Capitulo 23

La sensación helada de aquellos labios contra los suyos resultó ser un elemento sorprendentemente placentero. Y es que Mikey había olvidado por completo la situación en la que se encontraba y el origen de aquella persona que le besaba con tanta devoción. Prácticamente se sentía como esos besos adolescentes cargados de nerviosismo, como si estuviese compartiendo ese bonito momento con el chico del instituto que le gustaba, aquel chico que con solo una simple mirada le ponía los pelos de punta. 

Takemichi le llevaba poniendo los pelos de punta desde el principio. Primero, por el miedo, pero ahora podía sentir que era porque Takemichi se había convertido en ese chico del instituto que le gustaba.

La caricia que llevaba sintiendo en su nuca durante un rato había adquirido un tinte más brusco, así como la que se aferraba con infinito interés a su cintura. No era su primero beso, eso estaba claro, pero sí que consideraba ser el más extraño y especial por partes iguales. 

Casi cuando el instante parecía haberse hecho eterno y la única persona que podía quedarse sin aliento empezó a hacerlo, ambos se separaron muy lentamente aunque la distancia nunca llegó a agrandarse lo suficiente ni el agarre que ambos mantenían sobre el contrario se detuvo. Manjiro aflojó las manos que sostenían la tela de la camisa ajena y tuvo que agachar la mirada cuando el bochorno y la vergüenza azotaron cada uno de sus sentidos. 

-Siempre has podido mirarme a los ojos cuando te he amenazado de muerte, ¿Ahora no eres capaz de hacerlo? -el tono de su voz fue mucho más grave. Mikey suspiró profundamente y tuvo que armarse de valor para volver a alzar la mirada y encontrarse, de nuevo, con el tinte rojo que el vampiro tenía en su par de iris, ese tinte que hacía solo unos instantes le habían recibido tan azules como el mar.

Sintió la caricia de su pulgar peinar su mejilla. Era la primera vez que alguien le tocaba con tanta delicadeza y era genuinamente sorprendente que fuese Takemichi Hanagaki quien lo estuviese haciendo. 

-Deja que me sorprenda por lo menos -bromeó con una pequeña sonrisa, aún nervioso. Takemichi inclinó la cabeza hacia un lado curioso por las expresiones nerviosas e inquietas del humano y que contrastaban con la suya tan impasible. Pero a pesar de esa tendencia, a pesar de conservar su perfil tan serio, Mikey podía destacar cierto brillo en su forma de mirarle. 

-¿Te sorprende que alguien te bese?

-Me sorprende que me beses tú, precisamente -admitió y sus ojos dieron un rápido vistazo a su alrededor. Ahí donde las inmensas alas de Hanagaki seguían protegiéndolos del viento helado de esa noche -, y en esta situación. 

Sin embargo, Hanagaki no respondió. En su lugar, sus manos dejaron de acariciarle para en esta ocasión tomar sus manos con las suyas. Mikey se mordió el labio, nervioso e inquieto, y contempló su ceño fruncido con curiosidad. Posterior a eso, una de las manos del vampiro se puso sobre su frente y la dejó ahí unos segundos. Mikey quiso hablar, ¿Le besaba y ahora le toqueteaba como una madre? Pero Takemichi tomó la palabra antes que él. 

-Estás helado.

-Le dijo la sartén al cazo... -murmuró pero casi no le dio tiempo a terminar el refrán cuando los brazos de Takemichi volvieron a alzarle como ya lo habían hecho con anterioridad -. ¡Wow! ¡Espera...! -las alas de Takemichi se abrieron dejándoles de nuevo a la intemperie y el viento violento y helado volvió a enredar sus mechones rubios. Su corazón empezó a latir rápidamente, sus ojos se abrieron como platos y enredó los brazos alrededor del cuello del vampiro con fuerza y pánico. Sabiendo lo que venía y recordando la sensación de terror que sintió un rato antes. 

Entonces y cuando su mirada contempló asustada el rostro de Takemichi se encontró con algo que, además de no haber visto nunca, quizás provocó que le gustara un poquito más.

-¿Prefieres que solo te avise o que te pregunte antes? -inquirió pero lo hizo de un modo distinto, más humano y más acorde a la edad joven que físicamente aparentaba tener. Con un tono de voz bromista, sonrisa de medio lado y los ojos entrecerrados mirándolo de esa forma en la que miraban los chicos malos a la chica que les llamaba la atención. Mikey no lo supo pero las mejillas se le pusieron automáticamente rojas y su corazón siguió latiendo con fuerza pero no por el pánico. Quizás eso ayudó por un momento a olvidar que estaba a punto de volver a ser lanzado al vacío, esta vez desde muchísimo más alto. Pero como no dio respuesta sino que más bien se dedicó a boquear como un estúpido durante unos segundos, Takemichi dio un paso al frente y ambos se precipitaron al vacío acechante bajo sus pies. 

En esta ocasión, ese vuelo tan inesperado y extraordinario no resultó ser tan intimidante ni terrorífico como antes. Si bien ese viento tan violento seguía siendo helado y la sensación aplastante que le trepó por el pecho al sentirse caer en picado, ninguna de esas dos cosas le hicieron cerrar los ojos esta vez. Y quizás fue porque consideró que el miedo anterior había sido injustificado, quizás fue porque a estas alturas ya debería saber que Takemichi no tenía intenciones reales de hacerle un daño severo e irreversible, quizás fue porque su subconsciente empezaba a pedirle poco a poco que la persona en quien más debería confiar ahora era la persona a la que siempre le habían inculcado que debía ser a la que más debía temer. Quizás fue porque, en esencia, los brazos de Hanagaki que le sujetaban le hicieron sentir la persona más segura del mundo y pudo permitirse el lujo incomparable de observar a su alrededor mientras ambos avanzaban a una velocidad y a una altura lejos del alcance humano. 

La vuelta a casa no fue larga y no supo hasta qué punto eso le hizo sentir un poco desilusionado. 

Cuando sus pies descalzos notaron de nuevo bajo sus pies la superficie cálida de su cuarto y ahora el frío del exterior eran tan lejano, la adrenalina en su corazón dejó de ser tan intensa y pronto pareció recuperarse poco a poco de la casi hipotermia que sin darse cuenta había estado a punto de tener. Se giró hacia la ventana, ahí donde Takemichi -ahora ya sin sus inmensas y majestuosas alas- se mantenía de pie dándole la espalda. 

Y Mikey, porque de repente se había vuelto a poner nervioso y porque sentía la urgencia juvenil de decir algo que luego le resultaría vergonzoso, tomó la palabra

-Ahora es cuando dices algo como 'nos vemos mañana' -se mordió el labio al instante porque no sabía si realmente eso era lo que Takemichi quería. El vampiro giró la cabeza lo suficiente como para mirarle sobre su hombro y mantuvo contacto visual con él unos segundos muy cortos pero que se hicieron eternos. Y en seguida y de una manera muy bonita, sus labios se torcieron en una sonrisa muy chiquitita que dijeron las palabras que, a pesar de haberlas buscado con las suyas, no se esperó recibir de vuelta. 

-Sí, nos vemos mañana -y se volvió a lanzar al vacío. 

Pero Manjiro no corrió hacia su ventana para ver a dónde había ido o para verle alejarse, demasiadas experiencias sobrenaturales había vivido ya por una noche, sino que se mantuvo un ratito de pie y esperando, con una de sus manos enredando la tela de su pijama entre sus dedos y pensando, recordando, los minutos tan largos pero efímeros que acababa de vivir de la manera más surrealista posible.

Elevó la mano contraria y con la yema de sus dedos acarició sus labios con suavidad. Sorprendentemente esa no había sido la primera vez que lo besaba pero en esta ocasión se había sentido diferente. Era la primera vez que creía que de alguna forma podría profundizar más en el alma y en el corazón -si aún lo había- de ese frío y terrorífico vampiro. Porque en el fondo Takemichi Hanagaki se había quedado cruelmente atrapado en el cuerpo de un joven en sus veinte, con la mentalidad soñadora y juvenil de un chico enamorado y con una vida entera por delante. Todas esas cosas, a pesar de haberse congelado con el paso del tiempo, seguían ahí dentro, en el fondo, esperando a que alguien abriera el cajón de Pandora esta vez no para librar las cosas malas sino las cosas buenas que aún debía conservar.

-¿Qué haces ahí de pie? -preguntó alguien de repente y solo entonces Manjiro se dio cuenta de que se había quedado de pie en medio de su cuarto como un idiota. Parpadeó rápidamente y carraspeó para disimular, intentando evadirse de sus pensamientos. 

-Nada -respondió y no le hizo falta girarse hacia la puerta de su cuarto para saber quién había llegado. Avanzó hacia la ventana rápidamente con intenciones de cerrarla. 

-¿Y qué haces con la ventana abierta? Esta noche han bajado mucho las temperaturas -Shinichiro dio varios pasos para entrar en la habitación justo cuando el viento helado de la noche dejó de azotar el ambiente del cuarto. Mikey puso la cerradura en la ventana y solo entonces se tomó la molestia de mirar a su hermano mayor. Sus cejas se fruncieron entre confusas y preocupadas al hacerlo. 

-El viento la abrió... -contestó en voz baja, de repente esa conversación había dejado de importarle. 

-Siempre te digo que pongas el cerrojo -comentó mientras tiraba al suelo una mochila grande y que parecía pesada. Shinichiro dio un suspiro mientras que, con semblante agotado, empezaba a quitarse el abrigo y las botas. Mikey frunció aún más el ceño. 

-¿Qué te ha pasado? -la pregunta no pareció sorprender a Shinichiro aunque sí pareció desagradarle. No esperaba encontrarse a su hermanito despierto a esas horas de la noche por lo que pensaba que no tendría que responder algo así. 

-Nada, no te preocupes.

-Ajá, ¿Y por qué parece que llevas toda la noche enterrando cadáveres? -porque lo parecía. Shinichiro estaba completamente sucio, Manjiro se atrevería a decir que parecía ser barro aunque ese día no había llovido. Tenía el pelo negro despeinado y toda la ropa y las manos manchadas de tierra. Shinichiro volvió a suspirar mientras colgaba el abrigo detrás de la puerta. Su silencio y su poca ofensa hicieron que Mikey abriera los ojos escandalizado -. Oh, por Dios, no me digas que...

-No, Manjiro, no llevo toda la noche enterrando cadáveres. No he enterrado ningún cadáver, no te preocupes por eso -contestó rápidamente y con ironía. Sin embargo, a Mikey no parecía hacerle mucha gracia por lo que volvió a su habitual semblante serio de hermano mayor -. Solo estuve trabajando en unas cosas.

Mikey volvió a mirarle con desconfianza y su objetivo se plantó durante unos segundos en la mochila que había dejado caer sobre el suelo. Shinichiro miró su mochila y de vuelta a su hermanito para volver a encontrarse con su mirada. 

-Si miro lo que hay ahí dentro, ¿Me enfadaré?

-Puedes mirar lo que quieras, no hay nada con lo que deberías enfadarte -admitió aunque Mikey no terminó de creérselo del todo. Entonces Shinichiro dio media vuelta y salió por la puerta de la habitación -. Voy a darme una ducha. Deberías dormir, es tarde. 

Solo cuando Manjiro escuchó la puerta del baño cerrarse caminó hasta la mochila de su hermano. Se arrodilló frente a ella y la observó con desconfianza, con los puños cerrados sobre sus muslos y preguntándose mentalmente si la mejor opción era ignorarlo y seguir viviendo en feliz en el desconocimiento o si era mejor echar un vistazo y asegurarse de que su hermano no se estaba metiendo en más líos de los necesarios.  Debatió durante unos segundos, mordiéndose el interior de las mejillas y golpeteando los dedos sobre sus muslos repetidamente. Suspiró. 

-Mierda -tiró de la cremallera de la mochila. Era grande y deportiva, de esas que canónicamente se usaban en las películas para transportar trozos de cadáveres descuartizados. Menos mal que Shinichiro era su hermano y que lo conocía lo suficiente como para saber que, al menos, no traficaba con órganos humanos.

Hurgó entre todos los materiales y objetos que había dentro de la mochila pero solamente se encontró con varias herramientas pesadas. Picos, alicates, tenazas... Todo lleno de tierra y manchado con polvo y barro. Cualquiera diría que ahora Shinichiro estaba interesado en la construcción y se había cambiado de oficio. Pero entonces, y solo por curiosidad, abrió un último bolsillo exterior más pequeño. En él solo encontró una cosa. 

Un papel doblado. 

Y al desdoblarlo se encontró con un número de once dígitos y un nombre. Benkei. 

¿Qué cojones era un Benkei?

Pero algo hizo click en su cabeza y al instante su cabeza giró hacia la cama de su hermano. Esa bajo la que escondía un montón de cosas, de cajas y bolsas con cosas que ni le interesaría ni le gustaría conocer. Pero recordó una en específico y que en su día le generó terror tanto a Emma como a él. Ese tipo de números se utilizaban en los teléfonos, ¿Verdad?

La puerta del baño se abrió de golpe e inesperadamente y Mikey aplastó el trozo de papel en su mano para esconderlo. Shinichiro apareció en la habitación con una toalla enrollada en su cintura y aún seco y lleno de tierra mientras Manjiro se ponía de pie disimuladamente.

-Me olvidé una cosa -se acercó al escritorio para coger un pequeño botecito de gel y antes de salir del cuarto observó la mochila abierta a un lado. Sonrió de medio lado y alzó la voz para hablar mientras se alejaba por el pasillo. 

-Te dije que no encontrarías nada.

Y cierto es que no había encontrado nada fuera de lugar, sin embargo, un trozo de papel ahora le provocaba una curiosidad inmensa. 

Esa noche se acostó con el trozo de papel escondido bajo su almohada. Esa noche durmió pensando en ese nombre y esos dígitos. Pero esa noche soñó con un par de ojos azules como el mar que le habían robado por completo el oxígeno. 

Manjiro odiaba madrugar. A estas alturas ya no es ninguna sorpresa. 

Odiaba madrugar y odiaba que le tocase los turnos de mañana en la pastelería. Si bien era su hermana la que se encargaba de trabajar por las mañanas porque ella era bastante más madrugada y espabilada en ese sentido, Mikey quiso que tuviera más estuviera más rato con Daiki ya que se había quedado a dormir a su casa y se ofreció como tributo de esa tediosa y larga tortura. 

Pero no fue tan malo como esperó. A pesar de bostezar cada diez minutos, porque además la noche anterior no había dormido la cantidad de horas que debería haber dormido por motivos obvios, su mañana fue bastante fructuosa. Llegó a las siete y media de la mañana para ponerse a preparar tartitas de queso con limón. No le costaba admitir que se le había antojado desayunar una cuando las tuvo preparadas, pero como no estaba Emma para quejarse podía hacer lo que quisiera.

Había colocado todos los postres perfectamente alineados en la vitrina y limpiado todo el local antes de abrir. Ahora, cuando ya había pasado el medio día, se encontraba limpiando la barra después de haber atendido a un señor bastante amable hacía unos tres minutos. Draken había ido a verle después de haber llevado a Hana al colegio pero tuvo que irse un ratito más tarde al trabajo. Las horas estaban avanzando sorprendentemente rápido, esa mañana estaba bastante animado y no podía dejar de mirar el reloj. Necesitaba que llegara su hora, que Emma viniera a hacerle el relevo de la tarde y quedarse libre para ir a donde quería ir. 

Mierda, el corazón le bombeaba muy deprisa cada vez que lo pensaba. Pero es que ese 'Nos vemos mañana' había sido una clara vía libre a volver a verse ese día. No fue irónico en el sentido de que en realidad no se lo permitía. Era una evidente afirmación. 

Estaba en el almacén colocando algunas cajas cuando escuchó la puerta del local abrirse y cerrarse. Dejó todo como estaba y salió hacia la barra para atender a su cliente.

-Buenos dí... -por desgracia, su amable sonrisa se desfiguró cuando contempló a la persona que tenía justo delante -...as.

Sanzu le sonreía de vuelta, sin embargo, con las manos entrelazadas tras su espalda y bien vestido. Con un traje limpio color beige y el pelo rosado largo algo engominado por los lados para evitar que se le despeinara. Si algo podía admitir con total certeza era que esas cicatrices en la comisura de sus labios no se correspondían con ese porte elegante que el tal Sanzu intentaba demostrar. 

-Buenos días, Manjiro -respondió de vuelta y el menor soltó aire pesado por la nariz. Intentó mantenerse sereno, algo en el aura de ese chico no le causaba ninguna buena sensación, pero seguía siendo su trabajo y no podía ser desagradable o agredir física o verbalmente a alguien en su local. Menos cuando estaba teniendo tantos clientes como esa mañana -. Qué curioso que trabajes aquí. 

-Está claro que lo sabías -sonrió. Aunque su sonrisa era clara y evidentemente falsa.

-Qué suerte tienes, ¿No? No todo el mundo tiene el privilegio de trabajar sin ensuciarse las manos.

-Bueno, el chocolate mancha bastante -contestó cortante y apretó los puños bajo la barra. Menudo idiota. ¿Acaso había venido a su trabajo a faltarle el respeto? Y ni su trabajo le hubiera frenado de echarle a patadas de no ser porque en ese momento dos chicas jóvenes aparecieron por la puerta, sonrientes y charlando, situándose detrás de Sanzu para esperar su turno de ser atendidas. Manjiro volvió a suspirar para relajarse -. ¿Te pongo algo? Tengo a más clientes esperando.

Sanzu volvió a sonreír y después de echar un rápido vistazo a su vitrina volvió a mirarle a él. 

-Dos galletas de chocolate, por favor. 

-¿Para llevar? -esperaba que dijera que sí. Desgraciadamente, la suerte no parecía estar de su lado ese día. 

-No, voy a sentarme en la última mesa de allí -señaló una mesita de dos que estaba en una esquina. En realidad su local no tenía muchas mesas, un total de cuatro, bastante pequeñas, pero casi nunca nadie se quedaba a comer allí. Manjiro asintió con evidente disgusto.

-Por supuesto -contestó cortante y sin ser muy cuidadoso cogió un plato, las dos galletas y puso todo en una bandeja -. Dos con treinta -Sanzu pagó tranquilamente, como si un trabajador de cara al público no le estuviera tratando así de mal, tomó la bandeja y tras decir un leve 'gracias' caminó hasta sentarse en esa mesita del fondo. 

Manjito tuvo que atender a las dos chicas siguientes con una sensación punzante de que alguien le estaba mirando desde la lejanía. Y así fue, cuando las jóvenes se marcharon y Manjiro observó al final de su local solo consiguió encontrarse con la penetrante mirada de Sanzu al otro lado. Pero más allá de causarle miedo le causó enojo. Quería echarle pero no lo hizo. Se limitó a ignorar y a seguir trabajando hasta que llegara Emma y lograra librarle de este sufrimiento. 

Y terminó haciéndolo. Su hermana llegó una hora y poco más tarde. Un período de tiempo en el que, por cierto, Sanzu no se había tomado la molestia de marcharse. Pero daba igual. Su hermana había llegado y podía ser libre. 

-¡Manjiro, hola! -llamó entrando al local algo azorada y quitándose la bufanda y el abrigo. Ni siquiera se había dado cuenta de que un cliente estaba ocupando una mesa. Total, casi nadie nunca se sentaba en ellas. Manjiro apareció por la puerta que daba a la cocina y sonrió al ver a su hermana -. Llego unos minutos tarde, perdón. 

-No te preocupes, contrarresta las veces que yo llego tarde -bromeó y Emma sonrió. Entonces ella misma sintió una presencia a su izquierda de repente y giró el cuello como un búho solo para encontrarse con la mirada brillante de Sanzu. Este sonrió al hacer contacto visual y alzó la mano hacia ella en un simple gesto de saludo. 

Emma forzó una sonrisa incómoda como respuesta y volvió a mirar a su hermano con completa confusión. Caminó hacia él rápidamente, le agarró del brazo y le empujó hasta esconderse de nuevo en la cocina.

-¿Qué hace ese aquí? -preguntó en voz baja. Manjiro se encogió de hombros. 

-Y yo que sé, quería dos galletas -Emma rodó los ojos. 

-Ya, claro. 

-Lleva más de una hora ahí, la próxima vez que vea a Shinichiro le pediré que le ordene a su amigo no volver a acercarse a nosotros. 

Emma estuvo a punto de contestarle pero la puerta del local se abrió de un golpe, algo violento y poco habitual, y ambos hermanos corrieron hasta salir de la cocina y quedar detrás de la barra. Manjiro tragó saliva profundamente al ver a dos vampiros del gobierno correctamente uniformados mirarles con cara de pocos amigos. 

-Buenas tardes -comenzó Emma algo incómoda pero intentando mantener la amabilidad y el respeto -. ¿Podemos ayudarles en algo?

Pero ninguno de los dos dijo nada. Uno de ellos llevaba un taco de carteles en sus manos y en lugar de prestar atención a los dos jóvenes trabajadores del lugar o al cliente correctamente sentado y atento a la situación en una esquina ambos se acercaron al ventanal del lateral y pegaron uno de los carteles de modo que se viera desde el exterior. 

Manjiro y Emma compartieron una mirada confundida, incluso se tomaron la molestia de compartirla con Sanzu a lo lejos, y pasados un par de minutos los vampiros volvieron a acercarse hacia la puerta. 

-No se os ocurra quitar eso de ahí -ordenó con desprecio para justo después desaparecer por donde habían venido. 

Emma salió de detrás de la barra y cruzó el local para salir por la puerta y observar desde le exterior lo que habían pegado en su ventana. Pasaron otros tantos segundos y Sanzu no parecía querer quitarle la mirada de encima, ya incluso empezaba a ponerle nervioso a un nivel alarmantemente violento, pero antes de que pudiera quejarse o insultarle Emma volvió a entrar y se acercó a él rápidamente. 

-Es un cartel de 'se busca' -explicó en voz baja. No le hacía especial ilusión que alguien estuviera escuchando su conversación por muy banal que esta pudiera parecer. 

-Me lo esperaba.

-Yo no los conozco, échale un vistazo tú cuanto te vayas -entonces y como si hubiese caído en algo alzó la mirada hacia el reloj colgado en la pared -. Que, por cierto, ya es hora de que lo hagas. Venga, vete.

Durante los minutos posteriores no pudo imponerse ante las insistencias y empujones de su hermanita quien también le había arrancado el delantal de un tirón y casi en contra de su voluntad. No le hacía gracia dejarla sola después de aquella visita inesperada ni del cliente que por desgracia aún permanecía al fondo del local, pero después de que Emma le asegurara una y mil veces que estaría bien Manjiro no tuvo más remedio que marcharse con su mochila colgada al hombro y una sensación extraña en el pecho.

Sin embargo, justo cuando se detuvo frente a la ventana de su pastelería para contemplar los cuatro rostros de los delincuentes a los que buscaban la puerta del local volvió a abrirse aunque él no le prestó atención en un principio. No los reconocía, eran dos jóvenes y dos adultos. Pero suponía que de delincuentes más bien eran rebeldes. Esos eran a los que verdaderamente buscaban, no a un ladrón o a un simple asesino por muy injusto que eso pudiese llegar a sonar. 

Eso no les importaba. 

-Espero salir más favorecido cuando pongan mi cara en un cartel de estos -comentó alguien a su lado y no tuvo que girar la cabeza para comprobar de quién se trataba. Rodó los ojos, suspiró cansado y se puso a andar con la esperanza de que Sanzu no le siguiera. 

Pero lo hizo. 

-Seguramente tú los conoces. Te recomiendo que vayas a notificarlo antes de que te cuelguen por traidor -comentó con sarcasmo. Aunque en el fondo lo decía en serio. Para su disgusto, Sanzu caminaba a su lado con las manos metidas en los bolsillos y expresión de indiferencia. 

-A ti también podrían colgarte por traidor -y aquel comentario, a parte de inesperado, le resultó tan asqueroso que tuvo que detenerse y enfrentar a Sanzu con la cara roja por la ira y las mejillas infladas por la cantidad de insultos que quería soltar en ese instante. 

-¿A mí? Al contrario de ti yo no he hecho nada malo. El gobierno tiene muchas más razones para colgarte a ti. 

-Yo no estoy hablando de que sean los vampiros los que te consideren un traidor -comentó tranquilo y una sonrisa pequeña y juguetona apareció en sus labios. Manjiro le contempló perplejo y sumamente ofendido. Si no le gustase tan poco la violencia ya habría estampado su puño en su cara.

-¿A qué has venido aquí si puede saberse? ¿A perseguirme como un lunático y a faltarme el respeto?

-No, eso es algo que me sale por naturaleza pero no es mi motivo principal. 

-¿Entonces? -Sanzu esperó unos segundos y chascó la lengua. Le gustaba jugar con la gente, bromear y vacilarles, pero consideraba que ya lo estaba haciendo demasiado con ese pobre muchacho y que lo ideal era ir al grano de una vez por todas. 

-Solo quiero hacerte unas preguntas, nada más -admitió y Mikey tuvo la oportunidad de tranquilizarse un poco. La tensión en su cuerpo se relajó y la expresión de su rostro adquirió un toque más tranquilo aunque su ceño seguía estando fruncido por la desconfianza. 

-No pienso responderte a nada, no te conozco lo suficiente y no me interesas en absoluto como para hacerlo -quiso caminar de nuevo, de hecho, movió una de sus piernas para dar el primer paso, pero Sanzu fue rápido y le tomó de la muñeca para alzarla ante la mirada sorprendida de Mikey. Con rapidez elevó la manga de su sudadera para revelar la pulsera blanca que llevaba ceñida a ella tantos años de su vida. 

-Me pregunto qué es lo que te hace tan especial como para que Hanagaki te mantenga con vida permitiéndote conservar tu rutina, tus amigos y tu familia -comenzó a decir. Manjiro quiso tirar de su brazo para alejarlo de la penetrante mirada de Sanzu pero no parecía tener tanta fuerza como él -, teniendo en cuenta que no eres el único humano con suerte portador de una pulsera así -enfadado, tiró con mucha más fuerza de su brazo y se tapó la muñeca de nuevo en un gesto violento. 

-Eso a ti no te importa en absoluto. Limítate a sobrevivir, que por lo que veo eso se te da muy bien -se dio la vuelta y avanzó varios pasos con intenciones de caminar rápido y alejarse. Ese tipo le ponía nervioso y no negaría que le daba miedo, pero las siguientes palabras de Sanzu le hicieron volver a detener el paso de golpe y abruptamente. Escuchando algo que, para su propia sorpresa, no le gustó escuchar. 

-Mi intención es asesinar a Hanagaki, Manjiro -admitió acercándose a él por la espalda de nuevo. Mikey sintió su piel erizarse con esas palabras -. Esa siempre ha sido nuestra intención. Y ahora también es la intención de Shinichiro.

Pero Mikey en seguida cayó en algo. Y no supo si lo hizo porque de verdad creía así o porque de algún modo intentaba autoconvencerse. 

-Eso es absurdo -contestó con una diminuta y nerviosa sonrisa, girándose hacia Haruchiyo para encontrarse de nuevo con su mirada -, es imposible. ¿Intentáis asesinar a alguien que no puede ser asesinado? No me hagas reír. 

-No podremos hacerlo sin tu ayuda, eso está claro -continuó y Mikey le miró sorprendido esta vez -. Tú eres el único humano que ha estado en constante contacto con él, de hecho, lo sigues estando, y a día de hoy eres la persona que conoce varias de sus facetas, sus necesidades, sus horarios y hábitos. Y créeme, sé que puedes llegar a conocer mucho más.

-¿Acaso quieres que sea un maldito topo? -preguntó con ofensa. Sanzu sonrió de medio lado. 

-Solo queremos que nos digas todo lo que descubras sobre él, todo lo que sepas aunque no creas que pueda servir de ayuda. Cada mínimo detalle de cada mínimo aspecto. Quizá eso nos ayude en un futuro para librarnos de su dictadura. 

-Eso es absurdo. Incluso si lo consiguierais no conseguiríais tumbar Lestat. Pondrían a otro en la cima.

-Eso da igual. El simple hecho de haber sido capaces de asesinar a uno de los cuatro hijos de Salem pondría a todo el mundo patas arriba. Sería una revolución gigantesca y en cuestión de semanas todo este sistema acabaría cayendo -Manjiro tragó saliva. De repente se había puesto tan nervioso que incluso creyó sentir una gotita de sudor descender por su sien. Negó rápidamente. 

-No pienso participar en eso, sería un...

-¿Suicidio? Ya me ha comentado tu hermano ese pensamiento que tienes de 'sálvese quien pueda'. Pero tú no correrías ningún riesgo, Manjiro. Solo serías la fuente de información, no actuarías en ningún momento sino que colaborarías de forma pasiva -Manjiro calló, no sabía qué decir, no quería decir nada en realidad. Sanzu pareció entender algo y mientras inclinaba la cabeza con curiosidad su sonrisa creció levemente -. ¿Qué pasa? ¿No te interesa ayudar a tu propia especie? ¿No quieres salvar a todo el mundo en esta ciudad? ¿A Hana? ¿Emma? ¿Acaso no quieres vengar a Izana? ¿Por qué motivo no querrías?

Tantas preguntas le empezaron a provocar dolor de cabeza. Ni siquiera había notado que Sanzu se había estado acercando peligrosamente hacia él hasta que lo tuvo a unos alarmantes pocos centímetros de su rostro. Dio un paso atrás cuando empezó a necesitar su espacio personal y parpadeó varias veces con la intención de no verse tan nervioso.

-No, claro que quiero ayudar a la gente -dijo en voz baja pero ni siquiera él se creyó sus palabras -, pero no creo que matarle vaya a ayudar.

-Oh, ¿En serio? -Sanzu se acercó ese paso que Manjiro se había alejado -. ¿Cuál es el motivo que te hace creer eso? ¿Estás intentando proteger al asesino de tu hermano? -y entonces ahí fue cuando Manjiro sintió la ira de verdad, alejándose del nerviosismo y del miedo y abrazando el enojo hacia ese impresentable. En un instante había elevado el brazo y estampado la palma de su mano en su mejilla. Sanzu apenas se movió, tan solo giró el rostro al sentir el fuerte golpe, pero lejos de enfadarse o sorprenderse se limitó a soltar una pequeña risa divertida.

Giró la cabeza y volvió a mirar a Manjiro. El menor apretaba los puños con fuerza y respirada azorado. 

-Ya van dos veces que mencionas a Izana. A la tercera seré yo mismo quien cometa un asesinato. 

No quiso decir nada más. Necesitaba relajarse o saltaría al cuello de ese imbécil como un verdadero vampiro sediento. Así que con esa mirada de odio directamente dirigida a Sanzu dio media vuelta y caminó calle arriba. Esta vez solo, gracias a Dios. 

Y Haruchiyo le observó alejarse con la mejilla picando por el golpe y haciéndose mil preguntas en la cabeza. Analizaba los datos, sacaba conclusiones, todo era demasiado extraño incluso para un chico que quería mantenerse alejado de todo conflicto. Pero una cosa era no querer poner su vida en riesgo, algo que en cierta medida comprendía, y otra muy distinta era no apoyar iniciativas de los humanos que pretendían ponerlos en libertad. 

Y con todas esas conclusiones se planteó la verdadera pregunta que al que parecía ser el único realizándose.

¿Qué tipo de conexión tenía Manjiro Sano con el sanguinario gobernador de Lestat?

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