Capítulo 74

—"Debo estar loca por siquiera considerarlo, de seguro me veo tan patética que me confundirá con una vagabunda." —Pensó la ex Bestia avanzando hasta el porche de la casa sintiendo con cada pisada como se formaba un nudo dentro de su garganta. —"Detente, Rachel. Sólo una perdedora volvería con su madre luego de una derrota." —Se decía intentando persuadir lo que estaba por hacer, pero ya no había marcha atrás y sin importar los métodos que su mente usara para detenerla, Rachel tocó la puerta esperando alguna respuesta. Nadie atendía al llamado, la mujer sintió una sensación curiosa en su espalda pero decidió ignorarla volviendo a tocar la puerta, otra vez no hubo cambios.

No había nadie en esa casa, todo el vecindario permanecía con las luces apagadas y adornado por el sonido de la lluvia golpeando el asfalto. Esa era de las últimas lluvias que habría en esa temporada antes del cambio de estación, y quizá esa llovizna en particular iba cargada con más melancolía que ninguna otra en la historia de la humanidad. —"No se que era lo que esperaba, al menos me hubiera gustado despedirme antes de lo que iba a hacer." —Tras un lastimero suspiro final, Rachel dió media vuelta notando en la entrada del jardín a la mujer que le dió la vida y cuidó con todo el cariño del mundo, su rostro estaba notoriamente cansado por las altas jornadas de trabajo, pero sus ojos estaban agigantados por verla en la entrada de su casa. —¿Rachel? ¿Hija, de verdad eres tú? —La mujer se quedó paralizada por tener a escasos metros al fantasma viviente de su hija, quien no cambió de posición debido al shock de tener en su mirada a su madre nuevamente. —¡Mamá...! —Doloroso fue para la ex campeona cuando al intentar acercarse a su progenitora, está última retrocedió con cierto temor hacia su hija rompiendo el corazón de la mujercita que concluyó con la antigua bestia tirada de rodillas hecha un mal de lágrimas ante el dolor de saber como hasta su propia madre le tenía miedo al ver en el monstruo en que se había convertido. Nadie hubiera dado crédito a lo que pasaba afuera de esa casa, todo el veneno dentro de Rachel la estaba quemando viva desde su interior y no era capaz de liberarlo sin hacerse daño.

La oscuridad que consumía lentamente a la antigua boxeadora se fue alejando al sentir el tacto de los brazos de su madre acariciando su espalda para continuar con un abrazo maternal que reconfortaba todo el dolor que sentía la mujer. —Hija... Me alegra que hayas vuelto; te amo. —Esas palabras desataron aún más las lágrimas contenidas en Rachel Williams, quien era incapaz de detenerse o si quiera pronunciar palabra alguna. Las palmas de la madre sostuvieron con cuidado el rostro demacrado de su hija para que sus ojos se encontrasen en una escena tan conmovedora para la jóven que hizo al tiempo detenerse dejándola ver una luz de piedad que tenía tiempo sin volver a ver. —Hija, ponte de pie no te voy a dejar aquí en el suelo... No volverás a estar sola, mi amor. —Poco a poco la mujer levantó a su niña entre sus brazos mientras la llevaba dentro de la casa, para Rachel los recuerdos de esa noche con su madre eran una ida y vuelta de destellos borrosos. Y aún así, algo que nunca podría borrar de su memoria fue ver el brillante sol de una nueva estación despejando el cielo dejando un clima cálido sin ser sofocante; esa mañana, Rachel se levantó de su antigua cama en la que dormitaba cuando era infante.

—Rachel, puedes venir aquí un momento? —Gritó la señora Williams desde algún lado llamando la habitación de su hija; Ray se levantó con complicaciones sintiendo mucho dolor en todo su cuerpo, pues ahora que la Bestia estaba muerta Rachel estaba condenada a ser una mortal más. —¿Qué pasa? —Respondió con timidez encontrando a su madre en el baño sosteniendo un par de tijeras y un botecito ante sus ojos. —Bueno... Entre todo lo que dijiste ayer es que la gente te odia por todo lo que hiciste cuando eras boxeadora. Así que pensé que esto podría ayudar a que la gente no te reconozca. —Todo pasaba muy rápido, incluso para Rachel. De un segundo a otro se encontraba frente al espejo del baño en el que todas las mañanas se arreglaba para ir al colegio y que ahora sin embargo contemplaba su larga y clara cabellera al ser cortada cayendo al suelo de la misma forma que lo hacían sus lágrimas. Con cada mechón de pelo que era cortado, un nuevo recuerdo surgía en su cabeza: sus salidas junto a su amiga Alejandra para ir a conciertos, sus primeros años como peleadora cuando iba a curarse las heridas en casa de su madre, la primera cita con Anthony, el día que ganó su primer pelea, la masacre a Jessica Martinez, la muerte de esos ladrones de drogas, todo convergía en su mente al mismo tiempo abrumando sus sentidos hasta que nuevamente la suave voz de su madre fue a su alivio. —Ray, quiero que hagas algo por mí. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te lo diga, está bien hija? —Con un gentil beso sobre su frente la señora Williams empezó a vertir el interior de la caja de tinte sobre la cabeza de Rachel pasando sus manos con delicadeza por todo su pelo hasta cubrirlo por completo.

El proceso fue extraño, los dedos de la mujer acariciando la cabeza de su niña generaban cosquillas en Rachel, esas risas sinceras que hacía tiempo no expresaba se sentían como un nuevo aliento para la ex boxeadora. Y cuando la madre termino de aplicar el bote de tinte sobre su hija, Rachel volvió a abrir los ojos encontrándose con una nueva persona frente al espejo, su brillante cabellera clara que ondeaba sobre el cuadrilátero a la hora de pelear, se había convertido en un corto peinado teñido de blanco para esconder el rastro de muerte que dejó su alter ego en una vida pasada. —Rachel, ya no tendrás que ser La Bestia nunca más... No volveré a dejarte sola, hija.

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