LA ESFINGE.

1-La Gran Esfinge: el Reino Antiguo.

Resulta imposible referirse a este concepto sin entrar de lleno en la historia de las mentalidades, pues en Egipto las esfinges tenían los rostros de los faraones. Ellos consideraban que eran capaces de concederles la supremacía y por este motivo no solo fueron poderosas, sino también veneradas. La más antigua, la más grande y la que más leyendas ocultaba era la que estaba situada en Menfis. En la actualidad la podéis ver vigilando el mismo sitio, aunque ahora forma parte de la ciudad de Guiza y se halla a veinte kilómetros de la moderna capital, El Cairo.

  El nombre que le daban los antiguos egipcios a la esfinge era sheps-anj, que significaba «imagen viva», pues el concepto era opuesto al de hoy. Para ellos no consistían en meras estatuas, sino objetos mágicos que tenían una existencia propia y tan real como la nuestra. Es decir, esta criatura no era mitológica ni una mera representación de una esfinge (como luego veremos en la cultura griega): era la propia esfinge.

  ¿Qué motivo determinaba que los faraones quisiesen transformarse en una estatua viviente, en un híbrido de hombre y de animal? La explicación radicaba en el único elemento de la esfinge que permanecerá inmutable en todas las civilizaciones: en el cuerpo que representaba la fuerza. El león era y sigue siendo el rey de los depredadores, una máquina perfecta para matar y para dominar. De este modo, en el imaginario colectivo los súbditos esperaban que el faraón se comportara como este felino y que los protegiesen de los tan temidos y aborrecidos extranjeros y de cualquier amenaza mágica.

  Esta amalgama perfecta no se trataba de un hecho aislado. Muchos dioses eran representados con cuerpos de hombre o de mujer y con cabezas de animales. Es decir, eran unos súper humanos que al mismo tiempo poseían las mejores cualidades de las otras especies. Esto no indicaba una irreflexiva o poco sofisticada zoolatría[1] (un error en el que incurrieron los griegos al estudiarlos, entre ellos Heródoto en el siglo V antes de Cristo), sino un profundo respeto por los seres vivos, cada uno de los cuales tenía una importante función en la vida diaria.

  Poseer el cuerpo de un león proporcionaba fuerza, ferocidad y un poder infinito. Así se representaban los faraones en la iconografía, aplastando a los enemigos con sus patas de felino, pues al fusionarse con él también anunciaban al mundo su condición divina.

  La esfinge, en concreto, combinaba una de nuestras mejores virtudes humanas (la capacidad mental) y el vigoroso físico del rey de la sabana. Tomad nota de este punto para cuando más adelante leáis lo que he escrito sobre Sejmet.

  Por otro lado, la pirámide de Kefrén (una de las tres grandes de Guiza) y la esfinge se hallan conectadas entre sí porque a ambas las construyó el mismo faraón alrededor del año dos mil quinientos antes de Cristo. Tanto Kefrén como su padre Keops llevaron la doctrina solar hasta las consecuencias más extremas, pues en algún momento de su largo reinado este faraón fue más allá del papel como gobernante y se identificó con Ra. Los sacerdotes de este dios en Heliópolis tuvieron una imagen muy negativa de ambos y según el historiador Heródoto, que escribió acerca de ellos, eran odiados por ser despóticos y megalómanos, ya que se rendían culto a sí mismos.

  Kefrén, inclusive, llegó a introducir en su título faraónico la frase «Hijo de Ra», pero sin referirse al dios Sol, sino a su propio padre Keops. Por esto modeló a la Gran Esfinge como una estatua en actitud de pleitesía, pero a la vez en guardia. Una enorme mole de setenta y dos metros de largo y de veinte metros de altura que custodiaba el perímetro alrededor de ella y más allá también. El Templo de la Esfinge, donde se le rendía culto a Keops como Dios Sol, se construyó frente a la estatua y al lado del Templo del Valle del complejo piramidal. En definitiva, Kefrén continuó con el nuevo culto de su padre que adoraba al sol como deidad central.

  ¿Cuál era el fundamento? Además de que Kefrén quería detentar el máximo poder en este mundo, también anhelaba reinar en el siguiente. Por este motivo la pirámide, la esfinge y el templo se construyeron alineados según el recorrido del sol de poniente. Durante los equinoccios de marzo y de septiembre la esfinge destaca con un efecto especial asombroso, pues el sol visto desde el templo se hunde en el hombro de ella, con la pirámide de Kefrén en el horizonte. Analizándolo desde arriba, las sombras de la pirámide y de la esfinge se funden en el templo, forzando una conexión entre ella y el dios sol.

  En el solsticio de verano, además, al ponerse el astro entre las dos pirámides y visto desde el templo, se forma el jeroglífico ajet, que representa el eterno ciclo del renacimiento.

  Por tanto, con esta arquitectura monumental canalizaba el poder del sol para darse energía a fin de gobernar de manera más eficaz como faraón sobre el Alto y el Bajo Egipto y sobre todos sus habitantes. El poder terrenal ya lo detentaba, pues para efectuar estas construcciones movilizó a una pujante administración central y a mano de obra egipcia especializada (no esclava).

  El ciclo del sol para los antiguos era fundamental porque, así como este astro salía y se ponía cada día, el faraón esperaba hacer lo mismo. Al unirse con el dios sol podía tener la vida eterna que ambicionaba, pues este le concedía la inmortalidad. La pirámide y la esfinge formaban parte del plan que junto con el templo le permitirían a Kefrén vivir por siempre, lanzando su espíritu a la otra vida para juntarse con su padre divino el Dios Sol.

  Las creencias de esta civilización eran muy complejas e intentaré que tengáis una aproximación global a ellas. Para daros una idea, os diré que los hombres estaban compuestos del ba, el espíritu activo que encarnaba el alma o la personalidad del muerto. El ba  vivía en la tumba, pero podía volar para visitar la tierra de los vivos.

  El ka, en cambio, constituía la esencia espiritual o la fuerza vital que se creaba cuando se formaba el cuerpo y solo podía sobrevivir a la muerte si el cadáver conservaba una forma humana reconocible. De ahí que momificasen a los muertos, la finalidad era precisamente preservar el ka. Además, no podía abandonar nunca la tumba y requería constantes ofrendas de comida y de bebida. Los dioses y los faraones podían contar, inclusive, con más de un ka.

  El akh  representaba la inmortalidad del difunto y se volvía efectivo mediante la realización de los rituales adecuados y el conocimiento de las recitaciones idóneas: de ese modo no necesitaba permanecer cerca de la momia, podía sobrevivir en otros lugares.

  En este contexto las pirámides eran rampas o escaleras que ayudaban al faraón difunto a alcanzar su destino solar en el firmamento. La cámara funeraria escondida en el interior de la construcción constituía el útero del que nacería el monarca muerto. Los corredores que conducían hacia el exterior eran los pasajes que recorrían el otro mundo.

  Si era posible vivir después de muerto también era factible morir y a esto se le llamaba Segunda Muerte. Era irreversible, permanente y se producía cuando se destruía la momia, pues con ella fallecía el ka. Este era el destino más terrible y el más temido. En el Reino Antiguo se incluían encantamientos para «no morir en la tierra de los muertos». De esta forma, la esfinge le proporcionaba a Kefrén una posibilidad adicional de volver a la vida si esta catástrofe ocurría.

  En resumen, los monumentos constituían puertas de entrada a la otra vida. En las profundidades de las pirámides el alma del faraón podía abandonar de forma segura el cuerpo y subir hacia el reino de los muertos. Para ayudarlo en el viaje los hechizos mágicos de las paredes repelían a los malos espíritus mientras los corredores internos lo guiaban hacia el cielo hasta el Dios Sol Ra. Añadido a ello, la forma de las pirámides imitaba los rayos del sol y permitía que el alma del faraón se fusionase con Ra y que alcanzara la eternidad en la otra vida. La esfinge ayudaría a Kefrén a ser un dios en el Más Allá y en la tierra y sería un recordatorio constante de su estatus, al igual que la pirámide. Por otro lado, como se trataba de un sheps-anj, cobraría vida cuando quisiese y manifestaría, igual que un león, su poder divino.

Estatua de Kefrén.


Por los restos arqueológicos que se han encontrado, los historiadores creen que la Gran Esfinge tenía esta apariencia.


2-Las esfinges de Hatshepsut: principios del Reino Nuevo.

Destaca por ser la primera faraona que hizo esculpir su esfinge. Además, siempre se representaba como el arquetipo de lo que se esperaba de un soberano egipcio: físico masculino, rostro y cuerpo vigoroso, barba postiza. No obstante esto, los textos que acompañaban las imágenes se referían a ella como mujer. También de esta manera eran sus esfinges, las estatuas vivas.

  Tutmosis II, hijo de una cónyuge secundaria de Tutmosis I, para ascender al trono se casó con Hatshepsut, a pesar de ser medio hermana de él y la hija de la esposa principal. Una costumbre esta, el incesto, muy arraigada en el Antiguo Egipto y a la que recurrían con la finalidad de preservar el linaje.

  Tras la muerte, aproximadamente en mil cuatrocientos ochenta y dos antes de Cristo, su hijo Tutmosis III era muy pequeño y Hatshepsut ejerció como regente. A los pocos años y con la ayuda de influyentes funcionarios, se proclamó faraona y le arrebató el poder al hijastro. Así, reinó durante más de dos décadas.

  Para darse legitimidad, pues las mujeres solo podían reinar si no había heredero varón, creó un mito relativo a su nacimiento divino. En las paredes del templo funerario todavía hoy podemos seguir la secuencia del mismo modo que las imágenes de un comic (también hay textos grabados). 


Dicho templo se conoce con el nombre Djeser-Djeseru: «el sublime de los sublimes». Se encuentra en el complejo de Deir el Bahari, sobre la franja occidental del río Nilo y cerca del Valle de los Reyes.


  Las escenas se hallan en la parte norte de la columnata media. Allí, el mito aparece mezclado con acontecimientos ocurridos durante el reinado: las pocas aventuras militares que organizó, las misiones comerciales y los obeliscos que hizo construir en honor a su padre, Amón-Ra.

  En la primera escena vemos que este dios está sentado en el trono y ha convocado a las doce deidades más importantes de Egipto: Montu, Atum, Shu, Tefnut, Geb, Nut, Osiris, Isis, Neftis, Seth, Horus y Hathor. Les comunica que ha decidido ser padre de un faraón mujer y que quiere que los demás dioses le ofrezcan su protección.

Para ella uniré las Dos Tierras en paz —promete Amón-Ra.

  Y más adelante agrega:

Le daré todas las tierras y todos los países.

  Ha elegido a Ahmose como madre por su hermosura y por ser una mujer virtuosa. Por eso para dejarla embarazada asume la apariencia del marido, el faraón Tutmosis I. Nos recuerda en este sentido a la leyenda del nacimiento del rey Arturo, cuando Merlín le da a Uther Pendragon la apariencia del rey Gorlois para que este se acueste con su esposa, la bella Yngrain.

  Ahmose se halla durmiendo sola en su habitación y se despierta a causa del perfume de Amón-Ra. Como es evidente, cree que el dios es su marido. Se sientan cara a cara y él le revela su verdadera forma y que dará a luz a una niña a la que le pondrá de nombre Khnemer-Amón Hatshepsut («La que está unida con Amón»). Esta pequeña, le anuncia, cuando sea mayor gobernará Egipto y guiará a los vivos.

  Resumiendo: Hatshepsut no solo era la hija legítima del faraón Tutmosis I, sino también del gran dios Amón-Ra, quien luego siempre la protegió y la respaldó.

  La entrada al templo funerario por aquel entonces se realizaba desde el río Nilo mediante un canal que entraba en el desierto. Poco o nada queda de esto y de la avenida con siete pares de esfinges de cuerpo de león y con la cabeza de Hatshepsut. Llevaban nemes (el tocado funerario de tela con el que se representaba a los faraones después de muertos), símbolos del poder real. Estas esfinges conducían a un pilono, una puerta típica de los templos egipcios, tras el cual se encontraba la primera terraza.

Una de las pocas esfinges que ha sobrevivido en Djeser-Djeseru.


3-El sueño de la esfinge: el Reino Nuevo.

Se dice que el hijo de Kefrén, Micerino, no aprobaba la actitud del abuelo y del padre. Por esto interrumpió los trabajos en la esfinge (uno de los lados se halla inacabado) y su pirámide es mucho más pequeña que la de ellos. Asimismo, volvió a la ortodoxia heliopolitana después de los desvíos de los dos faraones anteriores.

  Trescientos cincuenta años más tarde esta zona de Menfis fue abandonada. Hubo un cambio en el curso del río Nilo y el limo de las crecidas ya no llegaba hasta allí. Debido a esto el entorno se hizo cada vez más árido. Se dejaron de construir mastodónticas pirámides y las que había fueron saqueadas. Asimismo, la esfinge quedó enterrada debajo de toneladas de arena y solo se veía de ella la cabeza.

  Sin embargo, no permaneció olvidada para siempre y su leyenda renació en la XVIII dinastía, rondando el año mil cuatrocientos antes de Cristo. Siendo príncipe y antes de convertirse en el poderoso faraón Tutmosis IV Mejeprure, este hombre tuvo una extraña experiencia allí. En ese momento histórico la capital de Egipto se hallaba en la lejana Tebas y llegó hasta Menfis para cazar, una afición bastante común en los nobles.

  Al mediodía, agotado, se sentó a la sombra de la Gran Esfinge y se quedó dormido. Tuvo un sueño en el que Ra-Horemajet, la divinidad a la que representaba este monumento, se le apareció y «habló con su propia boca, como un padre habla a su hijo». La esfinge se quejó de la arena que se había acumulado alrededor de ella y le pidió a Tutmosis que la retirara. El príncipe «comprendió las palabras del dios, pero las guardó en secreto en su corazón».

  Enseguida se encargó de que limpiasen e hizo que le repararan una pata rota y un agujero en el pecho. Más adelante colocó una estela[2] de granito rojo de cuatro metros de altura, hoy en día conocida como La estela del sueño, que formaba el muro posterior de una capilla al aire libre situada entre las restauradas patas anteriores. La decoraba una escena con dos esfinges simétricas tendidas sobre un pedestal con una puerta abierta.

  Los antiguos egipcios creían que los dioses podían acudir a ellos en sueños para ayudarlos a resolver problemas o para curarlos de los males que los aquejaban. Ahora la esfinge hablaba con la voz del dios más importante del Antiguo Egipto y a partir de este momento significaba el poder detrás del trono, volvía a tener relevancia.

  Muchos historiadores sostienen que el significado de la estela es que Tutmosis era un hijo menor de Amenhotep II y que el agradecido dios lo recompensó por el servicio haciendo que su hermano mayor muriese y convirtiéndolo en faraón. Sin embargo, la egiptóloga Christine El Mahdy[3] discrepa con esta interpretación y argumenta que Tutmosis era heredero del trono porque llevaba el nombre del abuelo. En aquella época la costumbre de los reyes egipcios era poner el nombre del progenitor del padre a los primogénitos.

  Además, siguiendo su razonamiento, la Estela del Sueño  nunca emplea la palabra «si». No dice «si retiras la arena te daré el trono», no hay ninguna relación de causa y efecto. Simplemente indica que Ra-Horemajet se le apareció y que le habló pidiéndole que le quitase la arena. Tutmosis, así, hizo tallar la estela mucho después porque el dios se le apareció en el sueño (tuvo una revelación divina) y lo mantuvo en secreto pensando que nadie le creería.

  A partir del momento en el que intervino la Gran Esfinge hubo un cambio en la naturaleza de Atón, que pasó de ser el disco solar a convertirse en una figura espiritual. Hasta ese instante se hacían referencias a Atón (Atum) solo como un aspecto del sol en su curso. Además, esta historia era conocida a nivel familiar, pues durante el reinado de su hijo, el faraón Amenhotep III Nebmaatre, había numerosas referencias al atonismo. Incluso el palacio de Malkata lleva el título de «El Esplendor de Atón». Es decir, después de la experiencia divina relacionada con la Gran Esfinge una nueva religión iba evolucionando en el corazón de la familia real y fue transmitida de generación en generación.

  El hijo de Amenhotep III (Amenhotep IV, conocido como «El faraón hereje») era un idealista. Poco a poco fue profundizando en el cambio, llegando a adorar a Atón entendido como la luz del sol. Era representado mediante un disco solar sin rostro, cuyos largos rayos tenían en el extremo manos diminutas, algunas veces sujetando el signo jeroglífico anj  (la vida) y otras el was  (el poder). Era un dios asexual, andrógino y el faraón su único intermediario. Así, el monarca rechazó el mundo material y mostró su lealtad solo a la divinidad que se le había aparecido al abuelo. Dejó constancia de que tuvo una revelación (Atón le comunicó que era su padre) y se alejó del mundo político y de la capital, Tebas, fundando la ciudad de Aketatón («El Horizonte de Atón», conocida hoy en día como Tell el-Amarna) y viviendo allí alejado de todos.

  Por este motivo lo odiaron. Su conducta era un desafío al maat  (el equilibrio) y las ofrendas que antes iban a parar a los dioses en los que creía la mayoría del pueblo egipcio ahora se desviaban hacia Atón. Además, desde ese momento se llamó Akhenatón («El Espíritu viviente de Atón») y su esposa principal, la bella Nefertiti, pasó a ser conocida como Neferneferuatón. Asimismo, le puso como nombre Tutanjatón al hijo varón que engendró con la esposa secundaria (Kiya). Prestándole atención solo al pequeño universo que había creado y dándole la espalda a la realidad, los templos perdieron su importancia, la gente que dependía de ellos cayó en la más extrema pobreza y la riqueza y el poder de la etapa de su padre se transformaron en simples recuerdos lejanos. Y lo peor, isfet  (el caos) era quien en los hechos gobernaba las existencias de todos. Cuando este faraón murió las cosas siguieron igual durante el breve gobierno de Semenejkara, de quien se dice que era la propia Nefertiti asumiendo la personalidad masculina necesaria para poder reinar del mismo modo que Hatshepsut.

  Después de este pequeño paréntesis, las primeras medidas de los asesores de Tutanjatón, el siguiente faraón y apenas un niño, fue cambiarle de nombre y pasar a llamarlo Tutankamón, es decir, «imagen viviente de Amón». De este modo reflejaban de manera inequívoca que se produciría durante su reinado el regreso a los dioses tradicionales y que se apartaba de los postulados paternos, recuperando con estas acciones el maat. Pero no pudo arreglarlo todo porque murió joven y sin descendientes, siguiéndole un reinado de cuatro años del anciano Ay.

  Horemheb, el siguiente, y los ramésidas odiaron a Akenatón por las ofensas religiosas y debido a la ineptitud y se dedicaron a borrar su memoria. También hicieron lo mismo con Hatshepsut por el hecho de ser mujer, sin tener en cuenta que el reinado fue pacífico, próspero y durante veintidós años. Recordad que borrar el recuerdo de una persona, demoler las estatuas y destruir las imágenes (que para ellos eran mágicas porque ayudaban al muerto en el otro mundo) implicaba la Segunda Muerte a la que los egipcios tanto temían. Es decir, el daño era mucho mayor que si lo contemplamos con nuestros ojos modernos.

  Los historiadores de hoy consideran que Amenhotep IV efectuó el primer intento de monoteísmo en Egipto. Es curioso porque esta revolución religiosa y cultural comenzó con un simple sueño a los pies de la Gran Esfinge. Por tanto, esta continuaba siendo una estatua viva capaz de intervenir en el destino de los mortales...

Esfinge de Amenhotep IV y representación de Atón.


4-La Avenida de las Esfinges de Luxor: período tardío de Egipto.

La extensa avenida vincula Karnak, el hogar del dios Amón, con Luxor, un gran templo donde los faraones hacían ofrendas a los dioses. Entre ambos sitios existe este ancho paseo bordeado por mil trescientas cincuenta esfinges, que forma un camino espiritual que une los dos lugares sagrados.

  Nectanebo I (que vivió alrededor del año cuatrocientos antes de Cristo) como medida de protección mandó construir un ejército de esfinges en la avenida, colocadas a ambos lados con la función de ser centinelas. Precisamente allí tenía lugar una de las celebraciones más sagradas del Antiguo Egipto, en la que los sacerdotes cargaban la estatua del dios Amón (viva al igual que las esfinges) desde Karnak hasta Luxor.

  La función de estas esfinges, entonces, consistía en garantizar la celebración y en vigilar cómo la divinidad recibía las ofrendas anuales del faraón, donde les recordaba a los asistentes que su autoridad trascendía lo terrenal. Los dioses eran muy poderosos, pero vulnerables cuando abandonaban su templo. Necesitaban protección mágica en los viajes rituales, lo que convertía a estas esfinges en figuras benévolas.

  Por otro lado, Egipto se hallaba permanentemente sometido a la amenaza de los persas y este ejército sobrenatural adquiría mayor relevancia en esta situación. Pero las esfinges no los pudieron contener, pues más adelante los persas se hicieron con el poder: hasta que Alejandro Magno los venció y se convirtió en faraón.

  Desde Nectanebo I en adelante un monarca tras otro construyó allí esfinges inmortalizando sus rostros. Algunos sin más trámite quitaban las cabezas de los anteriores y las reemplazaban por las suyas.


Los griegos habitualmente recogían las historias y los mitos de otros pueblos y los adaptaban para hacerlos suyos. De este modo la esfinge perdió su significado original y se convirtió en un monstruo, en un símbolo del mal.

  La palabra esfinge (σφίγγω) derivaba del verbo estrangular. En la iconografía se la representaba con la cabeza y el busto de una doncella hermosa, alas y el cuerpo de una leona. Se suponía que vivían en el Lejano Oriente o según otros autores en Etiopía.

  La emparentaban con la Quimera, con la Hidra de múltiples cabezas y con el Cancerbero. Así, de ser una figura divina, un símbolo en el que los faraones se perpetuaban y adquirían vida, se transformó en una criatura monstruosa, malvada y aterradora. Y de naturaleza femenina, en una sociedad dominada por el sexo masculino. Asesinaba estrangulando y le gustaba devorar hombres jóvenes.

  Según la mitología griega una esfinge aterrorizaba a la ciudad de Tebas (la Tebas griega) con un enigma mortal:

¿Qué tiene cuatro pies por la mañana, dos pies por la tarde y tres pies por la noche?

  Todos aquellos que no eran capaces de responder la pregunta morían cruelmente.

  Hasta que, tiempo después, Edipo le contestó:

Es el ser humano, que primero gatea a cuatro patas, luego camina sobre las dos piernas, y, por último, necesita un bastón cuando es anciano.

Y gracias al ingenio consiguió escapar de una muerte segura...


FIGURAS SIMILARES A LA ESFINGE.

Aquí os dejo seres que presentan alguna similitud con la esfinge.

I-Sejmet, «La más poderosa»: la diosa con cuerpo de mujer y cabeza de leona.

Las personas vivían en una especie de Jardín del Edén egipcio y todavía no se había iniciado la Historia, pues Ra aún no había comenzado el viaje diario por el firmamento. Este poderoso dios se hacía mayor y notó que los humanos, nacidos de sus propias lágrimas, perdían el respeto hacia él y ya no lo honraban como antes.

Mirad a Ra —se mofaban—. Es anciano y sus huesos son como plata, su carne es como oro y su pelo es como verdadero lapislázuli.

  A Ra lo mortificaba que lo llamasen anciano o que dijesen que chocheaba y que no podía gobernarlos de forma efectiva. Se hallaba muy enfadado por la ingratitud de la humanidad, que se había olvidado de todos los dones que les había ido dando a lo largo del tiempo.

  Por este motivo, convocó a los principales dioses a una reunión que se realizaría rápidamente en su mansión. No deseaba que los seres humanos sospechasen que planeaba una venganza contra ellos y que pudieran esconderse.

Contempla a la gente que yo he creado, cómo hablan en mi contra —se quejó con amargura a Nun, el océano primordial y la mayor de los dioses—. Dime qué piensas que debería hacer con ellos, ya que en verdad no quiero quitarles la vida hasta que haya oído vuestras palabras.

  Ra tenía pensado cuál sería el castigo, pero necesitaba que el resto de dioses lo refrendase. Entonces Nun expresó la idea de que Hathor (la diosa con cabeza de vaca), hija preferida de Ra, fuese a la tierra a matar a los que atacaban al padre.

  Y así ella fue enviada bajo la forma de Sejmet (o Sekhmet), materializada con cuerpo de mujer y cabeza de leona. Una depredadora feroz, ávida de venganza y que gozaba matando. Iba de un lado a otro asesinando y pronto los que se burlaban de Ra, horrorizados, comprendieron el grave error que habían cometido.

  Al principio el dios se sintió muy contento, pero cuando vio que su hija pensaba eliminar a toda la especie humana la llamó para conminarla a que parase.

  Le ordenó:

Ven en paz, Hathor. ¿No has hecho ya lo que yo te pedí que hicieras?

  Pero igual que los leones devoradores de hombres, ella había probado la carne y la sangre humana y no podía parar.

Por tu vida, ¡oh, Ra!, yo hago lo que quiero sobre los humanos y mi corazón se alegra —replicó y poco quedaba de la pacífica y alegre Hathor, pues el cerebro de leona la impulsaba a matar hasta las últimas consecuencias.

  Las aguas del Nilo se colmaron de sangre y ya no eran amarronadas, sino rojas. Ra comprendió, estupefacto, el verdadero poder que había liberado y se apiadó de los mortales. Asimismo, como no pudo persuadir a su hija de que parase, se percató de que la única opción consistía en actuar con engaños.

  De este modo, convocó a los mensajeros más veloces y los envió a Asuán, a la isla de Elefantina, con la orden de que reunieran mandrágoras. La planta causaba somnolencia y el fruto de color encarnado simulaba el de la sangre. Una vez obtenidas, con la rapidez de un huracán las llevaron a Heliópolis, donde las mujeres trabajaron toda la noche moliendo cebada e hicieron cerveza. Luego vertieron en ella el colorante de la mandrágora para engañar a Sejmet y que creyese que era sangre humana.

  Ra podría haber ordenado ofrecerle vino, pero eligió la cerveza. Esta era una bebida que se fabricaba en las casas y que bebían hombres, mujeres y niños. Era dulce y espesa (muchas veces usaban una pajita con filtro), sin tanta concentración alcohólica como la actual. También se ofrendaba a los dioses en los rituales diarios y a los muertos en las tumbas, utilizándose inclusive en recetas medicinales.

  Cuando Sejmet despertó, lista para seguir con las ejecuciones, constató que la tierra se hallaba repleta de lo que creyó era sangre. Feliz, se paró a probarla y ya no pudo parar, pues cuanto más tomaba más quería. La mezcla de cerveza y de mandrágora provocó que cayese dormida y que el sueño fuera placentero.

  Al despertarse no sentía el impulso de matar. Vio su hermoso rostro reflejado en las aguas y quedó en trance. Volvía a sentirse la misma Hathor, diosa de la alegría, de la felicidad, de las borracheras, de la música, de la danza y del canto. Un modelo de esposa, de hija y de mujer según los egipcios, más permisivos en las costumbres que otras culturas y donde el género femenino disfrutó de una libertad sin igual.

Ven, ven en paz, ¡oh temida y graciosa diosa! —la llamó Ra y ella fue con él, obediente.

  El dios quiso que este acontecimiento se celebrase por los siglos de los siglos en la ciudad de Amón, donde su hija era adorada. Lo llamaron Festival del Año Nuevo y se hacía allí una fiesta anual de la cerveza, donde todos se emborrachaban hasta caer al suelo. Podría decirse que era el Oktoberfest  de la antigüedad.

  Sin embargo, Ra había detenido el castigo, pero no había perdonado a los hombres los desprecios. Cansado, comprendió que había llegado el momento de abandonar la tierra. Nut, madre de los dioses y reina de los cielos, adoptó la forma de una vaca celeste y Ra se le montó sobre el lomo (o entre los cuernos, según otras versiones) y se retiró al firmamento. Los egipcios, temerosos al apreciar que el día se convertía en noche, le rogaron que se quedase, pero ya era muy tarde. De esta manera se produjo la separación entre dioses y mortales, siendo el faraón el único que podía comunicarse directamente con ellos a través de determinados rituales.

  Como podemos apreciar, a Sejmet la domina el cerebro de leona y se distancia del concepto de la protectora esfinge que hemos analizado, la estatua viva en la que los faraones continuaban viviendo después de la muerte.

2-Algunos dioses egipcios representados con cabezas animales.

Tal como dije anteriormente los antiguos egipcios no adoraban a los animales, sino que sentían un profundo respeto por ellos y por el papel que cada uno desempeñaba en la naturaleza. Os menciono aquí algunos de los más curiosos.

Heket. 

Era la diosa con cabeza de rana y su función consistía en presidir los nacimientos. Por tanto, significaba un símbolo de vida y de fertilidad. Tenía una razón lógica, puesto que estos anfibios ponían miles de huevos cada uno y cuando el Nilo crecía se desbordaba de renacuajos. Un renacuajo, incluso, es el jeroglífico correspondiente al número cien mil.

  Era conocida como «la que hace respirar», ya que daba el soplo de vida al bebé recién nacido. A tales efectos le colocaba el anj  (☥, vida) ante la nariz. Asimismo, ayudó en la resurrección del dios Osiris (asesinado por Seth, el hermano), por lo que consideraban que también intervenía en el renacimiento de los difuntos.

  Se le rendía culto en la ciudad de Her-Wer y en el templo de Hatshepsut.

Anubis.

Dios con cuerpo de hombre y cabeza de chacal, conocido con muchos epítetos, entre ellos como «señor de las necrópolis». Era el que intervenía en la momificación y el que había inventado los ritos funerarios que le permitían al fallecido renacer.

  También tenía una explicación lógica, pues los chacales solían buscar comida en los cementerios y de ahí surgía la relación con la muerte.

  Originariamente fue adorado en la región de Assiut.

Khepri.

Una de las representaciones es la de un hombre con cabeza de escarabajo. El culto a Khepri era muy anterior a Ra, pero luego se adaptó y fue conocido como uno de los aspectos del poderoso dios: el recién salido sol del amanecer.

  Una vez más, observamos una relación lógica, pues el escarabajo pelotero suele empujar una bola de estiércol mucho más pesada que él y esto a los egipcios le sugería la imagen de un gigantesco escarabajo celestial que rodaba el sol en el firmamento. ¿Por qué esta bola simbolizaba al astro rey? Porque era redonda, desprendía calor y constituía una fuente de vida, pues escondidos dentro de ella se hallaban los huevos que eclosionaban pareciendo surgir de la nada.

  Más adelante se relacionó con la muerte y la resurrección. Creían que todas las noches Khepri moría, era desmembrado, enterrado y luego cada mañana renacía de nuevo como dios. De ahí que los amuletos de los escarabajos fuesen tan utilizados y encontrados en cantidades industriales en los sarcófagos.

3-El grifo.

Era una criatura con cabeza de águila, alas y cuerpo de león, que vivía en Oriente Próximo. Se decía que en el nido donde empollaba los huevos estos se mezclaban con grandes piedras de oro, pero que si alguien se acercaba para robarlas era implacable y no salía con vida.

Los investigadores creen que los antiguos hallaron restos fósiles de triceratops, cuyos picos son similares a los de las águilas y los cuerpos parecidos a los de los leones. Al no saber nada de dinosaurios lo relacionaron con los animales vivos que conocían.

[1] Zoolatría es adorar o rendirle culto a los animales.

[2] En el Antiguo Egipto la estela era una especie de tablón de anuncios.

[3] Tutankhamón. Vida y muerte de un rey niño, obra citada en la bibliografía, leer páginas 241 a 246.


BIBLIOGRAFÍA, HEMEROTECA Y VIDEOTECA.

1-Atlas ilustrado Antiguo Egipto. Arte, historia, civilización, Susaeta Ediciones, 2004, Madrid.

2-Historia National Geographic. Atlas Histórico. Mundo Antiguo. Egipto. Próximo Oriente. Grecia. Roma. Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2016, Barcelona.

3-El Antiguo Egipto y las civilizaciones mesopotámicas, Irene Cordón Solá i Segalés, EMSE EDAPP, S.L, 2016, Barcelona.

4-Dioses y mitos del Antiguo Egipto, de Robert A. Armour. Alianza Editorial, S.A, Madrid, 2014.

5-Mitos y leyendas del Antiguo Egipto, de Joyce Tyldesley. Austral, Barcelona, 2016.

6-Tutankhamón. Vida y muerte de un rey niño, de Christine El Mahdy. Ediciones Península, S.A, Barcelona, 2002.

7-Mummies. Myth and magic, de Christine El Mahdy. Thames and Hudson, España, 1995.

8-La maldición de Tutankamón. La historia de un rey egipcio, de Joyce Tyldesley. Editorial Planeta, S.A, Barcelona, 2012.

9-Revista Muy Historia Nº 62, abril/2015. Mitos y leyendas de todos los tiempos. G+J, 2015, Madrid.

10-Revista Historia y vida, Nº 594, 9/2017, Los egipcios y sus dioses. Cómo entendían lo terrenal a través de lo divino. Prisma Publicaciones 2002, 2017, Barcelona.

11- Revista Historia National Geographic, Nº 173, 7/2018, Los dioses animales de Egipto. Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2018, Barcelona.

12-Documental del Canal Historia: Criaturas mitológicas. Los secretos de la esfinge.

13-Documental de Discovery Max: La historia secreta de la esfinge.

14-Documentalia: Los misterios de la esfinge.

15- Tráiler de la película &list=PLTA7pwdJlriuduE6b011XQSw0CLtFokfH&index=5&t=59s">Edipo Rey, 1967, de Pier Paolo Pasolini: 

16- Para los amantes del Antiguo Egipto y de Cleopatra VII os dejo el material más extenso que utilicé al escribir La médium del periódico 4. El escarabajo del General Marco Antonio.

I- Bibliografía y hemeroteca: pulsad aquí.

II- Documentales: este es el link.

III- Los rostros de la Historia: aquí tenéis una reconstrucción de cómo se verían algunos personajes históricos, entre ellos Akenatón, Tutankamón y Nefertiti.


Escrito por DanielaCriadoNavarro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top