3. ACCIÓN DE GRACIAS | DYLAN

¿QUÍMICA IMPERFECTA?

Sólo espero que Dylan no diga una estupidez.

Que se vista decente.

Que no haga bromas.

Que no sea...Dylan.

Al carajo con las pretensiones, papá lo matará en cuanto se siente en la mesa y diga la primera locura. Sólo le he pedido a mi novio que se esfuerce por no ser tan... ¿tan él? Sí, creo que esa sería la palabra.

Esta noche vendrá a cenar a casa, he aprovechado la cena de Acción de Gracias para tener un motivo por el cual él pueda conocer a mi familia.

Quizá mamá entienda mejor a mi novio pero papá y Dylan son la antítesis en persona.

Creo que lo indicado sería corroborar ahora mismo que todo vaya en orden.

Observo mi aspecto en el espejo de cuerpo completo en mi habitación: llevo puesta una camiseta larga hasta por debajo de los glúteos color crema chispeada con pintitas de color morado. Más abajo unos jeans sin rasgar y unas Converse rosadas y blancas. Decente pero sin exagerar.

Me acomodo el cabello castaño claro sobre un hombro y tomo una foto a mi reflejo en el espejo. Acto seguido se la comparto por whatsapp a Dylan.

Él está en línea y en cuestión de segundos aparece escribiendo. Me muerdo el labio inferior y dejo escapar una risita al ver su respuesta:

Este lobo adolescente quiere morder su presa ahora. Grrrr.

Sé que es un idiota pero también sé que es cada una de sus idioteces lo que me hace amarlo.

¿Tú cómo vas? Le pregunto.

Me responde con una foto.

Antes de descargarla me resulta extraña en su vista previa, pero en cuanto se aclara, me pongo de todos los colores. Es un vídeo. Está haciendo twerking en bóxer frente al espejo de su habitación.

¡NOOO! Le digo.

¿Qué sucede? 😉

Papá te matará. ¿Aún no estás listo?

Siempre listo, bebé. En cinco minutos llego a tu casa.

Dylan, aún no te has vestido y tienes al menos siete minutos de trayecto en auto desde tu casa hasta la mía.

Shhh, no te compliques. O haré que seas tú quien sacuda sus pompas frente a este lobo hambriento.

Trata de vestirte decente. Al lobo lo dejamos para una ocasión que estemos a solas.

Envío la respuesta y guardo el móvil.

Me perfumo y salgo de la habitación. Debería rezar para que salga todo bien esta noche pero sé que ningún milagro de Acción de Gracias podrá hacer que la rigidez de mi padre se acomode a la flexibilidad extrema de Dylan.

Quizá estoy demasiado acostumbrada a que todo me salga mal.



Ding dong.

—¿Cariño?

Mamá se arrima desde la cocina. Estoy poniendo las cosas en la mesa y tras escuchar el timbre, corroboro la hora en mi reloj pulsera. Han pasado exactamente cinco minutos desde el último mensaje que envié a Dylan. Madre mía.

—¿Es él?

—Supongo—le respondo a mamá con el corazón en un puño.

"Acuérdate de respirar, Nat."

Eso quisiera, adorada voz de mi consciencia.

"Sólo no contengas el aire por demasiado tiempo."

¿Alguna sugerencia?

"Cuando te sientas mareada, corrobora que estés tirando el aire que se te atora en el pecho."

¡Gracias!

Me dirijo hasta la entrada y escucho la puerta de la sala del estudio de papá abrirse. El rechinar más terrorífico de toda la vida.

Y me impacta una imagen que me sorprende en cuanto recibo a la persona que acaba de llegar. No es que me asuste sino por el aspecto poco frecuente con el que presenta.

—P...pasa—digo a Dylan.

Lo observo de arriba abajo: Tiene el cabello negro desprolijo pero extrañamente se ve bien. Ha hecho el esfuerzo por peinarse lo cual es muy impropioen él y no llega a ser del todo ordenado. Su nariz respingada se ve demasiado pálida en un rostro reluciente. Tiene puesta una camisa blanca con un corbatín negro corrido hacia un costado. Esperaba un saco, pero sería mucho pedir, esa prenda se ha ausentado. Tiene unos pantalones negros de gabardina apenas planchados y zapatos de color marrón oscuro bien lustrados.

En sus manos, sostiene una caja de cartón dentro de una bolsa transparente con un moño color rosa en la parte superior.

—Te ves...formal—murmuro. En otra ocasión hubiese dicho "estás para comerte" pero la casa de mis padres hace de la situación algo mucho más pudoroso.

Él en cambio, me observa y dice:

—Tú no. Pero igual estás buenísima. Ah, ¡hola señora Erikson!

Mi corazón golpea con fuerza en mi pecho tras su halago fuera de lugar y la mención a mi madre. Miro a todas partes pero no la encuentro.

—Ajá, te sonrojaste. No te asustes—me dice y me pasa la caja—. Tarta de frutas para el postre. Por cierto, el olor a ese pavo glaseado es alucinante.

—Gracias. Mérito de mamá—señalo y llevo el paquete hasta la cocina. Dejo a Dylan atrás y me pregunto en qué momento aparecerá papá—. ¿Por qué no me acompañas a guardar esto?—señala.

Él me guiña un ojo y le envío un mensaje mental que por supuesto no le llegará nunca salvo por una mirada: "No ahora, tonto".

—Bien.

Va tras de mí y entro a la cocina donde está mamá con mi hermano menor preparando las cosas para la cena de hoy.

Ella parece incomodarse y mi hermano se pone rojo a punto de reventar.

—Cielo...—murmura mamá.

Peor que presentarle tu novio a tus padres es que tus padres te miren como si fueses un bicho raro de otra familia, de otra especie.

—Mamá... Él, él...

Mi novio estira la mano y se acerca a mi madre.

—Dylan, belleza. A simple vista juzgaría que es hermana de mi chica.

¿Belleza? ¿Hermana? ¿Mi chica?

Eso definitivamente es cavarse su propia tumba.

Mamá queda boquiabierta y mi hermano que estaba sirviendo agua en una garra, se da la vuelta y queda boquiabierto mientras el agua saliendo del grifo rebalsa la jarra.

—¡Él es un bromista profesional!—suelto una risotada fingida y tomo de un brazo a Dylan. Le clavo las uñas y sé que le hacen daño aún por encima de la camisa.

—¡Au!—se queja él.

—Cuéntale, Dylan, sobre tu canal en YouTube y tu amplia experiencia como humorista y actor.

Mi novio sonríe y quedo como boba escuchándole.



Llegué a Manhattan con trece años. Recuerdo que llovió todo el viaje. Anduve en el auto de papá mirando por la ventanilla la lluvia que empapaba los vidrios y mis lágrimas inundando mis ojos.

Al momento que el auto arribó en la puerta de casa, me dolía la garganta de tanto tragarme el llanto. De no poder contener el dolor en aquel tortuoso silencio.

El corazón me latía con fuerza en los peores momentos. Papá fingía no escucharme. Quizá por eso no protestó cuando le pedí ir en el asiento de atrás. De haber sido posible, jamás me hubiese marchado de Maine. Y no por una cuestión climática, al final de cuentas, es igual de húmedo.

El motivo fue otro. Fue distinto.

Aún recuerdo las vendas en mis brazos, el ardor en mi pecho, la falta de energía para caminar. Era un esqueleto que andaba, que aprendía a dar sus primeros pasos, un fantasma pálido con cortes en todas partes.



Aún no lo sé.

El vacío sigue ahí como un punto negro en mi cabeza.

Lo último que recuerdo fueron los gritos en mi vieja casa y mi primer impulso de escapar por la ventana y divagar.

Y divagar.

Y divagar.

No recuerdo por cuántos lugares anduve.

Sólo que era de noche, estaba muy oscuro y tenía miedo. Mucho miedo. Pero aún peor era continuar en esa casa.

Cuando el corazón se te parte en pedazos, empiezas a temer menos.

Cuando te han decepcionado lo suficiente, no esperas nada de las personas. Nada puede sorprenderte.

Te vuelves inmune a la crueldad de las personas. Lo concluí con mi vieja terapeuta: soy vegana y lo más probable es que se debe a una premisa que orienta mi vida desde los últimos años: Cuanto más conoces la crueldad de las personas, más amas a los animales.

Algunos comen pavo glaseado en Acción de Gracias, yo prefiero tarta de verduras con queso gratinado.

¿Por qué el alimento para perros y gatos no es con carne humana? Lo encuentro justo.

Sí, estoy enojada. Y lo voy a estar siempre. Quizá con la humanidad misma.

Y no, esto no lo concluí con mi terapeuta o quizá sí pero ella no lo sabe. Frente a su sillón del consultorio solía fingir que todo estaba excelente, que comía como lima nueva y que no me he vuelto a cortar.

Porque nunca me vio las piernas.

Y no es que un corte devenga porque busques llamar la atención, nada de eso, demonios. No es del orden del querer sino de lo posible. Cortarme era lo único que me hacía sentir algo y sacarme del aturdimiento de voces en mi cabeza.

Esa vieja casa debería ser alimento para animales.

O las personas que vivían en ella. Que viven, lamentablemente.

—¿Nat?

Mamá me espabila.

Tanto Dylan como mi hermanito y mi madre me están mirando fijo.

—Eh...Estaba divagando—les digo con una sonrisa fingida—. ¿Les estabas contando sobre tu carrera?—le pregunto a mi novio.

Él se acerca a mi lado nuevamente y asiente.

—Tu padre ya está en la mesa—explica mamá—. Pueden ir a sentarse, con Jace serviremos la comida.

—Oh...está bien—murmuro con un hilo de voz y el corazón se me encoje mientras nos dirigimos hasta el comedor donde papá ha de estar esperando.

De camino, Dylan se acerca a mi oído y me pregunta con honesta preocupación:

—¿Otra vez pensando en Los Días de Mierda?—pregunta.

Así le ha llamado él a mi pasado. A los años en que estuve fuera de esta casa. Dylan dice que fueron Los Días de Mierda, en cambio mi presente es Los Días de Hacerlo Mejor.

Tiene esos pequeños gestos que le dan algo de sentido a mi vida a punto de quebrarse.

—Huele delicioso.

Murmura papá mientras nos escucha llegar pero queda paralizado al verme con Dylan a mi lado.

No parce furioso, él sabía que mi novio vendría.

Pero no dice nada.

Seguro quiere matarme, lo va a echar, no querrá volver a verme.

—Papá...—murmuro buscando entrometerme en la tensión del momento—. Él es Dylan. Te hablé, te comenté que...pasaría la noche con...nosotros—le anuncio por si no se acuerda.

Él asiente y suelta una carcajada. Se pone de pie, deja la silla y abraza a mi novio.

Dylan ha quedado mirándome por encima de un hombro de papá que parece estarlo asfixiando y me mira con sus ojos grandes como platos.

Debí saber que papá reaccionaría de este modo.

Debí preverlo.

Su hija está mejor. Se está recuperando. Está creciendo. Y ahora trae su primer novio a casa.

Mi corazón se desencaja cuando papá se aparta de Dylan y lo veo llorar.

No llores papá, te lo ruego.

La última vez que lo vi así, le dijeron que yo iba a morir en cualquier momento y que ellos no podían hacer más nada.

Me abandonaron.

Me abandoné.

Estaban resignados.

Cada vez que me advertían que si vomitaba una vez más me moriría, no me afectaba. O sí. Pero en su momento no era algo que dependiera directamente de mí. Simplemente yo...no podía controlarlo más.

Quería vomitar.

Quería sacarlo.

Quería sacarlo de mí.

De encima de mí.

Quería morirme ahí.

Ya no podía gritar más fuerte.

Ya no podía doler más.

Sólo me quería morir.

Desde ese día, sólo he querido morirme...hasta que conocí a Dylan y todo empezó a tomar un poco, al menos, un poco de color...



—Ni un marcapasos te aceleraría el corazón—dijo el doctor Carsson.

Para ese entonces, creía que mi corazón había quedado perdido hace tiempo. A veces, imaginaba que podría partirme pecho huesudo y ver si ahí había algo más que aire.

A veces quería sacarme el aire que se me suele atorar en la garganta dejándome ahogada.

A veces quería romperme los huesos.

A veces quiero ver cómo es mi corazón desde afuera hacia adentro.

A veces me lo imagino como un pedazo de carne sin vida y con apenas un poco de sangre.

A veces quiero ver mi corazón y sentir pena por él. Perdóname por maltratarte pero no puedo controlarlo, esto es más fuerte que yo. Sólo quiero morirme.

Pero eso no sería posible.

En cuanto me intentase romper un hueso, las astillas me destrozarían por dentro y me volvería un esqueleto destrozado.

Un esqueleto.

Sólo eso.

En cierto momento podía ser un esqueleto que apenas andaba; ahora hay ocasiones en que quiero ser un esqueleto hecho pedazos, en otras me siento como un montón de huesos, de carne, de grasa y de sangre.

—Ven, vamos a ver a tu enemiga—dijo el doctor luego de revisarme la presión, las pupilas e indagando sobre mi periodo inexistente hace tiempo.

Un control de rutina. Sólo eso.

Mi enemiga, la balanza.

Cuando Bea me dijo que tocaba el control de rutina, todo se desmoronó porque sabía lo que vendría luego.

Bea, mi madre biológica.

Carmen es a quien le digo mamá pero ella es la esposa de mi padre. Mi padre biológico.



Nací en Maine. Cuando mis padres se divorciaron, papá se vino a vivir a Manhattan y en menos de cuarenta y ocho horas estábamos viviendo con el nuevo novio de mamá. Ellos siempre me lo negaron pero sé que ése fue el motivo del divorcio.

O mejor dicho, yo fui el motivo del divorcio.

Tenía sólo doceaños pero era capaz de darme cuenta que venía un amigo de mamá a casa en cuanto papá salía a trabajar, se encerraban en el cuarto y se iba luego de unas horas.

Le conté a papá.

Él le dio una oportunidad más a Bea quien no supo cumplir con su promesa.

Me amenazó para que no dijera nada.

Su novio también lo hizo.

A veces Bea me dejaba sola en casa con su novio y él traía a sus amigos. Se sacaban las zapatillas podridas y bebían cerveza en la sala mientras veían en la TV el partido de Softball.

Un día no lo soporté más.

El novio de Bea me mandó a que les preparara algo para comer mientras ellos hacían mierdas en la sala. Una vez me negué. Él me gritó.

Otra vez me negué.

Él me pegó. Me tomó del cuello y al contarle a mamá, no me creyó. Me obligó a no decirle nada a papá.

Pero la tercera vez que me negué a hacerle caso al novio de Bea, todo terminó muy mal.



—Lo siento, cariño—dice papá.

Tiene el cabello rubio oscuro y sus ojos verdes como los míos cubiertos de lágrimas.

Se vuelve a mí.

Se vuelve a mí y me abraza.

Hunde su nariz en mi pelo y llora contra mi hombro.

—Lo siento...—insiste.

Carmen llega con su hijo pequeño, Jace (técnicamente hablando, mi hermanastro) y se quedan petrificados al ver a papá destruido pidiéndome perdón.

Una vez.

Y otra.

Y otra.

—Lo siento, tanto.

Y otra más.



—¿Qué demonios crees que haces?

Mamá abrió la puerta de mi cuarto en Maine.

Papá recién salía camino a su trabajo.

Era el momento ideal.

Había tomado mi mochila y metido lo suficiente para sobrevivir unos días: barras de cereal, ropa interior, toallas femeninas, mi cepillo de dientes, pasta y dos camisetas.

Tenía todo perfectamente ideado excepto una cosa: frente al apuro de la situación, había olvidado echarle seguro a la puerta de mi habitación.

Mamá abrió la puerta y me encontró a punto de irme.

—Sigo esperando una respuesta, jovencita—. ¿Qué demonios crees que haces?



Y logré escaparme.

Logré hacerlo pero demasiado tarde.

Mis pies estaban descalzos, mis brazos estaban cortados, estaba tiritando del frío mientras andaba por las calles de Maine.

Era más de medianoche.

Llevaba horas andando, escondiéndome de todo el mundo, con las mangas de la camiseta demasiado largas, con el pelo grasiento y sin zapatos. Tenía doce años. Era cuanto podía haber hecho.

Sólo quería morirme.

Era delgada como un palillo, tenía la piel tirante y sensible, mi cabeza estaba impregnada de gritos, las piernas me dolían, las rodillas no me permitían seguir en pie. El corazón apenas me latía.

Y lo peor es que caminaba por la orilla del bosque sin rumbo preciso.

Sólo hacía frío.

Mucho frío.

Pero no me importaba.

Dolía menos que los recuerdos.

Una niña de doce años no debería vivir lo que a cualquier niña de doce años le podría ocurrir.

Nunca.

Jamás.

Nadie.



—¡Bien!

Carmen se seca una lágrima al dejar el pavo glaseado en la mesa y Jace deja dos fuentes con ensalada. Parece asustado o incómodo. Quizá no entiende mucho.

Él tiene once.

La edad que yo cuando Los Días de Mierda empezaron a prender fuego mi vida, anticipando su llegada.

Todos nos sentamos.

Dylan se sienta a mi lado y me presiona una mano por debajo de la mesa. Aunque no lo diga, sé qué me insinúa con su cálido tacto: Ya no estás sola. No más.

Le conté todo a Dylan después de un año que llevábamos saliendo. Esperaba que me eche de su vida, que me expulse para siempre, muchas otras chicas desean estar a su lado, muchas chicas que no tienen los rollos en su cabeza que yo. Sin embargo, sus palabras fueron precisas:

—Yo creo en ti, Nat.

Él creía en mí.

Él cree en mí.

Lo hace mucho más de lo que jamás podré hacerlo yo misma.

Y aquí está él: sigue conmigo. A mi lado.

—En verdad es un día para agradecer—afirma papá desde la punta de la mesa. Me mira a mí, luego a su esposa, a Jace y por último a Dylan haciendo saltar chispas invisibles. Seguramente ha preparado un interrogatorio, pero la angustia no le permite mencionar palabra.

Carmen lo ayuda:

—¿Así que te dedicas al Cine?—le pregunta a mi novio con una radiante sonrisa.



—Ni creas que te irás a ningún lado, pequeña zorra de mierda.

Bea me quitó la mochila y tiró todas las cosas en mi cara. Al suelo. Cayeron las barras de cereal y ella me miró con odio:

—¡Ah...! ¡¿Así que eras tú la que me estabas robando estas cosas?!

No contesté.

Sólo la miraba fijo. Con odio. Presionaba los puños sin siquiera ser consciente de ello.

El collar negro en mi cuello presionaba más de lo normal, quizá por la sangre en mis venas inflamadas.

—Escúchame una cosa: no puedes irte. ¿Estamos? Tienes doce años, Dios Santo. Pero si te sigues comportando así, seré yo quien te eche de esta casa, ¿estamos?

...

—¡¿Estamos?!

...

—Como sea. Ahora debo irme a mi clase de aerobic pero no puedes quedarte sola en casa. Vendrá Henri a cuidar de ti.

—Puedo hacerlo sola—me excusé.

—¿Te crees que soy idiota? Ya sé que puedes hacerlo. El problema es que vendrán los amigos de Henri y la cosa podría ponerse fea. Sólo cuida que no se lleven nada.

—¿Y cómo podría hacer eso yo?

—No importa cómo, tú sólo cuida que no lo hagan y me avisas.

No sirve que lo haga. Apuesto que si sucede, le llamo y me atiende, me culpará a mí de haberlo hecho. No me creyó cuando le dije que Henri me golpeó y me tomó de cuello.

—Descuelgas el teléfono de la cocina y me llamas. ¿Estamos?—insistió ella pero ya sabía que no iba a tener respuesta de mi parte.

Luego de esto, mamá me echó de mi habitación "por precaución" y le puso llave.

—Me llevo esto. Estás castigada, no podrás volver a entrar ahí—me dijo—. Al menos, hasta que yo venga.

Cuando fui hasta la cocina, me lo encontré en la sala. Al verme, sonrió pero lo ignoré.

Mamá se marchó.

Yo coloqué unos cuadernos en la mesa y me puse los auriculares del reproductor de música para anularme de todo.

Los amigos de Henri aún no llegaban.

Mientras veía de qué se trataba la tarea, una sombra se cernió sobre mi cuaderno y todo se volvió oscuro.

Muy oscuro.


—¿Entonces por un vídeo donde te pillan cantando Wanna Be de las SpiceGirls conseguiste el protagónico de una serie para la web?—pregunta Carmen a Dylan.

—Es asombroso—papá interviene—. Yo creía que eso de Internet no trae nada bueno, en absoluto.

—Pues...sin eso, apuesto que jamás hubiese podido conocer a su pequeña Nat.

Dylan me guiña un ojo y le pateo con poca fuerza en la espinilla.

—¿Y cómo es eso?—pregunta Jace—. Me interesa conocer a Eleven, le he escrito por Instagram y a todo Netflix pero no me dan respuestas. Sólo quiero conocerla una vez. ¿Vieron eso que hacen los famosos de juntarse a cenar o beber café con pastelillos de canela?

—¿Eleven? ¿Stranger Things? —pregunta Dylan.

—Eres muy pequeño—le digo—. Sólo tienes once años.

A los trece, ya había estado a punto de morirme tres veces.

Me incomodo luego de soltar la palabra "once" y papá se ahoga.

Dylan interviene:

—Creo que podría hacer algo—están justo frente a frente en la mesa. Jace parece entusiasmarse a tal punto de salir disparado de su silla en cualquier momento.

—¡¿BROMEAS?!—le suelta.

—Nop. Conozco a dos de los niños que trabajan para esa serie. Una vez compartí una noche de premios con esa niña, es mucho menos perturbadora en persona. En verdad lo digo.

—¿Y no le sangra la nariz en persona?—pregunta mamá.

Carmen ve las series con Jace. Creo que corrobora qué cosas ve antes que su hijo lo haga.

Jace la fulmina con la mirada.

—No pero tengo un kétchup con la cara de esa niña—responde Dylan y todos lo miramos consternados. Sobre todo mi hermanito por haberle roto todas las ilusiones respecto del amor de su vida.

—Creo que no quería saber eso—murmura.

—Nos estabas contando que tú y Natali se conocieron gracias a Internet—anuncia Carmen en una clara intervención para que la cosa no se ponga fea o Jace estalle de odio por la imagen mental de su amor platónico sacando kétchup por la nariz.

De todas formas, estoy segura que él se fija en ella porque es una actriz asombrosa y con un futuro promisorio.

La clase de futuro que ningún chico hoy puede tener.

Precisamente el futuro es la cosa más incierta y horrible que hay. ¿Cuántas veces hemos pensado en que sería bueno vivir el aquí y ahora? Pero luego tenemos que pensar qué será de nuestras vidas en un año más y los planes se nos escurren de los dedos.

A algunos pocos, los planes a futuro se nos parten en mil pedazos en un día que lo peor llega.

Que simplemente ocurre.

Y no lo esperas.

Quisiera que esos recuerdos se fueran.

Que Henri desaparezca de mi cabeza.

Pero no puedo.

Nunca podré.

Nunca aprenderé a vivir con ello.



—Santo cielo...

No podía parar de sangrar.

Bea estaba alucinada viéndome esa noche doblada en la silla frente a la mesa del comedor mientras cenábamos.

Papá me observaba también consternado.

—¿Qué ha pasado?

—El periodo. Ya sabes, cariño, a todas no nos viene del mismo modo.

En ese momento quería escupirle a mamá por hipócrita y gritarle a papá todas las verdades pero no podía.

Mamá me lo prohibía.

Pero tampoco creía cuando le decía lo que ocurría cada vez que debía quedarme con su novio.

Y ahí empezó lo peor.

El Primer Día de Mierda: cuanto todo se prendió fuego. Cuando Henri hizo lo peor.

El Segundo Día de Mierda: le conté a papá que un hombre entraba a casa en cuanto él se iba.

El Tercer Día de Mierda: mamá me castigó tomándole fotos a mi cama con sangre. Me quitó el móvil. Amenazó con compartir la foto desde mis usuarios si no me retractaba con papá.

El Cuarto Día de Mierda: Papá se fue. Le pedí que me lleve con él.

El Quinto Día de Mierda: Mamá denunció a papá por haberme llevado con él. Un juez dispuso que vuelva a la vieja casa y puso una restricción contra mi padre.

El Sexto Día de Mierda: Estuve encerrada en mi habitación. No comí nada. Mamá no me dejaba hacerlo y nacían en mí las terribles ganas de evitarlo.

El Séptimo Día de Mierda: Seguía encerrada.

El Octavo Día de Mierda: Papá vino a verme con la policía. Consiguió llevarme con él. Me encontraron desvalida en la habitación, sucia, con sangre entre las piernas y con pequeños tajos en mis antebrazos y mis piernas.

El Noveno Día de Mierda: Mamá sería detenida pero el juez dispuso que no. Fui a parar a una institución psiquiátrica para chicas que se intentan suicidar.

El Décimo Día de Mierda: Todas ahí se querían morir. Yo no quería estar ahí. No quería estar con mamá. Ni podía estar con papá ("Te prometo cariño que en cuanto las cosas se aclaren, podré llevarte conmigo, haré todo lo posible porque así sea"). No quería estar en ningún lado. No quería estar, simplemente.

El Onceavo Día de Mierda: Seguía con la comida inyectada por vía intravenosa.

El Doceavo Día de Mierda: Accedí a almorzar y a cenar. Me desconectaron por la noche. Vomité todo. Escapé de ahí.

El Treceavo Día de Mierda a la noche: Anduve toda la noche en la calle con lo único que tenía puesto al momento que me levanté de la cama y me escabullí entre los pasillos hasta desaparecer.

El Treceavo Día de Mierda a la madrugada: Sentía frío. No tenía dónde ir. Estaba cortada, vacía, descalza, sin hambre, sin energía, agotada, adolorida, vacía, perdida, enferma, loca, puta, sucia, con frío, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía, vacía.

Vacía.



—Entonces, ¿te gustó la cena?

Pregunta papá a Dylan mientras permanecía abrazado a Carmen.

Mi novio está más que satisfecho con la comida. Lo conozco hace casi año y medio, sé que es un glotón y que el pavo glaseado de Acción de Gracias es una de sus comidas preferidas. Me invitó a comer eso la primera noche que nos conocimos, hace dos años atrás.

Fue en un meet and greet en el que participé, organizado por él, en un comedor para gente de bajos recursos. Convocó a colaborar y le dejé un mensaje esa noche:

Dylan,

Sé que es muy probable que no veas este mensaje ya que mucha gente ha de estarte escribiendo esta noche.

Quieres que todos tus seguidores te ayudemos a ayudar a los más carenciados en la noche de Acción de Gracias y no tienes una idea cuánto coincido con tu propuesta.

Quisiera colaborar. En verdad, ojalá pudieras imaginar lo que quisiera colaborar en lo que haces. Es maravilloso. Conozco la institución en la que participas, es admirable lo que hacen: reciben chicos que no tienen dónde ir por su condición sexual o porque sus familias los echaron de casa por el motivo que sea. Los reciben, les dan comida, techo y proponen trabajo.

En Noche de Acción de Gracias quisiera estar contigo ahí.

Y sé que ese particular meet and greet para compartir con gente que ha sido marginada por su propia familia, será maravilloso. Marcará un Antes y un Después. Hará que todos los que son famosos empiecen a hacer lo mismo bajo la única condición de realizar una donación.

Yo pretendo ayudar pero no podría hacerlo de un modo materialmente valioso. Mis recursos no son buenos en lo económico, pese a que ahora mismo tengo una casa donde vivir y una familia que me puede recibir pero quiero que sepas que no siempre la tuve y sé lo que es divagar en la calle, sé lo que es el frío, el miedo, estar con la guardia en alto, sentirte desprotegida, abandonada, sé cómo se siente cuando te dejan por fuera, cuando los que más deberían amarte no te creen, te hacen daño, te lastiman.

Sé lo que es sentirte como mierda y quedar en la calle.

Por eso te pido que en la noche de Acción de Gracias me permitas ayudarte.

Quiero hacerlo.

Aunque no pueda conocerte ni estar a tu lado. Aunque haya muchas fanáticas locas queriendo hacer estupideces. Nada de eso me importa. Tampoco tu número o lo que fuere.

Sólo que me dejes ser parte de ese gran Acto de Amor que llevarás a cabo.

Compartir con otros chicos de mi edad, de la tuya, chicos como nosotros que no fueron aceptados, que no han sido amados. ¡El mundo está muy loco! Te premian si matas a alguien, te echan si amas a otro, te tachan de mentirosa cuando tu novio o algún hombre te viola. El mundo está tan loco que mi computadora me marca error si escribo la palabra "viola" en esta carta.

No te creen.

No nos creen.

No nos creen cuando nos emborrachan en una noche que queremos salir.

No nos creen cuando tenemos que hacer malabares para protegernos con nuestras amigas para que nadie pueda hacernos daño.

No nos creen cuando nos drogan y luego despertamos sangrando. Si es que despertamos.

No nos creen cuando amamos a alguien del mismo sexo o del sexo opuesto. ¡Todo es un asco!

No nos creen cuando nos cortamos y dicen que llamamos la atención.

No nos creen.

Pero tú sí lo haces.

Tú apuestas a ello. Apuestas a alojarnos, a darnos un lugar, tú haces algo grandioso.

Porque una muestra de amor en este mundo indiferente es una hazaña.

Quisiera ser más como tú pero no puedo.

Por mi egoísmo.

Porque muchos somos egoístas.

Y quisiera aprender a abrazar a un desconocido y confiar en él.

El egoísmo está sobrevalorado. Tendríamos que aprender a amar mejor.

¿Alguien podría enseñarnos a morir menos?

Con cariño,

Nat.



+info en instagram.com/holaluisavila

(Sé que faltan 10 días para acción de gracias pero ya saben cómo soy xD)

Próx. Cap.: Muerte de C.S. LEWIS 

¿QUIÉN CREES QUE SERÁ NUESTRO PRÓX. CRUSH?






Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top