Capitulo 16
Quizás irrumpir en la Torre con exigencias como 'quiero ver a Hanagaki' no había sido la mejor idea que había tenido.
Aunque ni siquiera se había parado a pensarlo. Pero es que justo después del shock y la incertidumbre se había apoderado de él un sentimiento cercano al enojo. Sí, estaba enfadado, y quizás fue precisamente por eso por lo que no había podido controlarse. El problema es que de haber sido cualquier otra circunstancia no habrían dudado en asesinarlo por exigir algo relacionado con su gobernador. Pero tuvo suerte de que hubiese alguien conocido allí en ese momento. Chifuyu era ese típico salvador que estaba donde debía cuando debía, en el momento y lugar perfectos. Y esta era una de esas veces.
-Ni siquiera quiero preguntar qué es lo que ha pasado -preguntó cuando ambos estuvieron solos en el ascensor. Mikey tenía el ceño fruncido y una expresión similar a la de un niño enfadado -. Pero será mejor que calmes esos humos, no todos aquí son tan pacientes como yo.
-No puedo calmar mis humos -soltó con brusquedad. Chifuyu alzó las cejas con sorpresa -. A lo mejor lo haré cuando hable con él.
-Pues él tampoco está de muy buen humor, es mejor que tengas cuidado.
-Oh, vamos, sé perfectamente que no me va a matar.
-¿Tan seguro estás de eso? -Manjiro le miró unos segundos. Esa desconfianza en su mirada ya era algo demasiado habitual y aunque Chifuyu aún no le había dado motivos para desconfiar de él del todo seguía siendo un vampiro -. Es cierto que hay algo en ti que evita que te haga daño pero Hanagaki siempre ha sido alguien muy impulsivo, se deja guiar por lo que le apetece hacer en el momento.
Manjiro agachó la mirada al suelo y no volvió a decir nada. Seguía enfadado y aunque supiera que las palabras de Chifuyu eran verídicas no creía poder controlarse a la hora de encarar a ese peligroso vampiro.
Las puertas del ascensor se abrieron y ambos avanzaron por los largos y oscuros pasillos.
Llegaron hasta una puerta que Manjiro ya identificaba con mucha facilidad. Mentiría si dijese que no estaba algo nervioso, lo estaba, pero el enojo era algo que sentía con mucha intensidad también y por esa razón no podía dar marcha atrás. Los golpecitos de Chifuyu a la puerta no se hicieron esperar y después de recibir un 'adelante' como respuesta ambos terminaron dentro del despacho de Hanagaki con inquietudes completamente diferentes.
El ambiente era frío y algo incómodo, más oscuro que de costumbre pues las cortinas estaban echadas. Un ligero aroma a madera vieja estaba condensado en el aire, prácticamente como si no hubiese habido ningún tipo de ventilación desde hace tiempo. Sin embargo, no era desagradable, más bien era casi hogareño.
-¿Ha venido por su propio pie? -la pregunta casi fue hostil desde la distancia. Takemichi, que estaba sentado en su escritorio con una pluma en una mano y un puñado de papeles frente a él les observaba con una ceja alzada, casi amenazante. Chifuyu asintió con lentitud antes de responder por él.
-Sí, al parecer quiere hablar con usted.
-Ah, ¿Sí? -dejó la pluma en su respectivo lugar y se dejó caer hacia atrás, apoyándose en el respaldo de la silla y suspirando ligeramente.
-Sí, pero en privado -contestó Manjiro esta vez y rápidamente le lanzó una mirada a Chifuyu.
-Estaré cerca por si me necesitan -y se marchó sin decir nada más.
Takemichi tampoco le había prestado demasiada atención, su vista no había podido despegarse de Mikey ni un instante. Desde que había regresado después de su pequeña escapada y desagradable encuentro con ese tal Draken se había encerrado en su despacho y, para su propia sorpresa, se había zambullido en todos esos papeles y documentos que debía firmar como gobernador de Lestat. Supuso que era el modo perfecto para distraerse de un tema que le revolvía las tripas.
-Bien, Manjiro, ¿Qué te trae por aquí? -el modo de pronunciar su nombre y de realizar la pregunta fue extrañamente llamativo, algo diferente y ligeramente hostil. No entendía el por qué de su aptitud en ese momento pero tampoco quiso indagar en ello demasiado, no era para lo que había acudido allí en primer lugar.
-Tengo una pregunta y algo me dice que eres el único que puede darme la respuesta.
-Oh, ¿En serio? ¿De qué se trata? -había cruzado una pierna sobre la otra lentamente, ladeando la cabeza y observándole con una curiosidad forzada. Manjiro tragó saliva antes de contestar. Sí, Hanagaki ya no le daba tanto miedo como antes, eso era cierto, pero a veces su forma de ser le resultaba un tanto amenazante, incómoda, y esa era una de esas veces.
-Esto -alzó un brazo y se bajó la manga hasta el codo. Takemichi contempló alrededor de su muñeca una pulsera blanca. Incluso desde su posición y su distancia pudo ver cómo esta se ceñía con fuerza alrededor de su piel dejando una marca permanente y que ya no dolía -. ¿Por qué tengo prohibido dar mi sangre? ¿Qué has hecho? -Takemichi volvió a mirarle a los ojos y comprendió entonces el repentino malestar del humano. Suspiró profundamente por la nariz y se acarició la barbilla, pensativo y analizándole con la mirada al mismo tiempo.
-¿Tanto te sorprende? -preguntó y Manjiro parpadeó sorprendido -. No estoy dispuesto a compartir tu sangre con nadie más, pensaba que lo entenderías nada más darte cuenta. No he estado dispuesto a ello nunca y jamás lo estaré. Es simple -y todas sus sospechas fueron ciertas de repente. No supo si alegrarse por haber encontrado una respuesta tan rápido o enfadarse por todo lo que eso significaba. Terminó apoderándose de él el sentimiento de la segunda opción. Su ceño se frunció automáticamente.
-¿Pero por qué haces algo así? No lo entiendo, no debería importante, que yo siga dando mi sangre no afecta a que te la de a ti también.
-¿Por qué te enfadas tanto? -preguntó verdaderamente curioso -. Creí que odiabas esa esclavitud a la que os tenemos sometidos.
-¡Y así es! Es solo que... -calló de repente y se mordió el labio con fuerza. Takemichi seguía en la misma postura de antes. Mostraba tanta tranquilidad que contrastaba llamativamente con la intranquilidad del menor -. Dar mi sangre me hace ganarme la vida, si no tengo eso entonces no tengo nada. No tengo derecho a nada, ni a casa, ni a dinero, ni a un trabajo digno. A nada -Takemichi guardó silencio. Parecía estar sumamente entretenido en analizar las expresiones faciales del humano, sin decir nada y sin hacer nada, ni un mísero gesto, casi como si mirarlo a él fuese su único cometido en el mundo -. Pero está claro que tú no lo entiendes -soltó con desagrado.
-Así que temes perder tus privilegios -Manjiro no quería decirlo, se sentía humillado. Por supuesto que le daba miedo, la vida que él tenía era la vida que todos los habitantes de Lestat soñaban. Las ventajas que una pulsera como la suya proporcionaban eran perseguidas por todos. Además, de él dependían sus hermanos y la vida que tenían.
-No me hagas decirlo... -pidió en voz baja y su respiración se volvió irregular. Takemichi se levantó de su asiento lentamente y por primera vez en toda la mañana se sentía menos enfadado con el mundo. Abrió el primer cajón de su escritorio y sacó de él una pequeña bolsita de tela. Avanzó hasta llegar frente al humano y para su sorpresa Mikey no había hecho nada para alejarse o indicar que no le gustara la cercanía. Alzó la cabeza lo suficiente como para enfrentar la mirada del vampiro y en ella halló una tranquilidad hipnotizante.
-Supongo que no lo sabías pero te lo explicaré -Manjiro sintió una caricia en una de sus manos pero, más que ser ese simple toque, fue un sutil agarre que le hizo alzar la mano y abrir la palma frente a ellos. Takemichi dejó la bolsita de tela en esta y Manjiro la miró con curiosidad -. Alimentar al gobernador de Lestat vale mucho más que alimentar a cien vampiros en un solo día. ¿De verdad me crees tan malvado como para no pensar en tu estabilidad? -con el mismo toque delicado le hizo cerrar la mano y agarrar la bolsita con fuerza. Al soltarla Mikey pudo abrirla con la otra y comprobar en su interior un gran puñado de monedas brillantes. Abrió los ojos como platos, sorprendido, pues ahí dentro debía haber bastante dinero. Pero entonces sintió enojo de nuevo y en un arranque de ira lanzó la bolsa a un lado haciendo que esta impactara de lleno contra una estantería.
-¿¡Y qué haré cuando te canses de mí!? Sé perfectamente que esto no durará para siempre, entonces, ¿Qué cojones haré cuando me des la patada y no pueda dar mi sangre? -fue instantáneo. Supo desde el primer momento que gritarle así a alguien como Hanagaki no debería ser bueno pero no midió las consecuencias y actuó por impulso. Sintió de repente un fuerte agarre en uno de sus brazos, tan fuerte que le hizo sisear de dolor. Y entonces su espalda impactó contra la misma estantería contra la que había lanzado la bolsita con anterioridad. Cerró los ojos automáticamente, un par de libros cayeron al suelo por el golpe y su espalda baja empezó a picar con un dolor agudo.
-¿Quién te crees que eres para gritarme así? -Takemichi estaba muy cerca. Al abrir de nuevo los ojos le contempló a tan corta distancia que su respiración al hablar golpeaba contra sus párpados. Sus iris rojizos parecían mucho más intensos y el agarre en su brazo temblaba por algún motivo aparente que no alcanzó a comprender -. Soy bueno contigo, te doy de comer, asesino a los que te hacen daño, te doy dinero y te dejo vivir tu vida tal y como quieres. ¿Y así es como me lo agradeces?
-¿Qué es lo que quieres que te agradezca? -escupió con rabia. El miedo quedó en segundo plano, dejó de prestarle atención al dolor y al poco riego sanguíneo que llegaba hasta su mano por el fuerte agarre -. Estar atado a ti no es libertad, no quiero tu dinero ni tus favores. Yo nunca te pedí nada de esto -casi se le sale el corazón por la boca cuando el puño de la mano contraria de Takemichi impactó de lleno contra la estantería a solo unos pocos centímetros de su rostro. Le miró con los ojos como platos y la respiración atascada en su garganta. No quiso mostrar miedo pero al mismo tiempo no podía dejar de pensar que Takemichi hubiese querido golpearlo a él en lugar de la estantería. Había partido parte de la madera, su puño estaba hundido unos centímetros.
-Me tienes harto, ojalá poder... -su mano se acercó a su cuello peligrosamente, quiso rodearlo y apretar con fuerza pero esta tembló al rozarlo. La alejó y Mikey tragó saliva.
-Si tanto quieres matarme entonces hazlo.
Una sacudida en su brazo y Takemichi lo soltó. Tuvo que darse media vuelta y suspirar violentamente por la nariz. Mikey aprovechó para sobarse la zona afectada, de nuevo la marca de sus dedos comenzó a grabarse sobre su piel. Empezaba a acostumbrarse. Miró el hueco en la estantería ocasionado por el golpe y las tripas se le pusieron del revés. Volvió a mirar a Hanagaki, o más bien su espalda, y se preguntó cómo había dicho tal cosa. Él no quería morir, obviamente, pero entonces no sabía por qué se ponía en la cuerda floja con tanta facilidad y frecuencia. Un día acabaría muerto y no tendría derecho a sorprenderse.
Pudo contemplar a Takemichi frotarse el rostro con frustración. Lo miró curioso. Seguía enfadado pero por algún motivo esa sensación ahora era más sutil y tranquila.
El vampiro volvió a darse la vuelta y lo enfrentó. Esta vez Mikey apreció en su rostro una expresión que rara vez había visto en él, tenía el ceño ligeramente fruncido pero no en enojo o ira sino en completa confusión. Miró a Manjiro de arriba abajo y esa expresión adquirió un tono algo más desesperado.
-¿Te he hecho daño? -preguntó de mala forma y con algo de brusquedad. Mikey parpadeó sorprendido, miró el brazo que se acariciaba instintivamente y volvió a mirarle antes de negar con lentitud.
-No.
-Mientes -se acercó a pasos cortos y al llegar a él tomó su brazo. Levantó la manga del jersey y palpó con la yema de sus dedos las marcas rojizas sobre la blanca piel. Algo desagradable se instaló en su estómago, un sentimiento que creía olvidado desde hacía siglos. ¿Era asco hacia sí mismo? ¿Desagrado? No lo supo a ciencia cierta pero tampoco le gustó. Los trazos que hacía con sus dedos sobre el hematoma le causaron cosquillas. Mikey estaba nervioso, inquieto incluso, no sabía cómo abordar a alguien tan poco predecible y bipolar como él. Era exhaustivo.
-En serio, ¿Qué harás cuando te canses de mí? -preguntó entonces en voz baja. Solo así consiguió captar la mirada del mayor. Takemichi no dejó de acariciar su piel mientras encontraba las palabras correctas para contestar.
-¿Tienes miedo de que lo haga?
-Tengo miedo de lo que pasará después. Estaba muy acostumbrado a mi vida, no me agradan los cambios, me cuesta adaptarme.
-¿Te ha costado adaptarte a mí? -Mikey tardó unos segundos en contestar. La paz que le proporcionaba el tacto delicado sobre su brazo le había calmado la adrenalina y ansiedad del momento.
-Aún sigo haciéndolo y no creo que llegue a adaptarme a ti del todo -una sutil sonrisa cruzó los labios de Takemichi inesperadamente. Torció la cabeza y volvió a mirar el hematoma. Con cuidado alejó su toque y bajó la manga del jersey para ocultarlo de nuevo. Suspiró. Se sentía perdido, algo que llevaba mucho tiempo sin sentir.
-Antes me has preguntado por qué no dejo que des tu sangre a nadie más -volvió a sacar el tema de conversación que Mikey creía había dado por finalizando. El menor asintió lentamente, expectante y verdaderamente curioso por lo que pudiera añadir -. Soy alguien muy territorial, Manjiro, mis cosas son mías y considero que nadie más tiene el derecho de aprovecharse de ellas. Ser el gobernador de Lestat me proporciona más derechos y exclusividad que al resto.
-¿Y por qué me dices esto ahora? Eso lo tengo muy claro -Takemichi ignoró su intervención.
-No te haces una idea de lo mucho que me cuesta dejar que cruces esa puerta cada día -soltó sin más. Mikey enmudeció de repente -. No me gusta no saber dónde estás y con quién, me estresa que la única fuente de sangre que puede satisfacer mi sed está en alguna parte fuera de mi control.
-Bueno... Solo voy a trabajar y a pasar tiempo con mis hermanos, yo no...
-¿Solo con tus hermanos? -la mirada de Takemichi se entrecerró de repente y Mikey se sorprendió al instante. Sin embargo, antes de que pudiese añadir algo en referencia a su último comentario continuó -. Da igual lo que digas, no me gusta y no me gustará jamás.
Hubo un silencio de unos segundos. Aquella conversación comenzaba a ser incómoda, Mikey no sabía a dónde quería llegar con ella. Por suerte no tuvo que pensarlo demasiado. Takemichi parecía divagar en su cabeza, darle vueltas a algo concreto una y otra vez para terminar poniendo sus pupilas sobre las suyas y suspirar pesadamente por la nariz. Entonces, provocando que la piel se le pusiera de gallina, Takemichi tomó su mano y tiró de él haciendo que ambos avanzaran hacia la puerta del despacho.
-Ven conmigo -no pudo oponerse y tampoco es que quisiera hacerlo realmente. Caminaron por el pasillo y Takemichi no soltó su mano ni un solo momento. Incluso cuando se cruzaban con otros vampiros, de hecho, en esas ocasiones apretaba más el agarre. Mikey sentía que sus mejillas estaban teñidas de rojo y ni siquiera era capaz de comprender la razón. Parecía una estúpida adolescente hormonada. Takemichi era un vampiro aterrador y un terrible asesino, no el capitán del equipo de fútbol del instituto.
Ni siquiera prestó atención a su alrededor ni a dónde iban, su mirada estaba clavada en la mano que tomaba la suya con una fuerza sutil pero firme, apretando los labios con tensión y dejándose guiar sin oponerse. Llegaron finalmente a una puerta de madera que se perdía entre las otras tantas de ese mismo pasillo. Era evidente que de dejarle solo en medio de esos pasillos conseguiría perderse y no encontrarse durante horas. No sabía para qué había tanta puerta, recoveco y pasillo.
Takemichi la abrió con una llave que traía en la mano. Mikey miró la llave y de nuevo a sus ojos.
-Aquí, pasa.
-¿Para qué? ¿Qué pasa? -extrañamente no estaba asustado, más bien estaba curioso. Takemichi había soltado su mano y ahora esperaba a un lado a que fuese él el primero en ingresar.
-No preguntes y entra -entonces no le quedó más remedio que obedecer.
Cruzó la puerta lentamente y al entrar no encontró la razón por la que le había llevado a ese cuarto aburrido y algo pequeño. De hecho, lo recordaba ligeramente. Creía ser el mismo en el que le encerraron el primer día que estuvo allí justo después de perder el conocimiento. Había una cama en un lado con unas sábanas gordas y estrafalarias en tonos morado oscuro. Una cómoda en una esquina y un escritorio al otro lado. Poca decoración y poco entretenimiento. La ventana del fondo dejaba pasar los rayos solares de ese día y las cortinas controlaban un poco el ingreso de esa intensa luz. Mikey giró sobre sí mismo enfrentando la mirada de Takemichi aún bajo el marco de la puerta.
-¿Por qué me traes aquí?
-Ya te lo he dicho, no me gusta que salgas de aquí y te alejes de mí -y sin tardar un segundo más cerró la puerta de un golpe.
-¡Hey! ¿¡Qué haces!? -Mikey se abalanzó sobre ella. Takemichi sintió desde el otro lado los golpes del humano sobre la madera mientras ponía la llave y la aseguraba -. ¡Déjame salir! ¡TAKEMICHI! ¡No puedes hacer esto! -Manjiro golpeaba y golpeaba con fuerza pero bien sabían ambos que esa puerta solo podía ser tiraba abajo por la fuerza sobrehumana de un vampiro. Takemichi se alejó un par de pasos y contempló la misma con absoluta seriedad y sin una pizca de arrepentimiento. Metió la llave en el bolsillo de su chaqueta americana -. ¡SÁCAME DE AQUÍ! -los golpes seguían pero Takemichi tenía claro que en algún momento se cansaría.
Suspiró, se colocó el cuello de la camisa blanca que llevaba y carraspeó antes de alejarse por el pasillo sin decir una sola palabra. Tenía que encontrarse con Chifuyu para pedirle que nadie le prestara atención a los gritos de esa habitación, ah, y para alimentar al humano de vez en cuando, claro.
Los pasos le alejaron de las voces en la distancia y poco a poco le llevaban de vuelta al despacho en el que había tenido lugar todo ese altercado. Debía seguir con el trabajo, desde que Salem había venido a 'visitarle' quería tomarse un poco más en serio su papel como gobernador y no dejarle en evidencia. Mientras caminaba no podía dejar de pensar en Manjiro y en cómo ese humano simple y promedio le había hecho actuar de formas inesperadas y extrañas. Formas que no daban lugar al planteamiento, en si debía hacer ciertas cosas o no. Le frustraba pero al mismo tiempo y aunque le costara admitirlo no le disgustaba. En ciertas ocasiones pensaba en Hina y en cómo ella le hacía sentir cuando aún estaba vivo, cuando aún era humano. Le recordaba esos momentos, a veces creía volver a sentir el latir de su corazón cuando lo tenía al lado y por muy extraño que le pareciera no le disgustaba. Era agradable. Raro pero agradable.
Llegó hasta la puerta de su despacho y allí frente a la misma se encontró con Izana esperando a un lado. Se sorprendió, de pronto pensó en lo que habría pasado si Izana hubiese llegado unos minutos antes.
-¿Qué haces aquí?
-Ah, uhm, buenas tardes, solo... Quería hablar con usted un momento -Takemichi le miró con desconfianza, pero no porque no confiara en él sino porque tenía demasiadas cosas dando vueltas a su cabeza en referencia a él y a otra persona en específico.
-Está bien, pasa -ambos entraron en el despacho y Takemichi tomó asiento en su escritorio.
Izana se sentó frente a él no sin antes mirar con incomodidad y cierta curiosidad una bolsita de monedas desparramada sobre el suelo y un boquete del tamaño de un puño en la estantería.
-Asuntos del trabajo -soltó Takemichi con cierta ironía y haciendo que el menor le mirase de vuelta.
-Imagino que tiene mucho trabajo, sí.
-Antes de que empieces déjame preguntarte algo, Izana -había cruzado de nuevo una de sus piernas sobre la otra y contemplaba el rostro del menor con verdadero interés. Una curiosidad aflorando en su interior típica de un niño al que le van a responder la duda más importante de su infancia. Izana simplemente asintió, esperando las palabras de su señor con paciencia -. Te parecerá extraño que te pregunte algo así porque no suelo interesarme por nada, pero cuando eras humano... ¿Cuál era tu apellido? -Izana parpadeó sorprendido y se removió en su asiento con incomodidad. Lo cierto es que no quería responder, nadie nunca le había preguntado eso en sus años de vampiro y no quería tener que responderlo, atar a sus hermanos a esa vida peligrosa cuando ellos mismos pensaban que estaba muerto no le parecía la mejor idea del mundo. Sin embargo, era Takemichi Hanagaki quien le estaba preguntando y no podía simplemente no contestar.
-Sano, señor -hubo cierta resignación en el tono de su voz que Takemichi simplemente ignoró. El mayor suspiró pesadamente por la nariz y de repente todas esas sospechas que había tenido quedaron disueltas. Cuando investigó dónde vivía Manjiro y con quién descubrió algunas cosas y entre ellas la muerte repentina de uno de sus hermanos mayores cuyo nombre constaba oficialmente y pudo comprobar con sus propios ojos.
-Interesante, y dime, ¿Tenías padres? ¿Pareja? ¿Hermanos?
-Bueno... Mis padres murieron cuando era pequeño, vivía con mis hermanos.
-¿Cuántos? ¿Mayores? ¿Pequeños? -Izana se veía visiblemente nervioso. No sabía por qué tantas preguntas en referencia a su vida pasada, Takemichi nunca se había interesado por esos temas.
-Uno mayor y dos más pequeños -Takemichi asintió lentamente y justo después hizo algo que sorprendió al contrario como nunca antes se había sorprendido. Se rio. Una leve carcajada escapó de entre sus labios, algo irónica y forzada pero evidente. Takemichi apartó la vista hacia sus manos y rio un poco más antes de hablar.
-Ya veo...
-¿Puedo preguntar por qué sus dudas? -¿Por dónde empezar? Fue lo que Takemichi se preguntó sarcásticamente en la cabeza. Acababa de descubrir que, efectivamente, Izana era hermano de Manjiro y era increíble lo pequeño que era el mundo a veces. Suspiró ligeramente, riendo un poco más porque encontraba la situación divertida. Sí, podría decirle que era su hermano el humano que le alimentaba y sí, podría decirle que justo ahora estaba encerrado en esa misma planta. Pero optó por el silencio. Volvió a mirar a Izana y habló sin dejar de sonreír vacíamente, de esa forma que ponía los pelos de punta a todo el que pudiera mirarla.
Y quién sabe si hizo bien en callar, quién sabe si fue la mejor opción.
-Por nada. Era simple curiosidad.
Le dolían las manos de golpear la puerta. Ni siquiera sabía el tiempo que llevaba ahí encerrado, podrían ser dos horas o solo media hora. Había intentado hacerla ceder, buscando cosas pequeñas que poder clavar en la cerradura para forzarla pero desgraciadamente fue inútil.
¿Qué pretendía? ¿Por qué le encerraba? No lo entendía pero la realidad es que nunca había llegado a entender a Hanagaki y creía jamás llegar a hacerlo del todo. Lo único que sabía de él a ciencia cierta es que era impredecible, no por nada había terminado en esa maldita habitación a la espera de que se le pasara el capricho al vampiro.
-Mierda -frustrado le asestó una última patada a la madera de la puerta. Soltó un gruñido rabioso, impaciente, y dejó que de sus labios escaparan unos cuantos insultos más.
Giró sobre sí mismo y contempló a su alrededor. No había nada que le ayudase a salir de allí y entonces su vista se cruzó con la gran ventana al otro lado. No intentaría escapar con tantas ganas de no ser por sus hermanos, conocía a Shinichiro perfectamente, se preocuparía cuando no fuera a cenar y su hermano, al igual que Takemichi, actuaba por impulso. No sabía el tiempo que pretendía mantenerlo encerrado pero no estaba dispuesto a quedarse allí un solo segundo más.
Avanzó decidido hasta la ventana y plantó las palmas de sus manos en el vidrio. Miró alrededor del cristal intentando hallar una cerradura o un manillar que le dejara abrir la ventana. Lo cierto es que no había nada alrededor, estaban en lo alto de la Torre y no hacía falta decir que la caía sería mortal.
No había manera de abrir la ventana pero entonces su mirada se perdió a través de su reflejo en el cristal. Si quería que le abriesen la puerta tenía una ligera idea de cómo conseguirlo.
Se alejó de ella y tomó la silla pegada al escritorio. Era de madera dura, como todo allí, y esperaba que aguantase los golpes inminentes.
Empezó a estrellar la silla contra el cristal. Una, otra y otra vez. Con todas sus fuerzas e incluso cada vez con muchas más. Los brazos empezaban a resentirse, estaba cansado pues la resistencia física nunca había sido su mayor fuerte, pero justo cuando estuvo a punto de darse por vencido el cristal cedió y se partió en añicos. La silla se precipitó hacia abajo y Mikey tuvo miedo de asomarse y descubrir si le había hecho daño a alguien.
-Perdón -murmuró con los ojos fuertemente apretados y los hombros encogidos.
Volvió a abrir los ojos lentamente y el viento que proporcionaba la altura en la que estaban le peinó los cabellos hacia atrás. Sería relajante de no estar en la situación en la que estaba pero necesitaba comprobar si las sospechas que tenía de Takemichi eran ciertas.
Avanzó hasta la ventana lentamente, de repente las piernas empezaron a temblarle un poco. Siempre afirmó no tener miedo a las alturas pero una cosa era no tenerlo y otra muy distinta era estar frente a un precipicio sin nada que le frenara la caída. Se subió a la ventana y por suerte era tan alta que no tuvo que agacharse. Se agarró del marco de la misma con fuerza. Miró hacia abajo y el corazón le iba a mil, era capaz de sentirlo bombear en su nuca con fuerza. Respiró frenéticamente y su agarre en el marco se hizo más fuerte.
-Vamos, Mikey, solo tienes que tener la intención... -susurró para sí mismo. Vaciló un poco hacia delante y sus piernas volvieron a fallar. De repente esa caída se vio tentadora. Eso era algo que mucha gente hacía, una vía de escape fácil y rápida para aquellos que no podían seguir viviendo en ese mundo repleto de injusticias. Si toda esa gente podía hacerlo, ¿Significaba que era un buen modo de hallar paz?
Su respiración empezó a relajarse poco a poco, el agarre en la ventana disminuyó hasta tal punto que sus brazos cayeron a ambos lados. Soltó un amplio suspiro y unos de sus pies se movió hacia delante.
No escuchó la puerta abrirse de par en par, tampoco escuchó los pasos acercarse hasta él de forma abrupta, solo reaccionó al sentir unos brazos enrollarse en su cintura con tanta fuerza que le robó el aire al momento de ser lanzado hacia atrás.
Ambos cuerpos cayeron de espaldas. Mikey era capaz de escuchar y sentir una respiración contra su oído, ahí donde la otra persona tenía pegado su rostro. Los brazos ajenos le rodeaban la cintura y el pecho en un agarre que casi le obligaba a fusionarse con el contrario. Podía sentir esa desesperación tan clara, tan transparente, en el temblor de los brazos del otro. Un aroma particular e inidentificable le llegó a las fosas nasales y solo entonces pudo sonreír un poco. Sin saber exactamente por qué, sin ser consciente de lo que significaba la paz que halló en su interior al ser tomado de esa forma por Takemichi. Sonrió y cerró los ojos.
-¿Qué cojones estabas a punto de hacer? -esa pregunta no fue en tono de reproche, mucho menos de enfado, pues fue evidente la desesperación y la angustia que sentía.
Oh, y quién diría que ese sería el comienzo de una montaña rusa de emociones que alzaría los cimientos de lo que sería su inminente historia de amor.
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