Capitulo 6

Quizás esa fue la mirada que inició todo. 

Manjiro sentía la respiración de Hana acumularse en el hueco de su cuello, ahí donde el rostro de la niña estaba escondido. Él intentaba por todos los medios tranquilizarla, ofrecerle un poco de paz en todo ese cúmulo de situaciones desagradables y transmitirle una seguridad que no quedaba reflejada en el temblor descontrolado de sus piernas. Tenía miedo y aún así acariciaba la espalda de la pequeña con la intención de quitárselo a ella y quedarse él con todo. 

Escuchaba los gemidos y sollozos silenciosos de los otros humanos a ambos lados pero, si era sincero consigo mismo, lo que más podía escuchar y que ensordecía la presión angustiosa de sus oídos era su propio riego sanguíneo y los latidos intensos de su corazón desbordado por los nervios. Estaba aterrorizado y por esa sencilla razón se había congelado en el sitio en el que había sido forzado a detenerse.

Y aquellos ojos rojos... Tan rojos y tan brillantes que los sentía perforarle el alma. El rubio de su cabello se amoldaba a la palidez extrema de su rostro, y sus colmillos... Esos colmillos habían asomado desde que entró a la sala con una sed voraz. No pudo evitar bajar la mirada a su vestuario, uno negro y ajustado, con encajes y adornos del mismo color. Elegante y letal al mismo tiempo. 

Algo reaccionó en su cerebro y sus piernas flaquearon de repente. Solo necesitó atar cabos para darse cuenta de las cosas.

No había duda, lo supo desde el momento en que entró en ese cuarto. Era él.

Hanagaki.

Alguien cuyos rasgos físicos y apariencia eran un claro secreto que todo ser humano en Lestat desconocía. Mierda, joder, eso significaba que iba a morir. Apretó el abrazo de Hana con fuerza y se mordió los labios con desesperación, sentía que moría de ansiedad. 

-¿Solo estos? -su pregunta retumbó entre las paredes con un tono de voz tan apagado que le puso los pelos de punta. Kisaki se movió incómodo, alejándose de él los pasos que lo habían acercado a su señor. Carraspeó antes de responder.

-Si le parecen pocos puedo ir ahora mismo a por más.

-Tarde -continuó de inmediato volviendo a pasear la mirada a través de los rostros aterrorizados de los jóvenes frente a él -. Me rugen las tripas desde hace horas -su mirada se dirigió un segundo a Kisaki y el menor sintió que ese mero acto le atravesó como una daga afilada las cuencas de los ojos -, ¿acaso quieres hacerme esperar más?

-Por supuesto que no, mi señor, sírvase -una de sus manos se alzó en dirección a los humanos. 

Manjiro sintió una respiración pesada a su izquierda y con dificultad miró en esa dirección. Un muchacho que aparentaba un poco más que él temblaba descontroladamente, miraba al suelo con los ojos desorbitados y perdidos, apretaba las manos en puños y los movía sobre la ropa desenfrenadamente, ansioso y aterrorizado.

De haber estado en cualquier otra situación Mikey habría intentado calmarle pero no era capaz ni de calmarse a sí mismo, ¿cómo lo conseguiría con una persona más a parte de Hana?

-Tengo m-miedo -murmuró Hana lagrimeando sobre su piel. Sintió los pequeños puños de la niña apretar el cuello de su camiseta con fuerza buscando un consuelo inexistente. 

Mikey quiso decir 'yo también' pero se mordió la lengua y calló, no era capaz de decir nada. 

Los pasos de Takemichi se acercaron al grupo con lentitud. Mikey agachó la mirada cuando estuvo lo suficientemente cerca como para poder sentir con mucha más intensidad el aura tan helada que desprendía ese vampiro. Takemichi arrugó el gesto cuando se dio cuenta de algo evidente. 

El movimiento posterior a ese gesto fue veloz. Hanagaki había estirado el brazo para tomar el del muchacho que había estado temblando y llorando a su izquierda, incluso llegó a sentir el aire azotado por el movimiento tan próximo a él. Takemichi lo acercó a su cuerpo con una clara expresión de desagrado. 

-Apestas más de lo normal -objetó con simpleza y al muchacho parecieron fallarle las piernas. 

-Y-yo... Y-y-yo no...

-¿Acaso te he pedido que hables? -el chico tragó saliva con fuerza y se mantuvo en silencio. La mirada de Hanagaki paseó hacia abajo y se situó en la pulsera blanca que rodeaba su muñeca. Alzó el brazo y la contempló de cerca. Sus ojos brillaron cuando advirtió una pequeña grieta en uno de los lados. Miró al chico a los ojos y sonrió sin gracia -. Eres un humano malo -murmuró antes de tomar la pulsera con su mano libre y tirar de ella sin poner demasiada fuerza. Un movimiento leve y sutil que provocó que esta cayera al suelo sin dificultad alguna. 

El chico abrió la boca con terror. Estaba perdido, lo supo en el instante en que se lo habían llevado a la fuerza creyendo que era la persona que anteriormente poseía esa pulsera. Mierda, nunca estuvo plenamente convencido de que algo así funcionaría. Y ahora estaba en esa situación. Mierda, mierda y más mierda. 

Mikey observó la pulsera caer al suelo y tragó saliva con fuerza. Incluso Hana se había apartado lo suficiente para mirarla caer también. Ni siquiera sabía cómo narices alguien había conseguido romper esa cosa, era prácticamente imposible.

-Tú... -Kisaki se acercó a ellos mientras contemplaba al muchacho con rabia -, eres un ladrón. 

-¿Esta es la sangre de calidad que prometiste que me traerías, Kisaki? -Takemichi miró al mencionado con sincera curiosidad y Kisaki sintió su mundo detenerse. La rabia de su mirada se transformó en miedo. Un miedo que intentó ocultar con fingida seguridad.

-Yo solo mandé a buscar a las personas por sus nombres, no fui personalmente a buscarlos, el error es de los hombres que mandé.

-S-soy yo... Lo juro, es que... l-la pulsera se me romp...-silencio absoluto. La boca se quedó abierta, los ojos también, tanto que parecían estar a punto de salirse de sus cuentas, la voz quedó colgada del aire y el último suspiro de entre sus labios fue arrebatado con una violencia sangrienta. Escupió sangre, mucha sangre camuflada en una tos de asfixia. 

La mano con uñas afiladas de Takemichi le había perforado el pecho y atravesado hasta salir por su espalda. Apretaba el puño con fuerza sujetando algo dentro de él palpitante, el corazón, goteando sangre en abundancia. Una sangre que había salpicado levemente el rostro de su asesino, el que había alzado el cadáver del muchacho mientras lo contemplaba con los ojos carentes de emoción. 

Los gritos no se hicieron esperar y los jadeos de sorpresa y temor tampoco. Algún que otro humano intentó correr para escapar siendo interceptado inmediatamente por alguno de los vampiros que los custodiaban. Otros pedían perdón a gritos, otros continuaban llorando en silencio. Y Mikey solo tiró de la cabeza de Hana para que la escondiera de nuevo y no tuviera que ver esa grotesca escena. 

Él cerró los ojos con fuerza pero ni eso consiguió frenar las lágrimas que descendían en abundancia por sus mejillas. ¿Qué haría? ¿Qué podría hacer pasar sacar a Hana de allí?

Takemichi azotó su brazo con fuerza y lo sacó haciendo que el cuerpo del muchacho cayera sobre el suelo en un golpe seco. Tiró el corazón a su lado y con neutralidad limpió la mano en la chaqueta de traje de Kisaki quien tenía la mirada perdida sobre el cadáver. 

-Que no se vuelva a repetir algo así -advirtió antes de alejarse de nuevo de él.

-Por supuesto -Kisaki asintió y carraspeó con fuerza antes de dar dos pasos atrás y decidir mantener silencio de ahora en adelante. No sabía qué esperar de alguien tan impulsivo e impredecible como su señor. 

Entonces Takemichi solo tuvo que olfatear un poco más y fijarse bien para saber que el olor dulce de la sangre que percibía venía únicamente de una persona. Porque todos los que allí había podían tener pulseras blancas pero aún así el aroma de su sangre era agrio, insoportable para sus sentidos, inaguantable. Tenía claro que no le gustaría beber de ellos, le daba asco el mero hecho de pensarlo. Pero había una sangre diferente, una que le hizo ladear la cabeza con curiosidad cuando prestó atención a un muchacho en particular y a la niña que tenía en brazos. Estaba claro que ese rico aroma venía de alguno de esos dos. 

Y estaba harto de no saber de cuál.

-¡No! -Mikey intentó resistirse cuando el agarre de Takemichi se afianzó sobre la parte trasera del abrigo de Hana. Tiró de la niña con tanta fuerza que tuvo que soltarla de sus brazos si no quería que ambos sufrieran algún daño. Y ella no pudo gritar porque, paralizada, se limitó a contemplar a Mikey suplicándole con sus ojitos que volviera a abrazarla.

Manjiro apretó los puños a ambos lados de su cuerpo mientras miraba de uno a otro con ansiedad y miedo. 

Mierda, joder. 

-Por favor... -suplicó Mikey en un susurro. Takemichi tenía colgando a la pequeña de su abrigo utilizando solo un brazo. No le prestó atención e, ignorándolo, acercó el rostro al de la pequeña. Hana sollozó más fuerte al sentir la fría respiración del vampiro tan cerca de su cuello. Apretó los ojos con fuerza e intentó mantenerse inmóvil. Aunque Mikey no supo si no se movía para evitar un mal mayor o porque realmente no podía por estar presa del pánico -, e-es solo una niña, no le hagas nada.

Entonces Kisaki se acercó a grandes zancadas a él y Mikey solo pudo reaccionar cuando sintió un ardor demasiado fuerte en su mejilla izquierda. Su rostro giró a un lado con violencia y su expresión se torció en una de sorpresa al darse cuenta de lo que acababa de pasar. 

-No des órdenes a tu señor y la próxima vez que pretendas dirigirte a él hazlo con respeto, sucia y maloliente rata.

Escuchó los llantos de Hana aún más fuertes. Mikey llevó una de sus manos a su mejilla y se acarició la zona afectada. La sintió arder bajo su toque, el golpe había sido fuerte pero no lo suficiente como para tumbarlo. Quizás porque Kisaki sabía que si se pasaba de fuerza podría llegar a matarle y eso haría enfadar a Takemichi. 

Mikey alzó la cabeza y el modo de mirar a Kisaki fue diferente esta vez. El miedo quedó en segundo plano para observarle con odio en esta ocasión. De nuevo se hizo el silencio, uno que fue interrumpido por las palabras vacías de Hanagaki. 

-Esta niña apesta -y como si lo que acababa de ocurrir no fuera de su incumbencia o como si no se hubiese dado cuenta de ello Hana cayó al suelo de rodillas cuando el agarre en su abrigo desapareció. 

-¡Hana! -Manjiro quiso correr a socorrerla, sin embargo, la velocidad de Takemichi fue tan grande que no supo que lo tenía en frente hasta que este ya le había acorralado contra la pared. Su espalda chocó en seco contra ese bloque de cemento tan duro y frío y Mikey soltó un quejido de dolor, cerrando los ojos para sisear de dolor y morderse los labios con fuerza. Al volver a abrirlos fue una mirada oscura lo que contempló frente a él. A escasos centímetros. Tan escasos que podía sentir el helado aliento de Hanagaki chocar contra su rostro. 

Era evidente que a su alrededor seguían escuchándose jadeos de sorpresa, sollozos y súplicas. Pero Mikey era incapaz de prestarles atención. Solo así, con tanta cercanía, pudo admitir con certeza que la belleza de ese vampiro era formidable y evidente. Que era una verdadera lástima que ese rostro se viera inundado por una expresión tan vacía y mortal al mismo tiempo. Y no supo por qué pensó de ese modo en ese instante, un instante en el que su vida corría peligro, pero fue inevitable hacerlo. 

Takemichi se acercó a su cuello y Mikey jadeó cuando sintió la nariz pegarse a su piel. Tembló de miedo y Hanagaki volvió a alejarse para hablar sin necesidad de despegar sus ojos rojos de los suyos. 

-Llevaos al resto -ordenó -, no hace falta que diga lo que tenéis que hacer.

-Espera -pidió pero al instante se arrepintió -, e-espere... ¿qué vais a hacer con Hana? -se tomó la valentía de preguntar, una que no tenía y que había encontrado en lo más profundo de su interior, pero una que necesitaba para intentar cuidar de la pequeña de algún modo.

Y Takemichi sonrió de una forma tan tétrica que le puso la piel de gallina. Su garganta se secó cuando sintió una de sus heladas manos rodearla pero sin llegar a ofrecer presión. El toque pareció ser a penas una advertencia de lo que podría ocurrir a continuación si molestaba demasiado con sus súplicas, o puede que fuese un simple acto de poder, de demostrar quién era el que llevaba el control de todo. Lo que estaba claro es que, de un modo u otro, era Mikey quien saldría perdiendo.

-No preguntes cosas que no te incumben -susurró contra su rostro. Mikey suspiró pesadamente y alcanzó a ver sobre el hombro del vampiro cómo Hana era alzada en volandas y arrastrada fuera de la habitación al igual que el resto de jóvenes que habían sido obligados a ir allí como él. 

-¡Mikey! ¡Noooo! ¡Suéltale vampiro malo! -Hana chilló y pataleó pero fue inútil. Mikey cerró los ojos con fuerza pero fue incapaz de controlar un par de lágrimas que consiguieron escapar de estos y descender por su rostro. Quizás estaba mal admitirlo pero agradeció cuando la puerta volvió a cerrarse acallando al instante los desgarradores gritos de Hana.

-Los humanos son demasiado ruidosos, ¿no crees, Kisaki? -preguntó el vampiro que aún lo sostenía sin tomarse la molestia de mirar a quien se dirigía. Continuaba analizando el rostro de Mikey con cierta curiosidad, su mano aún rodeando su cuello y sus pupilas estaban centradas en el agua salada que bañaba sus mejillas. Mikey sorbió por la nariz y abrió los ojos permitiéndose a sí mismo contemplar los de su verdugo.

-No es solo una creencia, es una realidad, mi señor -comentó Kisaki con un leve asentimiento. Se habían quedado ellos tres solos en la sala. Ni un alma más ni un alma menos.

-Y lloran demasiado -uno de los dedos de Takemichi, de la mano con la que no apretaba su delicado cuello, se alzó para retirar un par de esas lágrimas que se habían quedado estancadas en su pómulo. Acercó el dedo mojado a su propio rostro y contempló, impresionado, cómo estas se secaban poco a poco -, ya se me ha olvidado lo que es sentirte tan triste hasta llorar -Mikey sorbió por la nariz y se mantuvo inmóvil. Apretó los labios con fuerza.

-Son ridículos, debemos agradecer no ser tan débiles.

La mirada de Takemichi volvió a detenerse en los ojos del humano y se mantuvo así un único minuto hasta que esta vagó por la piel de su rostro hasta llegar a su cuello. Ahí fue capaz de escuchar la corriente sanguínea tan viva que le puso los pelos de punta. Sus colmillos asomaron y Mikey tragó con fuerza al verlos resplandecer ante sus ojos. Estaba acabado, estaba a punto de morir y ni siquiera le habían dado la oportunidad de despedirse de su familia. 

-Déjame a solas Kisaki -ordenó con voz tajante, grave, una gravedad que revelaba su repentina sed. Kisaki se limitó a hacer una breve reverencia antes de marcharse sin decir nada. No era buena idea interrumpir los deseos de su señor cuando estaba sediento. No si quería conservar todas las partes de su cuerpo intactas. 

El sonido de la puerta al cerrarse retumbó entre las paredes y rebotó en los oídos de Mikey como un pitido ensordecedor. Todo le molestaba y todo le aterraba, el mero hecho de respirar le oprimía el pecho con fuerza casi como si estuviera a punto de tener un fuerte ataque de ansiedad que intentaba mantener bajo su dominio torpemente. 

Entonces y solo cuando las pupilas del vampiro disminuyeron hasta el punto de casi desaparecer tomó la valentía necesaria para abrir la boca y soltar algo más que un sollozo. Porque si ese iba a ser el momento y el modo en que moriría al menos no quería hacerlo tan patéticamente. 

-Os odio, vampiros de mierda -la rabia temblorosa con la que su voz rasgó sus cuerdas vocales consiguió llamar la atención de Hanagaki hasta el punto en que sus pupilas volvieron a centrarse en los iris oscuros del humano. Mikey apretó los puños a ambos lados y se mordió la lengua con fuerza, intentando reflejar en su mirada la más pura sinceridad de sus palabras. Y takemichi lo vio ahí, tan claramente, el odio de ese humano insignificante por su especie. 

Y Mikey jamás había dicho algo como eso porque siempre había pensado que cosas como esa buscaban la ruina y la muerte, pero ya que él se la había ganado obedeciendo las leyes de Lestat al menos intentaría quedarse a gusto antes de morir. 

Pero la sonrisa de Takemichi le sacó de su inesperado desahogo. 

-Me alegra saber que el sentimiento es recíproco.

Lo siguiente que ocurrió pareció superar la velocidad con la que un rayo impacta contra un árbol. Ya no fue el gobernador de Lestat lo que tenía frente a sus ojos pues estos se perdieron en la pared a lo lejos cuando el rostro del vampiro se inclinó hacia él. Y entonces lo sintió. 

Una punzada y un fuerte dolor en el cuello que se extendió a través de sus hombros, sus brazos, su abdomen y sus piernas. Un dolor en forma de ardor que quemaba por dentro como si le hubieran hecho ingerir aceite hirviendo. Abrió la boca con el objetivo de gritar pero nada salió de ella, se quedó sin voz en un instante. Con sus manos apretó a penas sin fuerza los brazos del vampiro que le mantenían estable, aferrándose a ellos sin quererlo. La tensión en su cuello se relajó poco a poco a medida que sentía perder fuerzas.

Takemichi succionaba con entusiasmo. Con una mano tomaba a Mikey de la nuca para evitar que se alejara y con la otra apretaba con fuerza su cintura. Casi se descontroló, casi se pasó de la raya. Manjiro cerró los ojos cuando el ardor se disipó poco a poco dejando en su lugar una sensación de frío helado en todo su cuerpo. Dejó de sentir los dedos de los pies y las manos y el mareo que abordó su cabeza le dieron unas irremediables ganas de vomitar. 

¿Era eso lo que se sentía cuando alguien estaba a punto de morir? Ahora era más placentero, más tranquilo, ya no había dolor sino una sensación extraña que le imposibilitaba el hecho de sentir cualquier tipo de dolor a pesar de que la mordida de ese vampiro había sido, en un inicio, lo más doloroso que había sentido nunca. 

Sí, estaba a punto de morir, y no era su imaginación sino una realidad. Pero entonces Hanagaki se detuvo, muy a su pesar, y se alejó de Mikey el paso que había dado para acercarse. El humano cayó al suelo de rodillas y posteriormente hacia delante. Quedando tumbado sobre la fría losa con los ojos semicerrados, la boca ligeramente abierta y los labios secos y agrietados. El rostro y toda la piel de su cuerpo que asomaba de su ropa estaban enfermizamente blancos. 

Durante un buen rato no fue capaz de sentir ni escuchar nada. Su vista era un borrón gris que poco a poco se fue acentuando con la recuperación de su conciencia. Observó con dificultad unos pies que se alejaron poco a poco, el zumbido de algo moverse sobre el suelo rebotó dentro del oído que mantenía pegado al suelo por la postura. Sintió la vibración del movimiento en su pecho y después de eso nada. 

Nada de nada. 

Dejó escapar un suspiro pesado. 

¿De verdad estaba muerto?

Qué sensación tan extraña.

Takemichi estaba sentado en una de las ostentosas sillas de la sala. Echado ligeramente hacia atrás, sus colmillos seguían asomados y dos hilos de sangre escurrían de estos hasta su barbilla. Sus iris ya no estaban tan brillantes como cuando estaba hambriento pero ahora contemplaban el cuerpo del humano sobre el suelo con una curiosidad brillante. 

Con una de sus manos se peinó los mechones rubios de su flequillo.

Mierda, ¿qué había sido eso?

No era la primera vez que degustaba la sangre humana directamente de uno, bien es cierto que desde hacía mucho tiempo no lo hacía con frecuencia pero de una cosa estaba seguro. Había sido el sabor más delicioso y energizante que había probado nunca. Aún podía saborear entre sus dientes el dulzor caliente de ese oro líquido. 

Sonrió impulsivamente y suspiró como si hubiese disfrutado de su hazaña. Aunque bueno, ciertamente lo había hecho. 

Volvió a levantarse de la silla de una zancada y se acercó al menor en tres pasos. Se agachó quedando de cuclillas frente a él y no puso demasiado cuidado a la hora de enredar los mechones largos de su cabello entre sus dedos para obligarle a alzar la cabeza hacia él. Mikey tenía los ojos un poco más abiertos pero continuaba con la mirada perdida. 

-¿Qué es lo que comes? Necesito saberlo -preguntó con la deslumbrante curiosidad de un niño plasmada en su mirada. Silencio -. ¿No quieres hablar? -ladeó la cabeza y volvió a esperar un par de segundos. Mikey intentó alejarse del agarre doloroso de su cuero cabelludo pero fue en vano. 

Entonces Takemichi pareció caer en algo de repente. Soltó el agarre que infringía sobre el menor y su cabeza dio con fuerza contra el suelo. Se levantó y caminó rápido hacia la puerta. Al abrirla se encontró con lo que ya esperaba por experiencia, a Kisaki parado a un lado y esperando poder ser de utilidad a su señor lo más pronto posible. Intentó mostrar una sonrisa de respeto antes de que Takemichi dijera algo pero no le dio tiempo. 

-Que no se muera -ordenó y Kisaki captó al instante a lo que se refería. Sobre el hombro de Takemichi pudo apreciar a Mikey tirado en el suelo, inmóvil -. Casi lo mato, no quiero que muera. 

-¿Está seguro? -preguntó con cautela. Takemichi frunció el ceño y su expresión volvió a adquirir ese tono frío que tan acostumbrado estaba de apreciar -. Quiero decir, puede beber hasta quedar satisfecho, hay muchos humanos como él para usted. 

-¿Debo repetirlo? -inquirió y su grave voz rebotó contra las paredes del pasillo a su espalda. Kisaki tragó con fuerza y negó con la cabeza lentamente. 

-Por supuesto que no, lo lamento, en seguida me haré cargo.

Y lo hizo. Kisaki mandó a llamar a dos vampiros que en sus años de humano fueron médicos. Ambos se llevaron a Mikey a otra habitación donde le dieron algo de comer en forma de papilla para que le costara poco ingerir la comida. El humano se había quedado sin fuerzas, casi moría desangrado, diez segundos más en esa situación y Takemichi hubiera acabado con su vida en un instante. 

Poco a poco comenzó a recuperar de nuevo el color de su piel y la capacidad de erguirse por sí mismo. Dos horas habían pasado desde entonces y no se había atrevido a abrir la boca para decir algo. ¿De verdad seguía vivo? ¿Podría llamarlo suerte o desgracia? Había tenido tanto miedo que aún podía sentir los temblores del temor como si los estuviera padeciendo en ese preciso instante. Y así, en soledad y encerrado en una fría habitación sin ventanas que desconocía, con a penas una cama dura y una cómoda de madera vieja, contempló a su alrededor con los dedos entrelazados.

Y como no tenía otra cosa que hacer pensó entonces en algo inevitable. Aquellos ojos rojos como la mismísima sangre aparecieron de repente en sus recuerdos. Cerró los suyos por instinto y volvió a temblar de miedo por el recuerdo. Habían sido tan helados y tan mortales al mismo tiempo que temía tener pesadillas con ellos cada noche de ahora en adelante. Recordó de igual forma el dolor que sintió cuando los colmillos del vampiro se enterraron en su piel. 

Entonces se dio cuenta de la realidad. Había estado frente al mismísimo Hanagaki, uno de los cuatro hijos de Salem y el famoso y temido gobernador de Lestat, ese cuyos rasgos físicos nadie conocía. ¿Y él seguía vivo después de todo? ¿Qué había sido de Hana? Volvió a temblar con la imagen de la pequeña siendo asesinada por alguno de sus hombres. Mierda, necesitaba saber qué estaba pasando, necesitaba llegar a sus hermanos y decirles que estaba bien, necesitaba que lo sacaran de una vez de esa maldita habitación. Creía llegar a volverse loco si seguía ahí un segundo más.

Para ese momento reunió la valentía suficiente para ponerse en pie. Sus piernas flaquearon un poco al contacto con el suelo, su cuerpo aún sentía la reciente falta de sangre, pero consiguió llegar a la puerta con pasos cortos y débiles. Sus manos se apoyaron en la madera de esta y pegó entonces la oreja en la superficie sólida. 

No escuchó nada. Dio un pequeño golpe a la puerta. 

-¿Hola? -su voz se escuchó ronca, demasiado ronca. Su garganta picó al hablar y soltó una pequeña tos repentina que consiguió regular unos segundos después. Volvió a pegar la oreja a la puerta -. ¿¡Hola!? -dijo más alto, su voz continuaba siendo ronca -. ¡Sacadme de aquí, por favor! -un pequeño golpe de su puño acompañó la súplica desesperada de sus labios. Poco a poco se dejó caer al suelo de nuevo y con un suspiro cansado apoyó la espalda en la puerta. Se abrazó las piernas y esperó -. ¿Pero qué estoy haciendo...? -susurró. De todas formas era inútil intentar pedirle algo a esos sádicos. Quizás era mejor mantenerse callado y pasar desapercibido. 

Aunque puede que no fuera a tener suficiente suerte ese día. Si ya había empezado mal esa mañana estaba claro que terminaría aún peor. 

El traqueteo de una llave resonó en la cerradura de la puerta. 

Asustado, Mikey empezó a arrastrarse de hacia atrás por el suelo para alejarse de la puerta hasta que su espalda golpeó contra la cama y no pudo seguir. Su corazón latió con fuerza.

-Veo que ya estás mejor -la suave voz del vampiro que había cuidado de él fue lo que le hizo relajarse tan solo un poco. Este no era demasiado alto pero aún poseía más musculatura y anchura que él. Era de piel más oscura que la suya y de pelo rapado. No había sido muy simpático con él durante el tiempo que le había atendido pero comparado al trato de los demás ese vampiro había sido todo un caballero. 

-Ahm, sí... -dijo y tragó saliva con fuerza cuando ese vampiro no fue el único que cruzó la habitación. 

Hanagaki le observaba desde su alta altura. Sus ojos habían vuelto a adquirir ese tono insensible tan común en él, su expresión neutra fue como si le estuviera escaneando cada centímetro de su piel. Sin embargo, esta vez Mikey frunció el ceño y le miró con enojo. Uno que, de haber sido capaz de sentir algo, le habría hecho reír. 

Takemichi se acercó a él y esta vez Mikey no hizo nada para alejarse. 

-Levántate -ordenó tajante y Mikey se tomó su tiempo para obedecer. Lentamente se puso en pie intentando no dejar ver la inevitable y provocada debilidad de sus músculos.

-¿Ahora sí vas a matarme? -preguntó habiendo sido capaz de reunir el valor necesario para hacerlo en un tono de voz hostil. Incluso el vampiro que había cuidado de él le miró con sorpresa y, posteriormente, advertencia. Ese pequeño humano quería morir, lo tenía claro -. Deja de jugar conmigo y hazlo de una vez, me aburres.

Entonces Takemichi movió la mano velozmente y tomó a Mikey de la mandíbula con tanta fuerza que sintió sus dedos clavarse en su piel. No pudo evitar soltar un siseo de dolor por el brusco toque. Takemichi se había acercado un poco para hablarle más de cerca, sin embargo, su expresión se había torcido en una de repugnancia. 

-Créeme, lo haría si pudiera -escupió -. Y cuida el tono con el que me hablas, que necesite tu sangre no significa que te necesite intacto, puedo arrancarte los brazos y las piernas y seguiría bebiendo de ti tranquilamente. Quizás empiece por la lengua, callaría esa insoportable voz para siempre.

Mikey sintió temor pero se negó a reflejarlo. Su mirada continuó expresando el odio que sentía por ese vampiro. Takemichi, en su lugar, observó durante un instante la herida que comenzaba a secarse en su cuello. Entonces le soltó con brusquedad y Mikey llevó una de sus manos a su rostro para acariciarse las zonas adoloridas. 

-Vendrás todas las semanas -soltó sin más y Manjiro le miró con sorpresa esta vez.

-¿Qué?

-Todas las semanas -volvió a repetir con sequedad -. Si te niegas mataré a tus hermanos -fue tan natural su modo de hablar que le puso los pelos de punta -, frente a tus ojos y desgarrándoles la garganta justo aquí -elevó una de sus manos hasta que su uña apretó con ligera fuerza en la garganta del menor. Mikey se mantuvo inmóvil mientras Takemichi continuaba mirando esa zona con adoración. No sabía si esa adoración tenía como motivo el querer beber su sangre de nuevo o sus irremediables y enfermizas ganas de matar -. Te encerraré después de eso y tendrás que soportar ese recuerdo de por vida, hasta que tú también mueras. 

Alejó la mano de su garganta y Mikey tomó una respiración profunda. 

-Deberías agradecer que te deje vivir tu vida con normalidad mientras tanto -soltó mientras sus pasos volvían a guiarle a la puerta del cuarto. Sin embargo, antes de desaparecer tras ella giró la cabeza y le contempló de vuelta sobre su hombro -. Tu sabor me ha hecho sentirme un poquito más amable, ¿no crees? -entonces y sin esperar a que el humano dijese nada, observó hacia otro par de vampiros que esperaban fuera de la habitación -. Acompañadle a la salida.

Y Takemichi desapareció a través del pasillo sin dejar rastro alguno, sin decir nada más, sin molestarse a otra cosa. Mikey se quedó inmóvil en su sitio y no sintió que alguien se había acercado a él hasta que su cabeza se vio envuelta dentro de una tela negra que le privó la visión. 

Entonces solo se dejó hacer.

No tenía fuerzas, no tenía pensamientos concretos en ese instante. No entendía lo que había ocurrido.

Pero solo tenía una cosa clara, su vida acababa de dar un giro drástico de ciento ochenta grados. Pero no tenía claro de a dónde le llevaría semejante giro.

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