Capítulo 3
Rostro adiamantado, con cejas tupidas, ojos azules rasgados y muchísimas pecas besándole el rostro. Nariz ancha, cuadrada, labios gruesos, colorados y carnosos. Piel tostada, cabello castaño, enrulado y muy, muy alborotado. Sonrisa traviesa, seductora y pícara, con hoyuelos. Así era Ángel. Un antojo, un deleite para su vista.
A Eliseo le estaba costando muchísimo trabajo dibujarlo. Y no era que Ángel fuera un mal modelo. Simplemente, le era imposible concentrarse en lo que estaba haciendo. Sumado a eso, temía que su trabajo no estuviera a la altura de sus expectativas y acabar decepcionándolo. Puso todo su empeño para acabar los detalles; dibujó cada peca, cada lunar, pero cuando terminó, todavía no terminaba de sentirse satisfecho con el dibujo, pero Ángel estaba completamente fascinado.
—Quedó increíble —comentó, admirando los detalles con entusiasmo.
—Todavía le faltan muchas cosas.
—¿Por qué los artistas nunca se conforman con su trabajo? —preguntó, tumbándose boca arriba sobre la arena—. ¿O solo se hacen los modestos para presumir?
—No, yo no presumo... De hecho, nadie ha visto mis libretas de dibujo nunca. Creo que en mi familia nadie sabe que dibujo.
—Si yo tuviera el talento que tienes tú, tapizaría todo el colegio con mis dibujos, solo para que todos vieran lo que puedo hacer.
Eliseo esbozó una sonrisa tímida.
—Bueno, yo no tengo tanta autoestima.
—No se trata de autoestima. Si tienes talento no tiene sentido que lo ocultes. Estoy seguro de que te costó mucho trabajo llegar al nivel que tienes, es una lástima que no quieras enseñárselo al mundo.
Se sentó sobre la arena para quitarse la camiseta. Eliseo miró sus movimientos, embobado; detalló los músculos de sus brazos, sus costillas y su abdomen marcado, pero la mirada curiosa de Ángel lo devolvió a su centro.
—Vamos a nadar un rato.
Se puso de pie y frente a sus ojos comenzó a quitarse el resto de la ropa. Eliseo tuvo un déjà vu cuando vio sus shorts deportivos deslizándose por sus piernas junto a su ropa interior. Ángel no tenía pudor alguno. Quizás porque se había acostumbrado a compartir las duchas con sus compañeros de equipo. Èl, en cambio, era extremadamente vergonzoso. Nunca mostró su desnudez a nadie.
—Yo prefiero quedarme aquí.
—Anda, ¿te da vergüenza que te vea desnudo? —preguntó Ángel en tono juguetón—. Se la he visto a todos mis amigos. No me voy a asustar.
El chico se puso de pie, luego de dejar su cuaderno de dibujo junto a la ropa de Ángel. Se quitó la camiseta con algo de vergüenza y caminó detrás de él, con los brazos cruzados sobre el pecho. Las olas lamieron sus tobillos cuando se metió al agua. Ángel, que iba más adelantado que él, ya tenía el agua hasta la cintura.
—No sé nadar —admitió Eliseo con timidez.
Ángel soltó una carcajada, luego se hundió en el agua. El chico caminó un poco más, hasta que el agua le llegó al pecho, y entonces, sintió las manos de Ángel sobre su cintura.
—¿Cómo no vas a saber nadar? —preguntó, incrédulo. Aquella melena enrulada que Eliseo se esmeró tanto en dibujar, ahora caía lacia sobre los hombros de Ángel—. Es fácil. Solo tienes que mover los pies y los brazos para mantenerte a flote.
—Nunca pude aprender —comentó—. Mi papá y mi abuelo intentaron enseñarme, pero yo no sirvo para esto. Me hundo.
Ángel atrapó su cuerpo como si pretendiera cargarlo.
—Estira los pies y trata de mantenerte sobre la superficie del agua. No te pongas tenso, solo concéntrate en no hundirte.
Eliseo respiró profundo cuando sintió las manos de Ángel sosteniendo su espalda. Por más que intentó mantenerse a flote, sus piernas se hundían una y otra vez, y de no ser porque Ángel lo estaba sosteniendo, todo su cuerpo acabaría en el fondo del agua.
—No puedo —dijo finalmente, rendido.
Ángel se volvió a reír.
—Iremos practicando.
Luchó para poner los pies sobre la arena cuando Ángel lo soltó.
El sol se había ocultado, las primeras estrellas estaban apareciendo en el cielo cuando salieron del agua. La marea estaba subiendo y las olas rompían con violencia contra las rocas.
—El próximo jueves, después del partido, voy a venir. Nos encontramos aquí, a la misma hora —dijo Ángel mientras terminaba de vestirse.
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