Capitulo 22

-¿Qué significa que no volverás a controlarte? -Mikey no tardó en preguntar. Tragó saliva con profundidad aún sintiendo el fuerte agarre sobre los mechones de su pelo. Su cálida y acelerada respiración chocaban contra el rostro del vampiro pero este seguía sin mostrar intenciones de ampliar la distancia. Por el contrario, los labios de Mikey se torcieron lentamente en una diminuta sonrisa irónica, una cargada de diversión y que dejaron a Takemichi ligeramente asombrado -. ¿Qué es lo que piensas hacer si eso llega a pasar? -sintió el agarre en su pelo incrementar en fuerza pero no dijo ni hizo nada que indicara desagrado y disconformidad. 

Takemichi soltó una cantidad de aire considerable por la nariz y apretó la mandíbula con tanta fuerza que el límite de esta llegó a marcarse considerablemente. 

-¿Qué? ¿No vas a contestar? -jugó de nuevo. Era irónico cómo Manjiro había pasado de sentir completo terror por la presencia de Hanagaki a jugar con él y tentarle. Era intrigante pero ya no sentía ningún tipo de miedo. Algo en lo más profundo de sí mismo le gritaba con fuerza que ese vampiro no iba a hacerle daño. Quizás estaba equivocado, perfectamente podría suceder, quizás el día de mañana aparecía su cadáver decapitado en medio de un maloliente y oscuro callejón, pero en ese momento, en ese instante, no sentía que ese fuera a ser su verdadero destino -. ¿Le ha comido la lengua el gato al vampiro al que todos temen?

-¿De verdad quieres que responda a tu pregunta? Ya te he dicho que es mejor no escuchar respuestas que quizás no quieras oír. 

-Es que quiero oírlo -admitió y poco a poco empezó a sentir como la fuerza que Takemichi ejercía sobre el agarre en su cabello se aflojaba. Su cuello dejó de estar tenso y pudo relajar también sus hombros, sin embargo, los dedos del vampiro no dejaron de estar enredados entre sus mechones rubios -. Dilo. 

-Lo asesinaría tal y como me gusta hacerlo a mí -sus ojos brillaron con más intensidad al decir esas palabras, casi como si se estuviera imaginando aquella escena que podría tornarse tan macabra -. Le clavaría las garras en el pecho y empujaría hasta llegar a tocar su corazón. Después de eso lo tomaría en mi mano y lo aplastaría lentamente mientras ambos escuchamos sus gritos de dolor. Terminaría sacando la mano y arrancándolo de cuajo -relataba todo aquello con una lentitud atrapante, como si estuviera contando un cuento, como si se tratara de una historia hermosa con un final cautivador-. Nunca has escuchado a un humano gritar de esa forma pero es fascinante, probablemente sea uno de los peores dolores del mundo. No es solo el hecho de sentir tu corazón ser aplastado poco a poco, es mucho más que eso. Los vampiros no tenemos sangre corriendo por nuestras venas, tenemos un espeso veneno negro y si ese veneno entra en contacto directo con el corazón te mantiene vivo el tiempo suficiente para que sufras el peor ardor del mundo mientras mueres -Manjiro sentía la boca completamente seca y el estómago se le había puesto del revés. Aún así, no fue precisamente por el miedo -. ¿Es eso lo que querías escuchar?

-¿Y eso es lo que serías capaz de hacerle a Draken? -preguntó en voz baja y jamás en la vida hubiese llegado a pensar que realizaría una pregunta de ese tipo con tanta tranquilidad. Los labios de Takemichi fueron los que empezaron a torcerse esta vez en una radiante y tétrica sonrisa. 

-Sería solo una de las cosas que sería capaz de hacerle.

-¿Acaso eso son celos? -inquirió con una ceja alzada, muy lejos de sentir miedo por su mejor amigo en ese momento, algo de lo que seguramente se arrepentiría al día siguiente. Takemichi borró su sonrisa de inmediato y se apartó del humano lo suficiente para soltarle y para enderezarse. Le observó desde arriba con la palidez extrema de su rostro ligeramente iluminada por la luz de la luna que se colaba a través de la ventana. Esa misma ventana a la que dirigió su vista durante unos segundos para volver a mirar al humano de nuevo. 

Mikey esperó en silencio y el hecho de no haber recibido una respuesta aún, el hecho de ni siquiera haber recibido una amenaza por su descaro, le hizo sentir repentinamente nervioso por lo que sería la verdadera respuesta a su pregunta. 

Y estuvo a punto de decir algo, de hecho, abrió la boca para hacerlo, pero aquel fue justo el momento en el que Takemichi decidió hablar también. 

-Voy a enseñarte una cosa -obviamente, no le preguntó primero si él quería que lo hiciese. Mikey le miró confundido dejando el significado de su pregunta previa en un segundo plano. 

De pronto y como si fuese una simple casualidad, una ráfaga de viento irrumpió en la habitación a través de la misma ventana abierta meciendo las cortinas y levantando las sábanas de la cama. Mikey no tuvo un segundo para preguntar qué era lo que quería enseñarle o para sorprenderse por el repentino viento helado que irrumpió en su habitación. Por el contrario, sintió los brazos de Takemichi alzarle de nuevo al puro estilo nupcial y obligándole a sostenerse de sus hombros. El humano sintió sus mejillas colorearse por la repentina acción.

-¿Qué estás haciendo? -preguntó algo nervioso. Sin embargo, no estaba nervioso por el sitio al que estaba a punto de llevarlo, sino más bien por volver a estar en los brazos de ese vampiro tan aterrador pero que, sorprendentemente, hacía tiempo que había dejado de ser aterrador para él. Takemichi avanzó hasta la ventana tan solo para detenerse justo delante de ella. Mikey sintió el agarre de sus manos volverse mucho más fuerte y cuando miró los ojos de Takemichi, este se tomó la molestia de bajar la mirada y devolvérsela de un modo extrañamente tranquilo. 

-Agárrate muy fuerte.

-¿Qué? ¿Por qué? -preguntó alarmado.

Pero lo siguiente que pasó o no pudo llegar a asimilarlo muy bien del todo o sus recuerdos llegaron a volverse algo borrosos. Pero algo pesado, oscuro y grande se alzó desde sus espaldas proporcionando una calidez extraña pero agradable aunque acompañado de una oscuridad que poco dejaba a la vista. El sonido del viento pareció chocar contra algo sólido, algo material, y lo siguiente que ocurrió le dejó con las palabras atrapadas en el gigante nudo de su garganta. 

Rodeó el cuello de Takemichi con sus brazos tan fuerte que de no ser un vampiro probablemente le habría hecho daño, y de inmediato una adrenalina sobrecogedora le trepó por toda la extensión desde su estómago hasta su garganta al sentir los pasos de Takemichi acelerar, correr y lanzarse al vacío como si buscara la muerte a propósito.

Manjiro chilló y escondió el rostro entre sus brazos y el cuello de Hanagaki esperando no encontrarse con el terror de un acercamiento mortal contra el suelo de la calle en la que vivían. Mierda, era demasiado joven para morir. Y aunque la sensación de estar cayendo desapareció en cierta ocasión, Manjiro fue incapaz de levantar la cabeza y mirar a su alrededor. 

El ambiente helado de la noche le calaba en los huesos, su cuerpo tiritaba por el frío y la piel se le puso de gallina no solo por esa frialdad sino por la sensación de estar yendo a una velocidad a la que no había ido nunca. Su respiración, a pesar de ser lenta, era muy pesada y muy amplia. Se sentía avanzar a una rapidez extraordinaria. El agarre de Takemichi era muy fuerte, de hecho, cada vez más fuerte y sin embargo nunca llegó a serlo hasta el punto de hacerle daño. 

Su cuerpo temblaba. Se sentía caer y a veces elevarse, ir más rápido y a veces más lento. Apretaba sus párpados cerrados con tanta fuerza que en algunas ocasiones llegó a ver explosiones de todos los colores. Pero hubo un momento, un instante, en el que todo aquello dejó de causarle temor. Llegó un momento en el que la sensación de estar cayendo al vacío se transformó en una sensación de estar siendo salvado y elevado por unos brazos seguros que le mantenían a flote, que le hacían tocar el cielo. Y no importaba que las mismas manos que le estaban sosteniendo con tantas ganas para evitar que cayera fueran las mismas manos sobre las que había descendido tanta sangre de inocentes. No importaba que esas mismas manos le hubiesen arrebatado la vida a miles de humanos durante los siglos de vida del vampiro. Esas mismas manos habían dejado de ser algo peligroso para él incluso mucho antes de llegar a darse cuenta. 

Porque quizás ese instante fue el preciso instante en el que se dio cuenta de que aquellas manos jamás volverían a ser peligrosas para él. 

Y con ese simple pensamiento que había aparecido de la nada, la adrenalina y la sensación de velocidad se detuvo por completo. De repente no había movimiento, de repente el peso de estar sobre una superficie bajo sus pies le hizo desplomar toda la tensión de su cuerpo sobre los brazos que aún le cargaban. 

Takemichi no se movió ni hizo nada, en su lugar esperó a que Mikey tuviese la suficiente valentía como para moverse él mismo y percatarse de que, sí, estaba vivo. 

Así que el humano, temblando de frío y miedo, empezó a levantar la cabeza poco a poco y lo primero que quedaron a la vista fueron sus ojitos. Los mismos que empezaron a revolotear de un lado para el otro para cerciorarse de que estaba en un lugar seguro. Y lo estaba, al menos de momento, porque lo primero en lo que se fijó fue en las estrellas y en la luna que salpicaban el cielo, sin moverse, lo que significaba que ellos ya tampoco se estaban moviendo. 

-No ha sido para tanto, ¿Verdad? -sin embargo, no pudo importarle una mierda menos la pregunta de Hanagaki en el momento en que sus ojos dieron con algo mucho más grande, mucho más llamativo y mucho más terrorífico que si juntaba todo lo horrible que había presenciado durante toda su vida. 

Levantó la cabeza por completo cuando sus ojos observaron dos grandes alas negras que sobresalían desde la espalda de Takemichi y que se movían lentamente al mecerse con el viento helado de esa noche. Su boca se abrió por completo al igual que sus brillantes ojos oscuros. Las contempló de arriba abajo mientras Takemichi inspeccionaba su expresión con curiosidad. 

-¿Qué...? -sus brazos aflojaron el agarre de sus hombros y Takemichi aprovechó para bajarle y dejar que apoyara los pies en el suelo. Pero como Mikey no dejaba de mirar ese par de alas inmensas y debido a todo el movimiento inesperado de los minutos anteriores su cabeza dio un vuelco y se mareó, haciendo que sus pies se tropezaran y casi cayera al suelo.

-¿Estás bien? -Takemichi le sostuvo por los hombros y le miró con una ligera preocupación, una expresión que ni se dio cuenta que compartió ni Mikey se paró a contemplarla. En su lugar, dejó de mirar ese par de alas gigantes para mirar a su alrededor con la misma expresión de sorpresa y cerciorarse de que estaban en... ¿En la cima del mundo?

-Pero si... -señaló a su alrededor pero como aún no le importaba el escenario en el que se encontraba alzó ese mismo dedo para señalar las alas de Hanagaki -, y eso... Tú... -Takemichi inclinó la cabeza a un lado esta vez más curioso que preocupado -. Tengo tantas... Tantas preguntas... -llevó sus dos manos hasta su cabeza y pasó los dedos por el cabello, tirando de él y volvió a observar a su alrededor. Solo entonces y después de haber superado un poco el shock, se percató de lo que había ocurrido -. ¡Maldito vampiro imbécil! -Takemichi tomó con sorpresa el violento empujón del humano. Y aunque Mikey hubiese intentado emplear toda la fuerza que le quedaba en ese triste empujón, el mayor no se movió ni un solo centímetro -. ¡Me has hecho...! ¿¡Qué me has hecho!? ¿¡Volar por los aires!?

-De algún modo hemos llegado aquí -contestó como si fuese lo más obvio del mundo. Manjiro continuó mirándole con la misma cara de perplejidad que antes. Aunque, por lo menos, había recuperado cierto color en el rostro. 

-¡Sin avisar!

-Te dije que te agarraras fuerte.

-¡Ni siquiera me preguntaste antes!

-Yo no pregunto, hago lo que quiero -Mikey soltó un gritito de frustración y aniquiló al vampiro con su mirada. Takemichi se mantuvo inexpresivo aunque su rostro no dejaba de estar lo más tranquilo y pausado del mundo. Era como si ese rincón, ese lugar y la persona con la que estaba fuesen el momento y sitio perfectos para dejar de verse tan imponente y amenazante. No hacía falta y tampoco tuvo la necesidad. 

La respiración de Manjiro seguía bastante acelerada para cuando se quiso dar cuenta aunque las pulsaciones de su corazón se ralentizaban poco a poco. Entonces y sintiendo la necesidad desbordante de ubicarse de una maldita vez, Mikey dejó de hacer contacto visual con el contrario para así pasar su mirada por todo a su alrededor. 

De repente se dio cuenta de que el viento ahí donde estaban soplaba con mucha más fuerza, revolviéndole el cabello de una forma que le aseguraba un par de nudos imposibles al día siguiente. Su cuerpo tiritó sin poder controlarlo y sus ojos lagrimearon un poco por el frío, pero a pesar de todo eso ni siquiera pudo percatarse de las bajas temperaturas ni del hecho de estar simplemente en un pijama largo de algodón beige. Ni siquiera recordaba estar descalzo y se percató de golpe al dar el primer paso hacia delante y sentir el helado y rugoso cemento bajo sus pies. 

Poco a poco las piernas le hicieron avanzar hasta estar cerca del borde y fue ahí, en ese momento, cuando se tomó la molestia de mirar a su alrededor y hacia abajo, que gracias a su posición y a la altura en la que se encontraban descubrió que estaban en la azotea de la Torre. 

Aquella altura era sobrecogedora. Ningún edificio en Lestat se acercaba al menos un poco a los metros de altura que tenía la Torre. De hecho, eran muy pocos los rascacielos de la ciudad que superaban la altura de los muros que la sellaban y era muy difícil vivir en aquellos que lo hacían. Al gobierno no le interesaba que los humanos vieran más allá de los muros, no le interesaba que crearan expectativas y esperanzas a una vida fuera de allí. Y en esta ocasión, Mikey tenía plena vista, nítida y clara, de aquello que estaba más allá de las inmensas paredes que le privaban de su libertad.

Ni siquiera se tomó un tiempo prudente en deleitarse con las bonitas vistas de una ciudad tan grande bajo sus pies, sino que su mirada se quedó perdida en la oscuridad que se cernía sobre las tierras llanas y muertas que había al otro lado de los muros.

-¿Qué te parece? -no se dio cuenta de que Takemichi estaba a su lado hasta que escuchó su tenue tono de voz. Manjiro dedicó un segundo para mirarle de reojo y aún no pudo ignorar aquellas grandes alas negras que les doblaba el tamaño a ambos juntos. Volvió a mirar al frente. 

-¿Por qué me has traído aquí? -preguntó y lo cierto es que esa era una pregunta que le causaba verdadera curiosidad. Hubo unos segundos de silencio en los que lo único que hacía eco en sus oídos era el sonido del intenso viento a su alrededor. Manjiro apretó las puños, tenía las manos heladas. 

-Quería enseñarte todo esto -admitió. Ambos seguían sin mirarse el uno al otro -. Quería que vieras lo que hay bajo mis pies. 

-¿Bajo tus pies? -solo entonces Mikey volvió a mirarle. Y así, de aquella forma y en el momento menos oportuno, Manjiro tuvo el placer de deleitarse más detenidamente con el perfecto perfil de Hanagaki. Apretó los labios juntos y bajó la mirada al suelo. No era el momento para pensar en algo así. 

-Este es el lugar al que vengo siempre que quiero estar solo -añadió pasado un rato. Mikey alzó de nuevo la mirada y esta vez se tomó la molestia de detenerse en contemplar Lestat en lugar de lo que había más allá de los muros. Pese a la altura era capaz de descubrir que no había a penas nadie en las calles y que eran pocas las luces encendidas en las ventanas de los edificios. Lestat dormía y mientras ella lo hacía un humano cualquiera mantenía una conversación inesperada con su gobernador en la cima de ese minúsculo mundo que un malvado vampiro había erigido a su alrededor. 

-¿Cuando quieres estar solo? -inquirió con cierta ironía -. Solo tienes que decirles que no te molesten y estarás solo todo el tiempo que quieras. Hasta los de tu propia especie te tienen miedo. 

-Lo sé y me resulta fascinante que lo hagan... -suspiró. Y no mentía. Siempre había disfrutado más del miedo que del respeto -. Pero cuando te has pasado décadas encerrado en un rascacielos por propia voluntad hay ocasiones en las que te apetece salir a tomar el aire. Incluso a mí -Mikey estaba sorprendido. No era normal que Takemichi compartiera tanto, mucho menos que consiguiera formular varias oraciones seguidas en una misma intervención oral -. Y tampoco había traído aquí a nadie antes. 

-¿Y por qué lo has hecho conmigo? -preguntó volviendo a mirarle. La paz que emanaba la expresión tan poco habitual de Takemichi consiguieron tranquilizarle incluso a él que hasta entonces había seguido algo abrumado y tenso por toda la situación que acaba de vivir y que seguía viviendo. Era descomunalmente inesperado encontrar esa peculiar paz en el vampiro que tenía a toda la ciudad, y al mundo, aterrorizada. ¿Por qué esa figura tan poderosa, letal y terrorífica no generaba ningún tipo de miedo en él? ¿Por qué ahora? ¿Qué estaba pasando para que todo eso sucediera? Y entonces el recuerdo de sus labios llegó de inmediato a su memoria, el recuerdo de no dudar un segundo en pegar los suyos a los contrarios y compartir un momento tan íntimo con esa figura de la que todo el mundo teme hablar. 

-Sinceramente... -aquella palabra casi resultó ser un suspiro y en esa expresión tan tranquila pronto se deslumbró cierta confusión plasmada en sus cejas levemente fruncidas -, no lo sé... -Mikey asintió lentamente, sabía con exactitud que poco podía pedirle a alguien que no sentía y que, por lo tanto, desconocía el motivo de sus acciones. Sin embargo, Takemichi no parecía querer dejar de lado esa conversación del todo -. Siempre he actuado por instinto y y créeme que durante tantos siglos he aprendido a entender ese instinto. Pero desde que te conocí estoy empezando a pensar que no lo conocía tan bien como creía.

Manjiro no lo estaba mirando pero sintió un movimiento a su lado y los pasos de Takemichi acercarse a él lentamente hasta situarse a su espalda. Podía sentir cómo el cuerpo del vampiro frenaba un poco el viento helado que cada vez le congelaba más y más. Mikey esta vez bajó la mirada a sus pies, ahí donde las calles de Lestat eran tenuemente iluminadas por las pocas luces de las farolas que aún funcionaban. Entonces sintió un nuevo movimiento y la mano de Takemichi apareció para tomarle levemente de la barbilla y alzar su mirada mucho más allá de lo cercano, mucho más allá de la oscuridad que cubría el mundo fuera de la ciudad y de sus muros. Sintió algo acercarse a su rostro, sobre su hombro, y pronto escuchó la suave voz de Hanagaki en su oído. 

-¿Qué crees que hay más allá de aquí? -preguntó en voz baja y realmente esa fue la primera vez en su vida que alguien le hacía esa pregunta. Nunca lo había pensado. Nunca le había importado. 

-Dicen que nada -contestó con sinceridad -. Dicen que si salimos moriríamos, que no hay nada fuera por lo que deberíamos querer luchar. 

-No te he preguntado lo que dicen los demás. ¿Qué crees tú?

-¿Por qué me lo preguntas? -preguntó aún sin moverse -. ¿Acaso quieres que diga algo equivocado para tener un motivo y matarme? -continuó aunque en su tono de voz se escuchó cierta ironía pues sabía que no sucedería.

-Contéstame -escuchó aunque algo le decía que aquella palabra la compartió con una pequeña sonrisa. Mikey sonrió también y se puso a pensar qué era lo que verdaderamente creía él.

No tuvo que pensarlo demasiado. 

-Me niego a creer que no haya absolutamente nada -admitió y antes de que Takemichi pudiera decir algo, quejarse o insultarle, siguió -. Sé que tiene que haber algo; alguien, pero tampoco pretendo descubrirlo. Sea lo que sea lo que haya probablemente no sea mucho mejor que aquí.

Y no era sorprendente que dijera algo así, no lo era que pensara de esa forma. Manjiro siempre había sido obediente, dócil y respetuoso con las leyes dictatoriales de Lestat. Él quería vivir y quería hacerlo de la forma más cómoda posible. Quizás era una injusticia y él podía simplemente permitirse el lujo de hacerlo por la calidad de la sangre que le habían adjudicado y los privilegios que le otorgaba su pulsera, pero poco le importaba a él encontrar los motivos que le habían llevado a tener esa opinión. Y también era cierto que tampoco le importaba lo que hubiera fuera de Lestat, estaba claro que, dentro de lo malo, vivir en esta ciudad o en cualquiera de las otras tres era lo mejor que podía sucederle a un humano dentro de ese mundo tan caótico en el que existían.

 Y quizás fue una tranquilidad extraña la que sintió Takemichi al descubrir que Manjiro no tenía intenciones reales de irse; de alejarse. 

-Me alegra que pienses así. 

-Pero no te equivoques -añadió rápidamente -. Que piense eso no significa que no crea que no hay muchísimas cosas injustas. 

Takemichi advirtió entonces un evidente temblor que azotó las extremidades del humano y se creyó un tonto por no darse cuenta de ese detalle mucho antes. Era tan sencillo el hecho de morir para un humano que aún le sorprendía que incluso las bajas temperaturas pudiesen hacerlo. Poco a poco Manjiro empezó a sentir algo rodeándole y al mirar levemente hacia ambos lados empezó a notar que las amplias alas de Takemichi le estaban rodeando poco a poco. 

Fue en ese instante en el que volvió a percatarse de dicho detalle. 

-¿Por qué tienes...?

-Gírate, Manjiro -y jamás le había escuchado emplear su nombre de esa forma hasta ese día. Fue un tono suave y cálido y más que una orden terminó siendo una petición. 

Mikey se dio la vuelta lentamente mientras esas imponentes, inmensas y extraordinarias alas negras terminaban de rodearles a ambos por completo. De repente se sintió incluso calentito. El viento helado y violento era frenado por ellas e incluso estas parecían desprender un calor que le provocaba un sentimiento de extrañeza. Mikey suspiró y entonces se dio cuenta de lo cerca que estaban el uno del otro, tanto que sus pechos podrían tocarse si algo decidía moverse tan solo un par de centímetros hacia delante. 

Manjiro alzó la vista para enfrentarse a los dos ojos rojos del vampiro que le miraban con tanta atención. 

-No sabía que los vampiros tenían... algo así -comentó con cierta incomodidad y se mordió el labio inferior lentamente. Takemichi inclinó la cabeza a un lado antes de responder. 

-No lo hacen. Es un privilegio.

-¿Y por qué las tienes tú? -preguntó. De verdad que le intrigaba esa respuesta. Al principio le había asustado bastante verlas, jamás en su vida hubiese podido imaginar que los vampiros tuvieran dos pares de alas de ese tamaño, o que simplemente las tuvieran. Eran parecidas a las alas de un murciélago solo que muchísimo más grandes y visualmente hermosas; majestuosas. Ahora en lugar de terror le provocaban sincera admiración.

-Solo unos pocos vampiros son capaces de desarrollarlas. El requisito principal es haber sido convertido directamente por Salem -Manjiro tragó saliva ante la mención de ese nombre y Takemichi ser percató de ello de inmediato. 

-¿Él también...? 

-No quiero hablar de él ahora -no supo si el motivo de aquello era que Salem, a pesar de ser quien le había regalado la vida eterna y el poder que poseía actualmente, nunca le había generado algo positivo o si era porque no quería romper la comodidad del momento. Por algún extraño motivo no quería perturbar la calma en la expresión de Manjiro, eso era algo que, al menos por esa noche, quería conservar intacto. 

Entonces Mikey asintió lentamente. En el fondo agradecía no entrar en detalles sobre esa criatura terrorífica que nadie había visto pero que todos tenían presente en sus pensamientos. Sus ojos curiosos empezaron a deslizarse a su alrededor y estos analizaron de arriba abajo las alas que les protegían el frío exterior. 

Elevó una mano lentamente pero la detuvo antes de continuar. 

-¿Puedo tocarlas? -miró a Takemichi con los ojos brillantes de curiosidad y cierta admiración y no lo negaría, pero el hecho de que dicha admiración estuviese directamente relacionada con él le provocó cierta sensación de gusto momentáneo. Takemichi asintió lentamente y Mikey no pudo negar haber visto una casi imperceptible sonrisa en el movimiento ligero de sus labios. 

Lentamente sintió la palma de su mano sobre la suave superficie a su derecha y la mantuvo ahí unos segundos. Volvió a alzar la vista un momento a los ojos de Takemichi, tan cerca de él pero tan agradable que no le provocó ni el más mínimo desagrado, y al darse cuenta de que el vampiro mantenía la misma expresión de calma y tranquilidad que hacía unos segundos decidió continuar con su hazaña. 

Paseó lentamente la mano en una suave caricia, una que parecía estar siendo dedicada a una verdadera obra de arte. 

-¿Por qué son tan cálidas? -preguntó volviendo a mirarle aunque en esta ocasión Manjiro mostraba una dulce sonrisa.

-Las alas de un vampiro triplican en cantidad el veneno que tenemos en nuestro cuerpo -explicó -. Aunque no lo creas nuestro veneno quema aunque es incapaz de calentar un cuerpo que ya está muerto. 

-No pensé que diría esto pero... -se detuvo unos segundos y tuvo que apartar la vista de sus ojos para continuar, demasiado avergonzado como para decir lo siguiente compartiendo una mirada -, son muy bonitas. 

-Y yo jamás pensé que alguien me lo diría -ambos sonrieron al volver a mirarse y Manjiro quedó completamente fascinado al ser tanto el responsable como el testigo de esa acción tan sincera y resplandeciente. Lentamente bajó el brazo hasta posicionarlo a su lado. De nuevo se percató de la distancia tan escasa que les separaba y su corazón empezó a bombear con fuerza por la situación. 

Tomándose de nuevo una valentía que jamás creyó tener, Manjiro volvió a alzar los brazos hasta posicionar ambas palmas de sus manos sobre el jersey negro ceñido al cuerpo del vampiro, justo sobre su pecho, y suspiró ligeramente al sentir la frialdad a través de la tela. 

-Tienes razón, el veneno no es capaz de calentar tu cuerpo -miró hacia arriba de nuevo con timidez. La sonrisa de Takemichi había desaparecido. 

-¿Te desagrada?

-No realmente. 

Pronto sintió un roce en su mejilla y de repente se dio cuenta de que Takemichi también había alzado uno de sus brazos. Acariciaba lentamente con sus dedos el espacio que había entre la línea de su mandíbula y su cuello y Mikey sintió cómo la piel se le ponía de gallina por el tacto. Casi no llegó a darse cuenta pero Takemichi había vuelto a romper un poco más la escasa distancia que les separaba. Ahora sus rostros estaban tan cerca que cada uno podía deleitarse con el rostro del contrario, atendiendo al más mínimo detalle, a la más mínima pureza o impureza. 

Hanagaki soltó aire por la nariz y tensó la mandíbula. Algo parecía batallar dentro de su cabeza, dentro de sus pensamientos, porque tan pronto como su expresión pasó a una ligeramente confundida Manjiro entendió que aquello que revoloteaba dentro de su cerebro no era otra cosa que una batalla por no saber qué hacer. Así que el humano no hizo otra cosa que elevar sus manos hasta dar con el bultito que siempre había bajo su ropa, la alianza que llevaba como colgante era algo que ya formaba parte de Hanagaki. Algo tan personal y a lo que Manjiro ya estaba habituado a tocar sin ningún tipo de miedo o pudor. 

-¿Ya no tienes frío? -preguntó en voz muy baja y Mikey negó lentamente mientras en sus labios aparecía una pequeña sonrisa. 

La caricia de Takemichi se transformó en un toqué algo más brusco y antes del que el menor pudiera darse cuenta, Hanagaki había roto la distancia y ahora tenía la nariz enterrada en el hueco de su cuello. Aspirando profundamente y cerrando los ojos para así dejarse llevar por el placer de alimentarse con un aroma tan vívido y cálido. Mikey cerró los ojos también y se dejó llevar por los brazos que ahora le apretaban contra el cuerpo ajeno. Su corazón cada vez iba más rápido. Estaba nervioso. ¿Para qué negarlo?

Takemichi ahora acariciaba su espalda con las dos manos, desde arriba hacia abajo, revolviendo ese pijama de algodón que ahora se percibía bastante adorable. Pero pronto volvió a alejar el rostro y en esta ocasión se plantó justo frente al de Manjiro. 

El humano, sorprendido y sobrecogido por los acontecimientos, abrió la boca con sorpresa al contemplar dos preciosos iris azules alrededor de aquel par de pupilas profundas que siempre le habían recibido tan sangrientamente letales. 

-Takemichi, tus... -pero no pudo continuar con sus palabras. De repente el vampiro se había acercado tanto que ahora sus labios se rozaban. Manjiro suspiró, apretó el jersey de Takemichi entre sus dedos y sintió los de Hanagaki apretar la piel de su cintura por encima del pijama. 

-Hay algo en ti... Humano... -el tono de su voz fue una mezcla entre un gruñido y un susurro. Casi como si estuviera enfadado, bastante irascible, pero como si al mismo tiempo ese enojo estuviese envuelto con una capa de necesidad. Necesidad de algo; de alguien -, y no sé qué es...

Manjiro ni siquiera tuvo opción a decir algo. De repente, y sin dejarle debatir una respuesta antes, sintió unos labios helados pero húmedos posarse sobre los suyos en un beso ambriento. 

No dio tiempo a acostumbrarse, tampoco dio tiempo a disfrutar de ese primer contacto como algo dulce y suave. Cualquiera llegaría a la conclusión de que ese había sido el resultado de una tensión sexual que llevaba siendo protagonista en sus encuentros durante mucho tiempo. Porque el beso pasó a ser un gesto voraz y profundo desde el primer momento. 

Se disfrutaron mutuamente, acariciaron hasta el último centímetro de sus cuerpos sobre la tela, bebieron de sus salivas como si fuese el líquido más delicioso en todo el mundo. Manjiro rodeó el cuello del vampiro con sus brazos, queriendo profundizar, queriendo llegar más lejos, necesitando de un contacto mucho más intenso e identificando entre sus labios el sabor a hierro de la sangre. Seguramente su propia sangre.

Y, oh, joder. 

Jamás creyó disfrutar tanto de su propio sabor. 

Hanagaki no tardó en colar sus dos manos bajo la tela del pijama y acariciar con sus dos palmas toda la extensión de su espalda. Eran tan suave y cálida que quería recordar ese delicioso toque para siempre, conservarlo en sus dos manos como un tesoro. Porque lo reconocía de esa forma en ese lugar y en ese instante. No recordaba besar a nadie de esa forma desde que pudo regalarle su último beso a Hinata hacía tantos siglos. 

Porque el beso era hambriento, tal y como los que tenía con Kisaki, solo que la diferencia estaba en el trato otorgado. No era violento, no buscaba simplemente saciar su necesidad sexual. Buscaba ser proporcionado y proporcionar placer.

A pesar de la intensidad era prudente y cuidadoso pues lo último que quería, por mucho que llegara a sorprenderle, era provocarle algún tipo de daño a ese precioso humano que ahora tenía entre sus brazos. 

Escondidos por sus dos grandes alas negras en lo más alto de toda la ciudad de Lestat. 

Ellos podían ver el mundo pero el mundo no podía verles a ellos. 

Un sentimiento tan etéreo como hermoso.

Ahí fue cuando todo empezó a construirse para algunos y a desmoronarse para otros. El principio de una historia de amor cuyo final era intangible a manos de cualquiera.

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