𑁯࣭࣭✩̷ Carilla III

Formato: OneShot.
Criatura: Hada.

➡️ Gisgli.

(***)

Era oficial: la Reina Amelia había muerto.

Y aunque las causas de su muerte aún no habían sido reveladas —y tampoco lo serían pronto—, absolutamente todos y cada uno de los habitantes de S. habían empezado a lamentarse y a llorar la muerte de aquella mujer. Las hadas mayores lloraba en silencio de sólo pensar que su amada reina no estaba para darle alegría al reino, las hadas menores ya no jugaban en las calles a las canicas y todos esos otros juegos, y las calles lucían tan tristes como el mismo ambiente que emanaba todo el reino.

Y de solo pensar que así reaccionaban los ajenos a la muerte de la dama, imaginar el estado emocional y psicológico de los miembros de la Familia Real luego de pasar este trágico hecho, era simplemente difícil de hacer; porque sólo eso se podía hacer: imaginar, imaginar e imaginar un poco más. Tras la muerte de la Reina Amelia ningún miembro de la Familia Real había dado indicios o alguna señal de que siguiera respiraban todavía.

Todos se habían encerrado. Especialmente el Rey y el Príncipe.

Nadie supo de ellos por un buen tiempo, al menos en lo que iba de tres o seis meses. Los sirvientes no daban información alguna sobre el estado de la familia, y mucho menos los demás podían permitirse si quiera intentar descubrirlo por su cuenta.

Con la ausencia del Rey y otros familiares, las consecuencias del descuido hacia el reino empezaron a emerger con el pasar de los tiempos de manera lenta, pero poco a poco cada vez más notoria. S. daba indicios de entrar en una situación precaria y lamentable en poco tan tiempo, en una situación donde absolutamente todo sería una pesadilla misma. Habría hambre, enfermedad, caos, pobreza, muerte...

Pero nadie quería eso, claramente. Vivir tan sólo con la mínima idea de que en cualquier momento el mundo a tu alrededor podría transformarse en un mundo de hambruna, destrucción y muerte por doquier, era ya de por sí horrible para la gente de S., por lo que decidieron hacerse escuchar.

Decenas de cartas llegaban a diario a la oficina del Rey, quien simplemente parecía ignorar todo para continuar en su labor de ocultarse de absolutamente todo el mundo. Ignoraba todo, y muchos rumores decían que ni siquiera leí los mensajes que sus seguidores le enviaban. O al menos así hasta que una carta llegó personalmente a sus manos en forma de amenaza, de advertencia.

«...o tendremos que notificar a la Corte Blanca su reciente descuido  hacia sus deberes como gobernante de S., su Alteza. Y créame cuando le digo que ninguno de nosotros le gustaría perder a alguien más de la Familia Jung».

Aquella carta parecía haber sido el empuje gusto y necesario para que el Rey despertara y tomara de nuevo las riendas de su papel como líder de S., haciendo innecesaria de la idea de notificar a la Corte Blanca más allá del riesgo de que la Familia Jung podría perder cualquier papel importante o demás.

Tras el Rey retomar sus labores y deberes —y obviamente haberse disculpado por descuidarlos—, las cosas parecieron mejorar. Y aunque las cosas no habían vuelto a la normalidad, el color parecía volver a pintar con su brocha el ambiente de la ciudad.

Aunque puede que lo hacía hasta incluso de manera literal.

Los niños volvían jugar entre sí incluso cuando la lluvia caía a montones sobre ellos, los adultos pasaron la etapa y continuaron sonriendo. Sin duda, todo había cambiado e incluso volvía un poquito a la normalidad, aparentemente.

Aparentemente.

Todos creían que volvía a ser el reino de antes, hasta que el primer homicidio en siglos hizo acto de presencia. Las víctimas habían sido tres Hadas de Tierra, no pasarían de tener dos o tres años de haber sido creadas y fueron encontradas brutalmente asesinadas en la Fuente de las Cuatro Razas. Sus pequeños cuerpos habían sido golpeados, quemados y apuñalados hasta el punto de dejarlas —además de irreconocibles para sus familiares — destrozadas y como unas muñecas de trapo viejo. Les habían arrancado las alas de su cuerpo, así como también les habían cosido los ojos y abierto sus estómagos de par en par, dejando a perfecta vista el panorama de sus intestinos y sangre caerse de las enormes y profundas heridas. Los cuerpos yacían exhibidos en la estatua del Ángel mientras una mensaje grabado en fuego relucía en el suelo a los pies de la fuente.

«...y de la irtaer gensra al coupre, ance le da el rolf de».

Nadie logró entender el mensaje. Y como era de esperarse, el miedo empezó a comerse de a poco a la gente, por dentro, y lento.

*°*

—Hagan rondas, y busquen cuánto antes a Kim Namjoon—escuchó a su padre ordenar tras la puerta que daba a su despacho. Acercó la oreja un poco más la superficie—. Eviten asustar a las hadas más de lo que ya están, y que nadie responda pregunta alguna, ¿se entendió?

—Entendido, mi Señor—respondió alguien a los pocos segundos. «Kim Seokjin».

—Y quiero a Jeon Jungkook encargado de la seguridad de mi hijo—agregó a sus órdenes—. No quiero que lo deje solo ni un segundo; de ser necesario, pongan un cama extra en el cuarto de mi hijo.

Hoseok frunció el ceño, sintiéndose sinceramente molesto ante la idea de tener a alguien cuidándolo de arriba a abajo. Y no porque se creyera lo suficientemente grande y seguro en sus poderes como para cuidar de sí mismo, porque ni al caso; a duras penas lograba manejar lo básico de sus poderes sin estar a punto de incendiar algo. Y aunque las clases intensivas que su padre le hacía tomar estaban ahí, desde la muerte de su madre era más difícil controlar sus poderes. Su maestro decía que sus emociones estaban más desordenadas que antes, y que él no sabía cómo transformarlas en una energía estable que pudiese usar a su favor.

Y quizás era cierto.

Pero ese no era el punto, sino que Hoseok no quería un guardaespaldas que estuviese pegado a él como garrapata. No lo quería cuando bien sabía que este bien podría estar ayudando en la investigación del homicidio de las tres hadas, además de que podría estar patrullando S. junto con los demás. Tener al guardaespaldas a su lado era absolutamente ridículo, pues él no salía del castillo, y el castillo de por sí tenía guardias por todos sus rincones. 

¡Es un gasto rídiculo e innecesario!

—Disculpe, mi Señor, pero Jeon Jungkook aún no está apto para tomar una responsabilidad de ese calibre. El Joven Jeon es estudiante de la Academ...

—Pero es el mejor de su generación, ¿o he escuchado mal?—interrumpió el mayor, Hoseok casi pudo imaginarse a su padre con una ceja alzada y los brazos cruzados por sobre su pecho.

No hubo respuesta alguna.

—Quiero a ese muchacho al cuidado de mi hijo, que sea lo más pronto posible—ahogó una maldición tras escuchar a su padre afirmar aquello.

—Entendido, ahora mismo mandaré a unos hombres a buscar al joven Jeon—respondió Kim Seokjin con voz monótona, sin mayor expresión que unos pequeños tintes de cansancio que a duras penas eran perceptibles.

—Perfecto. Eso era todo.

Despegó su oreja de la puerta y miró con una seria mueca de molestia la superficie de la misma, como si esta fuese su madre o fuese a darle una solución al disgusto que implicaría tener un guardaespalda.

Bajó la mirada hasta la palma de sus manos, ahí donde unos pequeños hilillos de color oro corrieron por sus venas hasta perderse en las llema de sus dedos. Recordó los momentos donde su poder había salido de control por pequeños momentos, logrando herir muchas veces a una o más personas en su camino, quemando a veces pequeñas partes de los lugares donde practicaba.

Por más que intentara, no podía controlar su poder. Eso lo volvía peligroso. Y al ser peligroso, no podía usarlo.

«Y si no puedo usarlo, no puedo protegerme ni a mí mismo»

El guardeespalda no era una opción.

Aunque seguía siendo ridículo.

Hoseok soltó un suspiro pesado y giró sus pies con la intención de irse a otro lado, pensando que la conversación de su padre con el Jefe de la Guardia Encantada había terminado.

—Mi Señor...—la voz de Kim Seokjin le sorprendió. Se acercó rápidamente a la puerta, intentando oír lo siguiente que se diría.

—¿Falta algo, Seokjin?—cuestionó su padre. No hubo respuesta—. ¿Entonces?

—Me preguntaba...—empezó diciendo; su voz se escuchó algo dudosa—. ¿Qué haremos con la Corte Blanca y la hadas del reino? La Corte Blanca está esperando un informe sobre el fallecimiento de la reina Amelia, y nuestra gente cada vez se pregunta más sobre qué sucedió con esta—explicó, soltando cada palabra con cuidadosa lentitud.

—¿Que qué haremos?—preguntó en respuesta—. Del informe me encargó yo, tú haz tu trabajo y aleja a toda hada curiosa que busque saber cómo murió mi esposa. Eso no les concierne a ninguno de ellos—escupió con notorio odio en cada una de sus palabras.

Era de esos odios en forma de virus que entraban al huésped, y en cuestión de tiempo visten a todas las células y emociones de aquel que lo alberga, transformándolo en un ser casi completamente diferente e irreconocible. De esos virus que se esconde bien, que no da señales de estar presente sino hasta que lo ves con tus propios ojos, haciendo de las suyas en el cuerpo de su huésped. Manejándolo como un muñeco.

Y Hoseok se preguntó en qué momento aquel virus había llenado el ser de su padre.

*°*

«Eso no les concierne a  ninguno de ellos»

A pesar de que ya habían pasado unos pocos días desde que había oído la corta conversación de su padre con Kim Seokjin, y ya tenía a aquel guardeespalda sobre sí, las palabras de su progenitor seguían grabadas en su cabeza como si fuese una marca hecha a fuego.

Nunca había escuchado a su padre usar aquel tono y sentimiento para referirse a su gente, a aquellos que habían estado en cada momento y que, prácticamente, eran la razón del por qué estaba ahí ahora mismo. Siempre le había escuchado alegre y amoroso, simpático y risueño cuando de hablar con o sobre su gente se trataba; pero ahora...

«¿Por qué el odio estaba presente?»  Se preguntó.

Hoseok soltó un suspiro pesado, mirando los hilillos dorados que recorrían toda su mano, como pequeños gusanitos que hacían carreras para ver quién llegaba primero a la punta de sus dedos. Evito recordar el poco manejo que tenía sobre sus poderes.

En su lugar alzó la mirada hacia al extenso jardín con el que contaba el jardín, notando el extenso repertorio de plantas y pequeños animalillos inofensivos que habían allí. Acomodó la capa sobre sus hombros y quitó la capucha de su cabeza, empezando a caminar hacia una pequeña sección del jardín que estaba dedicada a un par de flores mundanas que JiEun había logrado encontrar hace un par de semanas. No sabía su nombre, pero la flor le parecía de lo más cuchi; tenia pétalos blancos y un centro amarillo, dando así una pequeña imagen pura e inocente; aunque también alegre.

Sonrió, agachándose para acariciar los pétalos de la flor con cuidado, temiendo que incluso aquel gesto, pudiese lastimarla.

«Tan pequeña, delicada y...»

—¡Buh!—aquel grito repentino hizo a su cuerpo perder la estabilidad y cayó de golpe contra el suelo a su izquierda, un grito salió de sus labios. Poco segundos después una risa se escuchó por todo el jardín.

Apretó sus labios entre sí, cerrando los ojos mientras empezaba a contar hasta diez, quizás hasta cien. Su corazón latiendo felozmente dentro de su pecho, poco a poco dejaba de hacerlo por el susto que se había dado, para empezar a hacerlo por la pequeña mota de molestia que iba creciendo en su interior.

«...diez, once, doce, trece, catorce...»

—¡Ojalá hubieses visto tu cara! ¡De todas las veces que te he asustado, esta vez fue épica!

«....veinte, cincuenta...»

—¡De las mejores caras que has puesto, Hoseok!

Abrió los ojos de a poco, ya cuando sintió que su enojo había bajando lo suficiente como para que no quisiese estrangular con sus propias manos al chico frente a él.

Tks, estúpido—murmuró levántandose, sacudiendo un poco la ropa para quitar cualquier cosa que se hubiese pegado a ella—. ¿Que no te enseñaron a respetar a tus superiores, Jeon? No soy amigo tuyo para que me hables de tal forma—reprochó en un tono serio, mirando de igual forma al chico frente a sus ojos, quien le miraba burlón y juguetón.

Pff, tenemos la misma edad—se excusó, haciendo un ademán con la mano quitándole importancia al asunto—. Además, dormimos en la misma habitación, te he visto en boxers y...—el chico calló con una mueca divertida luego captar la mirada casi asesina que Hoseok le mandaba, y esperaba surgiera efecto.

Dio media vuelta en su lugar con la intención de alejarse del contrario, de quien había descubierto desde el primer día que se conocieron, que el chico tenía un —desagradable— pasatiempo asustando y molestando a todo ser vivo que se le cruzara por delante. Y por todo ser vivo, nos referimos especialmente en Hoseok.

—¿Y bien?—preguntó Jungkook llegando a su lado, con las manos a la espalda y sonriendo con aparentemente inocencia.

—¿Y bien qué? ¿Qué quieres?—no pudo evitar mostrar su molestia.

—¿Qué haremos hoy? Ayer fuimos al estanque a jugar con las hadas de agua que, por cierto, son desagradables como ellas solas—hizo una mueca de disgusto—. Fuimos a la Biblioteca de Gisgli, intentamos ayudar a JiEun en el jardín y terminamos matando al menos una docena de rosas. Y...

—Correción: mataste a esas rosas.

—Si no lo recuerdo así, no pasó así—canturreó—. Entonces, ¿qué haremos?—volvió a preguntar

A pocos pasos de llegar a la pequeña fuente que tenía el jardín, Hoseok detuvo sus pasos. Miró las pequeñas hadas de agua que jugaban con los peces en el agua, y mordisqueo su labio inferior pensando en una idea para entretener y distraer a Jungkook aunque sea un momento.

«Ir con la cocinera Jae no es buena idea, JiEun no está y... ¿Pintura, quizás?»

—Juguemos algo—propuso, recordando todas las veces que logró perder a los guardias y demás servidumbre del castillo, en el jardín del mismo. No habían sido muchas veces que lo hizo, pero sí fueron las suficientes como para darle la confianza de que podía perder a Jungkook el tiempo suficiente para estar solo un momento.

«Si logré perder a Seokjin, JiEun, Jihyo y todos los demás dentro del jardín, Jungkook no será la excepción», sonrió para sí mismo, gustándole aquella idea.

—¿Jugar algo?—asintió burlándose un poco del desconcierto del chico—. ¿A qué? ¿El escondite? No vas a perderme de esa forma—dijo en un tono repentinamente serio.

Pero Hoseok sólo sonrió más.

—No es al escondite, es a Las Traes. ¿Y quién dijo que intentaré perderte? Es sólo un juego—aclaró, se encogió de hombros. Jungkook le miró dudoso, era claro que sabía que intentaría perderle entre las plantas y arbustos del jardín. Se lo esperaba.

—De acuerdo, pero empiezas t...

—Maravilloso. Las traes tú—y dicho eso, salió corriendo.

Cruzó algunos arbustos, pasó junto algunos árboles y flores que habían dispersos por ahí. Evitó detenerse junto a la pequeña cabaña donde se guardaban las cosas de jardinería y demás. Pudo escuchar los pasos veloces de Jungkook siguiéndole un poco más atrás de él.

Apresuró el pasó y dobló a la izquierda, entrando en una pequeña sección de enormes árboless que JiEun cuidaba junto con Chan. Eran árboles e «felicità», una especie de árboles que emanaban felicidad —como su nombre lo decía—. Por lo general se usaban pequeñas ramas de ellos para hacer té y dárselo a quien pasara por un mal momento, pues se decía que sus propiedades ayudaban y traían buena suerte a quien lo consumiera.

«O algo así, no recuerdo lo que dijo Chan al respecto», hizo una pequeña mueca.

Derecha, izquierda, izquierda, derecha. Izquierda, recto, derecha.

Los pasos de Jungkook ya no se escuchaban cerca de él, por lo que decidió detenerse en ese mismo momento. Pequeñas gotas de sudor se deslizaban por su rostro y cuello, perdiéndose entre sus ropas hasta el punto de hacerlo sentirse pegajoso. Afincó sus manos en sus rodillas, intentando controlar y regular su propia respiración, que era un lío total.

«Se me va a salir el corazón... ¡Hace mucho no hacía esto!» se burló de sí mismo, riéndose un poco al ver cuán cansado se sentía por tan sólo haber corrido unos pocos minutos.

Una vez hubo calmado su respiración y su corazón se hubiese calmado dentro de su pecho, Hoseok se reincorporó y miró a su alrededor; la entrada al laberinto estaba enfrente suyo, a pocos centímetros de él, y tras suyo y a sus lados sólo habían más árboles de «felicità».

No entraría al laberinto, siempre que lo hacía terminaba perdiéndose por horas y horas entre sus paredes hechas de arbustos y encantos mágicos. Y terminaba desesperado y frustrado al no encontrar la salida.

En su lugar se sentó ahí mismo, recostando su espalda junto a uno de los árboles, y sacó un pequeño libro que cogió de la Biblioteca de Gisgli el día anterior.

"La Corte Blanca: Mitos de los Cuatro Reinos de Etra"

Abrió el libro en su primera página, y se dedicó a leerlo con toda la calma y tranquilidad que sentía en ese mismo momento; Jungkook tardaría un buen rato encontrarlo.

Pasó de página y siguió leyendo.

«...y tras la disputa entre los cuatro príncipes por ver quién tomaría el lugar de su padre, los Ancianos tomaron la decisión de dividir la tierra en cuatro partes iguales, formando así los cuatro reinos que conocemos hoy: Sea, Feuer, Terra y Vento.

Y aunque esta decisión se esperaba fuese la solución entre la rivalidad de los cuatro príncipes, sólo fue la base que empezó una guerra por territorio y poder...»

Siguiente página. Siguió leyendo.

«...y Jimin, el mayor de los hijos del rey, pocos decían que era, por mucho, el peor de los cuatro. Pues antiguas hadas de la época aseguraban que aquel que tachara a su rey de ser una "bestia" insaciable, era condenado a una de las muertes más crueles por las que un hada pudiese pasar.

Aunque muchos se referían al Rey de Feuer como Él, con la oculta intención de asimilarlo como un demonio reencarnado»

"Crack".

El sonido de algunas ramas romperse se escuchó, por lo que alzó inmediatamente la mirada —temiendo que Jungkook ya le hubiese encontrado— y buscó a su alrededor cualquier señal de su guardeespalda. Y aunque no encontró nada, logró percibir el fallido intento de alguien por esconderse tras la entrada al laberinto.

—¡Hey, quédate ahí!—gritó al instante.

Inmediatamente cerró el libro a su lado para acercarse a la entrada al laberinto, logrando escuchar una respiración acelerada, como si el contrario estuviese asustado.

Asomó la cabeza hacia el interior, volteo a la izquierda y fue conde lo vio. Completamente agachado y hecho bolita no muy lejos de él, estaba un chico de cabellera roja, al cual no se le podía ver el rostro. Vestía ropas completamente blancas, la única excepción era la pequeña capa roja que resaltaba mayormente en él.

Notó que estaba temblando. Y se preocupó, quizás le había asustado.

Miró hacia atrás un momento, asegurándose de que ni Jungkook ni nadie más estaba cerca antes de intentar acercarse al chico. Se arrodilló enfrente de él, notando la intención del chico por hacerse más pequeño en su lugar.

—¿Estás bien? ¿Estás herido?—preguntó en un susurro, intentando mirarle el rostro al chico o algún indicio de que estaba lastimado. No lucía herido, aunque tampoco recordaba conocerle.

El chico negó.

—¿Qué haces aquí? ¿Te has perdido? O...—lo que sea que iba a decir quedó en el aire al pensar que podía ser alguna de las hadas de afuera que se había colado al interior del castillo. Temió que se hubiese escabullido para chismosear o algo más.

«Pero no tendría sentido, del otro lado del laberinto hay, al menos, once guaridas vigilando aquel lado. Si se hubiese colado por ahí, sí o sí le hubiesen visto », señaló para sí mismo. Aunque poco le había aclarado, porque le dejó con dudas.

—¿Eres algún conocido de Jungkook o algo?—preguntó de nuevo. Volvió a negar—, ¿Quién eres?—aquella pregunta pareció ser suficientemente para que el chico alzara la cabeza de poco, dejando el escondite que había creado para mirar a su alrededor asustado, como si temiera que alguien los estuviesen escuchando,  y aquel alguien le fuese a lastimar por hablar.

Una vez pareció asegurarse que no había nada, habló.

—Kim... Kim Taehyung—murmuró lo suficientemente alto para que le escucharan—. Soy Kim Taehyung..., Príncipe.

—Kim Taehyung...—pronunció el nombre del contrario, saboreando cada sílaba en su boca tras mirar el rostro del contrario.

Era, sin duda alguna, un chico de quizás uno o dos años menor que él. Tenía los ojos de un suave color azul marino, pestañas largas, una tez lisa y blanca donde —aparte de que hacía destacar el azul de sus ojos— se podían percibir unos pocos lunares en su rostro, —había uno en la nariz, otro en el labio inferior y otro debajo de su ojo derecho—...

—¿Cómo has llegado aquí?—notó un repentino nerviosismo en el chico.

—Yo... bueno...

—¿Eres familiar de alguien?—preguntó. Quizás era el hijo de Jae, o el hermano menor de Seokjin...

—¡S-Sí!—afirmó el chico, relamiendo sus labios antes de hacerlo—. Había... había venido a visitar a mi hermano—«Seguro es el hermano menor de Seokjin, eso explicaría probablemente el que los guardias lo hayan dejado pasar», supusó Hoseok, no muy seguro de ello—. Creí que podría venir a verle, no le he visto en...

—¡Hoseok, ahí estás!—escuchó el grito de Jungkook a sus espaldas. El chico enfrete suyo calló y miró en dirección al guardeespaldas—. Te estrangularía si pudiera por esto, pero claramente no puedo y...

Inhaló aire antes de voltear e intentar reprochar al chico, pero el castaño se adelantó poniéndose en una posición casi por completo de alerta, con una mano en el mango de la espada que llevaba a su costado tras ver a Taehyung.

—¿Quién es él? ¿Qué hace aquí? ¿Ha intentando herirle?—preguntó de golpe, mirando al de cabellera roja como si representara ser una posible amenaza.

Por un momento creyó que Jungkook podría estar analizándolo, y que luego lo dejaría ser al ver que no era una amenaza. Pero no, para Jungkook aquel chico ya era una amenaza de la cual debía estar alerta.

—Es Taehyung, y si no hubieses gritado e interrumpido, sabría mejor el porqué está aquí—reprochó.

—Llevo media hora buscándole—se excusó el joven sin quitar su mirada de Taehyung.

Hoseok suspiró y miró de nuevo a Taehyung.

—¿Dices que vienes a buscar a tu hermano?—el chico asintió—. Bien, vamos, te llevaré a la cocina y...

—No puede llevar a un desconocido al castillo, Príncipe—dijo con repentina formalidad en su tono—, el chico podría estar mintiendo.

—¡Dijo que venía a ver a su hermano, Jungkook! No seas grosero, además, las hadas no pueden mentir, idiota—murmuró aquello último—. Como sea—se dirigió al contrario—. Ve, iremos a la cocina y ahí Jae te dirá dónde está tu hermano, ella siempre sabe dónde están todos.

***

Hoseok cerró el libro tras escuchar el ronquido de Jungkook a su lado; miró el rostro sereno del contrario dormir junto a él, y maldijo mil veces el hecho de que la cama del castaño se hubiese roto. Empujó un poco el cuerpo de Jungkook a un lado, teniendo así un poco de espacio para sí. Miró la hora en el reloj, notando que eran poco más de las dos de la madrugada del dieciocho de Febrero del 2078.

Ya era su cumpleaños, aunque no causaba mucha emoción este año tener que celebrarlo.

Se levantó de la cama y dejó el libro junto a una pequeña mesilla que había junto a la ventana. Abrió la misma, afincó sus brazos sobre el marco de la misma, mirando el paisaje nocturno del jardín y las calles que más allá se veían.

No había luces prendidas en ninguna casita, y tampoco se veían hadas volando y caminando por las calles a esa hora de la noche. Aunque no era para menos, seguramente todas seguían asustadas por los asesinato de las hadas que se habían descubierto hace poco menos de dos meses. Primero habían sido las de hadas de tierra, luego de agua, poco después habían sido unas de viento y finalmente, otro par de hadas de fuego.

Entendía el miedo de todas y cada una de ellas.

Un ronquido más fuerte que el otro se escuchó, y Hoseok volteo en el momento exacto para lograr ver cómo un hilillo de baba se asomaba por una de las comisuras de la boca de Jeon. Hizo una mueca de asco y miró nuevamente hacia la ventana.

Algunas flores brillaban, otras no. Algunos árboles adoptaban aquella posición rara con la que solían descansar, y otros simplemente mantenían la posición de siempre. Logró percibir, entre la oscuridad de algunos rincones, a algunos pájaros dormir y acurrucarse entre sí tranquilos, hasta que alguna sacudida algo violenta los despertaba y los espantaba...

«Momento, ¿qué los está asustando?» Hoseok entre cerró sus ojos e intentó mirar entre la oscuridad, no logrando distinguir nada. Siguió buscando, hasta que sus ojos dieron con la figura de un chico correteando entre algunos árboles de «felicitâ».

Algunas luciérnagas salieron volando, al igual que algunos pajaritos de luz que iluminaron y revelaron quién era esa sombra;  Taehyung.

Suspiró aliviado.

Cuando vio la figura del chico acercarse de manera cautelosa hasta una de las puertas de servicio, aclaró su garganta y gritó en un susurro que Taehyung escuchó:—¡Hey, Tae!

El chico alzó la mirada en su dirección y sonrió, moviendo la mano a modo de saludo. Poco tiempo después, en cuestión de segundos Taehyung se encontraba sentado en el borde la ventana mientras miraba emocionado a Hoseok.

—¡Hyung, he intentando hacer lo que me enseñaste el otro día, y funcionó!—dijo susurrando, totalmente emocionado y orgulloso de su logro.

—¡Te dije que te saldría! Mañana por la mañana te mostraré otro truco, esta vez usaremos una cámara mundana, aunque deberíamos pedirle ayuda a Jungkook—hizo una pequeña mueca—, él se maneja mejor que yo en ese tema. Ya sabes, él entiende la tecnología de su mundo mejor de lo que cualquier hada lo haría—señaló, recordándose a sí mismo que la gran mayoría de los guardias eran humanos.

—¿Una cámara mundana?—preguntó con gran curiosidad Taehyung. Por su parte, Hoseok asintió y sonrió con algo de ternura—. Oh, de ser así, ¡ya quiero ver! Nunca he visto una...

Taehyung había resultado ser un buen amigo y compañero, de esos tímidos pero con los que te ríes a toda hora del día. De los amigos que no te cansas de ver y visitar, de los cuales su compañía era grata. 

Desde aquel día que le había visto en el laberinto —que había sido hace como dos semanas, más o menos—, había visto a Taehyung entrar al castillo múltiples veces por ahí mismo. Siempre era cauteloso y cuidadoso para que no le pillaran y regañaran.

Era un pequeño espía en acción del cual se había hecho amigo.

Aunque tenía una pequeña curiosidad por algo con respecto a su amigo espía.

—Taehyung...—dudo un momento de preguntar; esperaba no sonar grosero o algo. La mirada curiosa del menor le animó a continuar—. Tú... Nunca me dijiste qué clase de hada eres. Y está bien si no quieres decirlo, pero tengo que admitir que me da curiosidad saberlo. Pero, repito, si no quieres decirlo no hay problema—habló rápidamente dejando que a duras penas una palabra se diferenciara de la otra.

—Oh, eso—Taehyung tenía una mueca pensativa, como si la respuesta fuese más complicada de lo que creía—. Mis padres fueron de clases diferentes: mi padre fue de agua, y mi madre de fuego. Dos clases completamente diferentes. Pero en cuanto a mí... realmente no lo sé—admitió con pesadez—. Creo que, en ocasiones, soy un poco de ambas clases...

—¿En ocasiones?—aquel punto era lo que más había llamado su atención.

Taehyung asintió.

—El resto de las veces tengo el poder de un hada de luz, según la abuela—suspiró—. Pero todo el mundo dice que es imposible, que esa clase se extinguió incluso mucho antes de que los cuatro reinos se formaran—agregó mientras jugueteaba con la tela de la capa ropa que, por costumbre, siempre le veía llevar.

Hada de luz.

Hoseok sintió la boca seca, como si no hubiese tomado agua por horas, incluso días. La mención de aquella clase mágica le había tomado por sorpresa, hundiéndolo en un sentimiento desconocido que le llenó el cuerpo de pies a cabeza. Su corazón había empezado a latir con brusquedad dentro de su pecho, con salvajismo. Y las pequeñas venas doradas en sus manos, parecían empezar a quemarle.

«El poder de un hada de luz», repitió y el corazon le dio un salto.

—Todos dicen que se extinguieron, y de ser así—miró a Taehyung mirarse las manos—, me pregunto porqué tengo el poder de una clase que se supone que se extinguió hace millones de años. Me hace sentir raro a veces, como un bicho fuera de lugar—susurró aquella confesión.

Hoseok no supo qué decir. Las palabras pasaban por su mente, y se perdían nuevamente antes de que siquiera pudiese llegar a formular una pequeña oración.

¡Un desastre!

—Como sea, ¿quieres ver un truco?—preguntó Taehyung, sonriendo de manera juguetona mientras movía sus manos. Hoseok sólo supo asentir—. Vale, mira bien.

Taehyung junto las puntas de sus dedos y luego pareció suspirar, seguido a ello una pequeña luz se asomó en sus dedos, y para cuando Taehyung separó sus manos, habían pequeñas lucecitas iluminando la habitación. Aquellas bolitas de luz volaron rápidamente hasta su cama, y justo donde estaba Jungkook, jalaron la cobija lo suficientemente fuerte como para que el chico rodara y cayera de boca al suelo, despertando por completo y adoptando una posición de alerta, con espada en mana y listo para pelear de ser necesario.

—¿Quién anda ahí?—preguntó con voz adormilada despertando la risa de Hoseok.

—Estuvo genial—halagó Hoseok, riéndose aún de Jungkook (quien no entendía nada).

—¿Qué están haciendo? ¿Taehyung, qué demonios haces?—preguntó una vez se percató de la presencia del otro.

—Viene traerle la comida a mi...

—Tu hermano—interrumpió. Soltó la espada sobre la cama y pasó sus manos por su cara, soltando un gruñido de molestia—. ¿Tenía que ser a esta hora, justo cuando todo el mundo está durmiendo?—Taehyung sólo encogió riendo de manera inocente.

—Seokjin trabaja día y noche, capaz Taehyung quería traerle el bocadillo nocturno—supusó Hoseok. Pero no se percató de la mirada desconcertada que Taehyung le dio, como si no supiera quién era Seokjin.

—Claro, porque en este castillo no hay cocina y Seokjin no puede...—las palabras de Jungkook se vieron interrumpidas por el ruido agresivo que se escuchó en el pasillo.

Los tres voltearon en aquella dirección.

—¿Qué ha sido eso?—preguntó en un susurro Hoseok.

Ni Jungkook ni Taehyung respondieron, pues claramente no sabían la respuesta. En su lugar el mayor de los dos volvió a tomar la espada sobre la cama, con firmeza, y se acercó a la puerta pegando el oído a la misma.

Se quedó así un buen rato.

—¿Qué escuchas?

—Nada, si hablas, eso voy a escuchar—sonrió de manera brusca en su dirección y volvió a pegar la oreja. Finalmente concluyó—:. Revisaré el pasillo, quédense aquí. No abran a menos de que yo toque como siempre lo hago—y salió de la habitación.

Apretó los puños a sus lados, y miró a Taehyung quien estaba callado mirando la puerta. Fijó su vista nuevamente allí, en aquella dirección por la que se había ido Jungkook. Y un grito de dolor puro y fresco le hizo saltar en su lugar.

—Jungkook—dijo sin poder evitar escucharse preocupado de punta a punta.

El grito se escuchó no muy lejos, y sin duda había sido de Jungkook. Conocía sus gritos de dolor a la perfil luego de haberle pellizcado tantas veces en el transcurso de los días.

¿Qué le habría pasado? ¿Por qué gritó así?

Otro grito se escuchó, era de Jungkook.

Hoseok no esperó a que hubiese un segundo grito, y salió de la habitación en busca del chico, temiendo lo peor.

Llegó al final del pasillo, ahí donde se conectaba con las escaleras que daban al piso superior, donde las luces titilaban de manera violenta y una figura envuelta en una túnica negra salió corriendo, tirando unos pocos papeles en el proceso. Corrió en aquella dirección, y encontró a Jungkook lastimado en la escalera.

—Maldición, maldición—repitió docenas de veces, arrodillándose junto al castaño.

Sangre manchó su ropa en cuestión de segundos, y se alteró. Buscó alguna herida en el cuerpo de Jungkook, encontrando una no muy profunda en el costado derecho de su cuerpo. Pero no fue la única. Jungkook tenía raspones en el rostro, y podría jurar que tenía una pierna rota, al menos.

—¿Qué diablos pasó? ¿Con quién peleaste? ¿Quién era esa persona?—preguntó rompiendo un pedazo de tela para dársela a Jungkook y que hiciera presión en la herida.

—Qué...—tomó aire—, ¿Por qué coño estás tú aquí si te dije claramente  que no salieras? ¿eres idiota o te haces?—preguntó con notorio dolor en su voz.

—¡Después de tu grito, ¿qué esperabas que hiciera?!

—No sé, ¿quedarte en tu cuarto donde estarías más a salvo junto con Taehyung? Lo lógico y menos peligroso, digo yo—respondió—. Aunque me parece de lo más gracioso que te hayas preocupado por mí. Yo también te quiero—dijo en tono burlón.

—¡No te burles que no es tiempo, Jungkook!—regañó.

El castaño rió, pero se detuvo al instante en una mueca de dolor. Hoseok buscó a Taehyung con la mirada, esperando —con una pequeña parte de su ser— que no le haya seguido hasta ahí. Pero le encontró a pocos metros de él, mirando asustado a su alrededor. Tenía la mirada de un niño, de niño que había visto a su peor pesadilla cumplirse.

—Taehyung, ven—le llamó.

El chico acató, no dejando de ver a su alrededor y a Jungkook asustado.

—¿Puedes sanar a Jungkook, cierto? Tu... tu poder debería poder hacerlo—Taehyung asintió.

—Debería, pero no sé hacer el...

—Jungkook no tiene la sanación de una hada, es mortal y por ende se sana más lento. ¿Puedes curarle? Por favor—pidió casi en un tono de súplica.

Escuchó a Taehyung suspirar, luego asintió.

Una vez vio a Taehyung empezar a ayudar a Jungkook, Hoseok se acercó a los papeles que aquella figura había soltado tras huir.

«...y de la sangre de la tierra, nace la flor.
de la sangre del agua, nace la tormenta.
de la sangre del viento, el huracán.
y de la sangre del fuego, la bestia que ellos escondieron.

Una ves todo se mezcla,
Él resurgirá de nuevo. »

Hoseok no entendió en lo absoluto aquello, pero siguió leyendo y viendo algunas fotografías que estaban pegadas a algunos papeles. Se detuvo en uno, donde vio el rostro angelical de un chico, con facciones delicadas, ojos marrones, largas pestañas, el cabello de un color platinado (o eso creyó), labios gruesos, manzana de Adán. A su lado había otra fotografía, donde se le veía sonriendo hasta el punto de que se le cerraban los ojos en pequeñas medialunas; pero sobre lucir tierno y agradable, a Hoseok le dio un horrible escalofrío en todo el cuerpo.

«Park Jimin, Hijo mayor del Rey Adeis.
Rey de Feuer.»

Sus ojos leyeron una y otra vez aquel grabado en tinta de oro que había sobre las dos fotos. Recordó lo que había leído semanas atrás en el patio, cuando se escondió de Jungkook.

«...y Jimin, el mayor de los hijos del rey, pocos decían que era, por mucho, el peor de los cuatro. Pues antiguas hadas de la época aseguraban que aquel que tachara a su rey de ser una "bestia" insaciable, era condenado a una de las muertes más crueles por las que un hada pudiese pasar.

Aunque muchos se referían al Rey de Feuer como Él, con la oculta intención de asimilarlo como un demonio reencarnado»

Volvió a la hoja que había leído antes.

«...Él resurgirá de nuevo»

Miró la foto de nuevo.

«...de la sangre de la tierra...»
«...la sangre del agua...»
«...la sangre del viento...»
«....sangre del fuego...»

Hoseok cayó sentado en su lugar, recordando los asesinatos de las hadas que habían transcurrido a estas últimas semanas. Tomó otro papel, siendo este uno de los últimos, pues solamente eran cuatro.

«...y la resurrección de Él está siendo planeada por uno de sus estudiantes. Por aquel que luce tranquilo y callado, que se ha ganado la confianza de ustedes, los Ancianos, y cuyo nombre es..

Desgraciadamente, una buena parte de la carta era prácticamente imposible de leer. Había tachones por todas partes, la tinta se corría ahí donde parecía haberle caído agua, y solamente el final se pudo leer.

«...no dejen que todas las criaturas de este mundo caigan en manos de Él y su Bestia. La excusa de limpiar nuestra raza no es ni será suficiente.
Es por ello que ruego a ustedes, los Ancianos, y a la Corte Blanca que tomen partido en la guerra que se aproxima, que nos ayuden a detenerla.

- Reina Amelia.»

«Nota: si no se detiene todo, la Bestia logrará terminar todo antes del veinte del próximo año.»

Su madre.

Apretó los labios entre sí, reteniendo cualquier gana de llorar que buscase ganarle. Dejó los papeles a un lado, solamente tomando el que le faltaba leer antes de levantarse. Estaba manchado de sangre, y no se había percatado de que en el suelo habían cristales rotos que le habían lastimado las piernas. No le dolía, pero los pequeños cortes estaban.

Igual que cuando estaba en la habitación, las pequeñas venitas de color dorado que corrían por sus manos le empezaron a escocer la piel. Quemaba de mil maneras horribles. El dolor empeoró cuando se entendió a todo su cuerpo con parsimonia.

«Mamá sabía» se dijo a sí mismo.

—Ya terminé, hyung—escuchó la voz de Taehyung escucharse lejana. Pero no respondió, estaba mirando por el pasillo hacia donde se había aquella persona desconocida—. ¿Hyung?

Creyó haber escuchado a Jungkook decirle algo a Taehyung. Pero no le prestó atención, sólo leyó la otra hoja en su mano.

«Se los advirtió. Mamá lo descubrió y se los advirtió» repitió «¡No hicieron nada! ¡Simplemente no hicieron nada!»

—¡Hoseok, espera! ¿¡A dónde crees que vas?!—Jungkook se levantó de su lugar, tomando rápidamente la espada tirada en el suelo a varios metros de él para perseguir a Hoseok.

***

Había terminado en el jardín, en la zona donde los árboles de «felicità» estaban. Esperaba ver a aquella persona que había atacado a Jungkook entre los árboles, y así poder simplemente lo mismo que le habían hecho al castaño, a su madre, a las hadas que murieron este último para formar parte de una maldito ritual de resurrección. Quería matar, sin duda alguna, al responsable con sus propias manos.

Una figura pasó corriendo entre algunos árboles, le persiguió. Corrió, corrió y corrió con el triple de fuerza. Una vez estuvo a poquisímos metros de la figura, le saltó encima.

Ambos cayeron y rodaron sobre el suelo, uno intentando liberarse y otro intentando aprosionar más al contrario. Para su suerte, quizás, Hoseok terminó ganando aquella batalla.

Quitó la capucha de la cabeza del contrario, con brusquedad y cero gentileza. Lo primero que vio, fue un humano de cabellos de color menta, tez tan pálida casi como la misma nieve, labios delgados, ojos gatunos que le miraban enojados y...

«Humano» la palabra resonó en su cabeza.

La Bestia no era un simple humano.

Él no era la Bestia, no podía serlo.

—¿Quién eres? ¿Por qué atacas a Jungkook? ¿Qué demonios intentas hacer?—preguntó en lo que enroscaba una de sus manos alrededor del cuello del contrario.

De a poco, la rabia y el odio crecían dentro de él.

—¿Quién crees que soy, y qué crees que hice? Ya leíste todo, fue un gravísimo error mío tirar las cartas y páginas del Diario, pero ya los leíste. Ya sabes todo, ¿o no?—el muchacho sonrió, aunque se le notaba molesto—. Y por ende sabrás que yo no soy lo que esperabas que fuera, ¿cierto?

***

Jungkook se alejó de él, dejándolo atrás en lo que perseguía a Hoseok y se aseguraba de que el mismo no sufriera daño.

Taehyung se levantó de su lugar, sacudiendo su ropa y evitando algunos cristales rotos por el suelo. Caminó hasta donde antes estaba Hoseok y recogió algunos papeles que su mayor había leído.

Eran páginas arrancadas de un libro, y aunque no sabía de cuál era, sí sabía de qué era el tema que en ella se trataba.

«Según creencias antiguas, quitarle las alas a un hada representaba la ausencia de la libertad. Sus ojos cosidos, representaban el no poder ver la realidad, la falta de capacidad para diferenciar la verdad de la mentira. Y sus cuerpos abiertos de par en par, quemados y torturados hasta la muerte misma, representaba la maldad que realmente se decía que albergaba en ellas.

El asesinato de un hada representa mucho más que un pequeño ser mágico muerto. Es un sacrificio. Una señal oscura. Una advertencia de la muerte y el caos a punto de tocar la puerta. »

***

«Él es el Rey de la Oscuridad.
La Bestia es su príncipe y más leal sirviente,
poseé el poder muerto,
aquel poder que ayudará a quien intenté y quiera
revivir a Él»


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