Capitulo 18
Takemichi Hanagaki siempre fue descrito por sus padres como un niño feliz, atento y dedicado. Criado bajo el amparo de una familia burguesa a las afueras de la ciudad de Londres en Inglaterra. El pequeño jamás había conocido lo que era el hambre o el frío, ni siquiera la injusticia. Corría el siglo XVII y el crecimiento geopolítico Inglés estaba en pleno apogeo, igual de brillante que el crecimiento económico de la familia Hanagaki quienes desde siglos atrás habían empezado a prosperar económica y socialmente sin ningún tipo de pausa.
Su padre, Benjamin Hanagaki, poseía varias hectáreas de tierras a las afueras de Londres que empleaba para una importante producción agrícola cuidada por muchos trabajadores a su cargo. Benjamin era un hombre astuto, estirado y algo serio en la mayoría de las ocasiones pero cuyo carácter era suavizado casi siempre por su mujer Louise. Ella era hermosa, de grandes ojos azules y pelo rubio sedoso. Sin duda el preciado y único hijo del matrimonio Hanagaki había heredado todos esos atributos que desde muy pequeño habían sido la envidia del resto de matrimonios burgueses.
Takemichi recordaba su infancia en dos diferentes escenarios. Uno en la gran mansión que poseían en el centro de la gran ciudad de Londres y el otro en las tierras de cultivo de sus padres. Desde muy pequeño habían procurado darle la mejor educación, la más cara y la mejor valorada, proporcionándole así un futuro próspero a su único hijo y asegurándole uno lleno de éxitos. De ese modo Takemichi era bueno en muchas cosas y malo en prácticamente nada.
En general, el Takemichi del futuro recordaba su infancia como una muy superficial y cargada de cosas materiales y de poca importancia, rodeado de perfección y absolutismo.
Pero había un recuerdo en específico que jamás podría sacarse de la cabeza.
-Acércate, Takemichi, cariño -la amable sonrisa de su madre siempre le había parecido algo fascinante. Para ella siempre había sido demasiado sencillo sonreír y mostrar su felicidad al mundo. Algo que, con el tiempo, Takemichi había dejado de hacer -. Te presento a Hinata Tachibana, y Hinata, te presento a mi hijo Takemichi Hanagaki. Ojalá consigáis llevaros muy bien -el niño, que tenía solo siete años de edad, sintió la caricia de su madre sobre su cabeza pero él no podía hacer otra cosa que prestar toda su atención a los gigantes y brillantes ojos de la niña que tenía delante.
-Es un placer, Takemichi -la niña hizo una pequeña reverencia y sus mejillas se pusieron rojas automáticamente. Llevaba un bonito vestido quizás demasiado ajustado para su edad, tenía solo un año más que él, y el ligero maquillaje y tocado en su peinado ensalzaban cada característica de la niña. Pero a pesar de todo eso, a pesar de todo lo que pudiera llevar encima, Takemichi nunca había visto a un ser tan hermoso como ese.
-En placer es mío, Hinata -y como todo un caballero al que le habían enseñado buenos modales tomó la mano de la niña con delicadeza y dejó un suave beso sobre la piel de su dorso.
Ese día se transformó en seguida en uno de los días más felices de su vida. Hinata era la hija mayor de un empresario poseedor de una gran flota de exportaciones y muy amigo de su padre. Desde que nacieron su destino había estado escrito por sus progenitores y Takemichi había tenido la dicha de enamorarse de la mujer con la que le obligarían a casarse en el futuro.
No tuvo que forzarse, mucho menos obligarse, enamorarse de Hinata había resultado ser la acción más genuina y natural que podía existir. Ella era pura luz y encanto, rebosante de amabilidad y buenas energías. Demasiado buena para la época cuyo corazón solo proporcionaba cosas buenas. Los años pasaban y sus quedadas para jugar se terminaron convirtiendo en escapadas de horas y horas de charla. Un día Takemichi no pudo evitar preguntárselo.
-¿Por qué les das dinero a ellos? -estaban paseando por uno de los grandes mercados de Londres. Ella con un bonito vestido y una cesta con varias compras que no pudo evitar adquirir, él con un elegante traje que le hacía verse algo más mayor de lo que en realidad era. Tenían dieciséis y diecisiete años y en esa edad sus corazones estaban más despiertos que nunca.
-Porque nosotros no necesitamos tanto, Takemichi -dijo como si resultase obvio, aunque jamás abandonó su tono dulce. Acababa de darle unas cuantas monedas a dos hermanos de unos cinco años desnutridos y tirados en la calle. A los pequeños se les iluminaron los ojos cuando vieron ese dinero frente a sus rostros -. Y es posible que le acabemos de salvar la vida a dos pobres niños hambrientos, ¿No te hace sentir mejor?
-¿Solo lo haces para hacerte sentir mejor?
-Evidentemente no -ella frunció el ceño y era de las primeras veces que lo hacía -. Solo digo que una buena acción de vez en cuando no nos afectará en nada. La gente necesita ayuda y no podemos darles la espalda cuando los tenemos justo delante -mientras paseaban Takemichi fue incapaz de apartar la mirada del perfil de su futura a mujer. Ignoró los ruidos externos; las conversaciones en voz alta de los puestos y el cantar de los pájaros en la lejanía. Observarla era mucho más llamativo que todas esas cosas, más atrayente, y cuando la joven se sintió tan observada se giró para mirarle. Una sonrisa inevitable le cruzó los labios casi sin poder evitarlo -. ¿Qué pasa?
-Eres demasiado buena para este mundo -soltó sin poder frenar sus labios antes de intentarlo. Ella parpadeó sorprendida y en seguida soltó una risita dulce.
-No digas eso, solo intento compartir lo que tengo.
-Lo digo en serio, nunca he conocido a nadie como tú -siguió comentando con infinita seriedad -. Además, eres preciosa.
-Takemichi... -tuvo que apartar la vista completamente ruborizada. Incluso la mano que sujetaba la cestita había empezado a temblar un poco -. Deja de decir esas cosas...
-Es que lo digo totalmente en serio -con suavidad y ya sin poder aguantarlo mucho más tiempo, tomó a la joven de la muñeca y tiró de ella para sacarlos del ajetreo del mercado.
Rápidamente llegaron hasta un estrecho callejón que se escondía de miradas ajenas. Hizo que la chica apoyara la espalda en la pared de ladrillos tras ella y Hinata soltó un suspiro cuando una de las manos de su prometido la tomó de la cintura con un poco de fuerza. La otra mano fue a parar a su mejilla y la acarició antes de acercar su rostro hasta el suyo.
-Te quiero -susurró contra sus labios y Hinata sonrió al escucharlo por tercera vez en ese día. La primera vez que le dijo aquello fue hace un mes y desde entonces no había podido dejar de hacerlo. Tampoco quería que lo hiciese.
-Yo también te quiero -el chico rozó sus labios con los suyos -. Sabes que me siento mal cada vez que hacemos esto -volvió a susurrar pero Takemichi no dejó de rozar sus labios con los suyos -. No deberíamos.
-¿Quieren que me case contigo y esperan que no quiera besarte cada cinco minutos? -preguntó y al mirar sus ojos una sonrisa pícara apareció en sus labios -. ¿Qué clase de tontería es esa?
-Es que estas cosas... -el agarre en su cintura se hizo más fuerte y ese tacto la hizo estremecer -, se dejan para más adelante.
-Sí... Cuando estemos casados. Pero lo siento, no puedo esperar tanto -y sin dejar que la chica dijese nada más pegó sus labios con los suyos en un tímido beso que se transformó poco a poco en una prueba de amor real y duradera. Un contacto suave y delicado que Hinata sintió como el mismísimo cielo. Porque ella, al igual que él, también había tenido la dicha de enamorarse de la persona con la que estaba obligada a casarse y no todo el mundo tenía esa bendita suerte.
Takemichi era perfecto, era todo lo que una mujer podía pedir en un hombre. Tan apuesto, tan caballeroso, tan guapo, tan inteligente... Todos los buenos atributos que cualquiera pudiera imaginarse. No había nada malo en él, absolutamente nada, y en ese momento; en ese instante, todo parecía ir bien. Como si nada pudiese resultar fatal y como si su futuro estuviese en sus manos plenamente; feliz y tranquilo, tan perfecto...
Los años pasaban y Takemichi se enamoraba más a cada día que pasaba. Incluso sabiendo que se iban a casar preparó todo un acontecimiento hermoso para poder pedirle matrimonio como Dios manda y Hinata nunca fue capaz de quitarse la alianza de plata que le había regalado ese día.
'Mía hasta la eternidad'.
Aquellas palabras estaban grabadas en la cara interna del anillo y nunca nada le había parecido tan bonito e íntimo como eso. Porque estaba dispuesta a ser de Takemichi hasta lo que durase su eternidad.
Seguía pasando el tiempo y la boda fue el acontecimiento más hermoso que nunca pudieron imaginarse. Hinata jamás dejó de ser quien era, tan feliz y altruista como siempre, tan genuina y llena de vida. Una vida que le transmitía a él a diario porque su felicidad era tan contagiosa que le hacía sonreír cada día, cada minuto y cada segundo. Sabía a ciencia cierta que se jugaría la vida por ella, que daría su propio futuro por el de ella, y pronto descubriría que, tristemente, sería así.
Tenían solo veintiséis y veintisiete años de edad.
-Su fiebre está mucho más alta que ayer -era un doctor algo mayor pero gratamente experimentado. Ponía trapitos húmedos sobre la piel sudorosa de la joven. Hinata no dejaba de temblar y de removerse sobre la cama, sudaba y sufría espasmos continuos. Deliraba y decía cosas inconexas.
-¿Por qué tiene? ¿Qué le pasa? No lo entiendo, empezó a ponerse así de la nada -Takemichi se comía las uñas por el nerviosismo. Su Hinata llevaba enferma más de una semana, una semana sufriendo fiebre cada día más alta. No sabía por qué su preciosa mujer estaba en ese lamentable estado sobre la cama de matrimonio que compartían.
-Ni siquiera yo puedo comprender lo que le ocurre, señor -comentó el hombre con cierto pesar. Durante todos esos días había estado haciendo visitas diarias a la casa para comprobar el estado de la chica, intentando ayudar, de alguna forma, y curar el mal que estuviese atormentándola. Pero cada día que pasaba los presagios eran más desalentadores -. Me temo que su mujer solo empeorará a partir de ahora.
-¿Qué quiere decir eso? -preguntó algo más agresivo. Su desesperación estaba muy marcada en las oscuras ojeras de sus ojos y en lo despeinado de su cabello. El silencio del hombre fue angustioso y cuando el doctor bajó la mirada al suelo su desesperación solo pudo incrementar -. ¡Contésteme! ¿Qué hago para hacerla sentir mejor? ¡Debe haber algo que podamos hacer!
-No hay nada, lo lamento -y dijo las palabras que menos quería escuchar en ese momento -. No hay nada que usted o yo podamos hacer para sanarla. Le recomiendo que se tome su tiempo para despedirse, creo que su mujer está pasando por las últimas horas de su vida.
Jamás nada le había dolido tanto como esas palabras aquella vez.
Los padres de Hinata vinieron a visitarla todos los días. Todo el mundo sabía de la repentina enfermedad que padecía la hija de los Tachibana y cómo ella estaba al borde de la muerte. Y Takemichi no pudo ni siquiera separarse de su lado en ningún momento. Acunando su rostro todo el tiempo, susurrándole al oído cuánto la amaba y cómo no podría continuar viviendo si el amor de su vida se moría. No podía creerlo, no quería creerlo, su Hinata estaba al borde de la muerte y creía que la vida era una completa injusticia.
¿Cómo un alma tan buena podía irse de una forma tan horrible?
Pero pudiese ser precisamente por la respuesta a esa pregunta que ocurrió un milagro.
Hinata se recuperó.
Al día siguiente la chica amaneció sin fiebre, sin espasmos y sin alucinaciones. Y lo que Takemichi consideraba un milagro para muchos otros fue un acto alarmante y cuanto menos sospechoso.
No pasaron ni dos días cuando Hinata Tachibana fue acusada oficialmente de brujería.
-¡NO! ¡¡NI SE OS OCURRA!! ¡Ella no ha hecho nada! ¡NO ES UNA BRUJA! ¡¿Qué clase de juicio es este?! -Hinata fue arrastrada fuera de su hogar dos días más tarde. Ella solo lloró con su mirada puesta sobre Takemichi mientras él intentaba alejar a aquellos que arrastraban a su mujer bajo la calle, prácticamente humillándola en público, manchando sus rodillas de barro e ignorando sus sonoros lamentos.
Era de noche, el día era frío y húmedo pues había estado lloviendo toda la tarde. Los vecinos curioseaban a través de las ventanas el alboroto que ocurría en su misma calle, escuchaban el llanto de Takemichi desde la distancia, lo que más llamaba la atención era eso e incluso opacaba el llanto de los padres y el hermano de Hintana.
-Take, tranquilízate... -ella susurró pero, obviamente, su alma gemela no le escuchó.
-¡¿ACASO ME ESTÁIS ESCUCHANDO?! -sin medir las consecuencias se abalanzó sobre uno de ellos para solo recibir un fuerte puñetazo en el abdomen como respuesta. Cayó al suelo como peso de plomo.
-¡Takemichi!
-¡¡HE DICHO QUE LA SOLTÉIS!!
A pesar de los gritos, los golpes, las insistencias y las súplicas, Takemichi no pudo frenar la inminente desgracia que se avecinaba. En esa época la caza de brujas por todo Inglaterra estaba en pleno apogeo, todos desconfiaban de todos y cualquier acto sospechoso no daba lugar a preguntas o juicios justos, el castigo era inminente e incuestionable, y Hinata estaba sufriendo las consecuencias de unos actos que solo eran debidos al fuerte organismo de su cuerpo y que la época en la que había nacido aún no comprendía.
Takemichi recordaba el contraste del frío helado del invierno y el calor infernal de las llamas frente a él. Jamás se le olvidaría esa sensación. Jamás olvidaría el dolor de su garganta desgarrándose al gritar con tanta fuerza, jamás olvidaría el recuerdo de los gritos del amor de su vida chillando entre las llamas. Jamás olvidaría las caras curiosas, despreocupadas e incluso satisfechas de las decenas de personas que contemplaros tal atrocidad.
La futura madre de sus hijos, la chica de sus sueños, la niña humilde y simpática que le acogió en su corazón cuando tan solo era un niño despreocupado, la adolescente con la que se besaba a escondidas de sus padres a pesar de tener sus futuros ligados. La mujer junto a la que quería envejecer y junto a la que quería morir en un futuro estaba ardiendo entre las llamas de la injusticia y la inmoralidad ante sus ojos.
Y ese futuro estaba más cerca de lo que imaginaba.
-¡¡¡NOOOOOO!!! -nadie pudo, ni quiso, evitar su acción. La ansiedad, el dolor que sentía y la adrenalina que aún conservaba su cuerpo le hizo ingresar en esas llamas con el único propósito de sacar a Hinata de ellas.
Aún recordaba el dolor en todo su cuerpo, si lo pensaba aún recordaba el olor de la carne al quemarse. En algún momento Hinata dejó de llorar y de gritar y el silencio se transformó en la mayor tortura a su corazón descompuesto. Y terminó huyendo de esa sensación tan horrible, huyó del dolor de quemarse vivo haciéndose caer hacia atrás, con la piel en carne viva y el rostro desfigurado.
Las llamas seguían vivas a su lado, el tiempo seguía siendo una completa mierda y el silencio no pareció sorprenderle en un primer momento.
Y gritó a todo pulmón esa noche hasta que sus cuerdas vocales ya no pudieron más. Lloró a pleno pulmón mientras sus puños aplastaban la tierra húmeda bajo sus manos. Murió lentamente con el odio intenso en su derretido interior. Porque ese odio, esa ira incontrolable fueron los cimientos de lo que sería Takemichi a partir de entonces. Construyó en su interior un muro negro con ladrillos de odio que lo separaron de la realidad a su alrededor. Sintió cómo la consciencia se le iba poco a poco y antes de morir no fue en Hinata en lo que pensó sino en las caras de dolor de todos aquellos que habían llevado a su mujer a esa situación.
Antes de perder la consciencia se hizo una pregunta.
¿Por qué los humanos eran tan crueles?
Todos a su alrededor estaban muertos pero él no pudo fijarse en eso. ¿Qué o quién los había matado? Lo cierto es que había alguien, o más bien algo, que solo aparecía cuando el sentimiento de una persona era mucho más horrible que el propio infierno. El odio de Takemichi hacia la raza humana hizo que Salem, una aparición horripilante, apareciera en su campo de visión antes de morir finalmente.
Y Salem le miraba desde arriba con sincera curiosidad, contemplando el sufrimiento del pobre humano pegado lamentablemente a sus pies. Tan destruido tanto por fuera como por dentro que llamaba demasiado la atención.
Vaya... Qué gratificantes coincidencias...
-Si vives podrás vengarte, muchacho -su voz era áspera y casi percibida como un viento helado. A Takemichi le costó escucharla bien en un primer momento. Solo hubo silencio, las llamas empezaban a apagarse poco a poco -. Todo eso que tienes dentro, conmigo puedes liberarlo -poco a poco sus dientes comenzaron a estirarse y entre ellos destacaron sus afilados colmillos a los que Takemichi no les tuvo ningún miedo -. Quédate a mi lado y te desharás de todos aquellos que te han arrebatado lo que amas.
No supo si asintió, lo poco que recordaba después de esas palabras fue un nuevo dolor mucho más intenso que el quemarse vivo. Pero a raíz de eso la vida se tornó más oscura, más agria y más amarga.
Su odio a los humanos por el recuerdo de Hinata fue lo único que le mantuvo cuerdo lo que llevaba de vida hasta ahora.
Un odio que solo se vio interrumpido por un humano en particular.
Takemichi se había dejado guiar por el odio durante todos los años de su vida como vampiro. Añorando desde lo más profundo de su ser el sufrimiento intenso para los humanos. Los odiaba a todos y él creía que ese odio estaba completamente justificado. Porque dieron igual las lágrimas y las plegarias, a nadie pareció importarle nada relacionado con su preciosa mujer y todos les dieron la espalda.
Y era precisamente en ese odio en lo que pensaba mientras su camino lo guiaba a la planta baja de la Torre. Llevaba muchísimos años gobernando una ciudad que poco a poco empezaba a ponerse en su contra. Ni en su propio hogar podía estar tranquilo, venían a buscarle para atacarle en su propia casa.
Kisaki había ido a buscarle minutos antes alegando que un estúpido humano exigía su presencia en la planta baja. Podrían haberle matado en cuanto tuvo la osadía de mencionar el nombre de su gobernador pero algo les decía que no sería para nada una buena idea.
Llegó al lugar en el que se requería su presencia y los gritos fueron el recibimiento perfecto.
-¡No pienso esperar más! Llevadme con él ahora mismo -Shinichiro Sano estaba muy enfadado y Takemichi supo quién era exactamente nada más mirar su par de ojos oscuros. Era la viva imagen de Manjiro, se parecían más de lo que cualquiera podría llegar a pensar.
-Repítelo una sola vez más y juro que te cortaré la maldita cabeza -no era una amenaza vacía y eso Draken lo supo perfectamente, por eso intentó alejar a Shinichiro del trío de vampiros que los rodeaban para frenarles el paso. Shinchiro había estado exigiendo ver a su hermano desde que habían ingresado en la Torre hacía unos minutos y aunque él también estaba muy enfadado aún se creía consciente de las consecuencias que podría tener gritarle de esa forma a, literalmente, máquinas de matar.
-Yo no tendría piedad ninguna, mi señor -susurró Kisaki muy cerca de su oído. Takemichi suspiró lentamente -, nadie tiene el derecho de entrar gritando de esa forma aquí y menos en tu presencia.
Takemichi se alejó de él solo para que sus pasos le acercaran agresivamente a Shinichiro. El humano no había dejado de gritar en ningún momento, intentando imponerse de alguna forma para obtener el objetivo que buscaba, procurando ocultar a toda costa el ligero miedo que sentía. Y solo se dio cuenta de que alguien se acercaba a él directamente hasta que casi lo tuvo en frente.
La mano de Takemichi rodeó con fuerza su garganta y antes de que el humano pudiera decir algo fue alzado en volandas. Llevó sus propias manos hasta la que le apretaba la garganta sin llegar a asfixiarle del todo, sus piernas se zarandearon en el aire y su mirada se encontró con la profundidad rojiza de los ojos de Hanagaki. La piel se le puso de gallina.
-¿Dejarás de armar tanto jaleo? -preguntó con un tono de voz cansado. Shinichiro apretó los labios, no quería ni podía contestar. Draken, por su parte, hizo el amago de acercarse.
-Solo venimos a buscar a Manjiro -dijo y su voz se percibió más brusca de lo que pretendía. Takemichi lo miró y entonces recuperó de nuevo esa opinión tan aberrante que tenía hacia el vampiro. Apretó los puños y miró a Shinichiro de reojo, blanco como un folio, y volvió a mirar a Takemichi con la misma dureza que al principio -. Nos iremos de aquí después, lo juro.
-¿Para qué? -preguntó y su mano soltó de golpe el cuello de Shinichiro. El chico cayó al suelo tosiendo y acariciándose el cuello -. Me acuerdo de ti -continuó acercándose y Draken tuvo que poner demasiado de su parte para no dar pasos hacia atrás -, creo que te dejé muy claro dónde estaba tu lugar y lo que debías hacer.
-Quiero ver a mi hermano -habló Shinichiro volviendo a ponerse en pie. Su voz estaba ronca, afectada por la reciente presión en su garganta, y sus ojos ligeramente húmedos y rojos por la falta de oxígeno -. Sabemos que está aquí, solo... Solo déjame verlo -odiaba suplicar y jamás lo haría, si pudiese le clavaría una daga afilada en el corazón a pesar de saber que no le haría absolutamente nada a un ser inmortal como un vampiro. Pero desearía poder desquitar su frustración y odio con ellos; especialmente con él.
-No -soltó sin más y ante sus ojos mostró las uñas afiladas de su mano. Shinichiro las contempló impasible -. Y estoy controlando mucho mis instintos para no matarte. Aunque... -se acercó un paso y el otro no se atrevió a retroceder. Shinichiro apretó la mandíbula cuando una de esas letales uñas acariciaron la piel de su rojizo cuello -. Podría hacerlo ahora mismo y él jamás lo sabría -sus labios se torcieron en una sonrisa cínica que pondría los pelos de punta a cualquiera -. Podría mataros a los dos de la peor forma posible, podría torturaros hasta la muerte y después hacer desaparecer vuestros asquerosos cadáveres.
Shinichiro llegó a creer fervientemente que lo haría, sintió una presión ligeramente punzante en la irritada piel de su cuello, tuvo que tragar saliva profundamente para no decir palabra alguna. Quizás había sido demasiado temerario el ir allí e irrumpir de esa forma, quizás se había excedido aunque al mismo tiempo pensara que en todo lo referente a sus hermanos jamás se excedería. Porque por ellos daría la vida y es posible que estuviese a punto de darla en esos instantes.
Y sin embargo no llegó a arrepentirse en ningún momento, tampoco llegó a achantarse, no le daría ese placer.
-¡Para! -fue un grito agudo desde la distancia. Takemichi no apartó el toque en el cuello de su víctima pero sí hizo un esfuerzo para girar la cabeza en la dirección de ese grito.
Mikey tenía una expresión excesivamente preocupada al lado de Chifuyu. Compartió una rápida mirada con su hombre de más confianza antes de que este le devolviera una lejos de estar arrepentido. Había ido a buscarle, estaba claro, y lo había hecho porque sabía que Manjiro era el único capaz de apaciguar los instintos más violentos de Takemichi.
-¡Déjalo! -Mikey se acercó a ellos a toda prisa mientras la mirada de Takemichi le perforaba hasta el alma. Al llegar a su lado se interpuso entre su hermano y el vampiro, acribillándolo con la suya mientras le hacía alejar la mano de él -. Déjalo.
-Manjiro... -escuchó la suave voz de su hermano a su espalda, ¿O quizás fue la de Draken? No lo supo pero tampoco pretendió prestarle demasiada atención. Estaba mucho más concentrado en mirar a Takemichi mientras este apretaba con fuerza la mandíbula.
Todos a su alrededor estaban expectantes, la mayoría esperaban que corriese la sangre, no todos los días alguien se encaraba a Hanagaki y salía ileso. De hecho, el que solía hacerlo terminaba muerto de la peor forma posible. El silencio era derribador.
-Apártate -ordenó Takemichi entonces y Mikey sintió la mano de su hermano tomar su brazo con ligera fuerza -. ¿O acaso quieres que también te mate a ti? -pero su rostro se torció en un gesto de sorpresa al escuchar una risita por parte del humano. Shinichiro contempló a su hermano incrédulo.
-No digas tonterías, sé que no vas a hacerlo -dio paso hacia delante y ahora sus rostros estaban excesivamente cerca. La diferencia de altura tampoco era demasiada pero aún así Mikey tenía que inclinar la cabeza un poco hacia arriba para enfrentarse a él. Y Takemichi se quedó embobado con la mirada de superioridad de ese pequeño e insignificante humano. Quiso sonreír, aquel gesto le hacía cuanto menos gracia, y su labio tembló ligeramente con aquella necesidad.
-Manjiro, aléjate, por favor... -Draken quiso tomar la mano del menor para alejarle, porque él y todos los presentes aún pensaban que terminaría matándolo por tremenda osadía. Pero lo único que recibió como respuesta fue un rápido gesto en la mano de Takemichi, a penas visto, que le hizo sangrar por el antebrazo. Un profundo corte apareció de repente y Mikey solo pudo asimilarlo cuando su mirada se encontró con la herida. Draken a penas gritó, se tomó del brazo con fuerza con los dientes apretados.
-¡Oye! ¿Qué narices haces? -ahora Mikey se había interpuesto entre él y Draken, observando a Takemichi con rabia. Pero lo único que recibió a cambio fue un fuerte empujón que le hizo caer de espaldas al suelo.
-¡Manjiro! -Shinichiro se agachó a su lado para ayudarle pero la mirada desorbitada de Mikey estaba más concentrada en observar cómo Takemichi tomaba esta vez del cuello a su mejor amigo. Esta vez la presión que ejerció en la zona fue más fuerte, como si de verdad quisiera matarle en esta ocasión, y el rostro de Draken empezó a teñirse de todos los colores mientras el muchacho peleaba contra el agarre y con el deseo de recibir algo de oxígeno.
-¡Suéltalo!
-¡No te acerques, Manjiro!
Mikey se levantó del suelo y ante la mirada aún sorprendida de todos se lanzó hacia el vampiro y su amigo. Sus manos tomaron con fuerza los brazos de Hanagaki, apretando con la poca y lamentable fuerza de un simple humano mientras sus ojos buscaban con desesperación los suyos. Al hacer contacto con ellos Mikey pudo contemplar la tempestad en sus profundas pupilas, la rabia contenida en su interior mientras escuchaba la agonía de Draken a su lado. Su corazón iba a mil por hora.
-Suéltalo, por favor, por favor.
-Este humano me tiene harto, lleva demasiado tiempo jugando con fuego, ¿Y sabes qué? -Mikey no entendía por qué esa rabia inexplicable contra alguien que a penas había visto. Takemichi volvió a fijar la vista en Draken, su interior ardió aún más en odio -, el fuego termina quemando. Y mi fuego es mucho más voraz que cualquier otro.
Draken no pudo hablar. Su rostro estaba peligrosamente rojo.
-¡Takemichi, mírame! -para ese punto Kisaki observaba la escena con rabia y desagrado, las confianzas que ese maldito humano se estaba tomando con su Takemichi le estaban poniendo enfermo. Pero Takemichi lo hizo, le miró y contempló los ojos de Mikey más húmedos -. Suéltalo, por favor, es mi mejor amigo, solo... solo es mi mejor amigo... -habló bajito, casi parecía algo privado y Mikey se preguntó en su cabeza por qué intentaba dar explicaciones de algo que no debería dar. Takemichi suspiró profundamente por la nariz, poco a poco la fuerza que ejercía en el cuello del menor fue menguando -. Te lo suplico... Suéltalo -susurró esta vez. Y no supo por qué si desde hacía siglos siempre se había dejado guiar por sus necesidades y su instinto, por lo que quería hacer en cada momento y tenía claro que en ese momento en particular quería asesinar a esos dos que no paraban de molestarle. Pero había un deseo mucho más intenso que ese y puede que fuese el deseo de no querer ver llorar a alguien en particular.
Y hacía mucho, muchísimo tiempo que no le pasaba algo así. Que no sentía eso.
Lo soltó y Draken cayó al suelo en un ataque de tos desesperado. Shinichiro corrió hacia él para ayudarle mientras observaba a Takemichi con un odio voraz.
-Gracias -volvió a susurrar Mikey y Takemichi no hizo gesto alguno.
-Estás loco... -murmuró Shinichiro con la voz grave. Draken ya no tosía tanto pero su expresión seguía descompuesta -. Estás completamente loco.
-Shini, cállate -advirtió Mikey.
Hubo un silencio eterno por parte de todo el mundo. Mikey no se había movido de su posición, algo le decía que acercarse a Draken no sería del agrado de Takemichi. ¿Y por qué no hacía cosas que no eran de su agrado? Debería darle igual, eso estaba claro, pero simplemente y sin motivo aparente se quedó en su lugar contemplando al vampiro con una expresión difícil de descifrar.
-Vete con ellos -fue lo último que dijo antes de girarse y caminar hacia Chifuyu y Kisaki.
Mikey se quedó estático durante un momento y contempló a Takemichi alejarse de él poco a poco. No le gustó en absoluto, fue una sensación desagradable ante todo pronóstico, y miró a su hermano un momento.
-Venga, vámonos -Shinichiro ayudó a Draken a levantarse, el chico aún seguía un poco afectado por todo lo ocurrido, y con esas dos palabras Mikey empezó a ponerse nervioso.
No supo de dónde salió esa adrenalina ni por qué decidió lo que decidió, pero antes de que nadie más pudiera decir otra cosa sus pasos le llevaron rápidamente hacia Takemichi. Tomó su mano y le hizo detenerse.
-No -dijo y solo con esa palabra consiguió que Takemichi le mirara de vuelta -. Me quiero quedar aquí.
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