EPÍLOGO
Cuatro años después
Los sollozos que escapaban de mí eran incontrolables, respiré hondo tratando de calmarme porque incluso para mí era ridículo llorar por ello, sin embargo, no podía detener las lágrimas que salían de mis ojos y el temblor de mis labios. Más que entristecerme me enojaba no tener el control de mis emociones.
Bufé cuando un preocupado Dylan abrió la puerta y se acercaba a mí rápidamente, los sollozos pararon pero aún así sentía aún la humedad en mis mejillas.
Frente a todo el desastre que era no pude evitar notar lo guapo que se encontraba; llevábamos cuatro años de casados y sentía que cada día mi amor por él crecía más, vivía en una nube suave y alta la mayor parte del tiempo, aunque claro que habíamos tenido nuestros altibajos, el primer año fue el más caótico con su falta de atención a ciertas cosas o el que muchas veces se comportara tan despreocupado que a mí quien se estresaba por todo me llegara a hartar. Pero es que eran tantas las cosas buenas y el amor entre nosotros que pareciera nada nos podía separar; las pequeñas atenciones y simplemente con su personalidad lograban enloquecerme todo el tiempo, agradecía cada día por la vida que me tocó junto a Dylan.
Sus rasgos habían madurado, me encantaba cuando se dejaba la barba y había obtenido algo de musculatura en su pecho, ahora llevaba unos jeans ajustados y una camisa de botones remangada hasta sus codos de color azul celeste; ya no dejaba su cabello tan largo, pero aún en la parte alta se le formaban pequeños rizos dorados. Por otra parte, estaba yo con una panza de siete meses de embarazo, con pies y mejillas hinchados y con el cabello más largo de lo que lo solía llevar. Ahora entendía a mi madre cuando se recogía el pelo, era más cómodo.
—¿Por qué lloras, rojita? —dijo mientras que con sus grandes manos limpiaba las lágrimas. El solo intentar hablar hacía que la tristeza me invadiera, malditas hormonas.
—Es que no me puedo cortar las uñas de los pies... —susurré y me incliné intentando alcanzarlos para dar énfasis a mis palabras; el esfuerzo hizo que el bebé se moviera haciéndome llevar una mano al lugar para sentirlo. Había ocasiones en las que al ver mi piel estirarse dejando estrías, el no querer salir de la cama y ver mi cara hinchada todos los días hacía que me deprimiera un poco; pero cuando mi bebé se movía, cuando Dylan y yo empezamos a comprar cosas de apoco y escoger nombres sentía la mayor felicidad de mi vida. Amaba a ese bebé con todas mis fuerzas y aún no conocía su rostro, era contradictorio porque por una parte amaba estar embarazada y por otro lado odiaba los malestares, o los cambios de humor pero aún así creo que esta ha sido mi mejor experiencia.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó Dylan un poco perdido sobre qué hacer. Una de las partes divertidas era que ambos éramos inexpertos por lo que él nunca sabía cómo actuar; la primera vez que lloré fue cuando me dijeron que el restaurante de comida italiana no tenía servicio a domicilio y que cerrarían en cinco minutos, aún no entiendo cómo a veces sentía tanta tristeza embargándome, pero Dylan nunca se molestó por ello, de hecho intento hacer un spaghetti que sabía muy extraño pero hizo que mi llanto cesara. Amaba a mi esposo.
Tomé una de sus manos que descansaba en mi estómago dando suaves caricias y le sonreí mientras negaba con la cabeza.
—¿Entonces qué puedo hacer por ti?
—Dame un beso. —Sonrió antes de acercarse y tomar con delicadeza mi mejilla besándome sin prisas, un beso que disfruté.
Siento un movimiento más en mi vientre lo que hace que me separe. Debido a que Dylan tenía una mano ahí lo sintió también; sus ojos brillaron como la primera vez que pasó, sonrío en grande mientras acaricio su barbilla antes de que me de otro beso casto.
—¿Te he dicho ya que te ves hermosa? —murmura apenas a unos milímetros de mi rostro. Me encogí de hombros sonriendo sin dejar de acariciar su barba.
—Siempre es bueno escucharlo.
***
—Hola, mamá. —Saludé cuando la puerta se abrió. Mi querida madre como siempre llevaba un delantal y una sonrisa enorme, sus ojos cafés se volvieron cálidos después de abrazarme lo suficiente que mi vientre dejaba.
—Pasa hija, ¿cómo estás?
—Me siento bien, pesada, pero bien —contesté mientras llegábamos a la cocina y me sentaba en una silla en vez del taburete.
—¿Y el bebé?
—Inquieto —respondí mientras acariciaba mi panza con una sonrisa, faltaba muy poco—. ¿Qué haces?
—Galletas de chocolate con chispas. ¿Quieres?
Me relamí los labios antes de asentir enérgicamente, beneficios del embarazo, podía comer todo lo que quisiera.
—¿Puedes ponerle yogurt de fresa encima?
Mi mamá frunció el ceño, aún así sacó el bote y les echó un poco, pero tras una mirada de mi parte dejó caer dos cucharadas más. Sonreí y tomé una para comerla mientras mi madre se sienta frente a mí.
—Tus antojos son raros, cuando yo me embaracé de ti no fue así.
—No son tan raros. —Sigo masticando.
—Pizza con queso de nacho, cariño. A nadie más se le ocurren combinaciones así.
Enarca una ceja mientras yo me encojo de hombros riendo.
—En mi defensa, sabía bien.
—Mientras no te cause malestar. Pero cuéntame, ¿dónde dejaste a Dylan? —Sonríe mientras me sirve un gran vaso con leche.
—Tenía que ir al estudio a resolver algo —mencioné. Hace un año, Dylan logró abrir su propio estudio de fotografía junto a Zac; aún recuerdo el día y lo feliz que estaba cuando fue la apertura de su pequeño local en el centro de la ciudad, cada vez eran más conocidos por su dedicación y calidad de trabajo. Me alegraba, pasaron de trabajar para alguien a ser los jefes, fue un muy gran avance—. Y luego pasaría por Camila a la escuela, tiene que ir a inscribirse a la secundaria y él quería acompañarla. Le dije que me quedaría aquí contigo.
—No puedo creer que esa niña crezca tan rápido, ha pasado el tiempo. Y, ¿qué hay de Aby? No la he visto hace mucho.
—Es porque no está aquí. Ella y Zac se fueron una semana a Perú, regresan mañana, y en serio ansío que lleguen, necesito a mi amiga.
—¿Tú crees que algún día se casen esos dos?
—No lo sé mamá, pero son muy felices así. Continuamente se van de viaje y Aby se está haciendo de un nombre en su área, creo que por ahora les va bien; no creo que necesiten de una boda para reafirmar lo que sienten.
Mi madre asintió mientras continuaba comiendo. Nos quedamos en silencio un minuto antes de escuchar la puerta siendo abierta y las fuertes pisadas que anunciaban su llegada.
—¡Pero si es mi niña quien vino a vernos! —gritó antes de darme un beso en la frente y acariciar mi vientre un poco antes de darle un beso a mamá—. ¿Cómo estás, hija? ¿Cómo vas con el libro?
—Lento —respondí torciendo el gesto. En los últimos años había estado trabajando para una editorial pequeña en el área de corrección, lo cual era mi trabajo ideal puesto que me pagaban por leer. Sin embargo, antes de quedar embarazada, decidí iniciar a escribir un libro, una novela corta, pero el proceso era algo lento con tantos desniveles en mis emociones.
—Ya verás que en poco tiempo lo solucionas, ¿aún sigues trabajando?
—Es mi primera semana libre, me permiten enviar los manuscritos por correo. La verdad han sido muy accesibles.
—Me alegra. —Me sonrió mientras se quedaba detrás de mamá acariciando sus hombros. Suspiré mientras tomaba de mi vaso.
***
—Lu, cariño. —Escuché que alguien me decía al oído, pero me sentía tan cómoda que mis ojos no se querían abrir—. Rojita.
Me moví delicadamente y abrí los ojos de a poco. El azul intenso de los ojos de Dylan es lo primero que vi, los cuales se hacían pequeñas rendijas cuando sonrió.
—No quería despertarte pero me dijiste que te avisara cuando me fuera. Además de que no sabía si querías que tu madre o Aby vinieran a acompañarte.
Aún soñolienta y abrazada a la almohada fruncí el ceño sin entender.
—¿A dónde vas? —pregunté arrastrando las palabras. Dylan ladeó su cabeza.
—Hoy es veinte de julio.
Eso terminó por despertarme y me senté en la cama con algo de esfuerzo y ayuda de Dylan.
—Yo voy contigo, solo déjame lavarme los dientes y cambiarme.
—Quédate rojita, descansa —dijo Dylan mientras me observa moverme por la habitación con lentitud y sin saber qué hacer.
—No, yo quiero ir contigo. Pásame los pans que están detrás de ti, por favor.
Lo hizo y yo sin ningún tipo de pudor me cambié delante de él; es decir, mientras yo me bañaba él entraba a hacer sus necesidades, no es como si tendría que cubrirme algo después de cuatro años de intimidad, aún así cuando su mirada se deslizó por todo mi cuerpo no pude evitar sonrojarme, un mal hábito que creo nunca se borraría.
Mis pechos dolían, según el médico era el primer símbolo de la leche materna, me agradaba decir que por lo menos habían crecido. Ya eran ocho meses de embarazo y sentía que no podía estar más pesada.
Mientras me hacía una trenza floja en el cabello empecé a caminar a la salida con una mano de Dylan en mi espalda como apoyo.
Salimos de la pequeña casa que habíamos comprado hace unos meses. Con la llegada del bebé, necesitábamos un espacio más grande. El trabajo de ambos era estable y si bien no era el mejor pagado, lo que daban estaba bien y podíamos solventarlo así que tomamos la decisión. Pintamos la casa de color verde y la verdad no se veía tan mal, era de un piso con tres recámaras y un baño y medio. La cocina estaba pegada con el comedor pero el recibidor era amplio al igual que la sala, lo más importante es que era nuestro, y un hogar propio era lo mejor.
Cuando llegamos a nuestro destino teníamos que caminar un tramo largo, por lo que a mitad de camino me detuve intentando tomar aire pues el lugar era empinado. Sentía sudor recorrer mi frente y la mano de Dylan tratando de echarme aire aún cuando se encontraba ansioso.
—No te deberías agitar, Lu.
—Yo quiero estar contigo —hablé cuando recuperé el aire gracias a mi inhalador, el asma nunca había sido mi aliada. Respiré hondo una vez más antes de retomar la caminata—. Además, estoy esperando que este bebé salga ya, quizá esto le de un incentivo.
Llegamos después de unos minutos, apreté la mano de Dylan cuando lo sentí temblar.
—Feliz cumpleaños, mamá —murmuró antes de cambiar las flores frente a la lápida, gardenias, sus favoritas.
Dylan se hincó mientras yo tenía una mano en su hombro; la señora Stone se fue hace mucho. Después de nuestra boda, solo fue cuestión de meses para que ella partiera a descansar; fue el primer y mayor reto que nuestro matrimonio enfrentó. Dylan era serio por naturaleza pero por unos meses fue una piedra total, monosilábico y ausente, rechazaba cualquier apoyo que le quisiera dar y aunque lo entendía, me frustraba el que no me dejara estar para él, quería afrontarlo todo él solo y por eso tenía esta obstinación de acompañarlo cuando venía a verla, quería que supiera que no importaba cuanto me apartara, yo iba a estar ahí siendo su apoyo.
Fue un duro golpe para todos los que la conocimos, pero para los Stone fue una bomba que aunque la esperaban no por eso dejaba de ser menos dolorosa. Theo se derrumbó, todos nos preocupamos de que cayera en una depresión de la que no pudiera salir, sin embargo, en cuanto vio a Camila gritar y sollozar encontró algo a lo que aferrarse: sus hijos. Hoy en día todos veíamos en Camila el espíritu y la belleza de su madre, cada día siendo como ella le había pedido: alegre y solidaria.
Aún recordaba el día en el que se despidió de mí y sus palabras susurradas:
"—Gracias, Lucy. Sé que mi Dylan estará bien contigo y no sabes la paz que eso me da; esta parte va a ser difícil. —Tosió un poco antes de continuar—. Pero por favor, cuida de mi Dylan, no dejes que se estanque, haz que sonría y sea feliz. En un principio será duro, pero verás cómo después todo se solucionará. Dile a mis nietos que su abuela Gia los cuida y los ama y que son los más hermosos nietos que una abuela desearía. Camila necesitará mucha ayuda rodeada de esos dos hombres míos nada sutiles, ¿sería mucho pedir que intentes ayudarla un poco? Confío en ti, querida. Eres una buena chica, me alegra que seas parte de mi pequeña familia."
Una lágrima involuntaria salió de mi mejilla, la quité rápidamente antes de que Dylan me viera, era de esas pocas veces en las que se mostraba sereno y no quería estropearlo. Después de un rato bajamos la colina hasta el auto.
Sin embargo, unos metros antes de llegar me doblé sintiendo un fuerte dolor en lo bajo de mi vientre, llevé una mano a la zona respirando hondo pero otra contracción llegó más fuerte haciendo que chillara de dolor.
—¿Lu? ¿Qué pasa?
—Duele..., duele mucho —murmuré con una mano apoyada en él y la otra en mi abdomen, respiré hondo pensando que las contracciones habían pasado cuando sentí algo húmedo recorriendo mi pans; abrí los ojos con alarma pero Dylan ya no me miraba a los ojos. Se puso más pálido de lo que era con los ojos y la boca abierta.
—Dylan. —Pasé una mano frente a sus ojos pero no me escuchaba, rodeé mis ojos, no sé porqué no entraba en pánico. ¡Mi bebé va a nacer!
—¡Dylan! —grité y pronto otra contracción vino, eso hizo que él regresara de su trance y me guiara hasta el auto lo más rápido que podía.
—¿No se suponía que faltaba un mes? —inquirió mientras se adentraba al tráfico con lentitud, podía observar el sudor en su frente lo que me hizo sentir un poco mejor, no era la única nerviosa—. ¿Cómo vas?
—Duele...
—Ya casi llegamos.
Mientras se iba a estacionando mascullaba en voz baja con la intención de que no escuchara, pero estaba tan nervioso que no se dio cuenta de que lo hacía.
—Tranquilo, necesitas estar tranquilo, tu esposa va a tener un bebé..., rayos, voy a ver a mi bebé.
Se repetía mientras bajaba del auto, reí antes de volver a sentir otro dolor que me impidió bajar. Lo observé correr despavorido y regresar con una silla de ruedas, ahora era cuando me empezaba a sentir nerviosa, esto dolía; al menos creí que no tendría que esperar mucho.
Llegamos a recepción y Dylan gritaba comenzando a perder los estribos cuando un montón de gente nos impedía pasar.
—¡Mi esposa va a dar a luz! ¿Podrían quitarse?
Parecieron palabras mágicas pues dos enfermeras llegaron rápidamente hasta a mí lanzando una serie de preguntas sobre contracciones y dolores que se me dificultaba responder. Hablaban tan rápido y en términos que no lograba entender, era primeriza y estaba empezando a respirar muy rápido, «por favor que no me gane la ansiedad» pensé.
Dylan quitó el cabello de mi frente y me besó.
—Tranquila rojita, todo va a salir bien —murmuró con su frente pegada a la mía, respiré hondo y me tranquilicé antes de sentir otra contracción.
Duramos dos horas en aquella habitación y cada dolor se sentía peor que el anterior, Dylan se mantuvo ahí aún cuando observaba cómo se ponía pálido a medida que las horas transcurrían. Mis padres ya estaban esperando afuera, al igual que el señor Stone, Camila, Aby y Zac. Todos estaban ahí.
—¿Por qué tarda tanto? ¿Hay algo mal? —cuestionó Dylan a la enfermera con preocupación.
—Es primeriza, es normal. Vamos a checarte cariño. —Una vez más era incómodo cómo sus dedos tocaban ahí, solo quería que saliera de una vez—. Estás lista. Joven tendrá que cambiarse si pasará con ella.
Apreté su mano con miedo de que me dejara sola, me dio una sonrisa temblorosa y besó mi frente antes de ir corriendo por lo necesario. La camilla se empezó a mover y me sentía muy nerviosa, «¿y si todo se complicaba?»
Pasamos las puertas y me acomodaron de tal manera que ahora todos los ahí presentes me conocían íntimamente.
—Espere, Dylan, ¿dónde está mi esposo?
—Aquí estoy. —Escuché su voz y volteé viéndolo llegar vestido completamente de azul, seguía nervioso pero trataba de disimularlo cuando se colocó a mi lado tomando mi mano.
—¿Estás lista para pujar? —preguntó el doctor. Asentí, aunque no lo estuviera, este bebé quería conocer el mundo y no había nada que lo detuviera—. Bien, puja.
Hice lo que me dijo y aunque doliera, no era peor que las contracciones. Pujé muchas veces y sentí que la mano de Dylan tendría repercusiones pero no me decía nada, se encargaba de secar mi sudor y besar mi frente.
No sé cuántas veces lo hice hasta que sentí una liberación y me dejé caer rendida en la camilla, estaba exhausta y todo lo que quería era dormir.
—Todo está bien, te amo, lo hiciste bien —susurró Dylan.
Se escuchó un llanto que me hizo tomar fuerza.
—Quiero verlo —balbuceé. Dylan se levantó y veo como le entregan a un bebé bien envuelto, era pequeño y Dylan caminaba muy lento con temor a soltarlo, aunque yo no creía que fuera capaz.
—Es una niña —murmuró cuando al fin llegó a donde estaba y me dejaba ver a mi bebé, aún se veía algo rojita, sus ojos estaban cerrados en rendijas y su boca estaba abierta emitiendo el llanto agudo. La puso a mis brazos y pasé un dedo por su frente maravillándome con lo pálida que era, me transmitía calor y cuando la apreté un poco a mi pecho el llanto se fue calmando.
—Es preciosa —digo sin dejar de mirarla aún cuando sentía a Dylan sobre mi hombro, nuestra bebé tenía rizos naranjas pegados a su cabecita y estaba maravillada, podía jurar que existía el amor a primera vista, y lo estaba viviendo justo en ese momento.
La enfermera se acercó y Dylan le pidió que nos tomara una foto antes de llevarme a mi habitación, en ese momento no me importaba cómo lucía, o el pequeño pero punzante dolor en mi parte baja, en ese momento solo sentía felicidad de haber traído al mundo a una bebé sana.
—¿Tienen el nombre? —inquirió devolviendo el celular. Dylan y yo intercambiamos miradas, sabíamos cuál era así que asentí para que lo dijera.
—Gia —anuncia con una sonrisa y los ojos algo acuosos de lágrimas contenidas—. Su nombre es Gia.
Fin.
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Ay Dios. ¿Se esperaban este final? ¿Les gustó? ¿Qué les pareció?
Déjenme todas sus opiniones aquí, me gustaría saber qué les pareció.
La verdad si lloré, esta creo que ha sido mi mejor historia y estoy muy contenta y triste por terminarla. El final desde que inició siempre había sido ese.
Sé que la foto de multimedia es un spoiler pero es que es tan linda que no pude evitar compartirla, ahí está el nuevo miembro de la familia.
No me quiero despedir, pero ha llegado la hora. Dejen su voto y comentario y pasen conmigo a leer los agradecimientos, les tengo una sorpresa.
Aquí les dejo el playlist que hizo la editorial EditStrawBay para la historia, ojalá les guste
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