Capitulo 2
-¿Seguro que no quieres que te acompañe? -Manjiro negó por quinta vez en la mañana. Shinichiro suspiró y se dejó caer hacia atrás apoyando la espalda en el respaldo de su silla. Emma, frente a él, removía la taza de café humeante entre sus manos con las piernas cruzadas sobre la silla y aún el pijama naranja de franela puesto.
Manjiro también seguía en pijama y tenía los ojos cansados, bostezaba cada diez segundos e intentaba servirse un poco de café en una taza con la poca fuerza que tenía en los brazos por haberse levantado hacía menos de media hora. Y sí, su hermano le había hecho la misma pregunta cinco veces en ese periodo de tiempo.
-Sabes que no me gusta que vayas solo, está bien si no quieres que yo vaya pero ¿y si avisas a Draken?
-¿Tengo que recordarte que hoy es la prueba de Hana? -dijo tomando asiento al lado de su hermana. Dio un pequeño sorbo a su café y el caliente líquido descendiendo por su garganta le hizo relajarse. No había nada mejor un café cargado y calentito por la mañana teniendo en cuenta el frío que hacía en el exterior -. Ya está demasiado ocupado, además, en menos de quince minutos debería estar saliendo por la puerta.
-¿Emma? -preguntó Shinichiro hacia ella. La chica frunció el ceño y por primera vez pareció prestar atención a sus hermanos.
-A mí no me mires, Daiki viene a recogerme en un rato.
-¿Qué vais a hacer hoy? -preguntó Mikey con curiosidad hacia ella. Ese día era domingo por lo que era el único día de la semana que no abrían la pastelería. Solían tomárselo de descanso. Su hermanita sonrió pequeño y se encogió de hombros.
-Daremos un paseo.
-Tenéis que estar aburridos de tanto paseo.
-Un paseo nunca me aburre, además, dice que me llevará a tomar café a un sitio nuevo que descubrió el otro día. Al parecer tenemos una nueva pulsera blanca en el barrio -comentó sonriente. Shinichiro observaba de uno a otro con inmensa seriedad.
-Oh, eso está genial -comentó dando un nuevo sorbo a su café. Fuera, en los pasillos y escaleras del edificio en el que vivían, ya comenzaba a escucharse el ir y venir de los vecinos, sus charlas matutinas y el traqueteo de lo que fuera que estuvieran haciendo. A veces las paredes parecían de papel, nada más lejos de la realidad -, pero no te olvides del cumpleaños de Hana por la tarde.
-¿Cómo podría olvidarme de eso? -preguntó con fingida ofensa mientras se levantaba. Fue hasta el fregadero y comenzó a limpiar la taza que había usado para el desayuno -, te recuerdo que eres el único que aún no tiene un regalo para ella. ¿Y tú te haces llamar su papi preferido?
-Tsh, no soy su papi -murmuró con las mejillas encendidas. Shinichiro se inclinó hacia delante interrumpiendo de nuevo la conversación y poniendo ambas manos sobre la mesa para llamar la atención de su hermano menor.
-Dejad de hablar de tonterías. Lo digo en serio Manjiro, no quiero que vayas solo. Deja que me vista y te acompañaré -estuvo a punto de levantarse pero el suave tacto de la mano del menor sobre la suya le hizo detenerse de nuevo. El chico le observó con un poco de cansancio pero tranquilidad al mismo tiempo, quizás ese era el único modo que tenía de calmar el acelerado temperamento de su hermano.
-¿Por qué no descansas mejor? Se ve que lo necesitas -comentó haciendo alusión a las enormes ojeras oscuras bajo sus ojos. Shinichiro le observó con la mandíbula apretada pero no dijo nada. Fuera lo que fuese lo que había estado haciendo durante semanas no le había dejado descansar como merecía. Manjiro no quería entrometerse demasiado, temía descubrir algo que no le dejara llevar la vida tranquila que llevaba. Era evidente que su hermano estaba metido en algo que no le gustaría escuchar, por eso prefería no preguntar.
Emma continuó limpiando su taza en silencio. Shinichiro volvió a dejarse caer sobre la silla.
-Y no es como si no hubiese ido solo otras veces, no entiendo por qué tanta insistencia ahora.
-Las cosas están tensas.
-¿Qué cosas? -preguntó con una pequeña sonrisa y un apretón a la mano que aún agarraba con la suya -. Venga, es solo un momento y habrá mucha gente como siempre. No es como si me fuese a un pub nocturno hasta arriba de borrachos.
Dio un último trago a su café y al terminarlo se levantó. Emma ya había terminado de limpiar su taza por lo que Manjiro tomó su lugar para fregar la suya. Shinichiro observó a sus hermanitos y torció el gesto. Bajó la mirada hasta el periódico sobre la mesa, ese que había recogido hacía un par de horas.
Emma se acercó a él con curiosidad y después de secarse las manos con un trapo lo alzó para leer la portada.
-¿Te has levantado temprano para conseguir uno otra vez? -preguntó leyendo el título de la primera noticia -, a día de hoy me sigue sorprendiendo que quieras leer algo que no te crees.
-Es que no hay que creérselo -comentó con obviedad -, pero sirve para darse cuenta de las cosas si sabes leer entre líneas -Emma dejó de leer para observar a Shinichiro con el ceño fruncido. No sabía si aquello lo había dicho con la intención de ofenderla o no, pero sí llegó a molestarle un poco. Volvió a dejar el periódico sobre la mesa con un golpe y caminó fuera de la cocina.
-Me voy a vestir, Daiki tiene que estar a punto de llegar.
Manjiro se secó las manos con el trapo de cocina y se acercó a la mesa para ojear el periódico que había causado tensiones entre sus hermanos. El título de la primera noticia era claro; 'Doce nuevos traidores descubiertos esta semana' y un poco más abajo explicaba un poco lo que había ocurrido. Todo era pura ideología extremista, ese era el único periódico legal y oficial en Lestat, obviamente controlado por el gobierno de los vampiros. Un poco más abajo Mikey leyó el título de la segunda noticia del día; 'Expulsión de terceros, no hay privilegios para los inservibles'. Manjiro frunció el ceño.
Los terceros era un apodo para aquellos a quienes les habían arrancado las pulseras porque, según la ley, su sangre ya no era apta para el consumo. Es decir, gente mayor o enferma que había dado su sangre durante años y que ahora ya no podían. Manjiro pensó en Angelita de inmediato.
-¿A qué se refiere con expulsión de terceros? -preguntó mirando a Shinichiro durante un momento. El mayor observó el periódico con los brazos cruzados para justo después volver a mirar a su hermano.
-A que los van a echar de sus casas -soltó sin más -, les da igual que hayan tenido pulseras plateadas o blancas, si su sangre ya no vale los dejarán viviendo en la calle, ni siquiera podrán vivir en pisos compartidos como la mayoría de los que tienen las negras -la expresión sorprendida de Mikey, sin ser capaz de decir absolutamente nada, le dio pie para continuar -. Dudo que los echen de Lestat porque no quieren que nadie salga, tampoco creo que los ejecuten porque es perder el tiempo, pero se olvidarán de ellos y terminarán muriendo de frío o hambre.
-Pero... ¿Por qué? No es justo, esas casas las han conseguido honradamente -comentó ligeramente perdido. No podía dejar de pensar en Angelita, ¿qué sería de ella si tuviera que vivir en la calle? Con su edad y su salud no duraría más de una semana -, trabajando a diario y dándoles su sangre cada mes.
-Así son las cosas aquí -soltó brusco y poniéndose de pie. Cogió el periódico y lo dobló, la rabia era evidente en sus acciones -, agradécele al gobierno de Hanagaki.
Entonces desapareció por la puerta de cocina y caminó a través del pasillo hasta la habitación que compartían.
Mikey se quedó un rato en silencio, pensando en esa nueva información que había adquirido. Bajó la mirada a sus manos y poco a poco se enfocó en su muñeca desnuda, ahí donde una pulsera blanca metalizada rodeaba su piel, clavándose a esta de un modo doloroso al que ya se había acostumbrado. Con la mano contraria acarició ese objeto, justo donde un grabado escribía el número con el que se le identificaba.
337.1
Eso era Manjiro para Lestat. Un simple número. Eso eran los humanos para Lestat. Simples dígitos uno detrás de otro que les sentenciaban a ser controlados y rastreados en todo momento. Se mordió el labio con fuerza al darse cuenta de lo rápido que estaban cambiando las cosas. Las ejecuciones crecían a diario, los arrestos estaban a la orden del día, los cambios en las leyes eran notorios, incluso había mucha más presencia del ejército por las calles. Entonces, ¿significaba eso que cuando él y sus hermanos tuvieran que quitarse las pulseras serían abandonados a su suerte? ¿Un destino peor a aquellos que tenían pulseras negras? ¿Qué sería de Hana también?
Las tripas se le revolvieron y dio un amplio suspiro. Por casualidad observó el reloj en la pared y casi se le paraliza el corazón al ver la hora. Eran casi las diez en punto y él tenía que estar en el Servicio de Extracción a las diez y media.
No era una buena idea llegar tarde.
Corrió a su cuarto para cambiarse. Allí, Shinichiro estaba a medio vestir. Era fontanero por lo que se iba paseando de casa en casa para reparar los constantes daños que eran tan frecuentes como la necesidad humana de acudir a un lavabo. Ese era un trabajo bastante común en gente que tenía la pulsera plateada.
-¿Trabajarás un domingo? -preguntó quitándose la camiseta de pijama -, pensé que descansarías -Shinichiro se encogió de hombros y contestó sin mirarle.
-He faltado demasiado esta semana, sería sospechoso si tampoco trabajara hoy.
-No deberías haber faltado -comentó suavemente, sin intenciones de alterar a su hermano pero con el objetivo de hacerle comprender que había hecho mal -, esas cosas no se les escapan.
-Por eso lo compensaré yendo hoy -terminó de colocarse la chaqueta, cogió el maletín que contenía todo lo necesario para su trabajo y se acercó a su hermanito. Antes de salir por la puerta puso una de sus manos sobre su cabello y lo acarició -. Deja de preocuparte, lo tengo todo controlado -y sin intenciones de dar pie a que Mikey continuara la conversación dejó un pequeño besito en la piel de su frente y salió por la puerta.
Manjiro suspiró y terminó de vestirse rápidamente.
Salió al exterior tan solo cinco minutos después que su hermano. Se encogió sobre sí mismo, ese día era ligeramente más cálido que el anterior pero seguía siendo bastante fresco. Mientras caminaba palpó sus bolsillos y allí encontró un par de monedas. Suspiró y rodó los ojos, había olvidado llevarle ese dinero a Angelina la noche anterior cuando llegó a casa. Se anotó mentalmente dejárselo al volver.
Intentó caminar rápido. Era domingo pero era temprano y mucha gente optaba por trabajar también los domingos para reunir el dinero suficiente para vivir, generalmente para sustentar a sus familiares. No se cobraba demasiado en Lestat, especialmente si tenías la mala suerte de no obtener una pulsera blanca, por lo que casi nadie tenía días libres a la semana. Manjiro era uno de esos suertudos a los que la gente envidiaba, pero es que no era frecuente.
Tan solo el 10% de la población tenía la sangre tan pura como para obtener una pulsera blanca, Mikey se sentía como una aguja en un pajar entre todos esos cientos de miles de personas que vivían en Lestat. La mitad, el 50%, obtenía una sangre de calidad normal, pulseras plateadas. Mientras que el 40% restante almacenaba en sus venas una sangre asquerosa para los vampiros; pulseras negras.
Y sí, puede que tener ese tipo de sangre le hubiera otorgado ciertos privilegios que no hubiera obtenido de otro modo, puede que de no ser por eso su vida y la de sus hermanos fuese mucho más precaria que en la actualidad, pero la incomodidad que le generaba que la gente supiera el color de aquello que rodeaba su muñeca no podía compararse al dinero obtenido. A veces simplemente quería ser invisible, mucha gente era demasiado envidiosa y se había dado el caso de que, alguna vez, les habían arrancado las manos a gente como él simplemente para conseguir una pulsera de ese color. No había otro modo de quitarlas, a no ser que tuvieras la fuerza descomunal de un vampiro estas se quedarían adheridas a tu piel para siempre.
Casi sin darse cuenta el tiempo había pasado volando y ya se encontraba traspasando las puertas con vidrieras del Servicio de Extracción.
Una vez al mes debía acudir a ese sitio a dar su sangre, como todos los humanos, y en su caso era el día 14 de cada mes.
Se puso detrás de una larga fila de personas que avanzaba lentamente. Cuando llegó su turno, una mujer de no más de cuarenta años con expresión de aburrimiento y ojeras bajo los ojos ojeaba un puñado de papeles detrás de un mostrador sin molestarse en mirarle. Manjiro tragó incómodo y sus ojos se pusieron durante un segundo en un vampiro que estaba al lado de los trabajadores de esa recepción, vigilando. Volvió a agachar la mirada cuando sus fríos ojos se pusieron sobre los suyos.
-Pulsera y número -habló por fin la mujer. Manjiro levantó la manga de su chaqueta lo suficiente para que pudiera ver la pulsera y se la mostró.
-337.1 -la mujer se inclinó para observar su muñeca y después abrió uno de los muchos cajones de su escritorio. Sacó una carpeta repleta de folios y empezó a buscar hasta que unos minutos después encontró su ficha.
-Nombre y fecha de nacimiento.
-Manjiro Sano, uno de octubre de 2421 -la mujer comprobó que la información fuese correcta. Comparó la fotografía del fichero con el rostro del chico y tres segundos después asintió. Rellenó unos cuantos huecos de la fecha de ese día e hizo que Manjiro firmara en un espacio libre al final de la hoja.
Mientras la mujer abría más cajones para remover a saber qué cosas, Mikey sintió una profunda mirada a su lado. Al observar a su derecha un señor de no más de cincuenta años tenía su mirada clavada en él. Manjiro observó su rostro sutilmente y después su muñeca, tenía una pulsera negra y de repente recordó a que a ellos, en lugar de tomarles la sangre cada mes, lo hacían cada tres meses. También cayó en cuenta de que debía estar a punto de que le arrancaran la pulsera debido a su edad. Pero todas esas cosas quedaron en el olvido cuando siguió la intensa y fría mirada del hombre con la suya y fue a parar a su propia muñeca desnuda.
De inmediato cubrió su pulsera blanca con la manga de su chaqueta y agachó la mirada nervioso, deseando que ese momento tan incómodo terminara.
-Aquí tienes, espera tu turno -la mujer le entregó una bandeja con una aguja esterilizada y un justificante de ese día en un trozo de papel.
-Gracias -intentó sonreír.
Mientras se alejaba del mostrador aún sentía la mirada de ese hombre en su espalda, tan profunda que sintió que le desnudaba por dentro, casi como si le hiciera Rayos X. Intentó marcharse de esa sala lo antes posible.
Atravesó un pasillo y llegó a otra sala mucho más grande llena de asientos ocupados y de gente. Era tan grande el cúmulo de personas que a penas había sitio para sentarse. Mikey optó por permanecer en una de las esquinas y pasar lo más desapercibido que podía. De repente pensó en las palabras de su hermano, quizás hubiera sido buena idea que alguien le acompañara. No para sentirse más seguro sino para no aburrirse tanto.
Observó el reloj de pared y suspiró al comprobar la hora. Los minutos pasaban lentos y tediosos, la gente iba entrando de a poco en cada una de las salas y tardaban no más de tres minutos en volver a salir. Estuvo alrededor de seis minutos jugando a poner caras raras con un niño de unos ocho años que esperaba junto a su madre.
Qué aburrimiento...
-337.1 -escuchó media hora después. Al menos no había sido tanto, normalmente solían tardar más.
Corrió a la sala de la que le habían llamado, a esa gente no le gustaba tener que esperar, menos aún si tenían vampiros a su alrededor que vigilaban lo que ocurría y que todo saliera bien. De nuevo había un vampiro dentro junto a uno de ellos, con unos ojos tan brillantes y fríos que le costó observar. No le gustaba mirar a los vampiros a la cara, era aterrador.
-Buenos días -sonrió educadamente hacia el trabajador y se sentó en la silla frente a su mesa. Puso la bandejita con la aguja sobre esta y el chico, que parecía tener más o menos su edad, la cogió.
-Hola -contestó sin más. Al menos este le había respondido, ahí nunca solían hacerlo pero él seguía dedicando los buenos días porque se consideraba un chico educado -. Dame tu bazo -pidió mientras cogía la aguja de la bandeja. No había nuevas, simplemente las esterilizaban, y a Manjiro le daba miedo pillar una infección por estar usando una aguja que utilizaban con cualquiera.
Mikey obedeció en silencio y mientras el chico buscaba su vena con la yema de los dedos, presionando ligeramente, se atrevió a alzar la mirada hacia el vampiro de pie al lado del otro muchacho. Tenía los brazos cruzados y la vista enfocada en el suyo, ese que ya había sido inyectado con la aguja, su sangre ya recorría el fino tuvo de plástico para ir a parar a una bolsa.
-No olvides comer en cuanto salgas de aquí -dijo el chico un ratito más tarde sacando la aguja de su brazo y poniendo un pequeño algodón sobre la herida.
La extracción no duró mucho. Fue rápida como siempre y Mikey respiró tranquilo cuando salió de la sala. Por un momento temió que el vampiro se lanzase a chuparle el brazo. Hubiera sido raro y no hubiera sabido cómo actuar, parecía hambriento.
Corrió fuera del edificio y se sintió más tranquilo al estar de nuevo en las calles de Lestat. Por el camino pasó por una pequeña tienda de conveniencia para comprar una barrita energética y un zumo, ese mes le habían sacado más sangre que el anterior y se sentía mareado. Mientras caminaba se encontró con una adorable tienda de juguetes artesanales y no dudó en entrar para comprarle un regalo a Hana.
Lo que más llamó su atención fue el precioso peluche blanco de un caballo. Hana siempre había querido ver los caballos, había sido su animal favorito desde que aprendió a habar, así que no pudo resistirse en comprarlo.
Después de eso avanzó lo más rápido que pudo, si volvía a llegar tarde otra vez Emma lo mataría.
-¡Mikey, Mikey! -casi no le había dado tiempo a entrar completamente en el apartamento, mucho menos a cerrar la puerta detrás de él, cuando unos pequeños bracitos se aferraron con fuerza a su cintura.
Mikey se inclinó lo suficiente para tomar a la niña en brazos y alzarla. Ambos se abrazaron y sobre el hombro de Hana le sonrió a Draken tras ellos.
Había sido el primero en llegar. Obviamente no iban a ser demasiados invitados, solo la gente cercana a Draken y a la pequeña, pero los suficientes para hacer que su día especial fuese lo más divertido posible.
-Hola, princesa, feliz cumpleaños -dijo con dulzura mientras cerraba la puerta con el pie. Sin dejar de cargar y abrazar a la niña le dio la bolsa con el regalo a su amigo. Draken la cogió y la dejó a un lado.
-¡Gracias! ¡Mira! -Hana se apartó solo un poquito para mostrar el brazo frente a su rostro, tan cerca que Mikey parpadeó entre risas y tuvo que alejar un poco el brazo de la niña con su mano para poder ver bien lo que le estaba enseñando.
Entonces casi se atraganta con su propia saliva. De entre toda la gente que conocía él había sido el único al que le habían asignado una pulsera blanca, todos o casi todos sus cercanos habían obtenido la plateada que era mucho más común. Pero cuando frente a él vio con total claridad la pulsera que la pequeña Hana le mostraba con alegría no pudo evitar abrir los ojos como platos, sorprendido. Estaba convencido de que le darían la misma que a su padre, la misma que a todos, pero ahí estaba ella que, como él mismo, habían roto la barrera de la normalidad.
-¿Ves? Es blanca, ¡como la tuya! -Mikey la bajó de sus brazos mientras boqueaba. Miró a Draken un segundo y después volvió a mirarla a ella. Sonrió entonces, nervioso y sin poder creérselo todavía.
-Ahm... Sí, Hana, eso es... ¡Eso es genial! -ella sonrió ampliamente y Manjiro volvió a mirar a su amigo. Draken se acercó a ellos y puso la palma de su mano sobre la cabeza de su hija con cariño.
-No preguntes, estoy igual de sorprendido que tú -contestó y aunque él realmente no se veía feliz sí que se veía satisfecho y tranquilo. Mikey supuso que, con tal de que no le dieran el color negro, él estaba bien con lo que fuera que ocurriese.
-Estoy deseando presumir de ella en el cole -comentó feliz acariciando la pulsera y mirándola como si fuese lo más interesante del mundo. Draken suspiró.
-Ya hemos hablado de eso, Hana, no puedes hacerlo.
-Solo piensa en los demás niños -continuó Mikey antes de que ella pudiera quejarse -, no todos han tenido tanta suerte como tú, puedes hacerles sentir muy mal -Hana le miró con ojos brillantes, ahora sin sonrisa alguna, pasados unos segundos asintió un poco triste.
-Pero yo estoy muy contenta, quiero decírselo a mis amigos.
-Hagamos una cosa, puedes decírselo pero solo a unos pocos -dijo tomando sus manos para acariciar el dorso de estas con sus pulgares.
-¿Cuántos son pocos?
-Si es a ninguno mejor -Mikey le dedicó una mirada asesina a su amigo por su respuesta pero inmediatamente la suavizó para volver a mirar a Hana.
-A uno, solo a tu mejor amigo, y le tienes que decir que es un secreto y que no se lo puede decir a nadie.
-¿Por qué? ¿Es malo? -preguntó ahora con un tono de voz más apagado -, ¿tú tampoco se lo dices a la gente? -Mikey sonrió tenuemente. Era complicado explicarle a una niña tan pequeña por qué podía o no podía hacer las cosas, qué estaba mal y qué estaba bien, qué la mantendría a salvo y qué no. Hana era una niña muy lista a la que le habían lavado el cerebro por lo que aún había cosas que no comprendía.
-Yo se lo digo a la gente importante para mí, por eso lo sabes tú -aquel comentario volvió a hacer feliz a la pequeña. Hana volvió a darle un fuerte abrazo justo antes de que varios golpecitos volvieran a escucharse en la puerta de entrada.
-Ve a abrir peque, corre -pidió Draken y enseguida su niña obedeció. Mikey se puso de pie.
-Es un alivio, ¿no? -preguntó Mikey en voz baja hacia él. De lejos se escuchaba la voz de Emma y Daiki felicitando a la pequeña.
-Yo no diría que es un alivio, hubiera preferido otro resultado.
-Pero algo así le dará muchos beneficios, ya lo sabes -comentó y antes de que pudiera enumerar una lista de todas las cosas buenas que le otorgaba tener una sangre como la suya Draken se le adelanto.
-¿Tantos beneficios merecen la pena como para tener que esconderte como tú lo haces? -preguntó pero esta vez no de un modo ofensivo. Lo hizo mirándole con cierto cariño y Mikey se encogió por el comentario, tenía toda la razón del mundo -. Vives con miedo Mikey, tú y todos lo hacemos, ¿Quién sabe si algún día un demente decide arrancarle el brazo para quedarse su pulsera y probar suerte?
Manjiro agachó la mirada y Draken notó eso. Antes de que la conversación se volviera más desagradable decidió cambiar de tema.
-¿Qué tal te ha ido esta mañana? -preguntó mientras ponía un mechón del flequillo rubio de su amigo tras su oreja. Mikey sonrió un poco con ese gesto y se encogió de hombros.
-Bien supongo, todo normal.
Pero antes de que pudieran continuar con la conversación Hana apareció de nuevo ante ellos tirando a Emma del brazo tras ella.
La tarde avanzó tranquila, igual de tranquila que la fiesta de cumpleaños que Draken había preparado para su pequeña.
Los invitados no fueron demasiados. Los padres de Draken habían decidido desaparecer de su vida en cuanto se enteraron de que su hijo había dejado embarazada a una adolescente por lo que al igual que ellos habían hecho, Draken no los quería cerca de su hija. Mitsuya vino, por supuesto, acompañado de sus hermanas pequeñas, Luna y Mana, que estuvieron toda la tarde jugando con Hana y sus regalos. Baji también había venido y eso era extraño, normalmente se pasaba el día trabajando. Ambos eran amigos de la infancia de Draken y Mikey y, aunque no tan cercanos como ellos dos, siempre habían formado parte de sus vidas.
Shinichiro había aparecido a media tarde, ni siquiera se había quitado el traje de fontanero, y Kazutora, un compañero de trabajo de Draken, llegó casi al mismo tiempo que él.
Soplaron las velas y cortaron la tarta que Emma y Manjiro habían preparado en la pastelería dos días antes, pusieron las galletitas del día anterior en bandejas para que los invitados se sirvieran y se sirvieron zumo de naranja. Lo poco que Draken había podido conseguir más allá de agua, no quería ser tan simple.
El sol ya se escondía entre los edificios, las tres niñas jugaban en el suelo con los peluches que le habían regalado a Hana, entre ellos el caballo que, según dijo la pequeña, había sido su favorito, Emma y Daiki charlaba en un rincón con Mitsuya. Draken, Kazutora y Baji mantenían una seria conversación a unos metros de distancia.
Mikey, que hasta ese momento había estado unido a la conversación de su hermana y los otros dos, decidió levantarse y acercarse a la segunda conversación de ese momento. Era eso o ponerse a jugar con las tres niñas. Esa tampoco le parecía una mala idea pero antes prefería pasarse a preguntar qué tal estaban.
-Yo no estoy completamente seguro de que vaya a servir de algo -escuchó a Draken comentar mientras se acercaba. Mikey frunció el ceño y se situó al lado de su hermano.
-¿Por qué no debería? A mí me parece el avance más grande que hemos hecho hasta ahora.
-¿Avance de qué? -preguntó Manjiro captando la sorpresa de los otros cuatro. Todos pusieron sus ojos sobre él y hubo un silencio de unos segundos. Era evidente la incomodidad y el hecho de que no querían a Mikey incluido en el tipo de conversación que estuvieran teniendo.
-Nada, hablábamos de trabajo -contestó Draken rápidamente.
-No es necesario que le mientras Draken, ya no es un niño -el comentario de Baji hizo que el aludido le mirara con los ojos entrecerrados. Siempre había querido Baji, lo consideraba alguien cercano a él, pero en los últimos años había adquirido cierto recelo hacia su persona. Solía hablarle mal de vez en cuando, contestarle de mala forma, y aunque dentro de sí mismo supiera la razón su mente quería creer que se sentía perdido respecto a ella.
-Cállate Baji -escupió entonces Shinichiro. Mikey miró de uno a otro sin saber muy bien qué decir. No fue hasta que Kazutora decidió volver a romper ese silencio tan espantoso que se había formado.
-¿Tiene que ver con lo que sea en lo que estás metido? -preguntó observando directamente a su hermano. Shinichiro se sintió regañado a pesar de ser mucho mayor. Rodó los ojos y negó con la cabeza.
-No preguntes si no quieres saberlo, ya lo sabes.
-No quiero saberlo pero lo que sí quiero es que no os metáis en problemas.
-Bueno, supongo que esa es una decisión nuestra -comentó Kazutora encogiéndose de hombros. Ninguno dijo nada después. Manjiro los miró a todos de uno en uno con las mejillas encendidas.
-No se trata de decisiones, se trata de no poner vuestras vidas en riesgo -a lo lejos se escuchaban las risas y carcajadas de las niñas, Manjiro las observó durante un segundo, después volvió a mirarlos a ellos y especialmente a Draken -. ¿Acaso no tenéis razones por las que vivir? -su mejor amigo agachó la mirada, no parecía tener intenciones de volver a hablar.
-No demasiadas, ¿las tienes tú? -Baji le observó con intensidad, de repente parecía furioso -, ah, espera, tú eres el único de esta sala que las tiene.
-No debería serlo, aquí tenemos una vida que, aunque no sea la mejor de todas, es una vida y estamos bien, estamos vivos.
-Habla por ti -volvió a escupir. De repente la conversación parecía ser única y exclusivamente de ellos dos -. Me dedico a recoger los putos cadáveres que esos malditos vampiros dejan por todos lados, comparto un piso de diez metros cuadrados con siete personas que están igual de hambrientas que yo. Sí, estoy vivo, pero eso no es vida -Mikey se mordió la lengua. Seguía enfadado pero aquellas palabras también ensalzaron su arrepentimiento.
De pronto la pulsera negra que Baji tenía en la muñeca pareció brillar, llamando su atención, recordándole que no todos habían tenido la misma suerte que él. Sí, Baji se dedicaba a deshacerse de las personas que eran ejecutadas a diario en las plazas, calles o en cualquier otro lugar. Veía el horror de cerca y lo palpaba con sus propias manos. Compartía piso con mucha más gente que había tenido la misma mala suerte que él, malviviendo, sin dormir bien, sin comer bien, sin poder refugiarse apropiadamente del frío. Él era la viva imagen del contraste entre los que tenían una sangre considerada exquisita y los que tenían una considerada asquerosa.
Si se ponía a pensar en ello objetivamente, Baji había perdido la vida con los años. Más delgado, con más ojeras, más pálido, mentalmente envejecido. Más muerto en vida, y eso era lo que provocaba un mundo como ese.
-Yo solo... -comenzó pero ni siquiera tuvo la fuerza de terminar.
-Eres el único que no tiene derecho a abrir la boca en esta conversación. Vete a hacer pastelitos y a jugar a las casitas a otra parte, hay gente que se deja la piel día y noche para poder comer aunque sea una miga de pan.
-Baji, cállate de una jodida vez -masculló Shinichiro entre dientes.
-Ninguno ha pedido nada de lo que nos han dado, ni lo bueno ni lo malo -continuó Draken en un vago intento por defenderle. Sin embargo, Manjiro ya no sabía si merecía defensa o no. Lo peor de todo es que no se arrepentía de lo que había dicho y no se arrepentía de pensar del modo en que pensaba.
Seguía creyendo que no deberían jugarse la vida de esa manera, que deberían conformarse con lo que tenían, ¿eso estaba mal?
-No, tiene razón -dijo y se forzó a mostrar una pequeña sonrisa -. Seguiré haciendo pastelitos mientras vosotros continuáis buscando la forma más rápida de morir, ahora si me disculpáis me iré a jugar a las casitas.
Y sin decir nada más se alejó de ellos en silencio. No supo qué otra cosa hacer más que agacharse frente a las tres niñas que continuaban jugando para unirse a ellas un rato. De todas formas no le había afectado demasiado esa conversación, es decir, no era agradable algo así en gente que apreciaba tanto, pero él se sentía tranquilo respecto a su forma de ver la vida.
Solo no quería que Shinichiro o Draken se jugaran la suya de esa forma, pero supuso que no todo el mundo era igual de conformista que él. Y eso no estaba mal del todo, ¿no es así?
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