Capítulo 22
—Ya viste de que es capaz tu rival. En el siguiente round quiero que no la dejes alejarse de ti. Sus golpes necesitan de distancia para que hagan daño así que ten cuidado cuando te acerques. —Decía la entrenadora de la campeona secando la cabeza de Yadira. Está última asintió a las interacciones saliendo de la esquina para rumbo al segundo asalto.
—Lo estás haciendo bien, no bajes el ritmo de ataque y mueve más las piernas. Deja que se acerque y dale un contragolpe. —Igualmente, Jessy subió su guardia y empezó a caminar con la fluidez de un río esquivando los golpes al instante en que la campana sonaba. Las cosas se tornaban más complejas para la retadora, Yadira ya no le prestaba atención a los jabs que caían en su rostro, ella avanzaba cómo un animal usando sus ganchos tal si fueran los colmillos de una loba. —"Aumentó su velocidad, a este paso será imposible asestar mi contragolpe." —Los pensamientos de la mujer se vieron interrumpidos por un upper cut que tuvo que ser esquivado de manera sobre humana por Jess. Era una imágen tan impresionante que ningún espectador podía creerlo: Jessy dobló tanto el cuerpo hacia atrás casi tocando el suelo con su espalda para enseguida regresar de un salto explosivo sobre Yadira apuntando a su cabeza con un golpe volado. —"¡Mierda! Esto va a doler..." —La campeona salió volando hasta el otro lado del ring por el impacto cayendo por primera vez en la pelela.
Nadie en el público se atrevía a decir una sola palabra, era la primera vez en toda la carrera de Yadira que caía tras un golpe. Rápidamente el árbitro mandó a Jess a su esquina iniciando el conteo sobre la campeona. —"Me confíe, que idiota fuí. Pero una caída no va a parar la pelea... No después de todo lo he pasado."
Hace mucho tiempo en una zona rural de Afganistán, una pequeña niña envuelta en una vieja gabardina café corría de un lado a otro con una gran sonrisa. No había pasado mucho luego de un conflicto armado en la región y aún eran visibles los restos carbonizados de equipo militar usado en ese lugar. —Yadira, hija ya te dije que no salgas. Ven y ayúdame a preparar la comida. —La vida no era nada sido fácil para ellas pero de algún modo la mujer encontraba fuerzas para seguir adelante gracias a la sonrisa de su hija. Cada tarde, luego de ayudar a su madre con las labores del hogar, Yadira se escapaba de casa para ir a escondidas donde su abuelo, un hombre cansado por los años que daba clases de boxeo a los varones de la comunidad aunque siempre despreciando a su nieta impidiendo que esta pudiera unirse a los entrenamientos así que la ingeniosa niña observaba las clases a través de un agujero en las ventanas. Esta niña había nacido con un talento especial, una memoria muscular y fotográfica que la volvían el lienzo perfecto para aprender cualquier deporte.
Y así, la niña creció hasta volverse una adolescente problematica que ya había dominado todas las técnicas que su abuelo enseñaba en su humilde gimnasio. Incluso fue a retar a retar a los alumnos de su abuelo a un combate, por supuesto que todo el mundo se rió de ella al tener la osadía de ir ahí a pedir un sparring contra algún futuro boxeador. —No digas estupideces, niña; vete a casa ya... —El regaño del anciano fue súbitamente frenado cuando Yadira dejó caer el suelo la túnica marrón con la que solía cubrirse todo el tiempo dejando ver sus mano vendadas y en guardía lista para pelear.
—Yo pelearé con ella, no tardaré mucho así que acabemos con esto. —Un sujeto corpulento y de aspecto intimidante dejó a un lado el saco de boxeo para subir al austero ring del gimnasio colocándose ambos guantes e invitando a la novata para hacer una demostración. —Si el gorila sudado es el único con bolas, entonces pelearé con él. —Nadie podía controlar la boca afilada de Yadira, ella también se puso un par de guantes que tomó prestados en el lugar y subió al ring. El abuelo sería árbitro en este encuentro, no era concebible para este viejo que una señorita frágil como el veía a su nieta pudiera tener oportunidad contra uno de sus mejores peleadores que se perfilaba a ser un futuro boxeador profesional. —La pelea solo durará un round de un minuto así que denlo todo... A pelear.
La sentencia comenzó, aquél prospecto al que el abuelo le ponía todas sus esperanzas fue noqueado a los 10 segundos en que inició el encuentro. Nadie podía creerlo, Yadira se movió de una forma tan extravagante que era impredecible como poco. —¡Bah! Si esto es todo lo que tienes en tu gimnasio; entonces tienes razón, no pertenezco aquí. La muchacha bajó del ring entre las bocas abiertas de los espectadores, se marchó sin que nadie la detuviera ya que cada boxeador presente pensaba lo mismo: —"Es una genio."
—El tiempo avanzó con naturalidad, la guerra volvió a la vida de madre e hija así que planearon cómo marcharse de esa zona rural con intención de llegar a tierras europeas para empezar una nueva vida. Sin embargo, un grupo de militares armados atacaron durante la madrugada a la pequeña comunidad donde Yadira vivía. Todos murieron a manos de los extremistas, la jóven fue la única superviviente de esa masacre humana. La madre encerró a su hija en casa entregándose como sacrificio para los hombres armados siendo tomada como rehén y esclava hasta que las fuerzas armadas de un país aliado llegó a terminar con la dinastía de terror que los militantes causaron. Aunque ya era tarde, Yadira había visto en primera fila el horror de la guerra y como su madre era abusada sin que ella pudiera ayudar por estar encerrada en un sótano hasta el final de la guerra. A sus 18 años, Yadira fue llevada como refugiada a Estados Unidos dónde conoció a una amable mujer dueña de un gimnasio de boxeo que la acogió cómo su hija y alumna, dicha entrenadora se encargó de pulir al diamante en bruto que era la jovencita quien se ganó una gran fama por pelear con odio como si cazara a todos los malnacidos que le arrebataron a su madre lo que con el tiempo le valió el apodo de "La Loba Afgana."
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