Capitulo 15

Llovía en el exterior. O, más bien, chispeaba. 

Takemichi contemplaba las gotas impactar levemente contra el cristal de la amplia ventana. La suave brisa las azotaba desde el exterior y el cielo estaba teñido por una gran nube gris espesa. No habían truenos, tampoco caía agua en abundancia, más bien era algo delicadamente relajante. Ese tipo de días eran sus favoritos y los que más disfrutaba. Le permitían aislarse aún más del mundo y contemplar la vida de una forma más sombría. No había tanta gente en la calle ni tanta alegría vacía e inoportuna. 

Nunca había sido una persona de pensar demasiado las cosas. No había nada en la vida que le quitara el sueño o que le perturbara lo suficiente como para ocupar sus pensamientos durante un largo periodo de tiempo, importunando y molestando constantemente. No obstante, era el rostro de Manjiro lo que no había podido eludir de sus pensamientos durante los dos últimos días sin verle. 

Tenía la vista perdida a través de las gotas que impactaban contra el cristal. Sus dedos jugueteaban, rebotando, sobre el reposabrazos del sofá en el que estaba sentado. Fruncía el ceño de vez en cuando, soltaba pequeñitos suspiros y se rascaba la frente cada cierto tiempo. No podía sacarse de la cabeza el par de ojos oscuros de ese humano. Ni sus ojos ni su pelo rubio. Mucho menos el tono de su voz, ese timbre tan característico que reproducía una y otra vez en su cerebro automáticamente, casi como si estuviese escuchándolo en vivo y en directo. 

Si se concentraba aún podía sentir en la palma de sus manos el tacto impuesto sobre la cintura del humano para beber su sangre. Ese instante tan íntimo en el que le acercó tan exageradamente a él le parecía un hecho culposamente gustoso. Incluso pudo saborear con mucho más deleite ese sabor a hierro tan dulce. Se le hacía la boca agua de solo recordarlo.

Y tantas vueltas le daba su cabeza al recuerdo de ese chico que ni siquiera era capaz de prestar atención a las otras dos personas reunidas allí con él. Esa visita llevaba planeada desde hace semanas pero ahora no había nada que le importase menos que eso.

-Y me parece sorprendente, con sinceridad, jamás pensé que llegaría a ver a Padre más de dos veces en un mismo año -el comentario de Hanma sonó distante a sus oídos. No le prestó la más mínima atención. El segundo de los cuatro hijos de Salem y el gobernador de otra de las grandes ciudades del mundo, Lioncourt, estaba sentado en otro de los sofás individuales que rodeaban una pequeña mesita de centro con tres copas de vino. 

-No deberías sorprenderte tanto. Las cosas se están tensando en todas partes, aunque especialmente aquí en Lestat -la mirada de South fue a parar disimuladamente sobre el despistado Takemichi. Él era el mayor de los cuatro, al menos en años de vampiro, el primero que Salem convirtió directamente. Gobernaba la que era físicamente la ciudad más grande de las cuatro, Zotz, y la que posiblemente menos rebeldes tenía en sus calles. Ciertamente, Lestat era en la actualidad la ciudad con mayor cantidad de conflictos internos debido a los rebeldes. Tampoco es que a Takemichi le importase demasiado, a decir verdad, quizás por eso tenía tanta delincuencia -. Si alguien que conozco se tomara la política en serio no habría tantos problemas y no haríamos trabajar de más a Padre -alzó un poco el tono de voz. La ironía no era el principal fuerte de South pero muchas veces se veía obligado a ser irónico con alguien como Takemichi.

-Ni siquiera sé para qué nos hemos desplazado hasta aquí si no nos va a prestar nada de atención.

-¿En qué narices piensas tanto, Takemichi? -el tono en la voz de South fue algo más cortante y elevado. Solo así el menor pareció reaccionar un poco. Parpadeó un par de veces y lentamente, casi como si les hiciese un favor, dirigió la mirada a sus invitados. 

-Perdonad, ¿Decíais? -South bufó molesto pero fue Hanma quien tuvo que tomar la palabra esta vez. 

-Decíamos que no te tomas la política en serio. ¿Acaso haces algo a diario? ¿Eres tú quien lleva las riendas de tu propio gobierno? -Hanma se inclinó un poco hacia delante, apoyando la barbilla en una mano y contemplando a Takemichi con curiosidad y una sonrisa ladeada. 

-¿Desde cuando los vampiros hacemos política? -aquella pregunta los pilló despistados. Hanma y South compartieron una rápida mirada -. No me interesa, pero sí, hago lo que tengo que hacer aunque no me guste. 

-Y es por eso que Padre tiene que interferir y nosotros pagamos el precio de tus propios errores -Takemichi puso los ojos en blanco y volvió a mirar hacia la ventana. No sabía por qué pero nunca le había gustado que denominaran a Salem como su 'padre'. No lo era, ni siquiera ellos dos y Yuzuha eran sus hermanos. Él no tenía relación con nadie y jamás la tendría. Estaba solo porque él mismo lo había decidido y no estaba dispuesto a emparejarse de ningún modo con nadie, fuesen lazos familiares o algo diferente.

Inconscientemente llevó una de sus manos hasta su pecho y palpó bajo sus dedos el anillo atado a su colgante. Suspiró. 

-Vamos, Takemichi, aquí todos sabemos que eres su favorito -Hanma sonrió más ampliamente -. Solo tienes que ser más aplicado y Salem hará cualquier cosa que le pidas. 

-Eso es ridículo. Ni siquiera se me ocurriría pedirle algo.

South entrecerró la mirada mientras le observaba. Había algo raro en él, algo fuera de lo habitual que alejaba a Takemichi de ser el Takemichi de siempre. Llevaba conociéndolo demasiados siglos como para no darse cuenta.

-De normal eres distraído y distante pero hoy te estás luciendo -comentó volviendo a captar toda su atención -. ¿Qué ha ocurrido para que estés así?

-¿A qué te refieres?

-South tiene razón. Estás más raro que de costumbre. Un hombre frío y despiadado como tú parece preocupado por algo. ¿Qué es?

Takemichi miró de uno a otro con evidente enojo. Algo que en sí ya no era común. 

Pero ni él mismo lo entendía. Al instante el rostro de Manjiro apareció de nuevo en sus recuerdos y ese simple hecho inesperado le crispó los nervios. Bufó con molestia y apartó la mirada. Todo el mundo sabía que tanto South como Hanma eran letales, nada piadosos y muy tenaces, al igual que él eran capaces de asesinar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Entre ellos no sentían ningún tipo de afecto principalmente porque no eran capaces de sentirlo. Pero a pesar de todos esos atributos, Takemichi no les tenía un ápice de miedo. Como ellos habían dicho, era posible que fuese el favorito de Salem aún siendo el pequeño y eso podría ser potenciado por su poder innato y acrecentado por su odio visceral hacia los humano. 

Quizás eso nunca les había gustado a ellos dos, muchas veces sentían envidia, pero no podían hacer nada para cambiarlo. 

-No os he invitado aquí para que indaguéis en mi vida -soltó con brusquedad. Hanma soltó una risita irónica. 

-Tú no nos has invitado, tuvimos que auto-invitarnos cuando nos dimos cuenta que quizás llevábamos demasiado tiempo sin tener una conversación civilizada. Pero resulta que ha sido una decisión absurda teniendo en cuenta que no nos has prestado nada de atención durante las últimas dos horas. 

-Y no te preocupes, si hay algún aspecto de tu vida que ocultas será Salem quien termine descubriéndolo. Lo sabes -la mirada que South le mandó era de advertencia, casi de amenaza. Takemichi se la devolvió de la misma forma. No supo por qué pero no le gustaba que fuesen ciertas esas palabras y es por esa precisa razón por la que se molestó consigo mismo irremediablemente. ¿De qué tenía miedo? ¿Qué quería esconder? 

Demasiadas preguntas a las que aún no les encontraba una respuesta.

El encuentro con South y Hanma no fue demasiado extenso en el tiempo. Desde un primer momento no quiso que vinieran a visitarle, odiaba las reuniones casi tanto como a los humanos, y tampoco supo qué conclusión habían sacado de la misma pues, como bien había dicho South, no les había prestado la más mínima atención. 

Se marcharon y él se quedó solo en el despacho. 

La lluvia seguía cayendo tras la ventana. Parecía que no iba a dejar de llover en todo el día. No le disgustaba, le gustaba, pero el clima le obligaba a pensar una y otra vez en la persona que se había infiltrado en su cabeza inesperadamente. 

En serio, ¿Qué coño le pasaba?

Takemichi Hanagaki no solía salir de su querida Torre, del hogar que había forjado con sangre y cruentas decisiones y que alzaba uno de los gobiernos más temidos y poderosos del planeta. No solía hacerlo porque no podía soportar ver a tantos humanos en el exterior y tener que controlar los instintos asesinos de su corazón. Si él pudiese los mataría a todos, los odiaba y aborrecía tanto que creía no poder soportarlo. Además, no tenía necesidad de salir puesto que controlaba todo desde su rascacielos. 

No. No era necesario y evitaba muchos disgustos. 

Pero entonces, ¿Qué hacía caminando en mitad de las calles de Lestat?

Llevaba una capucha que cubría casi todo su rostro. Evitar que las personas lo reconocieran no era para eludir problemas sino para evitar la atención del resto y, de ese modo, evitar asesinar a cualquiera que se pusiera frente a él. Pero tenía la necesidad incontrolable de ir a un lugar en específico. Por primera vez en su vida había sentido curiosidad y por consiguiente había investigado algo en específico personalmente. 

Ya no llovía pero sus botas salpicaban sobre los charcos formados en el suelo. La temperatura era más baja de lo normal pero algo húmeda y las nubes grises seguían cubriendo cada tramo de cielo. 

No se había cruzado con demasiados humanos pero procuraba no cruzar miradas con ellos cuando lo hacían. Estos le evitaban algo asustados pues a pesar de que quizás no sabían que se trataba de Hanagaki sí era evidente que se trataba de un vampiro. Y uno solitario que cubría su rostro y caminaba firme sin detenerse no era una buena noticia. Y Takemichi no podía evitar que sus tripas se revolvieran con el olor indirecto de la sangre de todas las personas con las que se cruzaba. Era asqueroso. Se había acostumbrado a la exquisita sangre de Manjiro y ahora no podía permitirse ni siquiera oler una diferente. 

Solo un rato más tarde llegó a una esquina en la que se detuvo al darse cuenta de que el edificio que tenía delante era el que estaba buscando. Muchas plantas, tantas que no se atrevía a contarlas, sucio en la fachada y visiblemente viejo desde el portal cuya cristalera estaba agrietada por el paso del tiempo y el descuido. Se apoyó en la esquina y esperó. ¿Qué hacía allí? No comprendía muy bien cómo había acabado en esa situación pero por raro que resultase no le dio importancia ni indagó demasiado en ello. 

No sabía qué hacer pues su objetivo de llegar hasta allí no había calculado lo que haría posteriormente. 

No obstante, casi como si lo hubiese invocado el portal del edificio se abrió y Manjiro salió de este. Llevaba un bonito abrigo blanco, bufanda del mismo color y unos guantes color pistacho. Takemichi se ocultó un poco mejor tras la esquina pero no dejó de mirar. Había sentido un leve pálpito cuando la puerta se había abierto y Mikey había salido a través de ella. ¿Qué era eso? ¿Emoción?

Pero Manjiro no se movió y eso de por sí le pareció extraño. El chico se había apoyado en la pared, esperando de brazos cruzados y con la mirada curioseando a su alrededor. Miró las nubes en el cielo y posteriormente a sus pies mientras se ponía a jugar con ellos.

Takemichi contempló todos esos movimientos con atención. Suspiró pesadamente por la nariz y sintió la urgente necesidad de darse a conocer. Sin embargo, antes de que pudiese hacerlo la sonrisa de Mikey se ensanchó y se apartó de la pared justo cuando una pequeña niña rubia se lanzó a sus brazos.

Él la alzó al vuelo, abrazándola y diciéndole cosas bonitas que no alcanzó a escuchar. Justo después apareció alguien más.

Era alto, incluso más alto que él, y algo musculoso. Su mirada brillaba con sinceridad al contemplar a Mikey y su sonrisa era automática, incluso él lo notaba perfectamente. Y se había acercado al menor para dejar un suave besito de saludo sobre su frente. 

Algo no le gustó.

Y lo desagradable que sintió por dentro fue difícil de controlar en un inicio. Entrecerró los ojos y clavó sus dedos en la piedra de la pared. Las uñas se hincaron en la misma casi sin darse cuenta. ¿Qué era eso que sentía en su interior? Era como tener un monstruo dentro que le decía lo que debía hacer. Y era Takemichi Hanagaki. ¿Qué problema tenía en matar a alguien que le molestaba? Absolutamente ninguno. El descontrol de su interior era impaciente y esa impaciencia solo era dominada por la necesidad de mantenerse oculto. 

Se alejaron y él los siguió durante todo el rato. De lejos y sin apartar la vista de ellos un segundo. Su aura ahora era mucho más amenazante y cualquiera que se cruzaba con él se apartaba poco disimuladamente. No le importaba. Los siguió hasta que llegaron a la pastelería en la que Mikey trabajaba y el humano impertinente volvió a darle un estúpido beso de despedida esta vez en la mejilla.

En serio, ¿Qué hacía ese humano tocando su comida?

No se esperó tener que intervenir en un primer momento, aunque en realidad había salido sin esperarse nada en concreto, pero al seguir a los otros dos de vuelta los interceptó en mitad de un estrecho callejón solitario. 

No dijo nada. Solo se paró delante de ellos sin abrir la boca. Draken escondió disimuladamente a su hija tras su espalda. 

-¿Nos dejarías pasar? -la pregunta fue cautelosa en un inicio. Hasta ese momento no podía ver buena parte del rostro de la persona que tenía en frente, tan solo sus labios bajo la tela de la capucha. Quiso dar un paso hacia delante pero se detuvo cuando el desconocido se acercó a ellos un poco más. 

-¿Eres Draken?

Takemichi recordaba ese nombre. Por algún motivo no había podido olvidarlo del todo desde que Manjiro lo mencionó días atrás. Pero no tenía dudas, algo le decía que era él. Y el aludido le observó sorprendido en un primer momento pero en seguida esa sorpresa se tornó en algo muy lejano a la confianza. Frunció el ceño y algo dentro de él le decía que se alejase de ese tipo. Lo miró de arriba abajo pero no lo reconocía. 

-¿Cómo lo sabes? ¿De qué me conoces? -quizás la respuesta idónea debería haber sido un 'no, no sé de quién me hablas' pero su boca habló por sí sola antes de siquiera poder pensarlo. Con lentitud Takemichi llevó las manos a su capucha y se la quitó dejando por fin su rostro al descubierto. Fue entonces cuando Draken confirmó todas sus sospechas. Ese tipo era un vampiro. Sus ojos tan rojos como la propia sangre sumado al resto de características le delataban.

Sintió a Hana removerse detrás de él y apretar el abrigo con sus puñitos con fuerza. 

-Papi... -susurró, pero no pudo continuar hablando. 

-Encantado de conocerte -la ironía en la voz del vampiro fue clara. Takemichi se acercó aún más y Draken sintió la urgente necesidad de marcharse de allí, especialmente porque Hana estaba a su espalda y debía priorizar su seguridad, pero sus piernas simplemente no se movían. Una vocecita interna también le decía que no era buena idea huir de una persona tan visiblemente peligrosa como esa -. Os llevo siguiendo desde hace un rato, empezaba a aburrirme. 

-¿Qué es lo que quieres? -intentaba no ser tan cortante pero le estaba resultando muy difícil. Sentía a Hana temblar a su espalda.

-Simplemente me dio curiosidad y... -la mirada de Takemichi descendió hasta la personita escondida tras su padre. Forzó una sonrisa que le quedó más cínica que otra cosa y Hana se escondió aún más tras él -, qué sorpresa verte de nuevo, no esperaba que este hombre de aquí fuese tu...

-Déjala en paz, quieres hablar conmigo, ¿No? ¿De qué conoces a mi hija? -Takemichi lo miró esta vez con mucha más seriedad que anteriormente. 

-Es el vampiro malo de la otra vez, papi -fueron esas palabras las que calaron muy profundo en el interior de Draken. Fue como si su sangre se congelara dentro de sus venas y esa sorpresa mezclada con un toque de terror calaron en lo más profundo de sus emociones, haciendo que sus ojos se abrieran impactados y se clavaran en los de Takemichi dándose cuenta de inmediato de la situación. 

Era él... Era Hanagaki. Era ese el vampiro que había estado a punto de asesinar a su hija. Era ese el mismo vampiro que tenía atado a su mejor amigo con cadenas invisibles. Era ese el vampiro que gobernaba esa ciudad apestosa y que odiaba tanto. Y la deplorable situación de su ciudad tenía como culpable a una única persona. 

A él. 

-Tú eres... -sus palabras quedaron perdidas en el aire. Hana apretó el agarre sobre su padre y Takemichi alzó la cabeza para observarle como si fuese una simple cucaracha a la que podía aplastar cuando se le antojase -. Eres tú.

-Me aburres -Takemichi rodó los ojos y justo después, en lo que a penas dura un parpadeo, agarró a Draken del cuello para estampar su espalda contra la pared que había justo detrás. Un gruñido dolorido escapó de entre sus labios y tomó la mano de Takemichi con la suya para intentar alejarla de su agarre. Pero fue inútil, la fuerza de ese vampiro era abismal. Por más que lo intentaba no lo conseguía y solo provocaba que Takemichi apretara con más fuerza. 

-¡PAPI! -Hana miraba a su padre con terror desde un lado. Entrelazando sus puñitos y respirando frenéticamente. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podría ayudar?

-¡Vete de aquí, Hana! ¡Corre!

-Eres un humano simple, aburrido y muy común. ¿Qué es lo que le llama tanto la atención de ti? -los ojos tranquilamente curiosos de Takemichi sobre él le pusieron los pelos de punta. Hana lo llamó más desde la distancia sin moverse, cada vez respiraba con más dificultad y aún así se veía confundido en su expresión por las palabras tan fuera de lugar de ese vampiro -. ¿Qué tipo de relación tenéis? ¿De verdad solo sois amigos?

-¿De qué... De qué estás hablando? -preguntó con dificultad. Seguía intentando tirar de la mano de Hanagaki en vano. Takemichi se acercó un poco y olfateó justo al lado de su cuello. Frunció el ceño y escupió a un lado. Su expresión reflejaba completo desagrado. 

-Tu sangre apesta. Ni siquiera eso tienes especial. Si te matara quizás cambiarían las cosas -Hana seguía llorando y Draken cada vez estaba más mareado. Sentía que perdería la consciencia poco a poco y solo cuando su rostro empezó a ponerse morado fue que Takemichi se dio cuenta que lo estaba asfixiando sin querer y decidió aflojar un poco el agarre. Eso fue suficiente para que Draken tomara grandes bocanadas de aire desesperadas, aunque seguía completamente inmovilizado -. Respóndeme. ¿Cuál es tu interés en ese humano? -Draken tardó un poco en contestar y solo lo hizo cuando sus pulmones habían recuperado el oxígeno que necesitaban. 

-Si de quien estás hablando es de Manjiro... Sí... Es mi amigo y los intereses que yo tenga en él no son de tu incumbencia. 

-¿Tan seguro estás de eso? La vida de ese humano ahora depende de mí, en realidad todas las vidas dependen de mí incluyendo la tuya, y no sé por qué pero no me ha gustado la forma en la que le has tocado -Draken frunció el ceño verdaderamente confundido. ¿Qué clase de paranoia se estaba montando ese vampiro? ¿Por qué le importaba?

-¿Qué narices estás diciendo? -y no supo de dónde sacó el valor para decir lo siguiente que dijo pero antes de poder darse cuenta sus labios ya estaban reproduciendo esas palabras -. Eres tú el que debería estar alejado de él, hijo de puta, deja de hacerle daño -la rabia quedó clara en el temblor del tono de su voz. Sus ojos ardían en ira e incluso Hana se sorprendió de ver a su padre en ese estado tan poco usual. Takemichi volvió a apretar el agarre y Draken tosió un poco.

-Cuidado con lo que dices, apestoso humano, ahora mismo tengo muchísimas ganas de matarte. Tantas que me está costando demasiado controlarme -Draken no dijo nada porque de nuevo no podía hablar. Supo a través de la rojiza mirada que le perforaba que ese vampiro le odiaba monumentalmente. Lo supo en ese modo de mirar y en la fuerza con la que apretaba su mandíbula, al igual que en la fuerza con la que volvía a apretar su cuello. 

Si todo ese odio tenía que ver con Manjiro no lo entendía. Poco a poco volvía a sentirse mareado. Takemichi sí tenía demasiadas ganas de matarle, lo que nunca pudo llegar a entender del todo fue por qué estaba tardando tanto en hacerlo. ¿Fue porque quería verle sufrir? ¿O fue porque tenía dudas?

De repente la imagen de Mikey llegó a sus recuerdos.

-¡Suéltale, por favor! ¡Déjale en paz! -sintió unos pequeños golpecitos en un costado y al agachar la mirada contempló a Hana tirar desesperadamente de su ropa. La observó con curiosidad y Draken lo hizo con auténtico pánico. De haber podido hablar le hubiese dicho que se alejara pero fue imposible y estaba a punto de perder la consciencia. 

Pero Takemichi recordó entonces la necesidad desesperada que tuvo Manjiro el día que lo conoció de proteger a esa pequeña humana. Volvió a mirar a Draken y recordó las palabras con tanta claridad diciéndole que ese tal Draken era su amigo. 

Amigo... No recordaba lo que era tener un amigo. No sabía si en algún momento de su vida llegó a tener alguno. Pero ese sentimiento se apoderó durante un segundo de su podrido corazón y le hizo latir durante la fracción de ese único segundo. ¿De verdad quería arrebatarle a Mikey lo poco que tenía? La respuesta era un claro , pero al mismo tiempo algo muy poderoso se enfrentaba a esa respuesta y rugía un fuerte no que le paralizó esos instintos sangrientos. 

No se dio cuenta de cuándo lo hizo pero solo al escuchar la tos desesperada de Draken se dio cuenta de que le había soltado y este había caído al suelo.

Hana lloraba abrazándole mientras Draken se acariciaba el cuello y recuperaba toda la respiración que había perdido durante esos interminables segundos. Abrazó a la pequeña de vuelta, sentía sus ojos algo húmedos por la falta de oxígeno. Pero estaba bien, sorprendentemente estaba vivo, aunque no sabía cuánto duraría así. Unos segundos después volvió a alzar la cabeza para encontrarse de bruces con la soledad del callejón. 

Hanagaki ya no estaba. Había vuelto a empezar a chispear.

Suspiró y dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en los ladrillos del edificio a su espalda y pensando en lo que acababa de suceder. 

Y todos esos pensamientos culminaron en un sentimiento de enfado que recorrió hasta el último centímetro de su cuerpo. 

Debía hablar con Mikey. Debía alejarle de ese vampiro.

-Ya te he dicho que no me gusta que vayas solo. 

-Y yo ya te he dicho mil veces que no me pasará nada, pesado -contestó Manjiro rodando los ojos y dejando una pequeña cajita rosa de cartón sobre el mostrador de la pastelería. Una señora de no más de cincuenta años la tomó con una agradable sonrisa antes de dejar unas cuantas monedas en su lugar -. Muchísimas, gracias, que tenga un bonito día -Mikey sonrió en su dirección y la mujer salió de la pastelería dedicándole un saludo igual de educado. 

Shinichiro bufó enfadado y Emma soltó una risita. Contaba las monedas que habían ganado esa mañana mientras Mikey terminaba de atender a los últimos clientes del turno. Ahora solo quedaban ellos tres en el local y Shinichiro aprovechó para continuar con la conversación que su pequeño hermano ya había tomado como algo cotidiano y verdaderamente tedioso.

Lo cierto es que la relación con Shinichiro había mejorado un poco, aunque era así porque Mikey le había pedido que no mencionara nada que tuviese que ver con sus asuntos delante de él. Prefería ignorar y no saber antes que conocer detalles que le harían quedarse calvo de preocupación. Pero a pesar de eso Shinichiro seguía siendo el mismo hermano mayor sobreprotector de siempre. 

-No tengo nada que hacer ahora, no me molesta tener que acompañarte.

-Quizás deberías aprovechar y trabajar unas horas. Es un poco sospechoso que lo hagas intermitentemente, ¿Sabes? -añadió Emma con ironía.

-El gobierno no va a perder el tiempo investigando a un pobre fontanero promedio. 

-Eso lo dices tú. 

-En fin, me voy, no creo que tarde demasiado -Mikey salió de detrás de la barra y tomó el abrigo que había dejado colgado del perchero. Shinichiro se puso de pie también y se acercó -. No -advirtió alzando un dedo y parando las palabras de su hermano antes de que pudiese decir algo.

-Aún no he dicho nada. 

-Pero sé lo que vas a decir y ya te he dicho que no.

-Mikey, con lo tensas que están las cosas últimamente...

-Están tensas para los que tienen algo que esconder, no para un pobre muchachito que legalmente procede a donar su sangre a los amables vampiros que nos gobiernan -soltó con una amplia sonrisa. Emma volvió a reír y Shinichiro le asesinó con la mirada. Manjiro se acercó a él para dejar un besito en su mejilla y alejarse dando saltitos hasta la puerta -. ¡Nos vemos luego! Más te vale preparar una buena cena para esta noche, me apetecen hamburguesas -advirtió señalando a su hermano. 

Shinichiro rodó los ojos.

-Y a ti más te vale no tardar como tú has dicho. 

Manjiro salió a la calle justo después y mientras caminaba sin detenerse se colocó los guantes y la bufanda. Había ayudado a Emma un par de horas en la cafetería antes de poder volver a salir e ir al Servicio de Extracción. Ya se había cumplido un mes desde la última vez que tuvo que dar su sangre y en Lestat eran muy estrictos con las fechas. Si no acudía ese preciso día al día siguiente tendría a un violento grupo de vampiros del gobierno en la puerta de su casa dispuestos a darle una buena paliza o, en el peor de los casos, a torturarle hasta la muerte por no haber cumplido con su deber como ciudadano. 

Miró al cielo cuando una gotita de lluvia impactó contra su mejilla. Empezaba a chispear y suspiró fastidiado al darse cuenta de que se había dejado el paraguas en la pastelería. Se resignó y metió las manos en los bolsillos mientras seguía caminando. Draken y Hana le habían acompañado esa misma mañana al trabajo y entonces recordó las palabras que su amigo le había dicho durante el trayecto.

'Aún sigo esperando una respuesta, por cierto'.

Suspiró. Aún no le había dicho que no tenía pensado irse a vivir con él en un futuro cercano. Tenía miedo de dejar a sus hermanos solos aunque la idea de vivir con su mejor amigo fuese tentadora. Además, desde hacía tiempo Draken había empezado a despertar en él un sentimiento que no se debería tener con un amigo. Quizás hace semanas hubiese aceptado la propuesta sin pensárselo dos veces pero ahora ya no lo tenía tan claro. Y... Siendo honesto, desde hacía alrededor de un mes no había vuelto a pensar en ese sentimiento atrayente que siempre había tenido con Draken. 

El trayecto al Servicio de Extracción fue rápido. Pronto estuvo frente al mismo y se posicionó en la larga fila del mostrador. 

Solo pasaron diez minutos antes de que pudiera ser atendido por la antipática mujer que llevaba trabajando de eso más años de lo que él llevaba en el mundo, muy probablemente. 

-Pulsera y número.

-337.1 -la mujer solo levantó la mirada de los papeles que tenía sobre la mesa para comprobar la pulsera que Mikey le enseñaba. 

-Nombre y fecha de nacimiento -dijo mientras rebuscaba en unos de los tantos cajones a su espalda hasta dar con el fichero con su información. 

-Manjiro Sano, uno de octubre de 2421.

La mujer comprobó en los papeles que la información fuese correcta mientras Manjiro jugaba con sus dedos sobre la superficie del mostrador. Suspiró algo aburrido y miró a su alrededor. Aquello era tan monótono y tan repetitivo que era como tener el mismo sueño cada mes. La fila  a su espalda no superaba la quincena de personas. Se dio cuenta de que no había ocultado la pulsera blanca de su muñeca y rápidamente la cubrió con la manga de su jersey. 

Al percatarse de que la señora estaba tardando demasiado y mirarla vio que esta leía sus documentos y papeles con el ceño fruncido. 

-¿Hay algo mal? -preguntó nervioso. La mujer le miró unos segundos y volvió a bajar la vista al papel con la información del chico. Suspiró y lo dejó sobre la mesa antes de volver a mirarle y hablar. 

-Aquí pone que está prohibido sacarte más sangre -Mikey jamás se hubiese creído que una frase así llegaría a sus oídos. Observó a la señora con clara sorpresa y boqueó unos segundos antes de poder decir algo. 

-¿Qué? ¿Cómo has dicho?

-Lo que has oído. Es indefinido así que ni siquiera puedo decirte hasta cuando. ¿Tienes alguna enfermedad o algo así?

-¿Eh? No, para nada -de repente empezó a sentir mucha calor y la ansiedad se apoderó de todo su cuerpo. Quiso hacer memoria pero hacía mucho tiempo que no acudía al médico, no había forma en que hubiesen descubierto una enfermedad en él, ¿Verdad? Y tampoco era mayor como para que le prohibieran dar su sangre. Además, nadie había aparecido en su casa para arrancarle la pulsera de cuajo y echarle a la calle. Mierda, ¿Entonces qué era? ¿De verdad estaba enfermo y no se había dado cuenta? -. ¿Qué... Qué es lo que pone? ¿Qué dice ahí? -la preocupación estaba clara en el tono de su voz y su expresión. La mujer suspiró antes de hablar.

-No lo sé, es información clasificada, lo pone aquí -le mostró el folio durante unos segundos. En grande y letras rojas lo decía, claramente y sin lugar a dudas. 

-Pero...

-Oye, chico, yo no puedo decirte nada más. Deja paso al siguiente.

-Pero es que yo...

-¡Eh! Niño muévete, algunos tenemos prisa -un pequeño empujón le llegó desde la espalda. Un hombre de unos treinta años le miraba con enojo y de brazos cruzados pero Mikey no quiso hacerle mucho caso. Volvió a mirar a la mujer unos segundos para lentamente alejarse y dar paso al siguiente. 

Tampoco quiso salir del edificio. Quedó parado, en pie y en medio de la entrada. Todos a su alrededor entraban y salían, iban de un lado para el otro y no le prestaban la más mínima atención. 

Manjiro pensó en mil cosas a la vez pero al mismo tiempo no era capaz de centrarse en una sola. ¿Qué motivo podría haber para que sucediese algo así? Era imposible que fuese por enfermedad, el procedimiento para alguien enfermo era distinto y mucho más conciso y violento, pero a él simplemente le habían negado la opción de dar su sangre. Sintió desesperación y ansiedad. Ese era su cometido como ciudadano obediente, ¿Verdad? ¿Qué le quedaba si no podía dar lo único que le mantenía con una vida digna? Además, dar sangre le daba dinero y posibilidades de una buena vida. Shinichiro y Emma tenían más privilegios gracias a él. Su pulsera era blanca, prácticamente era él quien los mantenía.

Si no tenía eso... Entonces no tenía nada. 

Salió del edifico acelerado y mientras sus pasos avanzaban a cámara rápida por las calles se dio cuenta que quizás no llegaría a cenar hamburguesas a casa esa noche. 

Conocía el único lugar en el que le darían respuestas y a la única persona que podría proporcionárselas. Lo único diferente que había acontecido en su vida no tenía nada que ver con vejez o enfermedades. 

Más bien tenía que ver con el egoísmo y egocentrismo de un estúpido vampiro borde y amargado.

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