hermana e intentar consolarla, ese era el trabajo de un hermano mayor, sin embargo todo lo que Shinichiro sentía en su interior era odio, y ese odio era el que llevaba las riendas de sus movimientos y sus acciones.
-Lo siento, Emma -susurró. Fue lo único que dijo antes de girar el pomo y con rabia azotar la puerta hacia él para abrirla.
Emma sollozó más fuerte,
Pero no lo escuchó.
Ahí, frente a la puerta recién abierta se encontraba algo que consideró un espíritu en un primer momento.
Manjiro tenía el puño alzado, ese que había estado a punto de aporrear la puerta como había hecho anteriormente con la de su mejor amigo. Tenía el rostro excesivamente pálido y la nariz y las orejas estaban más rojas que un tomate maduro. El rostro de Mikey se veía cansado, respiraba agitadamente, como si hubiese estado corriendo una maratón. Y sus ojitos estaban apagados, perdidos, como si llevase un buen rato intentando mantener la conciencia.
-Manjiro... Qué... -lo que Shinichiro balbuceó posteriormente fue algo difícil de entender. El corazón se le había detenido por completo, la respiración se detuvo abruptamente y de repente sintió que estaba soñando, que no era real. Pero entonces la mirada de Mikey se posó detrás de su espalda y una diminuta sonrisa que a simple vista le había dolido mostrar brilló con fuerza ante sus ojos.
-Estás bien, Hana... -susurró y solo entonces sus piernas flaquearon. Hubiera caído de rodillas de no ser porque Shinichiro consiguió atraparlo antes.
-¡Mikey! -no supo quién gritó su nombre. Quizás fue solo uno o quizás fueron todos al mismo tiempo, pero lo único que Shinichiro escuchaba en ese momento era a su hermano balbucear cosas incomprensibles en su oído. Le había tomado en brazos y Manjiro no tardó en acurrucarse contra su cuerpo. Rodeando el cuello de su hermano con sus brazos y escondiendo el rostro en esa parte. Sintiéndose en casa, sintiéndose vivo.
Shinichiro corrió de nuevo hasta el sofá y con cuidado dejó a Mikey sobre él.
-¡Manjiro! -Emma corrió hacia su hermanito. No pudo detenerla, cuando él se hubo alejado un poco fue el turno de Emma de lanzarse a los brazos de Mikey para apretarlo con fuerza. Llorando y agradeciendo a quien sabe qué que estuviera bien. Shinichiro también lloraba y sin poder evitarlo había rodeado a sus dos hermanos con fuerza. Aplastándolos con sus brazos sin importarle una mierda, estrujando entre sus dedos las telas de su ropa y cubriéndolos con su cuerpo con completa desesperación. Todo le importó una mierda en ese momento. Porque los tenía ahí, con él y seguros esta vez.
Draken observó la escena impactado. Aún no había dicho una palabra y es que, joder, había pasado tanto miedo cuando descubrió que no solo Hana, sino que también se lo habían llevado a él que sintió como todo su mundo se venía abajo. Sin ninguno de ellos dos su vida no tenía sentido. Y solo ese día, habiéndolos perdido a ambos, supo que si en algún momento llegaba a suceder de verdad él moriría con ellos. No podría soportarlo.
Agradeció con un fuerte suspiro el reconfortante apretón que Baji dejó sobre su hombro.
-Dios mío, ¿estás bien? -Shinichiro se apartó y con una reluciente sonrisa observó con atención a su hermana. Emma también se había alejado pero ella con una expresión preocupada y confusa. Tomó las manos de su hermano con las suyas.
-Estás helado, Mikey, espera -se levantó y corrió hacia el pasillo hasta perderse de la vista de todos.
-Estoy bien... -Manjiro forzó una débil sonrisa, sus ojos apagados y medio cerrados observaron a Shinichiro y el mayor tuvo que acariciarle la cabeza con cariño antes de soltar una corta risa nerviosa. Había pasado tanto miedo que ahora esa situación le parecía surrealista.
-¿Qué te han hecho los malos? -Manjiro bajó la mirada cuando sintió algo apoyarse en sus piernas. Hana le miraba entre preocupada y enfadada y sonrió aún más pareciéndole adorable que la niña hiciera un berrinche contra los vampiros que les habían arrastrado a ese terrible lugar.
-Nada, estoy bien -acarició la cabeza de la pequeña con cariño -, y me alegra que tú también lo estés.
Entonces alguien más se agachó frente a él. Hana dejó espacio a su padre y se apartó para que Draken pudiera observar a Mikey de cerca. Tomar sus mejillas y acariciarlas con sus pulgares, cerciorándose de que esa era una realidad y que volvía a tener a Mikey con él. Y Manjiro vio la desesperación en sus húmedos ojos llegando a sentirla como suya propia.
-Los grandullones no lloran -murmuró y Draken tuvo que soltar una risa al mismo tiempo que un par de lágrimas caían de sus ojos.
-No vuelvas a asustarnos así, maldito imbécil -soltó para justo después rodearle con sus brazos. Mikey intentó devolverle el abrazo con la poca fuerza que le quedaba, sin embargo, disfrutó de un modo increíble el volver a embriagarse con el aroma de su mejor amigo. Sentir su calor le hizo recuperar un poco de la vida que creía haber perdido.
-Aquí estoy, ten esto -Emma había regresado con un par de gruesas mantas de lana -. Te estoy preparando la bañera con agua caliente, tienes que recuperar el calor -Draken se había alejado y ayudaba a la chica a rodear el pequeño cuerpo de Manjiro con ellas. Mientras le cuidaban y mimaban de esa forma, Mikey se percató de una persona que en un inicio le sorprendió tener allí esperando por él. La mirada que Baji le dedicaba era seria, pero cuando sus ojos se encontraron fue una pequeña sonrisa lo que recibió a cambio y aquello le hizo sentir mejor. Correspondió a esa sonrisa sabiendo perfectamente lo que significaba.
Me alegra que estés bien, enano.
Pero entonces la persona menos esperada fue la única en darse cuenta de un detalle.
Uno importante. Demasiado importante y que todos habían pasado por alto al centrarse únicamente en el regreso de alguien a quien querían mucho. Takeomi frunció el ceño y se acercó a grandes zancadas hacia el sofá. El humo del cigarro se expandió por toda la habitación pero ni siquiera eso sumado al mal olor conseguían sacar a los presentes de su nube de emoción y reencuentro.
-¿Qué es esto? -sin cuidado pero sin ser demasiado brusco, obligó a Mikey a torcer el rostro. Y Shinichiro le habría regañado por ser tan bruto con su hermanito de no ser porque ante sus ojos quedó aquello que le hizo reaccionar de inmediato.
-Déjalo -murmuró Mikey desasiéndose de ese agarre con una sacudida y una mirada fulminante en su dirección. Aún recordaba vivamente lo que había ocurrido con ese tipo que no conocía y lo que había estado a punto de hacer con él días antes -, no es nada.
-Pues ese nada tiene la forma de dos colmillos -Mikey intentó cubrirse el cuello con las mantas pero el agarre que Shinichiro infringió sobre ellas fue suficiente para detenerle. Tampoco tenía mucha fuerza como para luchar contra ello.
-¿Es lo que creo que es? -entonces Shinichiro lo había recuperado. De nuevo sentía la ira vibrar con fuerza en su interior. Draken también miraba esa herida con desconcierto y sus ojos buscaron en ese momento los de su amigo para pedir respuestas.
-¿Qué ha pasado, Mikey?
Pero Mikey se sentía mal. De nuevo ese mareo tan conocido que llevaba sintiendo durante horas regresó. Estaba mareado, cansado y helado. Un cúmulo de sensaciones negativas que le hacían sentirse terriblemente mal.
-No te calles, dínoslo.
-¿Te han mordido?
-¡¿Quién?!
Ya ni siquiera sabía quién preguntaba, no identificaba las voces, ni siquiera veía frente a sus ojos pues su vista se había nublado por completo. Sentía su cabeza arder hasta el punto de que pareciese estar a punto de estallar.
-¡Parad, se está desmayando!
Gracias Emma, pensó antes de perderse por completo en la inconsciencia, al menos no todos en esta casa son unos idiotas.
Sus largos y finos dedos danzaban sobre las teclas con suma suavidad. Prácticamente acariciaba cada una de ellas con gusto, con exquisita eficacia, casi como si fuera lo único que disfrutaba de verdad. La melodía que se escuchaba de ese gran piano que llevaba en su posesión siglos era tranquila, transmitía paz y serenidad, lo cual era bastante extraño teniendo en cuenta las melodías que él solía tocar más de la cuenta. Pero en esta ocasión sentía que su música debía ser algo más ligero, algo más acorde a su actual estado de ánimo.
Y es que su actual estado de ánimo era uno, por extraño que parezca, bueno. Haber podido disfrutar por fin de la sangre que tiempo atrás le enloquecía le había traído de vuelta a esos viejos tiempos donde lo único que importaba era beber cuanto pudiese y de esa forma alimentar su poder, su fuerza y su inteligencia.
Para entonces tocaba con los ojos cerrados. Se dejaba guiar por su sentido del oído; por lo que escuchaba de su música y por el resto de sonidos a su alrededor. Aprendió a tocar el piano hace tanto tiempo que ni siquiera era capaz de recordar su primera clase ni ninguna de las posteriores. Solo sabía que lo hacía bien y que cada melodía que creaba su profunda y, a veces, retorcida mente era lo único que sacaba a la luz sus más sinceras... ¿emociones? Ni siquiera sabía si clasificarlo de esa forma, hace mucho aprendió que los vampiros no sienten ese tipo de cosas.
Pero entonces, ¿por qué no dejaba que nadie le escuchara tocar el piano? Lo hacía por y para él mismo, se prometió hace mucho no dejar que nadie escuchara su música que tan transparente convertía su alma. Ese privilegio lo tenía reservado para alguien específico.
Alguien que aún no había llegado y que dudaba enormemente que llegaría en algún momento de su infinita vida.
Entonces un ruido llegó a sus oídos en forma de alerta. Los vampiros tenían los sentidos plenamente desarrollados y alguien tan poderoso como Takemichi Hanagaki los había llevado al límite. Por su capacidad de audición captó a lo lejos unos pasos que se acercaban con seguridad a donde él estaba.
Sus manos detuvieron los movimientos de los dedos y lentamente abrió los ojos.
Su mirada se posó en un delgado anillo con un pequeño rubí en el centro atado a una cadena de oro que descansaba sobre el piano, ahí donde se solían poner las partituras que él ya no utilizaba. Y entonces, unos suaves golpes a la puerta resonaron con suavidad en el cuarto.
-Adelante -su voz tenue revelaba la tranquilidad que había conseguido gracias al rato que se había ofrecido a sí mismo para tocar el piano. Tomó el colgante con el anillo y volvió a ponérselo alrededor del cuello y esconderlo al mismo tiempo dentro de su ropa. Soltó un amplio suspiro y la puerta del despacho se abrió por fin.
-Buenos días, Hanagaki -Takemichi se giró sobre su asiento y contempló ante sus ojos a Chifuyu. El joven hizo una pequeña inclinación con su cabeza hacia él y mostró una pequeña pero educada sonrisa -. ¿Cómo se encuentra hoy?
-Increíble -soltó y de sus labios también escapó una sonrisa, aunque una diferente a la de su compañero. Esta, como habitualmente, no le llegó a los ojos. Sin embargo, ya de por sí no era habitual que Takemichi sonriera por lo que Chifuyu tomó ese gesto como algo positivo.
-Eso esperaba, ya me han contado lo bien que fue el banquete de ayer.
-Sí... Yo también estoy sorprendido.
-Y me alegra que haya conseguido contenerse, no hubiese sido buena idea asesinar a tantos humanos de tan buena calidad -Chifuyu era de los pocos que se atrevían a corregir o reprender las actitudes y decisiones de Hanagaki, y quizás era de los pocos que tenían la autorización para hacerlo. Takemichi apreciaba su compañía, tenía casi la misma edad que él en años de vampiro y el tiempo tan largo que llevaba a su lado habían hecho de él la persona en quien más confiaba. Más que en kisaki, evidentemente, pues él era más bien su siervo más eficiente por la obsesión que Takemichi sabía que tenía hacia él.
Sin embargo, le seguía considerando un completo idiota interesado del cual, por fortuna, podía aprovecharse hasta la última gota.
-Hoy tú te has levantado con muchas ganas de hablarme con respeto, por lo que parece -comentó ligeramente y Chifuyu soltó una pequeña risita entre dientes.
-Sí, no sabía que estarías de tan buen humor así que quise prevenir.
-Oh, vamos -Takemichi se levantó de su asiento y a grandes pasos se acercó a su querido amigo con entusiasmo. Sus manos se plantaron en sus hombros y con un fuerte apretón sobre estos captó toda la llamativa mirada del menor -, ni que fuera capaz de matarte.
Chifuyu negó lentamente con la cabeza al mismo tiempo que sonreía un poco. Sí, bueno, quizás Takemichi le había repetido mil veces que jamás le mataría pero seguía siendo Takemichi y estaba claro que él no quería tanto a nadie hasta ese punto. Todo el mundo era prescindible para él, hasta el propio Chifuyu, y él lo entendía. A fin de cuentas también le costaba eso de mantener a alguien dentro de su corazón con cariño.
-Pero sí, digamos que... Ese chico fue algo inesperado, había perdido la esperanza, ¿sabes? Pero de repente su aroma me cautivó y su sabor no fue para menos -volvió a retomar la conversación previa a su desvío alejando de nuevo las manos de Chifuyu. Su expresión se tornó en una de completa curiosidad. Porque sí, Takemichi no había podido dejar de darle vueltas al asunto durante toda la madrugada. ¿Por qué de repente, después de tanto tiempo, aparecía alguien con una sangre capaz de volverle completamente loco? Aún podía apreciar el dulzor de ese líquido caliente entre sus dientes, sus encías y su lengua. Se le hacía la boca agua al recordarlo.
Exquisito.
-Me alegra escuchar eso.
-¿Acaso sabes por qué puede ser? -pero la negativa de Chifuyu le hizo perder cierta esperanza a una respuesta correcta.
-Supongo que tu paladar se ha refinado con el tiempo, la próxima vez que veas a Salem podrías preguntarle. Está claro que él es mucho más sabio que cualquiera de nosotros.
-Ya veo -Takemichi chascó la lengua y bajó la mirada. Unos segundos pasaron entonces antes de volver a alzarla hacia él -. Ni siquiera sé el nombre de ese humano -comentó ladeando la cabeza y mostrando su par de ojos plenamente curiosos.
-¿De verdad...?
-Pero no me lo digas -interrumpió antes de que pudiera continuar con la pregunta. De pronto sus dientes quedaron a la vista por la sonrisa entusiasmada de sus labios -, quiero preguntarle personalmente la próxima vez. Me intriga.
-Está bien, no te lo diré -continuó. Entonces su rostro adquirió una seriedad propia a cuando había algún tema importante entre manos. Takemichi lo notó y no pudo tardar en preguntar con cierta pereza.
-¿Qué pasa? No has venido aquí solo para darme los buenos días -y dio en el clavo. Chifuyu suspiró pesadamente antes de negar con la cabeza.
-Así es -su ceño se frunció levemente mostrando ese lado suyo tan profesional. Desde hace mucho había acatado la tarea de servir a Takemichi y ser el responsable de aconsejarle y tomar decisiones por él si el propio Takemichi lo veía conveniente. Se enteraba de casi todo antes que él y era el encargado, la mayor parte de las veces y solo cuando Kisaki no se le adelantaba, de contarle las nuevas más importantes -. Tiene que ver con tu querido nuevo cachorro.
Las cejas de Takemichi se elevaron con sorpresa, sin embargo, no tardó en relajar ese gesto para transformarlo en uno un poco más divertido.
-Se ha vuelto a desbocar y ha atacado a un humano en mitad de la calle -contestó y Takemichi sonrió sin una pizca de sorpresa esta vez.
-¿Ha llegado a matarlo?
-No... pero casi.
-Ya veo -suspiró y se alejó un par de pasos de Chifuyu. Su mirada se perdió en el techo y un par de pensamientos surcaron su mente como cada vez que una noticia así llegaba a sus oídos. Le hacía gracia, le divertía imaginarse esa situación de un vampiro recién convertido intentando no dejarse guiar por sus instintos. Siempre y cuando no llegara a matar a demasiados humanos de valor, claro -. Llévame con él.
Dicho y hecho, Chifuyu guio a su señor a través de los profundos y oscuros pasillos de la Torre. Todos los vampiros con los que se cruzaban se tomaban el tiempo necesario de hacer una breve reverencia a Takemichi, las cuales él ignoraba por completo. Todos le temían, no solo los humanos sino que la mayoría de vampiros también. Era alentador para él ese hecho, saber que tenía tanto poder en sus manos y que por ese motivo nada ni nadie podía hacerle frente. Bueno, casi nadie para ser más exactos, evidentemente.
Takemichi siguió al menor con ligero aburrimiento, paseando su mirada por cada detalle de los pasillos que recorrían. Él había intentado decorarlos como más le gustaban para darle un aspecto más... ¿hogareño? Al menos para él y para sus gustos personales. Lo necesitaba por estar ahí tanto tiempo encerrado a voluntad. Los cuadros de pinturas que salpicaban las paredes y las pequeñas esculturas que se erguían en los rincones llenaban un poco el frío espacio de los diferentes pasillos y habitaciones de su rascacielos. Al menos los de la última planta, esa en la que vivía.
Finalmente llegaron a una de las salas principales. Era el hall que contenía los dos ascensores que daban acceso a esa planta y las escaleras que descendían a la siguiente. El suelo estaba cubierto por una gruesa alfombra con distintos estampados abstractos en tonos oscuros que no permitió el sonido de sus pasos al llegar. Eran cuatro en total los vampiros que esperaban por su presencia.
Sin embargo, no se tomó la molestia de mirar a ninguno de ellos más de la cuenta, bueno, casi ninguno. Su mirada estudió de arriba a abajo a su pequeño 'cachorro' como él denominaba desde hace tiempo. Sonrió fríamente al sostener esa mirada profunda en la suya. En sus labios había manchas de sangre y en seguida le llegó ese olor a hierro tan repugnante.
De pronto sintió la urgencia de poder degustar de nuevo el delicioso sabor que probó el día anterior.
-¿Otra vez causando problemas... -su pregunta resonó con potencia dentro del hall. El chico tragó saliva con fuerza y elevó el rostro lo suficiente como para no dejarse amedrentar - ...Izana?
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