Capitulo 10

Observar los tres cadáveres delante de él no le generaba ningún tipo de sensación.

Ni siquiera sabía por qué razón había utilizado un arma para deshacerse de ellos. Quizás para no mancharse las manos de una sangre de la que no disfrutaría su olor. Pero lo cierto es que las armas creadas por los humanos eran algo que siempre había aborrecido, siempre había detestado usarlas, y como la fuerza de ser un vampiro le otorgaba la posibilidad de matar humanos con la misma o más eficacia que utilizando un arma tampoco necesitaba hacerlo.

Pero ahí estaba. Observando a los tres jóvenes sin vida, con un disparo en la frente y aún atados sobre sus asientos. Los vampiros que le acompañaban en esa habitación no habían dicho ni hecho nada aún, ni siquiera Kisaki que poco a poco recuperaba por completo el brazo roto. Apretaba los dientes aún sintiendo un ligero dolor que desaparecía progresivamente.

No era raro que Takemichi le hubiese herido de esa forma. Muchas veces lo hacía cuando hacía algo mal o cuando no estaba satisfecho por algún motivo, pero nunca lo había hecho para defender a un humano.

Odió eso.

-Limpiad todo esto -dijo al fin en un tono de voz lúgubre y algo aburrido -. Y guardad esto en alguna parte.

-En seguida, mi señor -uno de los vampiros que quedaban allí se acercó a él para tomar el arma que le tendía mientras que otros dos empezaban a retirar los cuerpos.

Takemichi dio media vuelta y miró a Kisaki como si fuese insignificante. Él sin embargo sonrió un poco intentando transmitirle una serenidad que no tenía.

-Te noto tenso -Kisaki se acercó a él y Takemichi no se alejó -. Hoy probablemente haya sido un día largo, ya sabes que puedo ayudar en eso cuando gustes -intentó acariciarle el hombro con la mano sana pero una mirada asesina le hizo detener el brazo a medio camino.

Juraría que Takemichi nunca le había mirado de esa forma. No porque no detestara a Kisaki, la mayoría de las veces lo hacía, sino porque directamente no tenía por qué amenazar a nadie de esa forma con la mirada. La parte más terrorífica de él era verse inexpresivo en todo momento y aun así amenazante al mismo tiempo.

-Cúrate eso, Kisaki, yo tengo otros intereses ahora mismo.

Y sin decir nada más pasó de largo por su lado.

Kisaki apretó el puño y escuchó la puerta de las sala cerrarse a su espalda. Se hizo un silencio incómodo y entonces las miradas de medio lado de los vampiros que recogían el estropicio a su alrededor se pusieron sobre él. No todos los días Kisaki era humillado de esa forma delante de otros. Siempre había alardeado de ser uno de los 'favoritos' de Hanagaki y odiaba que este lo menospreciara frente aquellos que según él debían verlo como la mano derecha de su gobernador.

¿Otros intereses? Pensó con amargura. ¿Desde cuándo yo no soy su interés principal?

Pero eso era algo que Takemichi ignoró mientras caminaba con decisión. Subió los pisos que lo separaban de la última planta, avanzó por los largos pasillos decorados con sus ostentosos gustos y llegó frente a la puerta de una de sus habitaciones preferidas y donde se supone que deberían haber llevado a Manjiro con anterioridad.

Sonrió satisfecho cuando se encontró con él al abrir la puerta. Acurrucado en una esquina y con la cabeza escondida entre las rodillas. Mikey apretó el abrazo alrededor de sus piernas cuando escuchó la puerta abrirse y cerrarse. La respiración se le aceleró y de nuevo sintió miedo.

Estaba cansado de esa situación en la que a veces estaba aterrorizado de Hanagaki y otras tantas tenía la valentía de irse de la lengua frente a él.

-Te dije que los sentimientos son un estorbo -Takemichi permaneció de pie frente a la puerta observando al menor con la cabeza ladeada. Mikey sorbió por la nariz, había llorado solo un poco, y apretó los puños con fuerza aún sin mostrar el rostro escondido entre sus rodillas.

-Déjame en paz -murmuró. Takemichi se acercó unos pasos y se arrodilló frente a él.

-Mira cómo te pones por algo que ni siquiera has tenido que hacer tú. Es patético -Mikey permaneció estático. Le sentía cerca frente a él pero no tenía intenciones reales de moverse. Hanagaki chascó la lengua con impaciencia y de repente soltó todo el aire contenido por la nariz. Acercó la mano a la cabeza del menor y enterró los dedos en sus cabellos rubios para tirar de ellos sin cuidado hacia arriba haciendo que Mikey alzara el rostro de una vez. Sus labios apretados contuvieron el siseo de dolor que estuvo a punto de soltar. Pero no lo haría, no frente a Takemichi -. Si me hubieras hecho caso quizás te sentirías mejor contigo mismo, ¿No crees?

-¿Asesinando a dos personas? -preguntó con un nudo en la garganta. El mero hecho de pensarlo le revolvía las tripas.

-Salvando a una. Aunque... -mostró de nuevo una sonrisa torcida a la que Manjiro ya comenzaba a acostumbrarse -. Seré sincero. Yo mismo habría acabado con la que eligieras salvar al momento. No podemos dejar libres a los criminales -entonces Mikey sintió ganas de vomitar. Mirar los ojos de ese vampiro tan de cerca le hizo darse cuenta de todo lo que ese loco ocultaba bajo toda su fachada. Había algo muy en lo profundo de sus pupilas que demostraba tanto rencor, tanta ira... Tantas cosas malas...

Takemichi no había soltado el fuerte agarre de sus mechones, tampoco se había alejado de él. En su lugar le observaba con interés, con curiosidad y cierto fastidio. Un fastidio cuyo único motivo era su desconocimiento al por qué había decidido que ese insignificante humano no presenciara la muerte de esas tres personas. 

Pero eso Mikey no lo sabía. 

En su lugar solo se le ocurrió preguntar, desde la parte más sincera de su curiosidad, lo que llevaba rondando su mente el último minuto. 

-¿Por qué odias tanto a los humanos? -preguntó en un tono de voz que se alejaba de lo tosco. Era más curioso que cualquier otra cosa. La sonrisa en los labios de Takemichi desapareció poco a poco -. Tanto odio... Tanta ira... Todo eso no está vacío. Debe haber una razón.

Sintió su cuero cabelludo relajarse cuando la mano de Takemichi se alejó. Sin embargo, el vampiro permaneció en la misma posición, solo que su rostro había vuelto a adquirir una expresión completamente vacía.

-Sí. Tienes razón -admitió con voz lúgubre -. Odio a los humanos, para mí no son más que pura contaminación.

-Fuiste uno alguna vez -se atrevió a decir y al instante sintió miedo por su atrevimiento. Pero esas palabras no parecieron afectar demasiado al contrario. Takemichi se limitó a apartar la mirada un segundo para volver a ponerla sobre él.

-Dime, Manjiro -continuó. Mikey permaneció inmóvil y algo nervioso. Nadie nunca sabía a lo que podía enfrentarse con un vampiro -. ¿Acaso tú no odias a los vampiros?

Esa pregunta le hizo agachar la mirada y guardar silencio. Takemichi esperó paciente esta vez. Por algún motivo desconocido sentía verdadero interés por una respuesta. Mikey en su lugar no sabía bien qué contestar. Sí, puede que los odiase, pero al mismo tiempo comprendía que en un mundo como en el que vivían cada raza luchaba por su propia supervivencia y ese simple hecho les hacía enemigos los unos de los otros. ¿Significaba eso que los odiaba? 

-Odiar es una palabra muy fuerte y yo no la uso tan a la ligera.

-Eso no contesta mi pregunta. 

-No creo que odie a los vampiros -dijo entonces y volvió a elevar la mirada hacia él. Probablemente era la primera vez en su vida que era tan sincero y la primera vez en su vida que se sorprendía a sí mismo con su propia respuesta -. Más bien odio todo lo que hacéis. 

-¿De verdad no me odias? ¿Aunque haya matado a miles de humanos desde hace siglos? -preguntó ladeando la cabeza. Sus pupilas dilatadas reflejaban su más sincero interés en él y en sus palabras -. ¿Aunque matara a tu familia aquí y ahora no serías capaz de odiarme? No te creo -aquella pregunta le heló la sangre de repente. La última imagen que recordaba de Izana llegó a sus recuerdos antes de poder siquiera frenarla. 

¿No odiaba a los vampiros a pesar de que hubieran matado a su hermano? No lo sabía, ni siquiera lo había llegado a pensar detenidamente. Siempre había optado por continuar con su vida olvidándose de todo y todos. Pero entonces sintió una presión en el pecho propia del enojo. 

-Yo...

-Ya estás dudando -una tenue sonrisa apareció en los labios de Takemichi durante un segundo antes de desaparecer de desaparecer de nuevo -. Nos odias. 

-¿Por qué te hace tanta ilusión que lo haga?

-No te confundas, me da igual lo que sientas -cortó de inmediato. Sus piernas lo alzaron nuevamente y Mikey tuvo que alzar la cabeza para seguir mirándolo. Así, desde arriba, Takemichi lo observaba como si fuese una simple cucaracha a la que poder aplastar con el pie. Y durante un momento tuvo ganas de hacerlo, había algo en ese chico que le ponía incómodo y que le hacía reaccionar de formas que no esperaba en absoluto y que sin lugar a dudas no le gustaban -. Pero por algún motivo me causas la intriga suficiente como para preguntarte. 

-Soy tu comida, ¿no? -soltó con un deje que en cualquier otro momento podría haber sido ciertamente irónico -, no debería ser así -Mikey quiso volver a esconder la cabeza entre las piernas, huir del momento tan extraño que estaba teniendo con el gobernador de Lestat. Y fue de ese modo del que se dio cuenta que estaba tomándose demasiadas libertades en el modo de hablarle a alguien tan poderoso y peligroso como él. 

Hace tiempo habría pensado que de hacerlo lo hubiera matado al instante, pero no era así, Hanagaki seguía manteniendo una conversación con él sin indicios de querer arrancarle la cabeza a mordiscos. Y eso de por sí ya era extraño. Al propio Takemichi le parecía extraña su propia actitud. 

Y la mirada del vampiro no se apartó de la suya los minutos posteriores. Mikey tragó saliva incómodo y agachó la mirada al suelo cuando ese silencio parecía pretender ser eterno. 

-¿Puedo irme ya? -preguntó en un hilo de voz -. Ya tienes lo que querías. Dudo que me necesites para algo más -Takemichi permaneció mirándolo unos segundos más. Arrugó el ceño y suspiró profundo por la nariz.

-¿Tanta prisa tienes?

-Mis hermanos deben estar preocupados.

-¿Quieres irte para huir de mí?

Ni siquiera supo por qué dijo algo así; por qué preguntó tal cosa. Mikey volvió a mirarle con expresión confusa cuando a sus oídos llegaron esas palabras que lo confundieron al instante. Takemichi seguía mirándole del mismo modo tan directo, uno que no había variado en los últimos quince minutos. 

-¿Qué?

-Está bien, vete -los pasos de Takemichi volvieron a acercarle a la puerta. De ese modo Mikey solo podía ver su espalda y sus cabellos rubios alborotados. Hanagaki tomó el pomo de la puerta y la abrió. Volvió a tomar la palabra sin intenciones de girarse para mirarle -. Pero recuerda lo que te dije la primera vez que nos vimos. 

Manjiro tragó saliva con fuerza y la amenaza aún aferrada a sus recuerdos le invadió de nuevo de inmediato. Con ese simple hecho imaginó que los jóvenes que habían sido asesinados solo un rato antes eran sus hermanos. Su corazón palpitó con fuerza al hacerlo, no le gustó para nada su imaginación en ese momento y con las piernas aún algo temblorosas se puso en pie. 

Hanagaki seguía sin mirarle, manteniendo la puerta abierta para él y guardando un silencio ausente. Solo cuando se acercó a esta para salir fue cuanto el vampiro volvió a tomar la palabra con su característico tono de voz oscuro y profundamente tétrico para él. 

-Yo mismo te acompañaré a la salida. 

No le gustaba en absoluto la postura que comenzaba a tomar con alguien tan insignificante para él como un humano. 

Hanagaki odiaba a los humanos, eso era algo que ya todos daban por hecho, y por esa precisa razón había decidido hacerles todo el daño que pudiese. No era algo que Salem le hubiese inculcado, es decir, en pequeña medida sí, pero su aversión hacia ellos era algo que él mismo había generado con el pasar de los años.

Lo único que recordaba de sus años como humano eran dos cosas. A ella y su dolor. Un dolor que al gradualmente se transformó en el mayor de los rencores posible. Un rencor tan fuerte que casi no cabía en el interior de un joven de apenas veintiséis años. Tan aferrado a su corazón y tan destructivo que eso fue lo único que había quedado en sus recuerdos de aquellos tiempos en los que aún respiraba para sobrevivir y en los que comía, lloraba, dormía y envejecía.

Al haber dejado ir a Manjiro en la entrada de la Torre él había vuelto lo más veloz posible a su habitación. Ignorando por completo las inclinaciones de respeto de sus hombres y los saludos -muchos de ellos temerosos- a su alrededor.

Esa sensación tan extraña que se había adherido a su pecho solo pudo ser calmada cuando paró frente a lo que él consideraba un pequeño 'altar'. En su habitación privada, esa a la que solo él tenía acceso, quedaba lo único que Takemichi consideraba realmente suyo. 

Una cama ancha y larga, alta y cargada de almohadones y mantas en tonos grisáceos. Unas estanterías con sus libros favoritos. Un armario con la poca ropa entre la que variaba día sí y día también. Y una cómoda sobre la que descansaba un detallado y pequeño retrato. Alrededor de este varias velas y una nota doblada por la mitad que conservaba intacta la caligrafía del antiguo amor de su vida. 

Tenía tanto tiempo que la pintura del retrato ahora se veía más difuminada que antaño, más clara de lo normal, pero aún se distinguía perfectamente la silueta y los detalles en el rostro de la mujer que estaba grabada en ese lienzo. 

-Hinata... -Takemichi llevó su mano al colgante que rodeaba su cuello y apretó la alianza que colgaba de él. 

No era que al ver la imagen de su primer y único amor sintiera pena o malestar, al contrario, observarla y sentir entre sus dedos el anillo que en algún momento Hinata llevó en su dedo le hacía recordar el motivo por el que se desvivía para hacer sufrir a los humanos. 

La época de luto y dolor ya había terminado para él, ahora solo quedaban resquicios de pena que al instante se transformaban en una ira hambrienta de sufrimiento para los humanos. 

¿Por qué motivo entonces no había permitido que Manjiro fuera testigo de la muerte de aquellos jóvenes? 

Desde que lo conoció quiso verle llorar y gritar de dolor. ¿Pero por qué había cambiado de idea en el último momento?

Y hubiera seguido de esa forma, pensando en mil y una cosas mientras contemplaba a Hinata a través de los trazos de pincel, durante horas y horas. Esa era su rutina cuando se acercaba la noche, una especie de costumbre que no podía saltarse y que le ataba a su razón de seguir vivo. Pero entonces sintió algo. 

Una sensación de frío extremo que le perforó hasta el último centímetro de su piel. Sus ojos se perdieron en la pared detrás del retrato de la hermosa joven y su mano soltó el colgante que había mantenido aferrado desde hace rato. 

Sabía lo que era. Al fin y al cabo estaba ligado a él de por vida y el poder de ese vampiro era uno completamente inigualable e irrompible. 

Takemichi se movió al momento. A él no le gustaba esperar. 

Salió de su habitación y mientras caminaba por los largos pasillos de su rascacielos volvió a esconder el colgante dentro de su jersey. 

Sus pasos eran decididos, grandes y simétricos. Llegó a cruzarse con algún que otro vampiro en ese recorrido que le observó con una palidez excesivamente extrema. Era probable que ya todos supieran quién estaba en el edificio, esa sensación y su presencia eran imposibles de ignorar para ellos. Su llegada nunca era algo previsto, no avisaba, no pedía formalidades y simplemente se adentraba en la Torre sin decir nada, en completo silencio y sin comunicarse con nadie. Sin llamar la atención, sin buscar protagonismo. 

Y lo más importante, no era usual que viniera. 

Ni siquiera recordaba con exactitud la última vez que lo vio.

Se encontró con Chifuyu al lado de la puerta de su despacho. No era común ver a alguien tan sereno y pacífico como él nervioso y turbado, pero esta vez lo estaba. Se rascaba la nuca con inquietud y su expresión solo pareció relajarse cuando visualizó a Hanagaki acercarse a él a través del pasillo. 

-Menos mal, casi mando a alguien a buscar...

-Sabes que no hace falta -no lo miró, ni siquiera esperó a que Chifuyu continuara la conversación, en seguida y cuando llegó frente a la puerta tomó el pomo y la abrió. 

No dijo nada más y ante la sorprendido mirara de su mano derecha ingresó en el despacho cerrando la puerta detrás de él. 

Takemichi se detuvo al entrar y la silueta de Salem, parado frente al gran ventanal tras su escritorio y tras el que comenzaba a verse la anaranjada puesta de sol, quedó frente a él. 

Llevaba una larga túnica negra que arrastraba sobre el suelo solo un par de centímetros y una capucha que cubría su cabeza y parte de su rostro. Salem no se movió durante los primeros segundos pero sí llegó a escucharle suspirar. 

-¿No dirás nada de esta agradable visita? -su tono de voz era tan distante como habitualmente. Ni un tenue tono alegre, ni bromista, ni afectuoso. Todo lo contrario. Casi parecía un eco distante y alejado de la realidad.

-No esperaba verte aquí tan pronto -Salem se giró lentamente y solo de ese modo Takemichi pudo ver por fin su rostro. 

Un rostro que ni sus abundantes años de vampiro podían mantener joven. Su palidez tan extrema acompañaba unas arrugas ligeras en forma de pellejo que bañaban sus mejillas. Su nariz era como si estuviese consumida por el pasar del tiempo y sus labios estaban resecos y excesivamente finos. Takemichi sabía la razón de su aspecto físico. Si él había perdido el gusto a la sangre por tener tantos años de vampiro, Salem, que probablemente era el más ancestral de todos, llevaría padeciendo esa afección durante mucho más tiempo que él.

Su cabello blanco platino sobresalía solo un poco de la capucha que lo cubría y los dos pozos completamente negros que tenía por ojos analizaron de arriba a abajo a su 'hijo' como a él le gustaba llamarle. 

-¿Tan pronto? -no se movió y sus manos permanecieron entrelazadas entre ellas -, ya iba siendo hora de que viniera a visitarte y saber... -sus ojos descendieron a su escritorio donde permanecían un par de carpetas y fotocopias que Takemichi no recordaba lo que contenían. A él no le gustaba encargarse de las cosas de gobierno, normalmente eso se lo dejaba a Chifuyu -...qué tal van las cosas por aquí.

-Todo va bien, como siempre -contestó con rapidez y solo así volvió a captar la mirada del mayor. Salem asintió lentamente y con esa misma velocidad avanzó los pasos que los separaban. Takemichi tragó saliva pero no se movió y no mostró nerviosismo. 

No había nada en el mundo que pudiera asustarle o provocarle una mínima sensación de nervios, pero si alguien tenía todas las papeletas para hacerle reaccionar de esa forma sería Salem. Aún no lo hacía, ni siquiera a él le tenía miedo, pero algo dentro de sí mismo le obligaba a guardar distancias y jerarquía. Una cosa que parecía estar programada en su cerebro y que, quizás, sí revelaba el más mínimo temor hacia él sin apenas considerarlo. 

-Sabes que tengo todas mis esperanzas y ambiciones puestas en ti, ¿Cierto? -la pregunta vino por sorpresa pero Takemichi, sin poder hacer otra cosa, asintió -. Cuando te convertí fue porque te consideré alguien fuerte y hambriento de poder. Tu rencor me fascinaba y quería usar eso de ti, al final terminaste siendo más fructífero que el resto de tus hermanos.

-Lo sé pero no entiendo la razón de decirme todo esto ahora. 

-Yuzuha ya me ha dicho lo distanciado que estás -Salem hablaba sin variar su expresión o su mirada, esa que aún seguía perforando los iris rojizos de su preciada creación. Porque Takemichi había sido, desde el primer día, su favorito. Eso lo sabían todos -. Ni siquiera te interesas por los temas de tu propio gobierno cuando antes de meterte en esto te dejé muy claras nuestras intenciones. 

-Ambos queremos lo mismo, Salem, los dos odiamos a los humanos pero no por ese motivo yo pedí poseer un cargo así. 

-Somos inmortales siempre y cuando tengamos humanos con los que alimentarnos. No debes olvidar eso, tu odio no debe hacerte erradicarlos por completo -su modo de hablar era uno en constante advertencia. Salem no tenía paciencia, Salem no perdonaba y mucho menos le gustaba repetir las cosas dos veces. A nadie le gustaba escuchar su tono de voz tan tétrico, profundo y denso. Uno que siempre estaba cargado del más absoluto pesar y amenaza. Uno que podría matar a cualquiera de puro miedo. 

-Y no lo hago -continuó. Ya no sabía ni siquiera el rumbo que Salem pretendía llevar con esa conversación.

-Mantenerlos aquí, en Lestat, encerrados y callados es más que suficiente. Puedes hacer con ellos lo que quieras aquí, hacerles padecer el más absoluto de los sufrimientos, aumentar las torturas en plena calle y las ejecuciones públicas. No importa, nada de eso me importa pero no deben desbocarse ni desaparecer. Los humanos se han ganado su lugar como la especie inferior y nosotros, los vampiros, debemos dictar sobre ellos -Takemichi apretó los labios en una fina línea. Si tuviese la valentía suficiente diría cosas que Salem no consideraría correctas. No le gustaba que le mandase, ni él ni nadie, pero sabía reconocer cuando alguien era más poderoso que él. Y si Takemichi podía asesinar sin problemas a cualquier vampiro porque todos eran inferiores a él en poder, Salem podía hacer lo mismo con él. 

Takemichi era difícil de matar, pero para Salem sería lo más sencillo del mundo. 

-Si hay algo que consideres que deba cambiar aquí dímelo, por favor -dijo al fin, relajando sus hombros y sus brazos. Cediendo ante sus presiones. Salem pareció analizar su rostro más segundos de la cuenta, parecía incluso que podía leerle los pensamientos, hasta que finalmente volvió a tomar la palabra. 

-Quiero que encuentres a todos los traidores y los rebeldes y que los mates. No solo hay vacío fuera de estos muros, hay más humanos, y se están comunicando con tu comida aquí dentro -solo entonces Takemichi frunció el ceño con enojo. No solo hacia Salem sino hacia sí mismo y hacia todo el mundo a su alrededor. No quería tener que trabajar, no quería tener que preocuparse por cosas así, solo quería beber la sangre de ese humano rubio y disfrutar matando de vez en cuando. No había pedido algo así y si fuera por él hubiese dedicado su vida entera simplemente a hacerles daño. 

-Eso es algo que llevo haciendo desde siempre pero algunos se esconden muy bien.

-Pues hazlo mejor -Salem se acercó a él, inclinándose un poco, y su rostro quedó a apenas unos pocos centímetros del de Takemichi. El menor podía sentir la frialdad de la piel del otro incluso sin tocarle y con esa cercanía los pozos negros que tenía por ojos se intensificaban más, le perforaban más -. ¿No quieres hacerme sentir orgulloso? Demuestra que eres mi favorito.

Takemichi permaneció en silencio unos segundos pero cuando descubrió que el silencio de Salem y sus pocas intenciones de alejarse esperaban una respuesta de su parte terminó asintiendo. 

-Lo haré.

-Bien -se alejó por fin y solo un momento más tarde su conversación tomó un rumbo diferente -. Tu cara tiene más color, ¿Has conseguido alimentarte mejor?

-Algo así -dijo pero por algún motivo no tuvo intención ni ganas de dar más detalles al respecto. Era como si no quisiera entrar en ese tema en específico. 

-Vas a tener que presentármelo, a mí también me gustaría volver a disfrutar de un buen trago -en esta ocasión Takemichi no hizo ni dijo nada. Se limitó a guardar silencio y esperar. Por su parte, Salem avanzó de nuevo en su dirección pero en lugar de detenerse frente a él pasó de largo y se acercó a la puerta del despacho. Antes de tomar el pomo para marcharse, le lanzó una mirada ladeada -. De ahora en adelante puede que me veas más, quiero comprobar de primera mano que arreglas tu desastre. No quisiera que mi creación favorita perdiera el rumbo.

Y sin molestarse en decir algo más giró el pomo y desapareció tras la puerta. 

Solo entonces Takemichi consiguió relajar por completo la tensión de sus hombros. Su nariz expulsó el aire que había retenido de golpe y su puño volvió a apretar el colgante que rodeaba su cuello. Solo así conseguía apaciguar la mala sensación que le dejaba las visitas de Salem. 

Al final no solo los humanos de Lestat eran títeres. Todos, hasta el vampiro más poderoso, era títere de algo o alguien más fuerte que él.

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